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II

LA SANGRE, VEHÍCULO DEL ALMA

Quien piensa en la vida, piensa naturalmente en la sangre, este líquido nutritivo que circula dentro del cuerpo de un gran número de especies animales y en el cuerpo humano. Perder la sangre significa perder la vida; ofrecer su sangre significa ofrecer su vida. Y como la sangre es el símbolo de la vida, ha desempeñado un papel importante en todas las religiones del mundo, y en especial en aquellas donde era considerada como un vehículo del alma. Derramar sangre animal, e incluso sangre humana en el altar de los dioses, era considerado como la mayor muestra de respeto y sumisión que se les podía manifestar: se les devolvía la vida que ellos habían dado. La sangre es pues un tema extremadamente rico que requiere muchas horas de desarrollo y explicaciones. De momento, quisiera detenerme en una práctica muy antigua y que todavía se practica en la actualidad: la circuncisión.

Está escrito en los Evangelios: “Habiendo llegado el octavo día en el que el niño debía ser circuncidado, se le dio el nombre de Jesús, nombre que había indicado el ángel antes de que fuera concebido en el seno de su madre...” Jesús fue por tanto circuncidado según la costumbre de los antiguos Hebreos de acuerdo con el precepto dado por Dios a Abraham: “Os circuncidaréis, y esto será una señal de alianza entre yo y vosotros. Al cumplir los ocho días, todo varón entre vosotros será circuncidado...” No conozco con detalle las diferentes maneras que se practicaba y se practica aún la circuncisión, ni qué sentido exacto pudieron darle las distintas culturas y religiones. Pero puedo deciros cómo yo la considero, desde el punto de vista más elevado de la Ciencia iniciática.

La circuncisión fue llamada en el Antiguo Testamento como “el signo de la alianza”, porque representa la consagración del órgano a través del cual se transmite la vida dada por Dios; y al mismo tiempo, el niño recibe su nombre, porque es en el nombre dónde se expresa la quintaesencia de un ser y de su destino. La circuncisión es una operación que lleva aparejada un desangramiento. Esta sangre que sale del cuerpo de un recién nacido es considerada como pura, y como procede de los órganos genitales está impregnada con fluidos poderosos. El sacerdote que había sido iniciado a los misterios sagrados conocía la manera de recoger esta sangre y la conservaba como un tesoro guardándola en un lugar reservado, así como el trocito de carne cortado, el prepucio, porque todavía estaba ligada al niño. Existía por tanto un vínculo mágico entre el trozo de carne, la sangre y el niño.

La primera función de la circuncisión consistía en que los padres llevaran sus hijos a consagrarlos al Señor para que se convirtieran en instrumentos de su voluntad, y de esta manera el pueblo se preparaba para la llegada del Mesías. Gracias a esta consagración, el niño era absorbido por influencias del cielo, por entidades que le acompañarían y se ocuparían de él. El niño que había sido consagrado por un sacerdote iluminado y puro se convertía en un servidor de Dios. Después, con motivo de algunas fiestas del año, el Sumo Sacerdote bendecía esta sangre, así como los prepucios, y de esta manera proyectaba fuerzas benéficas que actuaban favorablemente sobre los niños. Gracias a este rito, los sacerdotes evidentemente sometían a los hombres bajo su autoridad. Mientras estuvieron animados por un ideal de justicia y de amor hacia su pueblo, trabajaron para él, pero en los periodos en los que perdieron este ideal, utilizaron estas prácticas para asegurarse el poder.

Un acto por sí mismo es neutro, todo depende del significado que se le dé y de la finalidad con el que se ejecute. Este rito establecido por Abraham e inscrito por Moisés en la Ley, tenía sin duda tres motivos: el primero era estimular el deseo sexual con el fin de aumentar el número de nacimientos. Los Hebreos siempre estaban en lucha contra vecinos más numerosos que ellos y que amenazaban aniquilarles: cuantos más nacimientos hubieran, mayor sería el número de niños que más tarde se convertirían en guerreros. El segundo motivo sería someter a los hombres a la voluntad del sacerdocio. Y el tercero, el más importante, era dedicarlos al servicio de Dios consagrando algunas gotas de sangre que había circulado por este órgano a través del cual se transmite la vida.

Incluso el más ignorante de los hombres sabe que la sangre es un líquido infinitamente precioso y que aquél que pierde su sangre pierde también la vida. ¿Qué hay pues en la sangre que la hace ser tan valiosa?... en realidad, este líquido que circula en nuestro organismo es una materialización del fluido universal que circula en toda la creación. Así como este fluido nutre el organismo cósmico, la sangre nutre nuestro cuerpo. Constituye una síntesis de la vida universal, puesto que en su composición, con sus glóbulos rojos y glóbulos blancos, se vuelven a hallar, simbólicamente hablando, los dos principios, el masculino y el femenino, que son los dos grandes principios de la creación.

Mientras que la sangre circula en el interior del cuerpo, está protegida como si se hallara en un recipiente cerrado. Pero en el momento en que escapa del cuerpo por el motivo que sea, como todo líquido, se evapora; es decir que algunas partículas etéricas escapan al espacio. Y estas partículas están vivas, han conservado algo de estos elementos que hacen que la sangre sea portadora de vida. Por esto sirven de alimento a las entidades invisibles. Nada se pierde en el universo, siempre hay criaturas dispuestas a acudir en busca del alimento de la vida que se desprende de unas gotas de sangre.

Esta propiedad que tiene la sangre de desprender emanaciones que sirven de alimento a entidades del mundo invisible, ya era conocida desde la más remota Antigüedad. Los Iniciados, los sacerdotes utilizaban la sangre de las víctimas ofrecidas en sacrificio a los dioses para invocar a entidades del cielo o del infierno: estas entidades respondían a su llamada porque en esta sangre encontraban alimento. Incluso la literatura menciona tales hechos: se puede leer semejante relato en la Odisea de Homero o en la Eneida de Virgilio. Y entre aquellos que asistían a estas escenas, algunos, los más desarrollados psíquicamente, podían ver cómo acudían las entidades a beber la sangre derramada de los bueyes, las ovejas, los corderos y las aves inmolados a los dioses.

En la actualidad, en todos los países del mundo, todavía se practican sacrificios semejantes, en particular por brujas y magos negros (los magos blancos no sacrifican seres vivos, ni siquiera animales, para dar su sangre como alimento a las entidades del mundo invisible). Pero no trataré este tema, no me interesa, e incluso es peligroso. Si os estoy hablando del poder mágico de la sangre, es porque es necesario conocerlo, pero también para poneros en guardia. La sangre contiene muchas materias preciosas que pueden servir de alimento a los indeseables. Por esto, cuando se pierde sangre de la manera que sea, no deberíamos dejar que se secara ni librarnos de ella antes de haberla consagrado con el pensamiento a un fin benéfico y protegerla así contra las actuaciones de las entidades maléficas del plano astral, porque estas entidades sólo están esperando ser alimentadas por estas emanaciones para reforzarse.5

¿Por qué pensáis, por ejemplo, que Moisés dio unos preceptos tan estrictos en lo referente a la mujer durante el periodo de las reglas? Estaba escrito que: “La mujer que tenga un flujo de sangre en su carne permanecerá en su impureza. Cualquiera que la toque será impuro hasta el anochecer...” Hay una extensa enumeración de los casos en los que la mujer, perdiendo su sangre, es impura, y las precauciones que debe adoptar durante esos periodos. No sé cómo, en la actualidad, consideran los Judíos todos estos preceptos dados por Moisés en lo referente a las mujeres. Lo que sí sé es que se basan en un conocimiento referente a las propiedades que tiene la sangre de atraer entidades, y en especial las entidades oscuras del mundo astral que acuden a nutrirse de las emanaciones de la sangre humana y de ese modo se mezclan en su vida causando desconcierto en los seres.

La experiencia psíquica por la que pasa la mujer durante el periodo de la regla, está unida a los misterios de la vida y de la muerte. No entraré en detalles anatómicos y fisiológicos de este proceso. Para lo que debo explicaros, solamente quiero atraer vuestra atención sobre el hecho de que actualmente la mujer, no sólo expulsa la célula reproductiva, el óvulo, que no habiendo sido fecundado no se convertirá en un ser vivo, sino que también expulsa la sustancia, la sangre, que le habría alimentado. El óvulo muerto, que no ha sido fecundado, es en cierta manera un cadáver que ella expulsa. Entonces, ¿cómo no podría experimentar un sentimiento de tristeza y de melancolía? Es natural que esta pérdida la haga más vulnerable psíquicamente.

Al mismo tiempo que expulsa el óvulo muerto, la mujer pierde también por lo tanto la sangre portadora de vida que estaba destinada a alimentar a un niño. Es esta sangre la que atrae a las entidades inferiores del plano astral: quieren aprovecharse de las energías contenidas en esta sangre para reforzarse y así continuar sus acciones maléficas entre los seres humanos. Por esta razón Moisés dio prescripciones muy estrictas con respecto a la mujer durante este período, y se vuelven a encontrar estas mismas prohibiciones en otras religiones y culturas. Pero ¿es necesario observar siempre estas prohibiciones?

Del mismo modo que el hombre es un representante del Padre celestial, la mujer es una representante de la Madre divina,6 y no son sus reglas las que hacen que ella sea impura, sino los pensamientos y sentimientos negativos a los que puede entregarse durante estos pocos días en los que está psíquicamente menos bien armada. El fenómeno de la menstruación, en sí mismo, es neutro, no tiene nada de impuro, sólo es un proceso fisiológico. Pero es la mujer quien es pura o impura según lo que ella alimente en su cabeza y en su corazón. Y si se deja llevar por la cólera, los celos, el odio o la sensualidad, las entidades astrales se apoderan de los vapores emanados por su sangre y pueden utilizarlos para hacerle daño y hacer daño también a los seres que le rodean.

Pero este poder que tiene la mujer de atraer y alimentar con su sangre a entidades oscuras, lo tiene igualmente para atraer y alimentar entidades de luz. La mujer puede, al igual que el hombre, usar los poderes del pensamiento, que es hijo del espíritu, con el fin de hacer triunfar la luz. Es capaz de gobernar las corrientes oscuras que la atraviesan y de transformarlas en influencias benéficas que dirigirá para bien de toda la humanidad. De momento, todavía ignora las fuerzas que la naturaleza ha depositado en ella; y el hombre no se esfuerza demasiado en ayudarla para que tome conciencia de ello. Incluso al contrario, se ha preocupado más bien de mantenerla en la ignorancia y la dependencia. Ahora es el momento de que la mujer sepa que puede realizar grandes cosas gracias al poder de la sangre, una sangre que debe consagrar a Dios y a las entidades luminosas del mundo invisible. Consagrando su sangre realiza un acto de la magia más elevada y se manifiesta como una verdadera hija de Dios.

Algunos dirán: “¿Pero qué es lo que nos está contando? ¿Quiere arrastrarnos a hacer magia? ¡Qué horror! Nosotros somos cristianos y jamás nos dejaremos llevar por semejantes prácticas. Es el Diablo el amo de la magia...” Pues bien, como queráis. Hay seres perversos por doquier que utilizan tranquilamente estos conocimientos para hacer el mal, y cuando se da a los cristianos la posibilidad de utilizarlos para el bien, están ofuscados.7 Ante personas tan ignorantes y timoratas, los magos negros pueden frotarse las manos: tienen el campo libre para todas sus empresas maléficas.

¡Cuántas cosas no tienen interés para vosotros y os pasan desapercibidas porque no se os ha educado para que veáis su significado y su valor! Pero los Iniciados están atentos a todo, en todas partes ven la mano de Dios, el poder de Dios. Y en una gota de sangre, descubren la quintaesencia de la materia, los principios de los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego.

La sangre representa la vida que circula en el universo. Si se sabe cómo considerarla, se llega a sentir que dentro de nosotros está lo que más se acerca a la luz. Porque la sangre es la vida, “Y la vida es la luz de los hombres”, dice san Juan al principio de su Evangelio. Esta luz, que es la materia misma de la creación,8 puesto que Dios creó el mundo invocando a la luz, es ella la que está condensada en nuestra sangre. Por lo tanto, debemos estar muy atentos y considerar con inmenso respeto esta sangre que es luz condensada, la vida divina condensada. Y al igual que la sangre siempre regresa al corazón, nuestra vida debe regresar al corazón del universo: al Creador.

En la actualidad, muchos tienden a ver en la circuncisión una práctica de otros tiempos. Sencillamente es porque no comprenden lo que es la vida y el papel que los humanos deben desempeñar para su conservación y espiritualización. Si poseyeran esta luz, no se sorprenderían ni les extrañaría tanto esta práctica. Yo por mi parte, no estoy ni a favor ni en contra. Únicamente lo explico. En el contexto donde apareció tuvo su razón de ser; ahora la podemos conservar o abandonar, todo depende de la comprensión que de ella tengan los humanos.

5 “Sois dioses”, Parte V, cap. 3: “El mal es comparable a unos inquilinos...”.

6 “Buscad el Reino de Dios y su Justicia”, Parte VIII, cap., 2-II: “El hombre y la mujer, reflejos de los dos principios masculino y femenino”.

7 Ibid., Parte VI, cap. 3: “La magia divina”.

8 Ibid., Parte II, cap. 1-II: “¡Que se haga la luz!”.

¿Qué es ser un hijo de Dios?

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