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Performación de sujetos de la violencia política mediante la genealogía de dispositivos

Oriana Bernasconi R.




Introducción

En este capítulo describo el enfoque performativo y la estrategia de la genealogía de dispositivos como una alternativa para el estudio empírico del sujeto y las formas de sociabilidad, agencia, conocimiento e identidad que se organizan en torno a él. Esta perspectiva surge de mi interés por examinar a los sujetos des(figurados) por la violencia política, más allá del paradigma dominante: el de la víctima.

La víctima es un tipo de subjetividad relativamente nuevo, constituido en el daño o vulneración y en la intervención destinada a repararlos. La “victimidad” es también un enfoque para pensar a los sujetos afectados por la violencia y la vulnerabilidad (Butler 2006, Gatti 2017). Si bien el enfoque de la víctima es fructífero para calificar y reparar a los afectados y sancionar a los responsables, presenta limitaciones desde el punto de vista de los sujetos y el mundo social que produce. En primer lugar, suele operar subsumido a los objetivos del régimen posviolencia que ayuda a crear y a la necesidad de reconstruir la nación (Wilson 2011, Tejero 2014, Mora Gámez 2016), reconociendo y restituyendo los derechos de las víctimas (Humphrey 2003) y ejerciendo justicia en contextos “transicionales”. Segundo, y por este mandato, tiende a asumir una visión individualista del blanco de la violencia, disolviendo el rol de la colectividad en su gestión y resistencia y oscureciendo aquellas situaciones y sujetos marginados del proceso de clasificación (compañeros de partido, de organización, familiares, colegas, etcétera). Tercero, comúnmente los informes de verdad excluyen de su tarea mencionar a los responsables y juzgar los eventos en cuestión. Estos encuadres limitan el abordaje de las situaciones históricas, las relaciones y prácticas sociales y las causas políticas desde un plano de defensa de un proyecto colectivo, familiar o personal (Jelin 2014, 157). Cuarto, es un enfoque que tiende a desconocer la capacidad de modelación de la propia violencia de quienes son sometidos a ella y los efectos de la violencia sobre la subjetividad: si las víctimas se consideran a sí mismas como tales o más bien como héroes, guerrilleros, activistas o víctimas simultáneas de otras vulneraciones como la marginalidad o la discriminación (Butler, Gambetti y Sabsay 2016, Butler y Athanasiou 2013); y cuál es, a su parecer, la experiencia de la “victimidad”. Quinto, por el predominio de lógicas sobre-legalistas y/o factual-forenses (Posel 1999, Buur 1999), el estatus de víctima ancla la condición al evento traumático, reduce lo que sucede al lenguaje del síntoma y excluye la problematización del proceso vital posterior al evento. En suma, la víctima suele aparecer como una entidad singular, “actuada” por la violencia (ya doblegada), abstraída de la lucha ideológica de la que es efecto, y desprovista de agencia y de política. Fassin y Rechtman (2007) critican, además, la capacidad heurística y política de este paradigma, toda vez que la condición de víctima se habría extendido al sujeto moderno en general, no solo porque luego de los ataques a las torres gemelas todos somos potenciales víctimas, sino porque el lenguaje de la “victimidad” se ha instalado hasta en el repertorio discursivo de quienes practican la guerra.

Sin desconocer la figura de la víctima, he intentado avanzar en la formulación y uso de una conceptualización y estrategia analítica más comprehensiva para el estudio de los sujetos de la violencia política, que permita recuperar los espacios de resistencia, agencia, subjetividad y socialidad, así como los proyectos políticos y societales opacados en el paradigma de la víctima, ampliando la problematización hacia otros actores y procesos, más allá de la díada perpetrador-víctima, de modo de proponer otras memorias e instrumentos para construirlas. El enfoque de la performación de los sujetos de la violencia política mediante la estrategia de la genealogía de dispositivos, se inscribe en este interés. Desde él concibo a los sujetos de la violencia política como el blanco de la acción iterativa de una multiplicidad de elementos heterogéneos, movilizados en una lucha performativa trazable en el marco de una comprensión procesual de la violencia estatal y su resistencia.

El producto de ejercicios genealógicos sobre la performación de sujetos es un relato abierto que no aspira a agotar el repertorio de dispositivos intervinientes ni identificar relaciones causales o leyes, pero sí a señalar el carácter plural de estos sujetos, identificar en el tiempo la red de elementos y prácticas que los sostienen, describir los mecanismos de operación de las tecnologías que articulan conductas y saberes específicos en torno a ellos, analizar cómo son objetivados y subjetivados, definidos con más o menos agencia, capacidades, estatus –e incluso moral– y trazar los efectos que sus (des)figuraciones provocan en el tejido social.

En este capítulo expongo este enfoque recurriendo a la figura del detenido desaparecido por la Dictadura cívico-militar de Pinochet, que analicé con la lingüista Marcela Ruiz (2018). Sistematizo y comento aquí los procesos metodológicos, analíticos y éticos que fuimos articulando ante el desafío de trazar –mediante investigación de archivos– las inscripciones que han investido a este sujeto no sobreviviente del terrorismo estatal. Describiré un enfoque en desarrollo, inmanente, producido al tiempo que íbamos definiendo el objeto de estudio y que, como dice Cerrutti, es “partícipe de las formaciones culturales que analiza y de las prácticas que problematiza” (Cerrutti 2015, 13).

Comienzo presentando los principales conceptos y herramientas movilizados para conducir la investigación social mediante este enfoque, en el contexto de mi propio desarrollo en el campo de la sociología del sujeto, en general, y de la sociología de los sujetos de la violencia política, en particular. Luego describo la trastienda de nuestro proceso investigativo para el caso de el/la detenido/a desaparecido/a, reparando en asuntos metodológicos, éticos, políticos y analíticos, en el contexto de una indagación interdisciplinar en archivos. Termino reflexionando sobre los alcances de este tipo de investigación para el estudio de sujetos (des)figurados por la violencia de Estado y, de modo más amplio, para el campo de los estudios de sujetos y subjetividades.


Construyendo el objeto

A mi juicio, la práctica investigativa en ciencias sociales no se reduce a las estrategias y procedimientos con que sometemos a examen a un corpus determinado de datos; ella pasa también, en primera instancia, por la definición que hacemos del objeto de estudio y por lo que apostamos que podemos decir de esa entidad provistos del conjunto de herramientas, preguntas e intereses con que nos acercamos a ella. De ahí que en ocasiones como esta, hablar de enfoque metodológico me parece restrictivo y prefiera utilizar la noción de enfoque epistémico o, incluso, de enfoque onto-epistémico para explicar mis investigaciones.

Mi trabajo (Bernasconi 2015, 2016, Bernasconi, Ruiz y Lira 2018, Bernasconi y Ruiz 2018, Ruiz y Bernasconi 2019, Bernasconi, López y Ruiz 2019), ha venido promoviendo el desplazamiento de los estudios sobre individuos, sujetos y subjetividades desde una matriz antropocéntrica, dialéctica y modernista, donde este fenómeno es concebido como propiedad inherente de un actor humano individual o un producto de estructuras materiales o discursivas (por ejemplo, instituciones o ideologías), para observarlo desde perspectivas post-antropocéntricas, poshumanas, simétricas y pragmáticas (Gomart y Hennion 1999, Hennion 2007, Mol 2002, 2008, Barad 2007, Blackman et al. 2008). Sujeto, desde mi perspectiva, no “refiere al producto de la psyche o del lenguaje”, sino al blanco de la acción de distintos regímenes y sus consiguientes prácticas, estrategias, actores, lógicas de acción, racionalidades y tipos de conocimiento espaciotemporal situados. Sujeto es, para mí, el efecto de condiciones contingentes y diversas que requieren ser exploradas en relación. Desde estas coordenadas, he intentado promover la extensión del campo de estudio de los sujetos y las subjetividades desde la pregunta clásica sobre la emergencia del sujeto (abordada generalmente como un asunto de producción y/o reproducción) hacia cuestiones relativas a sus condiciones de existencia, estabilización, sostenimiento y distribución (Haraway 1991, Callon y Law 1997, Thrift 2008, García 2010, Arruda 2011, Callus y Herbrechter 2012).

En el artículo “A performative and genealogical approach to the liminal subject’s social sustenance: the case of the disappeared detainee in Chile” (Una aproximación performativa y genealógica al sostenimiento social del sujeto liminal: el caso del detenido desaparecido en Chile), nos propusimos analizar cómo la sociedad chilena ha sostenido al detenido desaparecido, el sujeto que la literatura denomina como la figura total de la violencia política (Arendt 1973, Gatti 2008, 2011).

La práctica de la desaparición forzada, otrora en los márgenes sociales, fue utilizada fuera de toda ley y de modo sistemático durante los años setenta y ochenta por las dictaduras cívico- militares en el cono sur americano para “exterminar” a los actores políticos, instituyendo con ello, un nuevo tipo de sujeto: el desaparecido. En Chile, recordemos, aún se desconocen las causas y circunstancias de muerte así como el destino final de los cuerpos en el 87 % de los casos de desapariciones producidos por la Dictadura. La violencia estatal, de género, los conflictos armados, las narco-guerras y varias combinaciones entre estas, han terminado por expandir este tipo social por América, hoy por hoy, el continente de las desapariciones. Según el Centro Nacional de Memoria Histórica en Colombia, habría más de 81,000 desaparecidos producto del conflicto armado, la mitad producidos en los últimos diez años. Y, pese a los acuerdos de paz firmados en 2016, las desapariciones no han cesado. En 2018 desaparecieron en promedio diecisiete personas por día en ese país. Guatemala, El Salvador, México, Brasil, Uruguay, Ecuador, Honduras, Nicaragua, Paraguay y Perú, también registran cientos y miles de ciudadanos abducidos, cancelados, “tragados” o “chupados” por violencias de distinto tipo.

En el caso chileno, pero también en las sociedades hermanas, desde la perpetración del crimen, hace más de cuatro décadas, este sujeto no sobreviviente del terrorismo de Estado, ha sido sistemáticamente actuado y hablado por otros que han disputado su figuración en el intersticio entre vida y muerte. Esta constatación permite proponer un ejercicio sociológico para el estudio de un sujeto que es, al mismo tiempo, evidencia de una modalidad de violencia radical, y de la productividad de procesos de contestación social que buscan contrarrestar los intentos por extirpar ciudadanos de la faz de la tierra, otorgándoles persistencia social y temporal.

Este asunto de los esfuerzos sociales involucrados en sostener una figuración de sujeto determinada, no ha tenido la atención que merece en este campo de estudio. Perspectivas post-constructivistas y post-sociales como, por ejemplo, corrientes del feminismo, de los estudios de ciencia y tecnología y de la Teoría del Actor-Red, que prescinden de teorías sustantivas del sujeto y que subrayan el carácter relacional, inmanente, pragmático y post-antropocéntrico de este constructo, sin duda, contribuyen al desarrollo de estas áreas de indagación (Barad 2010, Braidotti 1993, Law 2004, 2007, Latour 2005, Selgas 2010, Thrift 2008, Bernasconi 2015).

Reconstruir parte de la trama de prácticas y discursos que han permitido sostener a el/la detenido/a desaparecido/a en el tiempo, nos parecía también un ejercicio ético-político, toda vez que se sumaría humildemente a aquellas actividades que han traído una y otra vez a este sujeto al presente, haciéndonos parte de la serie de actores y cosas que han participado de su pervivencia social. Se trata también de un ejercicio de memoria que lucha contra el intento originario de su erradicación, sustentado en el desvanecimiento de todo vestigio sobre el cual sustentarla. Inscribir una investigación sociológica como acción de memoria pasa por reconocer el carácter performativo de las intervenciones sociales que podemos realizar con nuestros estudios y, como advierte Law (2004) o Grosz (2017), por afirmar con ellos el tipo de mundo que queremos construir. Y es que la “promesa” del enfoque performativo (Bell 2007) no recae en sus capacidades explicativas, sino en el propio acto de intervención sobre ciertas realidades para iluminar sus posibilidades y considerar, una y otra vez, sus modos de constitución de modo de contribuir a figurar nuestra actualidad.


Performación de sujetos

El enfoque performativo en el contexto de la genealogía de dispositivos permite articular acciones, pensar procesos –relaciones de fuerza, juegos de verdad, estrategias, resistencias– y examinar al sujeto como efecto de prácticas contingentes, relacionales y distribuidas en el tiempo.

En el idioma inglés, la noción de performance se utiliza en el habla cotidiana para denominar a una actuación o representación, para referirse al cumplimiento de una tarea o al desempeño o rendimiento de una persona en un campo de especialización determinado, y para nominar el comportamiento o conducta de un individuo. Tanto en inglés como en el original etimológico proveniente del francés, el concepto remite a la idea de completar, llevar a cabo o realizar. Siguiendo a Butler (2004) y a la filosofía y la pragmática del discurso (Austin 1962, Searle 1969, Derrida 1971), cuando hablamos de performación de sujetos como estrategia de análisis sociológico, nos referimos a la identificación y examen de las prácticas, condiciones y regímenes mediante los cuales los sujetos son puestos en acto (Butler 2017, 39). Lo que nos interesa de esas prácticas, condiciones y regímenes es su capacidad para instituir, instaurar, lograr o realizar (accomplish) una cierta figura de sujeto.

En este punto es importante distinguir el enfoque performativo de su falso análogo, los actos performáticos (performances). Estos últimos, como elabora Diana Taylor (2013), se caracterizan por la puesta en escena de actuaciones predeterminadas mediante el recurso de formas expresivas como la danza, el teatro o los rituales y las apariciones públicas colectivas como las protestas políticas. Estos recursos y la irrupción que provoca en la escena pública en que se desenvuelven sirven para distinguir los actos performáticos de las prácticas cotidianas y rutinas características de los lugares donde las performances aparecen.

Cuando decimos que un sujeto es figurado performativamente, entendemos que no hay una sustancia dada, anterior o predeterminada, ninguna interioridad original, sino que el sujeto está siendo constituido en y a través de los actos que lo hacen viable de ciertas maneras situadas y particulares. Entre tales actos suceden relaciones de citacionalidad (Butler 1993, 15), a través de las cuales materializa, sedimenta y se sostiene “la complicidad con el poder en la formación del yo” (Butler 1993, 15).

La noción de performatividad toma distancia de ciertos rasgos de la teoría social sobre el sujeto. Primero, y como plantea Butler (2010), evita la matriz positivista que nos lleva a acercarnos a nuestros objetos de estudio con cierta comprensión delimitada o predefinida de lo que estos son. En este caso, la propia pregunta por el sostenimiento de sujetos liminales, es decir, en estado de indeterminación ontológica, nos distancia aún más de esa compulsión positivista. Segundo, se diferencia de los supuestos que otorgan carácter metafísico a ciertas construcciones culturales, oscureciendo nuestra capacidad para comprender la diversidad de mecanismos que participan incesantemente en la producción de lo social, incluyendo en ello, como advierte Callon (2006), el reconocimiento de la capacidad de los métodos de investigación y de la teoría social para modelar y actualizar los fenómenos que estudiamos. Tercero, la performatividad busca describir actuaciones –y no solo actos lingüísticos– con efectos ontológicos, es decir, capaces de traer a existencia ciertas entidades o por lo menos de generar efectos socialmente significativos sobre entidades sociales (Butler 2010, 147). Cuarto, el enfoque performativo disputa la idea de que “lo social” se hace de una vez y para siempre enfatizando, más bien, los esfuerzos sostenidos, consecutivos, regulados que son necesarios para que una cierta entidad sea reconocida como tal. Quinto, más que entidades singulares y unificadas, probablemente lo que terminemos por examinar son entidades múltiples o al menos plurales. Sexto, la configuración de sujetos es un logro relacional, no individual.

La pregunta por la performación permite capturar y analizar cómo un determinado sujeto es figurado y con qué efectos. Interesa identificar y examinar las prácticas discursivas y no discursivas que hacen que un determinado fenómeno aparezca como una entidad distinguible a través del tiempo. Por ejemplo, el patriarcado, el mercado o el sujeto de la violencia de Estado, son producidos por la repetición ritualizada de convenciones que hacen culturalmente viable estas formaciones (Butler 1997, 144). Siguiendo a Butler (2017), es importante retener que si bien la noción de performatividad tributa de los desarrollos en el campo de la pragmática del lenguaje y, en particular, del trabajo de Austin sobre la capacidad ilocutiva y perlocutiva de los actos de habla, ni dichos actos de habla ni la performatividad de modo más general corresponden a la acción de un sujeto (hablante) singular o discreto (Butler 2017, 34-35). La agencia performativa se halla distribuida entre entidades y cosas, por ejemplo, prácticas institucionales, tecnologías, experticias u objetos, que coexisten con el sujeto performativo. Como agrega Bell (op. cit.) leyendo a Butler, es esa pluralidad de coexistencias la que está a la base de la constitución performativa del sujeto y la que abre el espacio para la pregunta ética y política sobre el mundo en que coexistimos.

Bajo este enfoque, interesa también explorar los efectos que esta configuración de sujeto provoca en lo social. Como hemos puntualizado, las prácticas performativas producen entidades por la recurrencia, reiteración o iterabilidad de ciertos enunciados y/o acciones convencionales que sedimentan e incluso naturalizan determinados modos de ser o aparecer (ciertas relaciones de género, o la idea de la autonomía del mercado, por ejemplo). Como advierte Butler en relación a la heteronormatividad, el éxito del logro performativo radica en parecer “natural”, es decir, en su capacidad de ocluir el esfuerzo empeñado en su figuración a través de la repetición regularizada y obligada de las normas de género. La dimensión ética y política de este enfoque se juega justamente en demostrar cómo clausuras y exclusiones corresponden a convenciones sedimentadas de acuerdo a regímenes de inteligibilidad dominantes que limitan las opciones del sujeto al tiempo que permiten su supervivencia (Bell 2007, 19).

También puede suceder que un acto performativo no logre producir los efectos esperados, sea porque no concurrieron las circunstancias felices que identificaba Austin o por otras razones. Mackenzie (2004) denomina estas situaciones “contraperformativas” (Mackenzie 2004, 306) y Butler (2010) “performative breakdown” (falla performativa). Según la filósofa, “la falla es constitutiva de la performatividad, puesto que la performatividad nunca logra completamente sus efectos y, en este sentido, “falla” todo el tiempo (Butler 2010, 150). Y es precisamente la amenaza de la falla la que demanda la reiteración. En esta propuesta, “no podemos pensar iterabilidad sin falla” (Butler 2010, 153). De ahí que las fallas deban, en lo posible, incluirse en la indagación de modo de consignar cuándo y por qué se constituyen como tales (Butler 2010, 154).


Detenido/a desaparecido/a como sujeto liminal

El caso de estudio que nos ocupa, el de el/la detenido/a desaparecido/a es un ejemplo relevante y significativo de la performación de un sujeto ausente. Como planteamos con Marcela Ruiz (2018), aquí la materialidad –un carné de identidad o una fotografía– no solo “hablan de” sino que “hablan por” el sujeto que la violencia estatal ha desaparecido.

Al organizar temporalmente el material de archivo que teníamos disponible, producto de una investigación mayor sobre la documentación de las violaciones a los derechos humanos perpetradas por el régimen de Pinochet, constatamos algo que probablemente conocíamos Marcela y yo como niñas testigos de la Dictadura: durante más de cuarenta y cinco años, el/la detenido/a desaparecido/a ha existido en la sociedad chilena dentro de un campo de disputa entre dos regímenes de veridicción que intentan imponer versiones sobre la identidad de las personas sometidas a esta práctica represiva: de una parte, un régimen de negación del crimen, su víctima y su perpetrador y, de otra, un régimen de visibilidad de todas ellas y que reclama verdad, justicia y memoria.

Esta disputa ha ido performando al detenido desaparecido como sujeto liminal. Llamamos sujetos liminales a quienes se encuentran en posiciones intersticiales o de indeterminación ontológica. Al decir de Greco y Stenner (2017), la noción de liminalidad intenta capturar la idea de “troubled becoming” o existencias problemáticas. Usando el concepto, nosotras buscamos tematizar la idea de sujetos en posiciones ambiguas, suspendidos entre diagnósticos contradictorios o tensionados entre identidades, normas y regulaciones. Sujetos, además, cuyas existencias son objeto de disputa. En el caso que nos ocupa, gran parte de la disputa radica en el estatuto de vivo o muerto de los individuos sometidos a esta práctica represiva, en conocer los hechos que llevaron a estos desenlaces, así como el destino final de los cuerpos. De esta forma, la figura de el/la detenido/a desaparecido/a corresponde a un tipo particular de sujeto liminal. Por el hecho de su desaparecimiento, las personas concretas de las que hablamos no participan directamente en la controversia sobre su condición. El/la detenido/a desaparecido/a como figura de la violencia represiva estatal es sostenido/a en sociedad como efecto de actos contingentes y sucesivos de otros actores y cosas que disputan su identidad. De ahí que para este caso llamemos sostenimiento social al proceso de persistencia de este sujeto, basado en las prácticas intencionales y no intencionales de otros actores y cosas.


Genealogía de dispositivos y tecnologías políticas

La noción de genealogía (Nietzsche 1971, Foucault 1977, 1992) nombra los procesos, procedimientos y tecnologías a través de los cuales la verdad y el conocimiento sobre cierto sujeto es producido (Tamboukou 1999, 2). A diferencia de la historiografía tradicional, la genealogía busca descifrar o desmontar la organización y significado del presente, investigando sus condiciones de posibilidad y los regímenes prácticos y discursivos que lo sostienen en el tiempo (Smart 1985, Dreyfus y Rabinow 1982).

Dispositivo (dispositif), por su parte, refiere a una red heterogénea de elementos entrelazados en relaciones de poder, incluyendo “discursos, instituciones, arreglos arquitectónicos, regulaciones, leyes, medidas administrativas, afirmaciones científicas, proposiciones filosóficas, moralidad, filantropía, etcétera” (Foucault 1994, 229, citado en Agamben 2011). Como he indicado anteriormente (Bernasconi y Ruiz 2018, Bernasconi 2019a), según Foucault, un dispositivo sería un aparato estratégico aunque flexible, formado en respuesta a una coyuntura histórica concreta, orientado a controlar o gobernar los gestos, pensamientos y comportamientos de los individuos, y compuesto por elementos discursivos y no discursivos (Rabinow 2003, 44-56). No se trata de cualquier soporte, sino de vehículos estratégicos inscritos en relaciones de saber y de poder (y, por lo tanto, de subjetivación y sometimiento), cuyo objetivo es enfrentar una urgencia para obtener un efecto más o menos inmediato.

Por dispositivo entiendo una suerte, diríamos, de formación que, en un momento dado, ha tenido por función mayoritaria responder a una urgencia. De este modo, el dispositivo tiene una función estratégica dominante [...]. Esto supone que allí se efectúa una cierta manipulación de relaciones de fuerza, ya sea para desarrollarlas en tal o cual dirección, ya sea para bloquearlas, o para estabilizarlas, utilizarlas. Así, el dispositivo siempre está inscrito en un juego de poder, pero también ligado a un límite o a los límites del saber, que le dan nacimiento pero, ante todo, lo condicionan. Esto es el dispositivo: estrategias de relaciones de fuerza sosteniendo tipos de saber, y sostenidas por ellos (Foucault 1994, 229, citado en Agamben 2011, 254).


Asuntos de visibilidad, enunciación, fuerza y subjetividad convergen en un dispositivo (Deleuze 1992)

El concepto de tecnología, así como lo concibió Foucault, designa a aquellos artefactos que canalizan o conducen operaciones de control social sobre los sujetos de modo de normalizarlos. Estas tecnologías pueden ser usadas por instituciones y autoridades, pero no se reducen a ellas. Las tecnologías disciplinarias y las confesionales y su uso en espacios hospitalarios, presidiarios y educacionales, fueron ampliamente analizadas por el autor. En la conceptualización de Foucault, aparecen también las tecnologías del yo, aquellas que corresponden a arreglos técnicos y materiales de poder y conocimiento que representan una forma de pensar, juzgar y actuar sobre nosotros mismos (Rose 1998, xvi), de modo de alcanzar un cierto ethos (Foucault 1988, 18). Extendiendo estas proposiciones en nuestro estudio, incluimos las tecnologías de resistencia al poder. Ejemplos de estas tecnologías son los propios archivos de los organismos de derechos humanos en su capacidad de inscribir el terrorismo de Estado mientras operaba, y contrarrestar así los afanes de impunidad del régimen represor, acogiendo y resguardando la experiencia de las personas victimadas y actuando en su defensa. También podemos pensar como tecnologías de resistencia todo el repertorio de acciones de denuncia y visibilización pública de este crimen de Estado, desplegado por los familiares de los detenidos desaparecidos y otras personas afectadas: las huelgas de hambre, los sittings en plazas públicas, los encadenamientos en los tribunales de justicia o las funas, por citar algunas.

En suma, con la noción de tecnología, nos estamos refiriendo a aquellos artefactos sociotécnicos que, articulando relaciones de poder y conocimiento, inscriben al sujeto en ciertos regímenes de intelección y, por lo tanto, bajo particulares redes de normatividad. Como veremos más adelante en este capítulo, ejemplos son las tecnologías comunicacionales como los montajes periodísticos, donde un medio de comunicación publica en una de sus secciones –la nacional o la policial– un relato descriptivo sobre un evento reciente con el fin de informar de ello a la población general, para lo cual recurre a la tercera persona, evita opiniones personales, y expone evidencia reunida mediante triangulación de fuentes y la voz de los actores involucrados o de autoridades que pueden referirse a los hechos en cuestión. Otro ejemplo, en el campo de las tecnologías jurídicas, son las declaraciones juradas, como las miles que pueblan los archivos de organismos de derechos humanos en Latinoamérica, dando cuenta de las circunstancias en que suceden las detenciones políticas de personas. En este caso, la tecnología corresponde a un documento escrito, con fecha y lugar de emisión, donde el firmante individualizado ocupa la primera persona para declarar una situación de la que es parte ante un juez o notario, quien valida que su declaración tuvo lugar; por ejemplo, que entre septiembre y octubre de 1974 la declarante estuvo detenida en el pabellón de incomunicados del centro clandestino de prisión, tortura y exterminio de Tres Álamos, en la comuna de San Joaquín, en la ciudad de Santiago, donde compartió celda con otra detenida, que le dio su nombre y cuya apariencia física pudo conocer en los momentos en que estaban solas y se atrevían a deslizar la venda que debían mantener sobre sus ojos y así exponerse una a la otra, convirtiéndose en testigos mutuas. Las firmas y timbres de notarios o jueces otorgan autoridad a la declaración una vez cumplidas las condiciones artefactuales demandadas por este régimen.

Para aclarar, desde un intenso trabajo en archivos de derechos humanos, hemos insistido en la dimensión tecnológica de los documentos y demás objetos que participan en la performación de los sujetos de la violencia política con la intención de superar su conceptualización como fuentes de información y no con el afán de restringir su análisis al aspecto tecnológico del artefacto; en nuestro caso, si se trata de un artefacto documental escriturado, gráfico, audiovisual, análogo o digital o bien de una performance o una actividad sostenida como una huelga de hambre. Entendemos la dimensión tecnológica como un aspecto importante, así como lo es la materialidad del artefacto: sus firmas, sus huellas, sus timbres de autoridad, sus criterios de control y legitimidad. Pero, por sobre todo, con la noción de tecnologías, queremos reconocer y analizar cómo operan, sobre objetos discretos –una ficha de registro o una querella–, los regímenes de intelección que componen nuestros mundos: esos regímenes que crean, validan, les otorgan funciones y, por lo tanto, habilitan a estos artefactos sociotécnicos para actuar sobre ciertos sujetos con determinadas consecuencias normadas socialmente.


Sociología, sujeto y archivo

Un enfoque cualitativo, exploratorio y con perspectiva histórica, guio nuestra indagación en archivos. Según la estrategia que aplicamos, comenzamos identificando y organizando la documentación sobre los detenidos desaparecidos de la Dictadura. Reconociendo la crítica logocéntrica que ha permeado parte del análisis filosófico de las performances (Taylor 2003), incluimos otros sistemas de inteligibilidad además del textual, como el visual y el escénico. Esto requirió conformar un corpus de datos multimodal.

El análisis preliminar de la documentación sobre este tipo de sujeto también estuvo abocado a definir el período de referencia, el/los casos de estudio específicos que seguiríamos en la genealogía y a identificar los dispositivos que han participado en la performación de este sujeto. El caso empírico que decidimos examinar es el de Muriel Dockendorff Navarrete, estudiante de economía de la Universidad de Concepción, dirigente estudiantil y militante del Movimiento de Izquierda Revolucionario, detenida en dos ocasiones en la ciudad de Santiago en el año 1974: la primera ocasión, entre el día 6 de junio y el día 16 de julio en dependencias de la Academia de Guerra de la Fuerza Aérea de Chile; la segunda, a manos de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) a contar del 6 de agosto. Elegimos este caso porque cumplía con criterios que nos permitieron realizar el ejercicio genealógico hasta el presente. Estos criterios fueron: detención ocurrida durante la Dictadura, calificación en el informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, juicio finalizado, y que hubiera documentación disponible en los principales archivos de la época (Fundación Archivo y Centro de Documentación de la Vicaría de la Solidaridad (Funvisol) y Agrupación Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD)). Dentro de los casos que cumplen con estos requisitos, el seleccionado, al participar de una operación colectiva, nos permitía hacer transitar el análisis documental entre tres niveles: el caso individual (Muriel Dockendorff), el caso colectivo (la Operación Colombo o caso de los 119) y el evento victimizante en sí (la detención forzada de personas).

Luego, analizamos este corpus de datos intentando identificar los dispositivos intervinientes en la figuración del sujeto y las tecnologías mediante las cuales cada uno actúa, distinguiendo:

♦El dispositivo legal y las tecnologías jurídicas como el recurso de amparo o la querella por presunta desgracia.

♦El dispositivo comunicacional y la tecnología del montaje de prensa,

♦Los dispositivos afectivos y sus varias tecnologías, entre ellas el archivo personal.

♦Los dispositivos de calificación y reparación estatal, y la tecnología del Informe de la Comisión Estatal de Verdad.

♦El dispositivo forense y la tecnología de la ficha antropomórfica, o las pruebas de identificación.

A continuación, procedimos al análisis detallado de cada dispositivo. Siguiendo los postulados de la lingüística pragmática, el análisis de la enunciación del sujeto en cada dispositivo asumió heterogeneidad enunciativa, heterogeneidad entre condiciones de producción e intertextualidad (Angermüller 2011, Anscombre 2008). El examen de cada dispositivo estuvo abocado a identificar sus condiciones de existencia, su productividad (es decir, su capacidad de inscripción del sujeto en cuestión), y las relaciones y efectos que su aparición genera en la lucha performativa que tiene lugar alrededor del sujeto, y en el tejido social, de modo más general.

Siguiendo a Taylor (2003), argumentamos que la inscripción del detenido desaparecido en distintos dispositivos conforma una red de marcas referenciales circunscrita, pero abierta a innovaciones (Taylor 2003, 13). El análisis de la red de marcas referenciales nos permitió identificar no solo las diferentes figuraciones del/la detenido/a desaparecido/a en cada dispositivo sino, también, las relaciones entre los enunciados de los distintos dispositivos, o si se quiere, los “retornos” de esos actos que ponen en juego al sujeto. Recordemos que, en la concepción de Foucault, la función estratégica del dispositivo no es articulada por ningún actor específico y, por lo tanto, efectos no planificados y contra-efectos pueden ocurrir (Rabinow 2003, 52-53). En nuestro análisis de la red de marcas referenciales, identificamos que estas relaciones entre dispositivos pueden adquirir la forma de:

♦Iteración o “repetición diferida” o transferida (Derrida 1971) de enunciados anteriores. En este caso, la iteración tiene efectos en futuras enunciaciones y prácticas y permite al sujeto transitar y ser sostenido en distintos tiempos y espacios.

♦Adición o agregación de enunciados sobre el sujeto en el marco de una semántica preexistente.

♦Exclusión u omisión de enunciados anteriores.

♦Enfrentamiento entre enunciados con sentidos distintos.

♦Irritación. Aquí imaginamos un espectro variado de afectaciones, incluyendo “refracciones” (Haraway 1992), donde los enunciados de un dispositivo interfieren sobre los enunciados de otro dispositivo y la activación de una nueva tecnología performática en reacción a los enunciados precedentes.

Para fines expositivos, el relato que construimos para dar cuenta del sostenimiento social de el o la detenido/a desaparecido/a sigue un orden cronológico. Comúnmente estos dispositivos han tenido varias apariciones mediante las mismas o diferentes tecnologías. En lo que sigue, recurriré a la tecnología del montaje de comunicaciones para ilustrar el tipo de análisis que esta genealogía de dispositivos posibilita.


El dispositivo comunicacional y la tecnología del montaje de prensa

Como adelantaba, una tecnología ampliamente utilizada por el régimen opresor para intentar sostener su impunidad y diseminar la “verdad estatal” con respecto al amplio repertorio de prácticas criminales desplegado por la Dictadura, fue el del montaje comunicacional. Recordemos que los medios de comunicación que operaron en el período lo hicieron porque se alineaban con las versiones “oficiales”. En nuestro artículo, analizamos el primer gran montaje de la infamia ocurrido en julio de 1975 y que implicó a 119 hombres y mujeres pertenecientes al Movimiento de Izquierda Revolucionario, denunciados por sus familiares como desaparecidos y desaparecidas a manos del Estado. Citando revistas extranjeras, que luego conoceríamos, existieron solo para efectos de este recurso los periódicos nacionales El Mercurio, La Tercera y La Segunda desplegaron portadas y sendos titulares, figurando a estos individuos como “desertores”, “traidores” y “criminales” que se estarían matando entre ellos en “purgas” internas. En esta propuesta no se trataría de víctimas del terrorismo de Estado, sino de revanchas partidarias.

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Imagen 1. Montaje comunicacional. Diario ‘El Mercurio’.

23 julio 1975. Fuente: Archivo Nacional.

Dos caminos al menos se abren aquí en términos del análisis genealógico. Por una parte, examinar las distintas formas de aparición de este dispositivo comunicacional y sus tecnologías en el tiempo, de modo de trazar la historia de su participación en la figuración de este sujeto. Por otra parte, explorar las relaciones que los montajes comunicacionales establecen con otros dispositivos y tecnologías en la lucha performativa sobre el/la detenido/a desaparecido/a.


La trayectoria de los montajes comunicacionales

En el primer caso, podríamos analizar otros montajes comunicacionales y sus efectos en la figuración de el/la detenido/a desaparecido/a. Por ejemplo, el montaje que ocurrió en los días posteriores al 9 de septiembre de 1976, cuando el mar pone al descubierto las prácticas criminales de la Dictadura, devolviendo a la playa el cuerpo sin vida y brutalmente violentado de la profesora Marta Ugarte, miembro del comité central del partido comunista, detenida por agentes de la DINA en agosto de ese año y vista por última vez en el centro clandestino de tortura y exterminio Villa Grimaldi. La prensa nacional destinó incesantes portadas para encubrir la muerte y posterior disposición del cuerpo de “la bella” Marta Ugarte como un “crimen pasional”, sin informar que ella pertenecía a las listas de detenidos desaparecidos denunciadas por el organismo de derechos humanos Vicaría de la Solidaridad. La investigación posterior comprobó que agentes de la DINA lanzaron su cuerpo al mar en un helicóptero Puma del Ejército de Chile y que el cuerpo se liberó del riel destinado a retenerlo al fondo marino, porque uno de los alambres que lo amarraban fue retirado para ser usado para ahorcarla en la base militar de Peldehue.

En noviembre de 1978, tras la alerta de hallazgo de osamentas en una ex mina de cal en la localidad de Lonquén, la Vicaría de la Solidaridad activa una investigación. El Servicio Médico Legal identifica los quince cuerpos hallados como correspondientes a campesinos desaparecidos de la zona de Isla de Maipo luego de ser detenidos por carabineros con la asistencia de vecinos del sector. Si el caso de los 119 grafica los intentos del Estado por negar el crimen de la desaparición forzada, la aparición al año siguiente del cadáver de Marta Ugarte dentro de un saco y con un alambre amarrado al cuello volvió plausible la tesis de que los hasta entonces “detenidos no ubicados” habían sido ejecutados y sus cadáveres dispuestos para nunca ser encontrados. Finalmente, ante la contundente evidencia de Lonquén, el régimen desiste con este tipo de montajes, reconoce por primera vez la existencia de los desaparecidos y declara su voluntad de investigar los casos denunciados –inaugurando otra maniobra disuasiva–. La genealogía de este dispositivo indica, entonces, el período de su uso (cinco años) y las funciones que cumplió: ocultar esta práctica represiva ante la opinión pública y, con ello, a su sujeto; negar las denuncias de los familiares y organismos de derechos humanos y, desde que el crimen se hace evidente, desplazar la gestión del caso desde su negación hacia la disuasión de su propia actuación en las indagatorias para esclarecerlo, ordenando investigaciones que no solo no persigue sino que obstruye hasta hoy. En este sentido, la genealogía de este dispositivo podría indicar que si bien la tecnología de los montajes sobre los detenidos desaparecidos cesa, el efecto disuasivo que inaugura puede iterar en el tiempo mediante informaciones parciales, franca desinformación o bien por el traslado de la obstrucción de investigar a otros dispositivos como el legal.

El trabajo de archivo permite extender el análisis discursivo para incorporar relaciones entre recursos materiales. Como puntualizamos en el artículo, la lista de los 119 miristas publicada por el montaje comunicacional del gobierno, reproduce la lista confeccionada en el Comité Pro Paz para denunciar sus detenciones por parte del Estado. Los errores tipográficos que se trasladan de una a otra así lo demuestran.


Dispositivo contra dispositivo

En el segundo caso, estudiamos los efectos que los montajes comunicacionales provocan. En el artículo de 2018, narramos cómo los familiares de los detenidos no ubicados agrupados en la Vicaría de la Solidaridad y esta misma institución, responden al montaje de los 119 a través de una carta al editor en el diario El Mercurio, firmada por el cardenal arzobispo de Santiago. En el lenguaje de nuestro enfoque, la tecnología del montaje “irrita” al régimen de evidenciación de este crimen e incita una reacción donde disputar la verdad. La tecnología performativa de la nota editorial denuncia la práctica deshumanizante de los medios de comunicación que disponen de sus portadas para escenificar el horror y diseminar elucubraciones ante los ojos estupefactos de los familiares de las víctimas que ahí aparecen. La nota inscribe a los detenidos desaparecidos como sujetos de derecho y de dignidad, especialmente en el supuesto momento del anuncio de su muerte, más allá de las adherencias ideológicas que, según el Estado, justificarían el exterminio. La misma nota aplicaría para el montaje sobre Marta Ugarte y la exposición incansable de su cuerpo lacerado por la prensa chilena, demostrando cómo una tecnología performativa, si bien inscrita alrededor de ciertos casos, puede abarcar la categoría de los desaparecidos en general.

Asimismo, el dispositivo comunicacional irrita al dispositivo afectivo de los familiares orientado a encontrar con vida a sus seres queridos detenidos por la Dictadura. Recordemos el eslogan de denuncia hecho circular en la época por las mujeres organizadas en Chile y Argentina: “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”. Como desarrollamos en el artículo, el encuentro de las osamentas de Lonquén activa la actuación del dispositivo forense con el consiguiente despliegue de las tecnologías de identificación de restos humanos: excavación y remoción de elementos; recolección de osamentas, objetos personales, vestuario y muestras de sangre; tests genéticos, entre otros. La emergencia de este dispositivo desplaza la lucha performativa sobre el detenido desaparecido desde la constatación de la detención por parte de agentes del Estado a las circunstancias de muerte y el destino final del cuerpo. Bajo este régimen, el detenido desaparecido es gestionado como un residuo corporal a investigar. Sus tecnologías van a requerir que los familiares no solo comiencen a pensar a sus desaparecidos como fallecidos, sino que provean de conocimiento sobre ellos de modo de contribuir a la identificación forense de sus restos. Este proceso se activa cuando la Vicaría de la Solidaridad confecciona la ficha antropomórfica, un cuestionario de siete páginas de extensión destinado a recabar información fisiológica de cada uno de los más de 600 casos de desaparecidos consignados a la fecha. Para el familiar, completar dicho formulario y, más tarde, proveer de pruebas para exámenes de ADN, involucra un proceso de subjetivación mayor: constituirse en deudos antes de la constatación de la muerte y el encuentro del cuerpo de quienes han desaparecido. Como indicamos en el texto con Marcela Ruiz, muchas veces la producción de esa información dependió de una dolorosa re-aproximación al archivo personal que se guardaba sobre el familiar desaparecido en búsqueda de esas claves fisiológicas que, por supuesto, reducían la potencia de esos documentos de vida.






Imagen 2. Ficha antropomórfica usada por la Vicaría de la Solidaridad para registrar datos de detenidos desaparecidos.

Fuente: Fundación de Documentación y Archivo de la Vicaría de la Solidaridad.


Sobre performación de sujetos, teoría social y sujetos liminales

El enfoque performativo permite analizar la figuración de sujetos a través de la iteración de prácticas socio-materiales inscritas en relaciones de poder. Como insistiera Butler, en El género en disputa (1990), el poder performativo de estos actos distribuidos y reiterativos no depende de la preexistencia de alguna interioridad ni de algún acto interior. El caso que me ha ocupado en las páginas precedentes remite a un sujeto que no puede reclamar la identidad performativamente, constituida para evitar con ello su disolución social, ética y política.

La perspectiva performativa y el enfoque de la genealogía de dispositivos habilitan el examen de las prácticas heterogéneas que operan sobre este sujeto de la violencia política; las configuraciones de poder que lo hacen posible, los recursos materiales y técnicos en que se apoya, y las transformaciones y desplazamientos en la cadena de marcas referenciales que lo han sostenido local y globalmente a través de las décadas. La productividad de estas prácticas performativas es trazada mediante el ejercicio genealógico que permite transitar el análisis entre lo reticular y lo diacrónico, y entre la persona concreta y la categoría que la figura. Como hemos indicado, los dispositivos establecen los regímenes de veridicción que operan sobre el sujeto y que son verificables en los artefactos a través del cual actúan: regímenes legales, forenses, comunicacionales, afectivos, de reparación. La genealogía de dispositivos permite, asimismo, trabajar la historicidad del sujeto, mediante un ejercicio que se desplaza en el tiempo sin perseguir la linealidad ni la progresión. A diferencia de ejercicios historiográficos, este enfoque plantea que las relaciones entre dispositivos no son necesariamente de continuidad, sino de iteración y diferencia: sea una adición o una disputa, una irritación, una exclusión o una disyunción.

Desde la perspectiva performativa y la genealogía de dispositivos, el sujeto existe como efecto de su configuración e inscripción iterativa, ante ciertas audiencias, en el contexto de una disputa y en paralelo a la emergencia de otras entidades que le otorgan valor ontológico. En el caso que examinamos, junto al detenido desaparecido, emerge la figura del familiar, la de los testigos, la de los defensores de los derechos humanos y la de varios expertos –jurídicos, forenses, médicos, psiquiátricos–. También aparece la figura del perpetrador, oscurecida por el régimen “desaparecedor” por décadas, e identificada y sancionada por la justicia en más de cien casos a la fecha, entre ellos, el de Muriel Dockendorff Navarrete, que condena con presidio efectivo por el crimen de secuestro calificado a seis integrantes de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA): Manuel Contreras Sepúlveda, Miguel Krassnoff Martchenko, Marcelo Moren Brito, Basclay Zapata Reyes, Gerardo Godoy García y Orlando Manzo Durán.

Hemos demostrado que esta genealogía es trazable de la mano de una serie de artefactos sociotécnicos como la ficha antropomórfica, los recursos de amparo, las declaraciones juradas de testigos, las querellas por presunta desgracia, los informes de las comisiones de verdad y las convenciones internacionales como, en este caso, la Convención Interamericana contra la Desaparición Forzada de Personas, decretada por la Organización de Estados Americanos en 1994, a veinte años del secuestro de Muriel Dockendorff.

En el caso de las personas victimadas o represaliadas por causas políticas como el que aquí nos convoca, esta aproximación desplaza al sujeto de la violencia de su confinamiento al paradigma de la víctima, centrado en la prueba del trauma o crimen y, de hecho, permite analizar las condiciones que hacen posible la producción de estos sujetos en tanto víctimas. Como desarrollamos en el artículo referido, en el caso chileno esto sucede a casi veinte años de los primeros secuestros y desapariciones y del inicio de esta lucha performativa, mediante el dispositivo de calificación y reparación estatal y su tecnología central: el informe de la Comisión de Verdad y Reconciliación o Informe Rettig de 1991 que, tras diecisiete años, instala como verdad oficial la “convicción que la desaparición de Muriel Dockendorff Navarrete fue obra de agentes del Estado, quienes violaron así sus derechos humanos” (Informe Rettig Tomo II 1991, 782).

Según señalamos en otras publicaciones (Bernasconi 2019), estas genealogías tienen la potencialidad de conectar el estudio del sujeto con el desarrollo de otros campos; en este caso, el campo de la historia reciente, los derechos humanos y la memoria sobre el pasado contencioso. Estas genealogías pueden pensarse, en primer lugar, en relación con la emergencia y transformaciones de lo que denominamos el “repertorio de lo decible” con respecto a este tipo de atrocidades, por ejemplo, de acuerdo a su modalidad de inscripción en los dispositivos bajo análisis. En segundo lugar, pueden pensarse en relación al rol de las distintas epistemias involucradas en la gestión de estos crímenes: epistemias legales, asistenciales, forenses, médicas, comunicacionales, artísticas, etcétera. Y, en tercer lugar, pueden contribuir a analizar la forma en que los dispositivos que performan al sujeto de la violencia política han contribuido también a modelar el propio género de los derechos humanos.

Dentro del campo de estudio de los sujetos y las subjetividades, este enfoque puede ser utilizado para abordar otros sujetos liminales o que pasan por estado de liminalidad, cuyas existencias son disputadas no ya entre la vida y la muerte sino en otros campos de la vida social: el sostenimientos social de sujetos en proceso de cambio de identidad sexual a través de las controversias sobre su identidad y estatuto ontológico, el sujeto indocumentado o el inimputable según las disputas que tensionan su existencia respecto a derechos y normas, trabajo e identidad nacional, representan otras existencias contemporáneas en estado de indeterminación ontológica.


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Sujetos y subjetividades

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