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PRÓLOGO

Horacio Cerutti-Guldberg

Escribo estas líneas invadido de la profunda emoción surgida de la lectura de los trabajos que integran este volumen en recuerdo del querido amigo Gustavo Ortiz. Aunque nos dejara el 12 de octubre de 2014, sigue muy presente la relación fraterna que mantuvimos durante años. Y a la vez formando parte de una fecunda interlocución a la distancia, pero que siempre se dio como si estuviéramos a la vuelta de la esquina. ¿Qué cotidianidad compartíamos? No tengo idea, pero era algo casi rutinario. Como si estuviéramos recibiendo la información al instante de lo que cada uno iba haciendo. ¿Detalles? No. Más bien, actitudes, compromisos, responsabilidades, valores e ideales compartidos.

El amor y cariño que supo despertar aparece claramente línea a línea en los trabajos aquí incluidos y elaborados por quienes estuvieron muy cerca compartiendo su vida: amor, solidaridad, compromisos, creencias, sueños y realizaciones. Sobre todo estas últimas en medio de coyunturas complicadas, por no decir complicadísimas. Y, no puedo dejar de subrayarlo, quizá en esto fue donde se mostró el Gustavo más incansable: en la capacidad de afrontar desafíos y, sobre todo, obstáculos u oportunidades institucionales. Claro. Es que suele ser muy lindo tener buenas intenciones y pretender logros imaginados. Pero, sin soportes concretos, todo se queda flotando en al aire. Y eso lo tenía Gustavo clarísimo. O apoyos institucionales o meros intentos fracasados antes de cualquier concreción. ¿Pragmático? Me atrevería a decir que sí, en el mejor sentido del término. No quedarse en promesitas, por lindas que parecieran, fue algo así como su lema permanentemente asumido.

Sería una imprudencia de mi parte pretender resumir aquí lo planteado en estos trabajos. Más bien, intentaré retomar algunos tópicos tratados o aludidos para poder brindar algunas líneas que permitan incrementar la lectura y proseguir la tarea.

La argumentación racional fue el recurso siempre elegido por Gustavo ante las disidencias. Y eso le permitió, también, trabajar fuertemente sobre la dimensión religiosa constituyente de lo humano y que para él significó tanto y de modo decisivo.

El lenguaje no puede ser descuidado, porque sin él no habría habla y sin habla ¿en qué quedaría la relación entre humanos? El lenguaje es la escuela de la reciprocidad, aunque se cultive el silencio.

¿Qué modernidad nos corresponde?, ¿somos modernos o pre o post?, ¿se la puede saltar a la modernidad, cualquiera sea el sentido que se le otorgue? Estas son algunas de las cuestiones que Gustavo nunca abandonó. Y es que junto a ellas va asociada la propia identidad, la identidad recibida, adquirida, formada o metamorfoseada. ¿Cómo ser quienes somos y queremos ser, sin dejar de ser quienes fuimos? Quizá en un interrogante así articulada podría sintetizarse esta búsqueda incansable.

En otras palabras, ¿en qué historia andamos metidos/as? Al interior de la misma Argentina la propuesta de una identidad homogeneizadora no se la traga nadie. Basta con recorrer el país para ir advirtiendo rutinas, expresiones del habla, ritmos, olores, sabores, colores, lo apreciado y lo despreciado, etc.

Nada de ingenuidades se puede aceptar en la práctica intelectual responsable. Frente a las ambigüedades hay que buscar argumentos confiables. La dimensión epistemológica no es algo menor, sino el punto decisivo de las inflexiones, especialmente las ideológicas.

No concebir al ‘autor’ como un personaje iconizado y, peor todavía, momificado como si siempre hubiera sido el mismo. Por eso, periodizar la reflexión que desarrolló ayuda a ubicar mejor los aportes brindados en diferentes coyunturas por el intelectual estudiado. Esto propicia, como parte inherente al quehacer, una fuerte capacidad crítica y autocrítica sin la cual no hay modo de proseguir seriamente. Somos parte de un proceso y vamos modificando y variando posturas. Atender estas variantes es tarea ineludible para quienes vienen detrás y procuran seguir empujando pa’ delante.

El estilo de Gustavo no puede pasar desapercibido a quienes lo lean. No puedo olvidar que siempre nos gustaba charlar a calzón quitado, aunque de pronto hubiera que poner un alto y volver a la seria y lógicamente articulada argumentación.

La ocupación por la política lo acompañó siempre. Una política ubicada en un contexto cultural mucho más amplio, cuya ignorancia le aparecía como inaudita.

Hablar de ‘pueblo’ como si todo lo referido con ese término estuviera claro, no le parecía tan simple. Problematizar la noción fue parte de la tarea.

Asumir la impureza del pensamiento filosófico implicó, también, resituarse en esta América no del todo nuestra todavía.

Herencia y duelo se combinan en esta recuperación de su sugerente y provocador legado.

Religión y política constituyen dos ingredientes de la historicidad humana que se combinan de modo complejo. Siempre invitó a procurar esclarecer esas combinaciones. Y que las experimentó en carne y cuerpo propio, ni se diga.

La Ilustración católica no pudo dejarla de lado en su estudio sobre las diversificaciones de la modernidad para y en nuestra región. La modernidad entendida como proyecto siempre inacabado y en proceso indeterminable. ¿Y dónde ubicar lo supuesto o pretendidamente ‘pre’ moderno de nuestras culturas originarias? La interrogante sigue abierta. ¿Y qué decir de la denominada como nuestra tercera raíz o nuestro componente afroamericano?

En fin, a vuelo de pájaro, estos son algunos de los tópicos magníficamente elaborados en estos textos imperdibles de Marina Juárez, María Clemencia Jugo Beltrán, Carlos Asselborn, Oscar Pacheco, Guillermo Ricca, Diego Fonti y Gustavo R. Cruz. Sus precisas reflexiones nos ayudan a recuperar al Gustavo incansable en sus indagaciones.

No resultaría exagerado consignar que quizá la posición fundamental y constante de Gustavo se encuentra resumida en su crítica –y autocrítica– a lo que se conoció como filosofía de la liberación, destacada por Oscar Pacheco, cuando lo cita:

… hubo tres rasgos idiosincráticos de la filosofía de la liberación (y de mis propias reflexiones) que no me satisfacían: primero, una marcada falta de modestia intelectual; segundo, una confusión entre filosofía e ideología o política; y tercero, eventuales consecuencias para la práctica y el compromiso político, que, de darse, aparecen decididamente sin justificación racional.

A esto, Oscar añadirá otros tres aspectos nodales:

pienso que este es el aporte fundamental de la obra filosófica de Ortiz y lo sintetizo en tres afirmaciones: 1. mostrar que la razón filosófica está situada temporal y geográficamente y así y todo pretende ser universal; 2. la necesidad de validar los asertos filosóficos siempre falibles; 3. las implicancias ético-políticas ineludibles de toda postura filosófica.

¡Ojo! Destacar estos aspectos no significa, para nada, pretensiones de atribuirle a Gustavo la propuesta original o surgida de la nada de estas afirmaciones. Son, en toda su fecundidad, logros de esa inagotable aventura erudita –sin ningún rasgo petulante– en la que se embarcó y anduvo durante todo su itinerario por aquí. Su legado ahí está y sigue a la espera de que se prolonguen los esfuerzos por apreciarlo, retomarlo, adoptarlo y adaptarlo a las coyunturas en que nos encontramos.

Cuernavaca, Morelos, México, 10 de marzo de 2017

Modernidades, legitimidad y sentido en América Latina. Indagaciones sobre la obra de Gustavo Ortiz

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