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ОглавлениеINTRODUCCIÓN
LA NOVELA LATINA
Frente a otros géneros literarios como el épico y el dramático que en Roma gozaron de gran predicamento desde los orígenes de su literatura, la novela surge tarde y sólo está representada por dos obras: El Satiricón , de Petronio, y El Asno de Oro , de Apuleyo. Anteriormente los romanos parecen haberse contentado con traducciones de los cuentos milesios griegos, que leían con avidez en tiempos de paz y se llevaban entre sus enseres personales en período de campaña para entretener sus horas de ocio en la vida de campamento.
Por novela se entiende literatura narrativa no histórica, pues, como observó Menéndez y Pelayo, «la definición de la novela como historia ficticia incurre en una contradicción en los términos, pues la verdad es esencial en la historia. Si toda historia es o debe ser verdadera, parece difícil que pueda haber historia ficticia » 1 .
Para el gran sabio español en el nombre poco exacto y comprensivo de novela entran el cuento y la leyenda, la pintura de costumbres y la narración de sucesos maravillosos. Desde el género heroico, degeneración de la epopeya, hasta el pastoril, extensión de la poesía bucólica, todo cabe dentro de la novela. La forma de estas composiciones es variadísima; unas veces están en prosa, otras en verso, otras en prosa entremezclada de verso. Son las composiciones más libres en su forma, y menos reductibles a moldes determinados. Pero siempre presentan la narración como carácter distintivo.
Según esto, el nombre de novela es adecuado para designar las obras de Petronio y Apuleyo. Novela es El Satiricón , a pesar de los extraños elementos combinados en su composición. En cuanto a El Asno de Oro no se puede dudar de la unidad interna que existe en su estructura, como se verá en su lugar.
PETRONIO
Petronio y su obra plantean un sinfín de difíciles problemas. Del autor no sabemos nada con absoluta certeza; en cuanto a su obra, sólo nos ha llegado en parte e ignoramos lo que esta parte podría representar en el supuesto conjunto primitivo, cuyas líneas generales no logramos reconstruir: ni siquiera estamos de acuerdo sobre el tema que el autor pretendió desarrollar.
1.
La obra
Entre las obras de la literatura antigua que han llegado a la actualidad, pocas hay cuya transmisión acuse a través de los siglos estragos y peripecias más curiosas que El Satiricón . Le falta el principio y el final, como es bien comprensible y ocurre con otros textos, ya que lo más expuesto a perecer en un libro son siempre las primeras y últimas hojas del mismo. Pero, en el caso de El Satiricón , lo conservado ha ido apareciendo por partes y al azar de las circunstancias en diversas bibliotecas europeas: los editores han tenido que ir encajando los trozos dispersos para reconstruir en la medida de lo posible su primitiva unidad. Naturalmente, hay muchísimas lagunas más o menos extensas, y también no pocas «piezas» para las que no se encuentra sitio y que han de relegarse a un apéndice en las ediciones críticas o de cierta pretensión científica.
La colección de fragmentos, tal como la leemos actualmente, se ha constituido en tres etapas escalonadas a un siglo de distancia entre sí.
El primer manuscrito de Petronio apareció en 1476 y sirvió de base a la primera edición que de nuestro autor hizo Francisco Puteolano (Milán, 1482). Contiene la mayoría de las aventuras de Encolpio y el principio de la cena de Trimalción. No se conoció otro texto de Petronio hasta la segunda mitad del siglo XVI .
A partir de 1564 se descubren nuevos fragmentos que van encajando en el texto primitivo y lo completan en unos cuantos puntos; estos sucesivos hallazgos dan lugar a las importantes ediciones de Sambucus (Viena, 1564), Juan Tornesio (Lyón, 1575) y Pedro Pithoeano (París, 1577), que sucesivamente amplían la edición de 1482. Completan el texto, aunque no mejoran lo ya conocido, pues los nuevos manuscritos son menos fidedignos que el primitivo de Francisco Puteolano.
Para lograr progresos substanciales en el conocimiento de El Satiricón hemos de esperar todavía cerca de otro siglo más y llegar al año 1663, fecha en que, en la biblioteca de Nicolás Cippio, aparece el importantísimo códice Traguriensis (hoy Parisinus 7989 ). El Traguriensis , llamado así por haberse descubierto en la ciudad yugoslava de Traur, contiene en una primera parte los poemas de Catulo, Tibulo y Propercio; luego viene un largo fragmento que fue fácil identificar con la cena de Trimalción, cuyos primeros capítulos ya se conocían, como queda dicho.
Sin embargo hemos de recordar aquí que la autoridad del códice Traguriensis , aunque está fechado (20 de noviembre de 1423), tardó en imponerse al mundo erudito. Antes de incorporarlo a las ediciones de Petronio, se publicaron ediciones especiales del códice en 1664 (Padua y París) y 1665 (Upsala), que suscitaron numerosas y apasionadas controversias en pro y en contra de la autenticidad de la obra; hubo incluso un auténtico congreso en 1668 para estudiar el manuscrito y zanjar definitivamente la cuestión. La inmensa mayoría de los asambleístas reconoció la autenticidad del códice y se dictaminó que «la Cena era del mismo autor que las Aventuras de Encolpio».
Después de este dictamen no se hicieron esperar las nuevas ediciones que incorporarían el contenido del Traguriensis a la novela de Petronio: las encabeza Michael Hadrianides, cuyo trabajo publicó el impresor Juan Blevio, en Amsterdam, el año 1669. Esta fecha cierra, pues, el período de dos siglos de descubrimientos que fueron desenterrando la obra de Petronio en sus dimensiones actuales.
Con esto la edición «completa» de Amsterdam quedaba de hecho todavía demasiado «incompleta» para los admiradores de Petronio. Surge entonces la era de falsarios 2 que pretendieron completarla de verdad (!). El más célebre fue el francés Francisco Nodot, un militar que aseguraba haber hallado en 1668, en Belgrado, un nuevo manuscrito sin las lagunas de los conocidos anteriormente. Publicó, pues, su sensacional edición de Petronio en Rotterdam, en 1692, y en París el año siguiente. Aunque la crítica de su tiempo tardó poco en desenmascarar la superchería del falsario, sus interpolaciones tuvieron bastante éxito y figuran todavía en la mayoría de las ediciones posteriores. No hemos acogido esos suplementos en nuestra traducción.
Así, pues, desde 1669 sólo hubo para nuestro texto mejoras de detalle: consistieron en aprovechar exhaustivamente los datos suministrados por los manuscritos, en casos de discrepancia, y en enmendar por conjetura los pasajes corrompidos, pero siempre en la extensión marcada por el Traguriensis . En este sentido hace época la edición crítica monumental de Francisco Bücheler (Berlín, apud Weidmannos, 1862).
2.
El autor
A la vez que se constituía la colección de fragmentos de El Satiricón se iba identificando a «su» autor, Petronio, con cierto personaje consular llamado igualmente Petronio y del cual Tácito nos da las siguientes noticias en el libro XVI (capítulos XVII-XIX) de sus Anales :
«En el transcurso de breves días cayeron en la misma redada Aneo Mela, Cerial Anicio, Rufrio Crispino y Petronio…
»Por lo que atañe a Petronio, he de insistir en algunos antecedentes. Pasaba el día durmiendo y dedicaba la noche a sus quehaceres y diversiones; así como otros alcanzan la gloria trabajando, él la había alcanzado vegetando; y no se le tenía por un vicioso, como a la mayoría de los que dilapidan sus bienes, sino por un refinado vividor. Cuanto mayor era la despreocupación y abandono reflejados en sus palabras y su conducta, mayor era también la simpatía que despertaba su aparente sencillez. En la dignidad de procónsul, en Bitinia, y luego en la de cónsul, se mostró enérgico y a la altura del cargo. Posteriormente, recayendo en sus vicios reales o aparentes, fue admitido en el reducido número de los favoritos de Nerón. Era el árbitro de la elegancia: el príncipe, por hastío, no encontraba agradable y delicado sino lo que previamente Petronio le recomendaba. De aquí la envidia de Tigelino, como ante un rival que le llevaba ventaja en la ciencia del placer. Aprovecha, pues, la pasión dominante del príncipe, su crueldad, y airea a sus ojos la amistad de Petronio con Escevino: antes compra entre sus esclavos a un delator y, sin dar lugar a la defensa, encarcela a la mayoría de los restantes.
»Casualmente el César había ido a pasar aquellos días en Campania y Petronio lo había acompañado hasta Cumas, donde se le dejó detenido. No resistió la idea de aguardar entre el temor y la esperanza. Sin embargo, tampoco se quitó de repente la vida, sino que se abría caprichosamente las venas, las cerraba, las volvía a abrir, y a la vez charlaba con sus amigos sin adoptar un tono serio ni pretender dejar a la posteridad un ejemplo de valor. Escuchaba a sus interlocutores, que para nada mencionaban la inmortalidad del alma ni las bonitas máximas de los filósofos; tan sólo quería oír poesías ligeras y versos fáciles. Recompensó a algunos de sus esclavos e hizo azotar a otros; asistió a comidas, se entregó al sueño para que su muerte, aunque forzosa, pareciera natural. No trató de adular con misivas, como suelen hacer los condenados a la última pena, ni a Nerón ni a Tigelino ni a ningún otro personaje influyente; al contrario, bajo el nombre de jóvenes impúdicos y mujeres depravadas, describió el inaudito refinamiento de las orgías del príncipe y, lacrado el relato, lo envió a Nerón. Acto seguido, destruyó su anillo por temor a que se usara luego para ocasionar nuevas víctimas.»
La creencia en que Tácito nos habla aquí del autor de El Satiricón se ha impuesto desde el siglo XVI entre las personas cultas; y no han faltado eruditos que llegaron hasta el extremo de identificar El Satiricón con el libelo a que se refiere Tácito en los párrafos anteriormente citados. Lo inverosímil de esta última pretensión salta a la vista: el personaje de Tácito escribe su libelo pocas horas antes de morir; y lo que nos queda de El Satiricón , aún siendo al parecer una mínima parte de la novela primitiva, como luego diremos, exigiría no obstante varios días de dedicación aunque sólo fuera para el trabajo material de copiarla. Por otra parte, si Nerón hubiera tenido en su poder el libelo en cuestión, ¿cómo no iba a destruir en el acto un libro destinado a ridiculizarlo y cuya primera copia —y al parecer única— tenía en sus manos? ¿No hubiera incluso movilizado su censura a la caza de otros posibles ejemplares? Y, por último, el personaje consular llamado Petronio trazó el retrato de Nerón con toda su depravación; ahora bien, tal retrato es irreconocible en ninguno de los personajes de nuestra novela.
De un siglo a esta parte han sido contadísimos los eruditos que han creído leer en El Satiricón el libelo a que alude Tácito, y su opinión no es compartida por nadie en la actualidad.
En cambio, con el tiempo, se ha ido afianzando cada vez más la identidad del autor de El Satiricón con el cortesano de Nerón. Los intentos de nuestro siglo por situar al Petronio novelista cronológicamente después de Marcial (tesis de Paoli) e incluso después de Apuleyo, a finales del siglo II o primeros decenios del III (tesis de Marmorale), han dado lugar a múltiples réplicas con nuevos argumentos a favor de la tesis tradicional 3 .
Especialmente en el último decenio se ha consolidado la datación tradicional con nuevos e importantes estudios, entre los que merecen destacarse, como autoridades en la materia las obras de J. P. Sullivan, P. G. Walsh, K. F. C. Rose y Pierre Grimal 4 ; este último resume el sentir de todos ellos en las siguientes palabras: «Las probabilidades más fuertes están a favor de la fecha tradicional, una fecha próxima al 62 después de Jesucristo» 5 .
Sin embargo, muy a última hora y cuando ya parecía que todo estaba dicho sobre el tema, nos vemos sorprendidos por un artículo muy sugestivo y documentado de René Martin que renueva la «cuestión pretoniana» 6 . Este autor sostiene que el poema sobre la guerra civil incluido en la obra de Petronio (capítulos 119-124) no es una parodia de Lucano, como comúnmente se cree, sino de Silio Itálico; ahora bien, como este autor escribe sus Punica entre los años 85-101 de nuestra era, la composición de El Satiricón sería por lo menos unos treinta años posterior a la época de Nerón. Y, naturalmente, admitida esta tesis, tampoco podríamos seguir identificando al Petronio novelista con el Petronio consular y amigo de Nerón cuya vida y muerte nos ha referido Tácito. La cuestión petroniana no parece, pues, quedar definitivamente zanjada todavía.
3.
Otras cuestiones
«La obra de Petronio», como actualmente figura en nuestras ediciones, comprende una nutrida serie de fragmentos más o menos largos agrupados en tres apartados (las tres partes en que aparece dividida la novela en muchas ediciones):
a )
Ascilto, capítulos I-XXVI.
b )
La Cena de Trimalción, caps. XXVII-LXXVIII.
c )
Eumolpo, capítulos LXXIX-CXLI.
Como queda dicho, después de los dos siglos que duró el descubrimiento y consiguiente agrupación de estos fragmentos bajo el nombre de un solo autor y de una obra primitiva única, ya llevamos casi otros tres siglos más leyendo «la obra de Petronio» en forma substancialmente invariable. Sin embargo, la costumbre no ha de transformarse en certidumbre hasta el punto de hacernos olvidar la azarosa historia de la transmisión de la obra y borrar toda sombra de duda en lo que atañe a nuestro autor y a nuestra novela.
Nunca han faltado dudas sobre la legitimidad de tal agrupación y de su atribución a un autor único. De hecho, es evidente que no hay unidad visible entre la Cena y las aventuras del dúo Encolpio-Eumolpo. Ningún episodio de la Cena es indispensable para comprender las aventuras que le siguen, ni tampoco para entenderlas mejor. Se han señalado además notables diferencias de estilo, de lengua y de psicología entre las dos partes esenciales de El Satiricón . Claro que lo inconexo de las partes se atribuye al estado fragmentario de la obra; las diferencias de estilo, lengua y psicología pasan por denotar simplemente el gran mérito de «un» autor que sabe adaptarse a la materia que trata y a las circunstancias en que escribe 7 .
No obstante, los mismos hechos han dado lugar a otras hipótesis e interpretaciones que merecen al menos una mención, si no una amplia discusión.
Para unos, el texto de la Cena no encaja con el resto de la novela y ha de considerarse como una pieza inventada en su totalidad por algún falsario más hábil que Nodot y demás interpoladores de Petronio.
Para otros, el texto de la Cena es auténtico, pero no de la pluma que escribió las Aventuras de Encolpio: se trataría de dos o más autores distintos, identificados alegremente y sin las debidas garantías por nuestros sabios modernos.
Prescindiendo de estas y otras dudas conexas, ¿qué representa, extensivamente, lo que subsiste frente a lo que se ha perdido?
Una nota del códice Parisinus 7975 sitúa nuestro actual capítulo XX en el primitivo libro XIV de Petronio. En otro códice, el Parisinus 7989, es decir, el famoso Traguriensis , consta (?) que la Cena es tan sólo un fragmento de los libros XV y XVI de la obra primitiva. Si estos datos fueran exactos, nos faltarían por lo menos trece libros en su totalidad: sólo tendríamos tres, y éstos con múltiples lagunas, es decir, algo así como la sexta parte del original, según los cálculos más optimistas 8 .
Cerraremos este apartado de dudas con unas palabras sobre el nombre del novelista y el título de su obra.
El único nombre seguro de nuestro autor es el de Petronio. Como praenomen se le han atribuido los de Titus , o Caius o Publius ; ya nuestro Gonzalo de Salas, en el prólogo de su edición de 1629, discute las razones en que se pretende fundar tales atribuciones. Como cognomen suele dársele el de Arbiter , que en el texto de Tácito, antes referido, más bien parece una aposición calificativa: «Petronio, árbitro (= Arbiter ) de la elegancia». El último trabajo que conocemos sobre esta cuestión 9 sostiene que el autor de El Satiricón se llamaba Titus Petronius Niger , que fue cónsul alrededor del año 62.
En cuanto al título de la novela, parece seguro el de Satiricón que le da el más antiguo de los códices, el Bernensis 357 (siglo IX ); otros manuscritos, por ejemplo el Parisinus 8049 (siglo XII ), hablan de «Sátiras». «Satiricón» es una forma griega, en genitivo plural, que llevan varias novelas griegas, el Ephesiacón de Jenofonte de Éfeso, el Aethiopicón de Heliodoro, etc. Debe entenderse que estos adjetivos sustantivados en genitivo estarían, en principio, regidos por el sustantivo libri , es decir, «libros de temas satíricos, efesíacos, etíopes, etc.».
4.
El escritor
Unos párrafos de El Satiricón (capítulo 132) definen muy claramente el ideal artístico de Petronio. Reclama para el escritor sencillez, naturalidad y franqueza en la descripción de la vida humana tal cual es: «¿Por qué, Catones, me miráis con ceño fruncido y condenáis mi obra de una franqueza sin precedentes? Aquí sonríe, sin mezcla de tristeza, la gracia de un estilo limpio, y mi lengua describe sin rodeos el diario vivir de las gentes».
«Nada hay tan falso como un necio prejuicio de la gente, ni tan insensato como una fingida austeridad».
Este programa del más puro realismo está plenamente logrado en la novela. El Satiricón es un modelo y tal vez el más perfecto del realismo en la literatura latina. No faltan ciertamente otros muchos cuadros realistas, principalmente entre los satíricos; pero éstos, con la forma burlona y la forma poética, mixtifican un tanto la pura descripción. Petronio en cambio no añade aditivos: parece hacer consistir el arte del escritor en la reproducción pura y simple de las cosas que imagina tener a la vista. Las escenas populares, las conversaciones anodinas, las aventuras groseras, las costumbres inmundas que llenan su libro, le parecen interesantes por sí mismas. Como un realista contemporáneo mira y describe objetivamente cosas ajenas al mundo aristocrático al que verosímilmente pertenece y para el cual escribe. El estilo de Petronio, sus medios expresivos, están en total acuerdo con la materia que trata. Todos los tonos son oportunamente mezclados: el cómico y el trágico, el burlesco, el patético. Expresiones solemnes y retóricas se funden o alternan con otras de la más baja trivialidad. De la complejidad de elementos fantásticos y lingüísticos surge un arte nuevo, con un aspecto sin duda barroco, pero con el genio inconfundible de la fuerza creadora.
Para Petronio, como para los insuperables escritores de nuestra picaresca, la vulgaridad de los temas no implica vulgaridad en la ejecución. Petronio conoce el arte de escribir y maneja la lengua del Lacio con una maestría insuperable. Es cierto que los gramáticos tienen especial predilección por Petronio, en quien ven una mina de «incorrecciones» y giros que «anuncian» las lenguas románicas; es de rigor que unas cuantas páginas de Petronio figuren en toda antología de latín vulgar. Pero ello no ha de llamar a nadie a engaño. En realidad, en Petronio hay dos estilos notoriamente distanciados: el del propio Petronio, que es estilo de gran señor, y el que Petronio presta a sus personajes plebeyos, en cuya boca abundan las incorrecciones morfológicas y los giros sintácticamente inadecuados. Este desdoblamiento estilístico es una gran novedad en la literatura latina. Anteriormente se consideraba indispensable la unidad de tono a lo largo de una obra. Por ello, en una comedia todos los personajes, cultos o ignorantes, señores o plebeyos, hablan exactamente el mismo lenguaje: la educación —la educación del escritor, se entiende— los iguala a todos, y todos se expresan en la mejor latinidad del sermo urbanus ; los historiadores, por afán de unidad estilística, redactan a su modo los discursos que ponen en boca de sus personajes, aunque más de una vez tuvieran a mano los discursos «reales» pronunciados por ellos. Petronio es el primero en romper con tal norma estilística: hace hablar y actuar a los personajes conforme a su ambiente social y a la formación que les corresponde.
5.
Ediciones
Hemos citado antes las ediciones que se recomiendan por su interés histórico. Entre las de mayor interés científico, hay que recordar especialmente: la editio maior de F. Bücheler (Berlín, Weidmann, 1862; reimpresión en 1958); la editio minor de F. Bücheler-W. Heraeus (con numerosas reimpresiones); la de A. Ernout (colección «Belles-Lettres», 1929, con sucesivas reimpresiones); la de K. Müller (Munich, 1961; reimpresión en 1965); la de M. Díaz y Díaz, con traducción española, dos volúmenes («Alma Mater», Barcelona, 1968-69); la muy reciente de C. Pellegrino, con comentario (Roma, 1975).
Abundan igualmente las ediciones por separado de la Cena de Trimalción. Es muy valiosa, entre otras, la de L. Friedlánder (con comentario y traducción alemana, Leipzig, 1891, reeditada posteriormente). Sin texto latino, es magnífico el comentario de P. Perrochat: Le Festin de Trimalcion : Commentaire exégétique et critique («Les Belles Lettres», 1939).
Léxico: J. SEGEBADE , E. LOMMATZSCH , Lexicon Petronianum (Teubner, 1898; reimpresión en 1962).
Entre las mejores ediciones antiguas de Petronio, suele recordarse la que nuestro González de Salas dedicó al conde-duque de Olivares con introducción, texto, comentario e índices: T. Petroni Arbitri Satiricon Josephi Antoni Gonsali de Salas (Francfort, 1629).
6.
Traducciones castellanas de Petronio
Si hemos de juzgar por el número de ediciones y reediciones que, en versión castellana, tenemos de Petronio, cabe pensar que nunca tuvo Petronio tantos admiradores como en nuestro siglo, y concretamente en la última década.
Tomás Meabe es traductor (a través del francés) del texto que publicó en París (sin fecha). José Menéndez Novella, muy a principios de siglo, publicó El Satiricón o Sátira de costumbres romanas por Tito Petronio Arbiter (sin año; el prólogo lleva la fecha de 1902). Tampoco lleva año una versión de Roberto Robert: Petronio, El Satiricón , Valencia, F. Sempere; a pesar de su mediocridad como traducción y de la lamentable nota introductora «Breve noticia sobre el autor y la obra», el libro ha sido reeditado en 1969 (Valencia, «Ediciones Prometeo»). Anónimo y sin fecha hay un Tito Petronio Arbiter, El Satiricón (Madrid, Vda. de Rodríguez Serra). Como traductor y editor publicó Juan B. Bergua una versión sin originalidad en Ávila (1932; reedición, Madrid, 1964). Sin fecha sale en Buenos Aires una versión de J. G. Krohn; e igualmente en la Argentina aparece en «Clásicos Inolvidables» otra versión, cuya segunda edición lleva la fecha de 1959 (es una reproducción de la de Meabe). En Barcelona (1965) publica Enrique Palau en «Obras Maestras» su versión: Petronio, El Satiricón y otros escritos. En 1966 nos encontramos con Cayo Petronio, El Satiricón , Madrid, EDAF. «Clásicos Aguilar» nos ofrecen el año siguiente una primera traducción con méritos propios, debida al profesor Francisco de P. Samaranch, de la Universidad de Puerto Rico: Petronio, El Satiricón (Madrid, 1967; reedición en 1973). En 1968-1969 aparece en «Alma Mater» la edición crítica y traducción de nuestro colega Manuel C. Díaz y Díaz (dos volúmenes), único autor entre nosotros que ha sopesado su texto y lo ha interpretado en consecuencia. En 1971 vuelve a salir una versión anónima más (firma la introducción León-Ignacio): Petronio, El Satiricón , 1.a edición de bolsillo (Madrid-Barcelona). Y también en Barcelona sale en 1975 la más reciente traducción de Petronio (ed. Lumen).
Esperamos que nuestra interpretación, aún después de tantas otras tan recientes, merezca la atención del lector castellano que aspire a penetrar en la obra apasionante de Petronio.
Hemos seguido el texto latino de A. Ernout, Pétrone : Le Satiricon , París, «Les Belles Lettres», 5.a tirada, 1962.
7.
Petronio en España
La influencia de la novela latina en las letras españolas habría sido —según Menéndez y Pelayo— mínima, y concretamente la de Petronio habría sido nula.
En la Bibliografía Hispano-Latina Clásica de nuestro gran polígrafo hay bajo el nombre de «Apuleyo» exactamente cien páginas de «traducciones», «imitaciones» y «analogías» más o menos remotas en nuestra literatura (tomo VI, págs. 85-184) contra sólo seis páginas en el correspondiente apartado de «Petronio» (tomo VII, págs. 349-354).
Esta desproporción es un claro indicio de que Apuleyo ha tenido en España (y en tiempos pretéritos) más éxito que Petronio; en nuestro siglo, como hemos visto al señalar las traducciones de El Satiricón , se ha producido una notable reacción favorable a Petronio.
Si Collignon ha podido escribir todo un volumen sobre Petronio en Francia (Pétrone en France , París, 1905), no parece existir materia para una obra paralela en España tan interesante como el libro francés.
Sin embargo Menéndez y Pelayo parece haber minimizado demasiado el peso de la novela latina, y sobre todo de la novela de Petronio, en nuestro país. Nos referimos a esta cuestión al tratar de Apuleyo (últimas páginas de nuestra introducción a dicho autor).
NOTA BIBLIOGRÁFICA
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C. MIRALLES , La novela en la antigüedad clásica, Barcelona, 1968.
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P. G. WALSH , The Roman novel. The Satyricon of Petronius and the Metamorphoses of Apuleius, Cambridge, 1970.
II. PETRONIO
A)
TEXTO
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M. DÍAZ Y DÍAZ , Petronio Árbitro : Satiricón, texto revisado y traducido, 2 volúmenes, «Alma Mater», Barcelona, 1968.
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K. MÜLLER , Petronii Arbitri Satyricon, Munich, 2.a ed., 1965.
C. PELLEGRINO , Petronii Arbitri Satyricon, Roma, 1975.
Léxico
I. SEGEBADE , E. LOMMATZSCH , Lexicon Petronianum, Leipzig, 1898 (reimpresión 1962).
B)
ESTUDIOS
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—, «Petronio del III secolo», Paideia 3 (1948), 261-271.
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—, The date and author of the Satyricon, Leyde, 1971.
J. P. SULLIVAN , The Satyricon of Petronius. A literary Study , Londres, 1968.
1 M. MENÉNDEZ PELAYO , Orígenes de la novela, IV, ed. nacional, Madrid, 1962, pág. 206. Sobre la novela en la antigüedad clásica disponemos de dos libros recientes en España: C. MIRALLES , La novela en la antigüedad clásica, Barcelona, 1968, y C. GARCÍA GUAL , Los orígenes de la novela, Madrid, 1972.
2 Entre ellos figuró el humanista español José Marchena y Ruiz (1768-1820), de Utrera. Fraguó un texto que llenaba una laguna de El Satiricón «con tal destreza que fue reconocido como auténtico por los críticos más autorizados de Alemania» (J. HURTADO , A. G. PALENCIA , Historia de la Literatura Española , 4.a ed., Madrid, 1940, pág. 811); cuando, después, quiso repetir la hazaña añadiendo 40 versos a Catulo, tuvo menos suerte y se descubrió el doble fraude. El texto de Marchena puede leerse en la edición de Díaz y Díaz (Introducción, págs. CIII-CV). Sobre esta falsificación, cf. igualmente MENÉNDEZ PELAYO , Biblioteca de Traductores españoles, III, ed. nacional, Madrid, 1953, 15; y, como estudio general sobre la figura del abate Marchena, ver igualmente MENÉNDEZ PELAYO , Estudios y discursos de crítica histórica IV, ed. nacional, Madrid, 1942, páginas 108-221.
3 U. E. PAOLI , «L’età del Satyricon», Studi Ital. di Filologia Class. 14 (1937), 3-46; E. V. MARMORALE , La questione petroniana , Bari, 1948. Contra su tesis: G. FUNAIOLI , «Ancora sull’età di Petronio», Rendic. Accad. Bologna (1936-37), 46-59; R. BROWING , «The date of Petronius», Classical Review (1949), 12-14; G. BRUGNOLI , «L’intitulatio del Satyricon», Riv. di Cultura Classica e Medioevale 3 (1961), 317-331; etc. Para una exposición más pormenorizada del debate hasta el año 1968 remitimos a la edición que citaremos en su lugar de M. Díaz y Díaz, Introducción, págs. X-XLVI.
4 J. P. SULLIVAN , The Satyricon of Petronius, a literary Study , 1968; P. G. WALSH , The roman novel, 1970; K. F. C. ROSE , The date and author of the Satyricon, 1971; P. GRIMAL , Introducción al Satiricón (traducción de A. Ernout) «Livre de poche», 1972.
5 O. c., p. III.
6 R. MARTIN , «Quelques remarques concernant la date du Satyricon», Rev. des Études Latines 53 (1976), 182-224.
7 A. COLLIGNON , Étude sur Pétrone, París, 1892, págs. 351-356.
8 Sobre las cuestiones aquí planteadas puede consultarse: A. COLLIGNON , Étude sur Pétrone (libro básico para toda la problemática de Petronio); E. PARATORE , Il Satyricon di Petronio , Florencia, 1933; «Petronio del III secolo», Paideia 3 (1948), 261-271; y, entre los autores más recientes, B. E. PERRY , The ancient Romances, Berkeley, 1967, págs. 190 ss.; P. G. WALSH , o. c., pág. 73.
9 K. F. C. ROSE , «The author of the Satyricon», Latomus 20 (1961), 821-25; y, sobre todo, su libro fundamental ya citado, The date and author of the Satyricon, Leyde, 1971.