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Prólogo

Sobre mí, sobre ti y sobre este libro

Recuerdo con claridad mis primeros años intentando publicar artículos. Digo «intentando» porque hubo muchos más fracasos que éxitos. También digo «con claridad» porque tendemos a no olvidar las experiencias difíciles. En su autobiografía Becoming, Michelle Obama dijo que desde bien joven se dio cuenta de que existe una fuerte correlación entre el tiempo que le dedicas a algo y lo bien que se te da [1]. En términos generales eso es cierto, pero a veces no basta con dedicarle mucho tiempo a algo. A mí me costó seis años entenderlo.

Déjame que te cuente una historia. Te contaré varias en este libro, muchas de ellas en primera persona. Otras son de personas que me han acompañado en el proceso de convertirme en investigador. ¿Te animas? Prepárate. El camino es largo, pero te aseguro que vale la pena.

Me doctoré en 2010. Para entonces había estudiado una ingeniería técnica, un segundo ciclo, había obtenido un título de especialista universitario, estaba a punto de acabar un máster y llevaba ocho años trabajando en la empresa privada. También había superado numerosos cursos como ingeniero conectados con mi actividad profesional. Dos años antes había comenzado a compaginar mi actividad profesional con la docencia a tiempo parcial en la universidad. En la empresa privada tenía un trabajo bastante gratificante. Era responsable de un pequeño departamento y las cosas me iban bien. Tenía un sueldo decente y estaba bien considerado. Recuerdo que pasaba mucho tiempo preparando licitaciones. Para los que no estén familiarizados, esto significa que escribía propuestas técnico-económicas para administraciones públicas y organismos privados. La intención era agrandar nuestra cartera de proyectos y que, con ello, la empresa para la que trabajaba ganara más dinero.

Como decía, me doctoré en 2010. Lo hice con la calificación máxima, cum laude. Creía que sabía escribir. Al fin y al cabo, escribir era lo que hacía en mi trabajo la mayor parte del tiempo. En 2009, un año antes de someter a revisión mi tesis doctoral, ya la tenía totalmente escrita. En un alarde de ambición y dedicación plena, conseguí escribirla en menos de un mes. Tenía la experimentación realizada. No había motivo para retrasar más la redacción.

Cuando envié el borrador a mis dos directores de tesis, los dos la leyeron con atención. Me citaron a una reunión. Con todo el tacto posible me dijeron que lo que les había enviado «no era una tesis doctoral». Esto me lo dijeron justo al empezar la reunión. El resto de la misma la dedicaron, muy pacientemente, a demostrarme por qué.

Tenían razón, lo que había escrito no era una tesis doctoral, pero yo no lo sabía. Aún me costaría unos años entenderlo. Creo que siempre he sido un poco lento para aprender cosas nuevas, especialmente aquellas cosas que me afectan como persona. ¿Cómo era posible entonces?

Por aquel tiempo tenía bastante rodaje escribiendo documentos profesionales. Escribir una tesis doctoral no podía ser tan diferente. «A escribir se sabe o no se sabe», pensaba. «Yo no podía ser tan mal escritor». Pero sí, lo era, y también me costó varios años darme cuenta.

Finalmente entregué la tesis. Corrijo, entregué la tesis, pero no la misma que había escrito un año antes. Tuve que reescribirla varias veces y estoy casi seguro de que poco material original sobrevivió. Me convertí en Dr. Ballesteros, lo cual sonaba bastante mejor que don Pablo. Este último título lo había adquirido, como el resto de españoles, al completar la enseñanza general básica. Aparte de eso, poco más cambió.

Una vez escuché que el título universitario no es más que una licencia para seguir aprendiendo mientras te permiten ejercer una profesión cualificada. Esto tiene ciertas analogías con el carné de conducir. Tener el carné no significa que realmente sepas conducir, solo que es «legal» que lo hagas. En mi caso, el doctorado me dio la licencia para investigar. El paso siguiente era empezar a publicar en revistas científicas. No tenía otra alternativa, al menos si quería llegar a convertirme en académico a tiempo completo.

Mi primer artículo lo publiqué a finales de 2010, unos diez meses después de leer mi tesis doctoral. La experimentación de ese artículo la diseñé y ejecuté yo mismo. La escritura, sin embargo, fue en gran parte fruto del trabajo de mis dos directores de tesis. Además, ese artículo apenas tenía que ver con el objeto de mi tesis doctoral.

El primer artículo que intenté escribir yo mismo, aunque no como único autor, fue publicado a principios de 2012. Teniendo en cuenta que ya disponía de buen material de mi tesis doctoral, no conseguí realmente hacerlo hasta dos años después. Fue en una buena revista y ahora puedo decir que valió la pena. Si me hubieras preguntado entonces, no lo habría tenido tan claro. Los dos años que me tomó publicar ese primer artículo derivado de mi tesis supusieron casi un segundo doctorado.

Después empezaron a venir más artículos. También vinieron muchos rechazos. Ya no era imposible. Si lo conseguí una vez, podía conseguirlo más veces. Así fui aprendiendo el oficio. A base de prueba y error y, sobre todo, con mucho esfuerzo y dedicación. Pero el proceso de aprendizaje estaba lejos de concluir. Progresivamente, me percaté de que publicar no era simplemente cuestión de acumular experiencia. A pesar de lo que sugería Michelle Obama, no consistía únicamente en dedicarle «más tiempo» a algo. Pero por aquel entonces no tenía una alternativa mejor, así que seguí un par de años trabajando exactamente igual.

2014 fue otro año crítico para mí. Ese año no conseguí publicar nada. El único artículo que publiqué se había aceptado en 2013. Ante mi fracaso y convencido de que todo era cuestión de hacer un esfuerzo mayor, redoblé el tiempo que le dedicaba a la investigación. Mi joven familia se resintió en el proceso. Mi humor también. Al final de 2014 conseguí que me aceptaran un artículo de los cinco que debía de tener en revisión en aquel momento. Era una buena revista. El artículo no sería publicado hasta 2015, pero al menos ya había cumplido con mi universidad aquel año. No obstante, otra vez percibía que algo no funcionaba. Estaba llegando al cuello de botella de mi capacidad productiva. Tenía demasiados artículos que volvían rechazados. El proceso de reformateo para enviarlos a otras revistas consumía excesivo tiempo. La calidad de mi docencia también se resentía.

A finales de 2014 tuve los primeros atisbos de convencimiento de que no estaba trabajando de forma adecuada. La culminación del convencimiento llegó dos años más tarde. A finales de 2016 llevaba casi un año trabajando como lecturer en Inglaterra. Había escrito algunas propuestas de investigación con gran esfuerzo. Cuando las compartía con mis compañeros, estos me las devolvían con una gran cantidad de comentarios críticos. No entendía el nivel de exigencia de mis compañeros. Parecía que disfrutaban destrozando mi trabajo. ¿Estaban leyéndose mis propuestas con atención o simplemente las ojeaban y criticaban alegremente? En ese momento ya había conseguido publicar al menos quince artículos. Tal vez mis compañeros eran demasiado pretenciosos. Yo por mi parte, seguía algo desorientado.

Pero fue a finales de mi primer año en Inglaterra cuando tuve la certeza de que tenía un problema con mi forma de trabajar. Preparé una propuesta para un pequeño proyecto de investigación internacional. La compartí con el entonces director de escuela que me llamó dos días después a su despacho. Recuerdo que me dijo: «Pablo, mira. Me he leído tu propuesta de principio a fin. Siento decirte que no he entendido nada. Cuando digo nada, digo “nada”».

Como ser humano, todos desarrollamos ciertos mecanismos de defensa. La primera reacción ante una crítica tan directa es pensar que esta no puede ser cierta. La culpa seguramente no era mía, sería suya. Pero las campanas de alerta llevaban sonando suficiente tiempo en mi cabeza. Tal vez la responsabilidad sí era mía.

Ese momento definió los años siguientes de mi carrera. Si me hubiera aferrado a mi tozudez, no habría aprendido nada. Seguramente habría seguido publicando igual que antes, con mis altibajos, con años mejores y peores. Pero puse mi orgullo a un lado. Intenté entender por qué mis colegas tenían aquella reacción ante mis artículos y propuestas, por qué los inundaban de comentarios críticos. Lo que siguió fue revelador.

Tras la reunión con mi director de escuela empecé a leer libros sobre cómo escribir artículos. Aún tenía un proyecto de investigación que entregar y poco tiempo de reacción. Decidí empezar a leer libros porque en ese momento tuve claro que no tenía el conocimiento para solucionar el problema por mí mismo, que sin ayuda no podría corregir mi propuesta de investigación. Los comentarios críticos de otros compañeros tampoco concordaban con mi forma de pensar. Ellos no me entendían y yo parecía no entenderlos a ellos. Tal vez buscar en libros me daría algunas ideas.

Fue cuando me desprendí de la convicción de que creía saber escribir cuando me percaté de la existencia de algo llamado «escritura académica». Para no extenderme demasiado solo compartiré esto contigo: realmente no tenía ni idea de escribir. Había publicado artículos, pero con muy poca eficiencia. Enviaba propuestas científicas, pero entre las pocas que eran financiadas, lo conseguía por la mínima y con una inversión descomunal de tiempo y energía. No tenía ni idea de cómo reportar ciencia. No entendía qué iba en cada parte de un artículo científico. No entendía cómo argumentar ni convencer. Pero entonces —a finales de 2016 y seis años después de doctorarme— aprendí. Y ya no olvidé.

Desde entonces he publicado muchos más artículos cada año dedicando la mitad de esfuerzo. He ganado muchos más proyectos y los he preparado en menos de dos semanas. Estoy convencido de que mis textos se entienden mucho mejor, aun cuando el lector esté distraído o los lea diagonalmente. ¿Qué ha cambiado? Fue sencillo. Tuve que aprender a desaprender.

***

Este libro pretende enseñarte a «desaprender». Desaprender lo que crees saber sobre cómo se investiga en el contexto académico y sobre cómo se escribe. Si estás leyendo este libro es porque probablemente perteneces a una de estas tres categorías: eres un investigador novel (doctorando o postdoc); eres un profesor universitario que lleva varios años sin conseguir (tal vez hasta sin intentar) publicar; o eres un director de investigación que quiere enseñar a otros investigadores cómo escribir. También podrías ser un académico que consigue publicar, pero al que le cuesta un gran trabajo hacerlo. En cualquier caso, este libro te va a ser de utilidad. Si me acompañas, prometo hacer el viaje interesante.

En este prólogo te he contado cómo empecé. Por el momento aún no te he contado nada acerca de mis otros méritos. Los ha habido, por supuesto. Tan solo te he contado aquellos momentos que me definieron como investigador, como «auténtico» investigador. Existen otras vías pero todas pasan por lo mismo: por obrar profundos cambios en ti. Vas a tener que dejar de hacer algunas cosas que haces. Vas a tener que empezar a hacer cosas que antes no hacías. No existe otra manera. Si no estás dispuesto, puedes dejar este libro donde lo cogiste.

En el momento de escribir este libro era investigador Ramón y Cajal en la Universidad de Cádiz. Llegué allí por un tortuoso camino. Conseguí esa posición gracias a ganar una de las tres plazas que se ofertaron en España bajo los programas de promoción de talento. Tuve suerte. En mi país siempre ha habido poco dinero para investigar. Esto pasa en muchos otros países también. Cuando competí por este contrato en 2017, solo hubo tres plazas para todo el país en la categoría de Ingeniería y Arquitectura. Ya te he dicho que fui afortunado. Otros años solo hubo dos plazas. Otros años solo una. Quedé en segunda posición y pude elegir en qué universidad española quería trabajar. Elegí Cádiz por motivos que gustosamente te contaré si algún día coincidimos tomando un café en una conferencia.

Ese contrato me permitió dedicarme a investigar a tiempo completo durante cinco años. El Estado español me pagaba cada día por ir a trabajar y a investigar lo que consideraba oportuno. Se supone que demostré por medio de un proceso altamente competitivo que era un investigador autónomo y fiable. Yo decidía, por tanto, lo que aprendía y lo que escribía. La mera perspectiva de haber tenido esa responsabilidad habría sido inconcebible (casi aterradora) algunos años antes. Entonces (y hasta hoy) me parece el desenlace natural de muchas decisiones que tomé en mis primeros años como investigador.

¿Por qué escribir este libro entonces? Para mí habría sido más fácil seguir publicando artículos y ganando proyectos. Escribir un libro supone mucho tiempo y esfuerzo. La primera razón es porque creía que debía hacerlo. Quería hacer la vida más fácil a otros que inician el mismo camino que yo inicié con el doctorado. Por aquel entonces había publicado más de cuarenta artículos y un número similar de comunicaciones en congresos internacionales. La gran mayoría de estos artículos los había publicado en revistas del primer cuartil y del primer decil. Había sido también el primer autor y autor de correspondencia en la mayoría de esos artículos. Por tanto, cuando hablo en este libro de cómo escribir, te hablaré de cómo lo he hecho yo, de mi experiencia personal y de lo que aprendí de muchos otros.

En la actualidad soy editor de una revista científica bastante reconocida en mi área. También soy revisor de propuestas de investigación en varios organismos de investigación. Competí por muchos de estos puestos en su día y es un honor seguir ocupándolos. Reviso y edito más artículos en un año de los que la mayoría de investigadores leerán en toda su vida. He ganado bastantes proyectos de investigación y trabajado para cinco universidades. He trabajado en cuatro países y experimentado en diferentes contextos el mismo proceso de publicar. He trabajado también con muchos colegas extranjeros y toreado innumerables revisores. Me queda mucho por aprender, por supuesto, porque este camino nun-ca termina. No obstante, a medida que progresa la carrera profesional, el tiempo también escasea. Con todas mis carencias e imperfecciones, era entonces cuando creí haber alcanzado un equilibrio entre ser lo bastante competente para escribir este libro y tener el tiempo suficiente para hacerlo. Más adelante, como hoy en día, probablemente habría sido más competente, pero no habría dispuesto del tiempo necesario.

Hay otro motivo por el que quise escribir este libro. En inglés hay numerosos textos (algunos muy buenos) sobre cómo escribir artículos científicos. En español ocurre justo lo contrario: hay pocos y la mayoría son deficientes. Dado que somos tantísimos investigadores de habla hispana, parecía necesario atender esta necesidad. Aun cuando aprender inglés sea necesario si quieres dedicarte a esto, muchos de nosotros no lo aprendimos en serio hasta después de doctorarnos. Este libro te ayudará a desarrollar tus habilidades de investigación en paralelo, no secuencialmente, a la adquisición de otras (el idioma, por ejemplo). Esto puede ahorrarte un tiempo considerable.

Existe una última razón. Por aquel entonces y hasta hoy he impartido múltiples seminarios y cursos sobre cómo escribir artículos científicos. Los asistentes de estos cursos han compartido conmigo lo reveladores que han sido algunos de mis consejos para conseguir publicar. Con ello ha surgido una oportunidad de ofertar cursos de mayor duración. En ellos abordo el proceso de escritura académica con mayor profundidad, pero también requieren de un material de consulta mucho más estructurado. Hasta el momento había generado una gran cantidad de material en forma de notas, ejercicios y presentaciones. Ponerlos en orden lógico se estaba haciendo necesario. Creí que ello beneficiaría a mis futuros alumnos y también me ahorraría mucho tiempo.

Y con tu permiso, tendré un último acto de autoindulgencia. He de confesar que disfruto escribiendo artículos. También disfruté con el proceso de escritura de este libro. Con gran esfuerzo despejé tres meses de mi más que apretado calendario para completarlo. Escribí un poco cada día, un capítulo por semana aproximadamente, y en tres meses conseguí terminar y editar el libro completo. Fue una experiencia gratificante, aunque, si soy sincero, espero no tener que volver a pasar por lo mismo hasta dentro de otros cinco años. Escribir un texto tan largo prácticamente desde cero fue una experiencia extenuante.

***

Para finalizar este prólogo responderé a dos preguntas que son esenciales: ¿Cómo está estructurado este libro? Y, sobre todo, ¿qué ofrece este libro que otros no ofrecen? Aquí pretendo convencerte de que no solo sé lo que estoy haciendo, sino también de que leer este libro es una buena forma de invertir tu tiempo. Empezaré con la segunda pregunta.

¿Qué contiene realmente este libro? Simplemente contiene de for-ma concisa las lecciones que un mentor altamente involucrado debería transmitir durante tus años de formación como investigador. Desafortunadamente, los mentores altamente involucrados no existen. No es físicamente posible. Incluso aquellos que fuimos afortunados y contamos con acceso permanente a nuestros directores de tesis, no podemos decir que ellos pudieran enseñarnos todo lo que necesitábamos. Es obvio. Cada uno tiene su vida y muchísimas otras obligaciones. El aprendiz debe buscarse la vida. Somatizar esta lección cuanto antes en tu carrera investigadora es absolutamente necesario. La responsabilidad de aprender es tuya y de nadie más. Eres tú el que debes ir corrigiendo tu propio rumbo y aprender lo que crees que necesitas en cada momento. Nadie puede contarte cómo investigar algo nuevo e inexplorado porque, por definición, dejaría de serlo. Además, también dejaría de ser interesante y desafiante. Precisamente por esto último es por lo que gran parte de nosotros seguimos en la Academia.

Pero aún no te he dicho qué vas a encontrar en este libro. Aquí te voy a contar qué tienes que hacer para dominar la escritura académica. Con ella podrás hacer muchas cosas útiles en tu día a día. Es probable que lo primero que te venga a la cabeza es que finalmente podrás escribir buenos artículos científicos y propuestas de investigación. Pero también te servirá para muchas otras cosas como expresarte con mayor claridad y brevedad en cualquier otro contexto. Un ejemplo común será cuando prepares apuntes para tus alumnos, cuando escribas emails complejos o cuando redactes reportes, actas o documentos de trabajo para tus compañeros. En cuanto tengas un poco de práctica, la escritura académica permeará en cualquier cosa que escribas. Serás mucho más consciente de cómo escribes y de cómo entienden los demás lo que escribes. Por último, como decía un colega inglés, cuando domines la escritura académica, no podrás volver a leer muchas revistas de divulgación y artículos de internet. Esto significa que cuando seas consciente de cómo se escribe correctamente, te darás cuenta de que gran parte de la gente que te rodea no sabe hacerlo.

Este libro pretende ser una guía con la que aprender a escribir bien y conseguir con ello publicar artículos científicos más fácilmente. Pero la escritura académica tiene múltiples aristas y hay que abordarlas todas. Por ello el libro está estructurado en cuatro bloques.

En el primer bloque («El investigador») describo una serie de habilidades que debes adquirir como investigador. Son aspectos que, de ignorarlos, lastrarán tu avance continuamente. Entre ellos te explicaré cómo sacar tiempo y aprender inglés. Estos son algunos obstáculos que debes superar de una forma u otra si quieres convertirte en un investigador autónomo.

En el segundo bloque («Comunicando investigación») nos centraremos en cómo se escribe y cómo se reporta investigación. Empezaremos con la unidad más pequeña de cualquier texto: las palabras, las frases y los párrafos. Aprenderás una serie de principios sobre cómo se escribe bien y cómo no. Cuando sepas escribir, te enseñaré cómo crear tablas y figuras que permitan contar veraz y brevemente los hechos principales de tu historia. Finalmente, los dos últimos capítulos de este bloque se centrarán en explicar qué es lo que deben contener las secciones de un artículo. Seguramente muchos lectores encontrarán en estos capítulos una interesante guía de referencia. No obstante, recuerda: sin aprender a escribir antes correctamente, escribir un artículo científico es casi imposible.

En el tercer bloque («Trabajando con otros») te contaré cómo se trabaja con otros (coautores) y para otros (universidades, centros y grupos de investigación). Estos son recursos que deben ser bien gestionados. A tu favor se convertirán en potentes herramientas. En tu contra pueden hacer tu vida como investigador realmente miserable. El último capítulo de este bloque se centrará en todo lo que ocurre con tu artículo una vez se envía a una revista. Es probable que el proceso se parezca poco a lo que te imaginas. Por eso, con mayor motivo, debes conocerlo.

El cuarto bloque («Rechazos y revisiones») describe con detalle la fenomenología de errores que deben evitarse antes y después de enviar artículos. En estos capítulos aprenderás la visión de los editores, de los revisores y de los gestores de proyectos de investigación. También aprenderás cómo contestar (y cómo nunca hacerlo) cuando te soliciten cambios.

Pero, ¿quiero decir con ello que este libro es un compendio de casi todo lo que necesitas saber sobre cómo escribir artículos científicos? No, eso no es posible. Ningún libro puede prometerlo, y créeme, me he leído muchos. Conseguir que un libro aborde absolutamente todos los aspectos que un investigador puede necesitar ocuparía infinitas páginas. También debería rebajar el nivel intelectual de este libro al de un pregraduado universitario. Eso no me parece un movimiento inteligente. Explicar excesivamente los mismos conceptos y/o proporcionar más ejemplos de lo necesario no logrará que entiendas mejor lo que quiero decir. Precisamente, si hay algo que he aprendido a fuego es que, muchas veces, menos es más. Al escribir este libro, tengo en mente a jóvenes profesionales, investigadores y profesores universitarios. Gente con capacidad intelectual suficiente para entender lo que quiero enseñar. Si te estás planteando embarcarte en un doctorado o en un máster, es muy probable que tengas esta capacidad. Si no la tienes, el sistema educativo aún no te la ha transmitido y este libro tampoco lo hará.

En consecuencia, el libro apenas contiene explicaciones de cosas que puedas aprender por ti mismo en un período relativamente corto de tiempo. Si hay algo sobre lo que no me gusta escribir, aunque lo he visto en muchos otros libros de investigación, es sobre lo obvio e intrascendente. Aunque este libro los mencionará brevemente, no esperes encontrar mucha información sobre aspectos como: decidir el orden de los autores, sobre qué poner en las afiliaciones, los acknowledgements o los apéndices, ni siquiera sobre cómo se abre un perfil en ResearchGate u ORCiD. Sí, esas cosas son útiles. No obstante, lo más probable es que ya las conozcas o que las aprendas por simple exposición al mundo de la publicación científica. Análogamente, también te contaré que el uso de gestores bibliográficos y el manejo de bases de datos como Scopus o Web of Science es absolutamente necesario. Para muchos (para mí no) también es esencial utilizar compiladores de texto como Latex®. No obstante, esto no es un manual de aplicaciones informáticas. La tecnología avanza muy rápidamente. Un libro como este no podría mantenerse a la par, así que ni lo intentaré.

Por tanto, este libro pretende ser una guía sencilla y directa sobre cómo aprender a escribir con gran efectividad para hacerte progresar en tu carrera como investigador. Con esta escritura podrás conseguir publicar y ganar proyectos mucho más fácilmente. El objetivo es simplemente que te cueste menos que los seis años que me tomó a mí.

Un último consejo: digiere este libro poco a poco. Observarás que he realizado un gran esfuerzo de condensación en cada capítulo. Debes estar preparado para absorber lo que te tengo que contar. En mi opinión, un capítulo al día es más que suficiente. Un capítulo a la semana sería incluso mejor (este prólogo podría contar como tu primer capítulo). Esto es así porque los cambios tienen que producirse en ti y en tu forma de trabajar. Todos tenemos gran inercia a cambiar de hábitos, incluso con grandes dosis de fuerza de voluntad. El cambio de tu forma de trabajar no ocurrirá de la noche a la mañana. Si lees en grandes trozos, lo más probable es que tu organismo deje de absorber lo que tengo que contarte o incluso genere rechazo. Para cualquier asimilación de conceptos es necesario algo de tiempo. Dicho esto, mi tiempo es escaso y entiendo que el tuyo también. ¿Comenzamos?

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