Читать книгу Mariposas en la boca - Pedro Agudelo Rendón - Страница 11

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Caperucita y el lobo (la historia antes de la historia)

Caperucita dijo su nombre mientras devoraba, una a una, cada letra. Ella supo del vestido rojo, de la capa de seda, de la capucha de algodón y del fieltro que se enredó en el bosque. Y supo del lobo que danzaba solitario en la noche mientras la leche crecía en el vientre de la luna; supo de la noche en que el alma fiera quiso besar sus labios de azúcar. Ella supo de la trampa de la abuela, del cazador furtivo, de las pisadas fingidas. Adivinó el engaño, el camino hecho de flores artificiales que la deslumbrarían a su paso. Supo de la canastita cubierta de pergamino, de los pastelillos que no eran de hojaldre ni tenían huevo ni harina, de las fresas salvajes que se dejaron arrancar sin resistencia y de las púas de las ramas que las sostenían y que, por primera vez, no rasguñarían su piel de alabastro. Supo de las palabras fingidamente amorosas de su madre, de esas palabras almidonadas con sustancias ocultas; se enteró de la extraña ausencia de su padre, de un hermano engreído que nunca había vivido con ellos. Supo que su nombre era falso, que su madre la engañaba con cuentos de fantasía, que esa tarde su abuela no estaría en la casa de la montaña y que si acaso estaba, no sería ella.

Caperucita supo del engaño antes de que el engaño se fabricara. Supo de un mortal que pronunciaría su nombre, supo del lobo que seguiría sus pasos, de las cartas de amor furtivo entre su madre y el cazador. Desentrañó los sueños fabricados y los hilos que las parcas extendían por los cielos para luego cortar sin piedad y deshacer la fortuna y los buenos augurios. Supo del cielo gris en la tarde, de los vecinos ausentes en la comarca, del perro san bernardo que rondaba el bosque, del duende que la vería cruzar por la vereda explayada.

Se enteró de la treta inmemorial, del camino falso, de la casa construida como un espejismo en lo más alto de la colina. Supo que atravesar el umbral de la historia significaría la muerte del lobo; que correr detrás de él en la noche ciega traería para ella su perdición; que dejar que la siguiera sería un signo de muerte para su abuela; que si regresaba a casa, el corazón de su madre se quebraría como un espejo maldito; que si llegaba a la cabaña, su abuela o el fantasma de su abuela sería engullido de un tirón. Por eso tomó el camino incorrecto, aceleró el paso cuando sintió que una sombra la seguía, se desvió en la llanura y entró en la cabaña incorrecta donde no había abuelas ni lobos que habían devorado abuelas; entró a otra cabaña —menos tosca, menos falsa— donde nadie esperaba pastelillos de guayaba y queso, donde nadie creía en los lobos ni suponía que alguien usara una capucha roja. Al cruzar la puerta, un lobo la esperaba mientras decía su nombre con sabor a poesía. Sus ojos también fabricaban su nombre. Lo supo cuando la miró y sintió que le tocaba el alma con esa mirada de fuego. Era el lobo de sus sueños, ese que siempre la devoraba de la misma manera y que siempre perdía la vida cuando el cazador llenaba su vientre con piedras y guijarros de arcilla. Era el lobo que, en sus delirios, también la tenía a ella rondando sus pesadillas, el lobo que soñó un cuento en el que ambos morían.

Todos se habían equivocado. El engaño no surtió efecto: Caperucita lo conoció antes de que alguien dijera su nombre. Se equivocan quienes creen que ella, por huir del engaño, llegó al lugar equivocado. Caperucita supo llegar a la cabaña correcta y allí se entregó a la noche de la que ya no despertaría jamás.

Mariposas en la boca

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