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La iluminación más allá de la muerte

“A lo largo de los años, desde su primera publicación, El libro tibetano de los muertos me acompañó sin interrupciones. Le adeudo numerosos hallazgos y conceptos del mayor estímulo, pero asimismo muchas percepciones inmediatas y fundamentales.”

C. G. Jung

Para nosotros, los occidentales, la muerte y todo lo que ella implica resume nuestro máximo terror, provoca el rechazo más extremo: su sola mención es muchas veces evitada, por la cantidad de nefastas ideas que trae asociadas.

De hecho, todas las religiones que practicamos se han ocupado de intentar mitigar el fulminante impacto que tiene en nuestras conciencias el fenómeno de la desaparición física, apelando a diferentes creencias y advertencias sobre lo que sucede más allá de la vida, sin que esos credos —en líneas generales— logren modificar definitivamente el horror que nos produce.

Para el hombre de Oriente la visión de la muerte es radicalmente distinta. En su concepción ella es simplemente una transición, una forma de continuidad, bajo características diferentes, de la fase anterior, el estadio de la existencia. Para el hinduismo y el budismo, las corrientes religiosas que más adeptos poseen al este del mundo, la vida no termina con la muerte e incluso esta es apenas una etapa provisoria, ya que la esencia espiritual del fallecido retorna a la vida posteriormente, en un proceso que definen como el renacer: es devuelta a la existencia ocupando un nuevo cuerpo, siguiendo el curso de una rueda infinita de muertes y renacimientos.

Sin embargo, esta creencia, que supondría una esperanza de eternidad para la concepción occidental, es para la oriental una suerte de maldición, ya que la reencarnación nos devuelve a un mundo signado por el dolor, los padecimientos, la enfermedad y fundamentalmente la ignorancia de la genuina realidad de todas las cosas, entre otros males de peso similar. El único medio por el cual la esencia individual puede liberarse de la eterna rueda que la ata al inevitable retorno es definida como la iluminación, que corta definitivamente el ciclo y posibilita que el espíritu, así liberado, se integre definitivamente con lo Absoluto, que es eterno e inmutable.

Por supuesto que estamos resumiendo mucho y a sus líneas más generales estos sistemas de creencias del Oriente, a fin de facilitar la introducción del lector a sus conceptos más importantes.

En el caso del budismo, el sistema de vida, el concepto religioso y filosófico que practica un extenso número de la humanidad, y cuya aspiración fundamental es comprender cuál es la naturaleza genuina de la realidad, este criterio de continuidad entre la vida y la muerte es uno de los pilares fundamentales de todas sus creencias, así como el de la iluminación posible y la simultánea liberación e integración con lo Absoluto.

Entre las diversas variantes del budismo, para introducirnos básicamente en el sentido y la profundidad de una de sus máximas obras, la que presentamos en las páginas siguientes, nos interesa una en particular: el budismo tibetano, cuyo desarrollo se inició en los Himalayas hacia el siglo VII de la era cristiana y constituye una de las ramas más importantes derivadas del budismo en su forma original.

A solo un siglo del establecimiento del budismo tibetano uno de sus seguidores más importantes, el sabio llamado Padma Sambhava, fundador del primer monasterio del culto, comprendió que uno de los mayores aportes que podía hacerse a la evolución de la humanidad era la escritura de un suerte de manual que explicara de qué manera aquellos que se encuentran en el trance final hacia la desaparición física y los ya efectivamente muertos logran acceder a la buscada iluminación liberadora.

Así fue como el benefactor Padma Sambhava redactó El libro tibetano de los muertos, uno de los textos clásicos más brillantes del budismo y de los más conocidos en Occidente a partir de las numerosas traducciones a diferentes idiomas realizadas desde comienzos del siglo XX.

La guía para el más allá

El budismo tibetano considera que el período de la muerte posee una duración sumamente corta: apenas 49 días bajo esta condición separan a una fase viviente de la siguiente. A su término se reinicia la existencia en otro cuerpo, como ya esbozamos en párrafos anteriores. De acuerdo con los méritos alcanzados en sus vidas anteriores y con el peso de los errores asimismo cometidos, la esencia individual reencarnará en formas más o menos superiores, en una amplia escala que va desde lo más abyecto hasta lo más puro de esas posibilidades.

El retorno a la vida, a menos que se haya alcanzado un nivel de evolución espiritual superior, implica el olvido de todas las existencias anteriores y la oportunidad de caer, una y otra vez, en errores que más y más sumergirán al espíritu en la negra ignorancia de la realidad suprema y trascendente, atándolo así de modo aún más firme a la rueda de la reencarnación y los sufrimientos.

El extraordinario aporte de El libro tibetano de los muertos es que brinda las claves para superar este destino que esclaviza al espíritu, aferrándolo al dolor y la ausencia de conocimiento.

El texto que en su infinita bondad el monje Padma Sambhava legó a los hombres del futuro establece el método para alcanzar la liberación definitiva y comienza por dividir en tres secciones todo el proceso seguido por la continuidad vida/muerte.

La primera fase se ocupa del instante del fallecimiento, sus características y peculiaridades. La segunda sección atiende a lo que sucede inmediatamente después del deceso y la tercera se ocupa de todo lo relativo a las instancias previas a la reencarnación, lo que abarca asimismo de qué modo surgen los instintos, qué tan poderosa influencia poseen en la existencia futura del sujeto, dominando su naturaleza e impulsando irracionalmente cada uno de sus actos y manifestaciones.

Sobre esta base edifica este libro extraordinario la conciencia que es capaz de desarrollar durante 49 días el espíritu en tránsito entre un estadio y otro, en tanto y en cuanto pueda comprender el verdadero funcionamiento de la mente en lo que respecta a la muy variada gama de sus expresiones, desde las más bellas hasta las de la índole más baja, evolucionando post-mortem y merced a esta profunda meditación acerca de lo que es esencial y lo que es mera apariencia, acceder de modo definitivo al estado iluminado que es el objetivo de todas sus experiencias pasadas, presentes y futuras, lo conozca o no en las etapas anteriores.

Resta decir que El libro tibetano de los muertos, que ha señalado un antes y un después para muchos de los que accedieron a la comprensión de sus páginas, es uno de los genuinos tesoros que el pasado ha legado a la posteridad, esa que se extiende mucho más lejos que nuestras propias y efímeras existencias. Y que todo parece indicar que seguirá iluminando, como la hizo ya en los siglos precedentes, las conciencias de quienes quieren ir más allá de las ilusiones transitorias que nos brinda el limitado alcance de nuestros sentidos, en búsqueda de una realidad, la única y permanente, que nos trasciende a todos.

Luis Benítez

El libro tibetano de los muertos

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