Читать книгу La Santidad de Dios - R. C. Sproul - Страница 9
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¿Qué es esto que brilla a través mío
y que azota mi corazón sin lastimarlo?
Yo soy tanto un temblor como un fulgor:
Un temblor, puesto que no soy como ello
Un fulgor en tanto que soy como ello.
SAN AGUSTIN
Hemos llegado ya al tercer capítulo de este libro y aún no he definido el significado de ser santo. Quisiera posponerlo aun más, porque la santidad es muy difícil de definir. Hay mucho que decir sobre la santidad y es tan extraña a nosotros que la tarea parece casi imposible. En un sentido muy real, la palabra santo es una palabra extraña. Pero aun cuando nos encontramos con palabras extrañas, tenemos la esperanza de que un diccionario nos pueda proveer una traducción clara. El problema sin embargo, es que la palabra santo es extraña a todos los lenguajes. No hay diccionario adecuado para definirla.
Nuestro problema con la definición se hace más difícil porque en la Biblia, la palabra santo se usa en más de una manera. En un sentido, la Biblia la usa de forma muy relacionada con la bondad de Dios. Ha sido la costumbre definir santo como “pureza, libre de mancha, totalmente perfecto e inmaculado en cada detalle.” Pureza es la primera palabra en la que la mayoría de nosotros piensa al escuchar la palabra santo. Es cierto que la Biblia usa la palabra de esta manera; sin embargo, la idea de la pureza o perfección moral es en el mejor caso, el significado secundario de este término en la Biblia. Cuando los serafines cantaban su himno, ellos estaban diciendo algo más que “pureza, pureza, pureza es Dios.”
El significado primario de santo es “separado.” Viene de una palabra antigua que significa “cortar” o “separar.” Traducir este significado básico en lenguaje contemporáneo sería usar la frase “un corte aparte.” Tal vez sería aún más exacta la frase “un corte arriba de algo.” Cuando encontramos un vestido u otro artículo de importancia, usamos la expresión “está por encima de lo demás.” La santidad de Dios es más que separación. Su santidad también es trascendencia. La palabra trascendencia significa literalmente “ascender a través.” Es definida como “exceder los límites usuales.” Trascender es elevarse sobre algo, ir por encima y más allá de cierto límite. Cuando hablamos de la trascendencia de Dios, estamos hablando acerca del sentido en el cual Dios está por encima y más allá de nosotros. La trascendencia describe su suprema y absoluta grandeza. La palabra también es usada para describir la relación de Dios con el mundo. El es más alto que el mundo, El tiene un poder absoluto sobre el mundo. El mundo no tiene ningún poder sobre El. La trascendencia describe a Dios en su consumidora majestad. Su exaltada superioridad. Apunta hacia la infinita distancia que lo separa de toda criatura. El está infinitamente por encima de todo lo demás.
Cuando la Biblia llama a Dios santo, significa primariamente que El es trascendentalmente separado. Está tan por encima y más allá de nosotros que nos parece casi totalmente extraño. Ser santo es ser “otro,” ser diferente en una manera especial. El mismo significado básico se usa cuando la palabra santo es aplicada a cosas terrenas. Mire cuidadosamente la siguiente lista de cosas que la Biblia define como santas:
tierra santa | nación santa |
sábado santo | santo aceite de la unción |
templo santo | jubileo santo |
vestimenta santa | terreno santo |
casa santa | agua santa |
diezmo santo | arca santa |
inciensos santos | Ciudad santa |
pan santo | palabra santa |
simiente santa | seres santos |
pacto santo | Lugar santísimo |
convocación santa |
Esta lista no lo incluye todo, pero sirve para mostrarnos que la palabra santo es aplicada a toda clase de cosas además de Dios. En cada caso es usada para expresar algo más que una cualidad moral o ética. Las cosas santas son cosas separadas del resto, que han sido apartadas de lo común, consagradas al Señor para su servicio.
Las cosas en esta lista no son santas en sí mismas. Para llegar a ser santas, primero tuvieron que ser consagradas o santificadas por Dios. Sólo Dios es santo en sí mismo y sólo El puede santificar algo más. Sólo Dios puede con su toque, hacer que lo común se convierta en algo especial, diferente y separado.
Note cómo el Antiguo Testamento considera las cosas que han sido santificadas. Todo lo que es santo posee un carácter peculiar; ha sido separado de un uso común y no puede ser tocado, no puede ser comido, no puede ser usado para asuntos comunes.
¿Dónde entra la pureza en esto? Estamos tan acostumbrados a igualar la santidad con la pureza o con la perfección ética, que en cuanto la palabra santidad aparece, la asociamos con la pureza. Cuando las cosas son hechas santas, cuando son consagradas, ellas son separadas para ser puras y tienen que ser usadas de tal forma. Ellas tienen que reflejar pureza, tanto como simple separación. Pues, la pureza no es excluida de la idea de ser santo, sino que está contenida en dicho concepto. Mas el punto que debemos recordar es que la idea de lo santo no es completa con la mera idea de la pureza. La santidad incluye pureza pero es mucho más que eso. Es pureza y trascendencia. Es por ende una pureza trascendente.
Cuando usamos la palabra santo para describir a Dios, enfrentamos otro problema. Con frecuencia describimos a Dios compilando una lista de cualidades o características que llamamos atributos. Decimos que Dios es espíritu, que lo conoce todo, que es amoroso, justo, misericordioso, un Dios de gracia, etcétera. La tendencia es agregar la idea de santo a esta larga lista de atributos como sólo uno más. Pero cuando la palabra santo es aplicada a Dios, no significa sólo un atributo. Al contrario, Dios es llamado santo en un sentido general. La palabra es usada como un sinónimo de su deidad, es decir, santo se refiere a todo lo que Dios es. Esa palabra nos recuerda que todo en El es santo: su santo amor, su santa justicia, su santa misericordia, su santa ciencia, su Santo Espíritu.
Hemos visto que el término santo se refiere a la trascendencia de Dios, por la cual El está por encima y más allá del mundo. Hemos visto también que Dios puede acercarse y consagrar cosas terrenales y hacerlas santas. Su toque, repentinamente, convierte lo común en especial. Con esto confirmamos que nada en este mundo es santo en sí mismo. Sólo Dios puede hacer algo santo. Sólo Dios puede consagrar. Cuando nosotros llamamos santo a algo que no es santo, cometemos el pecado de idolatría. Le damos a las cosas comunes el respeto, la admiración, el homenaje y la adoración que sólo a Dios pertenecen. Adorar a las criaturas antes que al Creador es la esencia de la idolatría.
La fabricación de ídolos siempre ha sido un lucrativo negocio. Algunos ídolos son hechos de madera, otros de piedra, y otros de metales preciosos. Los fabricantes de ídolos adquieren los mejores materiales y luego realizan su obra trabajando largas horas para formar sus imágenes. Cuando terminan, barren el piso de sus talleres y ordenan sus herramientas. Después se arrodillan, y comienzan a hablarle al ídolo que recién fabricaron. Imagine hablarle a un pedazo mudo de madera o piedra. Es imposible que estas cosas escuchen lo que se les dice. No pueden responder, ni ayudar. Son sordas, mudas e impotentes. Pero la gente aún les atribuye santidad y poder, y les adora.
Algunos idólatras han sido un poco más sofisticados y en lugar de adorar imágenes de piedra o altares paganos, han adorado el sol, la luna o bien a alguna idea abstracta. Pero el sol también es creado; y no hay nada trascendente y santo acerca de la luna. Estas cosas son parte de la naturaleza; todas son creadas. Pueden ser impresionantes, pero no están por encima ni van más allá de ser cosas creadas; por ende, no son santas.
Adorar un ídolo envuelve llamar a algo santo cuando no lo es. Recuerden que sólo Dios puede consagrar. (Cuando un ministro “consagra” un matrimonio o el pan de la Cena del Señor, se entiende que él sólo está proclamando una realidad que Dios ya ha consagrado. Esto es un uso autorizado de la consagración humana.) Cuando un ser humano trata de consagrar lo que Dios nunca ha consagrado, esto no es un acto de consagración genuina sino un acto de profanación, de idolatría.
A principios del siglo veinte un académico alemán llamado Rudolf Otto hizo un inusual e interesante estudio de lo santo. Otto intentó estudiar lo santo de una forma científica. El examinó cómo la gente de diferentes culturas y naciones se comporta cuando encuentran algo que consideran santo, y exploró los sentimientos que la gente guarda ante estos artilugios. El primer descubrimiento importante que Otto hizo fue que es difícil para la gente describir lo santo. Otto notó que aunque se podían decir ciertas cosas acerca de lo santo, siempre quedaba algún elemento que no podía ser explicado. No era que este elemento fuese irracional, sino más bien, que era supra-racional; esto es, mas allá de los límites de nuestra mente. Había algo superior acerca de la experiencia humana con lo santo, algo que no podía ser expresado con palabras. Esto es a lo que Otto le llamó un especie de plus. El plus es esa parte de la experiencia santa donde la gente no encuentra palabras para expresar dicho concepto. Es el elemento espiritual que desafía toda descripción adecuada.
Posteriormente, acuñó un término para lo santo. El le llamó el misterium tremendum que traducido significa el “misterio tremendo.” Otto lo describió así:
Este sentimiento puede venir a veces arrasando como una suave ola que invade la mente con un apacible disposición de profunda adoración. Esto puede convertirse en una actitud del alma más fija y permanente, que se prolonga conmovedoramente vibrante y emocionante, hasta que se disipa regresando al alma a su estado “profano,” no religioso de la experiencia cotidiana. Puede estallar en una repentina erupción de las profundidades del alma con espasmos y convulsiones, o guiar hacia alguna extraña excitación, un intoxicado frenesí, una transportación o un éxtasis. Tiene sus formas histéricas y demoníacas, y puede descender hasta casi un estado de terror y convulsiones. Tiene manifestaciones iniciales bárbaramente crudas para luego convertirse en algo hermoso, puro y glorioso. Puede ser la silenciosa y temblorosa humildad de la criatura en la presencia de – ¿quién o qué? La presencia de aquello que es un misterio inexpresable y más allá de toda cosa creada.
Otto habló del tremendum por causa del temor que lo santo provoca en nosotros. Lo santo nos llena con una especia de pavor. Nosotros usamos expresiones como “se me congeló la sangre” o “mi carne se estremeció.” Pensemos en uno de los cantos espirituales de los negros titulado: “¿Estabas allí cuando crucificaron a mi Señor?”. El coro de este himno dice, “A veces esto me hace temblar… temblar… temblar.”
Usualmente tenemos sentimientos mezclados acerca de lo santo. Hay un sentido en el cual, a la vez que somos atraídos por ello, también lo repudiamos. Algo nos atrae y al mismo tiempo queremos alejarnos. Pareciera que no podemos decidir qué escoger. Parte de nosotros anhela lo santo y otra parte lo desprecia. No podemos vivir ni con, ni sin ello.
Nuestra actitud hacia lo santo es similar a nuestra postura para con las historias de fantasmas y las películas de horror. Los niños ruegan a sus padres que les cuenten historias de fantasmas hasta que se asustan tanto que les imploran que paren. No me gusta ver películas de miedo con mi esposa. A ella le gusta verlas hasta que las vea – o, debería decir, hasta que no las vea. Nos pasa lo mismo cada vez. Primero me sujeta el brazo y clava las uñas en mi carne. El único alivio que tengo es cuando ella me suelta el brazo para cubrirse los ojos con sus dos manos. Lo próximo que sucede, es que ella se levanta y camina hacia la parte posterior del cine, donde puede pararse contra la pared. Allí, ella está segura que nada va a saltar desde atrás para agarrarla. Luego, se va del cine y busca refugio en el vestíbulo, y por si esto fuera poco, me dice que le encanta ir a ver ese tipo de películas. (Debe haber alguna explicación teológica de esto en alguna parte.)
Tal vez, el ejemplo más claro de este extraño fenómeno de los sentimientos mezclados que la gente tiene hacia lo santo viene del mundo de la radio. Antes de la venida de la televisión, los programas de radio eran el cenit del entretenimiento en el hogar. Diariamente, un sinnúmero de narraciones nos tenían al filo de asiento. Por la tarde, los programas solían ser de acción y aventura como El Llanero Solitario, Superman y otros.
Los programas de terror, comenzaban con el horroroso sonido del rechinar de una puerta abriéndose. Era como el ruido de unas uñas rayando un pizarrón. Esto evocaba en mi mente la imagen de un viejo y mohoso baúl que estaba siendo abierto. Con el sonido de la rechinante puerta se oía una sonora voz cuyo anuncio decía, “¡INNER SANCTUM!”.
¿Qué hay de atemorizante en las palabras inner sactum? ¿Qué significan? Inner sanctumsignifica “dentro de lo santo.” Nada es más pavoroso para nosotros, más terrible para la mente que ser traído adentro de lo santo. Aquí comenzamos a temblar a medida que somos introducidos a la presencia del misterium tremendum.
El misterioso carácter de un Dios santo es expresado en la palabra latina augustus. Les causó problemas a los primeros cristianos atribuir este título al César. Para ellos, ninguna persona era digna del título augusto. Sólo Dios podía ser llamado con propiedad el augusto. Ser augusto es inspirar asombro, o ser asombroso. En el sentido más elevado, sólo Dios es asombroso.
En el estudio de Otto sobre la experiencia humana de lo santo, él descubrió que las más claras sensaciones que los humanos tienen cuando experimentan lo santo es un sobrecogedor y abrumador sentimiento de ser criaturas. Es decir, cuando somos conscientes de la presencia de Dios, notamos más que somos criaturas. Cuando nos encontramos con el Absoluto, sabemos de inmediato que nosotros no somos absolutos. Cuando nos hallamos con el Infinito, nos hacemos agudamente conscientes de que nosotros somos finitos. Cuando vislumbramos al Eterno, sabemos que somos temporales. Encontrarse con Dios es un poderoso estudio de contrastes. Nuestro contraste con el “Otro” es sobrecogedor. El profeta Jeremías se quejó con Dios: “Me sedujiste oh Jehová, y fui seducido, más fuerte fuiste que yo y me venciste” (Jeremías 20:7).
Aquí suena como si Jeremías estuviese afligido por un ataque de tartamudez. Normalmente la Biblia es breve en sus expresiones y economiza el lenguaje. Jeremías rompe esta regla tomando tiempo para expresar lo obvio. El dice, “Me sedujiste, y fui seducido.” La última frase es un desperdicio de palabras. Por supuesto, Jeremías fue seducido. Si Dios lo sedujo, ¿cómo podía no sentirse seducido? Si Dios lo sobrecogió, ¿cómo podía no estar sobrecogido? Tal vez Jeremías sólo quería asegurarse que Dios entendía su queja. Tal vez estaba usando el método hebreo de repetición para indicar énfasis. Jeremías fue seducido y sobrecogido. El se sentía impotente y desamparado ante el absoluto poder de Dios. En ese momento Jeremías estaba supremamente consciente de su condición de criatura.
No siempre es placentero que se nos recuerde que somos criaturas. Las palabras originales de la tentación de Satanás son difíciles de olvidar, “seréis como dioses” (Génesis 3:5). Esta horrible mentira de Satanás es una mentira que nos encantaría creer. Si pudiéramos ser como dioses, seríamos inmortales, infalibles e irresistibles. Tendríamos una cantidad de poderes que no tenemos ni podemos tener. La muerte nos atemoriza con frecuencia. Cuando vemos a alguien morir, recordamos que somos mortales y que algún día nosotros moriremos. Es un pensamiento que tratamos de quitar de nuestras mentes, y nos sentimos incómodos cuando la muerte de alguien se entromete en nuestras vidas, anunciándonos lo que tendremos que enfrentar inevitablemente. La muerte nos recuerda que somos criaturas. Pero tan temible como es la muerte, no es nada comparada con enfrentar a un Dios santo. Cuando nos encontramos con El, toda nuestra condición de criaturas se avanlanza sobre nosotros y desintegra el mito de que somos semi-dioses, deidades inferiores que tratarán de vivir por siempre.
Como criaturas mortales, estamos expuestos a toda clase de temores. Somos gente ansiosa dada a las fobias. Algunos le temen a los gatos, otros a las serpientes, otros a los lugares congestionados o bien a las alturas. Estas fobias se apoderan de nosotros y perturban nuestra paz interna. Hay una clase especial de fobia que todos sufrimos. Se llama xenofobia. Xenofobia es un temor (a veces un odio) hacia los extraños o los extranjeros (tratándose de personas), o bien hacia algo que sea extraño o extranjero. Dios es el máximo objeto de nuestra xenofobia. El es el más grande extraño, el mayor extranjero, dado que El es santo y nosotros no.
Le tememos a Dios porque El es santo. Pero nuestro temor no es el temor sano que la Biblia nos motiva a tener. Nuestro temor es un temor servil, un temor nacido del pavor. Dios es demasiado grande para nosotros, demasiado asombroso, y para colmo, nos hace difíciles demandas. El es el Misterioso, un Extraño que amenaza nuestra seguridad. En su presencia, tememos y temblamos y el hallarnos en su sentencia, puede ser nuestro más grande trauma.
Aplicando la Santidad de Dios a Nuestras Vidas
Mientras reflexiona en lo que ha aprendido y redescubierto acerca de la santidad de Dios, responda estas preguntas. Use un diario para registrar sus respuestas acerca de la santidad de Dios, o discútalas con un amigo.
1. ¿En qué maneras es Dios un terrible misterio para usted?
2. El misterio de Dios ¿lo consuela o lo atemoriza?
3. ¿Qué aprende usted acerca de sí mismo al comprender el misterio de la santidad de Dios?
4. Durante la siguiente semana, ¿cómo adorará usted a Dios por el misterio de su santidad?