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[ Prólogo ] La ética como actividad y práctica

Si la presentación del libro Enseñanza de la ética profesional y su transversalidad en el currículo universitario es sumamente acertada, es porque el libro reboza claridad desde las primeras líneas. Este elogio no es simple superchería, pues desde la sentencia inicial el texto declara con sensatez aquello que guiará el entramado de todo su discurso: “Míresela por donde se la mire, la ética es siempre una actividad” (Silva, 2020: 6). Si la ética no es por sobre todo práctica, no es nada o solamente un cúmulo de sentencias que expresan unas buenas intenciones que jamás se corresponderán con lo real. Por lo mismo, se puede afirmar que juzgar implica describir primero los efectos que esa actividad genera en el espacio público o privado, evaluar sus consecuencias y luego señalar si aquel comportamiento es acorde a los valores compartidos. Se puede apreciar de forma clara que tal programa se cumple en los cimientos de esta obra.

El filósofo Gilles Deleuze, cuya tesis auxiliar de doctorado dedica al pensamiento de Baruch Spinoza, distingue entre una visión moral y una visión ética del mundo. Cuando adscribimos a la primera:

Queremos decir en efecto que el alma, en función de su naturaleza eminente y de su finalidad particular, tiene «deberes» superiores: debe hacer obedecer al cuerpo, conformemente a las leyes a las que ella misma está sometida. En cuanto al poder del cuerpo, o bien es un poder de ejecución, o bien es un poder de distraer el alma y de desviarla de sus deberes. En todo esto pensamos moralmente (Deleuze, 1999: 247).

Muy bien podemos asociar la crítica que se propone este libro con la anterior sentencia deleuzeana. Si bien la obligación moral importa a la Ética, lo es solo en el sentido de una actividad afilosófica. De esta forma, cuando prejuiciamos y afirmamos la existencia de una naturaleza superior, de deberes o ideales trascendentes o aceptamos el predominio de un código único de comportamiento para toda la humanidad, entregamos nuestra capacidad de juzgar a un criterio exterior. La ética se convierte, así, en sinónimo de obligación. Al contrario, en una visión ética del mundo:

Es siempre cuestión de poder y potencia, no es cuestión de otra cosa. La ley es idéntica al derecho. Las verdaderas leyes naturales son las normas del poder, no reglas de deber. Es por ello que la ley moral, que pretende prohibir y mandar, implica una especie de mistificación: mientras menos comprendamos las leyes de la naturaleza, es decir, las normas de vida, más las interpretamos como órdenes y prohibiciones. Al extremo que el filósofo debe titubear de usar la palabra ley, a tal grado esa palabra contiene un resabio moral: es mejor hablar de «verdades eternas» (Deleuze, 1999: 261).

Corremos el riesgo de sobre o mal interpretar, sino explicamos bien el sentido de esta palabra. Primero, que una visión ética del mundo no sea otra cosa que poder y potencia se corresponde con la ética como actividad, “un hacer algo, que se constituye desde una relación de conocimiento e ignorancia sobre el saber acerca de ese algo y el mejor modo de hacerlo” (Silva, 2020: 6). Desplegar la potencia no es otra cosa que el ejercicio de relacionarme con otros, de conocer que cosas son mejores para potenciar nuestras capacidades de actuar o que cosas disminuyen esa capacidad. Necesitamos, entonces, describir cómo esa actividad afecta a otro individuo o a los grupos sociales.

Pero no podemos solo quedar en el plano de la descripción: luego, es necesario evaluar de qué forma tal o cual acción afecta al individuo o al entorno social, ya que la ética como actividad es una relación. Así, desde su propia constitución supone que “el punto de partida de la Ética como investigación sobre la moral son los hechos, los sistemas de costumbres reales; pero ella no está más interesada en describir las prácticas morales reales, o en cómo operan, que en valorarlas. Su función, entonces, estriba en buscar el significado de esos hechos morales” (Silva, 2020: 10). En otras palabras, la ética siempre es ética en el contexto, de las funciones sociales, de cómo las instituciones afectan en la constitución de nuestros juicios.

Pero, tercero, también la ética como valoración “apunta a un ejercicio de esclarecimiento sobre el obrar moral, acerca de cómo hemos de actuar con corrección y qué significa tal cosa” (Silva, 2020: 12). Supone una necesaria actividad reflexiva y crítica, pues, siguiendo a Deleuze, existen dos opciones: ceñirse a los valores preestablecidos en lo social y naturalizarlos o juzgar desde el principio con un criterio interior el valor que damos una acción o un conjunto de acciones que ejerce sobre nosotros un sujeto, un grupo social o un conjunto de instituciones. No existe un mundo ético y un mundo moral como extremos irreconciliables; en realidad, estos hablan de un tránsito: mientras más hacemos un uso reflexivo y ejercicio de nuestra capacidad de juzgar, más nos acercamos a un juicio ético sólido sobre los hechos:

La deliberación, nuestra capacidad de discernimiento, tal como lo presenta Aristóteles, habla de una especie de método o espíritu indagativo natural en nosotros, del que es capaz el ser humano corriente, para distinguir el bien a ser realizado. No es más que la Ética como una actividad investigativa ligada a nuestra condición humana. Un método práctico, para un conocimiento práctico, para una decisión práctica (Silva, 2020: 14).

Finalmente, debemos señalar si la actividad operada por el o los agentes es valorada como un acto permitido o rechazado en el contexto social en el que se despliega. Y he aquí que las advertencias de nuestro autor sean oportunas: el objeto de estudio de la ética se liga a la huidiza condición humana. Se aplican a cosas “que no ocurren siempre del mismo modo, en las cuales el resultado es incierto, indefinido, impreciso. De cosas en las que desconfiamos de nosotros mismos, en las que no estamos seguros en nuestra capacidad de hacer un buen diagnóstico” (Silva, 2020: 14). El juicio, entonces, como actividad peculiar de nuestra capacidad de deliberación puede ser afinado, porque las valoraciones cambian, las generaciones mutan y sus contextos de producción también.

Por eso, podemos entender ahora de mejor forma la crítica que realiza este libro sobre la compresión de la ética como disciplina abstracta o ideal. Si la ética es una actividad es porque se aplica a las valoraciones que hacemos de los comportamientos sociales de los sujetos y los grupos y, a su vez, la sociedad produce y reproduce algunos códigos o valores que acepta como buenos y otros que rechaza como ilegítimos: es imposible que una sociedad e instituciones en continuo movimiento tenga su fundamento en valores perennes e inmutables.

Si hablamos de ética profesional sucede exactamente lo mismo. Hablar de la profesión es investigar sobre los efectos de la actividad individual e institucional que este grupo de gente que denominamos profesionales ejerce en su contexto. Debemos valorar su participación y no podemos obviar que “aunque seamos personas individuales […], somos también, como ya queda dicho, trabajadores, empleados o profesionales marcados por compromisos y deberes éticos derivados de ese rol” (Silva, 2020: 19). Uno podría alegar que este trabajo ya excede los límites del propio esfuerzo filosófico, siempre tan aunado a la esperanza de encontrar principios o leyes universales que rijan nuestra conducta individual y colectiva. Pero en realidad, ¿qué es una filosofía?, ¿qué es una ética que no reflexiona en torno a los sucesos singulares, con respecto al modo en que se generan códigos compartidos al interior de las mismas organizaciones humanas? Sería solo un ejercicio intelectual saturado de concepto y discurso, pero liberada de todo compromiso de la actividad real: es teoría, pero no práctica como ya se señala desde el inicio de la obra.

Luego, de este recorrido que determina los criterios para entender la ética, el libro se lanza a la aventura de describir, valorar y conocer cuál es la Ética y la ética profesional que la Universidad Icesi profesa. Y ese ejercicio comprensivo y concertado, demuestra precisamente que la ética profesional requiere de una actividad deliberativa de los sujetos que moran en una institución y no puede ser delimitado a partir de principios a priori. “Cada vez hemos tomado más conciencia, desde nuestro propio aprendizaje en la comprensión de la ética, en el ejercicio de su enseñanza y en la compresión de los problemas sociales, políticos y económicos que persisten en nuestra sociedad, que la ausencia de ética es también un indicador de pobreza y de falta de democracia en una sociedad” (Silva, 2020: 27).

Con estas palabras, espero representar de buena forma el argumento fundamental que atraviesa todo este escrito. Aplaudo este ejercicio práctico de repensarse desde el interior, porque siempre lo más difícil es volcar la mirada hacia lo que uno hace; y doble dificultad cuando se trata de reflejar y sistematizar un ejercicio colectivo inscrito en una actividad tan cotidiana, pero tan importante como es el trabajo universitario. Al lector la siguiente recomendación: lea esta obra, no contiene fórmulas imperecederas para conducir el ejercicio profesional; pero sí nos presenta la actividad real y un balance que nos permitirá preguntarnos qué podemos mejorar y qué hacemos bien en nuestros propios espacios de trabajo. Al fin y al cabo, todo sujeto es actividad y debe evaluar si los efectos de sus acciones contribuyen a la concordia social. Ese ejercicio deliberativo hoy se hace más urgente, pues las malas prácticas han horadado la confianza en nuestras instituciones latinoamericanas y un trabajo como este siempre será un aporte y un acicate para perfeccionar la manera en que nos conducimos en la vida social.


Cristian Andrés Tejeda Gómez Doctor en Ciudadanía y Derechos Humanos Académico Departamento de Educación Universidad de Los Lagos, Osorno, Chile Osorno, febrero 31 de 2020


Referencias citadas

Deleuze, G. (1999). Spinoza y el problema de la expresión. Barcelona: Muchnik Editores.

Silva Vega, R. (ed.) (2020). Enseñanza de la ética profesional y su transversalidad en el currículo universitario. Cali: Editorial Universidad Icesi. DOI: https://doi.org/10.18046/EUI/vc.3.2020

Enseñanza de la ética profesional y su transversalidad en el currículo universitario

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