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La compañía de las liendres

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Estoy sentada aquí. Tengo frío y hambre. Extraño a mi mamá; no la he visto. A Víctor, sí. Mi mamá me pidió que le dijera “papá”. Cuando entra al cuarto, Víctor siempre me pega; pero ella dijo que ahora somos familia y me tengo que aguantar. La cabeza me da comezón. Víctor me encerró porque me salieron liendres. Él no quiere tener liendres. Me rasco la cabeza. En la mano me quedan unas bolitas blancas. Las aprieto y oigo un ruido. Igual y es el grito de las liendres. Pero esas bolitas no son las liendres, ¿o sí? Creo que son las hijas de las liendres y, cuando reviento una, su mamá grita. O tal vez todas las bolitas son hermanas y las que gritan son las bolitas que todavía tengo en la cabeza.

En el cuarto hay una ventana. El foco no prende. Víctor me dijo que ahí estaba la nica para hacer del baño. A mí no me gusta. Huele feo; tiro por la ventana lo que hago. No alcanzo a ver la calle. Me subo en una silla. Hay un parque. No hay niños, pero me gusta ver los árboles. Me acuerdo de cómo huelen; aquí huele a ropa mojada. Veo lo que dejé en la nica; ahí hay bolitas. Ésas no las agarro porque se me ensucia la mano.

Me tapo con la cobija y también tiene bolitas blancas. Me quito una de la cabeza y la pongo en la cobija. Está visitando a sus primos. La agarré con mucho cuidado para no romperla. La vuelvo a agarrar y la dejo con sus hermanas. A veces confundo a las bolitas y a una le digo Mariana, pero se llama Manuel. Eso me pasa mucho porque todas se parecen. Las únicas que no se parecen son las que dejo en la nica. Ésas son cafés y más grandes. No me gustan. Las bolitas de la cortina casi no las agarro porque son de otra familia. Tal vez ellas son las liendres.


Despierto y me rasco el ojo. Me quito una bolita de la pestaña. Nunca había tenido ahí. Ésta tiene algo adentro. Es una cucaracha. ¿Ésas son las liendres? Tal vez son como los pollos, que primero son huevos y luego pollos. Son liendres bebés. Las cuido para que nazcan. Soy su mamá adoptiva. Las liendres de la cobija y de la cortina son hijas de otra niña. Les hago una cunita con un cartón; ahí pongo las liendres bebés que me quito de la cabeza y les canto una canción… A que no me adivinas, la gallina dónde está. Está tejiendo un huevo calientito y todo blanco para un pollito nuevo que acaba de encargar... Las mamás de las otras liendres no han venido nunca. Si vienen, podemos dejar a los bebés jugando y nosotras podemos platicar de cosas de adultos. Cuido muy bien a sus hijas porque son mis sobrinas. Las mamás son mis hermanas.


Despierto y veo que algo se mueve en la cortina. Tal vez las liendres bebés de la cortina están naciendo. Me paro. Vino una mamá. Tiene el tamaño de un perro pero es una cucaracha. No, no es una cucaracha. Tiene los dientes salidos y muchos ojos. Creo que no me ha visto. La mamá se quita de la cortina y va hacia la pared. Ahí hace del baño. Saca más bolitas blancas. Las bolitas blancas se quedan en la pared. Ahora hay más primos. Mi mamá me dijo que siempre ofreciera pastel y café. Le digo que si quiere. La mamá me ve y se va.


Despierto y pongo las liendres bebés en su cunita. Ya no caben. Hoy son más y tengo muchas en los ojos. Hago otra cunita y las acomodo a todas. Creo que ya están creciendo porque oigo que lloran, bajito. Las arrullo para que se duerman... Entran las brujas por las ventanas. Siempre se esconden bajo las camas. Y con miradas bizcas echan chispas para quemar a los muchachos tontos que no quieren estudiar… No sé qué coman. Las de la nica comen lo que dejo. Ellas no me gustan. Por eso las tiro por la ventana.

Me siento en la nica; tengo bolitas blancas entre las piernas y en la lengua. Saben raro, como cuando chupé una pila. No me como las liendres bebés. Las que dejo en la nica viven en mi panza. Mi mamá ya es abuela. No ha venido y Víctor no se queda mucho. Nada más me deja un plato de sopa y me empuja y me pega; ya aprendí que cuando él entra me tengo que esconder. Él patea las cunitas y aplasta a las liendres, dice que va a echar raid en todo el cuarto, que soy una cochina. No grito para que no me encuentre, pero lloro porque la mamá me va a reclamar a sus hijas. La sopa tiene nata. Sabe feo, pero me tengo que aguantar. A veces tiene una pata de pollo. Las guardo. Cuando me da mucha hambre, las chupo. Se ponen verdes algunos dedos. Ésos los tiro a la nica.


Despierto. Sobre la cobija está una de las mamás. Se le salen dos dientes por la boca. No son dientes. Son brazos sin manos y se los limpia como las moscas. Sus patas están peludas. No sé si me está viendo. Tiene ojos de muchos tamaños y de la frente le salen dos antenas muy largas. Ésas se mueven como si tuvieran frío. Las antenas me tocan la cara. No me gusta. Están duras y raspan. La mamá se voltea. Es como una abeja por atrás, pero verde. Empieza a sacar bolitas blancas. Se acerca y me las pone en la boca. Siento cómo se llenan mis cachetes de liendres bebés. Quiero moverme pero no puedo.

Despierto con la nariz tapada. Me sueno con la cobija, con una parte que no tiene bolitas blancas. Me duelen los oídos. Salen mocos y liendres bebés embarradas de mocos. Las pongo en una cunita… Son las malditas brujas empeñadas en buscar a los groseros, y mentirosos, y a los que estudian mal. Si es que te portas bien a media noche, las has de oír. ¡Pero cuidado, pues si eres malo, brujas podrán venir!... Ya no alcanzan. Tengo que fijarme para no pisarlas.

Me duele la panza y me salió un grano en la mano. El grano me da comezón, pero me acuerdo que mi mamá me dijo que no me rascara. Me duele la panza. Víctor no me ha traído sopa. Chupo una pata de pollo que guardé. Muerdo un dedo y veo la pata. Está llena de bolitas blancas. No me como las liendres bebés. Viene la mamá. Estoy sentada en la cama. Se pone al lado de mis pies. Me toca la pierna con sus antenas y luego se sube a la pared. Ahí deja más bolitas blancas. Casi no puedo abrir la ventana. Las paredes están llenas de liendres bebés. Mi cabeza tiene muchas y a veces no puedo ver bien.

Tengo granos en los brazos. Los que salieron primero son blancos. Los otros son rojos. Cuando están blancos son como las bolitas. Son liendres que se me pegaron. En las piernas y la nariz también tengo. La mamá viene más seguido. No puedo abrir la ventana. Está atorada por las liendres. Hace mucho que no viene Víctor. Tengo hambre. Me duele la panza. Chupo las patas de pollo. Están verdes. Lo que hago en la nica huele feo. Parece atole. La cobija se ve blanca por tantas bolitas. Ya no me acuesto ahí para no apachurrarlas. Me duermo en el suelo. Me da frío. Pongo unas cunitas sobre otras para poder acostarme al lado de la cama. La mamá viene. Me pone bolitas blancas en la boca. Son muchas. Toso. No puedo respirar. La mamá no se va. Me sigue poniendo bolitas en la boca.


Despierto. No puedo abrir un ojo. Está lleno de bolitas blancas. Me duele la espalda. Algunos granitos se reventaron. Salieron unas liendres bebés. Todavía están pegadas a mi piel. Casi todos los granitos están blancos. No me quiero acostar. Si me acuesto, voy a apachurrar las que tengo en la espalda. Me duermo sentada.


Despierto. La mamá está enfrente de mí. Me toca las piernas con sus antenas. Hay poca luz. Sus ojos son negros, no como los míos, que son cafés. Hace ruidos. Vienen otras mamás. Son tres, empiezan a hablarse. No les entiendo. Se acercan las otras dos. Se ponen enfrente de mí. Se voltean y me ponen más bolitas blancas en la boca, en los brazos y en las piernas. Me quedo quietecita para que no se asusten y para que no aplasten a las liendres bebés. Se van. No veo bien. Me da miedo. Quiero dormirme otra vez. Tengo muchas liendres bebés en la cara. No me puedo mover. Tengo comezón. Pero somos familia y me tengo que aguantar.


La compañía de las liendres

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