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DIARIO

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OK. Ese momento de angustia fue raro, porque quería huir, y también me quería quedar. Juan Diego me gustaba mucho, pero… ¿Qué querrá él de mí? ¿Será que solo quiere verme desnuda? ¿Era lo único que quería de mí? ¿Era solo sexo lo que le inspiraba? ¿Sería que no me amaba? ¿Será que sabe que soy virgen? ¿Será que solo quiere aprovecharse de mí? ¿Será que piensa que soy fácil? O peor, ¿que soy una niña tonta?

Casi me paralicé de miedo, y sin embargo, ya estaba desnuda y lo tenía encima mío. Entonces, mis nervios y mi misma debilidad, me dieron fuerzas para rechazarlo y le dije:

–¡Quítate, no me toques más!

Me levanté, me vestí y sin mirarlo, salí despavorida, corriendo monte abajo. Él corrió y me agarró para convencerme de que no me fuera, pero no me pudo calmar. Entendí que eso no era cariño ni respeto, solo era deseo carnal, y yo no quería. Eso no era lo que yo deseaba para mí. Me marché del claro y del lugar, corriendo a oscuras, cuesta abajo por la carretera, con la esperanza de que algún campesino de los que iban al mercado los domingos, me dejara subir entre sus verduras y me llevara hasta el pueblo.

Cuando llegué al pueblo, tuve que esperar a que amaneciera para entrar en la casa después de que mi madre saliera para misa. Era tal vez, el único día que no me obligaban a levantarme temprano. Nunca se supo que yo me había volado esa noche.

El lunes cuando llegué al colegio, no dije ni una palabra a los compañeros. Yo me sentía apenada, enojada y arrepentida de haberme volado esa noche, y temía que los amigos de Juan Diego, creyeran que había estado con él, y aunque intentaba no pensar en eso, quería salir del colegio y volver a mi casa.

Me llamó la atención que ese día, nadie me dijera nada y ni siquiera, me llamaron Garza, el apodo que me habían puesto cuando tenía nueve años porque era muy delgada. Y aunque fui la niña de mi curso a la que primero le creció el busto, el apodo nunca me lo quitaron. Pero, ese día nadie me dijo nada. Pensé que tal vez, murmuraban a mis espaldas y yo estaría en boca de todos, con mi reputación dañada. Ese día tampoco me encontré con Liliana. Lo que nunca esperé fue que en mi casa estuviera la respuesta.

Llegué y me metí en mi habitación y mis pensamientos fueron solo para Juan Diego. ¿Por qué solo se quería acostar conmigo? ¿Acaso yo no era lo suficiente para él? ¿Será que los hombres solo me verán así? ¿Por qué hoy no me buscó?

Aunque mejor, porque si me hubiera buscado, todos confirmarían que estuve con él. ¿Qué les habrá dicho a sus amigos? ¿Será que después de lo del sábado, alguien me va tomar en serio? O creerán, ¿que soy una mujer fácil? Lloré por sentirme en desamor. Y no salí de mi cuarto, hasta que mamá llamó para decir que la comida estaba servida.

Cuando bajé, estábamos solo las tres, mi mamá, Juliana mi hermana y yo. Mi padrastro no llegó.

Y estando en la mesa, Juliana empezó a mirarme raro. Y luego dijo:

–¿Si saben lo que andan diciendo en el colegio? Que hubo una gran fiesta el sábado en el río y que se salió de control. Yo no la miré. Traté de ignorarla, jugando con mi sopa.

Mi madre sí la miró y le puso toda la atención que ella quería. Juliana prosiguió:

–Dizque hubo mucho licor.

Y dicen que el que más se divirtió fue el amigo de Dayana, Juan Diego. ¿Así es como se llama?

Yo palidecí, ¿cómo iba a salvarme de esto? ¿Qué tanto sabía Juliana? Seguro que mi madre me iba a moler a golpes. Aunque le temía más a mi padrastro Ismael que siempre me golpeaba desde que tengo memoria. Lo bueno era que no estaba aquí con nosotras. Juliana continuó.

–Dayana, ¿no sabes algo de lo que ocurrió en la fiesta?

–No, contesté. No sabía qué tanto le habrían contado a Juliana y qué tanto quería sacarme.

–Tan raro, yo pensé que tú más que nadie debería saberlo.

El momento se hizo incómodo y el silencio inundó la habitación, hasta que mi mamá dijo:

–Y como por qué tendría que saber Dayana, ¿qué ocurrió en esa fiesta, si yo no le di permiso de ir? En seguida, me miró con curiosidad y enojo. Juliana contestó:

–Pues porque el muchacho que le gusta a Dayana, se acostó con una niña en el río, ya todo el colegio lo sabe. Mi madre me miró con ojos de inquisidora.

–Dayana, ¿tú qué sabes?

–Nada contesté con voz temblorosa. Pero Juliana dijo:

–Dizque nada, ¿cómo no debe saber quién se acostó con ese muchacho, si Liliana es su mejor amiga?

En ese momento, mi angustia se transformó en sorpresa y luego en desilusión.

–¿Qué dijiste? Le pregunté a Juliana.

–Que su amiga, Liliana, aquella que parecía una santa, se le entregó a su amor platónico en el río, y todos la vieron hacerlo.

¡Qué puta es!

Yo me levanté llorando de la mesa y alcancé a escuchar a Juliana que le decía a mi mamá.

–Creo que de verdad no sabía.

Me encerré en el cuarto, metí mi cara en la almohada y grité:

–¡Puta, puta, puta!

Estaba enojada y confundida.

¿Por qué me fui de esa forma? Le dejé el camino libre. Juan Diego quería era conmigo.

¿Será que debí haberme dejado llevar? ¿Será que van a ser novios? Tengo que saber qué pasó. Pero… ¿Qué le voy a decir? Ella debe saber que yo me muero por él. ¿Será que sabe que quería hacerlo conmigo? Entonces, la llamé:

–¿Liliana por favor?

–Un momento, dijo su padre.

–Hola, ¿con quién hablo?

–Hola, soy yo, Dayana.

–¿Hola cómo estás? ¿Dónde has estado? Hoy no te vi en el colegio y el sábado te fuiste sin despedirte. Quería hablar contigo.

–Ah, sí. ¿De qué? Pregunté.

–Pues amiga, ¿si sabes que me cuadré con Juan Diego?

–Pues oí algo así. Le dije.

–Sí, claro. En el colegio ya lo sabe todo el mundo, ¡estoy tan feliz! Aunque debo reconocer que te tenía celos. Él parecía muy interesado en ti, pero me dijo que se acercó a ti para llegar a mí. Porque tenía miedo de que yo lo rechazara, ¿puedes creerlo?

–Sí, contesté. Y le dije: tengo que colgar, mi mamá me llama. Chao. Colgué antes de que se despidiera, y seguí llorando toda la noche.

Seducción: El diario de Dayana

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