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Guerras

Las guerras, más que los accidentes de tráfico, han demostrado por un lado la ocultación de los datos relativos a la salud de las tropas, así como la falta de consideración de los síntomas psicológicos entre los soldados donde sus quejas fueron tratadas como cobardía.

Sin embargo, cientos de miles, sino millones de soldados, se “rompieron”, muchos de ellos condecorados, lo que demuestra que el estrés extremo y el trauma potencialmente causan estragos en la mente de todos.

Aunque se han registrado consecuencias psicológicas del combate desde los antiguos griegos, fue sólo en el siglo XVII que Hofer compiló los síntomas que encontró en las tropas suizas, que incluía nerviosismo, abatimiento, emociones de desesperanza, problemas gastrointestinales y síntomas depresivos, en lo que se denominó melancolía.

Este concepto de neurosis de guerra duró 150 años. En la Guerra Civil Americana, el anhelo del hogar y la falta de disciplina fue denominado nostalgia, lo que se añadió a los síntomas de la melancolía.

En la Primera Guerra Mundial, después de cierta resistencia, inicialmente se reconocieron los síntomas de estrés físico, principalmente asociados al sistema cardíaco donde se observaba la presencia de “corazón irritable”, astenia neurocirculatoria y síndrome de esfuerzo. A lo que se añadió la neurosis de guerra que se cree que se debe a explosiones que causan un daño cerebral mínimo. Posteriormente la enfermedad psicológica tuvo que ser reconocida debido a la enorme cantidad de secuelas psicológicas entre los soldados.

El principal trabajo que surgió de la Primera Guerra Mundial fue realizado por Abram Kardiner (Kardiner, 1941) denominado The Traumatic Neuroses of War.

Kardiner describió una gran variedad de síntomas que se relacionan con eventos traumáticos y que podrían ser revividos en pesadillas y flashbacks que podrían aparecer con otras neurosis y síntomas físicos. Igualmente, este autor hizo hincapié en que todos los síntomas eran significativos en términos de traumas anteriores, incluso si estos traumas eran inconscientes.

Curiosamente, en la llamada pandemia de gripe española de 1918 que mató a 50 millones de personas en todo el mundo y también arrasó contra combatientes de la Primera Guerra Mundial, no fueron mencionados entre las víctimas de guerra a ambos lados del conflicto, con el fin de no revelar la vulnerabilidad militar. Este fue un ejemplo de cómo las fuerzas políticas pueden influir en el reconocimiento y el tratamiento de las pandemias. Veremos ejemplos de esto más adelante en la pandemia actual.

En la Segunda Guerra Mundial, las lecciones de la guerra anterior tuvieron que ser reaprendidas. Al igual que el trauma en sí, las neurosis traumáticas fueron reprimidas. Esta es una advertencia de que las lecciones de la pandemia actual no deben olvidarse.

Una vez que se reconocieron las consecuencias psicológicas en los combatientes, investigaciones revelaron nuevas características. En primer lugar, las consecuencias psicológicas se asociaron con la intensidad de la amenaza de muerte, la duración de la exposición al combate y el número de camaradas muertos. En unidades severamente estresadas, todos los soldados supervivientes finalmente se rompieron psicológicamente. Así aprendimos que, aunque las personas variaban en sus fortalezas y vulnerabilidades, todos eran finalmente frágiles.

En segundo lugar, la Segunda Guerra Mundial reveló la importancia de la moral. La moral era el antídoto contra la ansiedad de la aniquilación. La moral consistía en motivación para lograr metas importantes y confianza en la capacidad de hacerlo. También consistía en formar parte de un grupo, que fue concebido como más importante que uno mismo. El grupo era el cuerpo, el líder su cabeza, y uno mismo una extremidad, una parte del cuerpo.

Con el abandono de las metas, la confianza y los ideales, y la pérdida de camaradas y amigos, la desmoralización aumentó, afectando con ello al espíritu de grupo lo que a su vez provocó una pérdida de fe en la causa y en los líderes. Una sensación de abandono en un mundo peligroso, y la exposición a la muerte sin una buena razón hizo que los soldados se resintiesen profundamente. La disciplina colapsó, se produjeron atrocidades y los oficiales fueron asesinados por sus hombres.

Los hallazgos de Kardiner de una amplia gama de respuestas en la Primera Guerra Mundial fueron validados en la Segunda Guerra Mundial por Grinker y Spiegel (Grinker & Spiegel, 1945) en donde se refirieron a la “ruptura” del combatiente como “un desfile pasajero de todo tipo de síntomas psicológicos y psicosomáticos así como de comportamientos desadaptativos”, lo que incluía depresiones, histerias, somatizaciones, fobias, etc., los cuales esta vez se comprendieron mejor al poderse atribuir a los incidentes traumáticos que habían tenido que soportar los soldados.

Bartemeier y colaboradores (Bartemeier et al., 1946) en su descripción autorizada confirmaron los hallazgos de Grinker y Spiegel, pero además describieron el trauma al final de la guerra, llamándolo el agotamiento del combatiente, cuyas características incluían fatiga, lentitud de pensamiento, irritabilidad, pérdida de concentración y anhedonia. En su expresión más severa, los jóvenes soldados parecían ancianos, totalmente exhaustos, apáticos y caminando lentamente como autómatas.

Después de la guerra. Por primera vez se prestó mucha atención a los soldados retornados, en los cuales se hizo evidente que los síntomas no desaparecían cuando estaban lejos del combate, incluso estos podrían durar décadas. Además, los síntomas podrían surgir meses o incluso años después de haber finalizado la guerra. Aunque vívidos, los síntomas podrían volverse estereotípicos y entrelazarse con tensiones y traumas civiles.

Profesionales de la salud mental. Por primera vez, también, los propios profesionales de la salud mental fueron sometidos a observación. En su mayor parte, los psiquiatras se veían a sí mismos como parte del esfuerzo de guerra motivador. Negaron la presencia de psicopatologías; más bien arengaban a los soldados a realizar mayores esfuerzos y daban diagnósticos peyorativos como de estar fingiendo los síntomas cuando no se recuperaban.

Esto fue en parte para proteger a los militares de las posibles demandas al ejército que pudiesen poner los soldados. Una vez más vemos cómo la política de poder puede influenciar el discurso mental científico.

La guerra de Vietnam, con la derrota y la desmoralización generalizada, se manifestó en mala disciplina, la negativa a luchar, las atrocidades, el asesinato de oficiales, el robo y atrocidades entre las tropas, subjetivamente se sentían alienados, enojados, culpables, incapaces de confiar y amar.

De los repatriados, el 38% se divorciaron en seis meses, siendo que en aquel entonces un tercio de los prisioneros federales eran veteranos de Vietnam. Aun así, una vez más se negaban las consecuencias de la guerra en la salud mental de los veteranos.

No fue hasta que realizaron protestas y manifestaciones en masa que consiguieron que se les reconociera su angustia, gracias a ello eventualmente la psiquiatría les otorgó el diagnóstico de trastorno de estrés postraumático (TEPT), un reconocimiento limitado para dar cuenta de todas las dificultades que estaban reviviendo y sufriendo.

Civiles en Tiempo de Guerra. Aunque sus circunstancias eran diferentes, sin embargo, los civiles también estaban amenazados por la muerte y las secuelas. El alcance de las consecuencias psicológicas dependía de circunstancias similares a las de los soldados: el grado y la duración de la destrucción, la victoria o la derrota, y la proporción de la población y los seres queridos muertos o heridos.

Así en el bombardeo de Londres la moral era alta, excepto en la minoría que se vio gravemente afectada teniendo en cuenta que la naturaleza de su perturbación mental era variada, como lo fue con los soldados. En Hiroshima después de la explosión de la bomba atómica, la población restante sufría sintomatología parecida a la de los soldados con un agotamiento de combate extremo.

Niños en Tiempo de Guerra. Los niños son más vulnerables que los adultos y sus tasas de morbilidad y mortalidad reflejan esa vulnerabilidad. Incluso cuando están protegidos por adultos, los niños, sin embargo, experimentan los bombardeos y el caos, y absorben los miedos y emociones de los adultos. Cuando pierden la protección que les proporcionan sus padres los menores sufren aún mucho más. En niños pequeños, los síntomas psicosomáticos y conductuales expresan su angustia mientras que los niños mayores sufren síntomas similares a los adultos.

Estrés Y Trauma En Tiempos De Pandemia

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