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LA EMANCIPACIÓN COMO LENGUAJE Y RECONOCIMIENTO HISTÓRICO. RAZÓN, RECONOCIMIENTO Y EMANCIPACIÓN

Sofía L. Bonel Tozzi (8)

FDyCS, Universidad Nacional de Córdoba

Agustín Matías Martino (9)

FCE, Universidad Nacional de Córdoba

“Nuestras víctimas nos conocen por sus heridas y por sus cadenas: eso hace irrefutable su testimonio. Basta que nos muestren lo que hemos hecho de ellas para que reconozcamos lo que hemos hecho de nosotros mismos” (Sartre, 2007:13).

El eje temático propuesto inspira una multiplicidad insoslayable de interrogantes. Partimos de una perspectiva conceptual para abordar estas tres nociones y conjugarlas en el plano de nuestra realidad y nuestra historia. Nos inquieta el horizonte de posibilidad de conexión entre ellas tres: razón, reconocimiento y emancipación.

A los fines de abordar estas incógnitas tomaremos ejes conceptuales y categorías teóricas de Boaventura de Sousa Santos, Martín Heidegger y Jean Paul Sartre. Nuestro análisis radica en la posibilidad de elaborar elementos acerca de los conceptos razón, reconocimiento y emancipación a partir de las relaciones que operan entre ellos. Creemos que cada uno de estos significados da lugar a numerosas y abarcativas investigaciones. Por ello, nuestro objetivo se acota en nuestra perspectiva: posibles vínculos conceptuales que habiliten instancias nuevas de comprensión. Si abordamos los significados a partir de ciertas categorías teóricas y ubicamos un diálogo posible, podremos afirmar nuevas instancias tanto de comprensión como de acción.

El desarrollo de la racionalidad que operó en la mentada Modernidad implicó grandes silencios. En la construcción de un relato uniforme, la narración se impregnó de técnica y se cuantificaron las voces. Todas las voces que no integraban la uniformidad imperante fueron enterradas bajo nuevos significados. Despojadas del verbo, las poblaciones descubiertas quedaron condenadas en el bautismo de la colonia. Es entonces, el descubrimiento, la historia y el lenguaje aquellos elementos que habilitarán la comprensión y la acción emancipatoria.

Entendemos que el modo en que se aproxima Boaventura de Sousa Santos al significado de “descubrimiento” esgrime sentidos que pueden identificarse con lo que entiende por “reconocimiento”. Así, la noción de reconocimiento puede ser esclarecida a la luz de elementos conceptuales de aquello que se estructura como “descubrimiento” en el marco de la realidad como historia y discurso.

La congregación de saber y poder diseña el descubrimiento en la práctica, en nuestra historia. Esta determinación se disgrega en dos planos, conceptual y empírico: conceptual, porque la posición teórica del sujeto que descubre se consolida a partir de esa concentración, así como la del sujeto descubierto; y, empírica porque de esa acumulación y de su modo de distribución surgen múltiples apropiaciones. Si esto es así, podemos afirmar que el descubrimiento se relaciona con la emancipación de un modo ambivalente. En un sentido, éste excluye la emancipación; en el otro, éste la incorpora y la habilita. El primero se presenta cuando el sujeto que reconoce es el “otro”. El segundo sentido opera cuando quien es reconocido es el mismo que reconoce, es decir, ante un proceso de auto reconocimiento. El proceso de auto reconocimiento es necesario para la emancipación social, aquí el saber y el poder se multiplican y se congregan en el propio sujeto, éste puede consolidarse y elevarse. Media un empoderamiento del sujeto a partir de la recuperación de su relato y de su verbo.

Asimismo, es un sentido que opera cuando el reconocimiento funciona como descubrimiento recíproco. Es decir, existe un encuentro subjetivo, ninguna de las partes se objetiviza y el poder de la lectura y de la declaración no se enraíza en un solo extremo.

En este punto pretendemos poner de resalto el poder que detenta el discurso. En medio de los conceptos que este análisis conjuga está presente una afirmación, palpable: hay en el discurso una ilustración, un posicionamiento revelado y cuando se dice, se reproduce, ello acumula fuerza y potencia. Entonces, el nombre da lugar a identidades, al encuentro con ellas, con su historia y su cultura. Desde el reconocimiento de ello, es posible un diálogo igualitario. Para arribar a esa instancia serán necesarios procesos de acción afirmativa, de discriminación positiva y transformaciones que van desde las ideas hasta las acciones y viceversa.

Las grietas de lo ente

“El desierto crece, ¡ay de quien alberga desiertos!”.

(Nietzsche, 2007:366)

Junto al giro ontológico que significó el gobierno de una nueva razón, el hombre, protagonizando el surgimiento irruptivo de la modernidad, decide posicionarse como centro del universo y hacedor de la historia.

Las dos criaturas tan revolucionarias como basilares del antropocentrismo inaugurado, inicialmente europeo, fueron, desde el plano político, la constitución del Estado moderno y, desde el ámbito del conocimiento, la proliferación de la Ciencia. El desarrollo de ambas innovaciones, fue guiado por la lógica técnico-racional del homo economicus. Ningún fenómeno perteneciente a su despliegue epocal puede abordarse acabadamente en su margen. El cálculo y la medición guionaron la díada sujeto-objeto que daba letra y dirección a la relación del hombre con uno mismo, con el otro y la naturaleza.

Luego del descubrimiento de América, de la circunnavegación de África y el florecimiento del comercio, las consecuentes revoluciones, francesa e industrial, agudizaron la marcha emprendida bajo la consigna del progreso. Sin embargo, las profundas crisis del siglo XX, sangradas por las más universales guerras que haya conocido el mundo, evidenciaron angustiantes y dolorosas grietas de la configuración del hombre moderno.

¿Ha sido la razón moderna, signada por lógica técnico-racional bajo el dominio económico, una premisa de liberación o la exaltación de lo ente en las mecanizadas relaciones entabladas, donde se dirime, vagando encadenada, la humanidad del hombre? ¿La supremacía de lo cuántico y la teleológica fenomenología de la apariencia han socavado la posibilidad del reconocimiento trascendente de lo humano, resonando el destino de aquel rey griego que “de hambre y de sed […] [m]uere […] entre flores y jardines”? (Borges, 2004:37).

Descubriendo la Modernidad

“Es descubridor quien tiene […] capacidad para declarar al otro como descubierto”.

(Santos, 2009:213).

Para responder a los interrogantes, indagaremos la tríada razón-reconocimiento-emancipación, que da nombre al eje temático escogido, sumando el concepto de descubrimiento; quizás uno de los más representativos de la modernidad, por la cercanía a su origen y por la presencia en su devenir. A su vez, se trata de un término crucial para el destino de Latinoamérica.

Europa se hace a sí misma descubriendo. El hombre occidental que comenzaba a reformular su lugar en el mundo, junto a la razón moderna, su logos, se configura hacia el afuera. Occidente encuentra, con su expansión, la posibilidad de redefinirse. Descubre, por un lado, su potencialidad, mediante la exploración de la naturaleza, libre ya de las ataduras del cosmos teo-teleológico. Desvalorizada, ella es convertida en el lugar propicio para el ingenio y las construcciones humanas. Por otro lado, descubre, también, al otro, en América, en África. El sujeto de la modernidad sale de la letanía en la que habitó durante los largos siglos de la edad media para descubrir al “nuevo mundo”, descubriéndose.

Desde Latinoamérica, la lógica del descubrimiento, concebida a la luz de sus propias marcas, cobra un especial poder revelador de aquél espíritu que comenzaba a inquietarse. Se encuentra fundamentalmente atravesada por la idea de apropiación. Idea que, tal como la realidad al ojo heleno, urge al pensar en una doble faceta. La primera, detenida en su aspecto más superfluo, visible, datado por la cronológica historiografía: la apropiación material, basada en el tráfico del ente en movimiento. Mientras que, como acontecer histórico, configurador, se encuentra esencialmente signada por el simbolismo. La apropiación conceptual como fenómeno de occidentalización.

El consciente colectivo y la amplia literatura económica y social referida a los procesos de descubrimiento han prestado mayor atención al despojo de bienes sufrido por el descubierto. Se piensa la apropiación de los tiempos de colonización desde los esquemas conceptuales liberales que parten del derecho de propiedad privada como derecho fundamental.

Dice Sartre a sus coetáneos, desnudándolos:

Ustedes saben bien que somos explotadores. Saben que nos apoderamos del oro y de los metales y el petróleo de los ´continentes nuevos´ para traerlos a las viejas metrópolis. No sin excelentes resultados: palacios, catedrales, capitales industriales; y cuando amenazaba la crisis, ahí estaban los mercados coloniales para amortiguarla o desviarla. Europa, cargada de riqueza otorgó de jure la humanidad a todos sus habitantes: un hombre, entre nosotros, quiere decir un cómplice puesto que todos nos hemos beneficiado con la explotación colonial (Sartre, 2007:24).

Sin embargo, la apropiación simbólica, también denunciada por el filósofo francés, de los saberes y de la posición para declarar, para nombrar, para construir el discurso y la realidad, encarna una significancia sumamente evocativa. Desvela, por un lado, el destierro sufrido por el enajenado que, en la mecánica reproducción del discurso, de la construcción de la leyenda, silencia su propio decir, invisibilizando sus rasgos en la cultura que se hereda; y, por el otro, al poder inherente en la marcha dialéctica, puesto que es, ahora, el que descubre, quien, ingresando en la cultura del “puesto a la vista”, racionalmente, horada sus significados, declara, rebautizando, nombra, redefiniendo.

El descubierto es extranjero de su pasado, donde persistía oculto y disponía de su verbo. Ya no tiene historia, se la han quitado. En palabras de Boaventura: “Es la desigualdad del poder y del saber lo que transforma la reciprocidad del descubrimiento en apropiación del descubierto. En este sentido, todo descubrimiento tiene algo de imperial, es una acción de control y sumisión” (Santos, 2009:213).

En la práctica, visualizamos un descubridor y un descubierto, no hay allí reciprocidad. Se trata de uno que aborda al otro, vuelto objeto, objetivizado, inerte y despojado. El descubierto se ha transformado en un ente, se ha entificado.

Pasamos, entonces, de un sujeto que descubre un objeto exploratorio al que le pondrá nombre, lo ubicará en la palabra. Este es un aporte revelador de Boaventura de Sousa Santos que le otorga coherencia a su análisis desde nuestra lectura: la “ubicación” es el nombre que se le da al descubierto y en ese nombrar radica un proceso que debilita. Así, enfrentamos un “bautismo”: la especificidad del lugar en la estructura de poder expuesta en un nombre: “Pero hay distintas maneras de caracterizar al más débil; una es llamarlo inferior, otra es llamarlo ignorante, otra es llamarlo retrasado o residual, llamarlo local o particular, llamarlo improductivo, perezoso o estéril” (Santos, 2009:21).

En este sentido, la acepción de descubrimiento a partir de la práctica implica un vínculo de imposición imperialista. La acumulación de poder y saber determina la posición. Quien los detenta decide los roles, los nombra, los dice y los hace.

En el marco de esta acepción, el binomio concepto y acto anticipa la interacción genuina del descubrimiento, consumada en el plano empírico, por cuanto la idea determina el acto. Este proceso implica que la construcción de la ubicación conceptual resulta decisiva en el marco del vínculo. Plena de axiomas, la razón técnica orienta y aborda al otro, la díada sujeto-objeto se convierte en partera de la historia.

Se pone de relieve entonces que para contemplar acabadamente el descubrimiento como categoría de análisis histórica, es preciso tener presente una serie de dualidades: materialidad y conceptualidad, alteridad y movimiento: ellas convergen para escenificar uno de los sucesos cruciales en el intento de comprender la geopolítica del mundo actual, su esquema de relaciones y el contenido de su diálogo.

La hora del reencuentro

“Nosotros hemos sembrado el viento, él es la tempestad” (Sartre, 2007:22).

Latinoamérica, como momento de la humanidad, encarna en su destino la posibilidad de dar voz al reclamo de lo humano. La crisis en la que vaga el hombre occidental, errante, exige la continuidad de la dialéctica histórica; donde el otro, sumiso y entificado, aguarda la recuperación de su individulización, el reencuentro.

El reconocimiento del descubierto, como reciprocidad –o superación– del descubrimiento, entendemos que puede implicar una vía de habilitación para la emancipación social. El redescubrimiento, implica la posibilidad de un autoconocimiento y de un discurso propio. La recuperación del habla, del verbo. A partir de allí, la instauración del diálogo con el otro y la instancia de conocimiento recíproco.

El vínculo que implicaba opresión, en tanto sujeto que descubre e impone desde la acumulación del poder y del saber, en las postrimerías de la dialéctica y a la luz del escenario actual, profundamente marcado por el vacío del hombre contemporáneo, demanda un diálogo de identidades, complejo pero igualitario.

El descubrimiento a partir de este significado genera un encuentro recíproco. El reconocimiento como autodescubrimiento implicará una resignificación de discursos y una reubicación, la pluralidad de palabra y la ruptura con la única vía del pensar. Para arribar a esta posibilidad es necesario un proceso de reconocimiento histórico, en el que exista una autovaloración del sujeto que se encuentra con aquello de lo que fue despojado. Debe dejar atrás el más gravitante, el despojo simbólico, de bienes culturales y de significado identitario. Vaciada su propia subjetividad, el descubierto, ha vagado en medio de lo ente, como uno más. El capitalismo “ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio” (Marx y Engels, 2004:25).

La emancipación como instancia de encuentro y de reconocimiento, en tanto todo aquello que fue nombrado, declarado desde un parlante opresivo debe ser destinatario de una activa reflexión. La emancipación tiene entonces un lazo insoslayable con la historia. Importa un acontecer histórico en cuya apertura se habilitará la comprensión de aquello que es propio de una cultura y de aquello perdido en la impropiedad a partir de los sucesivos y concomitantes descubrimientos.

Deseamos poner de relieve que el convulsionado escenario actual se erige como campo fértil para la práctica emancipatoria. El descubrimiento, entendido como lectura unidireccional, imposición de significado, despojo de bienes tangibles e intangibles, es aquello contra lo que la emancipación debe luchar. Para dar esa lucha es preciso un proceso de reconocimiento propio por parte del sujeto sujetado y un reconocimiento del otro, a modo de reencuentro recíproco e igualitario, incluyente.

La emancipación es analizada por el autor en el contexto latinoamericano actual como un cambio civilizacional. Éste debe implicar la transformación del poder, necesaria si no queremos caer en el abismo; reinventando la civilización a partir de la reinvención del sujeto emancipado. Nos encontramos ante una instancia histórica en que la variante se presenta entre esta transformación o el abismo.

Nuestro contexto de discusión es de interculturalidad y de postcolonialismo. Ello da lugar a que los procesos de transformación estén signados por la historia en, al menos, dos sentidos. En primer lugar, el postcolonialismo es el reconocimiento de que hay una deuda histórica, el postcolonialismo “es el reconocimiento de que el colonialismo […] no terminó con la independencia” (Santos, 2007:19). Es necesario mirar el pasado, encontrarse con el pasado y ese encuentro no se hará a partir de la palabra sino a partir de políticas: políticas de acción afirmativa y de discriminación positiva. Ello es preciso para resolver la injusticia histórica determinada por el descubrimiento como imposición, por la invisibilización. El reconocimiento de las identidades culturales debe realizarse desde un espacio de diálogo y de igualdad. Partir de esas políticas nos conducirá a un reencuentro con el pasado resucitado que permitirá emancipaciones plurales e interculturales. En segundo lugar, es menester reconocer la historia de las estructuras institucionales desde las cuales se discute y se debate. El Estado y el constitucionalismo actuales son el fruto de la reivindicación de la burguesía, instrumentos de defensa frente al poder feudal y el esquema pre moderno. Así es que tanto el Estado moderno como el constitucionalismo liberal implican la cristalización de mecanismos útiles para conservar beneficios y privilegios obtenidos por la burguesía. Se hallan fundados en una lógica histórica que es preciso reconocer para arribar a un diálogo intercultural que permita la emancipación. No es posible debatir interculturalidad y postcolonialismo, contextos actuales, resistencias actuales, en esquemas que funcionan bajo la uniformidad y la hegemonía. El Estado Moderno y el constitucionalismo liberal operan desde y hacia lo uniforme. Ello resulta incompatible con el reconocimiento, con el redescubrimiento previo a la emancipación.

Así, las emancipaciones, que pueden presentarse y que, efectivamente, emergen en la práctica, demandan un vínculo con la historia y con los discursos, con la estructura de lo simbólico.

Referencias bibliográficas

BORGES, Jorge Luis (2004). La biblioteca, símbolo y figura del universo. Barcelona: Anthropos.

HEIDEGGER, Martin (1980). Introducción a la metafísica. Nova.

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HEIDEGGER, Martin (2012). Ser y Tiempo. FCE.

MARX, Karl y ENGELS Friedrich (2004). Manifiesto del partido comunista. Quito: Libresa.

NIETZSCHE, Friedrich (2007). Así habló Zaratustra. Valladolid: Maxtor.

SANTOS, Boaventura de Souza (2007). La reinvención del Estado y el Estado plurinacional. Cochabamba: CENDA-CEJIS-CEDIB. Disponible en http://www.ces.uc.pt/publicacoes/outras/200317/estado_ plurinacional.pdf

SANTOS, Boaventura de Souza (2009). Pensar el estado y la sociedad: desafíos actuales. Buenos Aires: Waldhuter.

SANTOS, Boaventura de Souza (2009). Una epistemología del sur: la reinvención del conocimiento y la emancipación social. México: Siglo XXI-CLACSO.

SARTRE, Jean Paul (2007). Prefacio a Los condenados de la tierra. FCE.

8- Abogada. sofia_bonel@hotmail.com

9- Contador Público. agumartino@hotmail.com

Razón, lenguaje y reconocimiento en América Latina

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