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Prólogo

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Recuerdo a menudo una noticia publicada por el portal de humor periodístico El Mundo Today, que hablaba de la posible asistencia de Dios a la Jornada Mundial de la Juventud que se celebraría (como así fue) allá por 2011 en Madrid, y las dificultades, y contradicciones internas, que eso podía entrañar para la organización del evento.

El libro que tenemos entre las manos recorre el camino inverso a esa pieza: su autora, la religiosa, teóloga y activista Mª José Torres, que es Pepa para cuantos recibimos el regalo de su amistad, se ha encontrado a Dios por las calles del barrio madrileño de Lavapiés. Lo ha conocido y tratado muy de cerca en las comunidades de migrantes, las mujeres que prestan el servicio doméstico, los manteros... Y solo a partir de esa experiencia vital que la ha traspasado y transformado, ha elaborado una teología sólida, audaz y profundamente fiel al Evangelio, que tiene a Dios Madre y Padre en el centro.

Como ella misma expresa en sus páginas, ha querido «dar cuenta del misterio de Amor y cuidado que nos sostiene partiendo de la vida más que del concepto. Una teología que más que especular narra, porque la reflexión teológica es siempre un momento segundo, ya que al misterio que llamamos Dios, primero se le contempla en la realidad, se empuja su dinamismo amoroso y solidario en la historia y solo después se le piensa».

Es indudable que la teología debe aprender a nadar en estos momentos en un contexto social y cultural que no le es propicio. La progresiva secularización de una sociedad que acota cada vez más el espacio reservado a lo religioso y recibe todo lo que tenga el sello de «católico» con prejuicios, en la que los creyentes (y por tanto las creencias) son «desechables»1, se suma al individualismo reinante y a la, en palabras del papa Francisco, cultura del descarte, que abandona en las cunetas a cada vez más personas y colectivos vulnerables.

Sin embargo, esta sociedad apresurada y a veces frívola, que se ha visto obligada por la pandemia del coronavirus a parar su ritmo en seco, recluirse y mirar qué había de verdadero en su interior, ha descubierto en muchos casos que tiene más necesidad que nunca de Dios y de Palabra con mayúsculas, que es más solidaria y acogedora de lo que parecía. El hombre y la mujer de hoy demandamos un mensaje que dote de sentido nuestras vidas y nos ofrezca alternativas al vacío, la ausencia de valores y la angustia que nos envuelve. Y esa es claramente una de las tareas principales de la teología. Pero, dado el clima de incertidumbre y cambio en que nos movemos hoy, esa tarea genérica debe hacerse en determinadas condiciones, que Pepa Torres cumple a la perfección.

La primera, en mi opinión, consiste en establecer un diálogo sincero con la sociedad contemporánea. Y al hacerlo, estar dispuestos a escuchar antes de responder. Escuchar las necesidades e inquietudes de la gente, que han variado con los profundos cambios sociales y culturales a los que estamos asistiendo. Escuchar para hacernos las preguntas adecuadas, y para intentar darles respuesta desde la humildad de sabernos una opción entre otras muchas, que se puede aceptar o rechazar. Escuchar para dejarnos transformar por el aliento del Espíritu que sopla entre las gentes de toda cultura, lengua o religión que pueblan un barrio como Lavapiés.

Esto implica atreverse a salir de nuestra zona de confort, como ha hecho Pepa. Asomarse al exterior, aunque pueda parecer cada vez más hostil con el hecho religioso. Y hacerlo con respeto, con prudencia, con disposición al diálogo y al encuentro de espacios comunes desde los que construir juntos un futuro mejor y más justo para todos.

Para hacer esto, la segunda premisa, pero no por eso menos importante, es renovar los lenguajes. De lo contrario, el maravilloso mensaje cristiano corre el riesgo de quedar encerrado en palabras obsoletas para las nuevas generaciones, carentes de significado. Es lo que hace Pepa Torres cuando inventa conceptos como «cuidadanía» o habla del «Jesús que se hace barra de pan», o de la teología del grito.

Nadie podrá acusar, sin embargo, a la autora de descafeinar el mensaje para hacerlo más digerible. Más bien al contrario: Pepa pasa cuanto aborda por el fino pero radical tamiz del Evangelio. La suya es una teología de amor y de cuidado extremos. Una teología que se decanta por los últimos, que casi siempre son las últimas. Eso supone, claro está, cuestionar en ocasiones lo establecido y no dejarse llevar por las inercias. Ser audaces, como nos conmina a hacer el papa Francisco.

Pasar la teología por el filtro del Evangelio implica, en definitiva, poner a Dios a pasear por Lavapiés. Bajarlo del mármol y el pedestal en que lo hemos subido y empeñarnos en descubrir su rostro a los hombres y mujeres de hoy en sus congéneres, en los acontecimientos presentes y en la cotidianeidad. Dejar que Dios hable a través de la solidaridad y la ternura.

E implica también, desde su experiencia personal y colectiva, practicar la reparación feminista luchando contra las distintas formas de opresión que se entrecruzan con las experiencias concretas de las mujeres y de cuantos seres humanos se ven igualmente subyugados2.

«Mujer de memoria y cicatrices», como ella misma se describe en las primeras páginas de este libro, tengo el inmenso privilegio de conocer el trabajo intelectual y social de Pepa Torres desde hace años, y sé que su lucidez y su compromiso no se agotan en este libro. Pero en él podemos vislumbrar el resumen de los principios que vienen guiando sus pasos y el horizonte hacia el que quiere caminar, siempre comprometida con su fe, su vocación y sus hermanas y hermanos de la hermosa y vibrante comunidad humana. Sin embargo, este no es un libro de memorias, ni un libro de teología al uso. Es una apuesta que podemos y debemos igualar si queremos ser coherentes con la fe en el Dios del Amor que decimos profesar.

Mª ÁNGELES LÓPEZ ROMERO

Teología en las periferias

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