Читать книгу Obras morales y de costumbres (Moralia) XII. Tratados antiepicúreos. - Plutarco - Страница 5
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1. Plutarco y el epicureísmo
En la historia de la recepción de la filosofía epicúrea, Plutarco ha jugado un papel ciertamente paradójico. Por un lado, desde el siglo xv, en que se recuperan textos fundamentales para la comprensión del epicureísmo como el poema De rerum natura de Lucrecio, la biografía de Diógenes Laercio o los escritos filosóficos de Cicerón, pero sobre todo desde el XVII , con la obra de Pierre Gassendi, que inaugura una nueva etapa de los estudios epicúreos 1 , Plutarco se convierte en una verdadera mina de la que los estudiosos van extrayendo paulatinamente numerosas citas, referencias, alusiones y pasajes paralelos que ayudan a entender y profundizar en el pensamiento de Epicuro 2 . Por otro lado, sin embargo, el propio Plutarco, por más que recoja algunos aspectos de la habitual polémica antiepicúrea de la Antigüedad en su condena de Epicuro, a quien acusa principalmente de falta de fe en la providencia divina, de irreligiosidad y de inmoralidad, contribuyó en buena medida a la formación y difusión de las acusaciones que desde finales de la Antigüedad y durante todo el Medioevo fueron tradicionalmente dirigidas contra Epicuro, desde Clemente de Alejandría, que repite las mismas acusaciones de Plutarco, cuya obra conocía bien (aunque nunca lo cite como fuente) 3 , hasta Teodoro Metoquita, quien a comienzos del siglo XIV se adhiere plenamente y de forma explícita a la condena del Queronense 4 .
En general, Plutarco, como buen platónico que era, estaba obligado a oponerse con fuerza al materialismo de la doctrina epicúrea, que encuentra en la materia y el azar las claves para una interpretación coherente y totalizadora del universo, enarbolando un idealismo dualista y finalista para el cual el alma, de esencia divina, es infinitamente superior a la materia. No es de extrañar, por tanto, la frecuente expresión de los sentimientos antiepicúreos del Queronense en bastantes de sus obras (principalmente en sus escritos polémicos contra esta escuela, sobre los que hablaremos en seguida, pero también en muchos otros tratados de los Moralia y en algunas de sus Vidas ) 5 , y por consiguiente la conservación en ellas de numerosas referencias a las doctrinas y escritos del propio Epicuro y de varios de sus seguidores.
Como es sabido, el epicureísmo era una filosofía plenamente vigente en la época de Plutarco: los propios tratados antiepicúreos de éste, así como otras refutaciones escritas contemporáneamente, por ejemplo la de Epicteto, son buena prueba de la continuidad y vitalidad de la escuela entre finales del siglo I y comienzos del II 6 . Testimonio de ello son también los diversos amigos epicúreos que tuvo Plutarco 7 , mencionados en distintos lugares de los Moralia y tratados en general con corrección y a veces incluso con cierta simpatía: Boeto, amigo de los días de estudiante de Plutarco convertido luego al epicureísmo 8 ; Jenocles de Delfos, «seguidor de las doctrinas de Epicuro» y viejo amigo del Queronense 9 ; Alejandro «el epicúreo», calificado por Plutarco de «encantador y bastante erudito» 10 ; Zópiro, un médico «completamente familiarizado con los escritos de Epicuro» 11 . Plutarco, pues, a pesar de su rechazo de la doctrina epicúrea, mantuvo buenas relaciones con miembros contemporáneos de la escuela y, aunque ocasionalmente muestre cierta antipatía hacia algunos epicúreos 12 , en general se muestra amistoso y cortés con la mayoría de los que aparecen en sus obras; nuestro autor, en suma, supo bien «distinguir entre los dogmas y los hombres» 13 .
No es aventurado suponer que la amistad de estas personas permitiría a Plutarco tener un conocimiento de primera mano del epicureísmo; de hecho, Epicuro es, tras Platón, Aristóteles y Crisipo, el filósofo que recibe mayor atención en la obra de Plutarco. De lo que no cabe duda, empero, es de que Plutarco conocía bien los escritos epicúreos (algunos de ellos los tendría en su pequeña biblioteca de Queronea, aunque habría tenido bastantes oportunidades de consultarlos en sus estancias en Atenas, Alejandría y Roma) e incluso los utilizaba directamente, como demuestran sus numerosas citas y referencias a ellos 14 . En efecto, a través de la obra de Plutarco, especialmente de sus escritos antiepicúreos, nos han llegado más de un centenar de fragmentos textuales de Epicuro y de algunos de sus discípulos, particularmente Metrodoro y Colotes, aparte de otros muchos pasajes en los que el Queronense se refiere indirectamente a las doctrinas de Epicuro o reflexiona sobre ellas 15 .
Aunque en el seno de la Academia y también de la Estoa se habían producido diversos tratados polémicos contra los epicúreos que Plutarco debía de conocer y que pudo haber utilizado en sus escritos, no fueron éstos (con frecuencia simples panfletos) la fuente principal de su conocimiento del epicureísmo. Ya Ziegler estableció que Plutarco leyó sin duda las fuentes epicúreas originales, aunque pudiera haberse servido de tratados polémicos de académicos como Clitómaco de Cartago, según sugirió Usener 16 ; a similares conclusiones han llegado Hershbell y Boulogne, si bien este último insiste en no desdeñar totalmente la tradición polémica, pues, a pesar de que es innegable un conocimiento directo de los escritos y pensamiento epicúreos por parte de Plutarco, su actitud hacia el epicureísmo habría venido dictada, según este autor, por «una doble tradición: la de las prácticas polémicas habituales de la época, y la de la polémica antiepicúrea propiamente dicha» 17 .
Este conocimiento, incluso familiaridad de Plutarco con los escritos epicúreos está en relación directa con una importante cuestión: la de su mayor o menor fidelidad u objetividad al citar las obras de Epicuro y sus seguidores o exponer sus ideas. Obviamente, aquí debe tenerse muy en cuenta la propia naturaleza polémica de los escritos antiepicúreos de Plutarco, pero esto no debe llevamos necesariamente a concluir que Plutarco citara mal de forma deliberada o que incluso llegara a falsear los escritos de sus oponentes. De hecho, el propio Plutarco acusa al epicúreo Colotes de mutilar y descontextualizar las citas e ideas de los filósofos que critica 18 , por lo que no parece que quisiera exponerse de buena gana a similares acusaciones. Es cierto, como ha estudiado Hershbell 19 , que Plutarco tiende a abreviar y adaptar pasajes de Epicuro, pero cuando podemos comparar sus citas con otras que encontramos en otros autores antiguos, particularmente en Diógenes Laercio, por lo general parecen precisas y concordantes, si no en la forma sí en el fondo. No hay razón, por tanto, para dudar en principio de la honestidad intelectual de Plutarco a la hora de citar los escritos epicúreos: la afirmación de Bailey de que «Plutarco pone buen cuidado, siempre que le es posible, en citar las propias palabras de Epicuro», parece sustancialmente correcta 20 .
Pero una cita fidedigna no garantiza una interpretación fiable. En este sentido, ya Ziegler llamaba la atención sobre la fiabilidad de Plutarco en sus exposiciones de la doctrina epicúrea, presentada a menudo de forma unilateral y claramente hostil 21 . Posteriormente, autores como Hershbell o Boulogne han puesto de relieve cómo la interpretación plutarquea de la filosofía epicúrea se muestra a veces poco consistente e incluso claramente tendenciosa. Así ocurre, por ejemplo, cuando ataca la teoría atomista por no explicar cómo cuerpos sin cualidades, como son los átomos epicúreos, pueden producir cualidades de todo tipo simplemente al juntarse 22 , o cómo puede salir nada estable del constante movimiento y colisión de los átomos 23 . El primer problema, como apunta Hershbell, está mal planteado, pues una cosa son los átomos y otra distinta los objetos por ellos constituidos: para un epicúreo, en efecto, no hay inconsistencia en afirmar que un objeto puede tener cualidades que no tienen los átomos que lo conforman. Respecto a la segunda objeción, cabe resaltar que Plutarco, en su aparente incapacidad de comprender el concepto epicúreo de periplokḗ, pasa por alto la pequeñez de los átomos, su propia imperceptibilidad y la de sus movimientos. Además, aunque los argumentos utilizados por Plutarco —empleados ya en su mayoría por estoicos y académicos— son en general pertinentes y reveladores de un examen atento de los textos epicúreos, sin embargo están basados en última instancia en el apriorismo de juzgar inferior toda explicación cosmológica que no se apoye en la teoría platónico-aristotélica de los cuatro elementos (stoicheîa) 24 . Lo mismo sucede cuando critica Plutarco la psicología y gnoseología epicúreas sin profundizar en ellas, sino más bien recurriendo en demasiadas ocasiones al fácil expediente de las generalizaciones y simplificaciones a menudo abusivas 25 , o cuando polemiza contra la ética epicúrea, y especialmente su teoría del placer, malinterpretando en diversas ocasiones —o sencillamente pasándolas por alto cuando le conviene— ideas centrales como la distinción entre placeres «cinéticos» y «catastemáticos» o la creencia epicúrea de que la ausencia de dolor es el sumo placer, ideas que Plutarco sin duda conocía 26 .
En suma, una cosa son las citas epicúreas que aparecen en Plutarco, por lo general fidedignas, y otra bien distinta la interpretación plutarquea de la doctrina epicúrea. En efecto, nuestro autor procura citar bien las palabras epicúreas, pero sólo las que le interesan para sustentar mejor sus críticas, y además las interpreta a menudo pro domo sua. Plutarco, como afirma Hershbell benévolamente, «no siempre es exacto en sus discusiones» 27 .
2. Los escritos antiepicúreos de Plutarco
El llamado Catálogo de Lamprias 28 , redactado entre los siglos III y IV , recoge diez títulos de obras escritas por Plutarco contra Epicuro y sus seguidores, de las que sólo se nos han conservado las tres que componen el presente volumen: Contra Colotes (núm. 81; abreviado Col.), Sobre la imposiblilidad de vivir placenteramente según Epicuro (núm. 82; abrev. Suav. viv. Epic.) y De si está bien dicho lo de «Vive ocultamente» (núm. 178; abrev. Lat. viv.). Los títulos y números de las restantes son: Contra la doctrina de Epicuro acerca de los dioses (núm. 80), Sobre las contradicciones epicúreas (núm. 129), Sobre el libre arbitrio contra Epicuro (núm. 133), Que los epicúreos dicen cosas más paradójicas que los poetas (núm. 143), Selecciones y refutaciones de los estoicos y los epicúreos (núm. 148), Sobre la superstición contra Epicuro (núm. 155) 29 , y Sobre las formas de vida contra Epicuro (núm. 159). Algunos tratados contra los estoicos presentan títulos similares a las obras antiepicúreas: Sobre las contradicciones de los estoicos (núm. 76; cf. núm. 129), Sobre el libre arbitrio contra los estoicos (núm. 154; cf. núm. 133), Que los estoicos dicen cosas más paradójicas que los poetas (núm. 79; cf. núm. 143). Esta similitud, que se registra también en el número de obras antiestoicas recogidas en el Catálogo de Lamprias (9) y en el de las que se nos han conservado (3), ha llevado a los estudiosos a suponer en Plutarco la intención de combatir de forma paralela las doctrinas de las dos escuelas filosóficas rivales más importantes, así como a pensar que las seis obras supervivientes, tres antiepicúreas y tres antiestoicas, estarían estrechamente ligadas entre sí y constituirían, cada grupo por su parte, una especie de trilogía ideal 30 . Pero es dudoso que esto fuera así, pues, entre otras cosas, la tradición manuscrita de los tratados antiepicúreos conservados no es unitaria; antes al contrario, los tres han seguido suertes dispares en su transmisión, lo que confirma que no eran considerados como una trilogía y como tal conservados 31 .
En efecto, los códices más antiguos, de entre los siglos X y XI , sólo incluyen una obra, Lat. viv. (Vaticanus Urbin. gr. 97 [U], el más antiguo de todos, datado hacia la mitad del siglo X ; Heidelbergensis Palatinus gr. 283 [H], también del siglo X , aunque algo posterior al anterior; Laurentianus 69, 13 [L], códice rescripto de la segunda mitad del siglo XI ; y Parisinus gr. 1955 [C], de la misma época que el anterior, del que es copia), o bien Suav. viv. Epic. (Marcianus gr. 250 [X], de la segunda mitad del siglo X ). En el último decenio del siglo XIII tenemos las primeras ediciones planudeas, que ya incluyen ambos tratados seguidos, primero Suav. viv. Epic., con el n.° 43, y a continuación Lat. viv., con el n.° 44: nos referimos al Ambrosianus gr. 859 (C 126 inf.) (α), copiado poco antes de 1296, a partir de distintos modelos, por un grupo de escribas que se iban alternando a las órdenes de Planudes, y al Parisinus gr. 1671 (A), terminado de copiar el 11 de julio de 1296, que contiene lo mismo que el anterior (69 tratados de Moralia) más las Vidas. No será hasta el tercer cuarto del siglo XIV que aparecerá un códice con toda la obra de Plutarco tal y como la conocemos en la actualidad: se trata del magnífico Parisinus gr. 1672 (E), en el que confluyen las anteriores ediciones planudeas y nueve tratados más de Moralia (numerados del 70 al 78), descubiertos e incluidos aquí, tras los 69 recogidos anteriormente, por Planudes o sus continuadores 32 ; entre esos tratados se encuentra Col., con el n.° 73, por lo que son 29 los que lo separan de Suav. viv. Epic. y Lat. viv. De este códice, o más bien de su modelo, procede el Parisinus gr. 1675 (B), datado en torno al año 1430, que contiene también los escritos antiepicúreos en el mismo orden que E aunque separados esta vez por 13 tratados. No obstante, entre los siglos XIV y XV encontramos diversos códices que parecen seguir otra vía de transmisión, pues, aparte de no incluir Col. , presentan los otros dos tratados en orden inverso al de la otra rama de la tradición manuscrita (así ocurre en el Vaticanus gr. 1676 [n], de mediados del XIV ) y además no seguidos, sino separados por algún o algunos otros tratados (como vemos en otros tres códices, todos del siglo XV : el Vat. Palatinus gr. 170 [g]: siete tratados entre Lat. viv. y Suav. viv. Epic .; el Lond. Harleianus 5692 [c]: dos tratados, y el Laurentianus gr. 56, 2 [d]: un tratado) 33 .
En resumen, es constatable una cierta simetría entre los tratados antiepicúreos y los antiestoicos de Plutarco recogidos en el Catálogo de Lamprias, y no podemos descartar que en principio se tomaran tres tratados de cada grupo conscientemente (aunque tampoco en el Catálogo de Lamprias aparecen juntos), pero lo cierto es que luego la gente que los leía y los copiaba no los consideró una trilogía, pues no sintió la necesidad de ponerlos uno a continuación del otro hasta muchísimo tiempo después. No hubo, pues, una trilogía antiepicúrea unitariamente transmitida.
Por lo que se refiere al público al que iban dirigidos estos tratados, actualmente hay consenso general entre los estudiosos respecto a que los escritos antiepicúreos de Plutarco (al igual que los antiestoicos, incluidos también por Ziegler entre los escritos científicos de filosofía) estarían pensados para ser leídos sobre todo en la escuela de Plutarco y en otras similares 34 . Donini ha sugerido recientemente que la mayor dificultad de comentarios como el De animae pro- creatione in Timaeo o las Platonicae quaestiones frente a tratados como Col. o De virtute morali (que Ziegler incluía entre los tratados filosófico-populares de argumento ético) reflejaría que estaban destinados a dos tipos de público distintos por su grado de preparación 35 ; es una hipótesis plausible, pero, como apunta Santaniello 36 , también para algunos tratados, entre ellos los de polémica antiepicúrea y antiestoica, se puede pensar en un público de nivel cultural no inferior, o no mucho, al de la literatura exegética. En todo caso, superada ya la errónea distinción de Ziegler entre escritos científicos y populares, podemos afirmar, con Gallo, que los tratados antiepicúreos de Plutarco, al igual que el resto de sus escritos filosóficos, estaban «reservados a una élite, en muchos casos no de una escuela, sino de una larga categoría de personas, pero siempre pepaideuménoi » 37 .
Volviendo al terreno de la transmisión textual, merece la pena señalar finalmente que Lat. viv. tiene poco en común, por lo que se refiere a aspectos formales y de contenido, con los otros dos tratados antiepicúreos 38 , como tendremos ocasión de comprobar luego en las introducciones particulares a cada uno de ellos; sin embargo, han sido Suav. viv. Epic. y Col., el primero continuación del segundo, como veremos, y ambos, atendiendo a la forma literaria, diálogos (aunque disten bien poco de los tratados filosóficos propiamente dichos de Plutarco) 39 , los tratados que más han estado desunidos durante las etapas de su transmisión. En efecto, ambas obras están bastante separadas en los dos códices, E y B, que las contienen completas, así como en la editio princeps de los Moralia 40 : en concreto las separan treinta ensayos en E, catorce en B y cuarenta y ocho en la Aldina. Según señalan los editores Einarson-De Lacy 41 , el primero que las dispuso seguidas fue el jurista e historiador francés Arnoul Le Ferron (Ferronus) en su traducción latina (Lyon, 1555); pero, al no caer en la cuenta de que el comienzo de Suav. viv. Epic, se refiere a Col. 42 , Ferronus mantuvo el orden de la edición que manejaba 43 , limitándose a omitir los ensayos que las separaban. Esta ordenación fue asumida por el francés Robert Estienne (Stephanus) en su edición canónica de 1572 44 , en la que estos ensayos aparecen respectivamente con los números 73 y 74 (y a continuación, con el n.° 75, Lat. viv.), y de esta edición pasó a todas las posteriores, a pesar de que a mediados del siglo XVII , es decir sólo unas décadas después, Pierre Gassendi había advertido ya la estrecha relación entre ambos tratados y la precedencia de Col., al referirse a éste como «el primero de los dos libros contra Colotes» (priore in Coloten libro) 45 .
Por tales razones, en el presente volumen hemos decidido invertir el orden habitual en que estos tratados plutarqueos, Col. y Suav. viv. Epic., suelen presentarse: somos conscientes, por supuesto, de que esta ruptura de la tradición ecdótica podrá ser criticada desde diversos ángulos, pero, en primer lugar, contamos con algunos precedentes que podemos invocar en nuestro apoyo, desde el propio Catálogo de Lamprias (que incluye Suav. viv. Epic, a continuación de Col.), pasando por la traducción dieciochesca del abate Dominique Ricard 46 , hasta el conocido Plutarco de Ziegler (que comienza con Col. su análisis de los escritos antiepicúreos de Plutarco y considera explícitamente Suav. viv. Epic. continuación de éste) 47 , y, en segundo lugar, recordamos que es deber de todo filólogo acercarse lo más posible y restaurar de la manera más fidedigna los textos originales, y eso incluye también restablecer el orden que refleje la secuencia temporal en que esos textos fueron escritos.
3. Ediciones y traducciones
Para la presente traducción de los tratados antiepicúreos de Plutarco hemos seguido la edición de B. Einarson-Ph. H. de Lacy, Plutarch’s Moralia, vol. XIV (Loeb Classical Library, 428), Cambridge, Mass.-Londres, 1967, aunque cotejándola en todo momento con la de M. Pohlenz-R. Westan, Plutarchi Moralia, vol. VI, fase. 2 (Bibliotheca Teubneriana), Leipzig, 19592 . No obstante, en algunos pasajes discrepamos de la lectura de los primeros y preferimos la de los segundos o bien la de otros autores: a este respecto, remitimos al lector, además de a las notas textuales en cada una de las introducciones particulares a los tratados que componen este volumen, a las notas que en esos pasajes explican nuestra discrepancia y sus razones. Fuera de estas dos, no existe, por ahora, ninguna otra edición completa de los tratados antiepicúreos de Plutarco. A la espera de que aparezca el volumen correspondiente en la colección Budé (que, al parecer, aún no está asignado a ningún investigador), en el Corpus Plutarchi Moralium, que vienen publicando conjuntamente la Universidad de Salerno y el Istituto Universitario Orientale de Nápoles, ha aparecido recientemente la edición del De latenter vivendo a cargo de I. Gallo (Plutarco. Se sia ben detto vivi nascosto, Nápoles, 2000), y están en preparación las del Contra Colotem y Non posse suaviter vivi secundum Epicurum, a cargo, respectivamente, de M. Bonazzi y A. Casanova.
De las obras plutarqueas que componen el presente volumen sólo conocemos dos comentarios modernos, ambos del mismo tratado: son los de K.-D. Zacher, Plutarchs Kritik an der Lustlehre Epikurs. Ein Kommentar zu Non posse suaviter vivi secundum Epicurum: Kap. 1-8 (Beiträge zur klassischen Philologie, 124), Königstein, 1982 48 , y F. Albini, Plutarco. Non posse suaviter vivi secundum Epicurum: Introd., trad, e commento, Génova, 1993. Aunque no se trate de comentarios filológicos propiamente dichos, hay que citar aquí también los exhaustivos estudios de H. Adam, Plutarchs Schrift Non posse suaviter vivi secundum Epicurum (Studien zur antiken Philosophie, 4), Amsterdam, 1974, y R. Westman, Plutarch gegen Kolotes. Seine Schrift «Adversus Colotem» als philosophiegeschichtliche Quelle (Acta Philosophica Fennica, 7), Helsinki, 1955.
En cuanto a traducciones, hemos manejado especialmente la inglesa que acompaña a la citada edición de la Loeb Classical Library; para traducciones anteriores remitimos a las listas que cierran las introducciones a cada uno de los tratados antiepicúreos en esa edición (unas listas bastante completas pero en las que habría que incluir, al menos, la traducción francesa de Jacques Amyot, Les Œuvres morales et meslees de Plutarque, París, 1587, tomo I, págs. 277-290 [XLI. Que l’on ne sçauroit viure ioyeusement selon Epicurus ] y 291-292 [XLII. Si ce mot commun est bien dit, Cache ta vie ]; tomo II, págs. 588-598 [LXIX. Contre l’Epicurien Colotes ]). Con posterioridad a la traducción inglesa de Einarson-De Lacy han aparecido, que sepamos, dos traducciones completas de los tratados antiepicúreos: una al francés, editada, junto con los tratados antiestoicos, por Jean Salem (Plutarque. Du stoïcisme et de l’épicurisme, París, 1996; pero la autoría de Salem se limita a la introducción y a unas breves notas, pues se trata en realidad de la ya citada traducción del abate Ricard), y otra al griego moderno, dentro de la traducción de los Ηθικά de Plutarco publicada por la editorial Kaktos al cuidado de B. Mandilarás (Ηθικά 28. Περί των κοινών εννοιών προς τους Στωικού. ‘Οτι ουδέ ηδέως ζην έστιν κατ’ Επίκορον, y Ηθικά 29. Προς Κωλώτην. Ει καλώς είρηται το λάθε βιώσας, Περί μου-σικής , Atenas, 1997) 49 . De tratados sueltos han aparecido también varias traducciones. Del Non posse suaviter vivi secundum Epicurum hay ahora tres traducciones italianas: la de A. Barigazzi, Plutarco. Contro Epicuro, Florencia, 1978, certeramente anotada y con una buena introducción; la que acompaña al citado comentario de Albini, que también hemos tenido siempre a la vista tanto para la traducción como para las notas a este tratado; y la de F. Sircana, Plutarco. Non è possibile vivere felici seguendo Epicuro, Como-Pavía, 1997, correcta pero con introducción breve —y algo desenfocada— y notas mínimas. Del De latenter vivendo existen también de tres traducciones recientes: una inglesa a cargo de D. A. Russell, incluida en su libro Plutarch: Selected Essays and Dialogues, Oxford, 1993, págs. 120-124; otra italiana, que acompaña a la citada edición de Gallo; y una tercera alemana a cargo de U. Berner-R. Feldmeier-B. Heininger-R. Hirsch-Luipold, Plutarch. Ist «Lebe im Verborgenen» eine gute Lebensregel?, Darmstadt, 2000, bilingüe y anotada, con amplias introducciones sobre el autor y la obra e interesantes ensayos interpretativos que facilitan la comprensión del tratado. Del Contra Colotem, en cambio, sólo conocemos la existencia (aunque no hemos podido consultarla) de la memoria de licenciatura inédita de D. Babut, redactada en 1951 y titulada «Le Contre Colotès de Plutarque. Traduction et commentaire», que R. Flaceliére reconoce haber usado con profusión en su artículo sobre «Plutarque et l’épicurisme» citado más adelante. Por lo que respecta, en fin, a traducciones castellanas, sólo tenemos noticia de una del tratado De latenter vivendo, debida a Diego Gracián y publicada en Salamanca en 1571 (Morales de Plutarco, fo. 238v-240: Apologia contra Epicuro Philosopho porque dixo esta razon. Lathe biosas, a saber. Vive de tal manera, que ninguno te sienta aver vivido ) 50 .