Читать книгу La gerontología será feminista - Paula Danel - Страница 13

Оглавление

Capítulo I

Viejas en el Género

Mónica Navarro (6)

“No estoy segura que el mundo pueda llegar a cambiar sin tener una intervención crítica (…) abrir las categorías que han sido establecidas hace muchísimo tiempo, potencialmente hará que la vida sea más vivible”

Butler, J. Conferencia “Cuerpos que aún importan”.

Universidad Nacional de Tres de Febrero, Argentina,2015

Introducción

El envejecimiento de la población es un hecho indiscutible a nivel global como producto de los progresos producidos en la medicina, en la tecnología y en los sistemas de protección social, que han permitido que cada vez más personas lleguen a la vejez superando las edades antes consideradas extremas. Los estudios demográficos indican que la disminución de la mortalidad, y de la fecundidad, sobre todo en países desarrollados, produce que los grupos de mayores se destaquen y cada vez influyan más con su presencia en la vida social.

Este proceso de transición demográfica que presenta en términos estadísticos la conformación de una población envejecida (7), no logra dar cuenta cómo cada sociedad procesa la longevidad. Las etapas vitales o edades, más allá de su naturalizada vinculación con la biología, son, sobre todo, construcciones sociales (Lenoir,1993:62), que constituyen un fenómeno complejo que es asumido en cada sociedad y en cada tiempo histórico de manera diferente (Salvarezza, 1998:355).

Este fenómeno de la extensión de la vida, que podría encuadrarse como “conquista de la humanidad” ha dado lugar a la problematización de la vejez como una nueva cuestión social.

Según Rice, Löckenhoff & Carstensen (2002), se han producido diferentes tipos de respuestas por parte de la sociedad, algunas negativas en términos generales, por ejemplo, aquellas que parten de ideas catastróficas relacionadas al peso económico del envejecimiento poblacional en el sistema de seguridad social y sanitario, o en referencia a la recarga que implica el cuidado sobre las familias.

Dentro de la respuesta negativa a la presencia creciente de mayores se encuentran diferentes modos de actuar que constituyen diversos grados de discriminación o rechazo hacia las personas de edad.

Estas conductas fueron objeto de estudio ya en la década de los 60 cuando el envejecimiento poblacional llegaba como una promesa de inmediato cumplimiento a los Estados Unidos y a Europa. En ese marco, Robert Butler (1969) identificó al edadismo (ageism) como la tercera gran forma de discriminación, detrás del racismo y del sexismo. Este término fue introducido posteriormente en nuestro medio en el lenguaje académico como viejismo por Salvarezza, (1988).

Es preciso señalar, que las denominadas normas sociales de la edad, es decir, los parámetros que establecen el significado social de cada etapa de la vida, no se construyen en el vacío, al igual que las normas de género, se transmiten a través de la socialización permanente y varían según determinados escenarios sociales y culturales.

las representaciones sociales expresan y determinan qué se entiende por vejez en una sociedad o en un grupo, cuáles son las características que se le atribuyen a una persona vieja, cuál es el lugar que esta sociedad le otorga, cómo es el vínculo de la sociedad y de la familia con el viejo. Monchietti, (2002:23).

En el actual sistema capitalista, la obsolescencia programada afecta también las representaciones de la vejez, significándola como un momento de la vida en el cual los sujetos resultan improductivos y, para algunos decisores políticos, incluso, constituyen un gasto social.

Los estereotipos negativos sobre la vejez son producto de procesos complejos y debe tenerse presente que la vejez es un concepto relacional, en permanente reelaboración: la expectativa de edad se amplía y diversos modelos de vejez se encuentran simultáneamente superpuestos, como si se tratara de una representación en situación de reconstrucción ante los diversos discursos que surgen sobre la vejez provenientes de los sectores de poder y de les propios viejes.

En otro sentido, esto nos lleva a integrar la temporalidad social como un elemento clave, como uno de los citados ejes de la diferencia, que permite agudizar la vista allí donde sólo suelen verse sujetos terminados (8): las personas mayores.

Este mecanismo, es efecto de una reiterada maniobra excluyente, discriminatoria, que privilegia permanentemente a la juventud como modelo (9).

En esta publicación especialmente, nos interesa centrar nuestra atención en un aspecto sumamente relevante: la denominada feminización de la vejez. La conformación mayoritariamente femenina desde el punto de vista demográfica constituye un desafío para pensar las relaciones entre los géneros en esta etapa del curso vital, toda vez que, al impactante fenómeno del envejecimiento poblacional se agrega que la superación constante y creciente de las edades límite de la vida humana conforman, mayoritariamente, un asunto de mujeres.

Interseccionar género y edad

La travesía conceptual que queremos realizar en este trabajo surge a partir de la centralidad que adquiere el género en la interpretación de las relaciones sociales, y nuestro interés por tomar los avances producidos por los debates en torno a la categoría mujeres y los campos de representación lingüística y política.

Es necesario destacar que aquellos procesos que regulan la edad junto a los que regulan el género y el ejercicio de la sexualidad, forman parte de un proceso continuo de producción y retroalimentación de los modelos de subjetivación sexuada hegemónicos, pero ¿cómo se procesa socialmente la longevidad con estos modelos?

Tal como señala Ociel Moya, M. (2013), profundizar en el estudio sobre las representaciones culturales del género permite dar cuenta del orden que a través de esas representaciones niegan a las mujeres en tanto sujetos políticos e históricos.

En ese sentido, sostenemos que el estudio de la vejez de las mujeres (10) puede aportar aún más al objetivo de indagar el alcance de la desigual distribución del poder derivado del orden patriarcal.

Retomando la idea de vejez -en tanto representación social- puede verse que la carga de prejuicios que la asocian al deterioro, la incapacidad y la enfermedad, en clara oposición a la juventud como sinónimo de renovación, emprendimiento, eficacia, salud y afectando en forma aún más acentuada a las mujeres. Oddone (1994), afirma que las mujeres a lo largo de su vida atraviesan por diferentes experiencias de integración-exclusión social. De esta manera, las mujeres suman a los prejuicios de la edad los vinculados al género (Martiarena y Krzemien, 2001).

Por esta razón, resulta necesario analizar el género desde una concepción dinámica que de cuenta de la experiencia misma de las mujeres en el curso de vida y echar luz sobre los efectos diferenciales producidos por el orden de géneros en sus trayectorias de vida. Es necesario remarcar que, históricamente, sólo por el hecho de ser mujeres las mayores han tenido un acceso desigual a la educación, al trabajo, a los derechos sobre su cuerpo, es decir, diversos efectos que participan en la construcción social del envejecimiento femenino y de las vejeces. (11)

Ello nos lleva a preguntarnos, ¿qué ocurre cuando se asocian dos o más factores de discriminación como en el caso de las mujeres mayores? Previamente deberíamos preguntarnos si los estudios de la edad, si la Gerontología, han dado suficiente cuenta del envejecimiento como una nueva cuestión social de género.

Ha sido ya establecido que las mujeres envejecen de forma diferente, ya lo han señalado autores tales como De Beauvoir, S. (1983), Arber, S. Y Ginn, J. (1996), Freixas, A. (1997).

En América Latina, destacamos los aportes de Gastrón, L. (1995), (2003), (2007), (2018), Huenchuán Navarro (1989) y Yuni, J. Y Urbano, C. (2001) que han generado el debate dejando en claro que el género constituye un determinante de fundamental importancia que afecta diferencialmente a las personas en la vejez.

Ser mujer y mayor entonces constituyen dos ejes importantes de la diferencia que se articulan con otros:

las diferencias que estructuran la vida social son múltiples, se implican y condicionan mutuamente. Las identidades y relaciones de género, clase, étnicas, etarias, etc., no se construyen ni experimentan en forma compartimentada por los sujetos: hay un sustrato cultural en el que se entretejen. (Toledo,1993: 57).

Los aportes a la discusión respecto de la articulación de vejez y género, realizados por Huenchuán Navarro (1998:1), advierten sobre la insuficiencia de “interpretar las experiencias de vida de las personas ancianas en forma segmentada y compartimentada (sólo género, sólo etnia, sólo edad)”, de modo que sus miradas respecto de la necesidad de poner en relación estas diferentes categorías constituyen un antecedente de gran importancia que aún se encuentra con escaso desarrollo, sobre todo, en Latinoamérica.

Abordar género y edad implica, entonces, poner en relación dos categorías analíticas que han adquirido un gran peso y, para ello, utilizamos como parte de nuestras herramientas teóricas el concepto de interseccionalidad.

Este desarrollo conceptual, relativamente reciente, se aplica a los procesos complejos que derivan de la interacción de factores sociales, económicos, políticos, culturales y simbólicos (Crenshaw, 1989). Crenshaw define a la interseccionalidad como a la expresión de un “sistema complejo de estructuras de opresión que son múltiples y simultáneas” (1989:359) (12). Debemos destacar que se ha reconocido como una de las contribuciones realizadas por la teoría y praxis feministas más importante de las últimas décadas (McCall 2005); (La Barbera, 2016).

Los desarrollos de estudios interseccionales surgieron a partir de la crítica del feminismo afroamericano sobre el esencialismo derivado de ciertas posiciones sociales privilegiadas en los movimientos de mujeres blancas de clase media estadounidense que no lograba dar cuenta de las otras mujeres, (bell hooks, 2004).

De igual manera, las feministas poscoloniales ubicaron en el centro del debate la argumentación sobre la raza enfatizando que resulta imposible separarla de la opresión de género estableciendo que es co-constitutiva (Lugones, 2012).

Ciertamente el feminismo postcolonial permitió avanzar en la discusión respecto de la opresión sexista cuestionando al feminismo blanco, occidental y heterosexista.

Esta apertura, asimismo, ha permitido, cuestionar y poner en crisis el concepto unitario del sujeto del feminismo “dotado de una identidad estable”, emergiendo entonces la concepción de un sujeto que ocupa múltiples posiciones a lo largo de diversos ejes de la diferencia, (Bidaseca, 2010:130). Es oportuno señalar que la edad es una dimensión menos frecuente, también en los estudios de género que abordan la interseccionalidad. No obstante, se trata de un campo fértil en el que han comenzado a desarrollarse investigaciones que prometen encontrar claves fundamentales para interpretar la dinámica social y subjetiva que se produce en la interacción de estos dos elementos.

Desde nuestra perspectiva, se trata de relaciones históricamente contingentes y situadas en un contexto específico (Brah, 2004), que produce efectos diferenciales en conjunto, a su vez, con otras articulaciones posibles como la raza, la clase social, etc., que se opone a la visión de las mujeres mayores como un homogéneo que niega tanto la diversidad de opresiones en las cuales la vejez tiene un efecto potenciador, como la riqueza de las múltiples identidades producto de esta interacción durante el curso vital. En términos de impacto, la edad resulta particularmente interesante ya que su irrupción resulta esperable y por cierto, inevitable: de no morir antes, todas las mujeres envejecemos.

De modo que podríamos señalar que, así como Crenshaw (1989) encontró que existía una cierta ceguera en el feminismo blanco que dificultaba visualizar la discriminación hacia las mujeres negras como sumatoria de dos fuentes de opresión, creemos que en la vejez se sigue un derrotero similar con relación al género y la edad (13).

Después de todo, género, raza, sexualidad y clase están estrechamente conectados entre sí. Mejor dicho, todos esos ejes de injusticia se interseccionan unos con otros en modos que afectan a los intereses e identidades de todos. Nadie es miembro de una sola colectividad. Y la gente que está subordinada a lo largo de un eje de división social puede ser dominante a lo largo de otro. (Fraser,1996:30)

Ciertamente, no todas las mujeres mayores pueden ser consideradas igualmente oprimidas por el patriarcado, resultaría sumamente complejo determinar la situación de opresión en ciertos casos, pero, la edad, siempre afecta la posición social de las mujeres, mucho más que a los varones. Resulta más claro en sentido inverso: una mujer pobre racializada resulta ser más vulnerable en la vejez que otra de un sector económico de altos ingresos. Sin embargo ambas gozan de una mayor discriminación que un varón de su mismo estatus social.

Nuestras investigaciones (14) nos han provisto de gran material que profundiza sobre las marcas del patriarcado en el curso de vida de las mujeres y el carácter performativo sobre la vejez femenina.

Más allá de pensarlo desde un análisis estructural, en los relatos de vida, las mujeres de mayor edad identifican claramente las diferencias de las condiciones de vida de las mujeres como colectivo en términos generacionales, es decir, producto de un proceso dinámico que ha afectado significativamente la forma de proyectar la vida y la vejez.

Encontramos que tanto la vejez como el género han sido, mayormente, abordados como categorías analíticas desde enfoques epistemológicos diferenciados.

Joan Scott (1986:45) indica que el concepto “género” comprende, entre otros elementos “conceptos normativos que manifiestan las interpretaciones de los significados de los símbolos. Estos conceptos se expresan en doctrinas religiosas, educativas, científicas, legales y políticas, que afirman categórica y unívocamente el significado de hombre y mujer, masculinas y femeninas”.

Para Judith Butler, por su parte, el género es concebido como efecto de actos repetidos en el marco de normas implícitas y explícitas dentro de un contexto social determinado y no sólo producto de la interpretación cultural del sexo, dado que -para ella- el sexo también es producto del género: “la performatividad debe entenderse como la práctica reiterativa y referencial mediante la cual el discurso produce los efectos que nombra”. (Butler, 2002: 18).

Estamos seguras que, de alguna manera, la vejez de las mujeres puede convertirse en un punto privilegiado para observar los resultados de esa práctica discursiva sobre los cuerpos en clave temporal.

Recuperamos aquí lo señalado por Fraser (1987:243):

…el enorme cambio en las mentalités, (todavía) no se ha traducido en un cambio estructural e institucional (.) Plantear que las instituciones van por detrás de la cultura, como si ésta pudiera cambiar sin cambiar las primeras, sugiere que sólo necesitamos hacer que las primeras se pongan a la altura de la segunda para hacer realidad las esperanzas feministas.

Podemos decir, que el escaso desarrollo teórico sobre vejez femenina como tema en los estudios sobre el género puede interpretarse como ese destiempo del que habla Fraser o bien resultado del efecto perturbador que ocasiona la vejez, en tanto fruto de la intersección de dos sesgos: el género y edad.

En nuestra búsqueda de respuestas, para acentuar nuestra visión sobre lxs cuerpxs de las mujeres viejas intentamos dirigir una mirada que atraviese los velos, los “trucos visualizadores (15)” de los poderes de las ciencias y de las tecnologías modernas para encontrar cómo nombrar eso que vemos, y realizar intervenciones en el campo gerontológico.

Consideramos fundamental la investigación de la experiencia de las mujeres mayores con perspectiva de género como un objetivo que puede cosechar aportes sumamente valiosos. Es necesario explorar, entonces, cuáles son los mecanismos que se ponen en juego en relación con movimientos emancipatorios de las mayores que resisten los mecanismos de normalización que las invisibilizan y de las herramientas de intervención en el campo de la edad que pueden orientarse en ese sentido profundizando, tanto en los mecanismos subjetivantes, como en las prácticas colectivas.

La sexualidad de las mayores ¿un nuevo desafío para pensar el género?

Deconstruir consiste, en efecto, en deshacer, en desmontar algo que se ha edificado, construido, elaborado pero no con vistas a destruirlo, sino a fin de comprobar cómo está hecho ese algo, cómo se ensamblan y se articulan sus piezas, cuáles son los estratos ocultos que lo constituyen, pero también cuáles son las fuerzas no controladas que ahí obran (16).

Inspirándonos en Rosalind Petchesky (2010) nos preguntamos ¿cómo construir un concepto afirmativo de Derechos Sexuales en la Vejez que no esté vinculado a las patologías y sí, en cambio, a la capacidad de gozar de un Derecho Humano, y no sólo en defensa contra la discriminación sino a favor de una mejor calidad de vida?

Alguna vez alguien señaló: “...cómo si en las políticas de salud sexual y reproductiva se hablara de placer”. Mi respuesta fue que es verdad, efectivamente no se habla del goce sexual en la arena política, pero, si las mujeres reclamamos el derecho a decidir, al cuerpo como territorio propio, éste derecho no debiera tener límites de edad y esa también es una decisión política.

El capítulo de la salud sexual en la vejez ha sido abierto ya hace tiempo, a través de interesantes discusiones alrededor de la influencia de los prejuicios en torno a la vejez tanto en los profesionales de la salud como en los mismos viejos y generado interesantes debates: “La sexualidad es algo que existe en el ser humano desde que nace hasta que muere, influye en la sensación de sentirse vivo y combate la soledad” sostiene el Dr. Salvarezza (17).

Se destacan los trabajos de Iacub (2004); (2006); (2008);(2009); (2011) quien ha profundizado sobre la temática y desarrollado interesantes análisis sobre sexualidad, erótica y vejez que constituyen importantes aportes.

Hablar de salud sexual, desde nuestro punto de vista, no significa sólo referirnos a las posibilidades de su ejercicio en esta etapa del curso vital en tanto desafío al prejuicio y el enfoque decremental que performa la vejez, sino que apunta, en nuestro caso, a complejizar la discusión respecto de las viejas en tanto mujeres y su derecho a una sexualidad plena sin discriminación.

La sexualidad en el envejecimiento no es únicamente el resultado de cambios fisiológicos, existen factores históricos, socioculturales, psicológicos, que interactúan, se actualizan y producen a los sujetos. Las sexualidades en la vejez constituyen lo que Foucault denominó sexualidades periféricas en tanto estarían destinadas únicamente al placer fuera ya de un objetivo reproductivo, constituyendo prácticas de cuerpos disidentes, abyectos (18). Eso explica, en parte, las dificultades para volverlos inteligibles para la sociedad y particularmente para el sistema sanitario fuera del deterioro y la enfermedad por fuera de las estéticas hegemónicas.

En el artículo 19 de la Convención Interamericana sobre derechos de las Personas Adultas Mayores, Derecho a la salud, afirma que los Estados parte se comprometen a tomar las siguientes medidas entre las que se señala:

c) Fomentar políticas públicas sobre salud sexual y reproductiva de la persona mayor.

f) Garantizar el acceso a beneficios y servicios de salud asequibles y de calidad para la persona mayor con enfermedades no transmisibles y transmisibles, incluidas aquellas por transmisión sexual.

Claramente, las políticas sanitarias en la vejez se dirigen, fundamentalmente, a tratar de disminuir el impacto de las enfermedades crónicas que afectan la funcionalidad de los cuerpos viejos (cardíacas, hipertensión, diabetes, artrosis), degenerativas (demencias) o neoplásicas (cáncer de mama, de útero o de próstata en el caso de los varones).

Asimismo, y como muestra de ello, lxs mayores no se constituyen en población objetivo de programas de salud sexual, probablemente bajo el supuesto de que se encuentran fuera de riesgo, aun cuando crece el número de mayores afectados por VIH, excluyéndose a los mayores de las poblaciones que reciben medidas preventivas. Sin embargo, estudios realizados en la actualidad muestran que portadores de VIH envejecen cada vez en mayor medida y por otro lado también se incrementa la población diagnosticada en esa etapa, afirmándose que el riesgo de transmisión de la enfermedad es la misma que en otro grupo etario.

Según Carvajal (2012:2) “el diagnóstico tardío se debe, en parte a que los trabajadores de salud, no piensan en el VIH en personas mayores porque no asocian conductas de riesgo con la edad avanzada”.

Desde nuestro punto de vista, la escasa atención a la salud sexual de las mujeres mayores está basada en su invisibilización como seres sexuados, de alguna manera la vejez aparece como incompatible con los modelos hegemónicos de sexualidad y erotismo atribuidos a la juventud.

De modo que podría decirse que, un programa de salud sensible y transformador de las relaciones de género debería abordar la relación entre la salud y la sexualidad de las mujeres sin límites de edad. La ausencia de programas que consideren la sexualidad y la diversidad sexual en la vejez demuestran que la edad reproductiva es el parámetro y aun cuando en edades reproductivas se tome el enfoque de género, en la vejez éste parece ser abandonado.

Pero, de acuerdo a lo analizado hasta ahora ¿con qué tiene que ver este viraje ante la edad de las políticas de salud sexual?

Podríamos decir, en principio, que se trata de un prejuicio contra la vejez, pero eso no es todo, tiene, a nuestro entender, mucho más que ver con la cuestión de género que con una cierta gerontofobia o bien un proceso en el que ambas cuestiones interactúan.

Una primera respuesta podría afirmar que unido al viejismo se encuentra la denominada “construcción social de la sexualidad” a la que se refiere Jeffrey Weeks (1998) cuando cita a Cartledge (1983) señalando que comprende “las maneras múltiples e intrincadas en que nuestras emociones, deseos y relaciones son configurados por la sociedad en que vivimos”.

De alguna manera entonces, la invisibilización de la sexualidad de las mujeres mayores, en particular, vendría a mostrarnos un fenómeno social que evidencia, entre otras cosas la poderosa asociación entre sexualidad y reproducción, permitiéndonos, resignificar el lugar de las mujeres en la sociedad.

¿Por qué habría de ser la sexualidad una vía para discutir género y derechos en la vejez?, entendemos la sexualidad como producto social e histórico que nos posibilita, asimismo, considerar el marco para ampliar el debate en torno a lo público y lo privado, a la discusión en torno a la biología como destino y los parámetros de “normalidad” entre otros alcances.

En ese sentido, si la vejez es un destino común a todas, ¿cómo puede pensarse esta articulación conceptual de manera que podamos dar cuenta de los efectos que genera ser mujer vieja en una sociedad basada en el standard del ciudadano varón, blanco de clase media al que también definiremos como joven? Se trata, de vincular, al decir de Platero (2012:3) “…categorías relacionales que entran en juego en nuestro propio cuerpo, son categorías versátiles, entrelazadas y casi inseparables analíticamente”.

Este proceso epistemológico que debe realizarse implica resistir la tendencia a homogeneizar, a realizar un borramiento de las diferencias, reduciendo la complejidad que entraña considerar, por ejemplo, la acumulación de experiencias en el curso vital tales como la división sexual del trabajo doméstico, el burnout del cuidado y la triple jornada. Pero también aquellas derivadas de la pobreza, el trabajo sexual o la discriminación sexista.

Derechos, Ciudadanía y Mujeres Mayores

Shallat (1993), nos advierte acerca de las dificultades que entrañan las definiciones de los derechos sexuales y reproductivos y la necesidad de vincularlos con la sexualidad ya que existen en el contexto de otros derechos, tales como el del consentimiento informado y la calidad de atención.

Pero, ¿qué sucede cuando los cuerpos de las mujeres ya no tienen la capacidad reproductiva? ¿O cuando ni siquiera han deseado reproducirse?

En la asamblea general de mayo de 1998, la OMS y los Estados miembros acordaron: “Nos comprometemos con los conceptos de equidad, solidaridad y justicia social y a la incorporación de la perspectiva de género en nuestras estrategias”.

Y seguidamente:

Para ello tenemos varios retos que afrontar. El primero de ellos será integrar el género en todo el ciclo de vida. No considerar el género simplemente como algo relativo a la salud sexual y reproductora, sino que hay que reconocer que estamos hablando de un condicionante de salud que nos afecta desde que nacemos hasta que morimos, y que está presente en todas las sociedades y en todos los países del mundo. Yordi, I. (2003). La política de la OMS en materia de género. Quark, (27), 24-32.

En el mismo sentido, recuperamos

“Las transformaciones de las relaciones de género no son solo el producto de la voluntad y la acción de los actores […] sino también de las oportunidades y restricciones que ofrecen las normas institucionales que regulan las relaciones entre los sujetos”. (Guzmán y Montaño 2012, 5-6).

La incorporación de la temática de género reconoce una trayectoria en varias fases donde se produjeron importantes avances en torno a la incorporación del género en las políticas públicas. Suele señalarse la actual como una etapa Post Beijing en la que el surgimiento de nuevas y significativas categorías de análisis y la implementación de políticas públicas, han llevado a una cierta resignificación de la ciudadanía de las mujeres.

Uno de los objetivos políticos del avance de las mujeres es lograr la transversalidad de género en las políticas públicas a través de lo que se denomina mainstream de género. La falta de transversalidad de género en la política sanitaria orientada a la población mayor creemos que se encuentra vinculada a la particular construcción del colectivo de los mayores en la política pública.

De alguna manera la visibilización de las mujeres mayores como sujetas de derecho implica poner en discusión la base misma de la que se parte en la construcción de ciudadanía en clave de género y edad.

Es en torno al encuentro discursivo entre derechos y ciudadanía puede observarse que el denominado “contrato social” ha sido establecido en base a un sujeto varón y propietario (Ciriza,2010), pero, también podríamos agregar, adulto, no viejo, específicamente. La ausencia de la edad en esta retórica del derecho asume esa equivalencia y propone un tácito acuerdo respecto de quienes se encuentran comprendidos por el paraguas protector de las leyes. Al mismo tiempo es el mismo discurso que despolitiza las relaciones establecidas en el ámbito de lo privado, específicamente lo doméstico, caracterizado culturalmente como femenino y custodiado por el modelo patriarcal.

Dentro de esta lógica binarista, formando parte de un desarrollo que perpetúa el orden de los cuerpos, surgen objetos de reconocimiento y protección en base a la construcción del Estado de bienestar y el paradigma de derechos, entre otros: el derecho a la salud y el enunciado de sus particulares alcances.

Al respecto en Fontenla y Tajer (2014:209), se cita a Fries y Matus (2001) en relación a la incorporación de la perspectiva de género en el campo de los derechos humanos: Existe una política que permite sostener que el parámetro de lo humano es el varón con el resultado de la exclusión de las mujeres y la invisibilización de las necesidades específicas de esta población.

En esa invisibilización de la que hablan los autores, destacamos que, además, la protección de la salud de las mujeres ha estado arbitrada, históricamente, por el desarrollo del conocimiento médico que a través de su discurso hegemónico ha posibilitado el surgimiento de determinadas prácticas sobre los cuerpos como parte del ordenamiento que construye subjetividades, que performa a los sujetos a los que se dirige.

Y, en ese sentido, nos interesa señalar: la vejez de las mujeres como representación social está en relación a las inequidades que afectan a las mujeres mayores en el sistema sexo/género. (19) Desde esta perspectiva la vejez de las mujeres puede ser resignificada socialmente en tanto la biología tampoco en la vejez es el destino de todas las posibles representaciones e identidades con las que las que se transita el curso de vida.

Siguiendo a Foucault (1976), y, entendiendo la biopolítica como una forma de estatización de lo biológico, se observa, por ejemplo, que precisamente en la política sanitaria se desexualiza a los ciudadanos a medida que envejecen, donde no se conectan las políticas sanitarias reproductivas o de salud sexual con aquellas consideradas por el poder médico hegemónico más propias de la edad: las patologías crónicas y las degenerativas, naturales de los cuerpos viejos.

Los imperativos sociales dirigidos a las mujeres: belleza, sumisión y heterosexualidad como atributos de la femineidad encarcelan a las mujeres más allá de la juventud y “niega a las mayores el derecho a ser definidas como mujeres transcurrida la menopausia” (Farré, 2008:51). Las alternativas de identificar a las mujeres mayores desde la diversidad resulta poco frecuente y en general hay una tendencia a homogeneizar a este grupo de edad con una visión de doble standard. (Sontag, 1982).

Como señalábamos anteriormente la concepción de salud, y de enfermedad, al igual que las políticas de vejez son el resultado de las formas de interpretar y posicionarse frente a la realidad que asume el Estado a través de sus instrumentos normativos. La ausencia de políticas sanitarias de salud sexual dirigidas a las mujeres mayores da cuenta de una concepción sobre los cuerpos de estas mujeres y sus derechos (no) reproductivos.

Brown (2014), define a los derechos (no) reproductivos como:

...un conjunto de prácticas ligadas al cuerpo y la sexualidad que antes eran consideradas privadas se han transformado en objeto de demanda por parte de actores sociales relevantes que los reclaman como derechos inherentes a la condición ciudadana.(Brown.2014)

La autora a través de un exhaustivo estudio dirigido a establecer los debates en torno a los derechos sobre el cuerpo, dirige su interés específico al aborto como punto de confluencia entre cuerpo y política. Sus aportes nos han permitido confirmar nuestra perspectiva y afirmar que el derecho a decidir no se agota en la reproducción, y que conforma el derecho a la salud sexual a lo largo de toda la vida.

Como ejemplo de esta especie de decreto de vencimiento de la sexualidad puede verse que, en general la salud sexual pos menopausia está dirigida a la prevención y tratamiento de enfermedades del aparato reproductivo (cáncer de mama, cuello de útero, ovarios), es decir los programas de salud sexual no se dirigen, no tienen como objetivo a las mujeres que pasaron la edad reproductiva, constituyendo un hecho de valor significante en la política sanitaria que de alguna manera invisibiliza la sexualidad de los mayores dejándola librada a las conductas individuales, condicionadas por una cantidad de prejuicios relativos a la edad.

La idea de construcción social ha sido maravillosamente liberadora. Por ejemplo, nos recuerda que la maternidad y sus sentidos no son fijos ni inevitables, ni pueden verse como la consecuencia directa de la concepción y la crianza, que son el producto de acontecimientos históricos, fuerzas sociales e ideología. Ian Hacking (2001:12)

De acuerdo a lo elaborado en los trabajos de Brown (op. cit.) podemos pensar que el de las mujeres mayores también (como en el caso de las mujeres en edad reproductiva) es un cuerpo expropiado, en el que se construye una cierta ajenidad que ellas deben desafiar para poder resistir ese interés homogeneizante de convertir poblaciones dóciles que tienen los dispositivos sanitarios.

Pero eso no es todo, ya que de esta manera queda obturada la pregunta sobre las sexualidades y sus representaciones en la vejez. Los obstáculos para concebir un cuerpo envejecido erotizado son aún mayores para representar la diversidad sexual en este colectivo.

Es preciso para avanzar en este análisis, identificar la lógica que ordena los cuerpos dentro del espacio social y las normas con las cuales son interpretados en el escenario público, de esta forma podemos vincular los efectos producidos por los diferentes discursos acerca de la vejez y las mujeres. Más allá de la forma en que la Medicina interviene los cuerpos y habilita o no el ejercicio de la sexualidad en las mujeres mayores nos interesa el carácter político que tiene la forma en que se desaloja a la mujer de la salud sexual luego de la reproducción.

Este aspecto nos lleva a pensar que lo que está en juego es la gestión del placer en el ejercicio del erotismo.

El hecho de librar esta circunstancia al ámbito de lo privado pone en juego de qué manera los prejuicios y las normativas sexo genéricas penetran en los cuartos de las personas mayores y se despliegan en favor o en contra del ejercicio de la sexualidad. Si la sexualidad continúa estando fuertemente vinculada a la reproducción, los cuerpos viejos en busca de placer sexual constituyen un impensable. De hecho, las herramientas de gestión en los dispositivos de institucionalización como los geriátricos, no dan cuenta de la sexualidad como aspecto fundamental reconocido en tanto parte integral de la salud de las personas.

Plummer, (2003) propuso el concepto de “ciudadanía íntima” en referencia a un nuevo grupo de derechos acerca del cuerpo, las relaciones y la sexualidad y que conforman los hoy llamados derechos sexuales que las feministas lograron incorporar a las agendas políticas. Ligar vejez y sexualidad pone en escena un tema que continúa siendo tabú aún en un escenario de políticas públicas en el que fueron desarrollándose instituciones nuevas que revolucionaron la forma de dar una mirada política a la diversidad sexual como es el caso del matrimonio igualitario, un gran logro en materia de derechos humanos.

Siguiendo este enfoque, sostenemos que el cuerpo de las mujeres mayores es moldeado y dotado de significado en virtud del marco socio histórico dentro del cual se lo comprende y donde la reproducción es sólo una manera de organizar y entender la sexualidad del cuerpo.

La dificultad para comprender el cuerpo de las mujeres fuera de esta función, se expresa en esa especie de de-generización y des-erotización que se produce en torno a las mujeres mayores y que habla claramente de la concepción social de la mujer como portadora de un cuerpo reproductivo que no le pertenece totalmente.

Este extrañamiento del cuerpo de las mujeres, en tanto un cuerpo para otros, como señala De Lauretis (1996), nos permite vincular claramente aquello que la autora señala como tecnologías del género en la articulación entre poder, subjetividad, género y deseo. Cuando esta ecuación sale de la lógica dominante surge la mirada que interpreta las sexualidades como desviadas de la norma.

De manera que en tanto resultado de la performatividad de género y de edad, la vejez es, moldeada en las mujeres a través de diversos tipos de acciones dentro de las cuales se inscriben las normas de inteligibilidad de los cuerpos.

La performatividad debe entenderse no como un acto singular y deliberado sino, antes bien, como la práctica reiterativa y referencial mediante la cual el discurso produce los efectos que nombra (Morales,2014:346).

Con relación a ello Foucault afirma que a lo largo de la historia, el poder ha generado epistemes o saberes en forma de discursos jurídico/normativos que crean a los sujetos que dicen representar y que regulan la normalización de sujetos a través de la imposición de prohibiciones y restricciones.

El sentido de la diferencia sexual puede ser conjugado con otras como las que derivan de la edad o de la historicidad de lxs sujetxs y el efecto discursivo sobre los cuerpos.

Este cuerpo completamente grabado de la historia que señala la autora, importa las claves sobre las cuales las mujeres construimos nuestra vejez, este cuerpo que está siempre en estado de sitio (Butler ,2007: 256) y que está sujeto todo el tiempo a la práctica significante que lo reviste de visibilidad o abyección.

Afirma Butler en su obra “El Género en Disputa” (2007) que las prácticas sexuales no normativas cuestionan la estabilidad del género como categoría de análisis. Ello nos remite a preguntarnos sobre cuáles son las categorías mediante las cuales vemos a la sexualidad, a las viejas y a las mujeres en general, dado que el mero paso del tiempo hace que caigan de bruces o al menos se vuelvan inestables todas las formulaciones respecto de los derechos a vivir la sexualidad a lo largo de toda la vida.

Conclusiones: Abrir caminos para nuevos abordajes

Las mujeres mayores tienen una larga trayectoria vital en la que sus cuerpos han sido objeto de múltiples intervenciones desde diferentes dispositivos de disciplinamiento, pero el cuerpo no debe interpretarse solamente en términos de potencia y fuerza, tentación en la que suele caerse y lleva a pensar la vejez como decrepitud, sino como territorio de inscripciones simbólicas y de resistencias permanentes.

Resulta entonces como un espacio donde confluyen “reunidas y fundidas naturaleza y cultura, condición biológica y aprendizajes sociales, aspectos fisiológicos y sociabilidades incorporadas”. (Vergara, 2009).

Desarrollar la visión situada a la que hicimos referencia nos exige detenernos a preguntarnos por lo obvio, lo recurrente, lo inesperado. Y en ese ejercicio pensamos las tensiones al interior de las conceptualizaciones de género y edad en salud sexual.

“Las normas de género tienen que ver con las formas en que podemos aparecer en el espacio público, de qué manera lo público y lo privado se distinguen y cómo esa distinción se instrumentaliza en el servicio de la política sexual”, en el caso de las mujeres mayores se produce la misma ecuación que con aquellas sexualidades disidentes, no comprendidas dentro de la norma heteroreproductiva. (20)

Las voces de las mujeres mayores se encuentran en tensión en este momento en que el feminismo desestabiliza al patriarcado. En ellas habitar un discurso que asume “naturalmente” a las mujeres como trabajadoras sin horarios, cuidadoras, agentes de salud en su contexto familiar, asexuadas. Pero ese discurso está en tensión, tambalea.

Nos interesa que estos desarrollos de análisis teórico abonen recursos importantes para la intervención. De hecho, las iniciativas de actividades y programas que potencien la capacidad de participación en cuestiones ligadas al cuerpo, la sexualidad y el género constituyen importantes aportes innovadores en un entorno cambiante, complejo en el que la instalación de estos tópicos resulta necesaria.

Finalmente esperamos haber propiciado la reflexión acerca de la importancia de sostener la tensión en los interrogantes que abrimos inicialmente, en referencia a las representaciones y prácticas de las mujeres mayores, en relación con los discursos sanitarios sobre envejecimiento/vejez y salud sexual y sus implicancias como estrategia para abordar los derechos sexuales y (no) reproductivos a lo largo de toda la vida.

6. Asistente Social, Psicóloga, Especialista en Psicogerontología, Especialista en Sistemas de Salud y Seguridad Social. En proceso de producción de tesis Doctoral en Sociología (IDAES, UNSAM). Directora de la Carrera de Especialización en Intervención y Gestión Gerontológica de la UNTREF, Argentina. Miembro de la Red de docentes y profesionales de Trabajo Social que se desempeñan en el campo Gerontológico (REDGETS)Amplia producción científica y de formación de equipos de trabajos.

7. http://institutocirculomss.com.ar/2018/05/06/capitalismo-extremo/referido a las expresiones de Christine Lagarde , última consulta abril de 2019.

8. Nos referimos a que la escasa atención puesta en los procesos subjetivantes en la vejez junto a la producción sociocultural del envejecimiento en el mercado ponen sobre el tapete la idea de que en la vejez sólo se producen cuerpos destinados a la enfermedad y la muerte o bien objeto de técnicas de estética que buscan negar el paso del tiempo

9. Sarlo, señala que “la juventud” se presenta en escena en la cultura actual, privilegiando su aspecto imaginario y representativo, y que no aparece “como una edad sino como una estética de la vida cotidiana”, de esta manera se recurre a la negación de lo otro, la vejez (1994: 38-40)

10. Nos referiremos aquí a la vejez de las mujeres evitando utilizar el término ¨ vejez femenina¨, aunque la hemos utilizado otrora. Consideramos, desde una perspectiva situada políticamente, que debe superarse la categoría de ¨lo femenino¨ en tanto expresa un cierto esencialismo. Para nosotras la vejez de las mujeres alcanza a todas las que se autoperciben mujeres tengan vagina o no.

11. Vejeces en tanto la vejez es singular en cada sujeta aún con las fuertes influencias sociales que operan, esta singularidad está dada por aquello que a los fines analíticos aparece como una particular combinación de categorías identitarias presentes en los mayores en general que articula los procesos subjetivantes.

12. El análisis interseccional tiene como objetivos: revelar las variadas identidades, exponer los diferentes tipos de discriminación y desventajas que se dan como consecuencia de la combinación de identidades. Actualmente, se utiliza -fundamentalmente- para considerar distintas dimensiones de la vida social para el análisis dentro de la perspectiva de género y visualizar su interacción, tensiones y también su carácter acumulativo, presentando un enfoque que amplía la discusión en políticas públicas en referencia a las desigualdades y a su presencia en la agenda.

13. Género entendido como la construcción cultural de la diferencia sexual (Bourque & Butler, J., 1996).

14. Proyecto 2018/2019 ¨Educación sexual integral con mujeres mayores: el género en acción¨ SID ,UNTREF conforma una parte de la tesis doctoral de la autora.

15. Nos referimos con el término “trucos visualizadores” como lo señala Haraway, dando por sentado que debe agudizarse la vista allí donde algo aparece oculto, velado con la doble función de ocultar y dejar ver al mismo tiempo.

16. Entrada del Diccionario de Hemenéutica dirigido por A. Ortiz-Osés y P. Lanceros, Universidad de Deusto, Bilbao, 1998. Edición digital de Derrida en Castellano.

17. http://www.sentirypensar.com.ar/nota257.html

18. En referencia a la elaboración de Judith Butler en su obra “Cuerpos que importan” ( ) señalando las fronteras de visibilidad entre los cuerpos que se encuentran acordes a las normas de género y aquellos que están destinados a la abyección.

19. conjunto de disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana. (Rubín, 1986.97).

20. Butler J. Conferencia Cuerpos que aun importan. Butler, J. Septiembre 2015. Argentina. Disponible en: http://untref.edu.ar/wp-content/uploads/2015/09/Conferencia-Judith-Butler-en-UNTREF.pdf

La gerontología será feminista

Подняться наверх