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1 EL IMPARABLE ASCENSO DE LAS EXPORTACIONES ESPAÑOLAS
ОглавлениеEn este primer capítulo se describe el reciente ascenso de las exportaciones españolas, que suscita asombro general y ha actuado como paliativo menor de la grave situación de crisis vivida. Ante todo, se presta atención al período que transcurre de 2008 a 2015, seis años de crisis y dos de recuperación, pero después se dirige la mirada también a los años anteriores, con el fin de ampliar el ángulo de visión y la comprensión de lo ocurrido. El ascenso reciente de las exportaciones se inserta en una trayectoria expansiva de más largo alcance, que adquiere especial vigor tras la entrada de España en la Comunidad Económica Europea (CEE), embrión de la actual Unión Europea (UE), un hecho que supuso un paso transcendental en la apertura de sus mercados a la competencia internacional. Resulta obligado volver la vista atrás por un momento hacia ese período singular, buscando sobre todo enfatizar lo ocurrido en la década de 1990, en la que realmente se produjo un gran salto exportador, que hoy urge repetir con igual o mayor empuje, para consolidar la recuperación en curso y evitar un temprano agotamiento de su actual vigor, un escenario que el Fondo Monetario Internacional consideraba como probable en agosto de 2015.
EL ASCENSO DE LAS EXPORTACIONES ESPAÑOLAS DURANTE LA CRISIS
Tras el brusco desplome de la actividad económica en 2009, que afectó al comercio mundial, dado su alcance general, y su mayor intensidad en los países desarrollados, las exportaciones españolas comenzaron a crecer a ritmos elevados, hasta el punto de que al cierre de 2015 serán un 22% más elevadas en volumen que en 2007, último año de la etapa expansiva que acompaña al inicio del nuevo siglo. En terminos de variaciones anuales, los años transcurridos con posterioridad a 2010 registran aumentos superiores al 4,5%, medidos en volumen, esto es, descontado el efecto de las alteraciones en los precios (véase gráfico 1.1). Este notable ascenso ha contribuido de forma decisiva a evitar un desplome de la actividad económica de mayor envergadura (véase recuadro 1.1), sosteniendo los niveles de empleo de la población activa.
El ascenso de las ventas exteriores es también elevado en términos comparados, supera en algunas décimas al que ha registrado como media Alemania, el país europeo líder en la exportación, y en un punto porcentual al de la UE-15, el conjunto de países formado por los quince miembros de la Unión Europea entre 1995 y 2004. No es pues extraño que las exportaciones se hayan convertido en la mejor referencia que exhiben los gobiernos españoles. Y tampoco lo es que su comportamiento haya obligado a dirigir una mirada más atenta al sistema productivo español.
Sorprende también ese aumento de las exportaciones españolas porque el principal mercado al que se dirigen, el europeo, ha sentido con especial intensidad la crisis económica. Como consecuencia, la expansión en el exterior ha debido apoyarse en los mercados emergentes, en los que las empresas españolas poseen una menor implantación. Este hecho, al tiempo que advierte acerca del retraso de las compañías españolas en la diversificación de mercados, revela también su notable adaptación a un entorno cambiante. Como consecuencia, las diferencias de actividad, eficiencia y rentabilidad entre las empresas que exportan y las que no lo hacen ha crecido durante los años de crisis.1
Gráfico 1.1 Evolución de las exportaciones españolas (tasas anuales de variación a precios constantes)
Fuente: INE, Contabilidad Nacional de España.
Por otra parte, para quienes creen que la capacidad de exportación de España se basa en el turismo no es un menor motivo de asombro el que las exportaciones de bienes supongan un 67% del total y hayan mostrado una ejecutoria particularmente brillante, con aumentos cercanos al 5% anual en el mismo período. En realidad, el turismo aporta alrededor de un 14% de los ingresos por exportaciones de bienes y servicios, y ha crecido de forma moderada en los años de crisis, reflejando la difíciles cinrcunstancias de los principales consumidores europeos, alemanes, británicos y franceses. Añádase a esto que las ventas al exterior de los servicios no turísticos, superiores en volumen a las de servicios turísticos, han crecido más rapidamente.
RECUADRO 1.1 Exportaciones y PIB
Una economía crece impulsada por la demanda de bienes y servicios, tanto de sus residentes, familias, empresas y administraciones públicas, como de los no residentes, los habitantes del resto del mundo, los cuales compran sus productos o se desplazan a su territorio para hacer turismo o trabajar temporalmente. La tasa anual de crecimiento de la producción, medida por el PIB, es pues el resultado de las contribuciones de estas dos demandas, la nacional y la exterior. Por ello, se puede calcular mediante una suma ponderada de las tasas de crecimiento de ambas, descontando el efecto debido a la evolución de las importaciones, ya que una parte de los bienes y servicios que adquieren los residentes (para el consumo de los hogares, el equipamiento de las empresas, etc.) no son de fabricación nacional, sino de importación. Por eso la demanda exterior se denomina «neta», como resultante de restar las importaciones de las exportaciones, e iguala al saldo del comercio exterior de bienes y servicios. Cuando ambas demandas, nacional y externa, se contraen, como ocurrió en 2009 (según se observa en el gráfico 1.2), el PIB se reduce.
También puede comprobarse en el gráfico citado cómo desde el comienzo de este siglo hasta 2007, el crecimiento del PIB español se basa en la expansión de la demanda nacional, mientras que desde entonces lo hace apoyado en las exportaciones netas. A su vez, estas aumentan por el crecimiento de las ventas al resto del mundo, pero también por la disminución de las compras al exterior por parte de los residentes, es decir, de las importaciones, dadas las reducciones en el consumo y en la inversión en construcción y equipamientos. Si España no hubiese comprado ni vendido al exterior, el PIB se habría reducido un 16,3%, entre 2007 y 2013, pero en realidad lo ha hecho en una tercera parte de este valor, un 5,8 %. Gráfico 1.2. Contribución al crecimiento real del PIB español de la demanda nacional y de la demanda exterior neta (tasas anuales de crecimiento del PIB a precios constantes)
Fuente: INE, Contabilidad Nacional de España.
De lo que acaba de señalarse, no debe concluirse que el turismo no es relevante. Es una industria capital, en la que España sobresale, situándose en los primeros puestos mundiales por ingresos y por el número de turistas recibidos, el cual ha registrado un nuevo récord de entradas en 2014, con la llegada de 65 millones de personas, cifra que muy probablemente se superará en 2015. La relevancia de esta industria estriba sobre todo en que ofrece siempre un saldo de sus operaciones con el resto del mundo muy positivo, el cual permite financiar una parte del déficit que se registra en el comercio de bienes, hoy en niveles mínimos, debido a la retracción de la demanda interna.
La situación de parálisis del mercado interno, debida al proceso de ajuste del endeudamiento de familias, empresas y administraciones públicas, ha supuesto sin duda un incentivo a la búsqueda de nuevos mercados en el exterior. De hecho, algunas estimaciones otorgan relieve a este factor en los años más recesivos, comenzando en 2009. Pero los estímulos principales han venido de la expansión de los mercados de los países en desarrollo hasta 2013, cuando muestran signos de desaceleración, así como de una reducción del valor del euro hasta 2012, acompañada también de descensos en algunos segmentos de salarios y en los costes laborales unitarios (la denominada «devaluación interna»). En 2013 y 2014, la moneda europea se apreció, como consecuencia del superávit de Alemania y del conjunto de la UE en su comercio exterior, así como de la aplicación de una política monetaria menos expansiva en el área euro que la desplegada por EE.UU. o Reino Unido, que ofrecía mayores remuneraciones a los activos financieros. Este factor se unió al lento aumento del comercio mundial para frenar las exportaciones españolas en el verano de 2014. La posterior depreciación del euro, junto con la reducción de los precios del petróleo, ha favorecido su recuperación en los meses siguientes, pero no con el brío deseable, pues el comercio mundial muestra signos de estancamiento.
Una última característica merece apuntarse: el crecimiento de las exportaciones españolas en estos últimos años no solo se ha debido a que las principales empresas exportadoras han aumentado las ventas de sus productos en los mercados en los que se encuentran implantadas (esto es lo que los economistas denominan «margen intensivo»), sino también a que se ha extendido la oferta española al exterior con nuevas empresas, nuevos productos y la penetración en nuevos mercados («margen extensivo»). En particular, ha crecido continuamente el porcentaje de pequeñas y medianas empresas que exportan, aunque aún es bajo; las empresas de más de doscientos trabajadores lo hacen ya en una proporción muy elevada. Según la información suministrada por el Instituto de Comercio Exterior (ICEX), el número de empresas exportadoras con una facturación en el exterior superior a 50.000 euros ha crecido a tasas superiores al 3% en los años posteriores a 2010. También ha aumentado, aunque a un ritmo inferior, el número de las que lo hacen con regularidad.
Al mismo tiempo, ha aumentado el número de empresas situadas en el grupo de cabeza, tanto aquellas cuyas ventas al exterior en el año 2014 superaban los 50 millones de euros pero no llegaban a los 250 millones (casi quinientas empresas) como las que superaban esta última cifra (101), afianzándose así su peso en la exportación total, con las empresas Telefónica, Repsol, Inditex, Bayer Hispania, Cepsa, Seat, Abengoa y Corporación Gestamp situadas en los primeros puestos.
UNA LARGA TRAYECTORIA EXPANSIVA
Por sorprendente que pueda considerarse, la positiva evolución de las exportaciones en los últimos años se enmarca en una trayectoria de largo alcance que se inicia en 1960, cuando la economía española abandona las orientaciones autárquicas prevalecientes en los veinte años que siguen a la guerra civil e inicia un período de rápida expansión, aprovechando la «edad dorada» del crecimiento europeo posterior a la Segunda Guerra Mundial. En realidad, será la entrada de España en la Comunidad Económica Europea la que exponga de manera más intensa a las empresas españolas a la competencia internacional, obligándolas a buscar un sucedáneo del mercado interior en los mercados exteriores.
En efecto, la consolidación de la industrialización española durante los decenios de 1960 y 1970 se realizó en un marco de elevada protección del mercado nacional. La profunda crisis del decenio de 1970, derivada del alza de los precios del petróleo y otras materias primas y de la adopción por parte de los países desarrollados de políticas monetarias y fiscales restrictivas para controlar las tensiones inflacionistas creadas, espoleó a las empresas a orientarse cada vez más al exterior. Finalmente, la integración en Europa abrió por completo el mercado español a los países vecinos y obligó a las empresas españolas a una profunda reconversión, que fue apoyada por medidas fiscales favorecedoras de su reequipamiento.
La adhesión de España a la Europa comunitaria en 1986 supuso, en fin, un drástico desmantelamiento de sus barreras proteccionistas frente a los restantes países miembros, que se produjo de forma gradual durante los siete años siguientes, hasta 1993. Fueron estos años también los de construcción del Mercado Único Europeo, mediante la eliminación de las barreras no arancelarias que restringían la competencia dentro del ámbito comunitario, desde los puestos fronterizos, que encarecían el envío de mercancías al exterior, hasta las especificaciones sanitarias o de seguridad, que disfrazaban sendas actuaciones de protección de los mercados nacionales. De forma que las empresas españolas se enfrentaron a un proceso de cambio de enorme envergadura, la apertura total del mercado nacional a las empresas de otros países comunitarios.
Todo proceso de apertura a la competencia internacional introduce a las empresas en un escenario de mayor rivalidad con sus competidoras de todo el mundo, empujándolas a aumentar sus niveles de eficiencia y su especialización productiva. Para lograrlo, abandonan la producción de aquellos bienes o servicios en los que son menos hábiles y eficientes, para centrarse en aquellos otros que saben hacer mejor, que son más singulares y diferentes de los de sus rivales, o que obtienen a un menor precio. La resultante de este proceso es un mercado internacional más abierto y competitivo, con mayor variedad de productos y menores precios.
Normalmente, este proceso es beneficioso para el país que lo afronta, como ya apuntara Adam Smith, porque los consumidores acceden a una mayor variedad de bienes a menor precio. Las empresas menos eficientes desaparecen, pero las más eficientes producen con menores costes y se enfrentan a mercados más amplios para sus productos. La orientación hacia esos nuevos mercados es una estrategia obligada de supervivencia, porque habrán de compartir su espacio en el mercado interior con las empresas de otros países que acceden a él, ofreciendo nuevas variedades de productos. Sin embargo, al mismo tiempo, esto supone una oportunidad para consolidar sus productos y avanzar hacia otros nuevos, fabricados con tecnologías relacionadas, aprovechando la información recibida de los nuevos consumidores y de las empresas rivales.
El gráfico 1.3 refleja de forma diáfana cómo España realiza el proceso descrito, mostrando la evolución del peso de sus exportaciones sobre las del conjunto de la UE-15. Esta cuota pasa de un valor inferior al 3% en 1960 a otro cercano al 7% en 2014, cifra que se aproxima ya al peso de España en la producción del área que se toma como referencia, que es algo inferior al 9%. No consigue igualarlo, desde luego, pero este es un rasgo que comparte con Francia, Italia y Reino Unido. Su explicación reside en que Alemania se encuentra más volcada al comercio exterior que todos estos países, y absorbe un porcentaje proporcionalmente mayor de este, lo que también sucede a los países de menor dimensión, los cuales necesitan más de las exportaciones para conseguir economías de escala en su producción.
Gráfico 1.3. Participación de España en las exportaciones de bienes y servicios de la UE-15 (porcentajes a precios constantes)
Fuente: Eurostat.
Merece la pena detenerse en algunos detalles de la trayecoria española. Por ejemplo, el rápido ascenso de la cuota de exportación española hasta la crisis iniciada en 1973, que recibió un estímulo del Acuerdo Preferencial firmado con la Comunidad Económica Europea, muy favorable a los intereses españoles. El decenio que sigue constata la imperiosa necesidad de buscar mercados alternativos en el exterior, que se atempera desde 1985, como consecuencia de la recuperación de la demanda interna. La década de 1990, en la que se cierra la construcción del Mercado Único Europeo abierta en 1987, marca el período de mayor expansión de las exportaciones españolas, que crecen a una tasa media anual del 10% en volumen (11% las de bienes). Este ascenso recibe un estímulo muy considerable de tres devaluaciones de la peseta en los primeros años, que corrigieron la sobrevaloración con la que esta moneda se incorporó al Sistema Monetario Europeo (preludio de la unidad monetaria europea) en 1989.
En la década de 2000 se aminora el ritmo de aumento de las exportaciones de los países desarrollados, también el de España, sin que esto signifique el paso a una tasa reducida: un 4,3% en volumen, un punto porcentual por encima del avance anual del PIB. Es un ritmo insuficiente, sin embargo, que no permitió sostener la cuota de España en el conjunto de las ventas exteriores comunitarias, en claro descenso desde 2003, es decir, durante los años de mayor expansión de la demanda interna. La crisis actual ha favorecido su recuperación, hasta el punto que bien podría volver a alcanzarse en 2015 el alto valor de participación en las exportaciones de la UE de 2003, un 6,8%.
La evolución descrita parece avalar a grandes rasgos la hipótesis de que las exportaciones españolas son sensibles a la evolución del mercado interior. Los momentos de crisis, de atonía de este mercado, impulsarían la salida al exterior de las empresas, en busca de mercados sustitutivos con los que sostener su producción. Por el contrario, los momentos de expansión favorecerían el retorno de las empresas al mercado nacional, ralentizándose así la marcha de las exportaciones. No es esta una hipótesis que haya encontrado siempre corroboración en los análisis econométricos realizados, en parte debido a la dificultad de aislar adecuadamente este factor de situación del mercado interior de la evolución del principal determinante de demanda, el comercio mundial, o de los factores fundamentales de oferta que condicionan la marcha de las exportaciones, los precios y el tipo de cambio de la moneda. En todo caso, desconocemos el grado de sensibilidad de la exportación a la dinámica del mercado interno. No parece ser muy alto ni siempre el mismo, a juzgar por algunos indicios. Así, la segunda parte de la década de 1990 fue un período de rápido crecimiento de la demanda nacional en el que también se produjo un aumento muy elevado de las exportaciones. Incluso en la etapa de gran expansión anterior a la crisis, las ventas españolas en los mercados exteriores crecieron a un ritmo apreciable, siendo este un rasgo que diferencia a España de Italia y Francia y la aproxima a Alemania. No es la única similitud con este último país, como más adelante se comprueba. Pero, si España no consiguió aumentar entonces sus exportaciones al alto ritmo al que lo hizo Alemania, probablemente se debió a la favorable evolución de los costes laborales alemanes y a la mayor expansión del mercado interior español.2
LA GRAN TRANSFORMACIÓN DEL DECENIO DE 1990
El decenio de 1990 merece sin duda especial atención por los ritmos de expansión de las exportaciones alcanzados. Es el período en el que parece consolidarse todo lo gestado en el anterior, de adhesión a la Europa comunitaria, y preludia la última etapa de madurez, la década de 2000.
En efecto, el decenio anterior, el de 1980, en el que se produce la entrada de España en lo que hoy es la Unión Europea, se caracteriza por un notable ascenso de las exportaciones españolas dirigidas hacia esa área. España realiza por fin su sueño de incorporarse a Europa, y también lo hacen sus empresas, penetrando en los mercados comunitarios. El Gráfico 1.4, que se refiere tan solo al comercio de bienes, muestra el formidable ascenso de las exportaciones dirigidas a la Europa comunitaria (las intracomunitarias), que casi llegan a doblar su peso en el total. La apertura del mercado europeo para los productos españoles fue, por tanto, bien aprovechada por las empresas, que buscaron contrarrestar la inevitable pérdida de mercado interior, en favor de las empresas de otros países comunitarios.
Gráfico 1.4. Importancia de las exportaciones de bienes dirigidas a la UE (en porcentaje del total)
Fuente: Eurostat.
Finalizada esta década de integración europea, algo más del 70 % de las exportaciones españolas se dirigían ya al espacio comunitario, pudiendo darse por culminada una primera fase de internacionalización de muchas empresas, sobre todo de las más grandes, que les permitió aprovechar las ventajas comparativas que poseían, basadas sobre todo en sus menores costes laborales, a la par que acometían una profunda transformación de sus productos y técnicas productivas.
Sin embargo, será el decenio de 1990 el que registre la mayor expansión de las exportaciones españolas, con tasas de avance en volumen del 10 % anual, que duplican las del decenio anterior. No es un comportamiento exclusivo de España, también caracteriza a los demás países de la periferia comunitaria, sobre todo a Irlanda y Grecia, en pronunciado contraste con Francia, Alemania o Italia, todavía con un atenuado ritmo de aumento de sus ventas exteriores.
Este crecimiento siguió dirigiéndose en buena medida a la UE, manteniendo la elevada proporción que esta área representaba en el total de las ventas exteriores españolas. Sin embargo, amplió también su radio de acción a otras economías, iniciándose una segunda y fundamental fase de internacionalización, en la que la captura de nuevos mercados desempeñó un gran papel, al igual que la diversificación de los productos ofrecidos y el incremento del número de empresas exportadoras; de forma resumida, el aumento en el «margen extensivo».
En esta fase, muchas empresas de menos de 200 trabajadores realizaron su salida al exterior, siguiendo la estela marcada con antelación por las grandes. Con los datos que ofrece la Encuesta sobre Estrategias Empresariales (ESEE), que elabora la Fundación SEPI, el porcentaje de empresas de menos de doscientos trabajadores que exportan casi se duplicó durante el decenio estudiado, mereciendo resaltarse sobre todo el aumento de las más pequeñas de ese colectivo, las de menos de cien trabajadores.3 Este cambio, por lo demás, fue intenso en los sectores que hoy son claves en la exportación: alimentación, textil, química, maquinaria y material de transporte.
No menos trascendental es el cambio que tuvo lugar en este mismo decenio, el de 1990, en la intensidad exportadora de los diferentes tipos de empresas, es decir, en el porcentaje de su producción destinada a los mercados exteriores. El colectivo que se transformó más fue el de las grandes empresas, las de más de doscientos trabajadores. Partían de la misma intensidad exportadora que las pequeñas (en torno al 20% de la producción), que suele considerarse un umbral relativamente bajo, con pocos efectos de transformación de las bases productivas de las empresas, y, por consiguiente, con reducida capacidad de armarlas para hacer frente a la competencia global. A lo largo de la década, ese porcentaje se incrementó hasta el 35%, con grandes aumentos en todos los sectores que hoy son claves en la exportación, con la excepción del de alimentación, bebidas y tabaco, que sigue aquejado de una baja intensidad exportadora. Con este cambio, las empresas de mayor tamaño asumieron una clara orientación exportadora. Por lo que respecta a las de menos de doscientos trabajadores, también avanzaron en cuanto a intensidad en la exportación, aunque en una medida menor, consiguiendo el umbral del 25 % que según una reciente investigación resulta decisivo.4 El nuevo siglo apenas alteró estos logros, hasta la llegada de la crisis.
Tras esta transformación que tuvo lugar en la década de 1990, la internacionalización de las empresas españolas en su vertiente de exportación alcanzó ya ciertamente un nivel elevado. La década posterior, la que abre el nuevo siglo, se caracteriza por la extensión a nuevos mercados, la introducción de nuevos productos y la mejora en su calidad. También por dar paso a una nueva y superior etapa de internacionalización de las grandes empresas, la implantación productiva en otros países, a través de la inversión en el exterior, que transforma las empresas españolas en multinacionales, un proceso en buena medida protagonizado por compañías encuadradas en las actividades de servicios, banca, telecomunicaciones y energía, pero también seguido por empresas industriales pertenecientes a diversas actividades (metalurgia, productos de minerales no metálicos, química, automoción y alimentos), que ha ejercido efectos favorables sobre la exportación.
Así pues, la exportación española y, aún de forma más amplia, la internacionalización de las empresas españolas han seguido una trayectoria de afianzamiento paulatino, guiadas por un grupo de grandes empresas al que se han ido añadiendo otras más pequeñas que, de forma gradual, se han dirigido, primero, a los mercados cercanos geográfica y culturalmente, para extenderse después por una buena parte del planeta. Es quizá la senda más común de internacionalización, realizada en un marco exigente y con buenos resultados.
Es también el camino señalado por la Escuela de Uppsala, que postula que la exportación es un camino difícil que se inicia mediante un paulatino aumento del peso de los mercados exteriores en la actividad de las empresas, el cual las dota de experiencia para finalmente acometer su implantación en otros países, convirtiéndose de esta manera en compañías multinacionales, en un círculo virtuoso entre exportación e inversión exterior, dos actividades que se refuerzan mutuamente.
EXPORTACIONES, RECUPERACIÓN ECONÓMICA Y NUEVO MODELO DE CRECIMIENTO
A pesar de la brillante trayectoria mostrada por las exportaciones españolas, el volumen que alcanzan hoy no puede considerarse suficiente para lograr un crecimiento de la producción susceptible de absorber el elevado desempleo de la mano de obra que registra España, por lo que deben seguir expandiéndose a un ritmo alto. Medido con respecto al PIB, su valor supone en la actualidad el 34%, cifra que sobrepasa a las de Francia o Italia. También en el caso de las mercancías, ámbito en el que la posición española no es tan holgada como en el de los servicios, se han superado los niveles de Francia, con acercamiento a los de Italia, de un 24%.
Sin embargo, no debe olvidarse que la recuperación de la demanda interna tiende a reorientar a algunas empresas hacia el mercado interior y, sobre todo, impulsa las importaciones, con el riesgo de que superen a las exportaciones y conduzcan a un déficit en el comercio de bienes y servicios, revirtiendo el ajuste logrado durante la crisis, según se desprende del gráfico 1.5.
En efecto, el período de expansión que precede a la crisis reciente se caracteriza por un intenso deterioro del saldo del comercio de bienes y servicios, y, por tanto, por la contribución negativa de la demanda externa al crecimiento del PIB (véase de nuevo el gráfico 1.2). El aumento del déficit exterior es, sobre todo, visible en el caso de los bienes; en cambio, los servicios registran siempre un saldo favorable, derivado de las actividades turísticas, aunque acusan también el impacto del considerable aumento de la demanda nacional en el período mencionado, que impulsa al alza sus importaciones.
Es inevitable preguntarse si un tejido industrial más sólido no hubiera podido evitar el alza de las importaciones, y ello hace que muchos analistas quieran ver en el saldo del comercio exterior un indicador de competitividad de la economía.
Un deterioro de este saldo tan pronunciado refleja, sin duda, algunas debilidades del tejido productivo, pero apunta sobre todo a la existencia de un desbordado y descontrolado ritmo de aumento de la demanda nacional, además del impacto de algún otro factor relevante, como la notable elevación del valor del euro con respecto al dólar, que encareció los precios españoles y abarató los de otros países competidores.
La respuesta al auge de las importaciones en una economía desarrollada es el aumento de las exportaciones, y si este no se consigue, la conclusión inevitable es que se crece demasiado, con lo que el control de la demanda nacional se hace necesario. Apenas existe espacio hoy para la sustitución de importaciones por producción propia, reduciendo con ello las compras al exterior. Las economías desarrolladas se especializan en determinadas gamas de productos para conseguir economías de escala y aprovechar sus ventajas relativas de costes (mayores en unas gamas que en otras, dependiendo del precio de sus factores productivos, el trabajo y el capital, entre otros factores). La producción difícilmente puede atender las demandas de todas las gamas de productos.
Gráfico 1.5. Saldo del comercio de bienes y servicios sobre el PIB (porcentajes a precios constantes)
Fuente: INE, Contabilidad Nacional de España.
Un ejemplo ilustrará esta cuestión. Si la demanda de automóviles crece, lo hace también la de los modelos más caros y sofisticados, pero esta no puede ser atendida con una producción nacional que está especializada en gamas medias y bajas, al basarse en ventajas que proceden de menores salarios y no de un elevado desarrollo tecnológico (de hecho, las empresas automovilísticas son de capital extranjero en una proporción muy elevada). Por tanto, la respuesta de España debe ser aumentar las exportaciones de los modelos que fabrica, no tratar de cubrir esas demandas de vehículos sofisticados, que es algo que solo podrá lograr en un plazo más dilatado de tiempo, aumentando el nivel tecnológico de las empresas ubicadas en su territorio. Eso no significa que la producción española no sea competitiva; lo es y mucho, hasta el punto de que su inserción en la gran cadena de montaje europea es cada vez más fuerte, como muestran las recientes investigaciones del equipo dirigido por la profesora Rosario Gandoy (Córcoles, Díaz Mora y Gandoy, 2012).
La recuperación de la crisis y el crecimiento futuro de la economía española reclaman un mayor peso de las exportaciones. De otra manera, el aumento de la demanda nacional hará crecer las importaciones, que deberán financiarse parcialmente (en la parte no cubierta con exportaciones) con préstamos recibidos de otros países, incrementando así la deuda exterior y limitando el crecimiento económico en el largo plazo. Por consiguiente, la senda alcista de las ventas al exterior debería continuar en los próximos años, y existe suficiente fortaleza competitiva para ello, lo que no quita para que sean necesarias sólidas medidas de apoyo, sobre todo en un momento como el actual, de parálisis del comercio mundial. El actual crecimiento de la demanda interna, superior al 3%, tiende a hacer aumentar las importaciones en algo más del 5%, una tasa alcanzable por las exportaciones en condiciones normales, pero no si la economía mundial no acelera su actual ritmo de avance.
Un crecimiento económico con mayor apoyo en las exportaciones ofrece muchas ventajas adicionales a la ya señalada de sostener un mayor equilibrio en las cuentas exteriores. La primera es la de favorecer el desarrollo de la industria, con innumerables incentivos a la innovación y a la cualificación laboral. Esta es precisamente la gran ventaja que se asocia a la estrategia de reindustrialización que la Comisión Europea ha asumido, estableciendo el ambicioso objetivo de un ascenso del peso de la industria en el total de la producción del 16% actual al 20% para 2020. La segunda es el incremento del crecimiento, la eficiencia y la innovación de las empresas exportadoras, cuya evolución se hace además menos sensible al ciclo nacional. Y la tercera es un mejor conocimiento de los mercados exteriores, que estimula y abarata la internacionalización de otras empresas, ofreciendo un gran apoyo a la política pública de promoción exterior.
CONCLUSIONES
En este primer capítulo se ha descrito el ascenso de las exportaciones españolas durante los años de la crisis económica, valorándolo como sobresaliente en comparación con el de otros países europeos. La fortaleza que muestra ese ascenso descansa en parte en la propia crisis, que constituye un incentivo para buscar mercados en el exterior, pero se asienta sobre todo en una trayectoria de décadas de expansión a tasas elevadas, que recibió un gran estímulo gracias a la adhesión de España a la Unión Europea, en 1986, y alcanzó sus mayores logros en el decenio de 1990. Esta trayectoria exitosa ha sido el resultado de una profunda transformación de la estructura productiva de la economía española y de las bases tecnológicas y organizativas de las empresas que la integran, obligadas a responder al reto de una mayor exposición del mercado español a la competencia internacional derivada de la integración comunitaria y de la globalización. Las empresas españolas han alcanzado ya elevados niveles de internacionalización, y no solo a través de la exportación, sino a través de la inversión exterior. Las claves de su éxito y la fortaleza que este esconde, que permite mirar al futuro con optimismo, son los aspectos que estudia este libro.
En todo caso, un crecimiento económico más estable y sostenido exige la continuidad en la orientación de las producciones españolas hacia los mercados exteriores, incrementándose la intensidad exportadora de las empresas, pues la recuperación de la demanda nacional estimula las importaciones, aumentando así el riesgo de una vuelta al desequilibrio en el comercio de bienes y servicios.
Un crecimiento más basado en exportaciones ofrece muchas ventajas, no solo la de su sostenibilidad a ritmos elevados, sino también la de incrementar la eficiencia y la productividad de las empresas. Es pues uno de los centros del cambio en el modelo productivo que la sociedad española reclama.