Читать книгу Si digo muerte, digo vida - Paula Assler - Страница 14
II
ОглавлениеEl asma de mi padre nos obligó a dejar Reñaca. Nos trasladamos a Santiago, a una casa en la calle Las Petunias, en Providencia. Era una típica casa de dos pisos con un patio no muy grande, en un barrio con mucha vida, lo que a mí me resultaba fascinante, una calle llena de niños; todos jugábamos ahí. Andábamos en bicicleta, en patines, vendíamos dulces, jugos; tuvimos perros, patos, gatos. Viví ahí hasta los veintiún años. Circulaban muy pocos autos en esa época. La calle era toda nuestra.
En cuanto llegué me hice amiga de Juanita, una vecina que ha sido mi amiga toda la vida. Jugábamos al almacén y también a las muñecas. Yo jugué hasta muy grande con muñecas. También peleábamos bastante. Yo le decía: “contra tu madre”, con lo que trataba de decirle “concha de tu madre”. Entonces ella corría a su casa y le decía a su mamá: “La Paula me dijo contra tu madre”. Yo era súper garabatera en la calle, pero al entrar a mi casa la boca se me volvía la de una santa. Juanita era bien especial, le gustaba leer el diario, mientras yo no leía nada de nada. En ese sentido ella era más grande que yo. Estuvimos muy apegadas hasta que ella se casó. Eso fue un poco antes de que yo me casara, a los veintidós años, cuando también dejé el barrio.
La casa de Juanita tenía el único televisor y la única piscina del barrio. En ese televisor vimos cuando el hombre puso el pie en la Luna, aunque se veía pésimo. La piscina del barrio no tenía filtro y para ayudar a llenarla pasábamos la manguera a través de un hoyo que hicimos en la muralla, todos, mi mamá y nosotros los hermanos. Yo sentía que la piscina también era mía. Todos los niños del barrio nos bañábamos ahí; la mamá de Juanita tenía un corazón muy generoso. Fue ella la que, cuando me atropellaron frente a su casa y quedé tirada lejos, me recogió y llevó al Hospital Salvador donde me enyesaron entera. Era común que los niños quedaran a cargo de una mamá mientras las otras salían por algún motivo.
En el barrio había una serie de personajes especiales. Estaba “el Guachi”, un alcohólico y padre de una amiga. A veces andaba tan borracho que lo tomaban preso y entre los papás del barrio lo iban a sacar de la comisaría. Me acuerdo de otro papá que le decían “el Sinvergüenza”, experto en no pagar. Había otro muy famoso por su afición a las mujeres, a todas las del barrio les ponía el ojo encima. Había una vieja insoportable que creo, era medio prostituta. Para mí, el barrio era un mundo entretenido.
Además de estos personajes, estaban los que transitaban por el barrio, como el “Tira Somier”. Era un señor muy pobre que pasaba estirando los resortes de los somieres. Recorría las calles ofreciendo su servicio. Otro que pasaba era el afilador de cuchillos. También estaba el organillero, a quien con suerte conseguíamos comprarle algo después de rogar a nuestros papás que nos dieran unos pesos. Otro personaje infaltable era el señor que dejaba la leche en botella; uno le pasaba la botella vacía y él, a cambio, nos entregaba las botellas de leche llenas, la de tapa azul tenía menos grasa que la de tapa roja.
Juanita vive ahora en La Serena, pero basta un telefonazo para contarnos todo, como si nos hubiésemos visto ayer. Es una amiga del alma. Hay muchas cosas que nos unen. Ambas hemos vivido el dolor más grande que pueda vivir una mamá; ese dolor compartido nos ha hecho cómplices.