Читать книгу La balanza cósmica (número 2) - Omraam Mikhaël Aïvanhov - Страница 5
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LAS OSCILACIÓN DE LA BALANZA
Cuando el niño aprende a leer, empieza por identificar las letras del alfabeto. Una vez que las ha estudiado bien, se vuelve, poco a poco, capaz de reconocerlas en las palabras que encuentra, hasta el día en que consigue leer frases enteras. De la misma manera, en el curso de la Iniciación, el discípulo atraviesa numerosas fases durante las cuales ve, poco a poco, cómo se trazan y se juntan las letras del gran libro cósmico que son los elementos de la creación. Y cuando al principio de su Evangelio, san Juan escribe: “Al principio era el Verbo y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios... Todo lo que se hizo fue hecho por Él...” ello significa que al principio, entraron en acción todos los principios del alfabeto divino; de arriba abajo de la creación, y hasta el plano físico, reprodujeron las mismas estructuras que habían creado arriba. Todo lo que existe en el plano físico puede ser considerado como palabras, frases, poemas formados a partir de los diferentes elementos del Verbo.
Para el profano, la naturaleza aparece, a primera vista, como un inmenso desorden, un auténtico galimatías, y aunque los científicos han tratado de hacer clasificaciones para ver las cosas más claras, muy pocos son capaces de descubrir los lazos secretos que existen entre todos los elementos de la creación y de ver que estos elementos, aparentemente separados, forman, en realidad, un todo. Únicamente la visión del todo revela la armonía de los principios que, a primera vista, parecen oponerse (lo masculino y lo femenino, lo activo y lo pasivo, lo positivo y lo negativo, la luz y las tinieblas, el calor y el frío, el bien y el mal), así como la armonía de los fenómenos que de ellos se derivan. Para aquél que ve las cosas con claridad, hay balanza, es decir, equilibrio. Él mismo está en la balanza, y ya no abandona el equilibrio. Pero equilibrio no significa finalización de las oscilaciones, inmovilidad. La ausencia de oscilaciones supondría el estancamiento.
Cuando el Zohar habla del equilibrio de la balanza, no se trata de un estado en el que los dos platillos de la balanza permanecen perfectamente inmóviles. El equilibrio perfecto significaría el retorno a la indiferenciación original anterior a la creación. Cuando Dios se polarizó para crear, la balanza se puso en movimiento, empezó a oscilar. Por otra parte, según ciertas tradiciones, la creación del mundo no comenzó con la constelación de Aries, sino con la de Libra, que está opuesta a ella en el círculo del zodíaco.
La media luna situada sobre la cabeza de la Papisa, traduce también correctamente esta idea de la oscilación de la balanza. A pesar de que en ciertos períodos aparezca ante nuestros ojos bajo la misma forma circular que el sol, simbólicamente, la luna está representada por una media luna, es decir, con dos cuernos. Sí, y no es por casualidad que se habla de los “cuernos” de la luna, y que en ciertas mitologías las divinidades femeninas estuviesen representadas por bestias con cuernos. La mujer – aquí la Papisa – que es el símbolo vivo de la naturaleza creada por Dios, está situada bajo el signo de la balanza, es decir, del flujo y del reflujo: después de la luz, las tinieblas, y de nuevo la luz... después de la actividad, el reposo, y de nuevo la actividad...
Mientras que la creación no esté acabada, la balanza seguirá oscilando. El equilibrio absoluto es sinónimo de perfección, y ¿qué puede haber más allá de la perfección? Nada, todo se detiene. La oscilación de la balanza expresa que la creación está siempre realizándose: tiende hacia el equilibrio absoluto, y por tanto, hacia la inmovilidad, sin alcanzarlo nunca. El día en que lo alcance, entrará de nuevo en el seno del Eterno.
La evolución supone una perpetua oscilación de los dos platillos de la balanza. He ahí aún otra enseñanza del número 2. Si el movimiento se detiene, sobreviene la muerte porque el equilibrio perfecto impide los intercambios. Y la vida, sólo está hecha de intercambios. Estos intercambios son como hilos que se tejen entre las criaturas, así como entre las criaturas y las cosas. Sin embargo, este movimiento debe ser medido, porque, si uno de los platillos se eleva demasiado alto, el otro desciende demasiado abajo, y se produce la caída: también aquí la oscilación se detiene, ya no hay vida. Lo que nosotros llamamos equilibrio es, en realidad, un cierto desequilibrio. Pero este desequilibrio debe ser limitado y momentáneo: el equilibrio es momentáneamente roto para ser restablecido inmediatamente. De esta ruptura de nivel, brotan fuerzas que deben ser rápidamente recuperadas por un movimiento contrario a fin de ser dominadas. Es, pues, esta oscilación la que engendra la vida, y podemos decir que la vida es un desequilibrio sin cesar reequilibrado.
El acto de caminar, ilustra perfectamente este fenómeno. Caminamos adelantando alternativamente un pie, y después el otro. En el momento en que adelantamos un pie, nuestro cuerpo está en un ligero desequilibrio que rectificamos adelantando el otro pie. Observad cuán fácil es perder el equilibrio y caerse: el menor obstáculo, una piedra, pueden provocar la caída. Y no hablemos del que ha bebido demasiado: ¡las oscilaciones cuando camina son de proporciones espectaculares!
Cada elemento, cada objeto, cada situación, cada criatura, es una fuente de energías, pero para que estas energías se manifiesten, hay que ponerlas en un estado de desequilibrio, es decir, en una pendiente. Considerad el agua colocada en una superficie plana, se extiende como una capa dulce y tranquila: no hay pendiente, y no puede circular. Pero ahora, dadle a este agua una cierta pendiente: su poder aumenta, y si es abundante, produce una energía capaz de hacer funcionar fábricas enteras.
Lo mismo sucede en el hombre. Existe en él una pendiente por la que descienden, sin cesar, fuerzas en cascada, y es necesario canalizarlas para que produzcan un buen trabajo. El número 2 es la mayor pendiente que Dios ha dado al hombre; sólo que esta pendiente debe ser, sin cesar, reequilibrada, porque un exceso en un sentido acaba produciendo un exceso inverso. Esto es lo que vemos, por ejemplo, en las personas que alternan estados de sobreexcitación y de abatimiento. Nuestra vida psíquica está fundada en un cierto desequilibrio, y este desequilibrio, cuando es dominado, aporta riqueza, creación.
Los genios, por ejemplo, no son seres equilibrados en el sentido ordinario del término (este equilibrio no engendra, a menudo, sino mediocridad). Incluso al contrario: los genios son, a menudo, seres que, al sentirse amenazados por poderes oscuros, tratan de dominarlos por medio del trabajo, de la creación, y de esta forma llegan a realizar obras grandiosas. Mientras que otros, mucho más “equilibrados”, al no tener que hacer grandes esfuerzos para vivir y sentirse bien, siguen siendo insignificantes, desdibujados.
Para nuestro progreso, es necesario un cierto desequilibrio, pero siempre que sepamos observarnos, analizarnos y poner los remedios adecuados cuando los platillos de la balanza acusan un desequilibrio demasiado grande. Saber equilibrar las fuerzas nos da un poder mágico sobre nosotros mismos y sobre la naturaleza, pero debemos vigilarnos también para conservar cierta oscilación. Porque el día en que los dos platillos están totalmente equilibrados, ya nada avanza, y se instala la muerte. ¡La muerte es el equilibrio perfecto! Esto es lo que observamos en ciertas personas: las vemos hablar, caminar, ocuparse, y sin embargo, nos dan la sensación de estar muertas, porque se estancan. Día tras día, las volvemos a encontrar siempre iguales, como si un resorte interior se hubiese distendido: tienen el mismo rostro petrificado, inexpresivo, reproducen los actos del día y repiten las palabras del día anterior, etc. Podemos llamarle equilibrio a esto, si queréis, pero ¡qué aburrimiento para los que les rodean! Dan ganas de salir huyendo.
Siempre tenemos, pues, que hacer ajustes dentro de nosotros mismos; pero también hay que hacerlos respecto a los juicios que emitimos sobre los demás, y a la actitud que debemos tener para con ellos. Lo que nosotros llamamos justicia, no es, en realidad, más que una sucesión de ajustes (por otra parte, justicia y ajustes tienen la misma raíz), ¡y por eso es tan difícil de ser justo! He ahí una noción que los adultos – padres y educadores – deben tener bien presente cuando han de pronunciarse sobre los hijos y velar para su desarrollo. Ante aquél que es siempre bueno, obediente, tienen tendencia a pensar: ¡Oh! ¡qué mono es, qué adorable!” Desde luego, es más fácil ocuparse de un niño que se queda quieto cuando se le dice que no se mueva, que no habla cuando se le dice que se calle, etc. Pero este niño tan bueno, tan dócil, ¿qué hará más tarde? Evidentemente, poca cosa, seguirá siendo insignificante. Por el contrario, frente a un niño voluntarioso e indisciplinado que causa preocupaciones a los que le rodean, sus padres; los vecinos y los educadores no cesan de lamentarse: “¡Oh! ¡exagera verdaderamente! ¡mire cuántas tonterías ha hecho aún!” Sí, pero este niño que fatiga e importuna a todo el mundo, tiene más posibilidades de llegar a ser alguien. Por el momento dicen que exagera, lo que significa que los platillos de su balanza están mal equilibrados, pero cuando haya aprendido a dirigir sus energías, se distinguirá por su carácter y sus talentos. Y la tarea de los padres y de los educadores es la de ayudarle.
También en los desequilibrios de la existencia: la enfermedad, las pruebas... sucede que los humanos se ven obligados a progresar. ¿Qué es una guerra, por ejemplo? Una pendiente vertiginosa. En este desequilibrio, los buenos encuentran condiciones para ser mejores todavía, y los malos para ser todavía más malvados... La vida crea perturbaciones para poner a los humanos en este estado de desequilibrio que les obliga a desarrollarse, a transformarse, o por lo menos, a revelarse y a conocerse a sí mismos. Si no tienen pruebas o peligros que afrontar, ¡cuántos se desconocerían a sí mismos! Así, algunos, que parecían insignificantes, se manifiestan como héroes, mientras que otros, que parecían capaces, inteligentes, honestos, sucumben enseguida o se ven arrastrados a cometer actos cobardes, criminales, etc.
¡En cuántos terrenos podemos verificar aún que la vida es creada por esta oscilación entre fuerzas o situaciones contrarias! Toda la abundancia y la variedad de las riquezas que aparecen en la superficie de nuestro planeta son debidas a que esta superficie no es plana, sino que hay diferentes niveles, desde las altas cimas hasta las profundidades terrestres y marinas. La diversidad de los climas, de la flora, de la fauna, etc., de donde se deriva, en parte, la diversidad de las civilizaciones, es debida a que la superficie de la tierra no está nivelada, ¡y esto es magnífico!
Y los humanos tampoco deben estar nivelados. ¿Por qué? Para que haya entre ellos intercambios fructíferos, toda una circulación. El único punto que deben tener en común, es un alto ideal, el deseo de progresar siempre en el amor y en la luz. Para lo demás, ¡que sean diferentes! Es esta diferencia lo que hace su vida rica y bella.