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Una situación inesperada

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Soy Marco, con Enrique, mi pareja, últimamente hemos tenido que ajustarnos a varios cambios un poco difíciles en nuestras vidas, el primero, tiene que ver con la ruptura de nuestra relación poliamorosa con Miguel, sumado a eso, hace un tiempo sufrí la fractura de mi codo izquierdo de la cual he venido recuperándome lentamente y que me ha tenido por varios meses desconectado del trabajo y de mi quehacer normal debido a tres intervenciones quirúrgicas y las consiguientes licencias médicas derivadas de esa situación. Con Enrique trabajamos en la misma institución y en este empleo, hace tan solo un par de meses nos tocó además trasladarnos a las nuevas oficinas ubicadas en el barrio cívico, en pleno centro de Santiago.

Les contaré algo sobre nosotros, con Enrique nos conocimos a través de un chat de citas gay, como anécdota les cuento que esta web con el tiempo fue comprada por una agrupación evangélica y cada vez que uno entraba aparecía un newslatter que instaba a arrepentirse de los pecados, tanta ingenuidad y odiosidad en las mentes de algunas personas. Pero bueno así era nuestro país en el año 2004.

La relación partió en onda amistad, en ese tiempo cada uno buscaba solo conocer gente y divertirse, Enrique tenía 24 años y yo 28 pero yo era el amigo traumado de la relación, era demasiado perseguido con el tema, no había salido del closet y me preocupaba que alguien supiera sobre mi condición, aunque para mi sorpresa antes que terminara ese año, ya estaba completamente resuelto y fuera del armario. Enrique por su parte siempre ha sido más relajado y ya en esa época no le importaba mucho lo que el mundo pensara de él. Hoy los papeles se han nivelado e incluso me atrevería a decir que se han invertido y ahora soy yo el más liberal de la relación.

La amistad duró aproximadamente un año, con solo una incursión sexual entre nosotros como a los tres meses de conocernos, luego de eso la cosa se enredó un poco y decidimos alejarnos, Enrique estaba pololeando y yo fui un desliz en esa relación. Sin embargo, durante los meses sucesivos mantuvimos la relación de amistad a la distancia.

Siempre he creído que el haber sido amigos primero y luego de un año hacernos novios, nos sirvió para que la relación se sustentara siempre en la confianza y la comunicación. Ya no íbamos a andar con cuentos entre nosotros, sabíamos perfectamente quienes éramos por lo que en adelante nunca hemos tenido problemas muy graves o que no se puedan superar con una conversación franca y sincera.

Como pareja decidimos empezar a involucrar a terceros en nuestra relación, todo fue conversado y acordado mutuamente, si algo salía mal, nadie podía echarle la culpa al otro, ni reprocharle nada. Esto nos ha permitido enfrentar juntos las situaciones que se nos han ido presentando, siempre nos hemos referido al otro con respeto, y sobre todo con cariño, teniendo siempre en cuenta que la persona que se tiene en frente es a quien uno ama por lo tanto se debe buscar el modo y el tino para decir las cosas cuando algo molesta o incomoda en la relación. En la vida no hay conversaciones o verdades que no se puedan decir, lo importante es encontrar la manera correcta de expresarlas

Ya somos unos hombres maduros de 41 y 45 años que hemos evolucionado y avanzado juntos en este tiempo, ya no somos los veinteañeros jóvenes que se conocieron hace diecisiete años atrás, estamos más gorditos, más viejitos, pero yo, ingenuamente quiero creer que seguimos siendo guapos y con la misma vitalidad de esa época, uno se pone viejo cuando deja de avanzar y de soñar. Hemos aprendido a vivir juntos y sinceramente creo que muy pocas cosas podrían separarnos hoy.

Enrique es un hombre inteligente, solidario con su familia y amigos, de carácter fuerte y algo gruñón, la paciencia no es una de sus virtudes, menos con personas poco prácticas o enrolladas. Él es resolutivo y seguro de las cosas que quiere, además tiene un ojo increíble para percibir las buenas y malas vibras de los demás. Es un hombre difícil de conquistar y selectivo a la hora de elegir sus amistades, es una persona en la que se puede confiar debido a lo jugado y fiel que es a sus afectos cercanos.

Yo por mi parte soy más pastel, no soy para nada selectivo en mis amistades, no logro ver las malas intenciones de los demás, nunca estoy seguro de nada y me cuesta decidir entre opciones, por muy diferentes que se vean, para mí todo tiene sus pros y contras y en la balanza al final todo me parece que está bien. Siempre trato de andar con una sonrisa y evitando peleas y conflictos, soy por esencia conciliador. Igual me considero medianamente inteligente y algo culto, trato de ser buen amigo y buena persona en general. A diferencia de Enrique soy muy sociable, conversador y extremadamente paciente, doy mil oportunidades a las demás, no soy rencoroso. Lo que más me hace enojar es presenciar situaciones injustas y acciones discriminatorias.

Si bien en lo personal somos muy diferentes incluso podría decirse que somos polos opuestos, en la forma de percibir la vida somos muy parecidos, tenemos metas y visiones en común, nos entretienen y alegran casi las mismas cosas, por ejemplo a los dos nos gusta viajar, tenemos mentes desprejuiciadas, aun creemos en la naturaleza humana y nos jugamos a fondo por quienes queremos, no quiero pecar de presuntuoso, pero somos unas buenas personas, contenedoras y generosas con los demás. En resumen, somos iguales al 90% de los seres humanos que día a día se dedica a intentar ser mejor y no perjudicar a nadie con sus acciones y obviamente como todas las personas no estamos exentos que nos ocurran cosas buenas y otras menos afortunadas en las que no nos queda más que seguir avanzando y reflexionando en la marcha, dado esto les contaré parte de nuestra historia.

Corría agosto de 2015, era la hora de almuerzo, no teníamos mucha hambre, así es que con mi pareja salimos a buscar un lugar donde merendar algo rápido. Como nos quedó tiempo, decidimos dar un paseo por el barrio, íbamos conversando y mirando sin muchas expectativas y sin ningún plan en mente, solo caminar y pasar el rato, de repente vimos un aviso en lo alto de un edificio que decía “se vende”, de aburridos y curiosos, llamamos por teléfono al número que aparecía en el letrero, nos contestó un hombre, el que nos dijo: “si, el departamento está a la venta, ahora estoy aquí, si quieren pueden subir a verlo”. Con Enrique nos quedamos mirando y dudamos un poco, pero le dijimos que iríamos y al instante subimos a conocer el lugar. El señor fue muy amable al atendernos y mostrarnos la propiedad, conversamos sobre el precio y le pedimos sus datos para contactarlo en el caso que la compra prosperara.

A decir verdad, no teníamos ninguna intención de comprarnos un departamento, solo la curiosidad y la facilidad con que se dio la situación, fue la que nos llevó a ir a conocerlo. Desde el instante que entramos, nos gustó mucho el lugar, nos sentimos a gusto y reunía todos los requisitos que, en nuestro caso, debía tener un sitio para vivir. Cuando salimos de ahí, obviamente que no vislumbrábamos ni la más remota probabilidad de poder adquirirlo, sin embargo, algo me decía que debía ver el modo de por lo menos intentarlo. Contábamos con unos ahorros que podrían eventualmente alcanzar para dar el 10% del valor, pero dependíamos absolutamente del financiamiento de alguna entidad crediticia. A todo esto, había que adicionarle que tanto Enrique como yo, ya arrastrábamos cada uno con una deuda hipotecaria por lo que se hacía muy difícil, por no decir imposible, poder calificar financieramente para adquirirlo. Fue entonces que me acorde que un primo trabajaba como ejecutivo en un banco y lo llamé, él me pidió que le enviara mis antecedentes comerciales para evaluar mi situación y ver que se podía hacer. Había pasado como una hora, cuando me devolvió el llamado diciéndome que calificaba, nosotros no lo podíamos creer, sin embargo, ahí me enteré de una triquiñuela que yo sin tener conocimiento había realizado. Resulta que mi primera deuda hipotecaria había sido contraída con una institución aseguradora y por esta razón la deuda no aparecía en el sistema bancario, por lo tanto, podía asumir otro crédito porque en estricto rigor, la otra hipoteca “no existía”. Este dato ténganlo en consideración cuando vayan a comprar su primera propiedad.

Pero volviendo al tema principal y, para resumir, a las tres semanas de este episodio, ya teníamos las llaves del nuevo departamento en nuestro poder y al mes de la entrega ya estábamos instalados en nuestro nuevo hogar.

Hay sucesos que nos ocurren en la vida que son tan extraños y tan alejados de nuestros propósitos que no nos dan tiempo de pensar ni reflexionar por qué llegan y se suscitan de imprevisto, solo se presentan y nos cambian de un momento para otro la vida y nuestro orden de prioridades. Cada día me convenzo que nada es casualidad y los hechos o situaciones siempre tienen una razón que las justifica por más que al principio no las entendamos.

Habían pasado un par de semanas y tuvimos que ir a nuestro antiguo departamento a buscar algunas cosas, entre ellas unas de Miguel, nuestro “ex”. Cuando veníamos de vuelta nos pusimos un poco melancólicos, ese lugar, había sido nuestro primer hogar, y estaba cargado de nuestros recuerdos como pareja y también de nuestra vida con él. Para darnos ánimo y cambiar el switch, se nos ocurrió ir al cine, estábamos por subirnos al Metro, cuando a la distancia divisé a Miguel, probablemente, andaba de paso por nuestro antiguo barrio en algunas diligencias de las que quizás sea mejor no reflexionar para evitar llenarse la cabeza de dañinas ideas especulativas. Lo incuestionable es que su amor ya no nos pertenecía, hoy somos apenas un guiño olvidado de sus pensamientos, unos advenedizos exiliados que residen a kilómetros de su corazón. Yo guardaba la ilusión que quizás iba a nuestro antiguo departamento a vernos y al saber que ya no vivíamos allá quizás nos contactaría de alguna manera, sin embargo, se sucedieron los días y él no volvió a contactarnos ni a dar señales de su existencia, fue como si el destino lo tuviera secuestrado y que valiéndose de rebuscadas artimañas lo escondiera de nuestra presencia limitándolo con algún maléfico propósito que nunca hemos podido comprender y menos aceptar. En apariencia Miguel se veía muy bien, como siempre, él se preocupaba de verse guapo y sacarle partido a su figura y ese día no era la excepción. Aunque es de estatura media, los jeans azules que usaba ese día y su peinado muy bien encopetado y arreglado le daban realce a su metro setenta y dos de estatura, una chaqueta de cuero blanco invierno, le otorgaban un brillo especial a su piel color mate, pero lo más bello y que siempre me ha gustado de Miguel es su sonrisa, ella ilumina los ambientes, su perfecta y blanca dentadura, sus coquetas margaritas al sonreír y el achinado de sus ojos hacían imposible no enamorarse y caer rendido, sin dudas, esa era su seductora arma letal.

Pero como ya no está no queda más que conformarse, en esta etapa, con Enrique, priorizamos por enfocarnos en nosotros como pareja, volvimos a estar más cerca, buscamos fortalecernos y recuperarnos para avanzar. La vulnerabilidad nos hizo necesitarnos más, quizás como consuelo, iniciamos la etapa del peregrinaje por el luto, donde queda poco ánimo para emprender cosas nuevas y uno se va para adentro orientando los esfuerzos en cosas más triviales y simples. Nos dedicamos a frecuentar sitios culturales, concentrarnos en nuestras rutinas laborales y a propiciar encuentros con familiares y amigos cercanos.

Fueron tiempos difíciles y de tardes deslucidas, en el que los días y sus pronósticos se repetían constantemente nublados, donde unos enfurecidos nubarrones amenazaban incesantemente con una exuberante tormenta de decepción y con fuerza descontrolada desplegaban sus más frenéticas y compulsivas ráfagas de borrascas enfurecidas, impactando con sus rayos en el centro de nuestras incertidumbres que se paseaban rabiosas entre el corazón y la razón. Se le sumaba a esta tempestad una copiosa lluvia de caída descontrolada que se precipitaba incesante sobre aquellos desnudos cuerpos vulnerables y desparramados. Sin embargo, esa misma lluvia, venía a limpiar esos rostros desencajados, de aciagas expresiones y que en cierta medida se sanaban de la desolación y el abandono perpetuo.

Pero había que avanzar y eso nos propusimos, de a poco la resignación fue llegando y nos fuimos conectando nuevamente con la esperanza y con los desafíos que este libro llamado vida, de seguro nos volvería a presentar. Lo esperanzador al ir hojeándolo es que esta existencia tiene innumerables capítulos, vueltas y recovecos por descubrir y disfrutar. Que nuestra relación con Miguel no haya progresado como hubiéramos querido, no quiere decir que la historia termine aquí, hay que seguir caminando y sorprendiéndose para ver que sigue al dar unos pasos más.

Y así, fueron desencadenándose uno a uno los días y con ellos, como a regañadientes comenzamos incipientemente a poner en marcha nuestras antiguas y casi olvidadas practicas libidinosas, iniciamos activando nuevamente aquellas lascivas y tan populares aplicaciones en nuestros celulares y luego, nos propusimos visitar aquellos antros que tan bien conocíamos, sumando a ello, de vez en cuando, alguna eventual ida al culto (sauna) y una que otra incursión a la finca, (un sendero en el cerro San Cristóbal), precisamente arriba del Jardín Japonés. Todo lo fuimos haciendo en forma muy lenta y gradual, incluso mucho más pausado de lo que hubiésemos imaginado, lo cierto es que necesitábamos innegablemente retomar nuevamente nuestra vida, donde el principal objetivo era dejar el pasado confinado en algún sitio seguro y alejado para comenzar a olvidar.

Intentamos no mirar atrás, decidimos no pensar en lo vivido y dejar de escarbar en el pasado reciente. Había que cerrar el ciclo para darle paso a uno nuevo y no quedarnos constantemente en ese circuito sin fin. El mayor esfuerzo lo dedicamos en ponerle un freno definitivo a los cuestionamientos y desconsuelos surgidos a propósito de lo que la vida no quiso que prosperara con Miguel. Y así nos vimos forzados a avanzar y comenzar a seguir escribiendo nuestra historia sin él, en una página limpia, sin ripios, sin rabia, sin dolor, pero con el corazón igualmente ilusionado y lleno de amor.

En la búsqueda por retomar nuevamente nuestro bienestar y la estabilidad de nuestras emociones, decidimos comenzar a salir más a menudo por las noches, la idea era desconectarse, sacudirse, avanzar, así es que comenzamos a recorrer cuanto antro, local nocturno, fonda y lo que fuera con tal de otorgarle algo de resplandor a la noche oscura en que nos encontrábamos. Un amigo decía, cuando la oscuridad se hace presente, ilumínala, llénala de ruido y de flashes y amedréntala con todo el atrevimiento de una loca fuerte como yo. Siguiendo esa premisa, decidimos darles otro sentido a nuestras futuras noches y las comenzamos a cambiar por otras más alegres, coloridas y llenas de música. En este proceso empezamos a frecuentar varios locales de ambiente gay como discotecas, pero principalmente pubs donde se ofrecen shows de stand up o café concert. Así llegamos un día al singular y entretenido pub Dionisio divas, en plena calle gay de Santiago. Íbamos por la vereda oriente de la calle Bombero Núñez, de lo más concentrados conversando y buscando que hacer o donde entrar para entretenernos un rato, cuando de pronto se nos cruzó en el camino la imagen de una imponente “mujer”.

Se trataba de un artista del transformismo, estábamos a unos cuantos metros de distancia por lo que pudimos verla detalladamente y de pies a cabeza, se veía perfecta, bajé mi mirada y lo primero que advertí fueron sus tacones altos y brillantes, que la elevaban por sobre el metro ochenta y tanto de estatura, yo con mi metro sesenta y cinco la veía como una gigante y mientras más nos acercábamos, yo sentía que con cada paso que daba, ella crecía y yo más me achicaba, aunque a decir verdad, siempre me pasa lo mismo con las demás personas, el problemas es que yo soy muy enano. Pero volviendo a este personaje de la noche, esta esbelta y corpulenta mujer, lucía un vestido negro entallado y adornado de miles de lentejuelas que le otorgaban un garbo especial a esa apariencia extravagante e imponente. Su fisionomía al tono de su opulencia, de tez clara, cara con ángulos redondeados, pestañas infinitas orientadas hacia el cielo y lo más característico eran dos cosas, primero su nariz aguileña muy prominente y sus enormes uñas largas y curvas, cuan rapaces garras le daban un toque de perversidad mezclada con una indomable personalidad. Un tremendo “mujerororon”, como dice un amigo venezolano.

Al verla de cerca nos dimos cuenta que ya la conocíamos, obviamente quien no va a reconocer a doña Angie Grace, una dama difícil de ignorar, nos quedó mirando, nos regaló una enorme sonrisa y nos hizo señas con su mano para que nos acercáramos más, luego con voz suave y sonrisa muy coqueta exclamó, hola, bienvenidos ¿me vienen a ver? Con Enrique nos miramos y replicamos al unísono, claro, aunque no pensábamos hacerlo, sin embargo, la invitación fue tan amable que no nos pudimos ni quisimos negar. La noche nos había llevado hasta ahí por alguna razón, así es que no lo dudamos y pasamos a echar una mirada al local. En ese instante se apareció un garzón, nos indicó que lo siguiéramos apuntando con su mirada hacia una escalera en forma de caracol, por lo que entendimos que debíamos subir. Ya arriba advertimos que era un lugar muy pequeño, “el bar de las 4 mesas, como a modo de broma, oímos alguna vez por ahí” con un escenario iluminado y cortinas azules destellantes, el sitio estaba abarrotadísimo de personas, algunas riendo, otras conversando, pero todos muy atentos escuchando el show que en ese momento realizaba Macarena O´Connors, otra de las grandes de las noches gay santiaguinas. Con Enrique nos trasportamos como 14 años atrás, al Bar Friends, en ese lugar vimos por primera vez a estas dos precursoras del arte del transformismo, ellas sin duda, fueron la llave para que tantos chicos dedicados a este arte, hoy gocen de la apertura y libertad no siempre existente en las noches de este país.

Sus rutinas generalmente no abusan de las groserías ni de las faltas de respeto, habitualmente hablan sobre historias que tienen que ver con exageraciones o realidades ficcionadas de sus vidas. Además, se preocupan de estar en constante renovación, aunque hay algunas de sus rutinas que las podría escuchar mil, veces y de todos modos me moriría de la risa, su forma de narrarlas y las improvisaciones que se generan con la interacción del público siempre le imprimen una connotación especial y diferente a cada una de sus actuaciones. Recuerdo mucho la rutina de Angie que habla de ir a visitar a una amiga que cuyo padre había fallecido y a quien ayudó a vestir antes de meter al ataúd y esa otra rutina que habla sobre su ida a un restaurante peruano donde pide un pollo asado en vez de un pollo a las brasas. También son entretenidas las rutinas de Macarena, cuando cuenta que en ocasiones se lleva algunos rotos a su casa y para convencerlos les ofrece zapatillas o cuando de vieja y cansada se queda dormida en pleno acto sexual, entre tantas otras rutinas tan memorables y divertidas.

Cierto día, para el cumpleaños de Angie, que celebró en el local, le lleve de regalo un ejemplar de mi novela, desde entonces con Enrique dejamos de ser transparentes ante sus ojos y cada vez que coincidimos en algún lugar ya sea la calle o cuando visitamos su local, nos saluda con un gran cariño y atención. Aunque debo reconocer que más de alguna vez nos ha agarrado para el hueveo en sus rutinas, especialmente cuando nos ve con algún amiguito nuevo, nos mira y con expresión seria, pero pícara nos dice” ¿ya lo cambiaron?”, “¿andan con hija nueva?” o interpela a nuestro acompañante diciéndole “¿leíste el libro?” o simplemente los aconseja o advierte sobre nosotros confundiéndolos e inventándole cosas sobre nuestras andadas. Lo malo es que después nos deja la cagada y debemos volver a la casa dando explicaciones, bromas, todo queda ahí en el local y después nos morimos de la risa de las cosas que nos dice durante el show.

Para nosotros siempre es un agrado visitar su local y escuchar sus rutinas, reír es uno de los dones más maravillosos que se le otorgó a la humanidad, pero hacer reír o reírse de sí mismo es algo extremadamente difícil y admirable, condición que uno no puede dejar de valorar y fomentar.

Humana Trinidad

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