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San Juan Pablo II

V/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R/ Porque con tu Santa Cruz has redimido al mundo.

Palabra de Dios

Mc 15,13-14

¡Crucifícale! ¡Crucifícale!

Reflexión

La sentencia de Pilato fue dictada bajo la presión de los sacerdotes y de la multitud. La condena a muerte por crucifixión debería de haber satisfecho sus pasiones y ser la respuesta al grito: «¡Crucifícale! ¡Crucifícale!» (Mc 15,13-14, etc.). El pretor romano pensó que podría eludir el dictar sentencia lavándose las manos, como se había desentendido antes de las palabras de Cristo cuando este identificó su reino con la verdad, con el testimonio de la verdad (Jn 18,38). En uno y otro caso Pilato buscaba conservar la independencia, mantenerse en cierto modo «al margen». Pero eran solo apariencias. La cruz a la que fue condenado Jesús de Nazaret (Jn 19,16), así como su verdad del reino (Jn 18,36-37), debía de afectar profundamente al alma del pretor romano. Esta fue y es una realeza frente a la cual no se puede permanecer indiferente o mantenerse al margen.

El hecho de que a Jesús, Hijo de Dios, se le pregunte por su reino, y que por esto sea juzgado por el hombre y condenado a muerte, constituye el principio del testimonio final de Dios que tanto amó al mundo (cf Jn 3,16). También nosotros nos encontramos ante este testimonio, y sabemos que no nos es lícito lavarnos las manos.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

R/ Pequé, Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.

Vía crucis con los santos

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