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LA BALANZA CÓSMICA – EL NÚMERO 2
I
El 21 de Marzo, el sol entra en el signo de Aries. Es el equinoccio de primavera. Los días y las noches tienen igual duración. Después del reposo del invierno, la naturaleza se despierta: las semillas empiezan a germinar, los brotes aparecen en los árboles. Y mientras el sol prosigue su marcha a través de los signos de Tauro, de Géminis, de Cáncer, de Leo y de Virgo, vemos que la tierra se cubre de hojas, de flores y de frutos. Cuando, el 23 de Septiembre, el sol entra en el signo de Libra, es el equinoccio de otoño. De nuevo, los días y las noches tienen igual duración, pero, en esta época, se efectúa la siega, se recogen los frutos, y la naturaleza entra en reposo. Después de la fase ascendente (de Aries a Virgo), empieza la fase descendente (de Libra a Piscis).
Libra es el séptimo signo del círculo del zodíaco. ¿Por qué hay una balanza en el cielo, y qué nos enseña? En medio de esta sucesión de criaturas vivientes, de seres humanos y de animales, que representa el zodíaco, la balanza es sólo un objeto, y más exactamente todavía, un instrumento para pesar, como si, con sus dos platillos, mantuviese en equilibrio los poderes de la luz y los de las tinieblas, los poderes de la vida y los de la muerte. A Libra, le precede Virgo, una muchacha que lleva unas espigas de trigo, y le sigue Escorpio, animal con un aguijón venenoso que puede matar. Esta oposición está también subrayada por el hecho de que, en Libra mismo, es Venus la que domina, mientras que Saturno está en exaltación. Venus y Saturno, ¡qué asociación! Venus, una joven muchacha que encarna la gracia, los intercambios armoniosos, los placeres, y Saturno, anciano austero, que se complace en la soledad y que, armado con una hoz, siega la vida de las criaturas.
Libra, en el zodíaco, es un reflejo de la Balanza cósmica, este equilibrio de los dos principios opuestos pero complementarios, gracias a los cuales el universo apareció y continúa existiendo.
Está escrito en el primer libro del Zohar: “Ya dos mil años antes de la creación del mundo, las letras estaban ocultas, y el Santo, bendito sea, las contemplaba y se deleitaba con ellas. Cuando quiso crear el mundo, todas las letras, pero en orden inverso, vinieron a presentarse ante Él... De esta manera, Tav, Shin, Resch, Qof, Tsadé, Pe, Ain, Samesch, Nun, Mem... se presentaron, una tras otra, ante el Creador y le expusieron las cualidades que las hacían dignas de ser instrumentos de su creación. Pero Dios no las aceptó. Lamed, Kaf, Iod, Teth, Heth, Zain, Vav, He, Daleth, Ghimel, se presentaron también, y Dios tampoco las aceptó. Finalmente, se presentó la letra Beth, la segunda letra del alfabeto, y Dios le dijo: “Me serviré de ti, efectivamente, para operar la creación del mundo, y tú serás, así, la base de la obra de la creación...” Por eso, las dos primeras palabras del Génesis, “Berechit bara”, empiezan con la letra Beth.
Diréis: “¿Y la letra Aleph? ¿Por qué no la menciona Vd.?” Pues porque Dios le dio a la letra Aleph, un destino especial. “La letra Aleph dice el Zohar, se quedó en su sitio sin presentarse. El Santo, bendito sea, le dijo: “Aleph, Aleph, ¿por qué no te has presentado ante mí como todas las demás letras?” Ella respondió: “Dueño del Universo, viendo que todas las letras se presentaban ante ti inútilmente, ¿por qué iba a presentarme yo también? Luego, cuando vi que ya decidiste darle este don precioso a la letra Beth, comprendí que no es propio del Rey Celestial quitar el don que ha dado a uno de sus servidores para dárselo a otro...” El Santo, bendito sea, le respondió: “¡Oh! Aleph, Aleph, a pesar de que me vaya a servir de la letra Beth para operar la creación del mundo, tú tendrás compensaciones, porque serás la primera de todas las letras, y sólo tendré unidad en ti; tú serás la base de todos los cálculos y de todos los actos hechos en el mundo, y no se sabrá encontrar la unidad en ninguna parte que no sea en la letra Aleph...” Aleph, la primera letra del alfabeto, representa el número 1, la unidad de Dios.
Y puesto que en el alfabeto hebreo las letras representan también a los números, la segunda letra, Beth, corresponde, por tanto, al número 2. Así pues, la creación es la obra del 2. Pero, ¿qué es el 2? Es el 1 polarizado en positivo y negativo, masculino y femenino, activo y pasivo. Desde el momento en que hay manifestación, hay partición, división. Para manifestarse y darse a conocer, el 1 debe dividirse. La unidad es el privilegio de Dios mismo, su dominio exclusivo. Dios, para crear el 1, tuvo que convertirse en 2. En el 1 no puede haber creación, porque no puede haber intercambios. Dios se proyectó, pues, fuera de Sí mismo polarizándose, y el universo nació de la existencia de estos dos polos. El polo positivo ejerce una atracción sobre el polo negativo, e inversamente. Es este mecanismo de acción y de reacción recíproca el que desencadena y mantiene el movimiento de la vida. La detención de este movimiento conllevaría el estancamiento y la muerte, el retorno al estado de indiferenciación primera. Las primeras líneas del libro del Génesis revelan que la creación se operé mediante divisiones sucesivas. El primer día de la creación, Dios separó la luz de las tinieblas. El segundo día, separó las aguas de arriba de las aguas de abajo. El tercer día, separó las aguas de la tierra firme. Y en el otro extremo de la creación, la célula, que es el más pequeño elemento de todo organismo vivo, se reproduce por desdoblamiento, por división en 2.
El 1 es una entidad encerrada en sí misma. Para salir, debe convertirse en 2. En la ciencia de los Iniciados, el 2 no es 1+1, como en aritmética, sino el 1 que, para crear, se ha polarizado en positivo y negativo. Sólo que, para comprender los términos “positivo” y “negativo”, cuando se trata de los dos principios, no hay que darles un significado psicológico o moral (es positivo lo que es bueno, constructivo; y es negativo lo que es malo, destructivo). Hay que interpretarlos acordándose de que estos términos pertenecen, en primer lugar, al vocabulario de las ciencias físicas en donde las dos grandes fuerzas son la electricidad y el magnetismo. En ambos casos, encontramos la polarización en positivo y negativo, es decir, emisivo y receptivo: un enchufe eléctrico tiene dos polos, un imán también. Cuando transponemos estos términos del dominio de las fuerzas de la naturaleza al plano psíquico o espiritual, aplicamos el carácter positivo o emisivo al principio masculino, y el carácter negativo o receptivo al principio femenino.
En el Árbol sefirótico, Hochmah, la sabiduría, es la segunda séfira. El 1, Kether, se divide allí en positivo y negativo. En Hochmah, el nombre de Dios es Iah, que está compuesto de dos letras, Iod (principio masculino) y He (principio femenino) que han engendrado el universo.
A la segunda letra del alfabeto hebreo, Beth, corresponde la segunda carta del Tarot: la Papisa. Entre otros detalles relevantes, descubrimos que lleva en la cabeza una tiara sobre la que hay una media luna cuya forma se parece a la de una balanza, y que está sentada ante dos columnas, entre las que hay tendido un velo. Estas dos columnas representan, simbólicamente, los dos pilares del Templo de Salomón: Yakin y Boaz. A la derecha se levanta Yakin, y a la izquierda Boaz. Uno es azul y el otro rojo, lo que revela su diferencia de naturaleza. En nuestros días, las cartas del Tarot son consideradas, sobre todo, como un juego en el que algunos tratan de leer el futuro. Pero los Iniciados del pasado que las crearon, depositaron en estas cartas una gran parte de su ciencia bajo forma de símbolos. Aquellos que saben interpretar estos símbolos ven abrirse ante ellos un inmenso campo de reflexiones y de descubrimientos.
Las dos columnas son, pues, de colores diferentes, azul y rojo, que expresan la oposición de lo masculino y de lo femenino. Volvemos a encontrar esta misma idea en el Árbol sefirótico, con los dos pilares de la Clemencia y del Rigor, a uno y otro lado del pilar central, el pilar del Equilibrio. En el pilar de la Clemencia, los sefirots Hochmah, Hesed y Netzah, representan los poderes masculinos, y en el pilar del Rigor, los sefirots Binah, Geburah y Hod, representan los poderes femeninos; y sólo pueden trabajar juntos armoniosamente si son mantenidos por esta instancia superior que está representada por el pilar central: los sefirot Malkut, Iesod, Tipheret, Daath y Kether. A estas dos fuerzas, antagonistas pero complementarias, controladas por aquélla que las domina todas, Kether, la Corona; los cabalistas las llaman la Balanza cósmica.
Uno de los libros del Zohar, el Siphra di-Tzeniutha (es decir, el Libro Secreto) empieza con estas palabras: “Hemos sabido que el Libro Secreto es el libro concerniente al equilibrio de la balanza. Antes de que hubiese balanza, la faz no miraba a la faz y los primeros reyes perecieron por falta de alimento...” Estos reyes son, evidentemente, simbólicos. Son igualmente mencionados hacia el final del libro como “siete reyes en la tierra de Edom, que son los cascarones caídos al mundo de abajo”. Pero la palabra “cascarones”, es la traducción literal del hebreo kliphoth. Los kliphoth son los reflejos invertidos, tenebrosos, de los sefirot divinos. Los kliphoth representan, pues, las energías, las entidades, las criaturas, que no respetan el equilibrio de la balanza. Por eso se dice que los reyes perecieron por falta de alimento: dejaron de ser alimentados por las grandes luces que vienen de la Cabeza sublime de arriba, Kether.
El símbolo de la balanza domina toda la creación. Hemos visto ya que los cabalistas dividen el Árbol sefirótico en cuatro regiones*:
* Ver Del hombre a Dios (Izvor N° 236), cap. II: “Presentación del Árbol sefirótico”.
- Olam Atsiluth, o mundo de las emanaciones compuesto por los sefirot Kether, Hochmah y Binah.
- Olam Briah, o mundo de la creación compuesto por los sefirot Hesed, Geburah y Tipheret.
- Olam Ietsirah, o mundo de la formación, compuesto por los sefirot Netzah, Hod y Iesod.
- Olam Asiah, o mundo de la acción: la séfira Malkut.
En cada mundo, una séfira central equilibra las otras dos:
- En Olam Atsiluth, Kether equilibra a Hochmah y Binah.
- En Olam Briah, Tipheret equilibra a Hesed y Geburah.
- En Olam Ietsirah, Iesod equilibra a Netzah y Hod.
- En Olam Asiah, Malkut equilibra todo el edificio.
La balanza existe, pues, en los cuatro mundos. Y puesto que el hombre es un reflejo del universo, la balanza existe también en él en los cuatro mundos:
- En Olam Atsiluth, que representa el mundo divino del alma y del espíritu: Neschamah.
- En Olam Briah, que representa el mundo mental, el intelecto: Ruah.
- En Olam Ietsirah, el mundo astral, el corazón: Nephesch.
- En Olam Asiah, el mundo físico, el cuerpo: Guph.
Y puesto que la ciencia de la balanza es, también, la ciencia del hombre, hay que saber que los reyes de Edom están, igualmente, dentro de él: son los siete pecados capitales; y si el hombre permite que se manifiesten sin control, sobrevienen el desorden y la anarquía. Pero como la Inteligencia cósmica no acepta la anarquía, todos los seres que se sitúan fuera del orden creado por ella, son destruidos: también ellos perecen por falta de alimento. Por el contrario, aquél que trata de realizar el equilibrio de la balanza construye en sí mismo el Templo del Señor.
Es evidente que todas estas ideas son, aún, oscuras para vosotros, pero no os desaniméis. Si tenéis realmente el deseo de comprender y de realizar en vosotros el equilibrio de la balanza, gracias al cual se logra armonizar lo positivo y lo negativo, lo masculino y lo femenino, el rigor y la clemencia, recibiréis aclaraciones. Durante vuestras meditaciones, e incluso por la noche, durante vuestro sueño, otros seres distintos de mí os darán explicaciones.
II
La Ciencia iniciática tiene por objeto darnos a conocer el origen de las cosas. Y el origen de las cosas, es el mundo de las ideas, de los principios, de los números. La creación y toda la multiplicidad de los acontecimientos que en ella se producen, pueden reducirse a números, y la Ciencia iniciática nos muestra cómo estos números se ponen en movimiento para actuar. El número, es la idea, y la cifra es su vestidura, su manifestación. La cifra es la figura del número. Si llegamos a vivificar los números, a comprender cómo funcionan, cómo trabajan, vemos que son fuerzas que actúan en la naturaleza, y sus conjunciones, sus separaciones, sus multiplicaciones, sus divisiones, engendran las formas y los movimientos. Cuando observamos la concha de un caracol o la estructura de un cristal, ¿cómo no admirar el trabajo de los números? Todos los principios de la aritmética los volvemos a encontrar en las piedras, en las plantas, en los animales, en las estrellas, en los cuerpos de los hombres, en su vida psíquica, e incluso en su destino.
Estudiemos ahora el número 2. ¿De dónde proviene la forma de su cifra? Originariamente no se trazaba exactamente tal como hoy lo conocemos. El rizo del principio apareció más tarde. Primitivamente, se presentaba como dos líneas paralelas conectadas por un trazo: Z. Este trazo que reúne las dos líneas es muy importante. Significa que estas dos corrientes no están separadas ni son contrarias, sino que se trata, en realidad, de la misma corriente que circula en dos planos diferentes. Todo sucede como con las corrientes de aire de convección que circulan entre el suelo y las capas de la atmósfera: la parte de la corriente que sopla a ras de suelo, se dirige en un sentido, y la que sopla en la altura, se dirige en sentido inverso. Nos damos cuenta de ello cuando observamos la dirección de las nubes y la del viento en el suelo.
Mirad, también, a los hombres que hacen girar una rueda empujando en los extremos de una viga de madera. Parece que unos van en un sentido y los otros en sentido inverso, cuando, en realidad, puesto que dan vueltas, van en el mismo sentido, y sus esfuerzos se suman. Pero para darse cuenta de esto, hay que encontrarse por encima de ellos. Si permanecéis en su nivel, tenéis siempre la impresión de que van en dos direcciones opuestas. La rotación de la rueda es asegurada por el trabajo de estos dos movimientos, contrarios en apariencia. Esta imagen es interesante de estudiar: revela que si esas dos corrientes aparentemente contrarias, concurren, en realidad, a un mismo fin, es porque están conectadas con el centro. Y en el universo, este centro es Dios. Hay que tener bien presente esta idea cuando se estudia el número 2.
Tanto en la creación, como en las criaturas, todos los aspectos de la vida están gobernados por el número 2. Pero sólo podemos comprender el 2 si mantenemos la conciencia del 1. Existe una realidad única, pero el ١ se polariza y todo lo demás se deriva de esta polarización. Lo esencial para nosotros es comprender la naturaleza de estos dos polos, y cómo trabajan juntos. Si sus relaciones son armoniosas, podemos decir que hay realmente polarización. Sucede algo análogo con los signos de amistad que las personas se envían de cerca o de lejos. Si no, no se puede hablar de polarización, sino de división, de enfrentamiento. En vez de realizar un trabajo en la comprensión, en la armonía, las dos partes se oponen y acaban por destruirse.
En realidad, de la división puede también salir algo como la germinación del grano. Para que un grano de trigo germine, por ejemplo, tiene que dividirse. Antes de germinar el grano es 1, pero, sembradlo en tierra, y se convierte en 2. Entonces llega el 3, el germen que estaba contenido dentro de él; y ahora que sale, empieza a extraer fuerzas de las dos partes del grano. Los dos principios alimentan al tercero, que crece. En el grano hay, pues, una división, luego una fermentación, y el grano mismo desaparece. Asistimos a su muerte, pero esta muerte tiene su misión, no sólo en la naturaleza, sino también en la vida interior. Es gracias a esta muerte que el hombre se despertará a una vida nueva. Jesús dijo: “Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, permanece solo; pero, si muere, aporta muchos frutos...” Pero, ahí hay otro misterio.
El número 2 es el de la Iniciación. Todas las cuestiones más profundas, las más complejas, las más peligrosas, están ahí, en el 2, que contiene incluso el secreto de la existencia del Diablo. Todo lo que está relacionado con el 2 es difícil. Ni siquiera dijo Dios del segundo día de la creación que fuera bueno. Para todos los demás días se dice: “Dios vio que era bueno...” Pero sobre el segundo día, nada se dice. Dios no se pronunció sobre este día. El número 2 es el más temible, porque en él se encuentran todas las posibilidades de división, de bifurcación. Ahí es, pues, donde empieza el mal.
No todo el mundo está facultado para poder adentrarse en este estudio y profundizar el misterio del 2. Cuando lo comprendemos y somos capaces de trabajar con él, es el número del orden, de la armonía, de la construcción, pero es el número de la oposición y de la destrucción para aquél que no posee la sabiduría. Todo depende, pues, de nosotros, de nuestra capacidad de estudiar y de comprender. Según nuestra comprensión y nuestro comportamiento, será el bien o el mal lo que surja del reencuentro de estas dos fuerzas.
La Papisa, representada en la segunda carta del Tarot, está sentada frente a las dos columnas del Templo, y entre estas dos columnas, está tendido un gran velo que prohíbe la entrada y la oculta. La Papisa tiene su mano derecha puesta sobre un libro entreabierto (ésta es, por otra parte, la única carta del Tarot en la que aparece un libro) y dos llaves en su mano izquierda. Estos símbolos significan que debemos instruirnos para obtener las llaves que permiten apartar el velo y acceder a los Misterios. El libro es 2 y las llaves son 2. El número 2 representa la entrada del santuario. Al penetrar por esta puerta, nos encontramos ante un camino extraño y misterioso. No podemos saber lo que encontraremos siguiéndolo, pero es seguro que haremos grandes descubrimientos. La Papisa nos dice: “Instrúyete, hijo mío, y verás como todo en el universo ha sido maravillosamente dispuesto por el Creador. Si no estudias, no tendrás una visión justa de las cosas, no serás capaz de establecer la conexión correcta entre los elementos del 2, encontrarás oposiciones y enemigos, y aprenderás la realidad del número 2 en la lucha y las desgracias...”
No hay más que una cosa que comprender, una sola: el 2, la existencia de los dos principios positivo y negativo, masculino y femenino. El universo ha sido creado por los dos principios, y por tanto, sólo subsistirá, y la humanidad seguirá subsistiendo y progresando, gracias al trabajo de los dos principios. Diréis: “¿Es así de sencillo? ¡Antes nos decía que era difícil!” Sí, es así de sencillo, ¿por qué buscar complicaciones? Las complicaciones sólo vienen de la incapacidad de los humanos para comprender y utilizar las diferentes manifestaciones de esta polaridad. Los dos principios están en la base de la vida y los encontramos en todos los fenómenos de la vida, sean físicos, psíquicos o espirituales.