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La trampa de la conciencia

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El sufrimiento es real. El dolor es real. Los clamores en busca de alivio son normales. Esto es lo que estaba en la mente de Shirley todo el tiempo. Ella se preguntaba si las personas realmente entendían lo real que era todo. El auto que golpeó a Shirley mientras cruzaba la calle en el paseo de compras de verano era real. Las lesiones que sufrió fueron reales y los efectos paralizantes en su vida cotidiana eran tanto reales como ineludibles. Su dolor crónico no era una idea; era un verdadero trauma que la saludaba cada mañana y la seguía a lo largo de su día. Hacía que dormir fuera difícil y mantenerse despierta fuera arduo.

Cuando Shirley compartía su aflicción con otros, se alejaba pensando que solo escuchaban palabras, conceptos sin mucha realidad. Sentía una y otra vez que personas bien intencionadas pensaban que podían “arreglarla” con palabras. Ella había escuchado cada cliché cristiano y no tan cristiano. Ella no sabía qué hacer con el hecho de que lo que era muy real para ella parecía irreal para las personas a su alrededor.

Hay miles y miles de Shirleys. Quizás tú eres uno de ellos. Estás muy consciente de que lo que es normal para ti está mucho más allá de lo que es normal para las personas a tu alrededor, que lo que son realidades cotidianas para ti son solo conceptos para ellos, y lo que te dicen nunca tiene el poder de quitar aquello de lo que te gustaría deshacerte, de tu dolor. Sabes que no lo dicen en serio, pero parece que siempre terminan minimizando la gravedad de tu experiencia. Quieren ayudar, ellos creen que han ayudado, pero no lo han hecho. Y estás frustrado que no puedes expresar tu aflicción en palabras que, de una vez por todas, todos entiendan. La distancia entre su comprensión y tu realidad es una de las adiciones dolorosas a lo que ya estás sufriendo.

Aquí está mi experiencia. Cuando las personas me preguntan cómo estoy, no sé cómo responder. Cuando digo que estoy mejor, me escuchan decir que estoy bien cuando en realidad no estoy bien. Viviré por siempre con las implicaciones y resultados del daño renal que he sufrido. Si alguien con conocimiento de mis problemas médicos me pregunta si me estoy enfrentando a otra cirugía, y digo que no, piensan que mis problemas físicos han sido resueltos, y que he seguido adelante. Es difícil saber qué comunicar que le dé a las personas un sentido de aquello con lo que sigo lidiando sin sonar demasiado dramático. Estoy agradecido de no estar frente a otra cirugía en este punto. Estoy agradecido de que me siento mejor, pero también estoy muy consciente de los límites con los que viviré por el resto de mi vida y el hecho de que los que me rodean realmente no entienden la dificultad de vivir con esos límites.

El sufrimiento es real y sus efectos físicos, espirituales y relacionales son reales. Todos debemos consolarnos en el hecho de que la Biblia nunca trata el sufrimiento como algo menos que una experiencia humana real, significativa y, a menudo, que cambia la vida. El contenido de la Biblia está una y otra vez salpicado de historias de sufrimiento. La Escritura registra las aflicciones reales de personas reales. Enfermedad, violación, debilidad, asesinato, gobiernos corruptos, racismo, hambre, violencia doméstica, injusticia, guerra, tortura, traición, pobreza y muerte son algunas de las cosas que la Biblia presenta como el sufrimiento real de personas reales.

No solo la Escritura registra la historia de quienes sufren, sino que también una gran parte de la Escritura está dedicada a dar voz a sus clamores. Siempre he pensado que los Salmos están en la Biblia para mantenernos honestos sobre la naturaleza desordenada de la fe en este mundo quebrantado. El mayor cuerpo de contenido en los salmos es dado al lamento, en el que el salmista “se lamenta” o llora por la situación en la que él está adentro y la angustia que enfrenta. Hay unos sesenta y siete Salmos de lamento. Eso significa que aproximadamente el 44 por ciento del contenido de los Salmos es dado a los salmos de sufrimiento y de dolor. La Biblia no solo no minimiza nuestro sufrimiento, sino que también da mucho espacio para la expresión de nuestros clamores. De una manera real los salmos graban el drama emocional y espiritual de todos aquellos quienes alguna vez han sufrido.

Pero la Biblia hace aún más que eso, nos presenta un Salvador sufriente. No hubo alivio para la aflicción de Jesús. Comenzó con las condiciones ignominiosas de Su nacimiento, a tener que huir inmediatamente por Su vida con Sus padres, a estar esencialmente sin hogar, a ser despreciados y rechazados, a enfrentar injusticias crueles mientras era traicionado y abandonado por los más cercanos a Él, a enfrentar tortura y la crucifixión y, finalmente, la máxima tortura de tener al Padre dándole la espalda. Ninguno de nosotros estaría dispuesto a intercambiar nuestra vida, sin importar lo difícil que haya sido, por la vida de Jesús mientras estuvo aquí en la tierra. No sufrió solo de una manera, sino en todas las maneras, y sufrió no solo por un período de tiempo, sino durante toda Su vida. Aquel a quien clamamos cuando gritamos de dolor conoce nuestro dolor porque el sufrimiento de algún tipo fue Su experiencia desde el momento de Su nacimiento hasta Su último aliento.

La Guerra Bajo la Batalla

La razón por la que me he tomado el tiempo aquí para escribir sobre cómo el sufrimiento es una experiencia real que la Escritura de ninguna manera minimiza es porque este libro no se centrará, principalmente, en los aspectos físicos del sufrimiento sino en la guerra espiritual debajo de él. Al hacer esto, no quiero que pienses que estoy minimizando tu dolor. Mi suposición es que el dolor, a veces dolor indescriptible, nos inflige a todos nosotros de alguna manera. Quiero que pienses y finalmente encuentres consuelo en el hecho de que nuestra experiencia de sufrimiento nunca es solo física. El dolor que nos detiene en nuestro camino, que nos hace querer poner las cobijas sobre nuestra cabeza y no enfrentar el día, y en momentos nos hace desear que pudiéramos morir, nunca es solo físico.

Esto es lo que es tan importante entender: el sufrimiento es una guerra espiritual. Cuando estás sufriendo, es vital saber que no solo estás luchando por la salud de tu cuerpo, o por una relación, o contra el racismo o la injusticia, o por tu matrimonio, o por tu reputación, o por tu trabajo. Mientras luchas por estas cosas, también debes luchar por tu corazón. El sufrimiento siempre pone tu corazón bajo ataque. El sufrimiento nos hace a todos susceptibles a las tentaciones que, de lo contrario, no habrían tenido tal poder sobre nosotros. El sufrimiento nunca es solo una cuestión del cuerpo, sino que es también siempre un asunto del corazón. Nunca es solo una agresión a nuestra situación, sino también un ataque a nuestra alma. El sufrimiento nos lleva a los límites de nuestra fe. Nos lleva a pensar en cosas sobre las que nunca habíamos pensado antes y tal vez incluso cuestionar las cosas que pensábamos que estaban resueltas en nuestros corazones. Demasiados de nosotros, mientras luchamos contra la causa de nuestro sufrimiento, olvidamos luchar por nuestros corazones.

El propósito de este libro es ayudarte con la guerra debajo de la batalla, alertarte sobre lugares donde tienes que luchar por tu propio corazón y ayudarte a ver las asombrosas formas en que tu Salvador se encuentra contigo en tu batalla.

¿Por qué sufrir es una guerra espiritual? La respuesta es que tú no eres una máquina. Si algo falla en una máquina, la máquina no siente tristeza, no está tentada a preocuparse, no cuestiona creencias de mucho tiempo, no desea la vida de otra máquina, y no tiene ninguna preocupación por lo que depare el futuro. Pero tú y yo no somos así. No vivimos mecánicamente o por instinto. Nosotros pensamos, nos maravillamos, deseamos, sentimos, reflexionamos, soñamos, interpretamos, percibimos, anhelamos, proyectamos, etc. Hacemos realidad nuestros corazones (Proverbios 4:23; Marcos 7:14–23; y Lucas 6:43–45), y nuestros corazones son una fuente continua de interactividad. Tu y yo nunca dejamos nuestras vidas solas. Traemos un mundo interior rico y multifacético de pensamientos, deseos, y emociones a cada experiencia. Nunca dejamos solos cualquier cosa que pase a nosotros o a nuestro alrededor. Empujamos todo en nuestras vidas a través de nuestra red conceptual, emocional, espiritual (CEE). Sea que estés consciente de ello o no traes, tu CEE particular a todo en tu vida. Esto significa que no solo eres moldeado por tus experiencias, sino que también le das forma a esas experiencias. Tú y yo nunca somos solo influenciados por lo que sufrimos, sino nuestro CEE influye la forma en que sufrimos.

El CEE que traes a tu sufrimiento da forma a la manera en que lo ves y lo entiendes, y el impacto a corto y largo plazo que tiene en ti. Es por esto que dos personas en la misma situación difícil tendrán experiencias y respuestas dramáticamente diferentes a ella. Ambos Juan y Jorge perdieron mucho dinero cuando la bolsa de valores se desplomó hace algunos años, pero lo sufrieron de maneras muy diferentes. Para Juan, la riqueza física era una gran fuente de seguridad personal, por lo que cuando perdió una gran parte de su riqueza, no solo perdió dinero; perdió su seguridad y quedo paralizado por la ansiedad y la ira. Jorge sabía que tenía que ser un buen mayordomo del dinero que Dios había provisto, pero nunca lo vio como fuente de seguridad; le frustraba haber perdido tanto, pero tuvo poco impacto en su vida cotidiana.

Permíteme repetir algo de lo que he hablado y escrito antes. Como personas creadas a la imagen de Dios, ninguno de nosotros vive la vida basada en los hechos crudos de nuestras experiencias. Todos vivimos basados en nuestra interpretación particular de esos hechos. De esta manera, el campo de batalla central del sufrimiento no es físico, financiero, circunstancial, o relacional. El impacto del sufrimiento en todas esas cosas es real, a menudo a largo plazo y, a veces, increíblemente difícil. Pero las dificultades físicas siempre se convierten en dificultades del corazón. El sufrimiento físico pronto se convierte en una guerra de pensamientos y deseos. El sufrimiento nos quita las preguntas y anhelos más profundos.

Esto nos obliga a examinar y considerar las cosas de una manera nueva o por primera vez. Nos hace preguntarnos de maneras que nunca nos hemos preguntado, nos hace dudar de lo que asumimos anteriormente, anhelar lo que nunca hemos deseado, y pensar en formas que nunca hemos pensado.

El sufrimiento expone elementos de nuestro CEE que no sabíamos que estaban allí. Desafía las antiguas suposiciones, a menudo reemplazándolas con nuevas preguntas. Nos tienta a querer respuestas donde Dios ha estado en silencio, a querer más de Dios de lo que ya se nos ha dicho. El sufrimiento es emocionalmente agotador y espiritualmente gravoso. Nos hace vulnerables en lugares que pensábamos éramos fuertes. El sufrimiento nunca es solo físico, sino siempre se convierte en sufrimiento del corazón. Esta batalla más profunda es la razón para este libro.

Ojalá pudiera decir que como he sufrido en maneras que nunca pensé que lo haría, he sufrido con un corazón en completa y constante paz y descanso, pero no puedo. Mi corazón también ha sido agredido con el llanto y la confusión que trae el sufrimiento. Las suposiciones que había llevado cargadas durante años empeoraron mi aflicción, y los anhelos han hecho la carga más pesada. He examinado cosas que no tienen sentido en lo absoluto. He hecho preguntas que no prometen una respuesta. He enfrentado tentaciones que nunca antes había enfrentado. No he huido o rechazado a mi Señor, pero mi sufrimiento no ha sido solo corporal; ha sido también una batalla de mi corazón.

Lo que la mayoría de nosotros fallamos en entender es que el impacto en lo que nuestro corazón hace con lo que sufrimos, es tan poderoso como aquello que estamos sufriendo. Tú y yo nunca somos personas que sufren pasivas, y el dolor que experimentamos nunca es solo físico o emocional. El sufrimiento es una experiencia hondamente teológica y profundamente espiritual. Tiende a agredir creencias profundamente arraigadas y a fortalecer dudas de mucho tiempo. Pero hay otro elemento que pide discusión. Como todo lo demás en nuestras vidas, la Biblia no aborda el sufrimiento solamente respecto a nosotros. No somos individuos aislados, tratando de dar sentido y de hacer frente a la vida por nuestra cuenta.

De hecho, nunca estamos solos en nada. Sufrimos como criaturas de Dios. Sufrimos como súbditos del gobierno soberano de Dios. Sufrimos como hijos redimidos de Dios.

Esto significa que Dios está inextricablemente conectado e íntimamente involucrado en nuestro sufrimiento. Como todo lo demás que enfrentamos, el sufrimiento tiene lugar bajo Su gobierno soberano, y sucede en el medio de Su plan redentor. Ahora, aquí está el punto que quiero establecer sobre esto: la manera en que entiendas la participación de Dios o la no participación en tu sufrimiento, la manera en que comprendas Su propósito para, o distancia en tu sufrimiento, y las conclusiones que hagas acerca de Su cuidado y capacidad para ayudar tendrán una gran influencia en tu experiencia de sufrimiento. Diré mucho más al respecto más adelante sobre cómo la Biblia conecta a Dios con las cosas que sufrimos, pero primero quiero compartir dos historias contigo.

Sufrimiento: Trampas y Consuelos

Juan perdió a su esposa, y él estaba enojado. Ella era la mujer de sus sueños. La conoció en un picnic de la empresa y rápidamente quedó enamorado. No podía creer que ella le prestaría atención, pero ella lo hizo. Al florecer su romance, Juan se sentía como el hombre más afortunado en la tierra. Ella compartía muchos de sus intereses y, lo más importante de todo, su fe. Mientras iba sentado en el avión con Jeannie, en camino a su luna de miel, Juan no podía creer que ella se hubiera casado con él. No podía comprender que en realidad pasarían el resto de su vida juntos. Los primeros cuatro años de matrimonio fueron maravillosos, solo ellos dos disfrutando de lo que cada uno siempre disfrutaba, pero ahora podían disfrutar juntos.

A los cinco años de matrimonio llegó el primer bebé y dos años después otro. Y aunque su hijo y su hija trajeron el caos típico a sus vidas, lo que John pensaba que era tan bueno estaba por ponerse aún mejor. El negocio de Juan estaba prosperando, Jeannie era una madre competente y satisfecha, y su iglesia era un lugar donde se sentían felices y bien alimentados. En el día del decimoséptimo cumpleaños de su hijo, Jeannie sintió náuseas y debilidad, pero ella siguió adelante. En los días que siguieron, se sintió aún peor, y por insistencia de Juan hizo una cita con su médico. Ella podía darse cuenta de que su médico estaba preocupado, pero cuando la mando a hacerse más exámenes, le dijo que no se preocupara, sino que esperara los resultados.

Los estudios estuvieron listos, y la noticia no era buena. Jeannie tenía una forma virulenta de cáncer que ya estaba bastante avanzada. Juan lloró con ella, pero luego dijo: “Vamos a luchar contra esto en cualquier forma que podamos”. Y lucharon, de clínica en clínica y de un medicamento experimental tras otro, pero la condición de Jeannie empeoró, y después de seis meses murió. Juan no podía haber imaginado un mayor horror. Estaba paralizado de dolor. Se sentaba en la sala de su casa esperando escuchar la voz de Jeannie en la cocina o esperaba entrar en el dormitorio y verla de pie frente a su armario tratando de decidir qué ponerse. Los pequeños detalles de la vida de Jeannie estaban a su alrededor, pero ella no estaba allí. Parecía imposible, una broma horriblemente cruel.

El amor de la familia y la iglesia sostuvieron a Juan a través de los días antes del funeral y en ese oscuro día del entierro de Jeannie, pero luego todos volvieron a sus vidas normales, y Juan se quedó solo con dos adolescentes. Cuanto más Juan pensaba en lo maravillosa pero corta que había sido su vida juntos, más deprimido y enojado se ponía. “¿Por qué darme esto hermoso y luego quitármelo sin ninguna razón?”, pensaba. “¿Por qué jugar con mi felicidad? ¿Qué hice para merecer este castigo?” ¿Que se supone que debo hacer ahora?” “¿En qué condición estoy yo para cuidar de mis hijos?” “¿Por qué hacerles esto a ellos?” Él no podía parecer apagar las preguntas, y cada pregunta sin respuesta solo lo hacía enojarse más. No podía soportar ir a la iglesia. No podía lidiar con todas las preguntas y las cosas absurdas, pero con buenas intenciones que la gente decía. Y no podía cantar canciones llenas de promesas que sentía habían sido rotas en su vida.

Estar solo hacía que Juan se enojara. Ser padre soltero lo hacía enojarse. Ver familias felices juntas lo hacía enojarse. Tener que pasar por el correo de Jeannie lo hacía enojarse. Su carencia total de habilidades domésticas lo hacía enojarse. Las personas que dijeron que estarían allí para él, pero no estuvieron lo hacían enojarse. Las mañanas solitarias y noches sin dormir lo hacían enojarse. Las constantes necesidades de sus adolescentes y sus preguntas interminables lo hacían enojarse. A todas partes que Juan miraba, algo parecía estimular su ira. Y su ira no era solo por personas y cosas. Juan estaba enojado con Dios. Algunas veces pensaba que Dios le había hecho esto sin razón alguna. Otras veces pensaba que tal vez lo que él había creído era una mentira; tal vez no había Dios, o si había uno, estaba demasiado lejos, era demasiado indiferente, o demasiado pequeño como para hacer una diferencia.

Las verdades en las que Juan había descansado alguna vez, ahora las odiaba. Una noche en un ataque de desesperación airada, Juan tomó la Biblia junto a la cama y con todas sus fuerzas la arrojó contra la pared. Esa Biblia estuvo arrugada en el suelo durante semanas, un símbolo de lo que estaba sucediendo en el corazón de Juan. Juan se aisló de sus amigos y renunció a la mayoría de sus actividades. Calentaba comidas preparadas para sus hijos, pero él comía solo y pasaba la mayor parte de sus tardes en su habitación viendo la televisión.

No pasó mucho tiempo antes de que la ira de Juan se derramara sobre sus hijos y sus compañeros de trabajo. Estallaba en su casa por cosas intrascendentes, y en el trabajo se estaba ganando una reputación de ser desagradable. Tanto sus hijos como sus compañeros lo evitaban lo mejor que podían, pero aun así soportaban lo abrasador de su ira. Una noche, Juan calmó su ira con un par de shots de whisky, y no pasó mucho tiempo antes de que esto se convirtiera en un patrón, y el patrón se convirtiera en una adicción. La mayoría de las noches se iba a dormir borracho y se despertaba con resaca. Sus hijos veían las botellas vacías y los cambios masivos en su padre, pero le tenían demasiado miedo como para decir algo. Ambos estaban solamente contando el tiempo hasta que pudieran salir de ese lío y lejos de su papá.

La primera infracción fue una señal de advertencia, pero Juan prestó poca atención. Sin embargo, su jefe prestó atención y le dijo que necesitaba conseguir ayuda. Pero la ira y el alcohol cegaron a Juan de verse a si mismo con exactitud. Se decía a él mismo que lo que realmente necesitaba era hacer que el reloj retrocediera tres años y entonces estaría bien.

Finalmente, después de perder su trabajo y a sus hijos, Juan fue obligado a obtener consejería, y él hizo una cita conmigo. Fue entonces, que comenzó el largo proceso de cambio.

Freda siempre había sido un poco solitaria. Ella nunca pensaba en sí misma como físicamente atractiva, y siempre se sentía más cómoda con libros que con personas. Pensó que quedaría soltera y llenaría su vida con su carrera e iglesia. Freda era una académica estrella, así que consiguió una beca completa para una gran universidad y otra beca completa para la escuela de posgrado. Parecía que ella estaba en lo correcto: su mundo era el laboratorio, donde era investigadora estrella, y encontró una familia con sus colegas y amigos y sus amigos en su grupo pequeño de estudio de la iglesia. Freda estaba satisfecha en su trabajo y había hecho las paces con su soltería. A veces se sentía sola por las noches, pero Jack, su terrier, saltaba sobre su regazo, y los sentimientos se desvanecían.

Cuando Freda fue ascendida a un nuevo y prestigioso grupo de investigación, pensó que el trabajo y las personas involucradas proporcionarían una nueva compañía y una realización más profunda, pero le esperaba una sorpresa. Freda nunca olvidaría el día que conoció a Ezequiel. A ella y a Zeke se les dio un proyecto para administrar, y ellos congeniaron inmediatamente. Sus personalidades eran complementarias, y sus intereses y entrenamientos coincidían. Freda caminó a casa después su primera cena juntos encontrando difícil creer que había conocido a un hombre que no solo le gustaba, sino que la entendía. Pronto su relación comenzó a florecer, y en poco tiempo estaban hablando seriamente sobre su futuro. Freda nunca había estado más feliz, y la discusión sobre el matrimonio se convirtió en un acontecimiento regular cuando ella pasaba tiempo con Zeke.

Sufrimiento

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