Читать книгу !Basta! - Pilar Rahola - Страница 10
CIVILIZACIÓN CONTRA BARBARIE
ОглавлениеEl problema de los cristianos es que no son tan buenos como Jesucristo. Pero gracias a Dios, la mayoría de los musulmanes son mejores que Mahoma.
WAFA SULTAN, psiquiatra y
escritora siria amenazada de muerte
Ser mejor que Jesucristo, que Mahoma, ser mejor que todos los profetas de todas las religiones de todos los tiempos. Esta es la idea racionalista que la psiquiatra siria Wafa Sultan lanza con valentía desde la fuerza de su identidad musulmana. Ha elegido reflexionar sobre el islam de modo crítico, y eso le ha costado persecución, amenazas y finalmente el exilio. Como muchas otras mujeres y otros hombres musulmanes que se han plantado ante la locura totalitaria, su biografía es la crónica de un alto riesgo que la acompaña vaya donde vaya, porque está claro que si la encuentran, la matarán. Es el precio por ser una mujer musulmana libre, y eso, en este momento de arrebato violento, se puede pagar con la vida.
Si hablo de ella al principio de este libro es porque Wafa representa, junto con otras personas admirables, el paradigma de lo que sería el primer error que cometemos en el análisis del fenómeno islamista que nos ataca: la idea de que lo que estamos viviendo y sufriendo es un choque entre civilizaciones o religiones, o directamente, un choque entre el islam y Occidente. Cuántas veces se oye el comentario de que es una cuestión de evolución, que el islam va unos siglos por detrás de nosotros, que a medida que se civilicen cambiará, etcétera. ¡Bobadas! Bobadas que hay que desestimar.
Así pues, con el fin de comprender de una vez por todas a qué nos enfrentamos, debemos dejar atrás los tópicos y prejuicios recurrentes que adornan la ignorancia generalizada en la materia. Y lo primero que hay que hacer es, precisamente, interrogarnos acerca de con quién nos enfrentamos. Lo plantearé en forma de preguntas y respuestas:
1. ¿El islam es el enemigo? En absoluto. El mismo islam, que es una amalgama de pueblos y de identidades diversas que incluye más de 1.400 millones de personas, sufre más que nadie el reto totalitario del islamismo, un concepto que no es religioso, sino político e ideológico. Aunque los textos del islam no son dialécticos y dificultan la posibilidad de ser interpretados —dado que se considera que fueron «revelados» y, por lo tanto, son inamovibles—, toda religión puede mostrar su cara luminosa y nada la hace incompatible con la modernidad. La larga tradición de estudiosos coránicos nos ha dotado de centenares de pensadores que interpretan el Corán desde el respeto a los derechos, tal como han hecho, a lo largo de los siglos, las otras religiones monoteístas. Nada impide que la religión musulmana pueda vivirse con la mentalidad del siglo XXI, pese a que los guardianes bélicos de la fe que nos ataquen quieran devolverla al siglo VIII. La prueba de ello son los millones de musulmanes que así lo consideran.
De lo contrario, ¿qué haríamos con todos los musulmanes que se juegan la vida precisamente por adaptar el islam a la modernidad? ¿Los condenaríamos al ostracismo? ¿Dejaríamos que los fanáticos y los degolladores y los asesinos de masas monopolizasen la idea del islam? Y por si todavía no queda claro, quizá valga la pena recordar algún dato histórico: durante muchos siglos, el islam fue una tierra más amable que la propia Europa. El paradigma es el pueblo judío, que mientras era perseguido con brutalidad en Occidente, vivía en paz y prosperidad en las tierras del islam.
Es decir: lo que está ocurriendo no es el proceso «natural» de una religión arcaica que evoluciona lentamente. Lo que ocurre es lo contrario: una regresión a causa de la aparición de una ideología totalitaria que intenta secuestrar la religión, con el fin de dotarse de un cuerpo argumental más punzante y más indestructible. Es cierto que sus ideólogos bebieron de las fuentes del rigor religioso, y también es cierto que el Corán es, de todos los textos sagrados, el que permite una mirada más guerrera y más intolerante. Pero al mismo tiempo, es cierto que la finalidad de ese rigor no es religiosa, sino bélica e imperial. Es decir, la inspira la épica de la guerra, y no la trascendencia de un Dios.
En resumen, el problema no eran los alemanes, era el nazismo. Y obviamente, los nazis eran alemanes, pero también lo eran sus víctimas; asimismo, el problema no eran los luchadores comunistas, era el estalinismo, y muy a menudo las víctimas eran comunistas; ergo, el problema no es el islam, es el islamismo. Y a pesar de que todos los yihadistas son musulmanes (con el fenómeno incorporado y creciente de los conversos), la mayoría de sus víctimas también son musulmanas.
Así pues, ante la pregunta de si el islam es el enemigo, la respuesta es rotunda: NO.
2. ¿Se trata de un choque de civilizaciones? Una vez más, no, no y no. Es un choque entre la civilización y la barbarie. Es decir, es un choque entre quienes quieren vivir con leyes avanzadas que permiten regular derechos y deberes ciudadanos, y quienes quieren imponer el miedo, la represión y la violencia. Y en esta división, las fronteras son muy difusas. ¿Quiénes son los civilizados: Occidente? ¿Los occidentales? Esta idea parte de una mirada etnocéntrica y simplista, que no se corresponde con una realidad que es mucho más compleja. La civilización no es un territorio, ni un continente, ni un país, sino un conjunto de valores que se fundamentan en principios básicos: tolerancia, convivencia, respeto, democracia, ley... Y estos principios florecen por todas partes, tanto como, por desgracia, florecen también sus contrarios.
Pongamos ejemplos muy contundentes. La civilización es la joven musulmana Malala Yousafzai, que ha sufrido intentos de asesinato por el mero hecho de querer ir a la escuela. En 2014 obtuvo el Premio Nobel de la Paz por su lucha en favor del derecho a la educación, y por su coraje y valentía a la hora de enfrentarse a los riesgos que corría. Ella es la civilización, y la barbarie son sus verdugos, los mismos que envenenan las fuentes de las escuelas de niñas, para que mueran si van a estudiar.
La civilización es el director de cine iraní Jafar Panahí, considerado el más sólido en su país, que ha recibido elogios y premios internacionales. Entre otros, el León de Oro del Festival Internacional de Cine de Venecia, o el Oso de Plata en el Festival de Berlín. Panahí es Premio Sájarov 2012, junto con la abogada iraní en defensa de los derechos humanos Nasrin Sotoudeh. Perseguido en su país, que considera que «actúa contra la seguridad nacional y hace propaganda contra el Estado», fue condenado en 2010 a seis años de cárcel y a veinte de inhabilitación por hacer cine, viajar al extranjero o conceder entrevistas. En diversos festivales de cine se pone una silla vacía en el lugar donde debería estar sentado él. Por cierto, los Premios Goya del cine español nunca han mencionado su persecución: no debe de ser el estándar de víctima que gusta a los progresistas españoles. Y si su compañera Nasrin y él, junto con la abogada en defensa de los derechos humanos y Premio Nobel de la Paz en 2003 Shirin Ebadi y el resto de iraníes que luchan por sus derechos, son la civilización, el régimen fascista que impone una tiranía islamista feudal y los persigue sin piedad es la barbarie.
La civilización es la niña yemení Noyud Ali, cuya historia, narrada por la abogada francoiraní Delphine Minoui, la llevó a ser considerada por Hillary Clinton como la «mujer más valiente del mundo». La contracubierta del libro resume su impresionante lucha:
Me llamo Noyud y soy una niña yemení. Tengo 10 años, o eso creo. En mi país los niños campesinos carecen de documentos, ya que no se les registra al nacer. Mi padre me casó a la fuerza con un hombre que me llevaba treinta años. Me ha pegado y ha abusado sexualmente de mí. Sin embargo, una mañana, cuando salí a comprar el pan, me subí a un autobús y me refugié en un tribunal hasta que un juez me quiso escuchar.
Consiguió el divorcio porque las leyes yemenís dicen que las niñas no pueden ser «usadas sexualmente» si todavía no tienen la regla... Noyud es la civilización. Y lo es el juez que la amparó, y la abogada de derechos humanos que la defendió. Ellos son la civilización, pero las leyes de su país, que permiten el matrimonio con niñas de nueve años, los textos sagrados que utilizan para justificar esa práctica, los padres que las casan cuando son niñas y los políticos que lo permiten son la barbarie.
Y pondré otro ejemplo: la civilización era el escritor bengalí Avijit Roy, muy famoso en su país por su defensa del pensamiento libre, y que fue asesinado a hachazos en febrero de 2015 por estudiantes de las escuelas coránicas de Bangladesh. Dos años antes habían matado a otro héroe de la civilización, Ahmed Rajib Haider, y un mes más tarde de la muerte de Avijit, el bloguero Washiqur Rahman, de veintisiete años, recibió diez puñaladas mortales en Tejgaon, en la ciudad de Dacca. Todos eran conocidos como los «blogueros ateos», porque habían defendido con valentía el derecho al laicismo y luchaban frontalmente contra el fanatismo islámico. La escritora bengalí Taslima Nasrin, amenazada de muerte y exiliada desde hace años por sus críticas directas al islamismo —su libro Vergüenza generó una gran conmoción—, dijo textualmente que los islamistas «estaban cazando a los freethinkers». Todos ellos, Taslima, Avijit, Ahmed, Washiqur y tantos otros que intentan iluminar la oscuridad del islamismo, son la civilización. Y de nuevo, sus asesinos son la barbarie.
Por último, para poner punto y aparte en la larguísima lista de historias luminosas protagonizadas por musulmanes de todo el mundo, también son muestra de civilización las aguerridas mujeres kurdas que han muerto defendiendo su tierra ante el avance del Estado Islámico o Daesh. Como muestra, la joven kurda Shireen Taher, que cayó defendiendo su ciudad, Kobani, ante el feroz sitio de los yihadistas. Su historia, contada por su hermano Mustafá, es la crónica poética de la brutal prosa de la guerra contra esa locura totalitaria. Este es el artículo que le dedicó y que reproduzco (en traducción libre del inglés) como homenaje a estas heroínas de nuestro siglo.
SHIREEN TAHER
(Escrito por su hermano Mustafá Taher, abogado y profesor de lengua kurda.)
Pocos meses después de que empezase la revolución en Siria, el régimen sirio permitió estudiar el idioma kurdo en las escuelas de las ciudades kurdas. Este permiso incluía mi ciudad, Kobani. Mi hermana Shireen, que entonces tenía diecinueve años, tenía que ir a estudiar literatura inglesa en la Universidad de Damasco en agosto de 2012, pero resultó imposible viajar de Kobani a la capital a causa del aumento de la violencia en toda Siria. Por eso, Shireen decidió estudiar kurdo en Kobani, a la espera de poder ir a la universidad.
De mis once hermanos, Shireen era con quien yo tenía una relación más cercana. Éramos amigos más que hermanos. Era sensible, empática, y le encantaba el deporte. Éramos unos fans del Futbol Club Barcelona. Cuando se celebró la final de la Copa del Mundo en Johannesburgo en 2010, Shireen viajó a Damasco, donde yo trabajaba de abogado, para poder ver los partidos que se televisaban en las pantallas que habían colocado en los parques.
Shireen se inspiró en su profesora de kurdo, Vian, que tenía veintinueve años, una luchadora del Partido de los Trabajadores de Kurdistán, el PKK. Fue un día terrible para la gente de Kobani cuando Vian fue asesinada en la lucha contra Jabhat al-Nusra, el grupo yihadista sirio afiliado a Al-Qaeda, en la ciudad siria de Tel Abyad, el 26 de julio de 2012. En el funeral celebrado en Kobani en homenaje al martirio de Vian, mi padre le entregó a Shireen su vieja pistola y le dijo que siguiera los pasos de su profesora y fuese una luchadora, a pesar de la oposición de nuestra madre. Prometió unirse a la YPG, las Unidades de Protección Popular, con el fin de vengar a su profesora y defender Kobani. Si no se hubiera presentado voluntaria ella, lo habría hecho yo.
El Estado Islámico no tardó en lanzar ataques contra Kobani. Empezaron con un coche bomba contra la Media Luna Roja, el 11 de noviembre de 2012. Mi padre, de sesenta y siete años, y un amigo suyo, que estaban cerca, murieron en el ataque, junto con doce mártires más. Durante el funeral de mi padre, Shireen dijo: «Siempre creí que un día mi padre se presentaría como el padre de unos mártires, pero nunca imaginé que yo me convertiría en hija de un mártir».
La muerte de nuestro padre fue un gran shock para Shireen y la impulsó a ser una gran luchadora. Sobre todo después de ir a la funeraria a buscar su cuerpo. Fue muy duro identificarlo a causa de los daños masivos que le había provocado la explosión. Shireen ya había sufrido mucho por culpa del martirio de muchos de sus amigos, y no soportó la pérdida de su padre y de su maestra. La vida dejó de tener sentido para ella y se dedicó en cuerpo y alma a entrenarse con armas en los campos militares. Durante los dos años de entrenamiento, iba a visitarnos. Me costaba creer cómo había cambiado su personalidad durante su estancia en el campo militar, en un suburbio de Kobani. Antes solía llevar una bandera del Barça alrededor del cuello y siempre iba muy maquillada. No la recuerdo sin anillos ni pulseras. Pero ahora su bolsa, que antes siempre estaba llena de maquillaje, iba cargada de armas y balas.
El día que decidí trasladar a nuestra madre y hermanas a Turquía, como muchos de nuestros vecinos de Kobani, con el fin de que escapasen de los infernales ataques del Daesh contra nuestra ciudad, nuestra madre insistió en que llamase a Shireen. Mi hermana le dijo: «Si te vas de Kobani, no volverás a ser mi madre». Pero tres días después, Shireen le pidió a nuestra madre que se marchase lo antes posible porque el Estado Islámico estaba muy cerca de la ciudad.
Shireen estaba acampada al oeste de Kobani cuando los militantes del Daesh castigaron la ciudad con la artillería pesada y los tanques. La resistencia kurda pudo distraer el avance del EI con las armas ligeras, pero no pudo frenarlo para siempre. Shireen estaba escondida en una trinchera próxima a la oficina de la emisora de radio. La llamé desde Turquía cinco horas antes de su martirio para saber cómo estaba. Me contestó: «No te preocupes, todavía estoy viva». A las ocho de la tarde, mi otra hermana (que se había quedado en Kobani trabajando de enfermera en el hospital) la llamó para decirle que temía por su vida. Shireen le pidió que no volviese a ponerse en contacto con ella, porque la batalla había empeorado y no podría volver a hablar por el móvil.
Después nos enteramos de que el ataque del EI contra Kobani había sido durísimo. A las diez de la noche, recibimos una llamada desde el móvil de mi hermana. Era la voz de un hombre. Preguntó si estaba hablando con la familia de Shireen. Una de mis hermanas se lo confirmó y entonces él dijo que el Estado Islámico había matado a Shireen y que teníamos que ir a buscar su cabeza.
Antes de que mi hermana pudiera avisar a nuestra madre del martirio de Shireen, un militante del IE contactó con ella en Turquía y dijo que Shireen quería hablar con ella. Cuando nuestra madre respondió, el hombre le dijo que fuera a buscar la cabeza de su hija. Nuestra madre perdió el conocimiento y tuvo que ser hospitalizada.
Cuando hablamos con los amigos de Shireen en el frente de guerra, nos contaron que ella y cinco combatientes más habían sufrido una emboscada de un tanque del EI el 30 de septiembre y que todos habían muerto. Regresé a Kobani con intención de recoger el cuerpo de Shireen para el funeral, pero sus amigos me dijeron que su cuerpo estaba en manos del Estado Islámico y nadie podía ir al distrito en el que la habían matado. Volví a Turquía con mi otra hermana, porque tuvo un ataque de ansiedad y no pudo seguir en Kobani.
A pesar de que el martirio de Shireen fue un golpe muy duro para mi familia, nos sentimos muy orgullosos de su sacrificio y del sacrificio de todos los que han muerto defendiendo nuestra ciudad de Kobani.
Kobani fue recuperada por las tropas kurdas en febrero de 2015, pero el Estado Islámico la acecha de forma permanente. En la última batalla, ocurrida a finales de junio de 2015, los yihadistas capturaron y fusilaron a 233 civiles kurdos, aunque no consiguieron el control de la ciudad. El éxodo de Kobani, donde vivían 200.000 personas antes de los bombardeos, y de las 350 poblaciones kurdas de los alrededores en manos del ISIS, ha supuesto una gravísima ola de desplazados en la frontera con Turquía, que llega, según datos de las autoridades del país, a las 400.000 personas. Además, se han destruido por completo más de dos mil edificios y varios miles más han quedado seriamente dañados. No se sabe el número de personas que han muerto en estos ataques, pero sí se sabe que ha habido muchas Shireen que han dado la vida por defender su ciudad.
Ellos son la civilización. Y los salvajes que no han permitido que Shireen fuese a la universidad a estudiar filología inglesa, y que con diecinueve años la obligaron a cambiar el maquillaje y la bandera del Barça por las balas y las bombas, estos mismos salvajes que, después de matarla, se tomaron la molestia de llamar a su madre para decirle que ya podía ir a recoger la cabeza de su hija, todos ellos son la barbarie.
Termino con el recuerdo de otra chispa de civilización, violentamente apagada por el islamismo. Los 145 niños del Army Public School de la ciudad paquistaní de Peshawar asesinados en una matanza en el patio del colegio, el 16 de diciembre de 2014. Muchos de ellos fueron decapitados. También hubo 114 heridos. La matanza fue obra de una organización activa próxima a Al-Qaeda, Tehrik e Taliban Pakistan, nacida en 2007 y que, según fuentes solventes, cuenta con más de 30.000 miembros dispuestos a la yihad. Los datos de 2014 señalan que, de los más de 1.700 atentados sufridos solo en Pakistán, alrededor del 60 por ciento son obra del Tehrik.
También eran miembros del Tehrik los que intentaron asesinar a Malala.
En nuestro entorno también son bastante conocidos, pues se considera que los responsables de un presunto complot para atacar el metro de Barcelona (además de haber perpetrado diversos ataques en ciudades europeas), que fue abortado en agosto de 2008 gracias a la coordinación de la policía, el CNI y los servicios de inteligencia extranjeros, también pertenecían al Therik.
En algún momento tenía que dar por concluido este capítulo que, sin embargo, por sí mismo podría ocupar un libro voluminoso. Termino con las niñas nigerianas secuestradas, las jóvenes saudíes que se rebelan, los tunecinos que intentan preservar la democracia, las jóvenes egipcias que defienden sus derechos ante el sitio de los Hermanos Musulmanes... Toda la piel del islam está repleta de hombres y mujeres extraordinarios que luchan con valentía contra el islamismo. Un islamismo que, no lo olvidemos, también les ha declarado la guerra. Es más, no debemos olvidar que, sobre todo, a quienes ha matado de forma masiva esta ideología es a los propios musulmanes.
Por eso, era necesario dejar constancia por escrito de algo que, por desgracia, no hay forma de eliminar del debate ciudadano, porque enraíza en el prejuicio y la ignorancia: no estamos luchando contra una religión, ni contra una identidad, ni contra una civilización. En pocas palabras, y como ha ocurrido siempre que la humanidad se ha enfrentado al totalitarismo, estamos luchando contra la barbarie. Ya lo dijo Albert Camus: la verdadera historia de la humanidad es la lucha por la libertad. Y en esta lucha nos acompañan muchas heroínas y muchos héroes musulmanes.