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PRESENTACIÓN

Óscar A. Alfonso R.


¡La calle para siempre! es la respuesta que un habitante de la calle dio a un agresor que, además de inculparlo de un hurto que no había cometido, lo sometía arma de fuego en mano al manido ultimátum ¡hable ahora o calle para siempre! De tanto escuchar la anécdota de cómo la agilidad mental de esta persona le permitió salvar, al menos en ese instante, su vida, surgió el convencimiento de que no había mejor título que este para el libro que les presento. En eventos académicos, entre autoridades locales y en las charlas espontáneas sostenidas a lo largo de los dos últimos años en el centro tradicional de la ciudad con una treintena de habitantes de sus calles, la anécdota se recrea con diferentes connotaciones y, como seguramente ha ocurrido, con algunas tergiversaciones.

Esto último es intrascendente, lo crucial es lo que el mensaje encarna en el contexto de la investigación. “La calle para siempre” expresa, desde un punto de vista crítico, la existencia de un fenómeno social que carece de connotación política y, por ello, acostumbra a juzgársele como algo irresoluble. A estos juicios subyace un pésimo sentido común, que sostiene que, si hay uno o 10.000 habitantes de la calle en Bogotá o en cualquier otra metrópoli, es porque así debe ser. Y de estos mismos convencimientos es que emana la idea segregacionista de que la solución es someter a los habitantes de la calle arbitrariamente a alguna tarea en algún dominio lejano para que no incomoden como desean muchos comerciantes, engatusarlos con un viaje de placer por el mar Caribe para luego hundir el barco en altamar como en la obra de García Márquez, o simplemente degollarlos masivamente al “estilo maoísta” como sugiere un aporocida macondiano que negocia con el suelo en el centro tradicional.

“La calle para siempre” alude entonces a un fenómeno de raigambre societal, noción que en su etimología es un anglicismo que cualifica a esos fenómenos sociales que, por diferentes razones, no gozan de connotación política alguna, siendo en tal olvido en el que se debe buscar las razones de su perennidad.

Desde una perspectiva societal, es ineludible la alteridad como práctica cotidiana, así como en el desarrollo de la investigación es parte del método de análisis e incide en el de exposición. Al intentar colocarnos en la piel del habitante de la calle, corremos el riesgo de sesgar nuestro análisis, pero esto es controlable. Las teorías y las estadísticas ayudan en tal propósito, pero aún más el estar consciente de lo que se está haciendo. Por el contrario, si se deshecha la alteridad, el riesgo de convertir estos resultados en uno más de otros tantos es inevitable.

El contenido de estos primeros párrafos es indispensable para comprender los objetivos que se procuran alcanzar con la investigación. De hecho, no se consiguieron plenamente, pero en el intento surgió la posibilidad de abordarlos en una segunda etapa que ya está en curso. Contribuir a la elaboración de un lenguaje diferente con el que se evite reiterar los preconceptos que obstaculizan la comprensión del fenómeno de la habitanza de la calle, es el propósito fundamental del que se desprende el fin último, cual es realizar una denuncia propositiva que aporte a una solución dignificante, preventiva, participativa y eficaz para los habitantes de la calle.

Estos propósitos orientaron la construcción del subtítulo del libro. El preconcepto más difundido y comúnmente aceptado, es que el habitante de la calle está allí por drogadicto, y que estando allí continúa con su hedonismo. Invito a los lectores a descubrir en este libro que eso no es verdad. Más aún, que en la toxicomanía de los habitantes de la calle, más que los placeres que advirtió Lacan, se encuentran los sufrimientos y penalidades que degradan la vida del ser humano y que estudia Derrida en Pharmacea.

Hay otros preconceptos aún más difíciles de remover del imaginario colectivo, y en esta obra no eludimos ese reto. Para comenzar, la habitanza de la calle no es una elección libre. Los habitantes de la calle poseen las capacidades para ser libres, pero el entorno social conspira de diferentes maneras para que no lo sean. Esta es la idea de fondo que orienta de inicio a fin este libro, y está asociada a la noción de la metacapacidad que, tal como advierte Jiménez (2016, p. 6), es inasumible desde los enfoques de las capacidades sociales y aun de las contracapacidades, por ejemplo, pues en ellos se concibe la seguridad humana como ausencia de vulnerabilidad; en tal sentido, habría que precisar, escapa también a la comprensión desde la ética individualista de las oportunidades.

El libro está organizado en tres partes.

La primera parte contiene, so pretexto de reconstruir un estado del arte sobre la habitanza de la calle, una exposición sobre los determinantes del entorno social que alientan el desplazamiento de las personas a la calle. Esta discusión busca, por tanto, esclarecer que no se trata de una decisión libre. Como ocurre en un sinnúmero de situaciones, las disyuntivas que se les presentan a las personas evocan meramente las libertades formales, pasando por alto la existencia de estructuras del entorno que las moldean. Revisemos dos situaciones.

En medio de las flaquezas de los sistemas sanitarios en el mundo, consistentes en la escasez de profesionales de la salud, de medicamentos y de instrumentos para atender la pandemia del SARS-CoV-2, no resultó sorprendente que ante la avalancha de urgencias los facultativos se enfrentaran a la elección de a quién dedicar esas capacidades. Las salas de urgencias se tornaron en la aduana para ingresar a las unidades de cuidado intensivo. Allí llegaron los que a juicio de los galenos tenían más posibilidades de sobrevivir, y los demás terminaron más temprano que tarde en los tanatorios. Los médicos tomaron esa decisión, pero hubieran preferido no hacerlo, y entre algunos de ellos comenzó a experimentarse de manera temprana el estrés que se agudizará en el futuro por la convicción de haber tomado una decisión injusta. Este ejemplo ilustra lo que es una libertad formal que, en la práctica, es una no-libertad.

Otro ejemplo es el del conjunto de habitantes de un lugar que es objetivo militar en el fragor de alguna guerra que, sabiendo que ello les significa pérdidas de bienestar, e incluso de la vida, deciden no abandonarlo (Sen, 1998 citado por Jiménez, 2016, p. 7). Esas personas tienen la posibilidad de emigrar en busca de amparo y, sin embargo, no lo hacen a pesar de que tienen las facultades para juzgar lo que ponen juego en términos de bienestar. Si se abstienen de huir a pesar de que preferirían hacerlo, es porque debe haber una metapreferencia como la de ser patriota. “Hubiera preferido huir, pero no lo hago porque soy patriota”, plantea la cuestión de si esa conducta perdurará aun cuando cese el conflicto bélico. La ausencia de conflicto sería el ideal óptimo individual, salvo que es un estado que se alcanza a una escala diferente a la de aquella en donde se realizan las elecciones individuales.

Las libertades formales se tornan conflictivas cuando los entornos sociales, además de obstaculizarlas, refuerzan las inclinaciones de las personas a prescindir de aquello que a su juicio tiene valor, y a tomar decisiones privativas de su bienestar, tanto en el tiempo presente como en el venidero. Es decir que las instituciones que limitan la libertad real, aquellas que constriñen el acto libre, son de superior jerarquía porque moldean las conductas individuales.

¿Es factible que alguna persona valore positivamente la habitanza de la calle? Así como los médicos decidieron dedicar su atención a ciertas personas y a otras no, pero hubieran preferido no hacerlo, o como los patriotas que decidieron no huir, aunque habrían preferido no hacerlo, los habitantes de la calle optan por esa circunstancia extrema, a pesar de que prefieran el amparo de la familia en lugar de la desesperanza de vivir a la intemperie, de soportar hambre y de convivir con el estrés resultante de las amenazas de muerte. Las causas de la habitanza de la calle deben buscarse, como se mostrará a lo largo de este libro, en el entorno social.

En la segunda parte se presentan los resultados de la investigación con un énfasis espacial: el centro tradicional de Bogotá. Preciso que es un énfasis, y no un estudio de caso, pues en sus resultados están considerados los habitantes de la calle de esta metrópoli, y los resultados atañen a tal universo. La congregación de la mayor proporción de habitantes de la calle en el centro tradicional –el 57,9%–, y la existencia de lugares emblemáticos, tales como El Cartucho, El Bronx y Cinco Huecos, entre otras razones, alentaron los esfuerzos para indagar por sus particularidades. El desplazamiento reciente hacia Puente Aranda, en especial hacia el canal Comuneros, exigió una mirada complementaria a lo que ocurre en La Candelaria, Santa Fe y Los Mártires.

Los determinantes de la habitanza de la calle en el centro tradicional se presentan en perspectiva histórica como contexto, pero, también, como evidencia de su perennidad. La proliferación de los inquilinatos, de las “ollas” y del genocidio de los habitantes de la calle son fenómenos que se imbrican como en ningún otro lugar de la metrópoli para desencadenar dinámicas de realimentación positiva, esto es, de crecimiento del fenómeno.

Detrás del síndrome de Diógenes, de esa apariencia demacrada y descuidada de los habitantes de la calle, se esconde su envejecimiento temprano. La dureza del asfalto y de la intemperie alteran el ciclo vital. La pérdida de las facultades físicas y mentales, que normalmente sobrevienen hacia los 80 años de edad, entre los habitantes de la calle aparecen a los pocos meses de practicar la habitanza, dependiendo del sexo de la persona y de la etapa del ciclo de vida por la que atravesaban cuando llegaron a la calle. La demanda de cuidados se anticipa años, quizás décadas, y ello exige que la política pública preste especial atención al tratamiento.

El asesinato de los habitantes de la calle en razón del odio que les profesan los aporocidas ocupa un lugar neurálgico de esta exposición. Al considerar a los habitantes de la calle como un grupo social específico, sus tasas de homicidio equivalentes por 100.000 habitantes son brutalmente más elevadas que las de Bogotá, y que las de Colombia. Esa brutalidad no es, ni mucho menos, una expresión grandilocuente; por el contrario, señala la existencia del genocidio como práctica regular. La escala adquirida por el aporocidio de los habitantes de la calle, así como el uso indiscriminado del peyorativo término de la “limpieza social”, son las evidencias más conspicuas de un fenómeno societal; esto es que, a pesar de sus magnitudes y trascendencia social, no ha adquirido la connotación política necesaria para ser enfrentado colectivamente.

Pregúntese ahora por la habitanza de la calle para las mujeres, por la manera como enfrentan la llegada de menarca y, de allí en adelante, cómo gestionan su menstruación. La higiene no está a su alcance. ¿Y la llegada de la menopausia en la calle? No es arbitrario que estas situaciones, inmanentes al sexo femenino, se hayan estudiado desde una perspectiva tan pertinente y provocadora como la de la infranqueabilidad histórica de la sociedad patriarcal pues, de otra forma, no se podría dar cuenta del feminicidio, desenlace fatal de las omisiones en una sociedad permisiva y tolerante con el abuso y el desprecio a las mujeres.

Como ya se advirtió, sobre la toxicomanía de los habitantes de la calle se han elaborado los preconceptos y generalizaciones más perniciosas y, por tanto, menos esclarecedoras del fenómeno. Muchos de los habitantes de la calle conocieron los efectos de su consumo en su habitanza de la calle, sin experiencia previa, y son cientos de ellos los que por más años de habitanza en la calle no las consumen. De nuevo, el tratamiento diferenciado es ineludible para cualquier política pública sobre habitanza de la calle. Pero existen particularidades, y no son pocas ni de menor calado social. Los alucinógenos que consumen para engatusar el hipotálamo ante las señales de frío, hambre, dolor, angustia y temor sobrevinientes a la vida a la intemperie, son de mala calidad. Es un mercado de tóxicos para pobres y, por tanto, más peligroso para la salud de quien los consume. Al no poder comprar las 20 o más papeletas de basuco, está el chámber, por ejemplo, y con esa sustitución el riesgo de la ceguera. Hay una decena de sustitutos semejantes, lo que torna impensable por más alteridad que queramos, un síndrome de abstinencia tan doloroso y desesperante.

La tercera parte es propositiva y reúne tres aproximaciones complementarias. La primera es la de las experiencias internacionales, parcialmente introducidas en el primer capítulo, pero desarrolladas con mayor profundidad con la idea de propiciar un aprendizaje sobre las innovaciones, obstáculos y alcances de las intervenciones en ciudades centrales y del subcontinente latinoamericano.

En el tratamiento jurídico a la habitanza de la calle, su aproximación histórica, más allá de perseguir la identificación de alguna línea jurisprudencial, pone en cuestión varios preceptos que, en su momento, asumieron los jueces constitucionales como regla de decisión. La “sociedad protectora”, por ejemplo, persistió por mucho tiempo, quizá demasiado, entronizada en la visión peligrosista del habitante de la calle, hasta que la consagración del Estado Social de Derecho en la Constitución Política de 1991 instauró un nuevo lenguaje sobre la dignidad, el libre desarrollo de la personalidad y la garantía del Estado a los derechos fundamentales de los colombianos, desarrollándose el criterio del conocimiento informado como fundamente de sentencias de trascendencia socio-jurídica y política.

El libro concluye con la reiteración de la crítica a un modelo trunco, a pesar de los avances que en materia de juridicidad se han alcanzado. La seguridad humana en sentido amplio se discute retomando la cuestión de las libertades nominales y las reales, como telón de fondo a la necesidad de superar los obstáculos que impone el entorno social y político al diseño de políticas públicas que, como en el caso de la garantía del Estado a los derechos fundamentales de la población desplazada, permitan que la habitanza de la calle adquiera connotación política pues, solo de esa manera, les pondremos la cara a los grandes problemas de Colombia.

El interés por participar activamente en las discusiones académicas y en los debates de las políticas sobre habitanza de la calle, nos motivaron a participar con la denuncia del aporocidio en el Primer Congreso Iberoamericano sobre Habitabilidad en Calle, realizado en Bogotá en 2018, ponencia que recogió los aspectos centrales que se presentan en el cuarto capítulo, los que previamente fueron publicados en el documento de trabajo Aporocidio, la deconstrucción de la mal llamada “limpieza social” y una aproximación a los modos, medios, tiempos y lugares en Bogotá, en 2019, año en el que también se publicó El ciclo mortal de los habitantes de calle en Bogotá. Teorías, olvidos, políticas y desenlaces fatales, artículo de investigación en el que llamamos la atención sobre los determinantes del entorno social de la habitanza en la calle. En medio de la revuelta de mayo de 2021 fue publicado el artículo Los habitantes de la calle, entre el abuso policial y el genocidio, cuyo título ilustra con claridad la denuncia que contiene y que es retomada en este libro de manera literal. Las críticas y sugerencias que hemos recibido nos permitieron detectar nuestros errores y vacíos, de manera que sus contenidos se han mejorado y ahora hacen parte de este libro.

Un encuentro fortuito en la calle, como debía ser, lo tuve con Fátima Martínez Gutiérrez y no ha podido ser más afortunado para el buen desarrollo de este proyecto. El lector podrá constatar en el prólogo y en las imágenes que generosamente nos ha aportado, la calidad de un compromiso sin límites en la búsqueda de una sociedad menos indolente con la habitanza de la calle.

A Pedro Ignacio, Laura, Diana, Rafael, Alejandro, Pablo, Stephany, Manuela y Fátima mi gratitud por los esfuerzos realizados, por los riesgos asumidos y por la claridad de sus aportes. Sin ustedes no habría sido posible esta obra, y con personas como ustedes es que esta sociedad puede aspirar a ser menos injusta y más optimista.

REFERENCIAS

Jiménez C., M.A. (2016). “Amartya Sen frente al espejo social de la libertad. Límites al enfoque de las capacidades individuales”. Revista Internacional de Sociología 74 (3). Recuperado el 10/4/2020 de http://revintsociologia.revistas.csic.es/index.php/revintsociologia/article/view/652/761.

¡La calle para siempre!

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