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El Holocausto

El Holocausto fue la persecución más grande y generalizada de un pueblo en la historia, y condujo a la muerte a seis millones de judíos. Las consecuencias de este genocidio fueron bien documentadas y sus efectos se han mantenido a lo largo de tres generaciones hasta la actualidad.

Antes de su aniquilación, se informó que las enfermedades psiquiátricas, suicidios, hipertensión y angina de pecho habían aumentado, así en los campos de concentración hasta la mitad de los prisioneros morían en cuestión de semanas. Algunos se cernían entre la vida y la muerte, eran personas demacradas, de aspecto desgastado, emocionalmente entumecidos y cognitivamente deficientes. Sus reflejos de supervivencia desaparecieron y aparecieron como siluetas de personas. Estaban a un nivel más aún de los que sufrían agotamiento de combate, de ellos la mayoría murió.

Aquellos que sobrevivieron al Holocausto lo hicieron a través de una combinación de suerte e intensa determinación, esperanza y mantenimiento del significado en la supervivencia. Sin embargo, después de la guerra sufrieron una serie de enfermedades biológicas, psicológicas y sociales siendo sus tasas de morbilidad y mortalidad en las décadas siguientes más elevadas en comparación con el resto de la población.

Las secuelas psicológicas del Holocausto, por grandes que fueran, fueron denegadas durante veinte años. Aunque inicialmente sólo se reconocieron los síntomas físicos, con el tiempo fue evidenciado que los sobrevivientes del Holocausto sufrían una amplia cantidad de problemas.

Los sobrevivientes fueron atormentados por pérdidas irreconciliables, culpa del superviviente, rabia, desesperación, depresiones, enfermedades psicosomáticas y pérdida de significado y propósito, aunque intentaron encontrar significado en los matrimonios rápidos, tener hijos y trabajar duro.

Niños. Un millón y medio de niños judíos murieron en el Holocausto. Muchos de los que sobrevivieron estaban escondidos, separados de sus padres. Los niños sobrevivieron adormeciendo sus sentimientos, siendo supremamente obedientes y viviendo pacientemente día a día esperando un final milagroso de su sufrimiento.

Los niños de la posguerra tuvieron que lidiar con las pérdidas de sus sueños, y guardar silencio sobre sus experiencias de guerra, que, no reconocidos, todavía los impregnaban. Al igual que uno de los autores de esta obra (PV), el niño sobreviviente del Holocausto fue reconocido sólo en la década de 1990 cuando los niños estaban en sus cincuenta (Valent, 1994).

Los sobrevivientes de la segunda generación fueron muy influenciados por el Holocausto a través de sus padres. Llevaban emociones negativas, sensaciones, imágenes, juicios y actitudes que eran incomprensibles para ellos, ya que sus padres a menudo mantenían una conspiración de silencio sobre sus experiencias y lo que los niños significaban para ellos.

Estrés Y Trauma En Tiempos De Pandemia

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