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I

VISITA A PATMOS

Hoy quisiera llevaras conmigo para volver a ver un lugar que cautivó mi corazón, así como el de todos los amigos que me acompañaban. Sí, quisiera llevaras para dar un paseo, muy lejos de aquí, a un lugar bendito llamado Patmos.

Patmos es una isla griega, pero está situada mucho más cerca de Turquía que de Grecia. Sólo es posible llegar hasta ella en barco, y la travesía desde Atenas dura casi trece horas. Sobre el mapa, Patmos es una isla muy pequeña, pero por su importancia espiritual, es una gran isla que nosotros quisimos explorar. Así pues, fuimos a conocer este lugar como si se tratara de una peregrinación, ya que allí vivió san Juan y escribió el Evangelio y el Apocalipsis.

A medida que uno se aproxima a la isla se queda maravillado a la vista de sus casitas, de una blancura inmaculada que resplandece aún más sobre el azul del mar y del cielo. Algunos pequeños pueblos se encuentran situados al borde del mar, otros, como por ejemplo Khora, donde se encuentra el monasterio de san Juan Evangelista con la gruta del Apocalipsis, están situados en las colinas. Alrededor de esta gruta donde san Juan vivió, se han ido construyendo poco a poco, a lo largo de los siglos, los numerosos edificios que forman actualmente el monasterio: la basílica de san Juan el Teólogo,* edificada sobre las ruinas de un templo de Artemisa, una capilla dedicada a san Christodoulos, el fundador del monasterio en el siglo XII, así como otras iglesias, capillas y celdas de monjes, un refectorio, una biblioteca, etc. Es un conjunto impresionante que puede verse desde cualquier lugar de la isla; está rodeado de muros fortificados que datan del siglo XVIII, pues en esta época era necesario protegerse de las frecuentes incursiones de los piratas.

* Nombre dado en griego a san Juan Evangelista.

Tras subir por algunos peldaños esculpidos en la roca, se accede a la única entrada del monasterio. Hay que atravesar corredores, patios interiores y frondosos jardines rodeados de celdas y de capillas; a continuación, después de bajar alrededor de unos treinta peldaños igualmente tallados en la roca, se pasa aún por delante de otras capillas, hasta penetrar por fin en la capilla de santa Ana que comunica con la gruta del Apocalipsis. Esta capilla fue el primer edificio construido. Al darle este nombre, Christodoulos quiso en primer lugar, honrar a santa Ana, la madre de María (madre de Jesús), pero también a la madre del emperador de Bizancio Alexis I Comnenos,* que igualmente se llamaba Ana.

* Fue el emperador Alexis I quién cedió a Christodoulos la posesión de la isla de Palmos.

En cuanto a la gruta del Apocalipsis, no es ni muy grande (pocas personas caben en ella), ni muy alta (alrededor de dos metros). Nos enseñaron un hueco donde, según la tradición, san Juan introducía su cabeza, así como una cruz situada sobre este hueco, que posiblemente él mismo la habría grabado en la roca. Nos mostraron también otra cavidad que debió ser el lugar donde san Juan se apoyaba cuando se levantaba, porque por aquel entonces ya era un hombre muy anciano.

En una parte de la roca que es muy recta y lisa, se distingue como una especie de pupitre donde se dice que Prokhoros, discípulo de san Juan, escribía el Evangelio que éste le dictaba. Sobre la bóveda de la gruta, puede verse una triple hendidura que podría haberse producido por el rayo que apareció en el momento de manifestarse la voz del Apocalipsis, y esta triple hendidura está considerada como un símbolo de la Trinidad. La gruta está también adornada con objetos sagrados e iconos ante los cuales alumbran diversas lámparas, pudiéndose leer fácilmente numerosas inscripciones en griego: “En el principio era el Verbo” y “Es aquí, en Patmos, donde se desarrollaron los acontecimientos”. Incluso esta otra “Este terrible lugar”.

El pope que nos guió durante nuestra visita, nos mostró grandes riquezas por todas partes: manuscritos magníficamente ilustrados, reliquias, iconos, objetos sagrados. Y cuando nos contaba la vida de san Juan según los testimonios de algunos discípulos que él formó aquí, en Patmos, estaba en un estado de inspiración y de exaltación extraordinarios, ni él mismo comprendía lo que le pasaba. Verdaderamente resplandecía.

Yo he visitado dos veces esta gruta para meditar y para reencontrar el espíritu de san Juan. El silencio allí es verdaderamente extraordinario. Después de dos mil años, a pesar de la multitud de personas que han pasado por allí, nada ha podido borrar las huellas fluídicas de san Juan Evangelista. Sentí muchas cosas. Ciertamente es un lugar sagrado, auténticamente puro y divino. Deseo que todos vosotros podáis también visitar esta gruta algún día.

Fue el mismo san Juan quien al comienzo del Apocalipsis reveló la razón por la que se encontraba en Patmos: “Yo, Juan, vuestro hermano, que formó parte al igual que vosotros, de la tribulación, del reino y de la perseverancia en Jesús, permanecí en la isla llamada Patmos debido a la palabra de Dios y al testimonio de Jesús...”

San Juan se encontraba en Efeso durante el reinado de Domiciano, y cuando tuvo lugar la persecución de los cristianos, fue enviado en cautiverio a la isla de Patmos. Le embarcaron completamente encadenado; y su discípulo Prokhoros le acompañó. Cuenta la tradición, que durante la travesía se desencadenó una violenta tempestad. Los marineros lucharon contra las olas tratando de mantener el barco a flote. De pronto, uno de los jóvenes soldados que también formaba parte de la tripulación, cayó al mar. Los pasajeros estaban aterrorizados y el padre del muchacho, desesperado, quería lanzarse al agua para seguir a su hijo en la muerte. Consiguieron retenerle con muchos esfuerzos. En medio de tanta tribulación, únicamente san Juan permanecía impasible, parecía incluso satisfecho. Le hicieron esta pregunta: “¿No te afecta la muerte de este muchacho? ¿No quieres hacer algo para ayudamos?” El les contestó: “¿Por qué no se lo pedís a vuestras divinidades? Ellas pueden salvarle.” Y respondieron: “Hace ya varias horas que les suplicamos, pero sin ningún resultado.” Entonces san Juan se puso a rezar, y algunos minutos después el muchacho reapareció vivo en el mar y fue salvado. Todos quedaron estupefactos. Rodearon a san Juan para agradecerle lo que había hecho y pedirle perdón por haberle encadenado. Le quitaron las cadenas y empezaron a considerarle con respeto.

Una vez llegado a Patmos, san Juan se alojó con la familia de un hombre llamado Myron. Allí, lo primero que hizo fue liberar a los niños de esa familia de los malos espíritus que se habían adueñado de ellos. Y como allí por donde pasaba hacía siempre el bien, su reputación se propagó, y la gente acudía cada vez más a casa de Myron para consultarle. Juan empezó a hablarles de Jesús, de quién fue, de todo lo que él mismo había visto y aprendido cerca de Él. Muchos se convirtieron, dando lugar a que la casa de Myron fuera el primer lugar de reunión de los cristianos.

Si, pero también existía en Patmos un santuario dedicado a Apolo, cuyos sacerdotes estaban furiosos al ver la influencia que san Juan ejercía sobre la población, ya que su templo se iba quedando vacío. Al frente de estos sacerdotes, estaba Kynops, un peligroso mago negro; y todos ellos creyeron que era necesario desembarazarse de san Juan lo antes posible. Kynops le envió un demonio muy poderoso para atacarle, pero san Juan luchó y le abatió. Kynops le envió entonces otro demonio aún más podereso, y a un tercero para que le informara sobre los resultados. También en esta ocasión san Juan consiguió la victoria. Entonces Kynops decidió ir a enfrentarse personalmente con él.

Salió y fue al encuentro de san Juan, quien estaba predicando a la multitud. Kynops le interrumpió para dirigirse a algunos de los allí presentes: “¿Dónde está tu padre?” le preguntó a un joven – “Murió ahogado”. “Y tú, ¿dónde está tu hijo?” – “Se ha suicidado tirándose al mar”. Muchos otros fueron dando las mismas respuestas: cada uno de ellos tenía algún pariente que se había ahogado accidental o voluntariamente. Entonces Kynops se volvió hacia san Juan pidiéndole que hiciera resurgir a todos los ahogados desde el fondo de las aguas. A esta pregunta, respondió que su misión no era la de resucitar a los muertos, sino la de predicar el Evangelio de Jesús. Orgulloso de poder mostrar su superioridad, Kynops, tras efectuar algunas operaciones mágicas, simuló que salían del mar todas estas personas muertas. Los asistentes, engañados por estos trucos de brujería, creyeron de nuevo en el poder de Kynops e, inducidos por él, atacaron a san Juan, le golpearon y le dejaron gravemente herido. Todos se fueron satisfechos pensando que había muerto. Pero, en medio de la noche, su discípulo Prokhoros llegó hasta él. Oyó cómo su Maestro le llamaba diciéndole: “Prokhoros, ve y dile a Myron que aún estoy vivo y que regresaré. Todo se arreglará...” Cuando Myron supo la buena noticia, quedó muy sorprendido y plenamente feliz.

Algún tiempo después, comenzó de nuevo la guerra con Kynops; y ésa fue otra larga historia. Un día, una muchedumbre arrastró a san Juan hacia la playa donde Kynops se encontraba practicando su magia, a fin de demostrar definitivamente que él era el más fuerte. San Juan oró, y cuando Kynops se lanzó al agua para atraer de nuevo aquellas simulaciones, en lugar de volver como otras veces, desapareció. Muchos le esperaron en vano durante tres días, pero la actitud y las palabras de san Juan acabaron por persuadirlos para que aceptasen la enseñanza de Cristo y volviesen a sus casas. Actualmente se puede ver en el mar una roca dividida en tres trozos: se dice que son la cabeza, el tronco y los miembros petrificados del brujo Kynops.

Algunos años más tarde, el emperador Domiciano fue asesinado y reemplazado por Nerva, quien se mostró más tolerante con los cristianos. Bajo su reinado cesaron las persecuciones y san Juan fue autorizado para dejar Patmos en donde le habían exiliado, y regresar completamente libre a Efeso. Pero por aquel entonces la población de la isla estaba muy unida a él. Había iluminado, ayudado y curado a tanta gente que ya no querían dejarle partir. Le rogaron, le suplicaron, pero san Juan les dijo: “Es necesario que me vaya, pues otros hermanos y hermanas están esperando la buena nueva...” Continuaron suplicándole, pero san Juan no podía ceder. Entonces, viendo que no le podrían convencer, le pidieron que antes de partir escribiera algo que sirviera como testimonio de la buena nueva que les había llevado. San Juan aceptó. Tras ayunar y rezar durante varios días, empezó a escribir su Evangelio: “Al principio era el Verbo...”, así le fue dictando a Prokhoros. Después escribió el Apocalipsis. Cuando hubo terminado, los habitantes de la isla comprendiendo que ya les había dado todo aquello que necesitaban, le dejaron partir.

Nos contaron que al final, cuando sentía que la muerte se acercaba, san Juan pidió a dos o tres de sus discípulos que cavaran un gran hoyo. Entró en él y luego les indicó que lo cubrieran de tierra hasta la altura de su pecho, y que regresaran al día siguiente. Cuando volvieron, san Juan aún estaba con vida; y les dijo: “Ahora enterradme hasta la espalda y volved de nuevo mañana...” Al día siguiente, seguía vivo. Debieron adicionar aún un poco más de tierra. Pero cuando de nuevo volvieron al otro día, ya no estaba allí. Evidentemente esto es lo que dice la leyenda. Existen muchos otros testimonios y escritos más o menos legendarios relativos a san Juan, recopilados por sus discípulos, que se pueden encontrar en algunas bibliotecas de Grecia. Me interesó mucho conocer ciertos detalles al respecto.

Desde los primeros tiempos de la Iglesia, se ha mantenido en Patmos una tradición inspirada por la enseñanza de san Juan. Por este motivo, en el siglo XVIII se construyó una escuela cerca del monasterio. Esta escuela, denominada Patmias, ha dado un gran número de hombres importantes a la Iglesia – teólogos, pensadores – y asimismo ha enriquecido a la cristiandad con personajes verdaderamente ilustres.

Patmos es un lugar tan magnífico, que mi deseo hubiera sido que nuestra Fraternidad de Grecia poseyera allí un terreno para poder acudir y permanecer en él de vez en cuando. ¡Qué condiciones tan excepcionales hubiéramos tenido para meditar, rezar y vivir una auténtica vida fraternal! ¡Qué placer hubieran tenido los hermanos y hermanas al cultivar melones, sandías y toda clase de árboles frutales! Precisamente, el chófer del taxi que nos condujo al monasterio, poseía varios terrenos en la isla, y en particular uno en el que yo me había fijado, situado en la colina; y estaba dispuesto a vendémoslo. Desde allá arriba se veía la salida del sol y se divisaban otras pequeñas islas a lo lejos, así como el monasterio y el puerto con sus pequeñas y blancas casitas... Patmos no está muy lejos de Atenas, pero por desgracia, el viaje resulta muy largo: trece horas para ir y otras tantas para volver, y no se puede viajar más que en barco ya que no existe una línea aérea. Y además, si el mar está revuelto como cuando fuimos nosotros, el viaje resulta una auténtica aventura.

Lo curioso es que hasta que realicé este viaje, me resistí siempre a subir a un barco, puesto que me mareaba. Por el contrario, en esa ocasión incluso me resultó maravilloso el hecho de ser balanceado. ¡Me gustó... con locura! Esto seguro que os hará reír, ¿no es cierto? Así es que, para satisfacer esta nueva necesidad, me seguí balanceando. Alquilamos una pequeña embarcación a motor para hacer otra excursión por mar durante dos días. Pero esta vez nos fuimos al monte Athos. ¡He aquí otra visita magnífica! Hay unos veinte monasterios dispersos en la montaña, de los que nosotros sólo visitamos la mitad. En Bulgaria, al monte Athos lo denominamos Sveta Gora, que significa “el bosque santo”. Recorrimos los monasterios búlgaros, los yugoslavos, los rusos, etc... en donde vimos unos iconos extraordinarios. Sí, ¡Qué esplendor! Los fotografiamos y filmamos Por otra parte, los monjes eran tan acogedores y simpáticos que no nos dejaban marchar. Constantemente nos ofrecían lukums, mermeladas, café... e incluso rakia. ¡Si hubiésemos aceptado, no hubiéramos podido encontrar el camino hacia el barco!...

Pero volvamos a Patmos. Durante mi estancia allí, me regocijé con la belleza de este país, una belleza muy sencilla porque en la isla no hay mucha vegetación. Lo extraordinario es sobre todo la atmósfera, parecía como si el espíritu de san Juan hubiese penetrado muy profundamente en la tierra y en sus habitantes. Y dos mil años después, a pesar de los visitantes y del turismo que generalmente lo arruina todo por todas partes, que trasforma el estado de ánimo de las gentes sencillas, naturales, abiertas y cariñosas introduciendo en ellas los peores aspectos de la vida moderna, Patmos sigue siendo un lugar excepcional.

Así es, incluso los mismos habitantes de Patmos fueron motivo de asombro para mí: el resplandor de sus caras, su comportamiento sencillo, hacen sentir que verdaderamente es un lugar aparte sobre la tierra. Nunca he encontrado gente parecida, capaz de manifestar tanto amor, tanta bondad, tanta sinceridad, tanta generosidad y fraternidad. Sí, ¡verdaderamente su espíritu es tan fraternal, tan místico, religioso y profundo! Se diría que allí no hay nadie malvado ni deshonesto. Tuvimos la oportunidad de conocer prácticamente a todo el mundo, desde los que nos recibieron en el puerto y nos llevaron las maletas, hasta los monjes y obispos, y todos eran tan encantadores, tan acogedores, tan entrañables, que os lo aseguro, apenas tengo palabras para expresarlo. Vale la pena encontrarse con gente así. Sus rostros emanaban paz, felicidad, luz. Sí, una luz emanaba de ellos; se sentía, se veía su aura.

Un día, en mi habitación del hotel, estuve meditando mientras quemaba incienso, con el fin de preguntar algunas cosas al mundo invisible. Poco después me fui con mis amigos que me acompañaban para dar un paseo por las colinas, y he aquí que en al borde del camino había una mujer de apariencia muy sencilla, incluso pobre, pero con un rostro magnífico Estaba allí como si nos esperara. Y cuando llegamos casi a su altura, se acercó a mí, me besó la mano con mucho respeto y me dijo algunas palabras en griego que enseguida me tradujeron. Y lo que me estaba diciendo era la respuesta que yo pedía poco antes. El Cielo se había servido de esta mujer para contestarme. ¡Y yo me sentía tan feliz! Sí, porque sus palabras fueron proféticas; me dieron la respuesta del Cielo a lo que yo preguntaba. Debéis saber que para el Cielo resulta muy fácil dar respuestas a través de un pájaro, un perro, un caballo y, evidentemente, también a través de un ser humano. El problema radica en que no siempre sabemos descifrar ni comprender correctamente esta respuesta, pero siempre hay respuestas, nunca se ha dejado a nadie sin respuesta. Esta que me dio el Cielo ese día, me causó una gran alegría. Poco después, partíamos para seguir visitando otros rincones maravillosos de la isla.

Verdaderamente hay algo especial en Patmos. Muchas de las personas con las que hablamos, se expresaban en un lenguaje que nunca había oído antes en otras ciudades, en otros países: un lenguaje místico, un lenguaje espiritual con frases de una sabiduría y de una profundidad extraordinarias. Tampoco nunca había conocido popes y monjes tan gentiles, tan radiantes. Se acercaban a mí, y juntos teníamos largas e interesantes conversaciones. Y que felicidad causaba el cruzarte por todas partes con las miradas de esas gentes: miradas de respeto, de confianza, de amor... He ahí una tierra donde la gente es verdaderamente feliz, una tierra inocente, pura... ¡Bendita sea!

La ciudad celeste (comentarios del Apocalipsis)

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