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II

“NO ES LO QUE ENTRA EN LA BOCA LO QUE PUEDE ENSUCIAR AL HOMBRE...”

Después de haber leído, en uno de mis libros en el que hablo de la nutrición, el capítulo relativo al vegetarianismo,10 alguien me preguntó: “Pero ¿es tan importante no comer carne? En un pasaje de los Evangelios, Jesús dijo que no es lo que entra en la boca, sino lo que sale de ella lo que ensucia al hombre...” Es cierto, Jesús dijo eso, pero visto lo que esta persona añadió, vi que no había comprendido verdaderamente el sentido de las palabras de Jesús. Por eso me gustaría volver a este pasaje para interpretarlo.

Así pues, dirigiéndose a la muchedumbre que le seguía, Jesús dijo: “Escuchad y comprended: no es lo que entra en la boca lo que ensucia al hombre, sino lo que sale de su boca...” Cuando Jesús hubo pronunciado estas palabras, sus discípulos fueron a decirle que había escandalizado a los fariseos. Después, Pedro le pidió: “Explícanos esta parábola...” Y Jesús respondió: “¿Todavía no tenéis inteligencia? ¿No comprendéis que todo lo que entra en la boca va al vientre, y después es expulsado en los lugares secretos? Pero lo que sale de la boca viene del corazón y eso es lo que ensucia al hombre...”

¿Qué es lo que entra en nuestra boca? Principalmente el alimento, y salvo trastornos digestivos, este alimento no vuelve a salir por ella; lo que sale de nuestra boca, son, sobre todo, las palabras. Pero ¿acaso podemos decir que los alimentos no nos ensucian nunca? Si no están bien lavados, si están contaminados con productos tóxicos, pueden enfermarnos. Pero la palabra “ensuciar” se refiere más bien al mundo moral. Algunos alimentos, algunas sustancias pueden influir en nuestro mundo moral por los efectos que producen: la carne, el alcohol, la droga, tienen, en diferentes grados, consecuencias en la vida psíquica y, por tanto, en la vida moral del hombre. Por eso, desde su origen, la mayoría de las religiones impusieron unas reglas muy estrictas respecto al alimento y las bebidas. Estas reglas tenían ciertamente sus razones de ser, pero muchos de los que las respetaban no tenían, en cambio, ningún escrúpulo para transgredir los principios elementales de la justicia, de la honestidad, de la bondad. Eso es lo que Jesús les reprochaba a los fariseos, y eso es lo que se les podría reprochar todavía en nuestros días a ciertos fieles de otras religiones.

“Lo que sale de la boca viene del corazón, y eso es lo que ensucia al hombre...” Para comprender las palabras de Jesús, debemos remontarnos a aquello que la Ciencia iniciática revela sobre el ser humano y los diferentes cuerpos que lo constituyen: los cuerpos físico, astral, mental, causal, búdico y átmico.

El cuerpo astral es la sede de la afectividad, de los sentimientos, de los deseos: por tanto, en nosotros está representado por lo que llamamos corazón. Acordaos ahora de lo que os expliqué en la conferencia “Lo que revela el rostro humano”.11 Allí os presenté las relaciones que existen entre la frente y el espíritu, los ojos y el alma, la nariz y el intelecto, la boca y el corazón. Y la boca expresa lo que viene del corazón, del cuerpo astral.

Éste es, pues, el significado de las palabras de Jesús, lo que sale de la boca viene del corazón, y eso es lo que ensucia al hombre si no ha aprendido a purificar su cuerpo astral. La boca de la que aquí se trata es, evidentemente, la boca astral. Nada material sale de la boca física: ésta no hace más que tragar, absorber. En cambio, muchas cosas salen de la boca astral, porque a través de ella se expresan los sentimientos, las emociones, los deseos, y si estos sentimientos, estas emociones y estos deseos le son inspirados por su naturaleza inferior, el hombre se ensucia. Antes de ensuciar a los demás, se ensucia a sí mismo.



En realidad, existe una conexión muy fuerte entre las dos bocas, la física y la astral. Si dais satisfacción a la boca física, inmediatamente la boca astral expresa su placer y su satisfacción con una mirada, una sonrisa, y también con una palabra. La gente lo sabe bien, y por eso cuida la selección de los alimentos y su preparación cuando invitan a sus parientes y a sus amigos. Ofreciendo una comida suculenta, que agrada a las bocas físicas, esperan satisfacer también las bocas astrales. Inversamente, el que está mal alimentado, que traga cualquier cosa sin discernimiento o porque no tiene otra cosa que comer, no puede expresar después muy buenas cosas con su boca astral, su corazón. Por tanto, no hay que tomar al pie de la letra las palabras de Jesús, y, aunque no debemos dar demasiada importancia a lo que comemos, tampoco es bueno exagerar en el otro sentido descuidando ciertas reglas de higiene. Jesús no aconsejaba comer cualquier cosa y de cualquier manera.

Lo que entra, pasa por la boca física, y lo que sale, pasa por la boca astral. Pero, en realidad, ¿acaso no entra verdaderamente nada en nuestra boca astral? Sí, porque de la misma forma que sentimos y expresamos sentimientos y deseos, recibimos también los sentimientos y los deseos sentidos y expresados por los demás. Y a veces estos sentimientos y estos deseos son verdaderos productos tóxicos, venenos que pueden hacernos mucho daño. Es posible volverlos inofensivos transformándolos, pero hay que haber hecho un gran trabajo sobre uno mismo para soportar ver y oír todas las sandeces y los crímenes de los que son capaces los humanos sin dejarse envenenar y destruir. Únicamente los Iniciados, los grandes Maestros, saben quitar a estos “alimentos” su veneno y su poder de hacer daño para emitir después con su boca astral sólo sentimientos nobles y generosos. Las palabras de Jesús no se dirigen, pues, ni a los débiles ni a los ignorantes.

Y vosotros mismos, cada día estáis expuestos a las influencias y a las agresiones del mundo exterior. Éstas son alimentos que vosotros absorbéis. Pero si una mirada, una palabra, un gesto, un acto, logran quitaros vuestra fe, vuestro amor, vuestra luz y, por tanto, ensuciaros, eso significa que no sabéis alimentaros: deberíais haber escogido vuestros alimentos o mantener vuestra boca cerrada, simbólicamente hablando. ¿Por qué la habéis abierto a estos alimentos? Si no sabéis después cómo transformarlos, no debéis aceptarlos.

Diréis: “Pero ¿cómo no sentirnos molestos, heridos, por ciertas reflexiones o actitudes malévolas?” Evidentemente, en el plano físico, eso es imposible, pero, justamente, las palabras de Jesús no se refieren al plano físico. Interiormente, nuestra boca astral puede muy bien no aceptarlas, y entonces no nos sentimos disminuidos, heridos, porque no atentan ni contra nuestra integridad ni contra nuestra dignidad de hijos de Dios. Las injurias, las calumnias, o cualquier otra cosa tenebrosa que entre en la boca astral del hombre, puede llegar a no ensuciarle nunca. Únicamente lo que viene de él puede ensuciarle. No es responsable de ninguna otra cosa. Para el sabio, para el Iniciado, las palabras de Jesús son, pues, totalmente justas.

En los siglos pasados, el honor de los hombres y de las mujeres estaba basado ante todo en valores sociales y, por tanto, externos. Una palabra o un gesto atentando contra el honor obligaba inmediatamente a los nobles a batirse en duelo. Tenían que defender su reputación o la de su familia ante la sociedad y las generaciones futuras. Todo aquello que atentaba contra el ser humano, lo que “entraba en su boca” le ensuciaba. Debían “lavar su honor” e interminables tragedias nacían por casi nada. El que no respondía era considerado como un cobarde, un “gallina” y perdía la estima de los demás que le rechazaban. La literatura del siglo XVII francés, lo sabéis, está llena de historias de este género.

Es cierto que esta costumbre y esta manera de ver las cosas obligó a los hombres a hacer actos de valor. Pero, desde el punto de vista moral y espiritual, esta concepción del honor es falsa, deplorable, estúpida, porque no desarrolla realmente la nobleza y el valor, sólo sirve para salvar la cara, el prestigio social que, en realidad, es poca cosa. Para no perder su prestigio ante los humanos, esta gente se disminuía mil veces ante Dios.

La verdadera nobleza consiste en buscar soluciones más inteligentes, recurriendo a la conciliación. Pero eso exige en primer lugar todo un trabajo interior: el que ha sido ofendido debe comprender que ninguna maldad, ninguna acusación puede disminuirle a los ojos de Dios; si es inocente, las acusaciones y calumnias no cambian en nada lo que él representa para los ángeles y para Dios mismo.

Hay gente que no resiste un pequeño vaso de vino, inmediatamente están borrachos y cuentan todo tipo de sandeces. De la misma manera, ante la menor contrariedad ciertas personas pierden toda su sangre fría. El verdadero espiritualista, al contrario, es aquél que puede beber todos los licores embriagadores que le presenta el plano astral y conservar, a pesar de todo, una mirada límpida, un pensamiento claro, un paso recto y seguro.

Jesús no ignoraba que ciertos alimentos pueden ensuciarnos, pero sabía también que nosotros tenemos la facultad de resistir. Todos los días se nos proponen alimentos que se presentan como tentaciones. Ser tentado, es recibir una influencia. Y ¿qué es una influencia? Una corriente que trata de penetrar en nosotros, y por tanto, una especie de alimento. No siempre es posible oponerse a que surjan estas corrientes, pero una vez que se han introducido, nosotros debemos esforzarnos en transformarlas. Si sucumbimos, si nos dejamos ir en un gesto de debilidad, nuestro tribunal interior anota que no hemos sabido asimilar estas sustancias, y éstas van a reaparecer, de una u otra manera, bajo forma de impurezas, de trastornos psíquicos o hasta físicos.

Los alimentos nocivos que no dejamos pasar, seguro que no saldrán; debemos, pues, vigilar para no dejarlos penetrar. Pero, como no siempre lo conseguimos, una vez que han entrado, debemos trabajar para transformarlos y volverlos asimilables.

En la Antigüedad existió un rey, Mitrídates, que temiendo ser envenenado por la gente de su entorno, trató de inmunizarse con la ingestión progresiva de venenos, y lo consiguió muy bien: cuando, después de haber perdido una batalla, se tragó toda clase de venenos para no caer vivo en manos de sus enemigos, ninguno le hizo efecto y, finalmente, tuvo que pedir a uno de sus soldados que le apuñalase. Es cierto que podemos hacernos físicamente invulnerables a los venenos, otros lo hicieron también, además de Mitrídates. Pero ¿es eso tan necesario? Es probable que ninguno de vosotros corra el riesgo de ser envenenado, mientras que cada día, todos estáis expuestos a toda clase de venenos psíquicos, y ahí, si no sabéis cómo reaccionar, sucumbís.

Los discípulos de una Escuela iniciática deben ejercitarse para digerir todos los venenos que la gente estúpida o malévola pueda verter sobre ellos en el plano astral. De estos venenos es de los que hablaba Jesús cuando decía: “Bienaventurados seréis cuando os ultrajen, os persigan y digan falsamente toda clase de mal de vosotros...” Así pues, suceda lo que suceda, alegraos, y el Cielo se alegrará por vosotros: habréis superado bien la prueba.

En uno u otro momento, todo hombre es calumniado, ensuciado. El verdadero discípulo de Cristo es aquél que sabe neutralizar las suciedades que recibe sin que su boca profiera una palabra contra Dios o contra los hombres. Y aunque deje escapar, quizá, palabras de irritación, de indignación, de venganza, que vuelva al menos a entrar en sí mismo diciéndose: “Nunca debo olvidar qué lo que sale de mi boca es lo que me ensucia... Me han dado unos ingredientes que no he sabido utilizar, pero, en el futuro, trataré de transformar mi cólera y mi impaciencia en dulzura, en amor y en bondad...” Como una buena cocinera, el discípulo debe aprender el arte de la transformación y sacar partido de todo lo que se le presenta para preparar los mejores platos. Sí, ¡la cocina también tiene algo que decir!

Mirad los árboles: se les pone estiércol y dicen: “Nosotros sabemos bien que lo que entra en nuestra boca no puede ensuciarnos...” Entonces, se ponen a trabajar operando todas las transformaciones cuyo secreto poseen, y después nos devuelven unos frutos tan bellos, perfumados y sabrosos como feo, maloliente y repugnante era el estiércol que habían recibido. Sin embargo, ¿cómo actúan generalmente los humanos? Reciben una pequeña salpicadura ¡y devuelven un cubo de basura! Si hubiesen comprendido los preceptos de Cristo, cuando recibiesen veneno, se esforzarían por devolver miel.

Entonces, ¿cómo debéis reaccionar cuando un gesto, una palabra, una mirada, introducen en vosotros turbación, cólera o algún otro estado negativo? En primer lugar, debéis deteneros, hacer una pausa. Porque, si os dejáis llevar por vuestras reacciones instintivas, os arriesgáis a producir más daño del que os han hecho. La cólera es la irrupción de una fuerza bruta, y esta fuerza bruta no es mala necesariamente, incluso puede ser benéfica para vosotros y para los demás, siempre que sepáis controlarla para poder dirigirla después. Y para controlarla, debéis, en primer lugar, deponer las armas que esta reacción instintiva acaba de poner bruscamente a vuestra disposición. Así que, en primer lugar, debéis deteneros, callaros y razonar; porque el razonamiento es la única rama, la única roca a la que podéis agarraros para no ser arrastrados y llevados por las aguas del torrente. El hecho de detenernos prueba que hemos sabido a qué agarrarnos, que no hemos sido arrastrados por las fuerzas salvajes del torrente.

Pero, una vez que nos hemos detenido, ¿cómo reparar la turbación que hemos experimentado? Haciendo una respiración profunda, haciendo algunos movimientos armoniosos y rítmicos con las piernas, los brazos, la cabeza. Sabed que, aunque estéis atados, un solo dedo que tengáis libre os permitirá restablecer el equilibrio, la paz y la armonía dentro de vosotros. Podéis también escribir con el pensamiento en el espacio unas palabras mágicas con letras de luz: paz, sabiduría, amor, belleza... Estos medios tan sencillos dan grandes resultados; pero debemos ser capaces de mantener la suficiente lucidez y dominio de nosotros mismos para pensar en utilizarlos.

“Lo que sale de la boca viene del corazón...” En realidad, podemos decir que esta boca de la que habla Jesús representa las diferentes bocas de nuestro ser psíquico, no sólo la del corazón, sino también las de nuestro intelecto y nuestra voluntad. La palabra “boca” simboliza, pues, el conjunto de nuestras actividades. Igual que nuestro corazón es la boca por donde pasan nuestros sentimientos, nuestro intelecto es la boca a través de la cual se expresan nuestros pensamientos, y nuestra voluntad la boca que producirá nuestros actos. Vale la pena meditar sobre los poderes de la boca: ella construye o destruye, ensucia o purifica, encarcela o libera, puede ahorcar a un hombre o arrancarlo del suplicio. He ahí otro de los significados del primer versículo del Evangelio de san Juan: “Al principio era el Verbo...” ¡Cuántas dichas y desgracias empiezan por la boca!12

En el libro del Génesis, se dice que cuando Adán y Eva hubieron comido la fruta prohibida, se escondieron del Señor que recorría el jardín con la brisa de la tarde. Dios llama a Adán: “¿Dónde estás?” y entonces se entabla toda una conversación. Adán responde: “He oído tu voz en el jardín y he tenido miedo, porque estoy desnudo y me he escondido. Y Dios Eterno dijo: ¿Quién te ha dicho que estás desnudo? ¿Acaso has comido del árbol del que te prohibí comer? El hombre respondió: La mujer que pusiste junto a mí me dio del árbol y comí. Y Dios Eterno le dijo a la mujer: ¿Por qué hiciste eso? La mujer respondió: La serpiente me sedujo y comí...” 13

Una tradición dice que la fruta comida por Adán y Eva fue una manzana, otra que era un higo... Poco importa: lo que hay que ver en este texto, es que, de alguna manera, toca el mismo tema que la palabra de Jesús: el alimento. La serpiente, que es una personificación del mal, tienta a Eva proponiéndole comer de la fruta prohibida; después, Eva se la propone a Adán. Y cuando Dios les pregunta lo que ha sucedido, Adán acusa a Eva y Eva acusa a la serpiente. En realidad, hacer recaer la responsabilidad de nuestras faltas sobre un tentador (o una tentadora) no nos excusa. Si hemos actuado mal, somos culpables. No debemos sucumbir, no debemos “comer”, eso es todo, para no tener vergüenza de presentarnos ante el Señor cada vez que nos pregunta. “¿Dónde estás?”

Ahora, cuando se habla de tentación, es fácil considerar únicamente aquéllas que nos vienen del exterior, pero las tentaciones vienen también, y sobre todo, de nosotros mismos. Estamos habitados por voces interiores que nos hacen toda clase de sugerencias pretendiendo que son en interés nuestro y para nuestra felicidad. Y, en realidad, si las escuchamos, quedamos atados, y bien atados, porque estas voces no venían del mundo de la luz, y las entidades maléficas que han logrado la victoria se ríen después de este ingenuo al que han logrado capturar.

Un cuento búlgaro ilustra bien esta verdad. Un hombre había cometido toda clase de tropelías: raptos de mujeres seducidas, robos, asesinatos, etc. Finalmente, fue apresado y condenado a la horca. Cuando le ponían la cuerda al cuello, el Diablo se presentó ante él y le preguntó: “¿Ves algo allí abajo? – No. – Mira mejor. – Veo veinte mulos. – ¿Qué llevan encima? – Parecen sandalias, montones de sandalias. – Sí, pues bien, dijo el Diablo, son todas las sandalias que yo usé para llevarte hasta este cadalso en donde te van a ahorcar...” Aquél que no sabe resistirse a todas estas voces que hablan dentro de él para extraviarle, irá hasta el cadalso. Allí, el Diablo le mostrará todas las sandalias que usó para conducirle hasta ahí, y no le servirá de nada acusar al diablo, porque siempre es el hombre el que es considerado responsable de sus actos.

Es evidente que lo que comemos y bebemos tiene siempre consecuencias para nosotros. El que toma excitantes se agita; el que ha recibido un calmante está tranquilo; y el que ha tomado un somnífero se duerme. Igualmente, el pan enmohecido, los frutos estropeados o el vino malo con los que debe contentarse el mendigo, no sólo destruyen su organismo físico, sino que afectan también a su vida moral. Comer platos exquisitos o porquerías no puede producir exactamente los mismos efectos sobre nuestra salud física y psíquica.

Pero el estado en el que comemos es todavía más importante, porque también podemos envenenarnos con el alimento más sano y más suculento cuando no tomamos ciertas precauciones. ¿Cómo? Si al mismo tiempo que os lleváis a la boca los alimentos, estáis nerviosos por las preocupaciones, la cólera u otros estados negativos, estos alimentos se impregnan de los venenos de los que tales estados son portadores, y van a difundirlos en todo vuestro organismo. Sí, tenéis que saberlo: el alimento, a medida que lo absorbéis, se impregna con los elementos nocivos que vosotros estáis emitiendo, y os envenena. Evidentemente, lo inverso también es verdad.14

Es normal estar momentáneamente turbados o irritados por ciertos acontecimientos; pero entonces, aunque sea la hora de la comida, esperad un poco para comer hasta que hayáis vuelto a encontrar la paz y la armonía interiores. Y, si no podéis, si vuestras obligaciones os exigen comer en ese momento, haced al menos el esfuerzo de concentraron en el alimento impregnándolo con vuestro respeto y vuestra gratitud: estos sentimientos, de los que el alimento se vuelve soporte, al penetrar en vosotros, transformarán vuestros estados negativos.

Así que, ¿veis?, también ahí se verifican las palabras de Jesús: es lo que sale de nuestra boca, de nuestra boca astral (nuestros pensamientos y nuestros sentimientos), lo que ensucia al hombre, puesto que eso ensucia también aquello que entra en él: el alimento. Pero nada de lo que viene del exterior puede ensuciarle si él es verdaderamente puro. Incluso cubierto de barro, un diamante conserva su pureza y su belleza; bastará con limpiarlo para que brille de nuevo con todo su esplendor. Y el verdadero espiritualista es comparable al diamante: nada puede ensuciarle, salvo si él mismo renuncia a su cualidad de diamante y se deja ir hasta volver a convertirse en carbón.

A veces sucede que aquél a quien se le han hecho reproches y críticas exclama: “¡Lo que he tenido que tragarme!” ¿Verdad? Ésta es una expresión que todo el mundo conoce y utiliza. Todo el mundo sabe, pues, que existe una boca psíquica, una boca astral. Gracias a la fe, el amor, la sabiduría, la paciencia y todas las virtudes, nosotros podemos transformar la materia bruta, grosera e impura que recibimos, en alimento digerible para poder merecer el diploma de buen cocinero. Alguno dirá: “Pero un diploma de cocinero, ¡no es algo muy glorioso!” Digamos, entonces, si lo preferís, ¡un diploma de alquimista! Hay muchos puntos comunes entre la cocina y la alquimia.15

Os lo dije, la nutrición es un tema inagotable, porque concierne a la totalidad de nuestro ser. Todo lo que absorbemos nos enseña sus secretos. Conocer es introducir en uno mismo las cosas y los seres para estudiarlos. La nutrición es la llave del conocimiento: debemos empezar siempre por absorber aquello que queremos conocer. La boca es, pues, el principio, el primer órgano de la sabiduría.16 Ella responde a nuestras preguntas sobre la naturaleza de los alimentos que se nos presentan: ¿tienen gusto? ¿Son benéficos para nuestra salud?... La boca nos enseña, pues, el discernimiento.

Al poner en todas las criaturas, incluso en las más ínfimas, la obligación de alimentarse, la Inteligencia cósmica las obliga a adquirir al menos un saber rudimentario: al comer empiezan a estudiar la naturaleza de las cosas. Para desarrollarse y aprender, hay que empezar siempre por saborear. Y lo que es cierto para los microbios lo es todavía más para los humanos. Pero para ellos, evidentemente, comer ya no se limita al plano físico. Su corazón, su intelecto, su alma y su espíritu tienen también necesidad de alimento. Cuando rezáis, meditáis, leéis, estudiáis... cuando contempláis los colores, las bellezas de la naturaleza, cuando escucháis música, ¿qué hacéis sino alimentaros en los planos superiores? Ahí también, si no comemos, nos debilitamos y, después, morimos. Los que no quieren estudiar, rezar, meditar, están abocados a la anemia y, después, a la muerte espiritual. Éste es el argumento que hay que dar a los perezosos que no quieren salir de su inercia psíquica: “¿No quieres comer? Pues bien, morirás...”

Pero volvamos de nuevo a las dos funciones esenciales de la boca: la nutrición y la palabra. El alimento entra en nuestra boca y la palabra sale de ella. Pero ¿acaso no hay una relación entre el alimento y la palabra? Sí, y esta relación es particularmente clara en la figura de Cristo. Cristo, es el Hijo, la segunda persona de la Trinidad, el Verbo creador proferido por el Padre. Y se manifiesta igualmente como comida, cuando Jesús dice: “Yo soy el pan bajado del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá eternamente...” O también, en el momento de la Cena, cuando da el pan y el vino a sus discípulos diciendo: “Tomad, comed, esto es mi cuerpo... Bebed, ésta es mi sangre...”17

Hasta podemos encontrar en los Evangelios un pasaje en el que el pan es claramente identificado con la palabra. Cuando, después de haber ayunado cuarenta días en el desierto Jesús tuvo hambre, el diablo vino a tentarle sugiriéndole transformar las piedras en pan. Pero Jesús le rechazó diciendo: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios...” 18

En el plano espiritual, Cristo es el Verbo de Dios, está conectado con Dios lo mismo que la palabra está conectada con el hombre que la pronuncia; y, en el plano físico, es el pan. He ahí otro aspecto de las relaciones que existen entre el mundo de abajo y el mundo de arriba, entre el mundo físico y el mundo espiritual.

10 El yoga de la nutrición, Col. Izvor n° 204, cap. V: “El vegetarianismo”.

11 Los dos árboles del Paraíso, Obras completas, t. 3, cap. III: “Lo que revela el rostro humano”.

12 Los frutos del Árbol de vida, Obras completas, t. 32, cap. XI: “El Verbo vivo”.

13 El árbol del conocimiento del bien y del mal, Col. Izvor n° 210, cap. I: “Los dos árboles del Paraíso”.

14 La vía del silencio, Col. Izvor n° 229, cap. IV: “Un ejercicio: comer en silencio”.

15 El trabajo alquímico o la búsqueda de la perfección, Col. Izvor n° 221.

16 El segundo nacimiento, Obras completas, t. 1, cap. V: “El amor escondido en la boca”.

17 “Buscad el Reino de Dios y su Justicia”, Parte VI, cap. 2 III; “El que coma mi carne y beba mi sangre”.

18 “Sois dioses”, Parte II 3: “Las tres grandes tentaciones”.

La piedra filosofal de los Evangelios a los tratados alquímicos

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