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I

“HE VENIDO PARA QUE ELLOS TENGAN LA VIDA”

En el “Sermón de la Montaña”, Jesús se dirige a sus discípulos así como a la multitud de hombres y mujeres que le habían seguido, y les enseña cómo rezar. Les dice: “Así es como debéis rezar: Padre Nuestro, que estás en los cielos...”

Así pues, reflexionemos. ¿Qué es lo que nos autoriza a llamar a un hombre “padre”? El hecho de reconocer que nos transmitió la vida. Los hijos reconocen en su padre a aquél que les ha dado la vida, y el padre ve en sus hijos la prolongación de su propia vida. La vida... Por tanto, si queremos saber lo que Jesús pensaba cuando presentaba la relación de los seres humanos con respecto a Dios como una relación de hijos a padre, debemos estudiar este inmenso y misterioso ámbito que es la vida.

Por todas partes hay vida, toda la naturaleza está viva, todos los seres están vivos, y sin embargo ¡muy pocos hombres y mujeres saben lo que es la vida! Cuando se hallan en dificultades, en la desgracia, exclaman: “¡Qué quieres, así es la vida!” Comprenden la vida como algo exterior a ellos y que deben soportar. Los fracasos, los accidentes, las enfermedades, los sufrimientos, “¡así es la vida!” Se amaban, se casaron, y ahora se divorcian, aquí también, “¡así es la vida¡” Pues bien, no, la vida no es eso. Llaman vida a una sucesión de errores, de debilidades, de fracasos, sin darse cuenta de que son ellos quienes se han fabricado esta existencia lamentable. ¡El Creador había previsto para ellos otra vida!

Jesús decía: “El ladrón sólo viene para robar. Y yo he venido para que ellos tengan vida y la tengan en abundancia...” ¿De qué vida se trata? ¡Nosotros ya estamos vivos!... Son estas palabras de Jesús las que me impulsaron a realizar tantas exploraciones en el campo de la vida. Leed con atención los Evangelios, y veréis que Jesús sólo habla de la vida. Por esto es necesario volver sin cesar una y otra vez sobre esta cuestión de la vida y estudiarla bajo todas sus formas.

Los humanos buscan poderes, riquezas, conocimientos, amor... Pues bien, no, deben buscar la vida. Diréis: “¿Pero por qué buscar la vida? Ya la tenemos, estamos vivos. Debemos buscar lo que no tenemos...” Estáis vivos, es cierto, pero la vida no es igual en todos los seres, la vida tiene grados. Desde el mineral hasta Dios, pasando por los vegetales, los animales, los hombres, los ángeles, todo está vivo. No basta con vivir, es necesario preguntarse qué vida se está viviendo. Por su constitución física, el hombre, evidentemente, lleva la vida de un hombre. Pero interiormente, su vida puede adoptar formas y colores infinitos. La vida de la que habla Jesús y que quiere aportar a todos los humanos, es la vida divina, esa corriente que brota pura y límpida de la Fuente original.

A menudo se ha comparado la vida con el agua que fluye. Pero ¡qué gran diferencia entre el agua que brota de la fuente, en la cima de la montaña, y la que llega a la desembocadura del río después de haber recibido toda clase de inmundicias e incluso de productos tóxicos! Este agua tan necesaria para los humanos para vivir, puesto que es más necesaria que el alimento (se puede vivir más tiempo sin comer que sin beber), es una fuente de regeneración, pero también una causa de muerte. Cuando un río llega a la llanura y atraviesa una gran ciudad, ¿quién pensaría ir a beber allí? En efecto, observad el Sena en París... No quiero ni describir todo lo que ha sido vertido en él a lo largo de su recorrido. Continua siendo la misma corriente de agua, pero ¡ya no es el agua pura que brotó en lo alto de la montaña!

Pura o contaminada, el agua siempre es agua, como la vida siempre es vida; pero no hay nada más vivificante que el agua pura, mientras que el agua contaminada trae la muerte. Incluso en nuestros días, ¡cuánta gente cae enferma y muere por haber bebido agua contaminada!

La vida brota del seno de Dios y desciende para dar de beber a todas las criaturas. Pero los humanos no son conscientes del carácter sagrado de la vida, manchan la vida de Dios, el agua de Dios. Seguramente estaréis sorprendidos y os preguntaréis: “¿Pero cómo podemos nosotros manchar la vida divina?” Cada vez que os mostráis faltos de sabiduría, de amor o de desinterés, es como si vertierais basura en el río del Señor. Y el río no protesta, lo acepta todo para ayudar a los humanos.

Guardemos esta imagen del río, porque ella nos aclara esta unidad infinita que es la vida. Entre el origen y la desembocadura de un río, ¡cuántas regiones diferentes son atravesadas, y por tanto, qué diferencia existe a su vez respecto a la calidad del agua! Sin embargo, es el mismo río. Cuando se habla de la vida, es necesario tener conciencia de que en ella se halla comprendida la totalidad de las existencias. Nada ni nadie puede escapar de la vida. Todas las criaturas se alimentan de esta vida, y por consiguiente, unas se nutren de la vida de las otras. Así pues, no os sorprendáis si os digo que, en un plano u otro, cada uno come y es comido.

Es muy fácil de comprender: cuando os sentís invadidos por pensamientos y sentimientos egoístas, injustos, malintencionados, es como si tomarais un alimento de las regiones inferiores de la vida. Cuando aceptáis estos pensamientos y estos sentimientos, los reforzáis; y no hacéis más que reforzarlos, porque los pensamientos y los sentimientos emiten a su vez unas ondas que se propagan, y con ello proyectáis unas emanaciones nauseabundas de las que se alimentarán otras personas e incluso las entidades infernales. Mientras que si os esforzáis en alimentar en vosotros pensamientos y sentimientos de armonía, de generosidad, no solamente os unís a las entidades superiores, sino que este alimento divino nutrirá a otras criaturas, criaturas luminosas, y de esta manera viviréis en ellas: porqué las habréis alimentado.

La vida está constituida de transformaciones, de transferencias incesantes de una criatura a otra. Cada una absorbe la vida de las demás y, a cambio, las alimenta también con su propia vida. Entonces, permaneced atentos sabiendo que sólo de vosotros depende el alimento que recibiréis y el que daréis, de quién vais a recibirlo y a quién vais a darlo. Las criaturas angélicas así como las criaturas diabólicas pueden alimentarnos o alimentarse de nosotros.

Diréis que los demonios están en el infierno y que es imposible que nos alimentemos de ellos o que ellos se alimenten de nosotros... Pero ¿cómo imagináis vosotros el infierno, y dónde creéis que se encuentra? Él también forma parte del río de la vida; sólo que no se encuentra en el origen, sino en la desembocadura, y él también es alimentado por la vida divina. Dios es el origen de la vida, y es Él quien lo ha creado todo, y nada ni nadie existe fuera de Él. Todo ser vivo vive de la vida de Dios. Es por lo tanto necesario aceptar que esos seres a los que se llama demonios también han recibido la vida de Él. Puesto que viven, no se les puede negar, y si Dios no les retira la vida, es porque acepta su existencia.

La luz, el amor y la paciencia de Dios alimentan a todas las criaturas. Evidentemente, aquellas que no permanecen junto a Él se ven privadas de estas bendiciones. Pero son ellas las que se privan, no es el Señor quien se las quita. Algunos se escandalizarán por la forma en que presento el infierno y los demonios. Pues bien, de nada sirve escandalizarse, es necesario razonar. Si las entidades oscuras no deben su vida a Dios, ¿quién entonces se la habrá dado? ¿Pudieron crearla ellas mismas, o quizás la recibieron de otro Creador? Si Dios no es el único dueño de la vida, esto significa que tampoco es el dueño del universo y por lo tanto no es todopoderoso. Ya veis en que contradicciones se termina cayendo... Entonces, comprended que si los espíritus infernales deben su vida a Dios, se alimentan también de la vida de Dios. Pero ¿qué alimento reciben? En ningún caso el que reciben los ángeles, sino los restos, los deshechos que fueron rechazados por otras criaturas a medida que el agua del río se aleja de la Fuente; porque en estos restos todavía se encuentran algunas partículas de esta vida procedente de muy arriba.

Es preciso que esto lo tengáis muy claro. Cuando sale de la Fuente divina, el río de vida desciende y en su descenso atraviesa estas regiones que los cristianos llaman jerarquías angélicas, y los cabalistas los sefirot. Pero la vida salida de Dios no se detiene ahí, y ella comprende también, más abajo, esas regiones que los cristianos llaman “infierno” y los cabalistas “kliphoth”, es decir cáscaras, restos. Estas regiones todavía contienen algunos átomos de la vida salida de Dios, es necesario repetirlo sin cesar, porque ninguna vida puede existir fuera de Dios. Si hubiera una vida fuera de Dios, significa que habría otro creador, y entonces tendríamos el derecho de ir a buscarle: puesto que el primero no sería todopoderoso, estaría justificado que fuéramos a buscar a otro.1

Debido a que esta cuestión de la unidad de la creación no ha sido claramente explicada por la Iglesia, hombres y mujeres han querido ponerse al servicio de Satanás para combatir al Señor. ¡Qué ignorantes! ¿Qué victoria pensaban alcanzar? No sabían que con ello absorberían todas las inmundicias, todos los restos caídos de la vida divina. Entonces, ¡qué verdadero beneficio obtendrían! En el plano físico, un malhechor, un monstruo puede comer el alimento más suculento y servirlo a sus invitados. Pero en el plano psíquico, sólo podemos comer o dar de comer un alimento semejante a nosotros, porque está en correspondencia con lo que somos nosotros, con nuestro corazón, nuestro intelecto, nuestra alma y nuestro espíritu. Atraemos lo que está en afinidad con nosotros y damos lo que emana de nosotros. Y según la calidad de este alimento nos reforzamos, nos enriquecemos... o bien sucumbimos.

“El ladrón sólo viene a robar. Y yo he venido para que ellos tengan vida...” ¿Por qué Jesús opone de esta manera las intenciones del ladrón a sus intenciones? El ladrón viene para coger y Jesús viene para dar. Y si viene para dar vida, es porque el ladrón al cual se opone viene para tomarla. ¿Quién es este ladrón que viene a despojar a los humanos? En realidad, se trata de numerosos ladrones, y de todas clases. Algunos están en el exterior, pero sobre todo, muchos se hallan en ellos mismos: son los deseos y la codicia que siempre están dispuestos a satisfacer sacrificando lo más precioso que poseen: la vida, la vida divina. Seguramente habréis leído en el Antiguo Testamento la historia de los dos hijos de Isaac: Esaú y Jacob. Esaú, que era el primogénito, pasaba los días fuera cazando o trabajando en los campos, mientras que Jacob pasaba el tiempo plácidamente en la tienda. Un día, al volver Esaú de los campos cansado y hambriento, encontró a Jacob ocupado preparando una sopa de lentejas. No pudiendo resistir ante la vista de este alimento, cedió a Jacob sus derechos de primogénito a cambio de un plato de lentejas. Perder los derechos de primogénito con el honor y las ventajas asociadas a este rango, por un plato de lentejas, ¡es un cambio ciertamente desproporcionado! Pero en realidad se trata de un relato simbólico que es necesario interpretar.

Esaú, que acepta renunciar a sus derechos de primogénito para poder saciar inmediatamente su hambre, es el ser humano dispuesto a sacrificar lo que tiene un gran valor a los ojos de su Padre celestial a cambio de los placeres inmediatos. Es preciso comprender el derecho de primogenitura en un sentido muy amplio; no se trata ahora de decir a los primogénitos de todas las familias que no abandonen las prerrogativas inherentes a su rango por nada del mundo. Aquí, os estoy hablando del plano espiritual y no del plano físico.

En las familias terrestres, siempre hay un hijo primogénito, luego el segundo hijo, después el tercero, etc., porque se hallan en el plano físico y en el plano físico, que está regido por las leyes del espacio y del tiempo, siempre existe un orden, una clasificación: un objeto detrás de otro, una persona detrás de otra; no pueden presentarse todos juntos en el mismo lugar y en el mismo momento. Pero en el plano espiritual, en la familia divina, los seres humanos son todos del mismo rango. Por lo tanto, a todos se les reconoce “el derecho a la primogenitura”, es decir la dignidad de hijos y de hijas de Dios. Depende exclusivamente de ellos tomar conciencia y trabajar para conservar su rango. Sólo aquél que sitúa en primer lugar sus ambiciones y sus instintos pierde esta dignidad de hijo de Dios: su padre ya no es Dios o el Espíritu Santo, sino esa entidad que Jesús, en los Evangelios, llamaba Demonio y que no es más que otro aspecto de ese Satanás que vino a tentarle en el desierto.2

La sopa de lentejas representa la satisfacción del estómago, pero el hambre también es sinónimo de todas las ambiciones, de todas las codicias. ¡Cuántos otros tipos de hambre empujan a los seres humanos a precipitarse sobre otras satisfacciones y les hacen perder sus derechos de primogénito, su dignidad de hijo de Dios! Cada vez que un ser cede a un instinto: la gula, la sensualidad, la cólera, los celos, la ambición, el odio, vende sus derechos de primogénito, su realeza interior por un plato de lentejas, y se empobrece, se somete, se vuelve un esclavo. Ha dado algo extremadamente precioso en él, partículas de vida divina a cambio de algo que no merecía la pena.

Y más tarde, cuando Isaac a punto de morir desea dar su bendición a Esaú, su mujer, Rebeca, hace de manera que sea Jacob quien reciba esta bendición. Cuando Esaú llega, ya es demasiado tarde, Isaac lo ha dado todo a Jacob y sólo puede decirle: “He aquí que a partir de ahora él será tu amo, y le he dado a todos sus hermanos como servidores, le he provisto de trigo y de vino... ¿qué puedo hacer por ti?” Esaú deja de ser su propio amo, porque es a su hermano a quién Isaac ha dado el trigo y el vino... El trigo y el vino... El trigo, del que se hace pan, y el vino: ¿es por casualidad que volvamos a encontrar aquí los dos alimentos simbólicos que Melkisedek entregó a Abraham y que Jesús entregaría a sus discípulos antes de dejarles? ¡Cuántas cosas se descubrirían en la Biblia si supiéramos interpretar todos estos relatos, y sobre todo si los relacionáramos entre sí!

Al decir: “He venido para que ellos tengan vida”, Jesús nos obliga a tomar conciencia de que nuestra comprensión de la vida es insuficiente. Hemos recibido la vida y vivimos... La utilizamos, nos servimos de ella para satisfacer nuestros deseos y nuestras necesidades, y de ese modo creemos que nos desarrollamos mientras que en realidad nos debilitamos. Y Dios que nos dio la vida para que fuéramos fuertes, hermosos, poderosos, luminosos y en la plenitud, sólo percibe desgraciados, enclenques, apagados y esmirriados.

Entonces, si hay algo que he comprendido, es que la única ciencia que merece la pena ser estudiada es la ciencia de la vida. Y quisiera arrastraros también conmigo, porque todos los demás temas que abordaréis, todas las demás actividades que emprenderéis sólo os aportarán verdaderamente algo si habéis comprendido esta realidad esencial: la vida. Lo que determina la calidad de vuestro comportamiento y vuestras ocupaciones es la manera en que consideréis esta vida divina que habéis recibido.

Los humanos se agotan buscando el poder, el éxito, el prestigio, el dinero. Admitamos que lo obtienen (lo que tampoco es nada seguro), pero si han gastado su vida, ¿qué les queda? Hacen de la vida un medio para obtener todo lo que desean, mientras que al contrario deberían considerarla como un objetivo y usar todas sus facultades en reforzar, iluminar y purificar la vida en ellos. En lugar de estudiar la vida, estudian la enfermedad y la muerte. Y sin embargo, debilitan y empobrecen la vida. Cuando sin vida no hay nada. No niego el valor de ciertas adquisiciones, pero gracias a la ciencia de la vida cada cosa encuentra su lugar y su sentido.

Es la vida la que alimenta el intelecto, el corazón y la voluntad. Cuando el hombre fomenta esta vida en sí, su intelecto comprende, su corazón ama y se regocija, su voluntad crea y se refuerza. En caso contrario, su intelecto se ensombrece, su corazón se enfría y su voluntad tambalea. Sin la vida, no hay ni tan siquiera ciencia posible, ni arte, ni filosofía. Por esto os lo digo, la ciencia de la vida es la clave de todas las realizaciones. Aumentad la vida, limpiad la fuente en vosotros para que el agua fluya más libremente: entonces podréis llenar los depósitos y enviar esta vida hasta el intelecto que se iluminará, al corazón que se abrirá a las dimensiones del universo, y a la voluntad que se volverá creadora, infatigable.

La vida, es como la gasolina para vuestro vehículo: si no tenéis gasolina, o si ponéis en el depósito cualquier otro líquido, no avanzará; ¡sin embargo no le falta ninguna pieza!... También puede ser comparada la vida a la sangre: incluso el hombre valiente más vigoroso yacerá inanimado si se le quita su sangre. Pero preguntadle a alguien: ¿Qué hacéis con vuestra vida? ¿Os ocupáis en conservarla, en hacerla más poderosa, más rica?” Y os mirará sorprendido, porque para él, conservar la vida únicamente significa no exponerse imprudentemente a los peligros y cuidarse cuando está enfermo. El resto del tiempo, la vida le sirve para correr en busca de placeres, de adquisiciones materiales y ganar dinero o conseguir prestigio. Este ignorante aún no sabe que el verdadero dinero, es su vida. Sí, ¡la vida es dinero! Y un dinero que permite hacer compras en tiendas mucho más elevadas que las tiendas de la tierra.

Los humanos aman el dinero, porque instintivamente sienten que representa todas las posibilidades que les da la vida. Sólo que se confunden: han tomado el oro, símbolo de la vida, el oro que viene del sol, por la vida misma.3 Del mismo modo que la vida lo da todo, el oro (o digamos el dinero, puesto que es el término más frecuentemente utilizado), lo da todo también, y por esto le conceden una importancia que no son capaces de dar a la vida. Porque han perdido la vida. Tiemblan ante la idea de que se les pueda robar su dinero, y toman precauciones inauditas para protegerlo. Observad los bancos: se han convertido en verdaderas fortalezas, no hay nada más vigilado y protegido que las cajas fuertes. Pero ¿por qué los humanos no tiemblan igual ante la idea de perder su vida, esta quintaesencia que el mismo Dios ha introducido en ellos y que hace de ellos sus hijos y sus hijas? Y puesto que son sus hijos y sus hijas, todas las riquezas del universo les pertenecen también. ¿No es esto más deseable que perder su vida persiguiendo algunas minucias?...

El dinero es la expresión material de todas las posibilidades que nos da la vida, sí, pero solamente su expresión material. Es necesario aprender a transportarlo a los otros planos: afectivo, mental, espiritual, con el objetivo de obtener en estos planos el equivalente de lo que se puede obtener en el plano físico.

La vida, es como el aceite para la lámpara,4 el agua para el molino, la gasolina para el coche, la corriente eléctrica para la fábrica, la sangre para el organismo. Es ella la que permite que todo funcione. Y sin embargo, es la más ignorada, la más despreciada. “¿Cómo? dirá alguien, si yo considero la vida como el bien más preciado. Ayer por la noche, cuando andaba por la esquina de una calle a oscuras alguien abalanzándose sobre mí me amenazó diciendo: ‘¡La bolsa o la vida!’ Pues bien, le di la bolsa...” Ah esto es cierto, cuando la cuestión se presenta de esta manera, se elige la vida. Pero en otro caso, no se piensa en ella, se echa a perder, se envilece. Es necesario hallarse entre la espada y la pared para comprender. Pero hasta entonces, no somos conscientes y desperdiciamos nuestra vida en búsqueda de satisfacciones y ventajas que nunca son tan importantes como la vida misma. Para ganar algunas monedas, para tener el placer de pavonearse por haber logrado cualquier victoria, ¡cuánta gente es capaz de malgastar su vida! En su balanza interna, frente a lo poco que han ganado, jamás se les ocurre la idea de colocar los tesoros de vida que han perdido.

¡Y cuántos hombres y mujeres piensan que la vida no tiene interés si no cometen excesos! Prefieren matarse a condición de vivir sensaciones intensas... ¿Acaso se preguntan si Dios les dio la vida para esto, y si no hay otras maneras de vivir intensamente?... No, la mayoría de los humanos tienen un concepto de la vida que les conduce a la muerte, la muerte física o la muerte espiritual, e incluso a menudo a las dos. Evidentemente, todos nos morimos un día, pero esto no debe jamás impedirnos estudiar la única ciencia verdadera: la ciencia de la vida. Porque ésta es la vida que tenemos en común con Dios y con todo lo que existe en el universo. Por lo tanto, al volvernos nosotros mismos más vivos, entramos en comunicación con Dios, con todas las criaturas y con el universo.

Entonces, ¿queréis volveros más vivos ¿queréis que vuestra vida sea más intensa en cuanto a sus vibraciones y a sus emanaciones? Entre los miles de consejos que puedo daros, retened por lo menos uno. Tomad conciencia de toda la vida que existe a vuestro alrededor, y respetadla como una manifestación de la vida divina. Por lo menos, si los seres humanos aprendieran a respetar esta vida en los demás, a su alrededor, esto representaría ya un gran progreso. En cambio, ¿cómo se consideran? Cuando se encuentran entre sí, ¿acaso piensan: “He aquí una criatura que, como yo, contiene una partícula de la Divinidad; por lo tanto, debo respetar y proteger a esta criatura”? No, no, a menudo sólo se consideran como sombras o como autómatas; se empujan, procuran aprovecharse los unos de los otros como si fueran objetos o instrumentos, y si se molestan demasiado, serán los primeros en eliminar al otro. Pero ¿qué vida esperan vivir con semejante conducta?

Volverse vivo significa despertarse a las manifestaciones infinitas de la vida a nuestro alrededor, saludar a las personas con las que nos cruzamos, ver en ellas la chispa de vida divina, darles las gracias por todo lo que nos dan o hacen por nosotros, y a veces sin incluso saberlo nosotros mismos. Volverse vivo es maravillarse sin cesar, contemplar siempre a los seres y a las cosas como si fuera la primera vez. Sí, esto es volverse vivo con la vida del mismo Dios. Puesto que la vida es el lazo más fuerte que nos une a Dios, para llegar a ser verdaderos hijos e hijas de Dios debemos trabajar en hacer que nuestra propia vida sea divina. Es posible hallar la verdadera religión en las iglesias, pero ella se encuentra ante todo en la vida, y por tanto, a nosotros nos corresponde mantener una relación consciente con todas las mejores manifestaciones de la vida.

1 “Sois dioses”, Parte V, cap. 1: “Dios por encima del bien y del mal”.

2 Ibid., Parte II , cap. 2: “Nadie puede servir a dos amos”, y cap. 3: “Las tres grandes tentaciones”.

3 “Buscad el Reino de Dios y su Justicia”, Parte IV, cap. 6: “El origen del oro se halla en la luz”.

4 “Sois dioses”, Parte VII , cap. 2, II: “El aceite de la lámpara”.

¿Qué es ser un hijo de Dios?

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