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Оглавление1. Condiciones necesarias (pero no suficientes) para publicar
Publish or perish (‘publica o muere’). Este es el principio imperante hoy en día en gran parte del mundo académico anglosajón, centroeuropeo y norteamericano. En el mundo hispanohablante estamos adoptando un modelo similar. Cada vez quedan más lejanos aquellos días en los que las tesis doctorales eran unos documentos extensos y en los que publicar era algo accesorio. Solo aquellos que lleven bastante tiempo en el sistema universitario podrían no haber sentido la presión por publicar. Para los jóvenes que intentan acceder a un empleo en la ciencia o la universidad hoy en día, publicar no es una opción, es una obligación. Lo mismo aplica si deseas promocionar. La docencia podrá pagar gran parte de tu sueldo, pero difícilmente te ayudará a progresar en el escalafón académico. Esto no va a cambiar en un futuro cercano, por mucho que algunos estamentos universitarios digan lo contrario.
Sin embargo, publicar no tiene por qué ser una pesadilla. De hecho, puede ser lo contrario: algo de lo que te sientas orgulloso y un signo de superación. Pero los inicios son duros, en eso estamos de acuerdo. La intención última de este libro es ponértelo más fácil. El objetivo de este capítulo en particular, es el de empezar a interiorizar algunos hábitos básicos. Ya hablamos en el prólogo de que sin modificar lo que haces te será muy costoso publicar. Aquí te voy a explicar qué necesitas hacer incluso antes de sentarte a escribir.
El título de este capítulo, como el de todos los siguientes, no es casual. Hay un viejo chiste irlandés sobre un turista que estaba conduciendo por la campiña irlandesa. Tras desorientarse, decidió detener su vehículo y preguntar a un transeúnte cómo llegar a la capital, Dublín. La persona le respondió: «Si estuviera conduciendo hacia Dublín, yo no empezaría aquí». Esta respuesta significa que, antes de comenzar un viaje, debes estar seguro de que estás en el lugar de partida apropiado para hacerte la vida más fácil. Si quieres empezar a escribir buenos artículos, debes prepararte para el viaje que te permita adquirir las habilidades necesarias. Si no tienes la mochila apropiada, no podrás cargar los útiles que necesitas y sin ellos no podrás completar el viaje.
Comencemos. Hay tres condiciones básicas que cualquier investigador que desee publicar artículos debe interiorizar cuanto antes. Voy a presentarlas de mayor a menor relevancia, que no necesariamente de mayor a menor esfuerzo. Cada uno tenemos nuestros puntos débiles. Debes identificar los tuyos y trabajar más intensamente en ellos.
1.ª condición: Sacar tiempo para investigar y escribir
Publicar es difícil, al menos al principio. Para aprender a publicar, antes hay que aprender a escribir. Para aprender a escribir, hay que escribir mucho y leer mucho. No hay atajos.
Stephen King, en su libro On writing: a memoir of the craft [2], apunta que él se pasa la mañana escribiendo y la parte final de la tarde leyendo. Esto lo hace prácticamente todos los días del año. Él, como muchos otros escritores, no cree que exista otra manera de convertirse en escritor. Ambas cosas, leer y escribir, requieren, por supuesto, tiempo.
Por tanto, si crees que no tienes tiempo para leer y escribir o simplemente no estás dispuesto a crearlo, no sigas con este libro. No va a solucionar ninguno de tus problemas. Dedicarle el tiempo necesario a una cosa es la primera condición esencial para aprenderla.
Las primeras preguntas que podrían surgirte son: ¿qué leo y cómo practico la escritura? La escritura la abordaremos con detalle en el siguiente capítulo, así que dejémosla fuera del radar por el momento. Respecto a qué leer, es sencillo. Si puedes, lee libros (reconocidos) y artículos (recientes y clásicos) de tu área de investigación. Esto es un trabajo que podría llegar a ocuparte varios años. Sin embargo, no hay que intentar leer todo, ni leerlo en poco tiempo. Eso es imposible. Cada día seguramente se publican decenas de artículos en tu área. También es imposible entender todo lo que leas, ni siquiera gran parte, al menos al principio. Con el tiempo, la proporción de lo que entiendas irá mejorando.
Ser revisor de artículos en revistas también es algo útil. De hecho, puede ser un sustitutivo (parcial) de tener que leer todo lo que se publique en tu área. Pero ser revisor tiene otras ventajas. En primer lugar, eres conocedor de quiénes publican (o intentan publicar) y sobre qué publican. En segundo lugar, te permite apreciar las diferencias de calidad entre aquellos artículos que se publican y los que no. Por último, ser revisor te permite comparar tus opiniones con las de otros revisores. Esto es interesante para anticipar cómo diferentes personas pueden interpretar lo mismo que has leído tú. Cuando escribas tus artículos, esta empatía que habrás ido adquiriendo es una habilidad esencial. Anticipar cómo pueden entender otros lo que escribes te ayudará a escribirlo de forma más clara. De cualquier forma, las tres ventajas de revisar son beneficiosas a medio plazo, pero revisar, por supuesto, también consume tiempo.
Pero no te obsesiones. Estos son simplemente hábitos saludables que a la larga se convierten en habilidades. Pero la conversión de hábitos en habilidades ocurre con lentitud. Revisar muchos artículos a la semana no va a convertirte en un gran escritor a corto plazo. Hay que compaginar esta labor con la de tu actividad investigadora principal. Leer o releer artículos seminales también ayuda a entender tu área mucho mejor. A veces incluso será necesario cuando lo que investigues complemente o contradiga lo que la comunidad científica había dado por supuesto. Cuando llegues a este punto, deberás haberte leído y entendido perfectamente lo que aquellos que crearon tu disciplina dijeron inicialmente. Escapar de los estereotipos puede ser una ardua tarea.
Entonces, la pregunta del millón sería: ¿cuánto tiempo necesito reservar para escribir? Esto es bastante más difícil de responder, pero te proporcionaré algunas guías.
Las personas más prolíficas que conozco tienen horarios para escribir de lo más variado. Yo, por ejemplo, puedo estar varios meses realizando experimentación, explorando y quedándome con lo que considero publicable. Cuando me pongo a escribir necesito empezar un lunes o un martes. Esto es así porque cuando empiezo, intento no detenerme hasta completar el primer borrador del artículo. En los días en los que estoy escribiendo estoy altamente concentrado. Cuando vuelvo a casa sigo pensando en lo que debo escribir o editar al día siguiente. Es decir, no consigo desconectar, ni siquiera cuando dejo de escribir. Durante la semana de escritura me convierto, por decirlo suavemente, en una persona poco sociable. Si llega el fin de semana y no he terminado el artículo, continúo pensando en él. Eso es malo para mí y para mi familia. Por eso empiezo a principios de la semana, para poder acabar antes del sábado.
Podrías pensar, sin embargo, que mi caso es algo extremo o que tal vez tengo suerte por conseguir despejar una semana completa para poder escribir. No te apresures a juzgarme. En primer lugar, esa semana la despejo con bastante antelación. Generalmente, si algo inesperado ocurre, por supuesto dejo de escribir. Pero también he de decir que cosas «importantes y urgentes» suceden pocas veces. Sí suelen surgir cosas importantes, pero no urgentes. Esas cosas intento dejarlas para la semana siguiente. Si no puedo retrasarlas, las arrincono al final de mi jornada laboral para estar seguro de que les dedico el tiempo mínimo. Cuando escribo, intento hacer solo eso: escribir. En conclusión, yo necesito escribir en pocos pero grandes y continuos bloques de tiempo a lo largo del año.
Respecto a qué hacen otros compañeros, los hay mucho más entregados que yo. Un profesor retirado me confesó una vez que cuando él escribía artículos prácticamente no dormía ni comía. No lo hacía porque su cerebro no se lo permitía. En cuanto dejaba de escribir, las ideas se le volvían difusas. Su mente estaba en modo escritura las veinticuatro horas del día. Eso sí, conseguía acabar el primer borrador en dos o tres días como mucho. Puede que el primer borrador no fuera muy bueno, pero la parte más demandante estaba superada. Después podría editarlo cuantas veces fuera necesario.
¿Y qué pasa cuando uno no puede generar largos intervalos continuos de tiempo? Pues que hay que generarlos con una configuración distinta. En un extremo del espectro podemos encontrar gente como Stephen King que dedica casi todas las horas de la mañana de casi todos los días del año. En el extremo opuesto podríamos encontrar al novelista Anthony Trollope [3]. Anthony fue oficinista del servicio postal inglés a mediados del siglo XIX. También fue el inventor de los icónicos buzones de correos que suelen encontrarse hoy en día en gran parte de Inglaterra. Cada mañana, Anthony se levantaba temprano y escribía durante dos horas y media antes de irse a trabajar. Su horario y disciplina eran férreos. Si no había acabado una frase antes de irse al trabajo, dejaba la frase a la mitad. Soltaba el lápiz y se marchaba. Si por el contrario, había terminado una novela y le quedaban quince minutos antes de marcharse, apartaba el manuscrito y comenzaba con la siguiente. Anthony Trollope murió relativamente joven a la edad de sesenta y siete años. Pero antes de morir había escrito cuarenta y siete novelas, muchas de ellas de más de seiscientas páginas; docenas de historias cortas e incluso algunos libros de viajes. Esta producción lo convirtió en uno de los escritores más prolíficos de la historia de la literatura. Su secreto consistía simplemente en ser disciplinado y aprovechar el tiempo al máximo. Anthony Trollope es considerado hoy en día uno de los escritores ingleses más exitosos y respetados de la época victoriana.
¿Cuál es la conclusión? Todos tenemos poco tiempo, pero hay que priorizarlo en función de lo que realmente necesitamos hacer. Es probable que tengas que apartar otras actividades. Hazlo. Sin el tiempo necesario no hay forma de aprender a escribir. Sin tiempo tampoco hay forma de escribir, aunque ya sepas hacerlo. Adáptate a tus ritmos circadianos. Es probable que seas una persona de mañanas, de tardes o de noches. Escribe cuando estés más lúcido. Lee o haz otras actividades de menor exigencia intelectual (arreglar referencias, formatear tablas, etc.) cuando estés menos concentrado. Simplemente, genera los huecos de tiempo y mantente ocupado en ellos.
Dos consideraciones finales: la primera acerca del lugar de trabajo, la segunda sobre la búsqueda de la inspiración. El lugar donde trabajes es relativamente poco importante. Solo hay un requisito esencial: trabaja donde sea difícil que te interrumpan. Este lugar puede ser tu despacho con la puerta cerrada. Podría ser también un cuarto pequeño y oscuro en la parte trasera de la casa. Desconecta los distractores comunes como el email, teléfono y redes sociales. Ponte a trabajar y no te levantes. Mientras escribas lo importante sois tú y tu procesador de textos.
La segunda consideración es sobre la búsqueda de la inspiración. Es probable que esto te preocupe, pero si quieres mi consejo, ni te lo plan-tees. La inspiración llegará por sí sola. No cuando tú quieras, pero llegará. En años recientes nos han intentado vender el concepto de «tiempo de calidad». Esto es como si generar este tipo de tiempo fuera un acto totalmente volitivo. Pero como en muchos otros aspectos de la vida, no existe «calidad sin cantidad». Es decir, si quieres escribir buenos artículos, vas a tener que escribir muchos artículos. Algunos de ellos, tal vez los que no creías los mejores, llegarán a ser relevantes para otros. Esto no es exclusivo de los investigadores, sino que pasa en muchos otros campos también. Por ejemplo, músicos como Mozart, Beethoven o Bach compusieron multitud de piezas. La mayoría de ellas no eran brillantes y algunas ni siquiera eran buenas. Aun así, los reconocemos hoy en día por las que sí lo fueron. No hay que temer a fracasar, ni bloquearse en intentar alcanzar la perfección a la primera. Es cuestión de empezar y, a veces, de saber desprenderse de lo ya escrito.
¿Cómo se empieza entonces? Palabra a palabra. No te preocupes demasiado por la calidad de tus primeros borradores. Muchos generamos basura hasta que calentamos motores. Ya tendremos tiempo de revisarlo y editarlo cuantas veces sea necesario más adelante.
Por último, acerca también de la inspiración, entre investigadores experimentados sabemos que las ideas más brillantes suelen llegar en momentos de relajación, pero casi siempre entre períodos de trabajo intenso. Yo tengo costumbre de trasladarme en bicicleta. Lo hago porque me permite hacer algo de deporte y desconectar del trabajo antes de llegar a casa. A casi todos los investigadores nos cuesta desconectar cuando salimos del trabajo. Prácticamente todas mis ideas geniales me han llegado en dos momentos: cuando me desplazo en bicicleta, o cuando me despierto muy temprano y permanezco pensando en la cama. Ambos son momentos de relajación en los que el cerebro puede hacer conexiones increíblemente profundas. Otros compañeros han compartido conmigo que ellos también suelen tener las mejores ideas cuando están haciendo deporte o cuando se están duchando. Parece que lo atípico es que la inspiración llegue justamente cuando estés trabajando y sentado frente al ordenador. También es inusual que llegue justo cuando estés haciendo tareas mecánicas que requieren tu atención (haciendo ensayos, conduciendo a casa). La inspiración puede visitarte en cualquier momento, pero sin trabajo duro (y con cierto descanso), lo más probable es que no te encuentre preparado para aprovecharla.
2.ª condición: Aprender inglés
Aprender inglés también es necesario si quieres investigar. Si odias este idioma, debes saber que las primeras sociedades científicas escribían todo en latín. Previo a la Segunda Guerra Mundial, los idiomas científicos dominantes eran el alemán y el ruso. Los dos eran bastante más difíciles que el inglés, así que puedes sentirte afortunado.
Aun así, aprender otro idioma, sea el que sea, no es ni fácil, ni rápido. Dicen los expertos que para aprender un idioma se requieren entre 3000 y 10 000 horas [4]. Incluso pensando que el inglés es más sencillo que otros idiomas, 3000 horas es más que la duración de una carrera universitaria. Pero no hay atajos para acortar esa cantidad de tiempo, lo siento.
Déjame que te cuente cómo fue para mí. Cuando empecé a aprender inglés en serio tenía treinta años y acababa de doctorarme. Eran principios de 2010. Trabajaba como ingeniero en la empresa privada, pero ya veía en la ciencia mi futuro. Fue entonces cuando empecé a plantearme trabajar a tiempo completo en la universidad. El problema era que el gobierno español acababa de promulgar un decreto que prohibía reponer cualquier profesor que se jubilara en las universidades. Aun teniendo los méritos mínimos necesarios, las universidades de mi país habían dejado de ser una opción viable para mí.
Empecé a buscar plazas de profesor en el extranjero. La lista de países en los que se hablaba español se restringía prácticamente a Sudamérica y Centroamérica. En estas regiones, los países que alcanzaban las condiciones laborales, sanitarias, educativas y de seguridad que mi familia y yo esperábamos no eran muchos. Aprender inglés parecía la mejor opción.
En mi caso empecé a estudiar este idioma (que no a aprenderlo) en el colegio a partir de los trece años. Había sacado siempre notable. Para mí el inglés era como cualquier otra asignatura. De niño nunca aprecié su utilidad, pero eso no significa que no la tuviera. Al fin y al cabo, la mayoría de niños no se visualizan saliendo de su país y yéndose al extranjero a trabajar.
Cuando me doctoré tenía justamente treinta años recién cumplidos. No había vuelto a estudiar inglés desde que tenía veinte. La verdad es que no sentía que fuera capaz de hablarlo. Mi caso no era algo aislado. Estoy seguro de que gran parte de los hispanohablantes se han sentido igual en algún momento. Si te sirve de consuelo, a los angloparlantes les pasa exactamente lo mismo cuando aprenden un segundo idioma.
Pero yo estaba determinado a convertirme en profesor a tiempo completo. En mi situación, el camino más fácil pasaba por encontrar un puesto en una universidad extranjera de habla inglesa. Tenía que aprender inglés de una vez por todas. Me consagré a ello durante los siguientes cuatro años de mi vida (de 2010 a 2013). Esto lo compaginé con la escritura de mis primeros artículos científicos.
Inicialmente me apunté a academias de inglés, pero no avanzaba lo suficientemente rápido. En estos lugares puedes encontrar una gran cantidad de alumnos que se sienten satisfechos por el mero hecho de asistir a clases. No les importa mucho si realmente progresan o no. Ese no era mi caso. Yo quería aprovechar el tiempo. Tras varios meses de lastrar mi avance con lo que yo consideraba compañeros insuficientemente motivados decidí dejar de pagar y empezar a estudiar por cuenta propia.
Entonces me compré un libro de ejercicios de Cambridge nivel Advanced (C1). El libro contenía cerca de dos mil ejercicios en casi seiscientas páginas. En otro alarde de fuerza de voluntad conseguí terminarlos todos en menos de seis meses. Con gran amargor recuerdo cómo, a la semana de haber completado el libro, no recordaba prácticamente nada de lo que había estudiado. Creo que lo tuve claro en aquel momento: había estado perdiendo totalmente el tiempo. Segundo intento fallido. Las academias y los libros de ejercicios no servían para aprender inglés.
¿Qué hice entonces? Adopté un enfoque más radical. Generé una burbuja vital en la que solo existiera el inglés. Como seguía viviendo en España y no tenía dinero para hacer estancias en el extranjero, cambié de idioma mi teléfono móvil, el software de mi ordenador, empecé a leer exclusivamente en inglés, y también pasé a ver solo películas y series en este idioma. Es decir, dejé de estudiar inglés y empecé a utilizarlo.
Por aquellos días también comencé a intercambiar infinidad de emails con el que sería uno de mis mejores mentores, el profesor Martin Skitmore. Él era un académico británico con residencia en Queensland (Australia). Con mi inglés mediocre y observando cómo escribía él, fui mejorando poco a poco mi forma de escribir en su idioma. Meses más tarde, un amigo me habló de una web donde había infinidad de conferencias de muchas temáticas. La web era www.ted.com [5]. No era tan conocida por aquel entonces, pero ya contenía suficiente material para que alguien como yo pudiera sacarle partido. Cada día me propuse ver o escuchar al menos una charla o conferencia. A veces las veía con subtítulos en inglés y otras veces sin subtítulos. Como puedes observar, me tomé el aprendizaje del idioma con disciplina militar.
Por aquel entonces no existían plataformas de streaming como Netflix o HBO, así que cambiaba el idioma en la televisión cuando el programa lo permitía. A veces también alquilaba películas en el videoclub en DVD para poder cambiar el idioma. Las películas inglesas o americanas que estaban en internet las veía en idioma original. Recuerdo no obstante, que durante los primeros tres años de aprender inglés apenas entendía lo que decían. Eso también le pasa a mucha gente. Los diálogos de series y películas suelen contener muchas palabras y expresiones poco comunes.
Por último, compré un Amazon Kindle. La primera generación tenía botones físicos y contaba con un traductor integrado. Señalabas la palabra y la traducía. No era un traductor muy bueno, pero hacía su papel. Poco a poco, todas estas cosas me ayudaron a aprender inglés sin poner un pie en el extranjero.
El paso definitivo lo di cuando me topé con unas listas de Richard Vaughan. Para aquellos que no lo conozcan, Vaughan fue un personaje relativamente mediático en la España de los años 2000. Tenía varios programas televisivos y radiofónicos con los que enseñaba inglés al público general. En sus programas hacía incesante publicidad de otros recursos docentes de su propia marca (libros, CDs, cursos, etc.). Previamente nunca me habían llamado la atención esos recursos. Mi mala experiencia con las academias y los libros de ejercicios me hacían desconfiar. Pero en ese momento di con uno que cambiaría mi vida. Se llamaban Translation booklets y consistían en una serie de ocho cuadernos con multitud de listas de veinticinco frases. Para cada lista existía un archivo de audio en el que, en primer lugar, se escuchaba una frase en español que tras dos segundos se traducía al inglés. El sistema era sencillo. Había que repetir cada lista en voz alta hasta que pudieras recitar la traducción al inglés al mismo tiempo que la voz lo hacía. Eso sí, había muchas listas y la complejidad era vertiginosamente creciente.
Me encontré con las listas a principios de 2011, justo un año después de haber empezado a estudiar inglés con seriedad. Recuerdo que le dediqué a esas listas entre treinta y sesenta minutos diarios de lunes a viernes. Aprovechaba los dos o cuatro viajes diarios que realizaba en coche a mi trabajo. Como cada trayecto duraba entre quince y veinte minutos, en algunos de ellos practicaba las listas. En el resto de trayectos escuchaba podcasts (en inglés, por supuesto). Me costó unos seis meses completar todas las listas y repetirlas con relativa soltura. Fue duro, pero conseguí terminarlas.
Con las listas de Vaughan aprendí toda la gramática que necesitaba. También aprendí a escribir en inglés ya que de vez en cuando cotejaba cómo se escribía lo que recitaba en voz alta. Por último, gracias a las listas también adquirí una pronunciación inglesa decente. No me gusta dar falsa publicidad a métodos de inglés, pero los translation booklets de Richard Vaughan me ayudaron muchísimo. A los seis meses de empezar las listas conseguí sacar el nivel B2 (First Cambridge Certificate), a los doce meses aprobé el nivel Advanced (C1). Aproximadamente dos años más tarde, a finales del 2013, conseguí obtener el máximo nivel de inglés para hablantes no nativos, el Proficiency (C2). Por el camino hice otras pruebas de inglés (el TOEFL, el TOEIC, etc.), pero las hacía por practicar. Mi objetivo no era superar exámenes, sino aprender inglés. Cuando estos objetivos están invertidos, suele haber problemas de aprendizaje.
***
Entonces, ¿cómo se aprende inglés? Te he contado cómo lo hice yo, pero existen infinidad de métodos y casi todos —menos los libros de ejercicios y las academias— funcionan.
Durante los años en los que aprendí este idioma también escuché infinidad de conferencias, podcasts y leí unos cuantos libros. De las conferencias de www.ted.com ya te he hablado. En cuanto a podscasts, a mí me cautivaron especialmente dos: The vinyl cafe (nivel intermedio) y Wait wait… Don’t tell me! (nivel avanzado). Ambos eran programas de radio de unos cuarenta y cinco minutos cuyos anfitriones eran realmente fabulosos. Hoy en día sigue siendo fácil encontrarlos en cualquier plataforma de música como Spotify o Apple music. Cuando tú decidas aprender inglés, escoge los que te parezcan más divertidos o interesantes. No te desanimes si al principio entiendes poco.
En cuanto a libros, he de decir que leí unos cuantos best sellers con mi Kindle. También leí libros que hablaban del aprendizaje del inglés. La mayoría de estos últimos me ayudaron poco o nada, así que no los nombraré. No obstante, hubo tres excepciones.
El primer libro fue del propio Richard Vaughan llamado Si quieres puedes [4]. En él reflexionaba sobre sus casi treinta años enseñando inglés y, especialmente, sobre cómo se aprende este idioma y cómo no. Era un libro bastante sincero y fácil de leer. Además estaba escrito en español, lo que lo convirtió en casi el único libro en español que leí durante aquellos años. El libro no era perfecto, ni mucho menos. Tenía bastante material irrelevante, pero era fácil identificarlo y saltárselo. En su libro, Richard confesaba cómo los translation booklets, las listas con las que tanto había aprendido, fueron los primeros materiales que desarrolló. Se dio cuenta de que eran muy potentes y prometió no ganar dinero con ellas. Hasta la fecha ha cumplido su palabra. Las listas con los archivos de audio aún se venden a precio de coste en Amazon y en la tienda online del propio Vaughan [6]. El resto de materiales que ofrece son otra historia, por supuesto, pero como te he dicho, para mí el material realmente valioso fueron sus listas.
Su libro, además, ofrecía una curiosa taxonomía de los estudiantes de inglés y un listado de métodos con los que cualquier persona puede hablarlo. Los métodos eran estos:
–Leer best sellers, como hacía yo con el Kindle.
–Leer en voz alta, como hacía de vez en cuando con algunas páginas de los best sellers o cuando repetía las frases.
–Hacer gimnasia gramatical, que yo trabajaba también con las frases.
–Utilizar la escucha directa (prestando atención) e indirecta (sin prestar atención); es decir, dejando la radio o la televisión puesta mientras haces otras cosas. Yo lo reemplazaba con los podcasts que ponía en el coche, o cuando veía series y películas en casa.
–El pasajero y la pared. Esto consistía en hablarle a un amigo imaginario. A mí me hacía sentirme algo incómodo así que nunca lo hice, sorry. Eso sí, en esos años intercambié cientos de emails con mi colega británico afincado en Australia, el profesor Martin Skitmore.
–Hacer estancias en el extranjero, las cuales yo nunca me pude permitir.
Con las cosas que sí que hice puedo constatar que aprendí bastante inglés. Además, lo conseguí en un tiempo reducido y a un precio comparativamente mucho menor que con otros métodos.
Hubo otros libros de referencia que también me facilitaron mucho la vida. Fueron dos libros del mismo autor: Michael Swan. Los libros eran Basic English Usage [7] y Practical English Usage [8]. El primero de ellos es el que se utiliza en los países nórdicos como único libro de consulta cuando se aprende inglés. Ambos son libros muy prácticos que explican con breves ejemplos las reglas gramaticales más importantes. Están orientados a personas que aprenden inglés como segundo idioma por lo que son más accesibles (y menos aburridos) que otros. La diferencia principal entre ambos es que el primero es una versión simplificada (de unas trescientas páginas en tamaño A5) del segundo (unas ochocientas páginas tamaño letter —15 x 23 cm—). Los dos libros son maravillosos, pero es probable que jamás necesites el segundo. Con el primero seguramente solucionarás el 99 % de tus dudas y futuras confusiones con el idioma.
En cuanto a libros, pocos más puedo recomendarte. En cuanto a métodos alternativos, tampoco. Hazlo como quieras, pero no abandones. Nunca es más duro que al principio.
En mi caso finalmente conseguí un puesto como lecturer en la University of Reading (Inglaterra). Esto ocurrió en enero de 2016, justo seis años después de haber empezado a estudiar inglés. Los tres años anteriores había sido profesor asistente en la Universidad de Talca (Chile) y no dejé de trabajar con el inglés. Eso sí, a partir de 2012, empecé a disfrutar enormemente del proceso de aprendizaje. La barrera de entrada del idioma ya la había superado y entendía gran parte de lo que leía y escuchaba. También escribía mis artículos en inglés, aunque necesitaban muchas correcciones. Como te decía, lo que más me costó fue llegar a entender las películas y algunas series de televisión. Incluso hoy esporádicamente tengo dificultades para entender a algunos actores.
Pero contaba que finalmente conseguí trabajo en una universidad inglesa. Cuando viajé a Inglaterra a someterme a las pruebas de selección no me pidieron ninguno de los títulos de inglés que había obtenido. Me hicieron dar, eso sí, una clase de veinte minutos (más quince de preguntas) frente a todos los profesores del departamento. Después pasé una entrevista de otros treinta minutos con el decano, el director de la escuela y una futura compañera del área. Era la primera vez que utilizaba el speaking con motivos profesionales en toda mi vida. Me preparé muy bien la presentación, por supuesto, y no debí de hacerlo tan mal. Después me enteré de que me habían seleccionado por encima de todos los candidatos internos del departamento.
Una vez en Inglaterra, seguí mejorando mi inglés. De hecho, nunca he dejado de utilizarlo desde entonces. Pero el 90 % del idioma ya lo había aprendido antes de trasladarme a Inglaterra. Hay personas que deciden irse por las bravas a otro país y aprender el idioma por pura exposición. Es perfectamente posible, no lo dudo. Pero en mi opinión, esa es la forma más traumática de aprenderlo. Además, es posible que tengas que pasar por empleos de baja cualificación antes. Por el contrario, cuando ya tienes una base sólida, lo aprendes mucho más rápido. A la larga, creo que mi opción fue más eficiente y más barata.
Aprender inglés también me ha traído otros beneficios inesperados. A medida que pasas la barrera de entrada, aprender otro idioma te abre un mundo de posibilidades. No solo te permite entender mucho mejor otras culturas y acceder a mayor cantidad de información, sino que también ejercita tu cerebro y te hace más inteligente. Hay una última ventaja: aprender otro idioma te hace mucho más empático. Como decíamos, esta cualidad es muy útil cuando intentas anticipar cómo los demás entenderán lo que escribes.
Antes de finalizar, hablemos con franqueza de dos formas de intentar sortear el problema del inglés. Como te he dicho, no hay atajo, pero siempre hay quien intenta crearlo. Por un lado, están los investigadores que escriben muy mal inglés y que, aun así, envían sus artículos a las revistas sin apenas revisarlos. Bien, esto no funciona. Los revisores de revistas decentes consideran que Sloppy english = Sloppy science (‘inglés chapucero’ = ‘ciencia chapucera’). Eso no te conviene, porque tu artículo tiene mínimas posibilidades de sobrevivir un proceso de revisión. Hay otros investigadores que deciden escribir todo en su idioma materno y después enviarlo a traducir. En estos casos, salvo que sepan escribir a la inglesa, es decir, con frases muy cortas y directas (y de estos he encontrado bien pocos), la traducción será un desastre. Los artículos hay que escribirlos en inglés desde el principio, aunque sea mediocre.
Como paso final, siempre aconsejo enviar el artículo a un editor profesional. Yo soy de la opinión de que el editor debe revisar tanto la corrección gramatical y ortográfica (proofreading) como efectuar una revisión de estilo (stylistic editing). Esto es algo más caro y requiere que sepas que el editor es competente para hacerlo. Los editores de este tipo no abundan. De hecho, lo que abundan son bastantes farsantes muy poco cualificados. Si encuentras un buen editor, cuídalo. Yo he trabajado con bastantes, pero los dos que más me han gustado han sido Oxbridge [9] y American Journal Experts [10]. Los dos son rápidos, fiables y no tan caros.
Finalmente, para aclarar mi última sugerencia: ¿realmente necesito someter todos mis artículos a una revisión de idioma? Yo lo hago. Como te he dicho, tengo un nivel C2, fui tres años profesor en Inglaterra y, aun así, pago por una revisión estilística antes de enviar mis artículos a cualquier revista. En mi universidad suelen haber pequeños fondos de dinero para este tipo de cosas. Un artículo con buen inglés es diez veces más fácil de publicar. Si no puedes pagar la revisión del idioma, búscate un coautor angloparlante (preferiblemente nativo). En cualquier caso, escribir y revisar los artículos directamente en inglés te ahorrará mucho tiempo a la larga.
3.ª condición: Resiliencia a la crítica
Nullius in verba (‘en la palabra de nadie’). En 1663, la Real Sociedad de Londres adoptó esta frase como lema de su institución [11]. La Real Sociedad de Londres fue la primera sociedad científica del mundo y la primera en empezar a publicar artículos tal como los entendemos hoy en día. Más tarde se crearon otras sociedades. A ellas les siguieron las primeras editoriales científicas con fines comerciales.
El lema nullius in verba pone de manifiesto que no debe creerse nada simplemente porque lo haya dicho alguien, tenga la autoridad que tenga. Hay que comprobarlo por uno mismo. Esto sintetiza una característica del mundo académico que no es generalmente entendida por personas ajenas a él: «En ciencia, a diferencia de en el mundo real, estás equivocado hasta que se demuestre lo contrario». Esto significa que cuando escribes un artículo científico debes estar seguro de que has comprobado y defendido que las afirmaciones contenidas en él son ciertas. Por eso, cuando los revisores escrutan tus artículos, la posición por defecto es la de rechazarlo. Es tu labor convencerles de que tus experimentos y análisis conducen a un avance significativo de la ciencia que no puede ser interpretado de otra manera más que la que propones. Obviamente, esto siempre entendido dentro de los límites razonables de tiempo y recursos de los que disponen los investigadores.
Por eso, cuando alguien se pregunta por qué los académicos somos tan críticos y desconfiados, la respuesta es simple: en ciencia eres culpable hasta que demuestres lo contrario. Por eso es difícil publicar artículos científicos, y debe seguir siéndolo. Por eso también el plagio y la fabricación de datos son ofensas tan graves para la ciencia [12]. Todo lo que pone en entredicho la veracidad de las evidencias y los argumentos socava la confianza en el trabajo del investigador. Por eso también, enviar el mismo artículo a varias revistas de forma simultánea o copiar sin referenciar son prácticas no admitidas. Si el propio investigador no se comporta de forma ética, no podemos esperar que su trabajo sí lo sea.
Desafortunadamente, los comportamientos poco éticos siempre han existido. En España hemos tenido múltiples casos de políticos y jueces con tesis doctorales cuyos contenidos contenían supuesto plagio o cuya autoría era más bien dudosa [13]. Esto no es solo común de países de habla hispana. Casos similares podemos encontrarlos en países como Alemania, donde políticos con futuros prometedores fueron igualmente acusados de plagio en sus tesis doctorales [14].
Concordamos entonces en que publicar artículos es difícil y que conlleva un gran esfuerzo. Adicionalmente, el mundo académico también tiene gran inercia al cambio. La abrumadora mayoría de ciencia que se publica supone un avance incremental. Cuando esporádicamente se produce un avance revolucionario, la posición por defecto es la de desconfiar que sea cierto. Esto ha pasado múltiples veces y aunque visto desde fuera no se entiende, no son pocos los casos de premios Nobel que vieron cómo sus primeros trabajos eran rechazados [15]. Cuanto mayor es el salto de conocimiento, más difícil es defender que lo que se ha descubierto es cierto.
Con motivo de esta desconfianza también, los artículos son antes sometidos a un primer escrutinio en sus aspectos formales. Este suelen realizarlo los propios editores de las revistas. Si el artículo se asemeja al canon tal como lo entienden en su respectivo campo científico, entonces puede ser enviado a revisión externa. Los revisores serán a continuación los encargados de juzgar la solidez científica y la relevancia de las contribuciones. Desafortunadamente, la otra cara de la moneda es que en ocasiones es más fácil publicar artículos que reportan ciencia nefasta, incluso falsa [16], que artículos mal escritos con contribuciones pioneras. Esto ocurre porque los artículos «formalmente» correctos tienen muchas más posibilidades de pasar el filtro del editor. Si los revisores no son realmente expertos, el artículo podría colar y ser eventualmente publicado. No pasa con mucha frecuencia, pero pasa.
Fruto de esta realidad es por la que unos estudiantes del MIT decidieron a modo de broma crear un generador de artículos falsos [17]. El generador se llama SCIGen y escribe de forma automática artículos inventados en el área de ciencias de la computación. Lo hicieron porque la estructura de los artículos es relativamente rígida en muchos campos científicos. La popularidad que alcanzó este generador de artículos encierra otra lección: escribir correctamente un artículo es casi tan importante como las contribuciones del mismo. Esto fue precisamente lo que concluyó el trabajo de Cyril Labbé. Cyril era un científico en computación francés que generó un programa que rastreaba dónde se habían publicado artículos generados por SCIGen. En 2012 (y por aquel entonces SCIGen aún era poco conocido) su programa encontró más de ciento veinte artículos publicados en conferencias de Springer y IEEE [18]. SCIGen también generó muchos artículos que fueron aceptados en revistas depredadoras, incluso en algunas buenas revistas (v.gr. [19]). Eso sí, estos últimos han sido convenientemente retirados (que no retractados).
Pero estábamos hablando de las condiciones necesarias para que un investigador pueda publicar y de la necesidad de tener resiliencia a la crítica. Debes notar que no he dicho «resistencia», sino «resiliencia». El Diccionario de la Real Academia Española [20] define resiliencia como: «Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos». Cuando hablo de resiliencia, por tanto, me refiero a que vas a tener que aprender a encajar múltiples comentarios negativos sobre tus trabajos, aunque a veces sean injustos. También vas a tener que aprender de ellos, adaptarte y salir adelante con una versión mejorada de lo que hiciste en primer lugar.
La resiliencia entonces, supone un cambio actitudinal. Vas a tener que dominar tu ego cuando recibas críticas corrosivas que denigren tu trabajo. Esto nos ha pasado y nos sigue pasando a todos. Está claro que hay revisores buenos y revisores muy malos. Pero ambos son las mismas personas que leerán tu trabajo una vez publicado. Adaptarse (hasta cierto punto) a aquellos que pueden entender bien poco de lo que has escrito es con frecuencia la mejor estrategia en la fase de revisión.
Consideraciones finales (I): Tener algo que contar
Al proponer las tres condiciones hemos hablado de muchas cosas, pero hay muchas otras que he omitido. Ya te dije que no quería perder el tiempo mencionando lo obvio. Sin embargo, tal vez valga la pena constatar que no me he dejado nada importante por el camino. Este capítulo es el más personal de todos los de este libro. Lo he escrito prácticamente en primera persona porque te hablaba directamente a ti. Los siguientes capítulos serán algo distintos puesto que pasaremos a hablar de tu escritura y tu investigación, es decir, de tu trabajo.
La primera cosa obvia que hemos mencionado solo tangencialmente es que, para reportar ciencia, hay que tener antes algo que contar. Uno no se sienta y empieza a escribir un artículo sin haber realizado experimentación, un trabajo de campo o sin haber recopilado datos. No obstante, no le doy tanta importancia a esta fase previa por dos motivos principales. El primero es porque en esta fase inicial los investigadores inexpertos suelen contar con el apoyo de otros (p. ej., sus supervisores u otros coautores). En esta fase el investigador tiene una sensación menor de encontrarse perdido. En realidad esto es una ilusión, porque las fases tempranas de la investigación condicionan enormemente la calidad y utilidad de los resultados posteriores. No obstante, incluso cuando los investigadores se sienten perdidos, asumen que es su deber seguir probando hasta reubicarse. De alguna manera, parece que tenemos más asumido que las fases iniciales de la investigación implican bastantes dosis de prueba y error.
El segundo motivo por el que no he mencionado la importancia de tener algo que contar es porque, cuando detectamos errores en la experimentación al escribir el artículo, deberemos ser capaces de volver atrás y corregirlos. Es decir, cuando aprendas a escribir bien, serás capaz de encontrar los puntos débiles de tu investigación durante su ejecución. Entonces solo tendrás que volver a la experimentación, corregirla, ampliarla o rediseñarla. Esto puede ser oneroso, pero cuanta más experiencia tengas al escribir, mayor capacidad de anticipación tendrás. Es decir, con el tiempo operarás con anticipación desde el principio y diseñarás todo con las miras puestas en su eventual publicación. Esto te ahorrará no solo mucho tiempo, sino que te permitirá generar fácilmente muchas otras ideas con las que seguir publicando.
Consideraciones finales (II): Ontología y Epistemología
Antes de finalizar este capítulo me gustaría incluir un comentario sobre algo que suele causar confusión, especialmente a estudiantes hispanohablantes que cursan su doctorado en el extranjero. No es un aspecto puramente personal, pero te evitará parecer un ignorante cuando hables con otros angloparlantes sobre tu investigación. Debes tener en cuenta que las instituciones de primer nivel a veces otorgan mucho peso formal a dos cosas llamadas «ontología» y «epistemología». La ontología se preocupa del estudio de los seres o cosas que existen. La epistemología comprende la teoría de los fundamentos y métodos del conocimiento científico.
Es probable que estas definiciones las olvides y por eso te voy a dar otras más sencillas. Sé que no son totalmente correctas, pero al menos tendrás alguna posibilidad de recordarlas cuando alguien te pregunte acerca de ellas. Simplificando enormemente, la ontología es el estudio de lo que hay, de lo que existe. La epistemología estudia cómo conocemos y llegamos a comprender lo que existe.
En la ontología existen dos paradigmas principales: el positivismo y el interpretativismo. Estas son dos formas de entender la realidad, por eso también las llamamos epistemologías [21]. El positivismo intenta encontrar leyes generales o universales basándose en la observación. Esto quiere decir que se intenta encontrar las relaciones causa-efecto y los posibles vínculos entre los elementos estudiados. La investigación en ciencias e ingenierías es casi toda positivista. La estadística es una de las disciplinas más utilizadas en el enfoque positivista porque permite describir cómo se comportan los elementos y cómo se afectan los unos a los otros. En el positivismo entonces, los elementos existen al margen del que los estudia (nosotros), por eso se le llama también «objetivismo».
El interpretativismo, por otro lado, es mucho más común en estudios sociales y/o cualitativos. El interpretativismo intenta conocer el significado y las razones por las que los elementos analizados se comportan de una manera determinada. Por ejemplo, cuando se estudia un fenómeno social, se podría abordar su análisis a través de cómo se comporta el grupo de individuos en su conjunto y cómo influencia otros sistemas (enfoque positivista). También se podría interrogar a los individuos acerca de por qué se comportan de esa manera y cómo podrían comportarse de manera diferente (enfoque interpretativista). Cada epistemología puede estudiar el mismo fenómeno a distintos niveles. Por tanto, ambas epistemologías son complementarias.
¿Por qué te he contado todo esto? Sencillo. Con el tiempo alguien te acabará preguntando sobre la ontología de tu investigación o sobre tu modelo ontológico. Seguramente, lo que esa persona querrá saber es si tienen sentido los elementos que has escogido (ontología) y cómo los estás analizando (epistemología). Seguramente también, cuando te pregunte, lo que querrá evaluar es si tus elementos y métodos de análisis están correctamente alineados con tu Research question (lo que quieres averiguar). A este respecto es común ver cómo muchos investigadores noveles recurren a encuestas para intentar entender un fenómeno o situación. A veces, preguntar a personas no es lo más adecuado. Esto ocurre porque esas personas podrían saber incluso menos que tú, y preguntar a más personas no va a cambiar eso. En esa situación, tendrías un problema con la ontología de tu investigación. Te habrías equivocado al elegir los elementos que vas a analizar.
El error también podría venir de los métodos que estás aplicando. Siguiendo con el mismo ejemplo, a lo mejor analizar determinado grupo social sí es pertinente para entender un fenómeno. No obstante, tal vez lo mejor no sea emplear un cuestionario, sino medir otro tipo de variables relativas a su conducta. En este caso, habría un problema con tu enfoque epistemológico. Es decir, el método de análisis podría no ser el correcto.
En resumen, cuando alguien te pregunte sobre ontología o epistemología, lo que probablemente quiera saber es si tus elementos y métodos de análisis pueden realmente darte a conocer lo que quieres saber. Errores de desalineación entre estos aspectos son críticos y no pueden solucionarse con una escritura brillante. El diseño de la investigación sería inadecuado y habría que comenzar desde el principio. Esta es la peor situación en la que puedes encontrarte antes de empezar a escribir y es, de hecho, causa de rechazo frecuente en muchas revistas [22]. Precisamente por esto te hemos llamado la atención sobre ello antes de enseñarte a escribir.