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EL SENTIMIENTO DE VACÍO DE SÍ MISMO:
LA IDENTIDAD DAÑADA

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Cuando los niños crecen con padres que cuidan de ellos de una manera competente, van forjando poco a poco su identidad. Construyen dentro de sí un sostén de autonomía y seguridad que los protegerá el día de mañana.

Si fueron respetados, reconocerán rápidamente a quien intente avasallarlos. Aprendieron a cuidarse, a no dejarse maltratar. Los niños que pudieron vivir su infancia porque contaban con la barrera protectora de los padres no crecieron con hambre de afecto. Sus necesidades emocionales fueron satisfechas, y al llegar a la vida adulta se encuentran en mejor posición para elegir. No están desesperados de amor.

¿Qué significa el concepto de sí mismo? Tiene que ver con la valoración personal y el sentido de la propia identidad. Es la manera en que nos vemos. Es lo más auténtico del “yo”. Si al cabo de su proceso infantil un niño tiene un buen concepto de sí mismo, se sentirá más confiado frente al futuro, será más optimista, más positivo y tendrá más recursos para afrontar la adversidad. Mientras que una persona adulta con una buena valoración de sí misma tendrá menos probabilidad de permanecer mucho tiempo en relaciones que la lastimen o de someterse a la humillación y a la indignidad.

Sentía mucha vergüenza. No quería decir que mis padres se habían separado. No quería que se dieran cuenta de que mi papá no venía por semanas enteras a buscarme. Así que mentía. Decía que él estaba de viaje. Nadie me había explicado que no era mi culpa, pero yo lo sentía. Pensaba que si era una niña buena y aplicada mi papá volvería. O, por lo menos, que iba a estar orgulloso de mí. La vergüenza me acompañó siempre. Fue como una segunda piel. Una sensación casi inexplicable de no ser suficiente. Nada más ajeno a la imagen que los otros tenían de mí. Cuando conocía a alguien temía que me “descubriera”.

John Bradshaw, consejero y educador estadounidense, describe con total acierto las características de la vergüenza tóxica. Se refiere “al niño herido”, al “asesinato del alma del niño” y a otras expresiones que muestran la vulnerabilidad y el desamparo en el que quedan sumidos estos niños que han sufrido descuido, negligencia, abandono, malos tratos o abuso. O, simplemente, como decíamos, el abuso emocional de haber tenido que ser adulto desde la cuna.

“La vergüenza es un arma que el avergonzado entrega a quien lo mira”, dice Boris Cyrulnik en su libro Morirse de vergüenza. La sensación de déficit que hay que esconder al mundo se convierte en una carga pesada que va atravesando todos los vínculos de la vida.

Los niños que fueron humillados, los que sintieron terror frente al desamparo parental, los que vivieron avergonzados por las carencias económicas de su familia, los que no podían llevar amiguitos a su casa porque mamá podía estar en la cama llorando o papá podía enojarse sin motivo y gritar enfurecido, los que tuvieron que esconder lo que pasaba en casa, los que se sintieron menos que sus hermanos, los que no fueron defendidos frente a los ataques, los que se hundían en el vacío frente a la mirada de los otros, crecieron con necesidad de impostura, de tener que mostrarse como si fueran otros.

Los “niños grandes” luchan por ser aceptados y reconocidos. Necesitan con desesperación que los quieran y su intento de complacer a los demás no reconoce límites. Niegan sus incomodidades, sus enojos y sus propias necesidades con tal de no molestar y de no ser rechazados. Saben lo que los adultos valoran: un buen niño no hace ruido, no juega bruscamente, se comporta correctamente, tiene buenas calificaciones en la escuela, no hace berrinches y cuida de sus hermanos.

No puedo poner límites. No puedo decir “no”. Y no es porque sea muy buena. Siento pánico. Cuando digo que no comienzo a temblar, como si siempre fuera un motivo para que dejen de quererme. No me alcanza con razonar, es algo totalmente incontrolable. Y así es como acepto cosas que no quiero de los hombres que pasaron por mi vida, o que hago los trabajos que nadie quiere hacer en mi oficina, o que presto dinero que no me devuelven y me da pudor reclamar.

Los psicólogos coinciden en que estos niños construyen en la infancia “un falso yo” para ser aprobados y queridos. Crecen con esta máscara de “el buen chico” o “la buena chica” y se esfuerzan por ser responsables, dedicados y perfectos. La creencia es que, de este modo, nadie los abandonará.

Este exceso de carga y de responsabilidad se traduce en una hipertolerancia o tolerancia desmedida frente al esfuerzo. Se va generando así el caldo de cultivo para el abuso y el sometimiento. Como no tienen registro del esfuerzo, porque lo han naturalizado, son los que se ofrecen a llevar la carga. Y los demás, por supuesto, agradecidos. Pero sin decir gracias. Porque una persona codependiente tomará estas acciones como algo normal y se sentirá segura al ocupar ese rol. Con el tiempo descubrirá que mucha gente la necesita, pero poca gente la ama.

Recordemos entonces, las características más importantes de la codependencia:

•focalización excesiva en la vida y los problemas del otro

•descuido de la propia vida

•intento de rescatar, controlar y salvar al otro

•imposibilidad de fijar fronteras y límites

•aceptar cualquier cosa con tal de no ser rechazado o rechazada

•excesiva tolerancia frente al abuso

•sentimiento de responsabilidad exacerbado

•excesiva complacencia con los demás para esperar su aprobación

•percepción de que el control de la propia vida lo tiene el otro

•sentimiento de vacío

•dificultad para expresar el enojo y la rabia

•hipertolerancia al dolor emocional

•anteponer las necesidades de los demás por sobre las propias

•dificultad para disfrutar

•sentimiento de vergüenza de sí mismo/misma

•dificultad para confiar en las propias percepciones

•baja autoestima a pesar de tener un autoconcepto adecuado

•necesidad de ser validado o validada por los demás.

Uno de los dolores más grandes de la vida es no poder ser quienes somos. Tener que reprimir y ahogar las emociones para que nadie se enoje, para que nadie se vaya y para ser querido o querida por todos. La falta de autenticidad le cobra caro al cuerpo por este esfuerzo de enmascarar al verdadero yo. No se puede vivir fingiendo sin tener el triste sentimiento de saberse un impostor.

Es probable que a esta altura consideres que impostor es una palabra fuerte para definir a un codependiente. No obstante, se trata de una falsedad destinada a conseguir el amor y la aprobación de los demás. No es un simulador a la manera del psicópata, que sabe que está mintiendo para lograr sus objetivos, aun a costa del dolor ajeno.

No. Un codependiente, a veces, ni siquiera se da cuenta de que es un impostor porque se engaña a sí mismo. Se dice a sí mismo que está bien, que no le cuesta nada hacer lo que hace por los demás, que lo hace porque es una persona generosa y le da placer ayudar a la gente, que no tiene problemas en estar disponible para el resto del mundo.

¿El codependiente es un verdadero altruista?

Categóricamente decimos que no. Más allá de que la sociedad vea como virtud esta abnegación llevada al extremo, lo cierto es que la persona codependiente sufre porque no puede hacer otra cosa. Aun cuando sabe que en el intento de rescate se hunde junto con el otro, el dolor y el temor de ser abandonada o la culpa por no haber aguantado lo suficiente la devoran, le impiden hacer otra cosa.

Él es inestable. Tiene cambios de humor que no tienen una causa aparente. A veces no me habla en todo el día, no sé qué le pasa, por qué se enojó. Se encierra en su burbuja y yo me desespero, me siento morir. Le hablo, le pregunto, lloro, le suplico. Entonces estalla. Grita y me dice cosas horribles. Después se siente culpable y me dice que lo perdone porque está mal. Pero no quiere hacer nada por él y yo no puedo más. Le hago citas con el psiquiatra y no va. Yo sé que tuvo una infancia difícil, pero yo también la tuve y hace quince años que trabajo en terapias para poder estar bien. Sin embargo, no lo puedo dejar. No sé por qué siempre estuve con hombres tan complicados. No sé cómo sería la vida si solo me ocupara de mí.

Cuando una persona crece sin alma, se aterra frente a la soledad porque es allí cuando se encuentra con su vacío. Mientras haya otro que le confiera identidad, se calma. El otro es su razón de ser, su vida, su valía.

Nunca alcanza. No hay manera de que me sienta segura. Siempre tengo la sensación de que dejará de amarme. Sé que lo torturo con preguntas, con llamadas, que lo miro todo el tiempo tratando de encontrar la respuesta en su mirada, pero nada me calma. Siempre tengo una sensación de angustia frente a un inminente abandono. Solo me calmo cuando duerme a mi lado. Desearía que ese momento se eternizara.

Crecer con una identidad dañada es como crecer sin alma. Un agujero doloroso parece atravesar el medio del pecho. Como es imposible vivir con tanto dolor, las personas que lo padecen van anestesiando su vida con este desafío imposible: ser amadas por todos.


La dependencia emocional en la vida adulta está muy ligada a estas fallas en el apego infantil. Se trata de una necesidad afectiva extrema hacia otra persona con intensa angustia de separación, y una ideación obsesiva que no permite apartar la atención y ponerla en otro lado.

Estas 30 características de la dependencia emocional nos ayudarán en el autodiagnóstico. Con marcar al menos 10 de estos indicadores podemos considerar que se trata de una dependencia emocional.

Siento un inmenso temor al abandono cuando estoy en pareja.

Soy capaz de hacer cualquier cosa para retener a la otra persona a mi lado.

Invierto mucho tiempo en revisar sus contactos y no siento confianza.

Siento mucha inquietud cuando no sé con certeza dónde está mi pareja.

En soledad siento una insoportable sensación de vacío.

Le demando expresiones de afecto a mi pareja constantemente.

Acepto cuestiones contrarias a mis valores con tal de que mi pareja no me deje.

A menudo, tengo conductas riesgosas si se trata de retener a mi pareja.

Soporto humillaciones, maltrato psicológico e indiferencia.

Trato de ser el centro de atención de mi pareja todo el tiempo.

Busco cosas para divertir a mi pareja y que no se aburra de mí.

Recurro a la manipulación para que no me deje (hacerme daño, enfermarme).

Soy incapaz de decirle que no por temor a que me rechace.

No pongo límites y acepto conductas que no consiento en el sexo.

Le compro regalos excesivos y trato de comprar su amor.

Dejo cualquier actividad si mi pareja me propone un encuentro.

Deseo que mi pareja todo el tiempo me dé certezas de que me ama.

No tolero la soledad.

He tenido una infancia con padres que no pudieron cuidarme.

Me alejo de todas mis amistades cuando estoy en pareja.

Siento celos injustificados y espío los mensajes de su celular.

Siento que si me conocen de verdad no van a quererme.

Oculto a los demás todo lo excesivo que hago por mi pareja.

Cuando discuto con mi pareja siento temor de que me abandone.

Tolero descalificaciones, burlas y sarcasmos sin decir nada.

Siempre me siento menos importante o menos atractiva/o que mi pareja.

Siento una intensa angustia ante la posibilidad de que me dejen.

Voy de una relación a otra porque no soporto la soledad.

Siempre he sido muy responsable y complaciente para que me quieran.

Mis padres no pudieron cuidarme adecuadamente.

Ser una persona codependiente es condición para ser dependiente emocional.

No todos los dependientes emocionales tienen el patrón de rescate y salvación del otro, pero comparten la mayoría de las características.

Ambos términos se solapan, aunque la dependencia emocional es más amplia e incluye el concepto de codependencia, que alude más al patrón vincular disfuncional aprendido desde la infancia. Es decir que si un niño crece sin una base de seguridad y confianza es altamente probable que desarrolle una vinculación dependiente en la vida adulta.

También se habla de vínculos adictivos porque tienen una dinámica similar a la de otras adicciones de comportamiento y porque ponen en marcha algunos circuitos cerebrales similares. Más adelante nos ocuparemos de tratar de entender de qué manera podemos ser una persona adicta a una ilusión amorosa.

No soy nada sin tu amor

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