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LIBRO V

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Sincronismos

El año en que Arato el Joven [1 ] ejerció el generalato se cumplió alrededor de la subida de las Pléyades 1 , pues entonces el pueblo aqueo efectuaba así el cómputo del tiempo. Por esto, Arato resignó el mando y Epérato 2 [2] le relevó en la capitanía de los aqueos; Dorímaco seguía siendo el general de los etolios. Entonces mismo, [3] o sea a principios del verano, Aníbal, que hacía ya abiertamente la guerra a los romanos, tras partir de Cartagena 3 y cruzar el río Ebro, iniciaba sus operaciones y su marcha hacia Italia. Los romanos enviaron a Tiberio [4] Sempronio Longo al África, al frente de un ejército, y a Publio Cornelio Escipión 4 le mandaron a España. Antíoco III y Ptolomeo IV, rehusando componer sus [5] diferencias acerca de Celesiria 5 mediante legados y negociaciones, se declararon mutuamente la guerra.

Prosecución de la guerra social en el año 218

[6] El rey Filipo de Macedonia andaba escaso de trigo y de dinero para sus tropas y, a través de los arcontes, convocó 6 a asamblea a [7] los aqueos. Éstos, según la ley, se reunieron en Egio 7 , donde Filipo observó que los de Arato estaban predispuestos contra él por las intrigas 8 que los hombres de Apeles, con motivo de las elecciones, habían urdido para perjudicarles. Se dio cuenta, además, de que Epérato 9 era persona de carácter indolente, [8] de quien nadie hacía el menor caso. Todo lo antedicho le llevó a apercibirse de la estupidez de Apeles [9] y Leontio y resolvió atraerse a los Aratos. Convenció a los magistrados de que trasladasen la asamblea a Sición, convocó a los dos Aratos, al padre y al hijo, a una entrevista secreta, e inculpó a Apeles de todo lo sucedido. Les rogó que perseveraran en su política inicial, [10] a lo que ellos se prestaron con agrado. Entonces, Filipo se dirigió a los aqueos y, con la colaboración de los dos jefes citados, logró todo lo que necesitaba para [11] sus designios. En efecto: los aqueos le entregaron inmediatamente cincuenta talentos para el inicio de la campaña 10 , decretaron abonar a las tropas el sueldo de tres meses y añadir, además, diez mil medimnos 11 de trigo. Además, durante el tiempo en que hiciera la [12] guerra conjuntamente con ellos en el Peloponeso, cobraría de los aqueos diecisiete talentos mensuales.

Los acuerdos tomados fueron éstos, y los aqueos [2 ] se retiraron a sus ciudades. Cuando las tropas se hubieron concentrado desde los lugares donde habían invernado, el rey, previa deliberación con sus consejeros 12 , determinó hacer la guerra por mar: estaba persuadido [2] de que sólo así podría aparecer rápidamente, y por todas partes, a sus enemigos y de que éstos apenas podrían prestarse ayuda mutuamente: estaban diseminados [3] por el país, y todos temerían por sí mismos, a causa de que la comparecencia del adversario por mar era tan súbita como imprevisible. Filipo estaba en guerra contra los etolios, los lacedemonios e, incluso, contra los eleos. Tomó, pues, estas decisiones y concentró [4] sus naves y las de los aqueos en Lequeo 13 , donde realizó maniobras continuas: ejercitaba a los hombres de sus falanges y los habituaba al manejo de los remos; los macedonios atendían con sumo interés las órdenes impartidas: si son muy famosos y esforzados en las [5] peleas terrestres libradas en formación, no están menos dispuestos, si se presenta el caso, a la lucha por mar. Son obreros de mucho aguante, no cabe la menor duda, para misiones como excavar fosas, clavar empalizadas, [6] en fin, para cualquier penalidad de este tipo. Hesíodo nos presenta así a los Eácidas:

que gozan en la guerra como en un banquete 14 .

[7] El rey y el ejército macedonio permanecían en Corinto, dedicados a los preparativos y a su adiestramiento [8] en las operaciones navales. Apeles, tan incapaz de ganarse a Filipo como de aceptar aquella humillación, se conjura con Leontio y Megaleas: éstos se harían presentes en el momento oportuno, cometerían errores deliberados y, así, entorpecerían los servicios del rey; él se llegaría a Calcis 15 y, desde allí, se las ingeniaría para que no le llegaran, desde ningún lugar, suministros [9] de ningún tipo para sus operaciones. Tal fue su acuerdo con los hombres citados y, después de ajustar tratos tan perversos con ellos, se fue a Calcis, para lo [10] cual alegó al rey unos pretextos absurdos. Establecido allí, todos le hacían caso, debido al valimiento de que había gozado antes; él se atuvo con tanta firmeza a los juramentos, que al cabo forzó al rey, falto de recursos, a empeñar su propia vajilla de plata, que usaba habitualmente, [11] para sufragar su subsistencia. Cuando se concentró la armada y los macedonios estaban ya debidamente entrenados en el arte de remar, Filipo efectuó una distribución de dinero y de víveres, y zarpó. Al cabo de dos 16 días abordó Patras 17 , con seis mil macedonios y mil doscientos mercenarios.

En aquellos mismos días Dorímaco, el general etolio, [3 ] envió contra Élide a Agelao y a Escopas 18 al frente de quinientos neocretenses 19 . Los eleos temían que Filipo emprendiera el asedio de Cilene 20 , y, por eso, reunieron mercenarios, al tiempo que aprestaban las tropas mismas de la ciudad; además fortificaron cuidadosamente Cilene. Filipo se apercibió de ello: concentró en Dime [2] a los mercenarios aqueos, una parte de sus cretenses 21 y de la caballería gala, y, asimismo, dos mil soldados de a pie de las tropas de élite aqueas 22 , y dejó a estas fuerzas en esa plaza como cuerpo de reserva que, además, le protegería de peligros procedentes de Élide. Él personalmente había escrito previamente a los mesenios [3] y a los epirotas, y aun a los acarnanios y a Escerdiledas 23 con la orden de que tripularan las naves de que dispusieran y salieran a su encuentro en Cefalenia 24 ; zarpó de Patras en el tiempo fijado y abordó [4] en Pronno 25 , en Cefalenia. Se dio cuenta de que esta plaza era difícil de asediar, debido a la estrechez del terreno, de modo que en su navegación avanzó con su [5] escuadra y fondeó delante de la ciudad de Palea 26 . Comprobó que este país es abundante en trigo, capaz de abastecer un ejército entero, por lo que hizo desembarcar a sus fuerzas y acampó delante de la ciudad. Varó las naves en tierra, las rodeó de un foso y de una trinchera, y mandó a sus macedonios a recoger grano. [6] Él se dedicaba a recorrer los alrededores de la población y exploraba por qué lugares resultaba posible aproximar a la muralla las máquinas bélicas para sus obras de asedio; su intención era apoderarse de la ciudad, al [7] tiempo que se reunía con sus aliados. Así privaría, ante todo, a los etolios de su punto de apoyo más necesario, porque los etolios echaban mano de las naves cefalenias 27 para sus desembarcos en el Peloponeso y para sus [8] razzias contra las costas de Epiro y de Acarnania; además, dispondría para sí mismo y para sus aliados de una base muy apropiada contra el territorio enemigo. [9] Cefalenia, en efecto, está situada frente al golfo de Corinto, extendida en dirección al mar de Sicilia 28 ; domina las regiones del Peloponeso orientadas al norte y a occidente, principalmente Élide, y también las partes meridionales y occidentales de Epiro, de Etolia y de Acarnania.

[4 ] La isla era muy adecuada para concentraciones de tropas aliadas y su situación era muy estratégica, tanto para defender los territorios amigos como para atacar los adversarios, por lo que a Filipo le urgía ocuparla y someterla. Observó que la ciudad estaba rodeada por [2] todas partes, ya por el mar ya por unas alturas abruptas; el único llano existente, que era muy reducido, se orientaba hacia Zacinto 29 . Y fue por aquí por donde Filipo proyectó avanzar sus trabajos y realizar las operaciones de asedio. De modo que el rey estaba totalmente entregado a esto. Y se presentaron quince esquifes [3] enviados por Escerdiledas, quien no pudo remitir más, debido a las turbulencias y conjuraciones surgidas entre los reyezuelos ilirios. Procedentes de Epiro, de [4] Acarnania y de Mesenia llegaron también las tropas aliadas fijadas ya de antemano. En efecto, tras la toma [5] de la ciudad de Figalea 30 , los mesenios no pudieron excusarse de participar en la guerra y, desde entonces, se sumaron a ella. Ya dispuesto todo lo necesario para [6] el asedio, Filipo montó las catapultas y las máquinas lanzapiedras en los lugares adecuados para paralizar a los defensores, luego arengó a los macedonios, hizo aproximar las máquinas a los muros enemigos y empezó a minarlos con ellas. Al cabo de poco tiempo dos pletros 31 [7] de muralla carecían ya de cimientos: tanto era el ardor que los macedonios ponían en esta tarea. Entonces el propio rey se acercó al muro e invitó a los de la ciudad a que hicieran las paces con él. Pero los de [8] Palea le desoyeron, y Filipo mandó prender fuego a los puntales, con lo que se vino abajo todo el lienzo de muralla socavado previamente. Logrado esto, envió primero [9] a los peltastas 32 a las órdenes de Leontio, dispuestos en secciones: la orden era forzar el paso por la brecha. Leontio se atuvo a lo pactado con Apeles y retuvo [10] tres veces seguidas a sus jóvenes soldados, que ya habían rebasado el boquete abierto, para que no completaran [11] la ocupación de la plaza; para ello, había sobornado a muchos de los oficiales de rango más alto, y él mismo, con una cobardía afectada, iba saboteando [12] las oportunidades. Y al final fueron rechazados de la ciudad con fuertes pérdidas, a pesar de que hubieran podido derrotar fácilmente al enemigo. Cuando vio la cobardía de sus oficiales y que muchos macedonios habían resultado heridos, Filipo desistió del asedio y deliberó con su corte acerca del futuro.

Invasión de Etolia. Intrigas de los oficiales macedonios

[5 ] Precisamente entonces, Licurgo 33 había marchado sobre Mesenia, y Dorímaco con la mitad de sus etolios había hecho una incursión contra Tesalia; ambos estaban convencidos de que así distraerían a Filipo del [2] asedio de Palea. Ante estos hechos se presentaron al rey unos embajadores de parte de los acarnanios y otros de parte de los mesenios, los primeros para solicitar de él que invadiera Etolia e hiciera desistir, con ello, a Dorímaco de su incursión contra Macedonia: podía irrumpir en el país de los etolios y devastarlo impunemente [3] por entero. Los enviados mesenios también pedían su ayuda. Le informaron de que en aquella época soplaban los vientos etesios 34 , y ello hacía factible efectuar la travesía desde Cefalenia hasta Mesenia en un [4] solo día. Gorgo de Mesenia 35 le demostraba que un ataque contra Licurgo sería un éxito porque sería imprevisto. Leontio, siempre fiel a sus propósitos, apoyaba [5] firmemente a Gorgo porque veía que así a Filipo le llegaría el final del verano sin haber conseguido nada. Navegar hasta Mesenia era ciertamente fácil; lo imposible [6] era hacerse a la mar desde allí si continuaban los vientos etesios. La consecuencia era que Filipo, encerrado [7] con su ejército en Mesenia, se vería obligado a pasar sin operar el resto del verano, mientras los etolios harían correrías por Tesalia y Epiro, pillándolo y devastándolo todo sin miedo. Leontio, pues, lleno de malas [8] intenciones, daba estos consejos y otros por el estilo. Arato, sin embargo, que también estaba allí, representaba la posición contraria: en efecto, sostenía que la [9] travesía debía ser directamente contra Etolia y que debía prestarse atención a las operaciones de allí. Pues como Dorímaco había salido del país en campaña con sus tropas, la ocasión era espléndida para entrar en Etolia y devastarla. Filipo, que ya desconfiaba de Leontio [10] por su negligencia premeditada en el asedio anterior, comprobó, además, la deslealtad del consejo que le daba, es decir que navegara hacia el sur. Y resolvió seguir el parecer de Arato. En consecuencia, escribió a [11] Epérato, el general aqueo, con la orden de que tomara a los aqueos y acudiera en socorro de los mesenios; él zarpó de Cefalenia y, al cabo de dos días, se presentó, de noche, con su escuadra en la isla de Léucade. Tras [12] dragar el canal del mismo nombre 36 , hizo que su flota lo pasara y se adentró en el golfo llamado de Ambracia 37 ; [13] éste, ya citado, es una larga prolongación del mar de Sicilia 38 , que alcanza el corazón mismo de Etolia, [14] como ya hemos constatado más arriba 39 . Hizo la travesía y fondeó poco antes del alba junto a la ciudad llamada Limnea 40 , Allí ordenó a sus tropas que se prepararan la comida, que dejaran la mayor parte de su impedimenta y que se aprestaran a la marcha en las condiciones [15] de la infantería ligera; él reunió a los guías, de los que inquirió, para informarse, cómo eran aquellos lugares y las ciudades establecidas allí.

[6 ] Al tiempo de todo esto, se presentó Aristofanto 41 , el general, con el ejército acarnanio íntegro 42 . En épocas anteriores los etolios habían infligido a los acarnanios muchos y atroces sufrimientos, por lo que ellos ahora estaban dispuestos ardorosamente a la venganza y a [2] inferir daños a los etolios. Esto hizo que aprovecharan gustosos la ayuda que entonces les prestaban los macedonios, y se presentaron en armas no sólo los que por ley debían prestar servicio militar, sino incluso algunos [3] de más edad. Y un arrojo no inferior al de éstos poseía a los epirotas; los móviles eran muy parecidos. Sin embargo, por la gran extensión de su territorio y por lo imprevisto de la aparición de Filipo no lograron concentrar [4] a tiempo a sus tropas. Como ya puntualicé 43 , Dorímaco se había presentado, al frente de la mitad del ejército etolio, y había dejado en el país la otra mitad: creía que esta reserva bastaba para proteger al territorio y a las cíudades ante ataques inesperados. El rey dejó una guarnición suficiente para los bagajes, [5] levantó el campo en Limnea un atardecer, avanzó unos sesenta estadios y acampó. Allí se tomó el rancho y, tras [6] conceder un breve descanso a sus tropas, reemprendió la marcha. Durante toda la noche progresó ininterrumpidamente, alcanzando, instantes después de que amaneciera, las orillas del río Aqueloo, entre las poblaciones de Cónope y de Estrato. Le urgía caer de manera súbita e inesperada sobre el distrito de Termo 44 .

Leontio comprendió que Filipo iba a lograr sus objetivos [7 ] y que los etolios no podrían, por dos razones, afrontar la situación: primero, porque la aparición de los macedonios había sido súbita e inesperada; además, [2] los etolios no habrían ni soñado en esta osadía de Filipo, tan decidido a irrumpir precisamente en la comarca de Termo, que era un lugar muy escabroso. Los acontecimientos, pues, iban a coger a los etolios desprevenidos y sin la menor preparación. Leontio veía todo esto, pero [3] seguía fiel a sus intentos: afirmaba que Filipo debía acampar junto al río Aqueloo, para reponer sus fuerzas tras la marcha nocturna. Con ello, pretendía ofrecer a los etolios por lo menos un respiro en vistas a organizar su resistencia. Pero Arato constató que aquél era el [4] momento justo del ataque y que, además, era claro que Leontio procuraba poner trabas, por lo que conjuró a Filipo que no dejara escapar la ocasión ni la difiriera. Convenció al rey, quien, por lo demás, ya despreciaba [5] a Leontio; Filipo, pues, no cortó el avance, sino que lo [6] prosiguió. Cruzó el río Aqueloo y adelantó rápidamente en dirección a Termo; en su progresión devastaba y [7] destruía el país. En su marcha dejó a su izquierda Estrato, Agrinio y Testieo, a su derecha Cónope, Lisimaquia, [8] Triconio y Fiteo. Alcanzó la ciudad llamada Metapa 45 , situada a la orilla del lago Tricónide. No lejos de ella hay unos desfiladeros, y dista unos sesenta estadios [9] de la región citada de Termo. El rey entró en Metapa, evacuada ya por los etolios, y la ocupó con quinientos soldados; su intención era usarlos como reserva con vistas a su entrada y a su salida por los desfiladeros. [10] Las tierras que circundan el lago son montuosas y abruptas, y además cubiertas de bosque, por lo cual la [11] entrada es angosta y terriblemente difícil. Filipo situó luego a los mercenarios al frente de la columna 46 , a continuación a los ilirios; seguía él con los peltastas y las falanges, y así emprendió el paso por los desfiladeros. Le cerraban la formación los cretenses; a su derecha avanzaban paralelamente por el país los tracios y la infantería [12] ligera. El flanco izquierdo de su columna estaba asegurado naturalmente por el lago, a unos treinta estadios de distancia.

Destrucción de Termo

Filipo rebasó, pues, los lugares [8 ] citados y alcanzó una aldea llamada Panfia 47 . La aseguró también con una guarnición y avanzó en dirección a Termo. La ruta no sólo era muy empinada y escabrosa, sino que a ambos lados había unos precipicios formidables. En algunos [2] lugares el paso era peligroso por lo estrecho. El conjunto de la travesía era de unos treinta estadios. Pero [3] se hizo en un tiempo muy breve, porque la marcha de los macedonios resultó muy viva, de manera que se llegó a las proximidades de Termo al caer de la tarde. Acampó [4] y mandó sus tropas a devastar las aldeas circundantes, a recorrer las llanuras de los termios e, incluso, a saquear las casas mismas de Termo, repletas no sólo de trigo y de provisiones, sino también del excelente ajuar que usaban los etolios. Allí se celebraban anualmente [5] mercados y festivales brillantísimos y, además, las elecciones a las magistraturas 48 , de modo que todos depositaban en este punto los bienes de más valor que poseían, bien para la recepción de los huéspedes, bien para la preparación de las fiestas. Además de la utilidad que [6] les prestaba, creían que aquél era el sitio más seguro, ya que jamás enemigo alguno se había atrevido a invadir aquellos parajes; por su configuración eran tales que venían a ser como la acrópolis de toda Etolia. La comarca, [7] pues, gozaba de paz desde hacía muchísimo tiempo, las mansiones que circundaban el templo 49 rebosaban [8] de riquezas, e incluso todos aquellos rodales. Cargados de botín de todas clases, los macedonios de momento plantaron sus tiendas allí para pernoctar. Al día siguiente seleccionaron lo más valioso y, a la vez, transportable de todo aquel ajuar; amontonaron el resto delante de [9] las tiendas y le pegaron fuego. Y lo mismo hicieron con las armas colgadas en los pórticos: cogieron las que eran más ricas y se las llevaron, cambiaron otras por las suyas, juntaron las demás y las quemaron. Las que ardieron sobrepasaban las quince mil.

[9 ] Hasta aquí todo lo que se hizo fue digno y justo, según las normas de la guerra, pero no sé cómo calificar [2] lo que ocurrió después: los macedonios recordaron lo que los etolios habían perpetrado en Dio y en Dodona 50 y ello les impulsó a prender fuego a los pórticos y a destruir los exvotos 51 que quedaban, muy valiosos por su factura; algunos de ellos habían requerido mucho trabajo [3] y dinero. No se limitaron a maltratar por el fuego las techumbres, sino que lo arrasaron todo, que quedó por el suelo. Derribaron también las estatuas, en número no inferior a dos mil, y, algunas, las hicieron añicos, aunque no las que tenían inscripciones dedicadas a los dioses, o bien les representaban: éstas las respetaron. Y en los muros pintaron aquel verso, ya a [4] la sazón muy citado, de Samos, hijo de Crisógono y hermano de leche del rey; el talento de este poeta ya entonces despuntaba. El verso en cuestión es: [5]

¿Ves hasta dónde voló el tiro del dios? 52 .

Acerca de estas acciones, el rey y su corte estaban imbuidos [6] de una convicción tan profunda como perversa: creían que al obrar así lo hacían con justicia y honestidad, pues vengaban en términos iguales la impiedad de los etolios en el santuario de Dio. Sin embargo, yo [7] creo lo contrario. Son ejemplos de esta misma casa real, y no otros distintos, los que posibilitan examinar fácilmente si llevo en verdad la razón.

Antígono, tras haber derrotado en una batalla en [8] toda regla 53 a Cleómenes, rey de los lacedemonios, se hizo soberano absoluto de Esparta 54 . Y siendo ya dueño [9] de hacer lo que quisiera con la ciudad y los gobernados, distó tanto de maltratar a los que habían caído bajo su dominio, que, todo lo contrario, les restituyó la constitución nacional y la libertad. Concedió grandes beneficios al Estado y a los particulares lacedemonios, y luego regresó a su país. Por consiguiente, entonces [10] mismo los lacedemonios le nombraron «bienhechor» y, cuando murió, le añadieron el título de «salvador» 55 ; todo lo expuesto le concitó fama y gloria inmortales no sólo entre ellos, sino entre todos los griegos.

[10 ] Filipo II, el primer rey que dio prestancia a la dinastía de los macedonios 56 y que inició su preeminencia, venció a los atenienses en la batalla de Queronea 57 , pero no consiguió tanto con las armas como con la condescendencia [2] y la benignidad de su temperamento. La guerra y las armas le sirvieron sólo para imponerse y dominar a sus adversarios, pero con su moderación y su buen sentido se ganó a todos los atenienses, al tiempo [3] que sometía a su ciudad: no añadía nunca la cólera a sus éxitos, sino que pugnaba y buscaba la victoria sólo hasta encontrar un motivo suficiente para mostrar su [4] mansedumbre y su nobleza. En efecto: liberó a los prisioneros de guerra sin exigir rescate 58 , rindió honores a los muertos atenienses y encargó a Antípatro la conducción de sus restos. Proveyó de vestidos a la mayor parte de los que se iban y, así, por su clarividencia, con un mínimo dispendio obtuvo un resultado incomparable: la magnanimidad de Filipo impresionó a los atenienses, [5] tan pagados de sí mismos, y de enemigos que le eran les tuvo como unos aliados dispuestos a todo 59 .

¿Y qué diré de Alejandro? Éste, es cierto, se enojó [6] tan terriblemente contra Tebas, que redujo a sus habitantes a la esclavitud y arrasó la ciudad, que quedó como la palma de la mano, pero en la toma de la plaza no desatendió en absoluto la piedad debida a los dioses: tuvo buen cuidado para que, ni aun involuntariamente, [7] no se profanaran los templos ni tan siquiera los recintos sagrados. Este mismo Alejandro, cuando pasó al [8] Asia, castigó la impiedad con que los persas habían tratado a los griegos: por lo que se refiere a los hombres, intentó cobrarse una venganza condigna a los crímenes perpetrados contra ellos, pero se abstuvo, en absoluto, de tocar los monumentos dedicados a los dioses, por más que los persas precisamente con hechos de este tipo habían cometido los peores atentados en tierras griegas 60 .

Por consiguiente, esto es lo que en aquella ocasión [9] Filipo V hubiera debido evocar en todo momento para mostrarse heredero y continuador de estos hombres mencionados, no tanto de su imperio como de su magnanimidad. Pero él, durante toda su vida puso el máximo [10] empeño en aparecer como descendiente de Filipo II y de Alejandro; en cambio, no mostró el más [11] mínimo interés en imitarles. Y puesto que su proceder fue opuesto al de los hombres citados, cuando fue entrando en años alcanzó entre todo el mundo una reputación contraria a la de ellos 61 .

[11 ] Lo que hizo entonces es un ejemplo válido. Filipo no pensaba realizar nada absurdo cuando su coraje le empujaba a delinquir en respuesta a los sacrilegios de [2] los etolios, a curar un mal con otro mal. Una y otra vez echaba en cara a Escopas y a Dorímaco su irreverencia y su violencia gratuita: aducía sus profanaciones de lo divino cometidas en Dodona y en Dio, y no caía en la cuenta de que al ejecutar algo por el estilo se ganaba, entre los que se enteraban de ello, una fama no distinta. [3] Pues a conquistar y derribar fortines enemigos, puertos, ciudades, vidas humanas, naves y cosechas y a las demás cosas semejantes a éstas, mediante las cuales se puede debilitar al adversario y convertir en más eficaces los medios propios en vistas a los planes que se abrigan, a hacer todo ello obligan las leyes y el derecho de la [4] guerra 62 . Pero maltratar lo que no va a proporcionar ni aportar ninguna ayuda a nuestra empresa ni a inferir ningún daño al enemigo, al menos en lo que atañe a la guerra actual, profanar templos sin motivo y, con ellos, sus imágenes y todos los monumentos de este género, ¿podrá negarse que es obra de un coraje y de un talante [5] rabiosos? Los hombres honestos deben hacer sus guerras no para aniquilar y destruir a los que les han perjudicado, sino para corregir y reformar a los culpables. No se debe exterminar a los inocentes junto con los culpables, antes bien salvar a la vez a los inocentes y a los que parecen tener culpa. Es propio de un tirano [6] obrar sañudamente, imponerse por el terror a unos que le rechazan, ser odiado y odiar a los súbditos; corresponde a un rey 63 , en cambio, ser bienhechor de todos, ganarse el afecto por la propia benignidad y humanidad, presidir y dirigir a quienes lo aceptan de buen grado.

El error cometido entonces por Filipo se puede entender, [7] principalmente, si nos ponemos a la vista el juicio que, lógicamente, hubiera merecido ante los etolios si hubiera hecho lo contrario de lo dicho, si no hubiera destruido ni pórticos ni estatuas, si no hubiera ultrajado los demás exvotos. Yo creo que este juicio [8] hubiera sido el más favorable y humano. Los etolios, conscientes de sus sacrilegios en Dio y en Dodona, hubieran reconocido que entonces Filipo era muy dueño de hacer lo que le viniera en gana, y que si hubiera cometido lo más atroz no hubiera parecido obrar injustamente, al menos en lo referente a ellos: pero su grandeza [9] de ánimo y su bondad le habían inducido a no realizar nada parecido a lo perpetrado por los etolios.

De todo esto se deduce que, de una manera natural, [12 ] éstos se hubieran condenado a sí mismos y hubieran aprobado y admirado a Filipo, porque para con los dioses usaba de una piedad magnánima, digna de un rey, aunque contra ellos mostrara su cólera. Es muy [2] cierto que superar al enemigo en justicia y hombría de bien no es menos útil, sino mucho más, que alcanzar [3] éxitos por las armas: los vencidos ceden, en un caso, a la fuerza bruta, pero en el otro voluntariamente. En un caso la corrección se consigue por medio de grandes pérdidas, en el otro es sin daño como se logra mejorar [4] a los culpables. Y lo que es más importante: en la primera coyuntura el resultado es, en su mayor parte, cosa de los subordinados, en la segunda, por el contrario, la victoria es íntegramente logro de los gobernantes.

[5] Pero seguramente la culpa de todo lo ocurrido allí no debe imputarse totalmente al mismo Filipo, que era muy joven: en su mayor parte debe achacarse a sus cortesanos y colaboradores entonces presentes, entre [6] los cuales estaban Demetrio de Faros y Arato el Viejo. Y aun de ellos dos, no es difícil adivinar, incluso para quien no hubiera vivido aquello, de quién, lógicamente, [7] procedía este asesoramiento. Pues dejando aparte los principios de toda su vida, en los que, tratándose de Arato, no se encontraría nada ni precipitado ni indiscernido, y lo contrario en los de Demetrio, es notorio que tenemos ejemplos concretos de las tendencias de ambos, [8] evidenciadas en casos semejantes. La mención adecuada de esto la haremos cuando llegue el momento oportuno 64 .

Retorno de Filipo a Limnea

[13 ] Filipo (pues de ahí partió mi digresión) recogió lo transportable y se lo llevó. Partió de Termo y realizó el regreso por el mismo camino por el que se había presentado. El botín precedía la formación, seguido por la infantería pesada; había dejado en la retaguardia a los [2] acarnanios y a los mercenarios. Todo su empeño consistía en pasar las angosturas lo más pronto posible, porque recelaba que los etolios iban a establecer contacto con su retaguardia, fiados en la escabrosidad del lugar. Y es lo que ocurrió inmediatamente. Los etolios [3] se habían aprestado a la defensa, concentrándose alrededor de tres mil; mientras Filipo estaba en las alturas no se le aproximaron, sino que permanecieron en lugares retirados. Su comandante era Alejandro de Triconio 65 . Pero cuando la retaguardia macedonia se puso en movimiento, los etolios se lanzaron, al punto, en dirección a Termo y hostigaron a los últimos de la columna. En la [4] citada retaguardia se produjo una confusión, lo que hizo que los etolios redoblaran el ardor de su ataque: llegaron a un cuerpo a cuerpo, fiados en la aspereza de los lugares. Sin embargo, Filipo había previsto esta eventualidad [5] y había emboscado en la base de una colina a los ilirios y a la flor y nata de sus peltastas. Estas [6] tropas arremetieron contra aquellos enemigos que habían avanzado excesivamente en su ataque; los etolios se dieron a la fuga tumultuosamente, campo traviesa. Ciento treinta murieron, y cayeron prisioneros casi otros tantos. Después de esta derrota sufrida por los etolios, [7] la retaguardia macedonia pegó fuego al instante a Panfia, pasó sin peligro los desfiladeros y se unió al resto de las fuerzas macedonias. Filipo había acampado junto [8] a Metapa y se reunió allí con los de su retaguardia. Al día siguiente arrasó esta ciudad, avanzó y estableció su campamento junto a la ciudad llamada Acras. Al [9] otro día, sobre la marcha, fue devastando el país: acampó sobre Cónope y se quedó allí la siguiente jornada. Transcurrida ésta, levantó de nuevo el campo y marchó por las orillas del Aqueloo hasta llegar a Estrato. En este punto cruzó el río y puso sus fuerzas fuera del alcance de los tiros enemigos; desde allí tanteaba a los defensores.

[14 ] Sabía, en efecto, que en Estrato se habían concentrado unos tres mil soldados de a pie etolios, unos cuatrocientos de caballería y unos quinientos cretenses. [2] Pero nadie se atrevía a salirle al encuentro, por lo que Filipo empezó a poner en marcha sus unidades de vanguardia [3] en dirección a Limnea y sus naves. Cuando la retaguardia dejó las proximidades de la ciudad, al principio unos pocos jinetes etolios efectuaron una salida y hostigaron a los hombres que cerraban la marcha. [4] Cuando el contingente de cretenses salió de la plaza y algunos etolios se sumaron a su propia caballería, la batalla se generalizó y la retaguardia macedonia se vio [5] forzada a revolverse y a combatir. Primero, la pugna se mantuvo equilibrada, pero cuando los ilirios corrieron a apoyar a los mercenarios de Filipo, la caballería y los mercenarios etolios cedieron y huyeron a la desbandada. [6] Los del rey les acosaron a casi todos hasta los muros y las puertas de la ciudad, y mataron alrededor de un [7] centenar de etolios. Después de este lance, los de la ciudad ya no hicieron nada más y los de la retaguardia establecieron contacto, ya sin ningún peligro, con su campamento y sus naves.

Filipo en Limnea. Violencias contra Arato

[8] Filipo acampó a primeras horas del día y ofreció a los dioses sacrificios de acción de gracias por el buen desarrollo que habían tenido sus operaciones, y al propio tiempo llamó a sus oficiales, pues quería ofrecerles un [9] banquete a todos. La opinión general era que había penetrado en lugares peligrosos, tanto, que hasta aquel momento no se había atrevido nadie a invadirlos con [10] un ejército. Pero Filipo no sólo había irrumpido en él con sus tropas, sino que había realizado todo lo que se había propuesto y, además, regresó a su base sin sufrir daños. Exultante de gozo por todo ello, preparaba una recepción en honor de sus oficiales. Megaleas y Leontio [11] no soportaban esta buena suerte del rey: Apeles les había ordenado que entorpecieran todas las empresas reales, y ellos no habían logrado hacerlo. Así pues, [12] 〈claramente decaídos〉 porque las cosas les habían salido al revés, con todo, acudieron al banquete 66 .

El rey y los demás comensales sospecharon inmediatamente [15 ] que estos dos no participaban igualmente en la alegría por aquellos acontecimientos. Avanzado el [2] festín, cuando ya se bebía copiosamente y sin freno, Megaleas y Leontio se vieron forzados a imitar a los demás, pero se delataron al punto. Concluida la reunión, [3] impulsados por la embriaguez y la inconsciencia, empezaron a dar vueltas en busca de Arato. Le encontraron [4] cuando ya se retiraba, y primero le insultaban, después la emprendieron a pedradas con él. Una gran muchedumbre [5] se aprestó a apoyar a unos y a otros, por lo que en el campamento se produjo un alboroto y una revuelta. El rey oyó el griterío y mandó a algunos a ver lo que pasaba y a que disolvieran el tumulto. Cuando éstos [6] hicieron acto de presencia, Arato les expuso lo sucedido y adujo como testigos a los circundantes; luego se protegió, dentro de su propia tienda, contra aquellos malos tratos. Leontio se escapó, de forma inexplicable, a través [7] del alboroto. El rey se enteró de lo sucedido, mandó llamar a Megaleas y a Crinón y les reprochó duramente. Pero éstos no sólo no dieron muestras de arrepentimiento, [8] sino que, envalentonados, dijeron que no cejarían en [9] su propósito hasta dar su merecido a Arato. Enfurecido ante estas palabras, el rey ordenó encarcelarles al punto y les exigió una fianza de veinte talentos.

[16 ] Al día siguiente convocó a Arato y le exhortó a no perder el ánimo, porque él mismo prestaría la atención [2] debida a aquella cuestión. Leontio, enterado de lo que había ocurrido a Megaleas, se presentó en la tienda del rey con algunos peltastas; creía que al ser joven el monarca él le asustaría y le haría cambiar al punto de [3] parecer. Se encontró, pues, con Filipo y le preguntó quién se había atrevido a poner sus manos sobre Megaleas, [4] quién había osado encarcelarle. Cuando el rey le contestó sin rodeos que había sido una orden personal suya, Leontio, estupefacto, se marchó hecho una [5] furia y mascullando palabras. El rey zarpó con toda la escuadra, atravesó el golfo y, así que hubo fondeado en Léucade, ordenó a los encargados de distribuir el botín que lo repartieran sin dilaciones; él reunió a sus consejeros [6] y les encargó el juicio de Megaleas. Arato acusó a Leontio de lo que había hecho desde el principio, relató la matanza 67 que organizó en Argos, realizada tras la partida de Antígono; añadió sus compromisos con Apeles y la obstrucción que había realizado en Paleas 68 . [7] Le acusó de todo ello con pruebas y testigos; Megaleas fue incapaz de refutarlos, y los asesores del rey le condenaron [8] por unanimidad. Crinón quedó en la cárcel; para Megaleas, Leontio depositó una fianza 69 .

Y éstas fueron las intrigas de Apeles y de Leontio, [9] que acabaron de una manera radicalmente inversa a sus esperanzas iniciales. Creían, en efecto, aterrorizar a Arato y dejar, así, aislado a Filipo, con lo cual podrían hacer lo que les conviniera a ellos. Pero ocurrió lo contrario.

Invasión de Laconia por Filipo

Por aquellas fechas, Licurgo regresó [17 ] a su país desde Mesenia. No había logrado ningún éxito digno de ser tenido en cuenta, pero luego efectuó otra salida desde Lacedemonia y tomó la ciudad de los tegeatas. Sus habitantes se refugiaron en la acrópolis, y él se [2] aprestó a asediarla. Pero fracasó otra vez totalmente, por lo que se retiró de nuevo a Esparta. Los eleos habían [3] invadido el país de Dime 70 ; atrajeron a una emboscada a la caballería que acudía en socorro de los dimeos y la hicieron volver grupas sin excesivo esfuerzo. En [4] la operación mataron no pocos galos y, de entre los ciudadanos, cogieron prisioneros a Polimedes de Egio, y a Agesípolis y a Diocles, de Dime. Dorímaco, por su [5] parte, había hecho una primera incursión con los etolios. Ya antes expuse su convicción de que podría devastar impunemente Tesalia y de que, con ello, forzaría a Filipo a levantar el cerco de Palea. Sin embargo, se [6] topó con Crisógono y Petreo 71 dispuestos a presentarle batalla en territorio tesalio. Dorímaco no se atrevió a descender a tierras llanas; continuó su avance por las laderas de los montes. Fue entonces cuando le informaron [7] de la penetración de los macedonios en Etolia. Abandonó al instante Tesalia y se dirigió, a marchas forzadas, a socorrer a los etolios. Pero cuando llegó los macedonios ya habían salido del país, de modo que Dorímaco lo falló todo y llegó tarde a todas partes.

[8] Filipo zarpó de Léucade. Durante su travesía devastó el país de Eantia 72 y fondeó con toda su flota en Corinto. [9] Atracó sus naves en el puerto de Lequeo, mandó que las tropas bajaran a tierra y envió correos a las ciudades aliadas del Peloponeso, para fijar el día en que debían presentarse, al atardecer, todos sus hombres armados en la ciudad de Tegea.

[18 ] Listos ya estos preparativos, no permaneció en Corinto ni un instante más, sino que ordenó a sus macedonios que levantaran el campo. Hizo la marcha a [2] través de Argos y, al segundo día, llegó a Tegea 73 . Allí recogió a los aqueos que se habían concentrado y avanzó por regiones montuosas; le urgía pasar desapercibido a los lacedemonios en el momento de entrar en su país. [3] Tras efectuar algún rodeo por lugares deshabitados, al cabo de cuatro días se plantó en las colinas que están frente a la ciudad de Esparta; dejó a su derecha el [4] Meneleo 74 y avanzó hasta alcanzar Amicla 75 . Los lacedemonios contemplaban petrificados y aterrorizados desde su propia ciudad la progresión de los enemigos: [5] lo ocurrido les llenaba de estupor. Reflexionaban todavía, llenos de perplejidad, sobre las noticias que les llegaban acerca de Filipo, de la destrucción de Termo y, en general, de las operaciones de Etolia. Corría, incluso, entre ellos el rumor de que se iba a enviar una ayuda a los etolios, al frente de la cual iría Licurgo. Nadie podía imaginar, en absoluto, debido a la extremada [6] juventud del rey, que más bien inspiraba desdén, que el peligro pudiera abalanzárseles encima, y desde tanta distancia. Lo que allí acaecía era totalmente inesperado, y era lógico que estuvieran llenos de pavor. En general, Filipo acometió sus empresas con más [7] osadía y eficacia de lo que, por su edad, cabía esperar, y así redujo a todos sus adversarios a una situación de apuro y de incertidumbre. En efecto: había zarpado [8] del corazón de Etolia (ya lo afirmé más arriba) 76 , cruzó en una sola noche el golfo de Ambracia y arribó a la isla de Léucade, donde se quedó un par de días. A la [9] madrugada del tercero se hizo de nuevo a la mar, durante la navegación devastó el litoral etolio y atracó en el Lequeo. Después marchó sin detenerse, para ocupar, [10] al cabo de siete días, las colinas que flanquean la ciudad de Esparta, junto al Meneleo 77 . La mayoría de los espartanos veía lo que acaecía sin acabar de darle crédito.

Aquel suceso tan inesperado aterró a los lacedemonios, [11] que, indecisos, no sabían qué hacer.

[19 ] Filipo empezó por acampar junto a Amicla. El lugar de Lacedemonia que lleva este nombre tiene hermosas [2] arboledas y es muy fértil; dista de Esparta unos veinte [3] estadios. Existe allí un recinto de Apolo, en el que se alza el templo quizás más famoso de los que hay en Laconia. Amicla está situada, mirándola desde Esparta, [4] en la vertiente que da al mar. Al día siguiente, Filipo taló las campiñas y descendió hasta el llamado «Campo de Pirro». Durante dos jornadas recorrió y devastó los [5] parajes próximos y acampó en Carnio. Partió de allí y se dirigió a Asine, que atacó inútilmente, por lo que levantó el asedio; desde entonces hacía razzias y devastaba todo el país que se extiende hacia el mar de Creta 78 , [6] hasta el cabo Ténaro. Desvió de nuevo su ruta y realizó una contramarcha hacia las atarazanas de los espartanos, situadas en un lugar llamado Gitio. Este sitio tiene un puerto seguro y dista doscientos treinta 79 estadios [7] de Esparta. No entró, sin embargo, en la plaza, que dejó a su derecha, y estableció sus reales en Helia, que es, en relación con el resto del país 80 , el territorio más [8] hermoso y más vasto de toda Laconia. Desde allí despachaba a grupos de forrajeadores, que incendiaban a mansalva los lugares y destruían las cosechas; estas partidas llegaron a Acrias, a Léucade e incluso al territorio de Bea 81 .

Los mesenios habían recibido los correos de Filipo [20 ] referentes a aquella campaña. En cuanto a ardor, no cedían en nada a ninguno de los aliados, sino que pusieron todo su celo en la marcha. Enviaron la élite de sus hombres, unos dos mil soldados de a pie y doscientos jinetes. Pero su ruta era muy prolongada, y ello [2] hizo que ya no alcanzaran a Filipo en Tegea; de momento quedaron desconcertados, sin saber qué hacer. Temerosos de dar la impresión de una mala voluntad, [3] debido a que ya antes habían levantado sospechas 82 , emprendieron la marcha, a través de Argólide, hacia Laconia, con la intención de unirse al ejército de Filipo. Alcanzaron el fortín de Glimpo 83 , radicado en el mismo [4] límite entre Argólide y Laconia; acamparon allí de manera negligente e inexperta. En efecto, no rodearon su [5] campamento ni de un foso ni de un atrincheramiento, ni tan siquiera miraron por un emplazamiento estratégico; fiados en la adhesión de los naturales del país, se establecieron ingenuamente delante mismo de sus [6] murallas. Pero Licurgo, informado de la presencia de los mesenios, tomó a sus mercenarios y a algunos lacedemonios, y avanzó, ganó aquellos parajes al romper [7] el día y atacó audazmente el campamento 84 . Los mesenios hasta entonces lo habían dispuesto todo pésimamente, y más que nada su marcha desde Tegea, pues no disponían de un número suficiente de hombres, ni se habían confiado a expertos; sin embargo, al menos en la lucha contra el enemigo atacante sacaron el máximo [8] partido de la situación para ponerse a salvo. Así que se apercibieron de la presencia del adversario, lo abandonaron todo y huyeron hacia el interior del territorio, [9] lo cual ocasionó que Licurgo pudiera hacerse con la mayoría de los caballos y con todo el bagaje. Pero no logró prender a ningún soldado de infantería y sólo mató a ocho jinetes.

[10] Tras sufrir este desastre, los mesenios se replegaron [11] hacia su país a través de Argos. Licurgo, envalentonado por aquel éxito, regresó de nuevo a Lacedemonia, e inició preparativos; asesorado por sus amigos, decidió impedir que Filipo saliera del país sin luchar y sin correr [12] peligro. El rey, por su parte, levantó el campo de Helia y se puso en marcha, al tiempo que devastaba el país; al cabo de cuatro días alcanzó de nuevo Amicla con todo su ejército, a cosa de mediodía.

[21 ] Licurgo impartió las órdenes para la batalla a sus oficiales y a sus asesores. Él personalmente salió de la ciudad y ocupó posiciones junto al Meneleo; en total [2] disponía de no menos de dos mil hombres. Se había concertado con los que quedaban en la ciudad que atendieran al momento en que se diera la señal: entonces debían sacar al punto y por muchos lugares las tropas de dentro de la plaza y formarlas delante de los muros por la parte que da hacia el río Eurotas: por allí hay la menor distancia entre el río y la ciudad. Ésta era la [3] disposición de Licurgo y la de sus lacedemonios.

Digresión topográfica. Situación de Esparta

Para evitar que el desconocimiento [4] de estas regiones convierta mi narración en algo vago e impreciso, se debe explicar su naturaleza y su configuración. Esto es lo que pretendemos hacer a lo largo de toda [5] la obra: unir y establecer como un paralelo entre los lugares desconocidos y los que tradicionalmente nos son familiares. La diversidad de los accidentes geográficos [6] son causa de las derrotas en la mayoría de las batallas, tanto terrestres como marítimas; por otro lado, lo que todos deseamos saber no es tanto lo que ocurrió, sino cómo ocurrió 85 . De manera que no se debe [7] descuidar la descripción de los lugares en ninguna acción, y mucho menos bélica; ni hay que ser remiso en tomar como puntos de referencia puertos, mares o islas, o, a su vez, de otro modo, templos, montañas, regiones o topónimos 86 , y, finalmente, los puntos cardinales, [8] pues éstos son lo más familiar a los hombres. [9] En efecto, sólo así es posible proporcionar a los lectores un conocimiento de lo que de otro modo ignorarían. [10] Es algo que ya declaramos más arriba. He aquí las características de la región que tratamos ahora.

[22 ] Esparta posee, en su conjunto, una configuración circular y está asentada en una llanura accidentada en alguna parte por colinas e irregularidades del terreno. [2] Por su lado oriental discurre un río, de nombre Eurotas, casi siempre infranqueable, debido a su caudal. [3] Los altozanos sobre los que está el Meneleo se yerguen al otro lado del río, a poniente de la ciudad: son abruptos, empinados y extraordinariamente altos; desde ellos se domina totalmente el espacio intermedio entre la [4] ciudad y el río, que fluye por la misma raíz de la colina; la anchura de este espacio es no mayor que un estadio y medio.

Filipo derrota al ejército espartano

[5] Filipo debía replegarse forzosamente por ahí: a su izquierda quedaba la ciudad y los lacedemonios formados y dispuestos; a la derecha tenía el río y los hombres de Licurgo apostados en las cimas de las colinas. [6] Además, los lacedemonios habían añadido a las condiciones del país la estratagema de construir un dique corriente abajo, con lo cual las aguas inundaron los terrenos que había entre las colinas y la ciudad; el suelo, empapado, imposibilitaba la penetración en él no sólo de los caballos, sino aun de los soldados de [7] infantería. La única solución que quedaba a Filipo era conducir el ejército por las laderas, al pie de las colinas; pero por allí resultaba difícil recibir apoyo, y su larga columna quedaba expuesta al enemigo.

[8] El rey veía todo esto y, asesorado por sus amigos, creyó que en aquellas circunstancias lo más urgente era expulsar, antes que a los demás, a los hombres de Licurgo de las posiciones que ocupaban junto al Meneleo. Tomó, pues, a sus mercenarios y a sus peltastas 87 , también [9] a los ilirios, cruzó el río y avanzó en dirección a las colinas. Licurgo adivinó las intenciones de Filipo: [10] dispuso a los soldados que estaban con él y les arengó para la batalla; al punto hizo la señal convenida a los de la ciudad. Ante este signo, los oficiales a quienes incumbía [11] sacaron rápidamente a las milicias ciudadanas fuera de las murallas, según las órdenes recibidas, y situaron la caballería en el ala derecha.

Filipo efectuó una aproximación hacia los hombres [23 ] de Licurgo e, inicialmente, lanzó sólo a sus mercenarios 88 . Ello hizo que de momento los lacedemonios [2] combatieran con más brillantez, porque eran muy superiores por su armamento y por la configuración del terreno. Pero luego Filipo mandó a los peltastas en apoyo [3] de los que batallaban: constituían la reserva. Rebasó a los enemigos con sus ilirios, que cargaron contra los flancos adversarios. Alentados por los ilirios y por la [4] reserva de los peltastas, los mercenarios de Filipo redoblaron su coraje en la contienda; los hombres de Licurgo, por el contrario, desmoralizados ante la acometida de la infantería pesada, cedieron y se lanzaron a la fuga. Murieron alrededor de cien y cayeron prisioneros [5] casi otros tantos; el resto logró refugiarse en la ciudad. Licurgo mismo marchó campo a través y llegó a la ciudad por la noche, acompañado de unos pocos. Filipo ocupó las colinas 89 con sus ilirios y con sus peltastas, [6] y su infantería ligera se reintegró al grueso de su ejército. A la sazón, Arato había salido de Amicla con [7] la falange, y se hallaba ya no lejos de Esparta. Filipo [8] cruzó el río, se quedó allí con su infantería ligera y sus peltastas, y también con su caballería hasta que su infantería pesada salvó sin dificultades la angostura pasando [9] por el pie mismo de las colinas. Los defensores de la ciudad se lanzaron a un cuerpo a cuerpo con la caballería que cerraba la marcha, y la lucha se generalizó. Los peltastas se batieron corajudamente, y en aquella ocasión Filipo alcanzó clara ventaja: acosó a los jinetes lacedemonios hasta las puertas de su ciudad, tras lo cual vadeó sin riesgos el Eurotas y se situó en la retaguardia de su propia falange.

[24 ] El día era ya muy avanzado, y Filipo se vio obligado a acampar allí mismo, de modo que plantó sus reales [2] en la salida del desfiladero. Por pura casualidad sus oficiales habían elegido para la acampada un lugar como no encontraría otro que se propusiera hacer una incursión contra el territorio de la Laconia y aun contra [3] su capital. En efecto: en la propia entrada de los desfiladeros en cuestión, el que llega de Tegea o, en general, de tierra adentro y se aproxima a Lacedemonia se encuentra con un paraje distante de la ciudad dos estadios [4] como mucho, situado encima mismo del río. La parte orientada hacia la ciudad y el río está totalmente rodeada por una escarpadura formidable y totalmente inaccesible. Sin embargo, las tierras que coronan estas fragosidades son llanas, húmedas y campales, y admirablemente situadas para hacer entrar o salir a través de [5] ellas un ejército. El que, dueño del altozano que lo domina, acampa en este lugar, da la impresión cierta de haberlo hecho en un sitio seguro 90 : la ciudad está cerca, y además muy cómodo, ya que controla la entrada y la salida del desfiladero.

Filipo, pues, acampó aquí sin riesgo alguno. Al día [6] siguiente mandó que le precedieran sus bagajes, y él formó a sus tropas en la llanura; los habitantes de la ciudad lo veían perfectamente. Aguardó allí algún tiempo; [7] después imprimió a su formación un movimiento rotatorio hacia una de las alas y guió su marcha en dirección a Tegea. Llegó al sitio en el que Antígono y [8] Cleómenes habían librado la batalla y acampó allí. Al [9] día siguiente exploró los terrenos, ofreció sacrificios a los dioses en cada una de las dos colinas (una se llama Olimpo, y la otra Evas) y luego siguió el avance, tras reforzar su retaguardia. Llegó a Tegea, donde vendió [10] todo el botín, después hizo una marcha a través de Argos y se presentó con sus fuerzas en Corinto. Estaban [11] allí unos embajadores rodios y otros quiotas, llegados para tratar de poner fin a la guerra. Entabló negociaciones con ellos y les manifestó, en sus respuestas, que él entonces, y ya mucho antes, estaba dispuesto a una avenencia con los etolios. Despachó, pues, a estos legados con el encargo de que trataran de la paz con ellos. Y él [12] bajó hasta Lequeo y se preparó para hacerse a la mar: debía resolver asuntos importantes en Fócide.

Prosecución y desenlace de la intriga de los oficiales macedonios

Por aquel entonces, Leontio, [25 ] Megaleas y Ptolomeo 91 creían todavía que podían intimidar a Filipo y reparar de este modo sus errores de antes. Se dedicaron, pues, a explicar a los peltastas y a los componentes del [2] cuerpo llamado entre los macedonios agēma 92 que, siendo ellos los que corrían los mayores riesgos, se les trataba injustamente y no percibían lo que, según costumbre, [3] les correspondía del botín. Ello llenó de indignación a los soldados, que se amotinaron y empezaron a expoliar los alojamientos de los cortesanos más conspicuos, a reventar las puertas e, incluso, a destruir la techumbre [4] del palacio real. Ante estos sucesos, toda la ciudad estaba llena de clamor y de confusión. Filipo, debidamente informado, partió a toda prisa de Lequeo y [5] corrió a la capital. Reunió en el teatro a los macedonios, a los que aconsejó, sin dejar por eso de reprocharles [6] sus acciones. Se produjo un gran alboroto y perplejidad, pues unos creían que lo debido era detener y juzgar a los culpables, mientras que otros pensaban que convenía [7] perdonarles y no infligirles ningún castigo. El rey dejó entrever que éstos le habían convencido, dirigió a todos unas palabras de admonición y se fue. Sabía bien quiénes eran los cabecillas del movimiento, pero ante las circunstancias fingió ignorarlo.

[26 ] Este tumulto dio al traste con la oportunidad que se había presentado, de dar un golpe de mano contra [2] Fócide. Leontio perdió totalmente las esperanzas que hasta entonces había abrigado, porque ninguno de sus planes había prosperado, por lo que recurría a Apeles y le mandaba continuamente mensajes para que regresara de Calcis: aducía la mala situación en que se encontraba y las dificultades que le ocasionaban sus diferencias [3] con el rey. Pero, en Calcis, Apeles se había [4] irrogado poderes que rebasaban sus atribuciones; lo explicaba diciendo que el rey era muy joven todavía, que en la mayor parte de asuntos dependía prácticamente de él y que no ejercía su imperio; se atribuía a sí mismo la dirección de los asuntos y la potestad de todo. Esto hacía que los magistrados y los gobernantes [5] de Macedonia y de Tesalia le remitieran a él las cuestiones y que las ciudades de Grecia, en sus decretos, concesión de honores y en sus donaciones, casi ni hicieran mención del rey; para ellas, Apeles lo era todo. Enterado Filipo de ello desde hacía mucho tiempo, llevaba [6] a mal lo que ocurría, y aún más porque Arato estaba a su lado, quien perseguía enérgicamente el logro de sus propósitos. De momento Filipo se aguantaba, y nadie pudo adivinar hacia dónde se encaminaba ni cuál era su intención. Apeles, ignorante de lo que se pensaba [7] acerca de él y persuadido de que si se entrevistaba con Filipo, lo ordenaría todo según su parecer, corrió desde Calcis en ayuda de Leontio. Cuando hubo llegado a Corinto, [8] Leoncio, Ptolomeo y Megaleas, jefes de los peltastas y de los demás cuerpos más destacados, pusieron gran empeño en estimular a los jóvenes para que le tributaran un gran recibimiento. Tras una recepción [9] teatral, debida al gran número de oficiales y soldados que le salieron al encuentro, Apeles, así que llegó, se personó en la estancia regia. Iba ya a penetrar en ella [10] según una costumbre inveterada, pero un ujier, que cumplía órdenes, le impidió el paso, afirmando que el rey estaba ocupado. Apeles no esperaba esto, que le [11] confundió y desconcertó largo rato; al final se volvió y se fue. Y los demás le dejaron al instante sin ninguna clase de disimulo, de manera que acabó por retirarse a sus aposentos, acompañado sólo de sus servidores. Pues es muy breve el lapso de tiempo que encumbra a [12] los hombres por todo lo alto y luego los humilla. Esto pasa más que a nadie a los cortesanos, semejantes de [13] verdad a las fichas del ábaco 93 , que, al albur del que echa las cuentas, valen una moneda de cobre o un talento; los cortesanos, si el rey les da su asentimiento, son felices para luego, al cabo de un momento, caer [14] en desgracia. Megaleas comprobó que el apoyo que esperaban de Apeles les salía al revés, se llenó de pavor y [15] se dio a la huida. Apeles, ciertamente, participaba en las recepciones y en todos los honores, pero era sistemáticamente excluido de los consejos y del trato cotidiano [16] con el rey. Éste, en los días siguientes, se hizo a la mar otra vez desde Lequeo para sus operaciones en Fócide y mandó que Apeles le acompañara. Pero fracasó en su empresa y se retiró de nuevo a Elatea 94 .

[27 ] Entonces Megaleas huyó a Atenas, tras dejar a Leontio como fiador de los veinte talentos que adeudaba. [2] Los generales residentes en Atenas no le admitieron, [3] y se vio forzado a regresar a Tebas. El rey zarpó de Cirra 95 y navegó con sus soldados armados de escudo hasta el puerto de Sición 96 . Desde allí subió a la ciudad, declinó la invitación de los magistrados y se alojó en la residencia de Arato, con quien compartió todo su tiempo; a Apeles le ordenó navegar de regreso a Corinto. [4] Conocedor ya de la huida de Megaleas, el rey envió a los peltastas que antes mandara Leontio a Trifilia, a las órdenes de Taurión; fingió, para ello, una necesidad urgente. Cuando los peltastas ya hubieron partido, ordenó encarcelar a Leontio, ello en calidad de fianza. [5] Pero los peltastas supieron lo que ocurría, ya que Leontio consiguió remitirles un enviado, y entonces ellos dirigieron intercesores al rey, a pedirle que si la detención de Leontio obedecía a alguna otra razón, no se le juzgara de las acusaciones si no era ante ellos, de lo [6] contrario todos se considerarían desdeñados y menospreciados en bloque. Los macedonios, en efecto, siempre gozaron de esta libertad de palabra ante sus reyes. Pero si se trataba de la fianza de Megaleas, ellos mismos [7] aportarían el dinero a escote y la abonarían. El rey, [8] enfurecido por el aprecio que los peltastas mostraban para con Leontio 97 , mandó ejecutarle antes del tiempo en que se lo había propuesto.

Los enviados de Rodas y de Quíos regresaron procedentes [28 ] de Etolia: habían establecido una tregua de treinta días, y declararon que los etolios se avenían a concluir una paz. Habían fijado un día, en el que solicitaban [2] de Filipo que se presentara en Río 98 ; los etolios, por su parte, prometían que iban a hacerlo todo a condición de obtener el fin de la guerra. Filipo aceptó la [3] tregua y escribió a los aliados con la indicación de que enviaran a Patras unos comisionados que deliberarían con él sobre el tratado a concluir con los etolios. Él partió de Lequeo y al cabo de dos días arribó a Patras. Precisamente entonces interceptó unas cartas enviadas [4] desde Fócide por Megaleas a los etolios; contenían una exhortación a éstos para que no perdieran el ánimo y perseveraran en la guerra; Filipo, afirmaba, falto totalmente de recursos, estaba en las últimas. Encima, estas cartas acusaban al rey y le injuriaban en tono pendenciero. Filipo las leyó, se convenció de que detrás de [5] todas estas ruindades estaba Apeles; le puso bajo custodia y le mandó sin dilación a Corinto, junto con su hijo y su favorito. También mandó a Alejandro 99 a [6] Tebas, a prender a Megaleas, para que respondiera de la [7] fianza delante de los jueces. Alejandro cumplió las órdenes, pero Megaleas se suicidó sin esperar el cumplimiento [8] de la orden. Aquellos mismos días, más o menos, [9] murieron Apeles, su hijo y su favorito. De este modo, estos hombres dieron con el fin desgraciado del que se habían hecho acreedores; dejaron de existir principalmente por la desvergüenza con que habían tratado a Arato.

Prosecución de la guerra hasta el fin del invierno del año 217

[29 ] A los etolios, agobiados por la guerra, les urgía concluir la paz, tanto más cuanto que las operaciones les salían contra lo que [2] habían planeado. Creían que al encontrarse con Filipo lo harían con un niño, con un chiquillo, por su edad y su inexperiencia, y dieron con un hombre cabal tanto en sus proyectos como en sus realizaciones; fueron ellos los que se mostraron despreciables y pueriles tanto en su política general como [3] en sus iniciativas parciales. Así que les llegó la noticia del tumulto de los peltastas y de la muerte de Apeles y Leontio, creyeron que en la corte de Filipo se produciría una revuelta dura y difícil, y así iban difiriendo [4] y aplazando el día prefijado en Río. Filipo, por su parte, aprovechó complacido este pretexto: en cuanto a la guerra, abrigaba confianza y, puesto que ya de antemano proyectaba no aceptar una avenencia, intimó a los aliados presentes que no se aprestaran a la paz, sino a la [5] guerra. Él zarpó de nuevo y navegó hasta Corinto. Licenció a todos sus macedonios para que atravesaran Tesalia y se fueran a sus casas a pasar el invierno. Se hizo a la mar en Cencreas 100 . Costeó el Ática por el Euripo 101 y abordó en Demetrias 102 , donde mandó ejecutar a Ptolomeo, [6] tras someterle al juicio de un tribunal macedonio. Era el que quedaba todavía de la facción de Leontio.

Sincronismo

Era el tiempo en que Aníbal, [7] lanzado ya sobre Italia, había acampado frente a las legiones romanas no lejos del río llamado Po. Antíoco había sometido la [8] mayor parte de Celesiria y se dirigió, de nuevo, a invernar; por miedo a los éforos, el rey Licurgo huyó de Lacedemonia a Etolia; resultó que los éforos habían [9] recibido una denuncia calumniosa, según la cual Licurgo iba a dar un golpe de estado; congregaron de noche a la juventud y se dirigieron a la residencia del rey, pero éste, avisado de antemano, logró escapar, acompañado de sus servidores.

Sobrevino el invierno y el rey Filipo se retiró a Macedonia. [30 ] El general de los aqueos, Epérato, era objeto de burlas por parte de las milicias ciudadanas; los mercenarios no le hacían ningún caso. Nadie obedecía sus órdenes y la defensa del país estaba absolutamente descuidada. Pirrias 103 , el general que los etolios habían [2] mandado a Élide, se apercibió de ello. Tenía a su mando mil trescientos etolios, los mercenarios pagados por los eleos y, además, un millar de soldados ciudadanos y doscientos jinetes; en total unos tres mil hombres. Devastaba continuamente no sólo el país de Dime y el [3] de Farea, sino incluso el de Patras. Acabó por acampar [4] en las alturas de un monte llamado Panaqueo 104 , en posición dominante sobre la ciudad de Patras, y taló [5] todo el país que desde Río desciende hacia Egio. En consecuencia, las ciudades, maltratadas y sin recibir ayuda, abonaban de mala gana los impuestos, y los soldados, al ver que se les difería el abono de sus pagas, efectuado siempre con retraso, no se prestaban en absoluto [6] a intervenir. Había, pues, represalias mutuas; las cosas iban de mal en peor y, al final, el cuerpo de mercenarios se disolvió. Todo esto ocurrió por la incapacidad [7] de Epérato, el general. La situación de los aqueos era la que se ha descrito, y al finalizar su período de mando, Epérato lo resignó; los aqueos nombraron general a Arato el Viejo; era a principios de verano. Y ésta era la situación de Europa.

[8] Ahora que hemos llegado a un punto oportuno tanto en la secuencia temporal como en las líneas generales de nuestra exposición de los acontecimientos, vamos a trasladarnos a los hechos de Asia ocurridos en la misma olimpíada que los ya descritos; se hará de ellos la narración correspondiente.

Historia de Asia; preámbulo sobre el método cronológico y la composición de una historia general

[31 ] Prosiguiendo, pues, el plan inicial, nos proponemos ahora exponer, primeramente, la guerra que estalló entre Antíoco y Ptolomeo [2] por Celesiria 105 . Sabemos muy bien que, en esta época en la que interrumpimos la narración de los hechos de Grecia, esta guerra no se había decidido ni acabado; sin embargo, realizamos intencionadamente esta detención en el curso del relato. [3] Estamos convencidos de que hemos proporcionado a los estudiosos conocimientos suficientes para evitar que en sus lecturas de los hechos parciales yerren en su datación: hemos recordado el inicio y el acabamiento de cada uno, los sucesos de Grecia que les fueron paralelos en la olimpíada respectiva y el tiempo de ésta en que ocurrieron. Pensamos, en efecto, que la [4] claridad y la facilidad de asimilación exigen, en esta olimpíada, por encima de todo, no mezclar las acciones indiscriminadamente, antes bien, separarlas y distinguirlas hasta donde sea posible, hasta haber alcanzado la [5] olimpíada siguiente; entonces empezaremos a narrar por años las acciones según hayan sucedido simultáneamente. Nuestro propósito no consiste en exponer [6] algunos hechos, sino una historia general: nuestro intento al redactar la historia es más ambicioso que el de nuestros antecesores, es el máximo, por así decirlo, como ya hemos aclarado anteriormente en algún otro lugar 106 . Esto exige poner el máximo cuidado en la [7] composición y distribución de la materia, para que la ordenación de nuestra obra resulte inteligible tanto en los detalles como en el conjunto. Así se explica este [8] pequeño retroceso hacia los reinados de Antíoco y Ptolomeo: en la narración ahora subsiguiente pretendemos arrancar de unos inicios conocidos y concordantes, método éste el más necesario 107 .

Ya los antiguos afirmaban que el principio es la [32 ] mitad de toda la obra 108 y aconsejaban poner la máxima diligencia, precisamente, en comenzar bien cualquier trabajo. Quizás dieran la impresión de exagerar, pero [2] a mí me parece lo contrario, que no llegaban al fondo de la cuestión. Pues se puede asegurar, sin temor a equivocarse, que el principio no sólo es la mitad del todo, [3] sino que, además, se extiende hasta el final. En efecto: ¿cómo sería posible iniciar correctamente lo que sea sin tener ya presente en el pensamiento el desenlace de la empresa, sin conocer ni el cómo, ni el cuándo, ni la finalidad, ni el lugar de aquello que, quien sea, se [4] propone realizar? Aún más: ¿cómo sería factible recapitular debidamente los temas, si no nos remontamos al principio y examinamos la causa, el punto de partida y la finalidad que nos han llevado hasta determinadas [5] acciones? De modo que, convencidos de que el inicio no sólo alcanza la mitad de la obra, sino que llega hasta el final, tanto los autores como los lectores de historias universales deben poner su máximo esmero en el principio. Que es lo que ahora, ciertamente, intentaremos hacer.

[33 ] No ignoro, naturalmente, que son muchos más los autores que hacen afirmaciones paralelas a la mía, dicen que redactan una historia universal y que han acometido una empresa superior a la de todos sus antecesores. [2] A excepción de Éforo 109 , el primero y el único que realmente se ha propuesto confeccionar una historia universal, omitiré mencionar el nombre y aún más, decir [3] algo acerca de los otros; solamente recordaré que, entre nosotros, algunos historiadores que han compendiado en tres o cuatro páginas la guerra entre romanos y cartagineses, afirman por ello haber compuesto una historia [4] universal. ¿Pero quién es tan ignorante que desconozca que entonces en África y en España, en Sicilia y en Italia se llevaban a cabo las empresas más numerosas e importantes y, además, la guerra contra Aníbal, la más conocida y prolongada, si se exceptúa la siciliana 110 , guerra que nos vimos obligados a observar todos 111 , por su importancia y por temor a las consecuencias que pudo reportarnos? Hay autores que no [5] han llegado ni tan siquiera a lo que en las cronografías redactan, según las ocasiones, los escribanos de la ciudad en los muros oficiales 112 , y afirman haber abarcado todos los hechos de Grecia y de los países no griegos. La causa de esto radica en que es muy fácil atribuirse, [6] de palabra, los máximos trabajos; es difícil, en cambio, llevar a la práctica tales realizaciones, aunque sean unas pocas. Lo primero está ahí, en medio, y es algo accesible [7] a todos los que, por así decir, son capaces de tal audacia, pero lo segundo se da raramente, y son pocos, en esta vida, los que lo han coronado con el éxito. Me ha [8] inducido a declarar todo esto la fanfarronería de los que se engríen de sí mismos y de sus obras. Pero ahora regreso al punto en que interrumpí mi exposición.

Egipto: subida de Ptolomeo IV Filopátor; muerte de Cleómenes

Ptolomeo, el llamado Filopátor, [34 ] así que murió su padre, eliminó a su hermano Magas 113 y a sus partidarios y se hizo con el poder en Egipto. Creía que se había [2] deshecho de peligros internos por sí mismo y por el crimen aludido y que, encima, la Fortuna le había librado de riesgos exteriores, pues Antígono y Seleuco 114 habían muerto. Antíoco y Filipo, que acababan de acceder a sus imperios respectivos, eran muy jóvenes, casi casi [3] unos niños; confiado, pues, en tales circunstancias, se tomó el imperio de manera excesivamente fastuosa. [4] Era inabordable para sus cortesanos y, además, negligente, y no sólo para ellos, sino para los restantes gobernadores de Egipto: para con los encargados de los asuntos exteriores egipcios se mostraba remiso e indiferente. [5] Aquí, precisamente, sus antecesores habían puesto una atención no menor, sino, muy al contrario, mayor que la que dedicaban al mismo gobierno del [6] país, de modo que, debido a su dominio efectivo sobre Chipre y Celesiria 115 , podían amenazar, por mar y por tierra, a los reyes de Siria; acechaban al mismo tiempo a los monarcas asiáticos y, asimismo, a las islas 116 por el mero hecho de controlar las ciudades, puertos y parajes más importantes en la zona costera que va de Panfilia al Helesponto, y también por haber sometido la [8] región de Lisimaquia. Vigilaban también los asuntos de Tracia y de Macedonia, puesto que eran dueños de las ciudades de Enos y Maronia, y aun de otras más [9] distantes. Esta realidad, la de tener tan extendidos sus brazos de este modo, la de haber puesto delante suyo, y a distancia, tantos reinos, lograba que jamás debieran angustiarse por el imperio de Egipto. Era, pues, lógico, el gran empeño que ponían en sus asuntos exteriores. Pero el rey citado administró todos estos negocios sin [10] ningún interés por culpa de sus amoríos indecentes y de sus borracheras absurdas y continuas; naturalmente, bastó poco tiempo para que le surgieran asechanzas, no pocas en verdad, contra su vida y contra su imperio. El que las inició fue Cleómenes de Esparta 117 .

Cleómenes, en efecto, mientras vivió Ptolomeo el [35 ] llamado Evérgetes, con quien se había aliado políticamente con un acuerdo y con garantías 118 , se mantuvo a la expectativa, confiando siempre en que este monarca le proporcionaría la ayuda necesaria para recuperar el reino de su padre. Pero Ptolomeo murió y, [2] a medida que transcurría el tiempo, las circunstancias de Grecia clamaban por Cleómenes: casi decían su nombre. En efecto: Antígono había muerto 119 , los aqueos estaban en guerra, el odio 120 que contra ellos y los macedonios sentían había hecho que etolios y lacedemonios se coaligaran, todo lo cual secundaba ya desde el primer momento los proyectos y los planes de Cleómenes, a quien entonces le apremiaba todavía más darse [3] prisa y salir de Alejandría. Primero gestionó con tenacidad [4] que Ptolomeo le enviara con un ejército convenientemente pertrechado. Desatendido, pidió y suplicó [5] que le permitiera marchar acompañado únicamente de sus servidores, pues la situación le ofrecía recursos suficientes para recuperar el reino de su padre. Pero el [6] rey ni se atuvo a ninguna de estas razones ni previó lo que podía suceder: por las causas mencionadas de un modo estúpido e irracional siempre se hizo el sordo a [7] Cleómenes. Sosibio 121 , que entonces era el que, más que otros, ejercía el control del gobierno, reunió un consejo, en el que se tomaron las siguientes decisiones, [8] por lo que a Cleómenes se refería. Juzgaban improcedente enviarle con una escuadra equipada debidamente, porque no les interesaban nada los asuntos exteriores; la muerte de Antígono les hacía pensar que cualquier [9] gasto en este aspecto iba a ser inútil. Se temían, además, que, tras la muerte de Antígono, no quedara en Grecia nadie que estuviera militarmente a la altura de Cleómenes, por lo cual éste lograría someterla sin excesivo esfuerzo y se les convertiría en un antagonista [10] duro y difícil: había observado a fondo la situación, despreciaba al rey y había podido comprobar que muchas provincias del reino distaban enormemente entre sí y que en todas partes había muchos cabos sueltos, lo cual podía ofrecer ocasiones estúpendas para [11] intervenir. En Samos había muchas naves dispuestas, [12] y en Éfeso, un gran número de soldados. Todas estas causas les hicieron desestimar su petición de mandarle un ejército pertrechado. Pero tampoco creían conveniente menospreciar a un hombre de su talla y dejarle partir, cuando era evidente que les iba a ser hostil y adversario. [13] La única solución que quedaba era retenerle contra su voluntad, pero también ésta fue rechazada por acuerdo unánime, y sin discusión; creían poco seguro que el león y los corderos estuvieran juntos en el aprisco. Quien más temía esto era Sosibio, por la causa que sigue.

[36 ] Cuando se tramaban los asesinatos de Magas y de Berenice 122 , los conspiradores, temerosos de fracasar en su intento, principalmente por la audacia de Berenice, se vieron obligados a lisonjear a todos los cortesanos, y a hacer concebir esperanzas si las cosas se desarrollaban según su voluntad. Entonces Sosibio se [2] apercibió de que Cleómenes, si bien necesitaba del apoyo de los reyes 123 , era hombre de prudencia poco común, y muy clarividente para ver la realidad de las cosas. Le hizo abrigar, pues, grandes ilusiones, y al propio tiempo le comunica sus planes. Cleómenes vio, [3] por su parte, que Sosibio andaba vacilante, porque temía grandemente a los extranjeros y a los mercenarios 124 . Y le hizo cobrar ánimos: le prometió que ningún mercenario le haría el menor daño, antes bien, le serían útiles. Sosibio aún se admiró más ante tamaño anuncio, [4] y Cleómenes exclamó: «¿No te das cuenta de que entre los mercenarios hay casi tres mil peloponesios y un millar de cretenses? Sólo con que yo les haga un signo [5] de mi anuencia, todos se prestarán a apoyarte. ¿Si todos éstos se te unen, a quiénes temes? ¿No será claro —prosiguió— que a los soldados sirios o a los carios?» Sosibio escuchó esto muy complacido, y redobló su [6] ánimo en lo referente a la acción contra Berenice. Junto [7] con esto constataba también la indiferencia del rey, tenía muy en cuenta la audacia de Cleómenes y la adhesión de los mercenarios a la persona de éste. Sosibio, [8] pues, instaba entonces aún más, con el máximo empeño, al rey y a la corte para que Cleómenes fuera detenido [9] y encerrado. Para lograr tal propósito se valió de la siguiente estratagema:

[37 ] Había un tal Nicágoras de Mesenia, que era huésped paterno de Arquidamo 125 , el rey de los lacedemonios. [2] Antes de la época mencionada el trato entre ambos personajes no era muy frecuente, pero cuando Arquidamo se vio obligado a huir de Esparta por el temor que le infundía Cleómenes, y acudió a Mesenia, Nicágoras no sólo le ofreció cordialmente hospitalidad a él y a los suyos, sino que, debido al trato continuo, surgió entre ambos una simpatía y amistad mutuas verdaderamente [3] profundas. Algún tiempo después Cleómenes dejó entrever una esperanza de vuelta y reconciliación con Arquidamo, y Nicágoras se entregó de lleno a [4] enviar negociadores que pactaran las garantías. Ratificadas éstas, Arquidamo regresó a Esparta, fiado en [5] los tratos que había concluido Nicágoras. Pero Cleómenes le salió al encuentro y le mató; perdonó la vida [6] a Nicágoras y a los que le acompañaban. Externamente Nicágoras fingía gratitud a Cleómenes porque le había salvado, pero en su interior llevaba muy a mal lo sucedido, pues se consideraba a sí mismo causante de la [7] muerte del rey. Este mismo Nicágoras había navegado poco tiempo antes hasta Alejandría con un cargamento [8] de caballos. Al bajar de la nave se encontró con Cleómenes y con Panteo, acompañados de Hipitas 126 , que paseaban por el puerto, junto a los mismos muelles. [9] Cleómenes le vio, fue a su encuentro, le saludó cordialmente y le preguntó por el motivo de su presencia. [10] Nicágoras repuso que había venido con un cargamento de caballos, a lo cual comentó Cleómenes: «Pues hubiera preferido, y mucho, que en vez de caballos te hubieras traído gente juerguista y tocadoras de arpa, que es lo que por ahora interesa al rey». Nicágoras se [11] echó a reír, sin hacer ninguna apostilla, pero al cabo de pocos días fue a encontrarse con Sosibio para tratar de los caballos, y le refirió lo que Cleómenes le había dicho. Comprobó que Sosibio le escuchaba con gusto [12] y le manifestó el odio que desde tiempo sentía contra Cleómenes.

Sosibio, pues, se convenció del resentimiento de [38 ] Nicágoras contra Cleómenes. Hizo ya en aquel momento ciertos regalos a Nicágoras, y le prometió más para el futuro; le convenció de que redactara y firmara una carta en que acusara a Cleómenes; debía dejarla allí sellada. Luego, cuando dentro de unos días Nicágoras [2] hubiera zarpado, un esclavo se la llevaría a él, fingiendo que el remitente era Nicágoras. Éste se avino a tales [3] proposiciones, y cuando la carta fue librada a Sosibio por un esclavo —Nicágoras ya se había hecho a la mar—, Sosibio se presentó al rey con la carta y acompañado [4] del esclavo. Éste aseguró que Nicágoras se la había entregado con la orden de hacerla llegar a Sosibio. El [5] contenido de la carta era el siguiente: si no se le envía inmediatamente con los pertrechos y el dinero necesario, Cleómenes se sublevaría al punto contra el gobierno del rey. Sosibio tomó rápidamente esto como pretexto [6] e incitaba al rey y a la corte a no demorar la detención y la puesta bajo custodia de Cleómenes. Lo cual, efectivamente, [7] se hizo, pero se le proporcionó una residencia muy grande, en la cual vivía vigilado. Y esta era la diferencia que le distinguía de los demás encarcelados, que vivía en una prisión más amplia. Cleómenes lo iba [8] considerando todo y, en cuanto a su porvenir, abrigaba malas esperanzas, por lo que decidió intentar lo que fuera, no porque tuviera mucha confianza en salir adelante [9] en sus propósitos (pues no disponía de medios razonables para realizar sus planes), sino porque prefería morir valientemente antes de sufrir algo indigno [10] de su audacia de antes; pensaba, me imagino, y tomaba como lema, aquello que habitualmente se impone a los hombres magnánimos:

Pero me niego a morir aquí sin esfuerzo ni gloria ,

sino después de una gesta que sepan los hombres futuros 127 .

[39 ] De modo que Cleómenes aguardó a que el rey se hubiera ausentado hacia Canopo 128 , y entonces propaló entre sus guardianes el rumor de que el rey iba a ponerle en libertad. Por ello, ofrece un banquete a sus servidores y obsequia a sus vigilantes con coronas, carne y, sobre [2] todo, vino. Sus custodios lo aceptaron sin recelo y llegaron a embriagarse. En aquel momento, Cleómenes tomó a sus amigos que estaban allí y a la gente de su servicio, y en pleno día, sin que los guardias se apercibieran [3] de ello, salieron armados de puñales. Avanzaron y, en medio de una plaza, dieron con Ptolomeo, a quien se había dejado el gobierno de la ciudad. Su escolta quedó pasmada ante tal audacia, por lo cual Cleómenes y los suyos consiguieron hacer bajar del carro a Ptolomeo, a quien pusieron a buen recaudo 129 ; al mismo tiempo iban [4] clamando al pueblo que recuperara su libertad. Pero nadie les hacía el menor caso, ni se sublevaba, por lo inesperado del suceso. Entonces, Cleómenes y los suyos se dirigieron a la ciudadela con la intención de forzar las puertas y lograr así que los encarcelados se les sumaran. Pero también este empeño les falló, porque los [5] centinelas, precavidos ante la intentona, habían asegurado los batientes. Y al instante dirigieron sus manos contra sí mismos, con una presencia de ánimo no desmerecedora en nada de los laconios. Ésta fue la muerte [6] de Cleómenes, un hombre muy hábil en el trato con la gente, muy dotado para dirigir empresas, en suma, varón con dotes de mando y de índole verdaderamente real.

A continuación, y no mucho después, vino la conjuración [40 ] de Teodoto, el gobernador de Celesiria, de linaje etolio. Éste, por un lado, despreciaba al rey tanto por su política como por su vida disoluta y, por el otro, [2] no se fiaba de los cortesanos. No hacía mucho tiempo que había prestado al monarca, entre otros servicios inestimables, una gran ayuda en los primeros problemas que surgieron con Antíoco a propósito de Celesiria 130 , y no sólo no obtuvo ningún agradecimiento, sino que, al contrario, fue llamado a Alejandría, donde casi corrió peligro su vida. Ello le indujo a entrar en tratos [3] con Antíoco para entregarle las ciudades de Celesiria. Antíoco aceptó complacido esta perspectiva y tomó, al punto, la dirección de la empresa.

Siria: la revuelta de Molón

Para proceder con esta dinastía [4] de modo semejante a como lo hicimos con la egipcia, nos remontaremos hasta la época en que Antíoco accedió al poder, a partir de la cual se hará una introducción compendiada a la guerra que nos proponemos historiar 131 .

Antíoco era el hijo menor de Seleuco el llamado [5] Calinico 132 . A la muerte de éste le sucedió en el poder el hermano de Antíoco, Seleuco Cerauno 133 porque era el mayor. Antíoco fijó su residencia en la zona norte [6] del imperio 134 , donde vivió. El rey Seleuco, por su parte, invadió la región del Tauro con un ejército, pero fue asesinado a traición, como ya se indicó más arriba 135 . Entonces, Antíoco le sucedió en el imperio y fue él el [7] rey. Confió el país de acá del Tauro a Aqueo 136 , y el de las provincias nórdicas a Molón y al hermano de éste, Alejandro. Molón era sátrapa de Media, y su hermano lo era de Persia.

[41 ] Ambos despreciaban al rey por su corta edad, y abrigaban la esperanza de que Aqueo compartiría sus proyectos. Hermias 137 era entonces gobernador general, y lo que Molón y Alejandro temían más era su sevicia y perversidad: por ello tramaron una revuelta y la secesión [2] de las satrapías del norte. Este Hermias procedía de Caria y estaba al frente de la administración: Seleuco, el hermano de Antíoco, le había confiado tal cargo con ocasión de su ausencia por la campaña del [3] Tauro. Se encontró, pues, casi por un azar con esta potestad, y le dominaba la envidia contra los que en la corte ostentaban cargos de alguna preeminencia. Era de índole cruel: castigaba a unos por errores que él calificaba de crímenes, a otros les imputaba culpas falsas e imaginarias; era un juez acerbo e inexorable. Su interés principal, en el que puso el máximo empeño, [4] era el de suprimir a Epígenes, que había dirigido la retirada de las tropas salidas a campaña con Seleuco. Hermias constataba que Epígenes era hombre capaz de hablar y de obrar, y que gozaba de gran prestigio entre el ejército. Proyectó suprimirle, pero de momento se [5] contuvo, pues quería siempre aprovecharse de una calumnia que le diera soporte contra el hombre citado. Reunido el consejo 138 para tratar de la defección de [6] Molón, el rey mandó que cada cual expusiera su parecer acerca de cómo se debía enfocar el problema de los sediciosos. El primero que disertó fue Epígenes en el [7] sentido de que la cosa no admitía dilaciones: debían seguirse de cerca los acontecimientos. Lo primordial, lo principal era que el rey hiciera acto de presencia en aquellas provincias y que interviniera en persona precisamente entonces: con ello, o bien Molón, ante [8] la aparición del rey, que se hacía visible a las multitudes al frente de un ejército adecuado, no osaría promover la defección, o bien, si persistía en su propósito [9] y se atrevía, sus mismos soldados le echarían mano al instante, le arrastrarían y lo entregarían al monarca.

Todavía estaba Epígenes en el uso de la palabra y [42 ] decía esto, cuando Hermias, enfurecido, proclamó que desde hacía mucho tiempo Epígenes era un traidor oculto, un conspirador contra la monarquía; ahora, [2] sin embargo, había hecho algo útil: había evidenciado su intento cuando interesadamente planteaba exponer al rey, con sólo unos pocos hombres, al albur de los revolucionarios. Y de momento, como si aquella acusación [3] hubiese sido encendida por un acceso de cólera, dejó a Epígenes: no le demostró hostilidad, sino más [4] bien una dureza intempestiva. En cuanto a él mismo, su propuesta era desdecirse de la campaña contra Molón, que le parecía muy peligrosa porque el rey aún no estaba avezado a empresas guerreras; en cambio, alentaba a una salida contra Ptolomeo, pues creía que en una guerra así no iban a correr peligro: el rey en cuestión [5] era muy indolente 139 . El consejo quedó impresionado ante tales palabras: se mandó contra Molón un ejército, al frente del cual marchaban Jenón y Teodoto Hemiolio 140 . Hermias incitaba a Antíoco continuamente, convencido de que era preciso ponerse manos a la obra [6] en la cuestión de Celesiria; suponía que sólo si el joven rey se veía rodeado de guerras por todas partes, él podría esquivar la rendición de cuentas de sus desmanes pretéritos y, además, podría conservar la potestad de que entonces disfrutaba: lo lograría por las preocupaciones, luchas y contiendas que rodearían continuamente [7] al monarca. Con el mismo objetivo, finalmente, falsificó una carta, que fingió enviada por Aqueo, y la pasó al rey: en ella se declaraba que Ptolomeo le ofrecía la oportunidad de hacerse con el poder de Celesiria; se le aseguraba un apoyo de naves y de dinero si se ceñía la diadema y daba a conocer a todos sus [8] aspiraciones al imperio, detentado ya en realidad por él ahora, pero que rehusaba ostentar 141 al rechazar la [9] corona que la Fortuna le ofrecía. El rey dio crédito a esta carta y se dispuso con entusiasmo a una campaña contra Celesiria.

Cuando Antíoco se encontraba en Seleucia del Puente 142 [43 ] se presentó el almirante Diogneto, procedente de Capadocia, junto al Ponto Euxino. Tenía consigo a Laódice 143 , la hija del rey Mitrídates 144 , soltera, como esposa destinada al rey. Mitrídates se gloriaba de ser descendiente [2] de uno de aquellos siete persas que habían dado muerte al mago 145 ; conservaba el reino de sus ascendientes, junto al Ponto Euxino, reino que antaño les fuera conferido por Darío. Antíoco acogió a la doncella [3] con los honores y la pompa convenientes, y celebró al instante las bodas con un aparato y una magnificencia verdaderamente reales. Concluidas las nupcias, bajó [4] hasta Antioquía 146 , donde proclamó reina a Laódice; después se dedicó a continuar los preparativos para la guerra.

En este tiempo Molón, por su parte, había hecho de [5] las tropas de su satrapía un ejército decidido a todo, tanto por las esperanzas de lucro como por el terror que había infundido a sus oficiales: les había mostrado unas cartas conminatorias, falsas, que fingía haber recibido del rey. Además, tenía un colaborador dispuesto [6] en su hermano Alejandro. Aseguró, pues, la situación de la satrapía mediante sobornos y por la adhesión de algunos magnates, y él marchó con un gran ejército [7] contra los generales del rey. Jenón y Teodoto, alarmados ante aquella incursión, se retiraron a las ciudades. [8] Molón se adueñó de la región de Apolonia 147 ; sus recursos eran abundantísimos. Pero ya antes le hacía temible la gran extensión de territorio que dominaba.

Descripción de la Media 148

[44 ] En efecto: todas las yeguadas de la caballería real están en manos de los medos, que disponen de trigo y de ganado en cantidades prácticamente incalculables. [2] Casi nadie podrá exponer acertadamente la extensión del país y el valor estratégico de su situación. [3] La Media se extiende por el Asia central, y, parangonada con las demás partes del Asia, las supera tanto por su extensión como por la altura de sus cordilleras. [4] Además, tiene por vecinos a los pueblos más fuertes y numerosos. Limita por el norte y el este con las llanuras [5] desérticas 149 que hay entre Persia y Partia; controla y domina las puertas llamadas Caspias, y llega hasta los montes Tapiros 150 , no muy distantes del mar de [6] Hircania. Por el sur llega hasta Mesopotamia y a la región de Apolonia. Su frontera con Persia está protegida [7] por el monte Zagro 151 . La ascensión hasta su cumbre es de unos cien estadios, y en él se abren valles y en alguna parte hondonadas en las que viven los coseos 152 , los corbenes, los carcos y muchos otros linajes bárbaros notoriamente excepcionales por sus dotes guerreras. Media limita por el sur con el país de Sátrapa 153 , [8] relativamente cercano a aquellos pueblos que dan ya al Ponto Euxino. Por el norte la rodean los elimeos 154 , los aniaraces, los cadusios 155 y los matianos 156 ; por su parte domina las regiones colindantes con el [9] lago Meótico 157 . Media en sí está surcada por numerosas [10] cordilleras que la recorren de norte a sur; entre tales cadenas montañosas hay unas llanuras atestadas de ciudades y de aldeas.

Dueño, pues, de un país que ya tenía la categoría [45 ] de reino, Molón se había hecho temible hacía ya largo tiempo, según dije, por la superioridad de su potencia; sin embargo, entonces, cuando pareció que los generales [2] del rey le cedían el campo abierto, que el empuje de sus tropas había crecido porque sus primeras esperanzas habían prosperado según sus cálculos, la impresión que causaba era terrorífica; ningún pueblo del [3] Asia creyó poder ofrecerle resistencia. Molón primero quiso pasar el río Tigris y poner cerco a Seleucia 158 . [4] Pero Zeuxis 159 se adelantó a retirar las embarcaciones fluviales, con lo que frustró la travesía. Molón se replegó entonces a un campamento que tenía en el sitio llamado Ctesifonte 160 , y dispuso que sus tropas pasaran allí el invierno.

[5] El rey, informado de la incursión de Molón y de la retirada de sus generales, se aprestaba, él personalmente, a una segunda campaña contra Molón, dejando de momento la ofensiva contra Ptolomeo; no quería dejar [6] pasar la oportunidad. Pero Hermias, siempre fiel a su primer propósito, envió contra Molón a Jenitas el aqueo a la cabeza de un ejército sobre el cual ejercía el mando absoluto: decía que contra los sediciosos debían luchar generales, pero que contra reyes era el rey mismo quien debía dirigir las operaciones y las batallas decisivas. [7] Debido a la poca edad del rey, tenía avasallado al muchacho, y fue él quien tomó el mando y concentró las tropas en Apamea. Después levantó el campo y se presentó, [8] desde allí, en Laodicea 161 . Tomando esta ciudad como base, el rey pasó a la ofensiva con todo su ejército, atravesó el desierto y llegó al valle llamado de [9] Marsias 162 , situado entre las laderas del Líbano y del Antilíbano. Cuando llega a estos montes, el valle se reduce [10] a un simple desfiladero. Allí donde alcanza su máxima angostura, el valle es de paso difícil por haber en él lagunas y charcas en las que se corta la caña aromática 163 .

Controlan el desfiladero, por un lado, la plaza llamada [46 ] Broquis, y, por el otro, la denominada Guerra 164 ; el paso que hay entre ambas es muy angosto. Antíoco [2] marchó bastantes días por el valle citado, y se ganó las ciudades que hay en él; al final se presentó en Guerra. Pero se encontró que Teodoto el etolio 165 se le había [3] avanzado ocupando Guerra y Broquis; había fortificado con fosos y estacadas la región de los lagos, y había dispuesto guarniciones oportunas. Con todo, Antíoco inicialmente trató de forzar las defensas. Pero tanto la [4] fragosidad del lugar como el hecho de que las fuerzas de Teodoto se mantenían intactas hacían que Antíoco sufriera más pérdidas que las que infligía. Y desistió de su intento. A lo abrupto de aquellos parajes se le [5] sumó la noticia de que Jenitas había experimentado un desastre total y Molón se había adueñado ya del país entero. Antíoco renunció al punto a esta empresa y se aprestó a restablecer la situación de su propio reino.

Desastre de la armada real. Conquistas de Molón

Jenitas, el general enviado con [6] plenitud de poderes, como ya antes se dijo 166 , alcanzó con ello una potestad superior a la que hubiera podido esperar y empezó a tratar a sus amigos con excesiva arrogancia y a ser temerario en sus intentos contra el enemigo. Sin embargo, [7] cuando alzó su campo contra Seleucia llamó a Diógenes, el comandante de Susiana, y a Pitíadas 167 , el jefe de la región del Mar Rojo 168 ; luego salió con su contingente, utilizó como línea de defensa el río Tigris [8] y acampó frente al enemigo. Muchos se le pasaron a nado desde el campamento de Molón y le explicaron que, si cruzaba el río, el ejército íntegro de Molón se le pasaría, pues era objeto del odio de todos, mientras que la inmensa mayoría experimentaba una gran simpatía hacia el rey. Estimulado por esto, Jenitas se dispuso [9] a cruzar el Tigris. Primero fingió que iba a tender un puente en cierto lugar de su curso en el que había un islote, pero en realidad no preparaba nada necesario para tal construcción; por lo que Molón no atendió [10] en absoluto a este proyecto fingido. Jenitas juntaba y [11] aparejaba naves, y ponía en ello gran empeño. Seleccionó, de su ejército, a los hombres más robustos y a los caballos más vigorosos, dejó el cuidado del campamento a Zeuxis y a Pitíadas, y él descendió de noche, por la orilla del río, unos ochenta estadios 169 , alejándose del [12] campamento de Molón. Con las naves cruzó el río sin ningún peligro y acampó, antes de que alboreara, en un lugar estratégico ocupado previamente, circundado en su mayor parte por el río, y asegurado, en la restante, por cenagales y marismas.

[47 ] Avisado de lo ocurrido, Molón envió a su caballería para que obstaculizara a los que aún cruzaban sin dificultad el río y aniquilara a los que ya lo habían traspasado. [2] Los jinetes se aproximaron a los hombres de Jenitas, pero no conocían los parajes, por lo que el enemigo no necesitó hacer nada: se hundían por ellos mismos, quedaban sumergidos en los pantanos sin poder remediarlo; muchos de ellos perdieron la vida. Por su [3] parte, Jenitas abrigaba la convicción de que si se les acercaba, las fuerzas de Molón se le pasarían, de modo que avanzó junto al río, se aproximó al adversario y estableció su campamento no muy lejos del enemigo. Entonces Molón, quizás como un ardid de guerra, quizás [4] porque no confiaba totalmente en sus hombres, no le fuera a ocurrir lo que Jenitas esperaba, abandonó su impedimenta en el campamento y lo levantó marchando rápidamente como hacia Media. Era aún de noche. Jenitas supuso que la fuga de Molón se debía al pánico [5] que su propia marcha le había causado y a que desconfiaba de sus fuerzas. Primero se acercó al lugar donde había acampado el enemigo, y lo ocupó; luego trasladó a este campamento, desde el suyo propio, custodiado por Zeuxis, a su caballería con los pertrechos correspondientes. A continuación reagrupó a sus hombres [6] y les arengó: les dijo que cobraran ánimo y que tuvieran las más hermosas esperanzas en todo, porque Molón había huido. Tras estas palabras, les encargó [7] que se cuidaran y que repusieran fuerzas, pues al día siguiente de madrugada iniciarían la persecución de Molón.

Pero los soldados de Jenitas, confiados y viendo a [48 ] su disposición provisiones de todo tipo en abundancia, se entregaron a comilonas y a borracheras, y a la negligencia fomentada por tales excesos. Cuando hubo alcanzado [2] un lugar suficientemente distante, Molón ordenó a sus hombres que tomaran el rancho, dio la vuelta y regresó; encontró a los enemigos que yacían ebrios, y con la primera luz del día atacó el campamento. Jenitas, pasmado por un suceso tan inesperado, no logró [3] despertar a muchos de sus hombres que dormían la borrachera, por lo que se lanzó rabioso contra el enemigo, y sucumbió. De los que dormían, la mayoría murió [4] en sus propias yacijas; los restantes se lanzaron al río e intentaron cruzarlo a nado para alcanzar el otro [5] campamento. Pero en su mayoría se ahogaron. En el campamento reinaba un desconcierto y una confusión total e indescriptible, pues el pánico y el temor se habían apoderado de todos. El campamento del otro lado estaba a muy corta distancia, y, además, era visible, por lo que los hombres, en su afán de escapar, olvidaron la fuerza de la corriente 170 y las dificultades que [6] ofrecía el río. Estaban como fuera de sí y anhelaban sólo ponerse a salvo, por lo que se iban tirando al agua y lanzaban a ella también las acémilas con sus [7] bagajes, como si el río debiera proporcionarles una ayuda providencial, debiera traspasarles sin peligros al [9] campamento establecido en la orilla opuesta. El espectáculo que ofrecía la corriente era trágico e inusual, pues lo arrastraba todo, además de los hombres que nadaban: caballos, bestias de carga, armas, cadáveres y bagaje de todas clases.

[10] Molón, tras apoderarse del campamento de Jenitas, cruzó el río ya sin peligro, sin que nadie impidiera su avance, pues todos los hombres de Zeuxis habían huido. [11] Se adueñó también de este segundo campamento. Acabó sus operaciones y se presentó con su ejército en [12] Seleucia. En su incursión tomó esta plaza, porque Zeuxis a su vez la había abandonado, y con él Diomedonte 171 , gobernador de Seleucia; Molón prosiguió ya su avance y sometió sin ningún esfuerzo las satrapías del [13] norte. Entró en Babilonia y conquistó la región del Mar Rojo, tras lo cual se presentó en Susa. En su marcha [14] tomó incluso esta ciudad, pero los ataques que lanzó contra su acrópolis resultaron vanos, porque el general Diógenes se le había anticipado a ocuparla. Molón desistió [15] de estas tentativas: dejó allí las fuerzas suficientes para que prosiguieran el asedio, él personalmente levantó el campo sin dilaciones y se dirigió, con el grueso de su ejército, a Seleucia del Tigris. Allí atendió [16] con sumo cuidado a sus hombres, les exhortó, y les estimuló para las operaciones siguientes; conquistó Paropotamia 172 hasta la ciudad de Europo 173 y Mesopotamia hasta Dura.

Cuando Antíoco supo todo esto, como ya apunté más [17] arriba 174 , renunció a sus proyectos sobre Celesiria y se dedicó de lleno a sus nuevas empresas.

Campaña de Antíoco. Desastre de Molón

Entonces el consejo volvió a reunirse [49 ] en sesión y el rey ordenó hablar sobre las medidas a tomar contra los preparativos de Molón. Y otra vez fue Epígenes el primero que tomó la palabra y disertó acerca de la situación presente: dijo que ya antes su recomendación [2] había sido no entretenerse y no permitir que el adversario obtuviera tales victorias; con todo, incluso ahora debían afrontarse los acontecimientos. Hermias se enfureció [3] de nuevo de modo tan vehemente como absurdo y empezó a insultar a Epígenes, al tiempo que se alababa [4] mucho a sí mismo y lanzaba contra él acusaciones calumniosas y falsas. Conjuraba al rey para que una negligencia inconsecuente no le hiciera dejar sus esperanzas [5] sobre Celesiria. Se malquistó con la mayoría de los miembros del Consejo, enojó incluso a Antíoco, y acabó su oposición a duras penas, no sin haber hecho [6] el rey un gran esfuerzo para reconciliarles. La mayoría fue del parecer que las palabras de Epígenes habían sido más precisas y oportunas, por lo que su consejo prevaleció, el de marchar contra Molón, y atender a [7] estas operaciones. Hermias cambió repentinamente de parecer y se atuvo al de los otros: declaró que era indispensable que todos ejecutaran sin excusas lo decidido, y él mismo se mostró muy presto para los preparativos.

[50 ] La concentración de las tropas fue en Apamea, pero allí estalló un motín entre las tropas debido al retraso [2] en la percepción de sus haberes. Hermias cogió al rey consternado y aterrorizado ante aquel movimiento, por la ocasión en que se encontraban, y se ofreció a abonar de su peculio los estipendios debidos a todos, a condición de que se le concediera la exclusión de Epígenes [3] de aquella expedición, pues iba a ser imposible hacer algo razonable en ella cuando había surgido entre los [4] dos tal rencor y enemistad. La petición sentó muy mal al rey, y se empeñó por encima de todo en que Epígenes participara en la campaña: su experiencia bélica era, [5] en efecto, muy grande. Pero al fin, cogido y conquistado como estaba por las intrigas, el cuidado y las lisonjas que la perversidad de Hermias le prodigaba, el rey ya no fue dueño de sí mismo: cedió a las circunstancias [6] y asintió a las exigencias. Epígenes obedeció a las órdenes y se retiró a Apamea 175 ; los miembros del consejo temieron ya los celos de Hermias; las tropas, en cambio, [7] que habían logrado la satisfacción de sus exigencias, cambiaron de parecer y mostraron su adhesión, excepto los cirrestes, al que había hecho posible el saldo de las deudas. Los cirrestes 176 se sublevaron y desertaron [8] en número de seis mil. Durante mucho tiempo crearon problemas, pero al final un general del rey les derrotó en una batalla en la que en su mayoría perecieron; los supervivientes se entregaron a la merced de Antíoco.

Hermias se había ganado así, por el miedo, a los consejeros [9] del rey, y a las tropas, por la liberalidad con que las había tratado; entonces levantó el campo y avanzó, siempre en compañía del monarca. En cuanto [10] a Epígenes, le dispuso la trampa siguiente, con la connivencia y colaboración del gobernador militar de Apamea, Alexis. Redactó una carta, que fingió enviada por [11] Molón al dicho Epígenes; luego, sobornándole con grandes regalos, convence a uno de sus criados que la introduzca en casa de Epígenes y la mezcle con sus documentos. Realizado esto, Alexis se presentó al punto en [12] el domicilio de Epígenes y le preguntó si había recibido alguna carta de Molón. Epígenes lo negó, ofendido 177 , [13] y Alexis exigió que se procediera a un registro. Entró al instante y dio con la carta. La utilizó como pretexto y ordenó la ejecución inmediata de Epígenes. Ante tales [14] hechos, el rey se convenció de la justicia con que se le había eliminado. No así los cortesanos, que sospechaban lo ocurrido. Sin embargo, el miedo les retuvo y no hicieron nada.

[51 ] Antíoco llegó a las orillas del Eufrates, donde concedió un descanso a sus tropas: luego reemprendió la marcha. Alcanzó Antioquía de Migdonia 178 en el solsticio 179 de invierno, y se quedó en esta plaza, con la intención de pasar allí el principio y el período más [2] duro del invierno. Tras una permanencia de cuarenta [3] días, avanzó hacia Liba. Aquí celebró un consejo para deliberar acerca de la ruta por la que se debía avanzar contra Molón, y también sobre el tema del abastecimiento: en qué consistiría y de dónde lo lograrían; [4] Molón se encontraba en la región de Babilonia. Hermias era del parecer que debían marchar paralelamente al Tigris, de manera que este río, el Licos y el Capros 180 [5] les cubrieran el flanco. Zeuxis tenía ante sus ojos la muerte de Epígenes, y exponer su opinión le producía angustia; sin embargo, la ignorancia de Hermias era tan evidente, que se atrevió a aconsejar, aunque a duras [6] penas, la travesía del río Tigris: aducía en su defensa las dificultades que iban a encontrar en una marcha paralela a la corriente fluvial, y que no podrían evitar, tras recorrer territorios muy extensos, otra de seis días a través del desierto para alcanzar el llamado canal [7] real 181 . Si lo encontraban ocupado de antemano por el enemigo, no podrían cruzarlo, en cuyo caso deberían retirarse por el desierto, algo evidentemente peligroso, principalmente por la falta de suministros que iban a [8] sufrir. En cambio, si se pasaba el Tigris, Zeuxis probó que los pueblos 182 del país de Apolonia cambiarían de partido y se pasarían al rey, pues ahora prestaban obediencia a Molón no porque simpatizaran con él, sino simplemente forzados por el miedo. Además, era claro [9] que el ejército dispondría de provisiones en abundancia, ya que el país era muy fértil. Pero el punto más [10] fuerte de su argumentación fue demostrar que con el paso del río a Molón le quedaría cortada la retirada hacia Media, así como también interceptados los refuerzos procedentes de ella. Todos estos factores obligarían [11] a Molón a arriesgar una batalla, y, si no se atrevía a librarla, sus tropas cambiarían al punto de opinión y pasarían a compartir las previsiones del rey.

Esta opinión de Zeuxis fue la que se impuso, y Antíoco [52 ] dividió a su ejército en tres contingentes que atravesaron el río por tres lugares distintos; pasaron también los bagajes. Se dirigieron en seguida directamente [2] hacia Dura 183 , y ya al primer ataque rompieron el cerco a que estaba sometida, pues un general de Molón la asediaba. Después, tras una marcha ininterrumpida de [3] ocho días, rebasaron el monte Órico 184 y alcanzaron los territorios de Apolonia.

La batalla decisiva

Por aquel entonces, Molón fue [4] informado de la presencia del rey. Desconfiaba totalmente de las poblaciones de Susiana y de Babilonia, que había sometido hacía muy poco tiempo y de manera inesperada, temía también que le cortaran la retirada hacia Media, por lo que decidió tender un puente sobre el río Tigris y hacer [5] pasar por él sus fuerzas; su anhelo era, si lo lograba, adelantarse al rey y ocupar la región montañosa de Apoloniátide; tenía depositada su confianza en sus honderos, de los que disponía en gran número; se trata de los llamados cirtios 185 . Realizó sus planes e hizo una [6] marcha rápida, sin detenerse. En el mismo momento que Molón alcanzaba los lugares antedichos el rey salía de Apolonia con todo su ejército: las avanzadillas de ambos bandos, compuestas por infantería ligera, coincidieron [8] en ciertas lomas. En el primer momento trabaron combate y se tantearon mutuamente, pero cuando iban a entrar en la refriega los gruesos de ambos ejércitos, desistieron de ello y se retiraron a sus propios campamentos, que habían establecido a una distancia de [9] cuarenta estadios uno de otro. Sobrevino la queda. Molón había pensado que luchar de día y frente a frente contra el rey era inseguro y difícil para unos sublevados, de manera que se propuso atacar a Antíoco de [10] noche. Escogió a los hombres más aguerridos y fuertes de todo su ejército y dio un rodeo por algunos parajes, pues quería que su arremetida fuera desde lugares más [11] altos. Pero supo que durante la marcha un grupo de diez jóvenes se le había pasado al enemigo; esto le hizo [12] desistir de sus proyectos. Dio al punto la vuelta y se replegó; al despuntar el día compareció en su propio campamento, con lo que todo el ejército se llenó de [13] alboroto y de desconcierto: la llegada de los que regresaban interrumpió el sueño de los que dormían en el campamento, y les llenó de pavor; poco faltó para que lo abandonaran tumultuosamente. En la medida de lo posible, Molón iba calmando la perturbación surgida entre los suyos.

[53 ] El rey tenía preparada ya la batalla, y así que apuntó el día fue sacando todas sus tropas del campamento. Apostó en el ala derecha, primero a los jinetes armados [2] de lanzas, al mando de Ardis 186 , hombre muy ducho en las operaciones bélicas. A continuación dispuso a los [3] aliados cretenses, a los que seguía el contingente de galos rigosagos 187 . Inmediatos a éstos colocó las fuerzas extranjeras y los mercenarios griegos; tocando a ellos, cerraba esta ala la formación de la falange. El ala izquierda, [4] la confió a los llamados «compañeros» 188 , un cuerpo de caballería. Situó a sus elefantes, diez en número, a cierta distancia unos de otros, delante de toda su formación. Distribuyó entre las alas sus reservas [5] de caballería y de infantería, y él ordenó que, así que se trabara el combate, iniciaran una operación envolvente. Luego recorrió las líneas e iba arengando a todas sus [6] fuerzas con unas breves palabras apropiadas al caso. El mando del ala izquierda lo confió a Hermias y a Zeuxis, y se reservó el del ala derecha.

Molón, por su parte, hizo salir a sus tropas no sin [7] dificultades, y a duras penas si pudo ordenarlas, debido a la confusión de la noche precedente. Con todo, dividió [8] su caballería entre las dos alas, de un modo paralelo a la formación enemiga; colocó a los soldados armados de escudo, a sus galos y el conjunto de su infantería pesada, en el lugar que dejaban libre sus dos formaciones de jinetes. Repartió también entre las alas, pero [9] más allá del lugar que ocupaba la caballería, a honderos, arqueros y a las tropas de este tipo. Dispuso también, a cierta distancia unos de otros, los carros armados [10] de hoces 189 . Confió el mando del ala izquierda a su hermano Neolao, y él se reservó el de la derecha.

[54 ] Los dos ejércitos arremetieron uno contra otro. El ala derecha de Molón se mantuvo leal y trabó combate corajudamente contra los hombres de Zeuxis, pero el ala izquierda, así que vio que iba a pelear contra el [2] propio rey, se pasó al enemigo. Ante ello, las fuerzas de Molón flaquearon y las del rey redoblaron su moral. [3] Al comprobar lo que pasaba, Molón, rodeado ya por todas partes, previó los ultrajes a que se vería expuesto si los hombres del rey llegaban a capturarle vivo, y se [4] suicidó. Los que colaboraban con él en la empresa huyeron también, cada uno a su lugar de origen, pero acabaron [5] de manera no distinta. Neolao logró sobrevivir a la batalla y se fue a Persia, a la casa de Alejandro, hermano también de Molón. Allí degolló a la madre y a los hijos de éste; muertos éstos, se infirió la muerte a sí mismo, no sin antes haber convencido a Alejandro de que hiciera lo propio.

[6] El rey saqueó el campamento de los enemigos, mandó crucificar el cadáver de Molón y colocarlo en el lugar [7] más visible de toda Media. Los encargados de ello lo hicieron al punto; trasladaron el cadáver a Calonítide 190 [8] y lo crucificaron en las laderas del Zagros. Tras esto, Antíoco hizo objeto de duros reproches a las tropas sublevadas, pero acabó tendiéndoles la mano; nombró a unos oficiales para que las condujeran a Media y, allí, [9] restablecieran la situación. Él bajó personalmente hasta Seleucia y puso en orden las satrapías circundantes, a las que trató con tacto y benignidad. Pero Hermias, [10] duro como siempre de carácter, echó las culpas de todo a los habitantes de Seleucia e impuso una multa de mil talentos a la ciudad; expulsó de ella a la familia de los adiganes 191 e hizo matar a muchos seleucianos, tras amputarles los miembros o inferirles torturas de otro tipo. El rey apaciguó el furor de Hermias y, por otro lado, [11] dispuso de ciertos asuntos según su propio criterio, con lo que al final restituyó la paz y el orden en la plaza; redujo a ciento cincuenta talentos la multa impuesta por culpa de la necedad de aquella villa. Ya todo en [12] regla, dejó a Diógenes como gobernador militar de Media, y a Apolodoro, de Susiana 192 . Envió a Ticón 193 , intendente general del ejército, como comandante de las provincias del Mar Rojo.

Tales fueron la rebelión de Molón, las revueltas que [13] provocó en las satrapías del norte, sofocadas y liquidadas según se ha explicado.

Muerte de Hermias

Al rey le exaltó esta victoria [55 ] conseguida, y quiso intimidar y llenar de pavor a los reyezuelos bárbaros que tenía más allá de sus satrapías, lindando con ellas. Así evitaría que guerrearan y se pusieran a favor de los que osaran alzarse contra su poder. De modo que [2] organizó una campaña contra ellos, primero contra Artabazanes 194 . Éste, en efecto, daba la impresión de ser el más fuerte y el más activo de tales reyes; dominaba a los llamados satrapios y a los pueblos lindantes [3] con ellos. En este tiempo Hermias temía una expedición contra las regiones norteñas por los peligros que comportaba, y se interesaba, persistiendo en sus planes [4] de siempre, por una campaña contra Ptolomeo. Sin embargo, al llegar la noticia de que a Antíoco le había nacido un hijo, juzgó posible que en la zona nórdica pudiera pasarle algo al rey a manos de los bárbaros, o incluso que se le presentara a él la ocasión de suprimirle, y así dio su opinión favorable a la campaña, [5] convencido de que si se quitaba de en medio a Antíoco, él ejercería la tutoría del niño, y, en realidad, sería él [6] quien detentaría el imperio. Tomados en firme estos acuerdos pasaron el monte Zagro y penetraron en el [7] dominio de Artabazanes, situado junto a Media, de la cual lo separa una cadena montañosa. Por el norte alcanza algunas regiones del Ponto, allí donde éste desciende hasta el río Fasis 195 ; toca también el mar de [8] Hircania. Dispone de soldados de a pie vigorosos, en abundancia, y aún más de jinetes; también se basta a [9] sí misma en los pertrechos bélicos restantes. Este imperio perduraba desde los tiempos de los persas, pues desde la época de Alejandro Magno nadie se había fijado [10] en él. A Artabazanes le asustó la expedición del rey. Era un hombre ya mayor, casi un viejo, y cedió a las circunstancias: firmó los pactos que a Antíoco le parecieron bien.

Se firmó, pues, la paz. El médico Apolófanes 196 , persona [56 ] muy estimada por el rey, comprobaba que Hermias no respetaba ningún límite en el ejercicio de su potestad, por lo que temía por el rey y, lo que es más, recelaba y tenía miedo de lo que pudiera pasarle a él mismo. Por esto, aprovechó la primera oportunidad y habló de [2] ello con Antíoco: le avisó que no se descuidara y que sospechara de la audacia de Hermias, y que no esperara hasta un punto tal que tuviera que afrontar unos hechos como los que acabaron con su hermano 197 . Insistió en [3] la inminencia del peligro y le pidió que tuviera providencia y que se socorriera a sí mismo inmediatamente y a sus amigos. Antíoco confesó, por su parte, que también [4] a él le repugnaba Hermias y que le temía. Le agradeció muchísimo la solicitud con que se había arriesgado a hablarle de aquel sujeto, con lo cual Apolófanes [5] cobró ánimo, al comprobar que no se había engañado en cuanto a la opinión y a los sentimientos del rey. Antíoco, por su parte, rogó a Apolófanes que colaborara [6] no sólo de palabra, sino también de obra, a salvarle a él y a sus amigos. Apolófanes se declaró dispuesto a [7] cualquier cosa; convinieron en simular que al rey le sobrevenían mareos. Así que como medida curativa alejaron durante algunos días a los que habitualmente despachaban con él. Pero a los cortesanos que determinaron, [8] les dieron permiso para que se entrevistaran con el rey privadamente, bajo el pretexto de visitarle. En el momento en que ya dispusieron de hombres aptos [9] para la acción —todos ellos obedecían por el odio que sentían contra Hermias— procedieron a ejecutar sus planes. Los médicos prescribieron a Antíoco salir a pasear [10] por la mañana, a tomar el fresco. Hermias acudió en el momento fijado, y con él, los cortesanos cómplices [11] de lo que se tramaba. Los otros llegaron tarde, porque el rey había salido a tomar el aire mucho antes de [12] la hora acostumbrada. Alejaron a Hermias del campamento a un lugar solitario, y entonces el rey se apartó algo, como para satisfacer cierta necesidad; los otros [13] apuñalaron a Hermias. Así acabó este hombre, quien, a pesar de ello, no sufrió el castigo que sus crímenes [14] hubieran merecido 198 . El rey, libre ya de miedos y de un gran embarazo, alzó el campo y regresó a su país. Todos sus habitantes aprobaban sus acciones y sus proyectos, pero las máximas felicitaciones las recibió, a su paso, [15] por haber suprimido a Hermias. En aquel mismo tiempo, en Apamea, las mujeres mataron a pedradas a la esposa de Hermias, y los niños, a sus hijos.

Secesión de Aqueo

[57 ] Antíoco llegó a su país y licenció a sus tropas para que pasaran el invierno 199 ; al propio tiempo [2] envió legados a Aqueo: le echaba en cara y protestaba, primero, de que hubiera osado ceñirse la diadema y usurpar el título de rey; en segundo lugar, le advertía que no le pasaban desapercibidos sus manejos con Ptolomeo 200 , [3] y que, en general, se movía demasiado. Aqueo, en efecto, aprovechando la ocasión que le ofrecía la campaña del rey contra Artabazanes, convencido de que a Antíoco podía pasarle algo y, aun si no le pasaba nada, confiando que, por lo lejos que el rey se encontraba, se le anticiparía [4] en la invasión de Siria (máxime cuando podía contar con la colaboración de los cirrestes 201 , que habían desertado del rey) y podría hacerse rápidamente con todo el reino, partió de Lidia con su ejército íntegro. Llegó [5] a Laodicea de Frigia 202 y allí se ciñó la corona, y se atrevió a usar por primera vez el título de rey y escribir a las ciudades 203 ; el que le incitaba más a tales cosas era un desterrado, Garsieris 204 . Avanzó sin detenerse y, [6] cuando estaba ya cerca de Licaonia 205 , las tropas se le sublevaron, pues les parecía que la campaña era ya inicialmente contra su rey legítimo, y no estaban de acuerdo con ello. Aqueo entendió el cambio que habían [7] hecho sus hombres y desistió de su proyecto; con la intención de convencer a sus tropas de que ni inicialmente se había propuesto atacar Siria, dio un giro y devastó Pisidia 206 . Con ello proporcionó grandes lucros [8] a su ejército: todos le demostraron adhesión y confianza, y así regresó a su país.

Reanudación de la guerra en Celesiria. Toma de Seleucia

El rey estaba minuciosamente [58 ] informado de todo y enviaba continuamente legados a Aqueo, portadores de amenazas, tal como ya se ha dicho; por lo demás, se había entregado de lleno a los preparativos contra Ptolomeo. Al llegar la primavera 207 concentró sus tropas [2] en Apamea y celebró un consejo con su corte para tratar acerca de cómo debía procederse en la invasión de Celesiria. Fueron muchos los que disertaron sobre el tema, [3] acerca de los parajes, del aprovisionamiento y de la ayuda que se podía esperar de las fuerzas navales. Pero Apolófanes, hombre ya mencionado más arriba, que había nacido en Seleucia 208 , atajó radicalmente todas [4] las opiniones expuestas. Explicó que era una necedad interesarse tanto por Celesiria y organizar una expedición contra ella, y no pensar en Seleucia, dominada entonces por Ptolomeo. Se trataba de una capital y casi era, por así decir, el hogar de la dinastía seléucida. [5] Además del deshonor que representaba para la realeza el hecho de que actualmente los reyes de Egipto mantuvieran en ella una guarnición, la plaza ofrecía grandes [6] y muy considerables ventajas prácticas. Mientras estuviera en poder del enemigo sería un obstáculo enorme [7] para todas las operaciones, porque fuera cual fuera el lugar que pensaran invadir, necesitarían proveer a la defensa de su propio país en grado no menor a los preparativos contra el enemigo, y ello, debido al temor [8] que les infundía esta ciudad; en cambio, si la dominaban, añadió, no sólo estarían en situación de defender sin peligros su propia patria, sino que además el emplazamiento tan estratégico de esta ciudad les representaría un gran apoyo para sus planes y proyectos, tanto [9] navales como terrestres. Estas palabras convencieron a todos, y se acordó proceder antes que a nada a la [10] conquista de la ciudad. Seleucia estaba ocupada, todavía entonces, por una guarnición de los reyes de Egipto [11] desde la época de Ptolomeo el llamado Evérgetes, pues el asesinato de Berenice hizo montar en cólera al rey egipcio, quien marchó contra Siria y se apoderó de esta ciudad 209 .

Éstas fueron las decisiones. Antíoco ordenó al almirante [59 ] Diogneto 210 que zarpara en dirección a Seleucia; él partió de Apamea con su ejército y, cuando estaba aproximadamente a cinco estadios de la ciudad, acampó junto a su hipódromo. Además, envió a Teodoto [2] Hemiolio 211 con una fuerza suficiente al país de Celesiria, para que ocupara los desfiladeros y le protegiera desde ellos las operaciones.

La situación de Seleucia y la disposición natural de [3] los parajes que la rodean es la siguiente: está junto al [4] mar, entre Cilicia y Fenicia, al pie de una montaña enorme llamada el Corifeo 212 . En su ladera occidental [5] este monte está bañado por un extremo del mar que se extiende entre Chipre y Fenicia; en sus vertientes orientales domina el país de Antioquía y de Seleucia. La ciudad, pues, está emplazada en su vertiente meridional, [6] pero separada de él por un barranco profundo y de paso difícil 213 . La población desciende hacia el mar describiendo vagamente un arco; la rodean por casi todas partes precipicios y rocas abruptas. La parte que [7] toca al mar es llana: en ella se encuentra el puerto comercial y los suburbios, fuertemente fortificados. [8] Igualmente el conjunto de la ciudad está asegurado por muros muy costosos y lo exornan con magnificencia [9] templos y palacios suntuosos. Por el lado del mar sólo tiene un acceso escalonado y artificial, cortado continuamente [10] por curvas y cuestas en zigzag. El río llamado Orontes desemboca no lejos de Seleucia; tiene sus fuentes en la región del Líbano y del Antilíbano, atraviesa la llanura denominada Amice 214 y, por ella, llega [11] hasta Antioquía. Fluye por el centro de ella; el gran caudal de su corriente arrastra los desperdicios domésticos; acaba desembocando cerca de Seleucia, en el mar ya citado.

[60 ] Antíoco empezó enviando mensajeros a los comandantes de la plaza: les ofrecía dinero y les formulaba muchas promesas, bajo la condición de tomar Seleucia [2] sin lucha. Fracasado su intento de convencer a los generales, logró, con todo, sobornar algunos oficiales de rango inferior; apoyado en ellos dispuso sus fuerzas; su propósito era atacar por mar con su escuadra, y por tierra, con los soldados que tenía en el campamento. [3] Dividió sus tropas en tres cuerpos de ejército, los arengó con palabras adecuadas al momento y prometió recompensas magníficas y coronas para los hombres, tanto soldados rasos como oficiales, que se distinguieran [4] por su bravura. Asignó a Zeuxis y a sus hombres el paraje de la puerta de la ruta de Antioquía; a Hermógenes, el lugar llamado Dioscurio; a Ardis y a Diogneto les encargó el ataque a las atarazanas y al suburbio: [5] con los cómplices de dentro de la ciudad se había acordado que si lograba conquistarlo por la fuerza, le enfregarían [6] ya la plaza sin más lucha. Dada la señal, se inició violentamente un duro ataque desde todas partes; con todo, el asalto más audaz lo realizaban los hombres de Ardis y de Diogneto. Por los otros lugares los atacantes [7] sólo lograban avanzar, por decirlo así, a gatas y no conseguían efectuar el asalto, porque no podían aplicar las escaleras; en cambio, en el suburbio y en las atarazanas se podían acercar, alzar y aplicarlas sin riesgo alguno. Así que las fuerzas de marinería apoyaron [8] las escaleras a las atarazanas, los hombres de Ardis hicieron lo propio en el suburbio, y atacaron con denuedo. Los de la ciudad no podían acudir a defender adecuadamente estos lugares, porque el peligro se les echaba encima por todas partes; los soldados de Ardis conquistaron rápidamente el arrabal. Tomado éste, los [9] oficiales sobornados corrieron al encuentro de Leontio, el jefe supremo, y le dijeron que creían indispensable enviar legados a Antíoco antes de que la ciudad cayera por la fuerza. Leontio desconocía que aquellos oficiales [10] habían sido sobornados, se alarmó ante su consternación y envió legados a Antíoco para que trataran de la seguridad de todos los ciudadanos.

El rey aceptó la demanda y se acordaron seguridades [61 ] de todas clases a los hombres libres: eran aproximadamente seis mil. Entró en la ciudad y no sólo respetó [2] a los hombres libres, sino que llamó a los desterrados de Seleucia y les restituyó sus haciendas y el derecho de ciudadanía. Luego aseguró con una guarnición el puerto y la ciudadela.

Defección de Teodoto. Antíoco conquista Celesiria

El rey estaba ocupado todavía [3] en tales quehaceres cuando le llegó una carta de Teodoto, en la que le llamaba con urgencia: quería poner en sus manos Celesiria. Esto llenó a Antíoco de perplejidad y de indecisión sobre lo que debía hacer y cómo debía interpretar tales proposiciones. Teodoto era etolio de linaje, había [4] prestado, tal como expuse más arriba, grandes servicios al reino de Ptolomeo, los cuales no sólo no le fueron agradecidos, sino que incluso llegó a peligrar su vida con ocasión de la campaña de Antíoco contra Molón, [5] Entonces odiaba al rey egipcio y no se fiaba en nada de sus cortesanos, por lo que ocupó, él personalmente, Ptolemaida 215 , hizo que Panétolo 216 conquistara Tiro [6] y llamaba a Antíoco con gran empeño. Este rey dejó para más tarde sus planes contra Aqueo, puso de lado todos los demás asuntos, levantó el campo con su ejército y repitió la marcha que ya hiciera otra vez 217 . [7] Atravesó el barranco denominado Marsias, acampó no lejos del desfiladero de Guerra 218 , junto al lago que hay [8] entre los montes. Allí fue informado de que Nicolao 219 , un general de Ptolomeo, estaba junto a Ptolemaida y asediaba a Teodoto. Dejó su infantería pesada, tras ordenar previamente a sus jefes que cercaran a Brocos, el país situado encima del lago y del paso del desfiladero; él recogió su infantería ligera y avanzó con la [9] intención de romper el asedio. Pero Nicolao, sabedor de la presencia del rey, ya se había retirado y había enviado tropas al mando de Lágoras el cretense y de Dorímeno, el etolio, para que se anticiparan y ocuparan [10] los desfiladeros de Berito 220 . En su marcha, Antíoco entró en combate contra estos hombres, les puso en fuga y acampó en la misma cañada.

Allí se le reunió el resto de su ejército, al que arengó [62 ] con palabras adecuadas a sus proyectos, tras lo cual avanzó con todas sus tropas; tenía la moral alta y las perspectivas que se ofrecían le llenaban de entusiasmo. Teodoto, Panétolo y sus hombres le salieron al encuentro [2] y Antíoco les acogió amablemente; ocupó Tiro y Ptolemaida, y se apoderó de los pertrechos que había en ellas. También, de cuarenta naves, veinte de ellas [3] ponteadas, que sobresalían por sus aparejos. Estas veinte disponían de cuatro hileras de remos; las restantes tenían tres, o dos, o una 221 . Todas ellas fueron confiadas al almirante Diogneto. Informado de que Ptolomeo [4] había llegado a Menfis y de que todas sus tropas se habían concentrado en Pelusio 222 , de que además abría los canales del Nilo y cegaba los pozos de agua potable, renunció a un ataque a Pelusio e hizo una marcha para [5] hacerse suyas las ciudades, unas por la fuerza, otras [6] por la persuasión. Las más pequeñas temieron su expedición y se le entregaron; las restantes, confiadas en sus preparativos y en que estaban emplazadas en lugares escabrosos, resistieron. Antíoco las rindió mediante asedio, lo que le llevó algún tiempo.

Diplomacia y preparativos militares en Egipto

[7] Ptolomeo y su corte hubieran debido correr sin dilación a defender sus dominios, atacados con un desprecio tan evidente de los tratados, pero era gente tan incapaz 223 que no podían ni siquiera concebir un plan: [8] hasta tal punto habían descuidado todo lo que afecta a preparativos militares.

[63 ] Agatocles y Sosibio 224 eran, por aquel entonces, los ministros principales del rey y tomaron la única decisión [2] posible en aquellas circunstancias. En efecto, determinaron hacer los debidos preparativos para aquella guerra, pero simultáneamente, enviar embajadores que paralizaran a Antíoco, confirmándole en la opinión que [3] ya anteriormente tenía acerca de Ptolomeo. Antíoco pensaba, en efecto, que Ptolomeo no se atrevería a ir a la guerra, sino que por medio de negociaciones llevadas a cabo por amigos intentaría convencerle para que [4] abandonara Celesiria. Éstas fueron, pues, las decisiones tomadas; Agatocles y Sosibio fueron los encargados de ejecutarlas y despacharon prestamente una embajada a [5] Antíoco, al tiempo que enviaban otras a los rodios y a los bizantinos, a los de Cízico y a los etolios, de quienes lograron que remitieran también legados para tratar de [6] una tregua. La llegada de estas delegaciones y sus idas y venidas como embajadoras delante de ambos reyes proporcionaron a Sosibio y a Agatocles grandes facilidades para ganar tiempo, la demora que exigían los preparativos bélicos. Se habían establecido en Menfis, trataban [7] continuamente con estas embajadas y recibían al propio tiempo las de Antíoco; las entrevistas se desarrollaban con suma cordialidad.

Pero a la vez convocaron y concentraron en Alejandría [8] a los mercenarios que tenían a sueldo en las ciudades exteriores. Enviaron agentes a reclutar más tropas [9] y dispusieron provisiones para las que ya tenían y para las que les iban llegando. Con celo no menor atendían [10] al resto de los preparativos; acudían continuamente y por turno, a Alejandría, para que no fallaran en nada los suministros necesarios con vistas a sus planes. Confiaron [11] la fabricación de las armas y el reclutamiento y selección de soldados a Equécrates de Tesalia y a Fóxidas de Mélite, con quienes colaboraron Euríloco de [12] Magnesia y Sócrates el beocio; se contó, incluso, con Cnopias de Alaria. La elección de estos hombres constituyó [13] de verdad un gran acierto: habían participado en campañas con Demetrio y Antígono, tenían un gran sentido de la realidad y, en general, de lo que exige una campaña. Estos oficiales, pues, se hicieron cargo de [14] aquel cúmulo de tropas, que entrenaban militarmente en la medida en que podían.

Primero, las distribuyeron por países y edades y entregaron [64 ] a cada hombre el armamento adecuado; desecharon totalmente las armas usadas hasta entonces. Después, formaron a estas tropas de manera apropiada [2] a las necesidades del momento; para ello, disolvieron los cuerpos antiguos, formados según las listas de los pagadores. Inmediatamente comenzaron los ejercicios: [3] habituaban a los soldados a obedecer las órdenes de mando y les adiestraban en el manejo correcto del armamento. Finalmente, reunían a los hombres en armas [4] y les arengaban; en este punto fueron de la máxima utilidad Andrómaco de Aspendo y Polícrates de Argos 225 . [5] Estos dos hombres, recién llegados de Grecia, estaban verdaderamente poseídos de un ardor griego y de gran destreza para cualquier eventualidad. Además, sobresalían [6] por sus familias y por sus riquezas, en mayor grado Polícrates, por la antigüedad de su familia y por la gloria adquirida por su padre Mnesíadas en los juegos [7] deportivos. Ambos, pues, en exhortaciones tanto públicas como privadas, infundían coraje y denuedo a sus hombres ante la lucha que se avecinaba.

[65 ] Cada uno de los jefes citados ejercía un mando adecuado [2] a sus aptitudes. Así pues, Euríloco de Magnesia mandaba unos tres mil hombres que formaban el cuerpo llamado de la guardia real. Sócrates el beocio estaba [3] al frente de dos mil peltastas. Fóxidas el aqueo 226 y Ptolomeo de Trasos, y con ellos Andrómaco de Aspendo adiestraban en el mismo campo 227 a la falange y los [4] mercenarios griegos; a la cabeza de la falange estaban Andrómaco y Ptolomeo, a la de los mercenarios, Fóxidas; la falange constaba de unos veinticinco mil hombres; [5] los mercenarios eran unos ocho mil. La caballería de palacio 228 , unos setecientos hombres, la instruía Polícrates, que hacía lo propio con la africana y la de los [6] nativos; en total mandaba unos tres mil hombres. Equécrates el tesalio había entrenado muy eficazmente al contingente griego y al cuerpo de caballería mercenaria, en total unos dos mil hombres, y dio un gran rendimiento [7] en el momento de la batalla. Pero nadie superó en el esfuerzo de ejercitar a sus hombres a Cnopias el alariota, que mandaba el contingente de cretenses, unos tres mil hombres; entre ellos había mil neocretenses 229 al mando de Filón de Cnosos. Armaron a tres mil africanos [8] a la manera macedonia; los mandaba Ammonio de Barca. El cuerpo de ejército egipcio constaba de veinte [9] mil soldados de la falange, a las órdenes de Sosibio, Además habían reunido un conglomerado de tracios y [10] de galos, unos cuatro mil, instalados e instruidos en el país, y otros recién reclutados, unos dos mil, todos, al mando de Dionisio de Tracia.

Éste era, pues, el ejército que adiestraba Ptolomeo; [11] el número de sus hombres era el indicado, así como la naturaleza de su armamento.

Negociaciones entre Antíoco y Ptolomeo

Antíoco había cercado la ciudad [66 ] llamada Dura 230 , pero no lograba nada, por lo abrupto del terreno y también por los socorros que la plaza recibía de Nicolao. Llegó [2] el invierno 231 y consintió en pactar con los embajadores de Ptolomeo una tregua de cuatro meses; en conjunto condescendió a unas condiciones más humanas. Esto [3] es lo que hizo, lo cual distaba mucho de su verdadera intención; su interés radicaba en no estar mucho tiempo fuera de su propio país; sus tropas hibernarían en Seleucia, pues era cosa clara que Aqueo conspiraba abiertamente contra sus intereses y que favorecía sin disimulos de ninguna clase a los de Ptolomeo. Fijados [4] tales acuerdos, Antíoco remitió a los embajadores con el ruego de que le precisaran, a la mayor brevedad posible, las intenciones de Ptolomeo y que acudieran de nuevo a su encuentro, en Seleucia. Dejó guarniciones [5] suficientes en cada lugar, confió a Teodoto el gobierno general y partió. Llegó a Seleucia y licenció a sus tropas [6] para que pasaran el invierno. Y desde entonces ya no se preocupó de ejercitarlas, convencido de que el problema no se resolvería por una batalla: ciertas partes de Fenicia y Celesiria ya las controlaba, y esperaba tomar las restantes, que se avendrían a ello mediante [7] negociaciones. Realmente, Antíoco pensaba que Ptolomeo no llegaría, en absoluto, a librar una batalla decisiva. [8] Y lo mismo pensaban sus embajadores, puesto que Sosibio, que había fijado su residencia en Menfis, [9] conducía las negociaciones con suma cordialidad, y, por otro lado, evitó siempre que los legados remitidos a Antíoco pudieran ver los preparativos bélicos que se hacían en Alejandría.

[67 ] Pero cuando los embajadores se le presentaron aún [2] otra vez, Sosibio ya lo tenía dispuesto todo. Antíoco, por su parte, siempre que se entrevistaba con los enviados, ponía el máximo empeño en demostrar su superioridad no sólo militar, sino también en lo concerniente a su causa, que era más justa que la de los alejandrinos. [3] Cuando los embajadores acudieron a Seleucia, siguieron las instrucciones de Sosibio y se avinieron a discutir separadamente cada una de las cláusulas del tratado. [4] El rey negaba que jurídicamente fuera una ilegalidad el atentado 232 cometido y la aparente injusticia que representaba [5] su ocupación actual de Celesiria: esta acción no debía en modo alguno ser reputada contraria a derecho, pues se limitaba a reclamar unos territorios que [6] ya le correspondían. Afirmaba, en efecto, que la primera conquista de Celesiria, por parte de Antígono el Tuerto, y su posterior administración por parte de Seleuco 233 eran títulos de propiedad justísimos y supremos, por los cuales dicho país le correspondía a él y no a Ptolomeo. Ptolomeo había hecho la guerra a Antígono [7] sin buscar un provecho propio, sino para entregar a Seleuco el dominio del país en cuestión. Pero su argumento [8] más contundente era el común acuerdo de los reyes tras su victoria sobre Antígono: en su deliberación coincidieron los tres a la vez, Casandro, Lisímaco y Seleuco, en que Siria correspondería íntegramente a este último 234 . Los embajadores de Ptolomeo procuraban [9] defender la tesis contraria: subrayaban la injusticia presente y afirmaban que lo sucedido era una enormidad: consideraban que la traición de Teodoto y la invasión de Antíoco significaban una violación de los tratados. Aducían como prueba la ocupación por Ptolomeo [10] Lágida y alegaban que este Ptolomeo había prestado ayuda a Seleuco en la guerra bajo la condición de conferirle el dominio de toda el Asia, pero reservándose para él Celesiria y Fenicia. Estos argumentos y otros [11] semejantes fueron repetidos muchas veces por los dos bandos en las entrevistas de las negociaciones, y al final no sacaron nada en limpio, porque los tratos los sostenían amigos de los dos monarcas y no había allí un mediador capaz de refrenar e impedir la predisposición manifiesta a transgredir los límites de la justicia. La [12] máxima dificultad para ambos bandos la constituía Aqueo, pues Ptolomeo pretendía incluirle en los pactos, mientras que Antíoco no quería ni oír hablar de ello: [13] juzgaba escandaloso que Ptolomeo diera protección a los rebeldes, y aún más que se hiciera mención de un tipo de éstos.

Reanudación de la guerra de Celesiria. Batalla de Plátano. Toma de Rabatámana

[68 ] Así pues, los dos bandos se hartaron de enviarse mutuamente unas embajadas que no adelantaban ni un paso hacia un tratado. Llegó la primavera y Antíoco concentró sus fuerzas con la intención de invadir por mar y por tierra Celesiria y conquistar las partes restantes [2] de esta provincia. Ptolomeo confió el mando supremo a Nicolao, proveyó de suministros en abundancia la región de Gaza 235 y envió fuerzas terrestres y marítimas. [3] Con estos refuerzos Nicolao reanudó animosamente las hostilidades, presto a ejecutar cualquier orden, pues contaba con la colaboración del almirante Perígenes, [4] colocado por Ptolomeo al mando de una armada que constaba de treinta naves ponteadas y más de cuatrocientas [5] unidades de transporte. Nicolao era de linaje etolio y, por lo que se refiere a la guerra, no cedía, ni en empuje ni en coraje ante nadie de los que militaban [6] en el bando de Ptolomeo. Se anticipó a ocupar con parte de su ejército el desfiladero de Plátano 236 y, con el resto, mandado personalmente por él, la ciudad de Porfirea 237 ; por aquí vigilaba la penetración del rey, al tiempo que su armada había fondeado no muy lejos.

[7] Antíoco llegó hasta Márato 238 y allí se le presentó una delegación de los aradios para tratar de una alianza. Antíoco no sólo la aceptó, sino que compuso unas antiguas diferencias surgidas entre ellos y reconcilió a [8] los aradios insulares con los del continente. Inmediatamente entró en territorio adversario por el lugar llamado Teoprosopo 239 y se presentó en Berito; durante su marcha había ocupado Botris 240 y había incendiado Triere 241 y Cálamo 242 . Desde allí envió por delante a [9] Nicarco y a Teodoto con la orden de apoderarse de los pasos angostos que se encuentran junto al río llamado Lico; él tomó el grueso del ejército, avanzó y acampó junto al río Damuras 243 ; el almirante Diogneto navegaba siempre paralelamente a su avance. Allí se reunió [10] con la infantería ligera de su ejército mandada por Teodoto y Nicarco, y partió para reconocer los terrenos abruptos ocupados de antemano por Nicolao. Comprobó [11] las peculiaridades de aquellos parajes y, de momento, se retiró a su campamento; al día siguiente dejó en él a la infantería pesada al mando de Nicarco, y él avanzó, con el resto de sus tropas, para ejecutar sus planes.

En este lugar los contrafuertes de la cordillera del [69 ] Líbano reducen la zona costera a un espacio angosto y muy limitado, obstruido además por densos matorrales, por lo cual el único paso, junto al mar, es estrecho y difícil. Éste era precisamente el lugar en el que Nicolao [2] había tomado posiciones: había ocupado estos reductos con el grueso de sus tropas y había asegurado otros con fortificaciones hechas a mano; tenía la convicción absoluta de que impediría fácilmente la invasión de Antíoco. El rey dividió su ejército en tres cuerpos. [3] El primero, lo puso al mando de Teodoto, con la orden de atacar y de forzar el paso por los mismos contrafuertes [4] del Líbano. El segundo cuerpo lo confió a Menedemo 244 , instándole con vehemencia que intentara abrirse [5] camino por la zona de los matorrales. Apostó junto al mar al tercer cuerpo de ejército, acaudillado por Diocles, [6] el general de Parapotamia 245 . Él se quedó en el centro, con su escolta 246 : quería abarcarlo todo con la [7] vista, e ir a prestar apoyo allí donde hiciera falta. Al mismo tiempo, Diogneto y Perígenes, ya dispuestos, se [8] aprestaban a una batalla naval; se aproximaban lo más posible a tierra; intentaban que la refriega terrestre y [9] el combate por mar ofrecieran un solo frente. Se hizo una única señal y se dio una sola orden; todos se lanzaron al ataque. La batalla naval en su inicio se mantenía indecisa, porque el número de naves y los aparejos [10] eran sensiblemente iguales en ambas escuadras. En cuanto a la liza terrestre, primero llevaban ventaja las fuerzas de Nicolao, apoyadas en la aspereza del terreno. Pero, pronto, Teodoto y sus hombres hicieron retroceder a los defensores del contrafuerte y atacaron, desde posiciones más elevadas, al grueso del ejército enemigo. Los soldados de Nicolao volvieron la espalda y huyeron, [11] todos, a la desbandada. En la fuga murieron unos dos mil y otros cayeron prisioneros, en número no inferior. [12] Todos los restantes lograron replegarse a Sidón. Perígenes, que en la batalla naval tenía mejores perspectivas, cuando vio la derrota de los suyos por tierra dio la vuelta y se retiró sin peligro alguno a sus bases.

[70 ] Antíoco tomó sus tropas, llegó a las cercanías de [2] Sidón 247 y plantó allí su campamento. Pero renunció a tantear la ciudad: ésta poseía recursos abundantes y una gran masa de hombres, tanto de habitantes propiamente dichos como de refugiados allí. Tomó su ejército [3] e hizo una marcha en dirección a Filoteria 248 , y ordenó a Diogneto, su almirante, que regresara a Tiro con su flota. Filoteria está en la orilla misma del lago [4] en el que entra el río llamado Jordán, para volver a salir hacia la llanura de la villa llamada Escitópolis. Se apoderó, mediante negociaciones de las dos ciudades [5] mencionadas, con lo cual cobró ánimo para las empresas inminentes, porque los territorios controlados desde ambas poblaciones podían abastecer fácilmente a su ejército y proporcionarle en abundancia lo necesario para su campaña. Aseguró ambas plazas por medio de [6] guarniciones, rebasó los terrenos montañosos y alcanzó Atabirio 249 , que está encima de una loma que tiene forma de pecho: su ascensión exige un recorrido de más de quince estadios. Aquí fue mediante una emboscada [7] y una estratagema como se apoderó de la ciudad; en [8] efecto: provocó a los defensores de la plaza a una escaramuza, e hizo bajar excesivamente a los enemigos que combatían a vanguardia; los que fingían huir se revolvieron, y otros hombres que se habían emboscado se lanzaron a su vez al asalto y mataron a muchos contrarios. Al cabo, acosó al enemigo despavorido y en el [9] ataque logró conquistar la ciudad. Fue en esta ocasión [10] cuando se le pasó Quereas, uno de los oficiales 250 a las órdenes de Ptolomeo. Antíoco le trató con magnificencia [11] y, así, sedujo a muchos oficiales enemigos, pues no mucho más tarde, también se le presentó Hipóloco el tesalio con cuatrocientos jinetes del contingente de Ptolomeo. [12] Asegurada la plaza de Atabirio, Antíoco levantó el campo, avanzó y se le rindieron las ciudades de Pella 251 , de Camún y de Guefrún.

[71 ] Ante los éxitos alcanzados, los habitantes de Arabia, región colindante, se aconsejaron mutuamente y se pasaron [2] todos de golpe a Antíoco. Contra lo que ellos esperaban, éste aceptó incluso sus suministros y avanzó. Llegó a Gálatis 252 , donde venció a los ábilos y a los que les prestaban ayuda; a estos últimos les mandaba Nicias, [3] un pariente próximo de Meneas. Quedaba todavía Gádara 253 , plaza que, seguramente, en aquellos lugares, sobresale por sus fortificaciones. Pero Antíoco acampó junto a ellas, las batió con sus máquinas, aterró rápidamente a los defensores y conquistó la ciudad.

[4] Luego fue informado de que una gran cantidad de enemigos se había concentrado en Rabatámana 254 de Arabia; recorrían y devastaban el país de los árabes que se le habían pasado. Lo dejó todo, se dirigió hacia un otero, junto al cual está emplazada la ciudad, y estableció [5] allí su campamento. Dio un rodeo para explorar la colina; comprobó que la ciudad era accesible sólo por dos puntos. Efectuó una aproximación hacia ellos y montó sus máquinas de guerra en estos parajes. Confió el cuidado de las obras, en parte, a Nicarco y, [6] en parte, a Teodoto; se reservó para sí la dirección general y observaba el celo que cada uno de los dos mostraba en sus operaciones. Ambos oficiales ponían el [7] máximo empeño en su tarea y rivalizaban continuamente acerca de quién sería el primero en abatir el lienzo de muralla que tenía delante de sus obras; al cabo de muy poco tiempo sucedió, inesperadamente, que se derrumbaron los dos a la vez. Logrado esto, lanzaron violentos [8] ataques, de noche y de día, sin descuidar ninguna oportunidad. Las arremetidas contra la plaza eran continuas, [9] mas todas las intentonas fracasaban debido al gran número de hombres que se habían refugiado en la ciudad. Pero un prisionero les señaló el subterráneo por el cual los asediados bajaban a aprovisionarse de agua. Los de Antíoco lo hundieron y lo obstruyeron con piedras y maderas y otros materiales por el estilo. Ante [10] la falta de agua, los de la ciudad cedieron y se entregaron. Así fue la conquista de Rabatámana; Antíoco dejó en ella a Nicarco con una guarnición suficiente y envió a Samaria 255 a Hipóloco y a Quereas, los oficiales que se le habían pasado, al mando de cinco mil hombres de a pie, con la orden de organizar la defensa y velar por la seguridad de aquellos súbditos. Y levantó el campo en dirección a Ptolemaida, pues había decidido hacer hibernar allí a sus tropas.

Campaña de Aqueo en Pisidia: resistencia y sumisión de la plaza de Selgue

En aquel mismo verano los [72 ] habitantes de Pedneliso 256 , cercados por los selgueos, corrían grave peligro y mandaron legados a Aqueo en demanda de ayuda, Aqueo les atenndió gustoso y los pedneliseos soportaban [2] con moral el asedio, reconfortados por la esperanza de [3] ayuda. Aqueo eligió a Garsieris 257 y le mandó a la cabeza de seis mil soldados de infantería y de quinientos jinetes, [4] empeñado en socorrer a los pedneliseos. Los selgueos, por su parte, sabedores de la presencia de esta tropa de socorro, se adelantaron a ocupar, con la mayor parte de sus efectivos, los desfiladeros próximos al lugar llamado Clímax 258 ; se hicieron fuertes en la ruta de entrada a Sapodra y convirtieron en intransitables [5] todos los restantes caminos y accesos. Garsieris, que había invadido Milíade 259 y había acampado no lejos de la ciudad llamada Cretópolis, fue advertido de que el enemigo había tomado posiciones, cosa que hacía imposible su avance; entonces urdió el ardid siguiente: [6] levantó el campo y deshizo el camino ya hecho, como si renunciara a facilitar ayuda, debido a las posiciones [7] tomadas por el enemigo. Los selgueos creyeron que, efectivamente, Garsieris renunciaba a prestar socorro: unos regresaron al campamento y otros a su ciudad, [8] porque ya apremiaba la época de la siega. Garsieris, entonces, dio la vuelta, avanzó a marchas forzadas y llegó a los desfiladeros. Los encontró abandonados y los aseguró con guarniciones, al frente de las cuales [9] puso a Faulo. Él mismo, con su ejército bajó hasta Perge y, desde allí, mandó emisarios a las poblaciones restantes de Pisidia 260 y a Panfilia: exponía la dureza [10] de los selgueos y pedía a todos que se aliaran con Aqueo y que socorrieran la plaza de Pedneliso.

A la sazón, los selgueos habían enviado un general [73 ] con un ejército y pensaban que, por su conocimiento del terreno, podrían sorprender al enemigo y echar a Faulo de las fortificaciones. Pero no consiguieron sus [2] propósitos, antes bien, perdieron muchos hombres en sus ataques, por lo que desecharon este objetivo; en cambio, impulsaron más vigorosamente el asedio y las obras. Los eteneos 261 , habitantes de la región montañosa [3] de Pisidia, encima de Side, enviaron a Garsieris ocho mil hoplitas y los aspendios, la mitad. Los de Side, [4] con todo, no participaron en esta ayuda, en parte porque buscaban la amistad de Antíoco, pero más aún por el odio que abrigaban contra los aspendios. Garsieris [5] tomó sus propias tropas y las de refuerzo, y se presentó en Pedneliso, convencido de que al primer ataque rompería el cerco. Pero los selgueos no se dejaron sorprender y Garsieris estableció su campamento a una distancia prudente. La carestía ponía ya en situación difícil [6] a los de Pedneliso; Garsieris, empeñado en hacer todo lo posible, dispuso dos mil hombres, dio a cada uno un medimno de trigo y los envió de noche a la ciudad. Pero los selgueos se apercibieron del intento [7] y cortaron el paso al enemigo: despedazaron a la mayoría de los porteadores y todo el trigo cayó en poder de los selgueos. Esto les envalentonó e intentaron asediar [8] no sólo la ciudad, sino también el campamento de Garsieris. En la guerra, los selgueos tienen siempre algo de atrevido y de extraño. También entonces dejaron [9] una defensa suficiente en su atrincheramiento, dispusieron el resto de las tropas en diversos lugares y atacaron [10] bravamente el campamento enemigo. A éste el riesgo le cercaba inesperadamente y por todas partes: había ya puntos en que se habían abierto brechas en el atrincheramiento; Garsieris seguía los sucesos y abrigaba esperanzas más bien magras en cuanto al resultado final, por lo que envió a su caballería a un lugar [11] no defendido. Los selgueos pensaron que estos hombres estaban aterrorizados y que se retiraban por temor al futuro, de manera que no los tuvieron en cuenta, sino [12] que, simplemente, les desdeñaron. Pero aquellos jinetes se revolvieron, enfilaron al enemigo por la espalda, atacaron y llegaron vigorosamente a un cuerpo a cuerpo. [13] Ante este suceso, la infantería de Garsieris, que estaba ya en franca retirada, también se revolvió y rechazó a [14] los atacantes. Rodeados por todas partes, los selgueos [15] acabaron dándose a la fuga, al tiempo que los pedneliseos arremetieron contra los selgueos que habían quedado [16] en su atrincheramiento y les echaron de allí. La huida se hizo, en conjunto, por un espacio muy amplio: murieron no menos de diez mil selgueos. El resto logró escapar: los aliados, a sus países, y los selgueos, monte a través, a su propia ciudad.

[74 ] Garsieris alzó el campo y siguió muy de cerca a los que huían: su empeño era atravesar los lugares difíciles y acercarse a la ciudad antes de que los que escapaban se pararan a deliberar acerca de su propia presencia. [2] De modo que compareció con su ejército a las puertas [3] de la ciudad. Los selgueos, perdida ya totalmente su confianza en los aliados, pues el desastre había sido general, aterrorizados en su ánimo por la desventura sufrida, se temían lo peor no sólo cada uno en privado, [4] sino también para su país. Reunieron la asamblea y decidieron enviar a uno de sus conciudadanos, Lógbasis, que era huésped e íntimo amigo de aquel Antíoco 262 que perdió la vida en Tracia. Se le había confiado la custodia [5] de Laódice 263 , la que después sería esposa de Aqueo y a la que él había criado como una hija y había educado con un cariño excepcional. Todo ello hacía que los [6] selgueos consideraran a este hombre como el negociador más indicado en aquellas circunstancias. Y, efectivamente, lo enviaron. Pero él, en una entrevista privada [7] con Garsieris, distó tanto de prestar apoyo a su patria, que era lo debido, que, todo lo contrario, aconsejó a Garsieris que se tomara la molestia de enviar una legación a Aqueo: él se comprometía a entregarles la ciudad. Garsieris aceptó prestamente esta perspectiva y [8] remitió a Aqueo unos legados que reclamaran su presencia y que le expusieran, con detalle, las circunstancias actuales; en cuanto a los selgueos, estipuló solamente una tregua e iba difiriendo el momento de concluir los pactos: aducía problemas de detalle que promovían vacilaciones; todo era para ganar tiempo y que llegara Aqueo, y Lógbasis dispusiera de ocasiones para las entrevistas y la trama del complot.

En tales circunstancias, cuando se pasaba tanto de [75 ] uno a otro campo para sostener las negociaciones, los hombres del campamento se habituaron a acudir a la ciudad en busca de provisiones, cosa que a muchos y [2] con gran frecuencia les ha sido causa de ruina. Me parece que el hombre, aunque parezca el más avisado de los seres dotados de vida, en realidad es el más fácil de engañar. Porque, ¿cuántos campamentos y fortalezas, [3] cuántas y cuán grandes ciudades no han sido víctimas de una traición por semejantes procedimientos? [4] Cuando es evidente que cosas así han sucedido ya de modo continuo y a la vista de todos, no llego a entender cómo nos comportamos como jovenzuelos ingenuos ante [5] tales artimañas. La razón de ello estriba en que no hacemos memoria de las peripecias sufridas, en su caso, por nuestros antepasados. Con gastos y fatigas nos preparamos trigo y dinero en abundancia para cualquier eventualidad que pueda surgir, levantamos murallas y [6] hacemos acopio de proyectiles, pero lo que resulta más fácil y nos da la máxima seguridad en momentos de peligro, esto, lo omitimos todos, cuando podríamos aprovechar los momentos de ocio honesto y adquirir placenteramente esta experiencia y este conocimiento por medio de la historia.

[7] Aqueo se presentó en el momento convenido. Los selgueos entraron en tratos con él y concibieron grandes esperanzas de que se verían tratados con una humanidad [8] total. Mientras tanto, Lógbasis iba reuniendo poco a poco en su casa a los soldados que entraban en la ciudad desde el campamento; aconsejaba a sus conciudadanos que no desaprovecharan la oportunidad, [9] sino que se pusieran manos a la obra: debían considerar la benignidad que les mostraba Aqueo y pactar de una vez la paz; debían reunir la asamblea general para discutir [10] la situación en que se encontraban. La asamblea se convocó al instante y llamaron, incluso, para que estuvieran presentes en las deliberaciones, a todos los hombres que estaban de guardia, para rematar definitivamente la cuestión.

[76 ] Lógbasis dio la señal al enemigo de que ya era tiempo, dispuso a los que había reunido en su casa, se equipó [2] él mismo y a sus hijos, para el combate inminente. En cuanto al ejército enemigo, Aqueo avanzaba en dirección a la ciudad con la mitad de él; Garsieris tomó el mando de los restantes y los guió hacia el lugar llamado Cesbesio. Se trata de un templo de Zeus y ocupa un lugar muy estratégico con respecto a la ciudad, pues su disposición es la de una ciudadela. Por pura casualidad [3] un cabrero vio lo que sucedía y lo advirtió a los reunidos en asamblea. Unos se lanzaron a toda prisa a Cesbesio, otros a los puestos de guardia y la multitud enfurecida se dirigió a la casa de Lógbasis: su traición [4] era palmaria. Mientras unos se encaramaban al tejado, otros forzaron las puertas del patio interior y lincharon a Lógbasis, a sus hijos y a todos los que se encontraban allí. Inmediatamente proclamaron la libertad para los [5] esclavos, se dividieron en distintos grupos y corrieron a defender los lugares estratégicos. Garsieris, cuando [6] advirtió que Cesbesio estaba ocupado, desistió de su propósito. Aqueo intentaba todavía forzar las puertas, [7] pero los selgueos efectuaron una salida, mataron a setecientos misios y pararon el empuje de los restantes. Tras esta operación, Aqueo y Garsieris se retiraron a [8] su propio campamento. Los selgueos se temían una revuelta [9] interna y, además, les alarmaba la proximidad del campamento enemigo, por lo que enviaron a sus ancianos con los distintivos de suplicantes 264 . Éstos consiguieron la paz y la guerra terminó bajo estas condiciones: «Entregarían en el acto la suma de cuatrocientos [10] talentos y los prisioneros pedneliseos que retenían; al cabo de un tiempo añadirían trescientos talentos más.»

De modo que los selgueos, que habían visto su patria en peligro por la impiedad de Lógbasis, la salvaron por su gran arrojo, no mancharon su libertad ni su afinidad con los lacedemonios.

Aqueo redujo Milíade 265 y la mayor parte de Panfilia; [77 ] luego levantó el campo. Llegó a Sardes, donde sostuvo una guerra continua contra Átalo, amenazaba también a Prusias, se convirtió en temible para todos y en una pesada carga para los asiáticos que viven más allá del Tauro.

El reino de Pérgamo: Átalo I y los galos

[2] En la época en que Aqueo hacía su campaña contra los selgueos, Átalo con los galos egosaguos 266 había recorrido las ciudades eolias y las colindantes con ellas, que anteriormente se habían pasado a Aqueo por miedo. [3] La mayor parte de ellas ahora se le aliaron voluntariamente y aun con agradecimiento, aunque unas pocas [4] lo hicieron constreñidas por la fuerza. Las primeras que se pusieron a su lado fueron Cime, Esmirna y Focea 267 ; después, despavoridos ante la invasión, hicieron lo propio [5] los de Egas y los temnitas 268 . Llegaron también embajadores de Teos y de Colofón 269 : se entregaron [6] ellos mismos y sus ciudades. También a éstos les admitió en el pacto en las mismas condiciones que a los anteriores y les tomó rehenes; trató con especial benignidad a los legados de Esmirna, porque esta ciudad era [7] la que le había sido más leal. Avanzó sin dilaciones, pasó el río Lico, se dirigió hacia los caseríos de los [8] misios y, partiendo de allí, llegó a Carsea. Llenó de pánico a sus habitantes, así como a los defensores de los Muros Gemelos; conquistó también estos territorios: se los entregó Temístocles, que era el que Aqueo había dejado como comandante de toda la región. Partió de [9] allí, devastó la llanura de Apia, rebasó el monte llamado Pelecante y acampó junto al río Megisto 270 .

Entonces se produjo un eclipse de luna 271 . Los galos [78 ] soportaban ya antes difícilmente las penalidades de la marcha, porque tomaban parte en aquella expedición acompañados por sus mujeres e hijos que les seguían en carros. Tomaron lo sucedido como un mal agüero [2] y se negaron a seguir adelante. El rey Átalo, que no [3] extraía de ellos provecho alguno, pues comprobaba que en las marchas siempre iban separados y acampaban también distanciados de los demás, porque eran hombres tan soberbios como desconfiados, no sabía ni mucho menos qué partido tomar. Si por un lado temía [4] que se pasaran a Aqueo y perjudicaran su causa, por el otro no desdeñaba la mala fama que se seguiría del hecho de que rodeara a estos soldados y los exterminara hasta el último, cuando todo el mundo creía que habían pasado a Asia fiados en su lealtad. Aprovechó, pues, [5] como pretexto aquella negativa y les anunció que, de momento, les conduciría hasta el lugar en que habían desembarcado, y que les daría tierras fértiles para vivir; después colaboraría con ellos en lo que le pidieran, siempre que fuera factible y justo. De modo que Átalo [6] condujo a estos galos egosaguos hasta el Helesponto, trató amigablemente con los lampsacenos, los alejandrinos y los ilienses 272 , que le habían sido siempre leales, y se retiró con su ejército hasta Pérgamo.

Fin de la guerra de Celesiria. Batalla de Rafia

[79 ] Al llegar la primavera, Antíoco y Ptolomeo ya tenían a punto sus preparativos y se aprestaron a dirimir sus diferencias en una batalla [2] decisiva. El ejército de Ptolomeo partió de Alejandría: constaba de setenta mil soldados de a pie, cinco mil de caballería y setenta y [3] tres elefantes. Avisado de la incursión, Antíoco concentró sus tropas, en las que formaban daos, carmanios y cilicios 273 , armados al modo de la infantería ligera, en número de cinco mil; cuidaba de éstos y estaba a [4] su mando Bítaco de Macedonia. Al mando de Teodoto de Etolia 274 , que era el que había hecho traición a Ptolomeo, estaba la flor y nata del ejército real, armado al modo macedonio: unos diez mil hombres. La mayoría [5] de ellos eran los del escudo de plata 275 . La falange, en su conjunto constaba de veinte mil hombres, mandada por Nicarco y por Teodoto el llamado Hemiolio. [6] A todos éstos se sumaban los agrianos y los persas 276 , unos dos mil entre arqueros y honderos. Seguían mil tracios, a las órdenes de Menedemo de Alabanda 277 . Había también medos, cisios, cadusios y carmanos 278 , [7] unos cinco mil en total, que tenía a su cargo el medo Aspasiano. Formaban también árabes 279 y algunos de [8] las gentes vecinas: diez mil en total, que prestaban obediencia a Zabdibelo. Mandaba a los mercenarios [9] griegos Hipóloco de Tesalia; en número eran unos cinco mil. Antíoco disponía también de mil quinientos cretenses, [10] los hombres de Euríloco, y de mil neocretenses, a las órdenes de Celis de Gortina. De todo el conjunto [11] formaban también parte quinientos lanceros lidios y mil cardaces 280 , a cuya cabeza iba Lisímaco el galo 281 . El contingente de caballería constaba, en total, de seis [12] mil hombres, cuatro mil de ellos al mando de Antípatro 282 , el sobrino del rey, y el resto formaba a las órdenes de Temiso. Y el ejército de Antíoco constaba de [13] sesenta y dos mil soldados de a pie y, con ellos, seis mil de caballería; estaba dotado de ciento dos elefantes.

Ptolomeo marchó hacia Pelusio 283 y, de momento, [80 ] se detuvo en esta plaza. Recogió a los rezagados, distribuyó [2] víveres al ejército, movió su campo y avanzó paralelamente al monte Casio y al lugar llamado el [3] Báratro 284 , debido a que es desértico. Lo atravesó en cinco días y acampó a cincuenta estadios de distancia de Rafia 285 , que se encuentra junto a Rinocolura 286 , la primera ciudad de Celesiria para los procedentes de [4] Egipto. En el mismo momento, Antíoco se presentó con sus fuerzas, acudió a Gaza, donde hizo descansar a su ejército, y después reemprendió la marcha, lentamente. Rebasó la ciudad aludida, Rafia, y acampó, de [5] noche, a unos diez estadios del enemigo. Inicialmente, estaban a esta distancia cuando acamparon unos frente [6] a otros. Pero, al cabo de unos días, Antíoco, con una doble intención, ocupar una posición más estratégica e infundir ánimo a sus propias tropas, acercó su campamento al de Ptolomeo, de manera que separaban ambos atrincheramientos no más de cinco estadios. [7] Y ya entonces fueron muchos los choques que se produjeron entre forrajeadores y aguadores de ambos bandos, al tiempo que se libraban escaramuzas entre ambos ejércitos, ya de fuerzas de caballería, ya de infantería.

[81 ] En este tiempo, Teodoto 287 intentó un golpe audaz, [2] al modo etolio, no desprovisto de coraje. Por su anterior convivencia con el rey Ptolomeo, conocía perfectamente las costumbres de éste, su género de vida. A las primeras luces se introdujo, con dos hombres más, en el campamento enemigo. La oscuridad hacía aún su rostro irreconocible. Tampoco por el vestido ni por la [3] silueta podía nadie distinguirles, debido a lo abigarrado de las indumentarias de aquel campamento. Por las [4] escaramuzas que se libraban a muy poca distancia, en los días anteriores Teodoto había procurado averiguar cuál era la tienda del rey y, ahora, se dirigió audazmente hacia ella. No le reconoció nadie de los hombres con que se cruzó. Irrumpió en la tienda en la que el [5] rey acostumbraba a recibir las audiencias y a comer, la registraron toda, pero no dieron con el monarca, porque Ptolomeo no descansaba en esta tienda, levantada sólo para las recepciones y el aparato real. Hirió [6] a dos de los hombres que descansaban allí, mató al médico real, Andreas 288 , y se retiró, sin correr ningún peligro, a su propio campamento: sólo le increparon algo cuando traspasó el atrincheramiento. Si se atiende [7] a su audacia, cumplió bien su propósito, pero falló en sus previsiones, puesto que no había averiguado correctamente el lugar de descanso del monarca.

Ambos reyes, acampados ya durante cinco días uno [82 ] frente al otro resolvieron dirimir sus diferencias en una batalla decisiva 289 . Ptolomeo empezó a hacer salir a sus [2] tropas de su atrincheramiento y, al punto, Antíoco sacó las suyas para oponérsele. Ambos reyes situaron frente a frente a sus falanges y a sus tropas escogidas armadas al modo macedonio.

[3] Las dos alas de Ptolomeo presentaban el dispositivo siguiente: Polícrates, con su caballería, mandaba el ala [4] izquierda. Entre éste y la falange, estaban los cretenses, en contacto con la caballería. Seguía, a continuación, la escolta real. Después venían los peltastas de Sócrates y, junto a ellos, los africanos armados al modo [5] macedonio. En el ala derecha estaba Equécrates el tesalio con su contingente de caballería propio, a su izquierda [6] formaban los galos y los tracios. A continuación seguían los mercenarios griegos, a las órdenes de Fóxidas, y, pegada a ellos, la falange egipcia.

[7] En cuanto a los elefantes, había cuarenta en el ala izquierda, que era donde Ptolomeo iba personalmente a combatir; los treinta y tres restantes fueron situados delante del ala derecha, a la altura de la caballería mercenaria.

[8] Antíoco colocó a sesenta de sus elefantes, mandados por Filipo, amigo suyo de la infancia 290 , delante del ala derecha, en la cual iba él a pelear contra Ptolomeo. [9] Detrás de los elefantes colocó, en formación lineal, a dos mil jinetes, a las órdenes de Antípatro, y dispuso [10] otros dos mil que formaran ángulo recto con ellos. Al lado de la caballería situó, de frente, a los cretenses. Alineó a continuación a los mercenarios griegos, apoyados, al igual que el cuerpo armado a la macedonia, por [11] los cinco mil hombres del macedonio Bítaco. Emplazó en el extremo del ala izquierda a dos mil jinetes a las órdenes de Temiso. Junto a éstos situó a los cardaces y a los lanceros lidios y, a continuación, la infantería ligera, unos tres mil hombres, a las órdenes de Menedemo. [12] Seguían los cisios, los medos y los carmanios, y luego los árabes y los pueblos vecinos, en contacto ya con la falange. Al resto de los elefantes, Antíoco lo colocó [13] delante del ala izquierda; los conducía Muisco, que antes había sido paje real 291 .

Ordenados de esta manera los dos ejércitos, ambos [83 ] reyes recorrieron sus líneas frontales, acompañados de los oficiales y los cortesanos. Habían depositado sus [2] máximas esperanzas en las falanges, y fue ante estas formaciones donde pusieron el máximo ardor en sus arengas. Ante las de Ptolomeo hablaron Andrómaco, [3] Sosibio y la hermana del rey, Arsínoe 292 ; ante las de Antíoco, Teodoto y Nicarco, pues los oficiales mencionados eran los que las mandaban, en ambos ejércitos. El contenido de las alocuciones venía a ser en ambos [4] casos muy semejante. Ninguno de los dos monarcas podía aducir alguna hazaña brillante realizada por él: hacía muy poco tiempo que habían asumido el imperio; intentaban infundir en sus falanges coraje y aliento [5] recordándoles la gloria de los antepasados y las gestas realizadas por ellos. Pero, por encima de todo, proponían [6] las máximas recompensas para el futuro tanto a los oficiales en particular como a todos los que iban a participar masivamente en la lucha, para invitarles y exhortarles, así, a que en la batalla inminente se comportaran de manera noble y varonil. Todo esto y otras [7] cosas por el estilo lo decían montados a caballo; o hablaban en persona o por medio de intérpretes.

Cuando, en su marcha, Ptolomeo y su hermana alcanzaron [84 ] el extremo izquierdo de toda su formación y Antíoco, con su escuadrón real 293 , el derecho, se dio la señal de guerra, y los elefantes iniciaron el choque. [2] No fueron muchas las bestias de Ptolomeo que se trabaron en lucha con los elefantes contrarios 294 ; los hombres que luchaban desde las torres se batieron espléndidamente: peleaban casi cuerpo a cuerpo con sus cimitarras y se herían mutuamente. Pero aún fueron más bravos los elefantes, que se arremetían con furor y se [3] embestían de frente. Estas fieras luchan como sigue: se entrelazan y cruzan sus incisivos mutuamente, se empujan con violencia apoyándose firmemente en el suelo, hasta que una de las dos supera a la otra en potencia y [4] le echa la trompa a un lado. Cuando ya la tiene girada y logra cogerla de flanco, entonces la hiere con los incisivos no de otro modo que un toro con los cuernos. [5] Allí la mayoría de los elefantes de Ptolomeo se acobardaron ante la lucha, que es lo que suele ocurrir con los [6] elefantes africanos. Pues no soportan ni el hedor ni el griterío, sino que, horrorizados ante la talla y la potencia, al menos yo pienso así, de los elefantes indios, huyen [7] al instante, que es lo que entonces ocurrió. Desbaratada su línea, presionaron sobre sus propias formaciones, y entonces la guardia real de Ptolomeo empezó a ceder, [8] oprimida por las fieras. Antíoco desbordó con sus jinetes la línea de los elefantes y cargó sobre la caballería [9] mandada por Polícrates. Al propio tiempo, delante de la línea de los elefantes los mercenarios griegos próximos a la falange atacaron a los peltastas de Ptolomeo y les forzaron a retroceder; también los elefantes habían desorganizado por aquí las líneas de estos peltastas. [10] De modo que el ala izquierda de Ptolomeo cedió íntegramente, aplastada tal como se ha descrito 295 .

Equécrates 296 , que estaba al mando del ala derecha, [85 ] de momento se limitaba a observar el choque de las alas citadas, pero cuando vio que la polvareda se levantaba en dirección hacia él, y que sus elefantes no se atrevían, ni mucho menos, a atacar a los enemigos, ordenó a [2] Fóxidas 297 , comandante de los mercenarios griegos, que acometiera al enemigo que tenía enfrente. Él, con su [3] caballería y el contingente apostado detrás de los elefantes, se puso fuera del alcance de las bestias enemigas; acosó a la caballería rival por el flanco y por la retaguardia y la puso rápidamente en fuga. Fóxidas y [4] los suyos lograron algo semejante, pues cayeron sobre los árabes y los medos 298 y les obligaron a volver la espalda y a huir atropelladamente. De modo que el [5] ala derecha de Antíoco vencía, pero la izquierda era derrotada.

Entretanto, las falanges, que de este modo ya no [6] contaban con la protección de las alas, permanecían intactas en medio de la llanura; sus esperanzas sobre el desenlace final eran inciertas. Antíoco pugnaba todavía [7] para explotar su éxito en el ala derecha; Ptolomeo, [8] por su lado, que se había retirado detrás de su falange, entonces se adelantó por el centro; su aparición llenó de pánico al enemigo e infundió gran empuje y coraje a sus hombres. Andrómaco y Sosibio se lanzaron al instante [9] al asalto, con sus lanzas en ristre. Las tropas de [10] élite sirias resistieron algún tiempo; las de Nicarco retrocedieron al punto y se retiraron. Antíoco, joven e [11] inexperto, suponía que por haber vencido él en su ala la victoria ya era general, y acosaba a los que huían. [12] Pero al final, uno de los suyos, de más edad, le detuvo, y le hizo ver cómo la polvareda levantada iba desde la falange hacia su propio campamento. Antíoco comprendió entonces lo sucedido, e intentó correr otra vez al [13] lugar de la lucha con su escuadrón real. Comprobó que todos los suyos habían huido, y entonces se replegó hacia Rafia, convencido de que en lo que dependía de él se había triunfado; la derrota se debía a la cobardía y a la vileza de los demás.

[86 ] De modo que la falange de Ptolomeo, la caballería de su ala izquierda y su cuerpo de mercenarios lograron la victoria y, en la persecución subsiguiente, mataron a muchos enemigos. Ptolomeo se retiró acto seguido [2] y pasó la noche en su campamento. Al día siguiente recogió sus muertos y los enterró, despojó los cadáveres [3] enemigos, levantó el campo y se dirigió a Rafia. Después de la fuga Antíoco quería acampar fuera de esta ciudad, tras haber juntado previamente a los que habían huido en grupos. Pero la mayoría se había refugiado en la [4] población, cosa que le forzó a entrar a él mismo. A las primeras luces del alba hizo salir la parte salvada de su ejército y se dirigió a Gaza, donde estableció su campamento. Desde allí envió legados que trataran la recuperación de sus muertos; logró pactar una tregua [5] para enterrarlos. Las bajas de Antíoco fueron poco menos de diez mil soldados de infantería y más de trescientos jinetes; más de cuatro mil hombres le cayeron [6] prisioneros. Durante el combate perdió tres elefantes y, posteriormente, se le murieron dos más a consecuencia de las heridas recibidas. Del bando de Ptolomeo murieron unos mil quinientos hombres de a pie y unos setecientos jinetes; le mataron a dieciséis elefantes y la mayoría de los restantes se los arrebató el enemigo 299 .

Éste fue el desenlace de la batalla librada en Rafia [7] entre los dos reyes por la posesión de Celesiria. Después [8] de haber recogido a sus muertos, Antíoco se retiró a su país con su ejército; Ptolomeo tomó de inmediato Rafia y el resto de ciudades; todas las poblaciones rivalizaban para adelantarse a las vecinas en pasarse a su bando, o reintegrarse a él. Seguramente todos, en situaciones [9] semejantes, acostumbran a adaptarse, como sea, a las circunstancias, pero precisamente las gentes que viven en aquellos lugares tienden excepcionalmente y son muy accesibles a complacencias dictadas por la oportunidad. En este caso lo ocurrido se debió a la [10] adhesión a los reyes de la casa de Alejandría. Y es natural que fuera así: las gentes de Celesiria han propendido a venerar más, siempre, esta casa real; ahora no [11] omitieron ningún exceso de adulación para honrar a Ptolomeo: hubo coronas, sacrificios, altares y todo lo demás por el estilo.

Así que llegó a la ciudad que lleva su nombre, Antíoco [87 ] envió sin dilaciones, como legados a la corte de Ptolomeo, a su sobrino Antípatro y a Teodoto Hemiolio para negociar un tratado de paz, pues temía una incursión del enemigo. La derrota sufrida hacía que recelara [2] de su propio pueblo; le angustiaba también Aqueo, no se aprovechara de aquella oportunidad. Pero Ptolomeo [3] ya no pensaba en nada de esto, antes bien, satisfecho por aquella victoria inesperada y, en suma, por haber adquirido Celesiria sin imaginárselo siquiera, ahora no era contrario a la paz, sino partidario de ella más de lo debido; le arrastraba a ello su vida siempre indolente y depravada. De modo que, cuando se le presentó [4] Antípatro, primero pronunció algunas amenazas y reproches por la conducta de Antíoco, pero se avino a pactar una tregua por un año. Envió a Sosibio con los [5] embajadores para que ratificara lo acordado. Él pasó [6] tres meses en Siria y en Fenicia 300 , para poner en orden las ciudades; después dejó allí a Andrómaco de Aspendo 301 como gobernador militar de las regiones citadas y partió con su hermana y con sus amigos hacia Alejandría. [7] Había puesto un final a la guerra que resultaba sorprendente a los habitantes de su reino que conocían [8] los hábitos de la otra cara de su vida. Antíoco, por su parte, se aseguró de la tregua con Sosibio y se enfrascó, según su propósito primero, en sus preparativos contra Aqueo.

[9] Ésta era la situación de Asia.

Digresión: el terremoto de Rodas 302

[88 ] Hacia esta misma época los rodios tomaron como pretexto el terremoto que había sacudido su isla poco tiempo antes; les había derribado el gran coloso 303 , [2] la mayor parte de los muros y las atarazanas. Sin embargo, trataron con tanta prudencia y sentido práctico lo sucedido, que salieron del desastre más bien beneficiados [3] que perjudicados: entre los hombres la ignorancia y la despreocupación difieren tanto de la inteligencia y la atención, así en la vida privada como en los asuntos públicos, que a unos la buena fortuna les produce males, y a otros, en cambio, los desastres les son causa de provecho. Entonces, ciertamente, los rodios [4] se supieron manejar: exageraron el desastre y lo presentaron como algo terrible; en sus embajadas se comportaron con gravedad y dignidad, tanto en las asambleas públicas como en las entrevistas privadas. Así lograron que las ciudades y aún más los reyes no sólo les hicieran donaciones fantásticas, sino que los mismos donantes se les mostraron encima agradecidos. En efecto: [5] Hierón y Gelón 304 no sólo les entregaron setenta y cinco talentos de plata, en parte al contado y en parte poco tiempo después 305 , para que repusieran las provisiones de aceite del gimnasio, sino que les regalaron también calderas 306 de plata con los soportes respectivos y añadieron algunas vasijas para el agua. Les dieron, [6] además, diez talentos para los sacrificios y otros diez para ayudar a la ciudadanía, de manera que, en conjunto, el obsequio fue de cien talentos. También [7] eximieron de abonar derechos a las naves rodias que entraran en sus puertos y dotaron a la ciudad de cincuenta catapultas de tres codos. Finalmente, tras haberles [8] hecho tamañas donaciones, como si aún les debieran agradecimiento, levantaron en el mercado de Rodas un grupo escultórico que representaba al pueblo de Rodas coronado por el de Siracusa.

Historias. Libros V-XV

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