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CUANDO HAY QUE CUIDAR A
LOS QUE NOS TIENEN QUE CUIDAR

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Hoy se habla mucho de hogares disfuncionales. La crítica frecuente a este concepto es que no hay familias perfectas: nada más lejos de lo que sería un hogar funcional. La perfección siempre es sospechosa porque no permite el error y enmascara exigencias desmedidas.

Pueden existir variadas maneras de funcionar mal en una familia: distorsiones en la comunicación, alianzas y complicidades dolorosas, violencia, secretos. Pero nos detendremos en un funcionamiento que es el germen de las dependencias afectivas.

Un hogar disfuncional es, entre otras situaciones, aquel en el que la función está alterada. Las jerarquías se han invertido y los niños se han parentificado. Alguno de los hijos ha ocupado el lugar del adulto y siente que tiene que tomar las riendas de la familia.

En estos casos los niños cuidan de sus cuidadores. Muchas veces ocurre con el hijo mayor, a quien se le asigna el rol de el responsable. Otras veces el lugar es ocupado por las hijas mujeres ya que ellas naturalmente se deslizan hacia el rol materno y la función del cuidado, como si estuvieran jugando a la mamá con sus muñecas. El problema de estos niños es que no solo se están ocupando de asumir una responsabilidad que los excede, sino que no hay nadie que se ocupe del cuidado de ellos. Es decir que el problema es de doble vía: sensación de desamparo y peligro por un lado, y responsabilidad excesiva por el otro.

La consecuencia de esta interacción familiar es que estos niños crecen sobrecargados y que no tienen un registro claro del autocuidado.

Sus preocupaciones infantiles dejaron de ser obtener una buena calificación en Matemáticas o que les compren el último juguete de moda. Piensan y sienten como adultos y viven como tales.

Nadie se ocupaba de mis tareas escolares, nunca me ayudaron con los deberes, mi mamá y mi papá estaban demasiado ocupados con sus problemas como para sentarse conmigo un rato. Yo tenía problemas con la comida y empecé a engordar, pero en casa a nadie pareció importarle. Así que sola trataba de ver qué hacer. En la escuela se burlaban de mí, pero no podía hablarlo con nadie. Mamá estaba siempre mal y yo no podía traerle un problema más. Como en casa había remedios y yo veía que ella tomaba laxantes entendí rápidamente que esa podía ser la “solución” a mi problema. Comencé así lentamente con lo que más tarde fue la bulimia.

No se trata de hacerles ver a los niños un jardín de rosas. Los problemas, de diversa índole, existen. Lo importante es que ellos sepan que no tienen que ocuparse de resolverlos. Para eso están los adultos.

Problemas familiares como el alcoholismo o la violencia generan escenas evidentes. Sin embargo, como mencionamos antes, el abandono parental también puede ser mucho más sutil.

Ciertos padres invitan a sus hijos a mediar en las disputas familiares, a tomar partido, a salir en defensa del adulto al que ven más vulnerable. Hijos de padres separados deben lograr que su padre les pase el dinero de la cuota alimentaria. Otros deben convencer a mamá para que desista de un juicio. En estas situaciones, los padres ponen a los niños en la incómoda posición de ser quienes llevan y traen información de un lado y del otro, con los consecuentes conflictos de lealtades.

Siempre fui grande. No recuerdo haber sido niña. La responsabilidad se hizo carne en mí como mi segunda piel. Fue por eso que me resultó tan natural hacerme cargo de otros en mis relaciones adultas. Nunca pude estar con un hombre que se ocupara de mí, pero además nunca pude estar con un hombre que se ocupara de él. Así que siempre me ocupé de ambos y, como es natural y como había aprendido en la infancia, primero me ocupaba del otro. Si me quedaba fuerza, energía, dinero y tiempo me ocupaba de mí.

Las neurociencias han comprobado en investigaciones de laboratorio con roedores que los malos cuidados maternos en las etapas tempranas de la vida generan cambios a nivel neurobiológico y que en la vida adulta tendrán consecuencias sobre la manera de reaccionar frente al estrés y la ansiedad.

En los seres humanos estos cambios en la plasticidad neuronal infantil pueden promover un estado de hiperalerta y vulnerabilidad para padecer trastornos de ansiedad, estrés y depresión en su vida adulta.

El hecho de no haber podido ser niño en la infancia y haber tenido que asumir responsabilidades de adulto va a teñir las relaciones emocionales a lo largo de la vida. El niño crece con la sobrecarga de ocuparse de aquellos que tendrían que cuidarlo, y esto genera un cambio adaptativo a nivel psicológico que se verá reflejado en las variables neurobiológicas de respuesta al peligro, a la amenaza y al daño.

No es natural que una niña de seis años sea confidente de su padre, como tampoco lo es que intente consolar a su madre cada vez que llora. Cuando ocurren estas cosas los niños aprenden que deben ahogar su alma infantil y sus deseos más primarios porque pueden “suceder cosas terribles”.

Los niños miran a sus padres todo el tiempo y con sus actitudes y reacciones, los calman o los angustian. Vemos a diario que cuando alguno se cae o se lastima no es el dolor del golpe lo que más lo hace llorar, sino la reacción de susto de su madre. Cuando una madre conserva la tranquilidad para contenerlo en ese momento, el pequeño interpreta que nada malo va a pasar.

De lo dicho hasta aquí, podemos concluir que el mal cuidado parental queda grabado en el sistema nervioso y puede ocasionar un perjuicio en la vida adulta, no solo en el terreno puramente emocional. Afortunadamente, estos cambios pueden revertirse con los tratamientos adecuados y con el trabajo personal que se realice a lo largo de la vida.

Ahora estamos mejor situados para comenzar a entender qué es la codependencia.

Codependencia es un término que surgió a fines de la década de 1970 en los grupos de autoayuda de familiares de alcohólicos en Estados Unidos. Con esta denominación se hacía referencia a las características de las personas que estaban en relación con un dependiente de sustancias químicas. Con el tiempo, como ya veremos, el término tomó vuelo propio y actualmente caracteriza una forma de vinculación disfuncional, enfocada de manera obsesiva en la vida de otra persona en desmedro de la propia. De aquel concepto de “coadicción” o “coalcoholismo” poco fue quedando. La codependencia se caracteriza hoy por ser una manera desadaptada de relacionarse con los otros. Es una patología del vínculo.

Los familiares de alcohólicos se reunían para aliviar el peso de compartir la vida con alguien que padecía alcoholismo. Pasó bastante tiempo para que los investigadores se dieran cuenta de que sus parejas también tenían una enfermedad, es decir, un malestar que les ocasionaba un daño severo en sus vidas.

¿Cuál era la enfermedad de la persona codependiente? ¿Se habían vuelto codependientes por vivir con alguien alcohólico? ¿Cualquier persona podría haber sido codependiente?

La persona codependiente es aquella que ha dejado que el problema del otro domine su vida. Está tan obsesionada por controlar, salvar o rescatar al otro que estos pensamientos invaden sus días en un intento frustrado y frustrante que no alivia ni al ayudador ni al ayudado.

Estas personas focalizan su vida fuera de sí mismas. Viven y respiran con el aire del otro. Y es un aire viciado. Absortas en la manera en que podrían cambiar el curso de la vida de aquellos que aman, poco a poco, van perdiendo el contacto consigo mismas y van descuidando su propia vida.

Cuando los investigadores comenzaron a observar a los familiares de alcohólicos repararon en algo que parecía una contradicción. ¿Por qué motivo podrían boicotear el tratamiento de la persona alcohólica? ¿Por qué, si lo que más anhelaban era que se mantuviera sobria, caían en profundas depresiones y angustias cuando su ser querido dejaba de beber? ¿Por qué lo justificaban y rescataban todo el tiempo, a pesar de las indicaciones en contrario de los terapeutas intervinientes?

La respuesta se hizo clara con los años. La persona codependiente necesita ser necesaria para alguien. Y cuando el otro mejora, pierde su rumbo, no sabe qué hacer, teme el abandono y siente que ya no la van a necesitar más.

No sabe cómo relacionarse sin controlar, sin ayudar y sin salvar. No sabe cómo ocuparse de sí misma. Sencillamente no lo sabe porque nunca lo ha vivido. Hace lo que hizo toda la vida. Ocuparse de aquellos que ama aunque esta tarea sea desproporcionada y disfuncional para su edad (en la niñez, proteger a sus padres) o inadecuada porque no permite que los demás se hagan cargo de sus propias vidas (en el caso de las personas alcohólicas).

No soy nada sin tu amor

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