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Capítulo 1

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MADALYN Wier había tenido mejores días de cumpleaños.

Pero si algo podía redimir a una mujer de cumplir treinta años y ser una madre soltera a punto de quedarse en el paro, sería conseguir un trabajo como secretaria ejecutiva en la compañía Ambercroft. Madalyn tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás para mirar el impresionante edificio, un monumento al dinero y a la arquitectura moderna. La punta del rascacielos de más de cien pisos arañaba el cielo de Dallas como abriendo camino para los Ambercroft hasta el más allá.

Se cruzó de brazos mientras esperaba que los coches parasen en el paso de peatones. Obviamente, la hospitalidad texana se olvidaba a partir de las cuatro. Al menos, en el centro de Dallas…

Lo primero que la sorprendió al entrar por la puerta giratoria fue ver que la recepcionista parecía muy agitada. Aunque sabía que ese tipo de trabajo podía ser agotador, la actitud de la mujer no le parecía muy acorde con la imagen de la famosa empresa.

Madalyn echó un vistazo alrededor mientras daba tiempo a la recepcionista a contestar las numerosas llamadas de la centralita. El suelo del enorme vestíbulo era de mármol pulido y las paredes estaban forradas de madera noble. Los retratos de varias generaciones de Ambercrofts, todos con impecable traje oscuro, colgaban de aquellas paredes. Los cuadros eran una muestra de la duración de la saga familiar y la ponía un poco nerviosa ser observada por aquellas serias figuras. Madalyn imaginaba que ese era precisamente el objetivo: que los visitantes supieran inmediatamente que entraban en un impenetrable bastión familiar.

Con cada generación, los hombres se habían vuelto más y más serios. Hasta el retrato de Philip Ambercroft IV, el más joven de la saga. Era el más atractivo y el único que ofrecía una sonrisa, que llamó la atención de Madalyn. Quizá era porque había visto muchas fotografías suyas en periódicos y revistas o quizá era sólo su imaginación, pero el retrato la hacía preguntarse qué había detrás de aquella cara inteligente.

Cuando las llamadas en la centralita cesaron por un segundo, Madalyn se acercó a la recepcionista.

–Perdone…

–La señorita Fox ha salido un momento. Yo soy del departamento de contabilidad y… –la mujer volvió a tomar el auricular, mirando a Madalyn como si la nueva llamada fuera culpa suya–. Recepción. Un momento, por favor… –dijo, pulsando la tecla de llamada en espera–. ¿Qué desea?

–He venido a solicitar un puesto de trabajo con…

–Recepción. Un momento por favor.

–… el señor Ambercroft.

–El despacho del señor Ambercroft está en el piso veintiuno.

–No me ha entendido, señorita…

La recepcionista la miró con cara de pocos amigos, mientras volvía a recitar el consabido: «Recepción. Un momento por favor».

–Ya le he dicho que el despacho del señor Ambercroft está en el piso veintiuno.

Apartándose de la belicosa mirada, Madalyn se dirigió al grupo de ascensores. Quizá alguien en el piso veintiuno podría indicarle dónde estaba la oficina de personal con un poco más de educación.

Era en momentos como aquel cuando Madalyn deseaba con todas sus fuerzas arriesgarse y abrir el invernadero con el que siempre había soñado. Al menos, las rosas y los ficus no daban malas contestaciones. Pero aquel sueño era imposible. Necesitaba un sueldo fijo para mantener a la personita que dependía de ella.

El viaje en el ascensor hasta el piso veintiuno fue rápido y suave. Ni siquiera las máquinas se atrevían a cometer errores en la poderosa compañía Ambercroft. Cuando las puertas se abrieron, Madalyn pisó la alfombra verde menta que parecía estar hecha de esponja y se quedó con la boca abierta. Frente a ella había una mesa de recepción más grande que la del despacho de un ejecutivo, con un ordenador y una impresora de última generación. El sofá y los sillones eran del más delicado cuero y la enorme puerta que había a la izquierda proclamaba a gritos que aquella era la entrada al sanctasanctórum.

Madalyn tuvo que ahogar una risita al imaginarse a una secretaria estilo señorita Moneypenny, la secretaria de James Bond, sentada frente a aquel escritorio. Pero allí no había ninguna secretaria y Madalyn estaba segura de que aquel no era el departamento de personal.

Estaba a punto de darse la vuelta para bajar de nuevo a recepción cuando la puerta del sanctasanctórum se abrió. Todo estaba resultando tan extraño que casi no se sorprendió al ver que quien salía leyendo un documento era el mismísimo Philip Ambercroft.

Era mucho más atractivo en persona que en las fotografías, incluso más que en el cuadro y Madalyn se quedó un poco apabullada. Había oído la expresión «rasgos esculpidos», pero nunca había conocido a un hombre cuyos rasgos se ajustaran a esa descripción. Parecía pertenecer a la nobleza europea, pero por lo que había leído, a ninguno de los Ambercroft le haría gracia la comparación. De hecho, era una familia muy orgullosa de su herencia texana.

El hombre, a punto de chocarse con ella, la miró fugazmente y después hizo un gesto de desagrado al ver que la mesa de recepción estaba vacía.

–Siéntese. Volveré enseguida.

Sin decir otra palabra, Philip Ambercroft entró en el ascensor, dejando tras él el aroma de su fresca y elegante colonia masculina.

Cuando Madalyn se recuperó de la impresión, se sentó como él le había ordenado. No tenía elección. Le temblaban las rodillas. Philip Ambercroft había estado a unos centímetros de ella. Lo suficientemente cerca como para ver sus profundos ojos azules. Si hubiera alargado la mano habría podido tocar el cabello negro que le caía sobre la frente. Podría haber rozado sus labios con los dedos…

–¿Te has vuelto loca, Madalyn? –dijo en voz alta, sorprendida. El hecho de que le temblaran los dedos mientras se apartaba el flequillo de la cara no le dio mucha confianza. Tenía que calmarse si pensaba mantener una entrevista de trabajo.

Rezando para que Philip Ambercroft no volviera inmediatamente, intentó recuperar la compostura. Quien estaba buscando una ayudante era Gene Ambercroft, no Philip. De modo que la seudo recepcionista había cometido dos errores: la había enviado al piso equivocado para ver al Ambercroft equivocado.

Pero, después de haberlo visto en persona, no podía quitarse de la cabeza a Philip Ambercroft. Tenía que admitir que ella, igual que unos diez millones de americanos, sentía curiosidad por aquella familia. Eran la realeza americana y los medios de comunicación los trataban como tales.

Y, al contrario que la mayoría de las mujeres americanas, a ella le fascinaba Philip Ambercroft, no su hermano el play boy. No le importaría trabajar para Gene, pero era el mayor de los Ambercroft quien había capturado su imaginación desde la primera vez que había leído un artículo sobre aquella poderosa familia.

Había algo en él, algo que la intrigaba y era mucho más que mero atractivo masculino. Tan guapo como su hermano Gene, Philip daba además una imagen de confianza y seriedad. Mientras al joven de los Ambercroft no parecía importarle que los periodistas insistieran en hablar de su vida privada, cada vez que publicaban un artículo sobre la vida privada de Philip, éste lo consideraba un asalto imperdonable a su intimidad y así lo había dicho públicamente. Aunque Madalyn admiraba a las bellas mujeres que aparecían con él en las revistas, tenía la sensación de que una velada con Philip sería interesante por su conversación, no por su físico.

Madalyn se dijo a sí misma que tenía que marcharse de allí antes de que él volviera y se levantó del sillón, decidida a buscar la oficina de personal. Aquella era una oportunidad única y no pensaba perderla por nada del mundo. Si pudiera, seguiría trabajando para Manufacturas Price durante toda su vida, pero eso no era posible. Los Price, que se habían portado con ella casi como unos segundos padres, se habían visto obligados a despedir a un montón de empleados y Madalyn tenía la obligación de encontrar otro empleo tan rápido como fuera posible. No sólo por ella sino por su pequeña Erin.

Pensar en su hija la hacía sonreír. Tres años atrás, la idea de tener hijos le había parecido algo muy lejano, pero después de tener a Erin no podía imaginarse la vida sin ella.

Pero aquel no era momento para pensar en la enanita de dos años con la que pasaba todo su tiempo libre. Tenía que concentrarse en conseguir un trabajo para que esa enanita pudiera tener una casa, un colegio, ropa, comida…

Cuando Madalyn iba a pulsar el botón del ascensor, sonó una campanita y las puertas se abrieron.

–Buenos días, señor Ambercroft –dijo, entrando en el ascensor cuando él salía

Él la miró, con expresión de perplejidad.

–¿Dónde va?

–¿Cómo?

–¿Esa carpeta no es para mí? –preguntó él, señalando el currículum que Madalyn llevaba en la mano.

Madalyn sabía que Philip Ambercroft sería quien dijera la última palabra sobre la contratación de un asistente, pero no había imaginado que estaría tan al tanto de las solicitudes.

–Pues… no sé… supongo que sí.

Él alargó la mano y tomó la carpeta, rozando su brazo con los dedos. El roce la puso nerviosa, aunque no sabía por qué.

–¿Qué es esto? ¿Dónde está el informe de Ashton Hills? –preguntó el hombre, mirando el currículum con el ceño fruncido.

–¿Ashton Hills?

–¿No es usted de la oficina de Denham?

–¿Yo? No…

–Si no es usted de la oficina de Denham, ¿qué hace aquí?

–He venido para solicitar el puesto de asistente ejecutiva del señor Ambercroft.

La expresión del hombre cambió inmediatamente. La media sonrisa que había mantenido hasta entonces desapareció y la miró de una forma que a Madalyn le pareció ofensiva. Parecía estar catalogando sus medidas, como si pudiera ver a través de su traje de chaqueta.

–Lo siento, señorita… –Philip miró de nuevo el currículum– Price.

–Trabajo para Manufacturas Price –corrigió ella–. Mi nombre es Madalyn Wier.

La media sonrisa había vuelto al rostro masculino, mientras leía de nuevo su currículum con aparente interés.

Cuando volvió a mirarla, Madalyn se dio cuenta de que algo había cambiado. Sonreía de la misma forma, pero había un brillo diferente en sus ojos. Unos ojos que no parecían perder detalle.

–Perdone el error, señorita Wier. ¿Le importa acompañarme a mi despacho?

Madalyn tuvo que concentrarse para poner un pie después de otro sin tropezar. Aunque por dentro estuviera hecha un flan, tenía que aparentar serenidad. Philip Ambercroft en persona iba a entrevistarla para un puesto de trabajo y Madalyn rezaba para que la entrevista fuera como ella había previsto.

Los pensamientos de Philip iban a mil por hora mientras se sentaba frente a su escritorio y volvía a leer el currículum de la señorita Wier. Cuando terminó, hizo un poco de tiempo colocando unos papeles. Había llegado donde estaba tomando decisiones arriesgadas y aquella candidata sorpresa podía darle información sobre Manufacturas Price, una empresa que estaba en su lista de prioridades.

Philip sabía que se le habían presentado buenas oportunidades durante los últimos años, oportunidades que nunca hubiera podido planear o predecir. Pero él había sabido aprovecharlas.

Había estado a punto de decirle a la señorita Wier que el puesto estaba ocupado, porque era demasiado atractiva como para considerar siquiera una entrevista con Gene, cuando se le había ocurrido un plan. Mucha gente pensaba que no tenía corazón y, aún menos, que pudiera sentirse locamente atraído por una mujer, pero la señorita Wier había probado que podía acelerar su pulso y despertar su… imaginación. Aquella reacción, aquella respuesta insospechada, lo había dejado asombrado. No era hombre que cayera fácilmente bajo el hechizo de una mujer y, desde luego, nunca le había ocurrido con una empleada.

Pero la belleza de la señorita Wier no era lo más importante. Lo importante era que parecía caída del cielo.

Para empezar, su secretaria había pedido excedencia y no había podido conseguir que ninguna de las secretarias temporales que le habían enviado se quedase durante más de una semana. Una se había marchado dos horas después de empezar a trabajar y no había vuelto. Otra estaba embarazada y se había puesto de parto inesperadamente. Una tercera había pillado un resfriado que la mantenía en cama. Philip no estaba seguro de si aquello era mala suerte o una conjura contra él.

Y, de repente, aparecía la señorita Wier, con un currículum impresionante que incluía un puesto como ayudante ejecutiva en Manufacturas Price.

Philip quería tener más información antes de hacer una oferta de compra y, ¿quién podía saber más sobre Manufacturas Price que aquella joven?

Contratar a la señorita Wier sería una excelente idea, pero Philip haría lo que fuera necesario para que no trabajara directamente con Gene. Su hermano había usado Ambercroft como una empresa privada de contactos y él no permitiría que siguiera ocurriendo. Cuando volviera de Europa con su última secretaria–amante, lo estaría esperando una secretaria eficiente y nada agraciada. Philip había pensado en algunos términos para definir a la señorita Wier y poco agraciada no era uno de ellos.

De modo que sus necesidades más urgentes encontraban respuesta en la atractiva joven que estaba sentada frente a él. Tendría que redactar él mismo los informes más comprometidos hasta que volviera su secretaria, pero había mucho trabajo por hacer y la señorita Wier podría encargarse de ello. En las semanas que quedaban hasta que la señora Montague volviera al despacho, podría quitarse muchos papeles de encima y, de paso, conseguir valiosa información sobre Manufacturas Price. Después, con la secretaria de Gene reemplazada por una doble de la señora Montague, encontraría algún puesto para la señorita Wier en cualquier departamento de Ambercroft y su vida volvería a la normalidad.

¿Qué más podía pedir?

Un vistazo a las piernas de la señorita Wier le reveló la respuesta a aquella pregunta. Eso era lo que podía pedir… en su imaginación, por supuesto. Él nunca había confraternizado con ninguna de sus empleadas y no pensaba hacerlo jamás.

Sin embargo, Philip dudaba de si podría dictar cartas frente a aquella cara tan atractiva. La señora Montague debía de tener la edad de su madre y él la respetaba mucho y la valoraba como empleada, pero mirar sus piernas nunca había hecho que le apretaran los pantalones en… cierta parte.

Recuperando el hilo de sus pensamientos, sonrió y miró a la joven que había frente a él.

–En su currículum dice que sabe usted taquigrafía.

–Sí –dijo ella, estirándose un poco en la silla.

–Muy bien. Últimamente es difícil encontrar una secretaria que sepa taquigrafía. A mí no me gusta dictar cartas a una grabadora, prefiero el viejo estilo –sonrió Philip. La respuesta de Madalyn fue otra sonrisa–. Bueno, me parece que ha habido un pequeño malentendido, pero creo que podemos arreglarlo. Mi hermano está en Europa y no volverá hasta dentro de unas semanas –explicó.

En ese momento, se le ocurrió algo. ¿Como podía la agencia de empleo haber enviado a una mujer como la señorita Wier para un puesto como secretaria de su hermano? Él había hablado personalmente con el director de la agencia para explicarle las características que se requerían de la candidata. Había exigido que fueran mujeres de probada experiencia y eso significaba que tendrían más de treinta años, o cuarenta si era posible. Entonces, ¿qué hacía allí una mujer como la señorita Wier? La agencia valoraba la empresa Ambercroft demasiado como para haber cometido aquel error.

–Señorita Wier, ¿cómo se ha enterado de que había un puesto vacante?

Philip tenía suficiente experiencia como para reconocer el casi imperceptible parpadeo.

–La verdad es que me enteré a través de un amigo. Este es un trabajo para el que estoy cualificada, señor Ambercroft, y decidí utilizar esa información.

A Philip le gustaba la gente con iniciativa… hasta cierto punto. Le gustaba la gente con redaños, fueran competidores o empleados, mientras no se pasaran. No le parecía mal que ella hubiera decidido aparecer en Ambercroft por su cuenta, pero tomó nota mental de vigilarla. Tanta iniciativa podría volverse contra él.

–Como hombre de negocios, respeto esa decisión –murmuro él, leyendo de nuevo el currículum–. Dígame por qué quiere dejar Manufacturas Price.

Antes de que las palabras salieran de su boca, Philip supo que ella iba a contarle una historia que llevaba preparada. No había entrevistado a cientos de candidatos durante su vida profesional sin haber adquirido ciertas habilidades psicológicas.

–La señora Price quiere volver a trabajar. Después de todo, ella y su marido llevaron la empresa solos durante muchos años y son un buen equipo. En fin, me han dado todo el tiempo que necesite para encontrar un trabajo pero en cuanto lo haga, la señora Price ocupará mi puesto. Se sienten orgullosos de su empresa familiar –explicó ella. Philip lo sabía. Conocía al matrimono Price y conocía su excelente reputación–. Estoy segura de que podrán darle buenas referencias de mí.

Philip la observó en silencio durante unos segundos mientras ella descruzaba y volvía a cruzar las piernas.

–Como le he dicho, mi hermano no volverá de Europa hasta dentro de quince días, pero mi secretaria ha pedido excedencia y necesito alguien que ocupe su puesto. ¿Estaría interesada en trabajar para mí durante unas semanas? Sería una especie de período de prueba. Cuando vuelva la señora Montague podrá solicitar el puesto de ayudante ejecutiva, pero si no lo consigue estoy seguro de que encontraremos algún otro puesto para usted en Ambercroft –explicó él.

Después, mencionó un salario más elevado del que había indicado a la agencia de trabajo temporal para asegurarse su interés. La señorita Wier se movió en su asiento, volviendo a capturar su atención. Nunca había contratado a una empleada por su aspecto físico, pero en el caso de aquella mujer estaba tentado de hacer una excepción. La señorita Wier tenía unos ojos verdes muy tentadores y poseía una belleza intemporal que le recordaba a las actrices del Hollywood clásico que tanto admiraba: Elizabeth Taylor, Katharine Hepburn, Ingrid Bergman… Pero contratar a Madalyn Wier sería práctico en muchos sentidos y no sólo por tener una cara hermosa a la que mirar. Ella sería una cualificada y motivada secretaria ejecutiva.

–Bien, señorita Wier. ¿Qué le parece?

–Estoy interesada, por supuesto. Pero tengo que saber si tendré seguro médico durante este… período de prueba, como usted lo llama, y si cuenta para mis vacaciones.

Philip escondió una sonrisa. Aquella chica decía las cosas claras. Estaba empezando a gustarle cada vez más.

–Seguro médico, desde luego. Pero las vacaciones empezarán a contar cuando tenga contrato fijo.

–La respuesta es sí, señor Ambercroft.

–Si vamos a trabajar juntos será mejor que me llame Philip –sonrió él, sintiéndose tontamente triunfador–. ¿Puedo llamarla Madalyn?

–Sí… claro.

–Estupendo –dijo él, colocando un cuaderno frente a ella–. Entonces, vamos a empezar a trabajar.

Un jefe soltero

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