Читать книгу La noche de los asombros - Ramón López Reina - Страница 13
Cuando el perro aúlla
ОглавлениеCuánto se ha escrito y comentado sobre este menester a lo largo de los tiempos. Fruto en parte, de la cultura ancestral antigua y el saber popular de nuestros mayores. He de reconocer que desde pequeño este tema me fascinaba y es en ese tiempo, cuando oí de primera voz y en primera persona, los comentarios de mis abuelos. Con toda una serie de señales premonitorias del fallecimiento de una persona. Ese día aciago que todos en gran parte tememos.
La muerte y todo lo relacionado con ella es el gran misterio aún por resolver por parte del hombre y de su ciencia. Quizás ese sea el motivo por el cual nos aterra, nos infunda respeto, nos es extraña, queremos por todos los medios alejarnos de ella. Simplemente, no entra en nuestra forma de pensar o vivir en estos tiempos de avance tecnológico y era virtual.
Nuestros antecesores, por el contrario, no lo sentían de igual manera. Ellos vivían más la muerte como algo natural aunque respetado y temido, más cercano, y como tal, en este asunto y otros tantos, sabían escuchar e interpretar la voz de la naturaleza —sus señales—. Algo mundano y terrenal que escapaba a la importancia del presagio pero que en muchos casos era certero. Otras veces sabían hacerse eco de su voz interior, de su intuición. La parte de sí mismo que nadie comprende pero que nos habla desde lo más profundo de nuestro ser, llámesele tener un mal presentimiento o corazonada.
Sin más dilación pasemos a nombrar algunas de ellas, quizás las más características y populares, no por eso menos intrigantes.
Creo que el aullido del perro es la señal más popular y que pronostica la muerte de un ser cercano o tragedia relacionada con toda la persona que lo oía. No en vano me comentaron que algunos de los animales que adquirían esta nefasta virtud eran sacrificados de inmediato en los cortijos o casas de campo por ser tristemente mensajeros del supuesto mal augurio. Es un lamento profundo de nuestro amigo más leal, es distinto al aullido de otros canes como lobos, chacales etc. Muy lastimero lleno de suplicio, es siempre sobrecogedor. El perro y la muerte han coexistido en numerosos capítulos del misterio tal como la figura del gran perro negro con ojos ardientes en fuego que atormentaba en las últimas horas de vida al monarca y emperador Felipe II, y que él mismo calificó al extraño animal como guarda del averno.
O como el perro vagabundo de nombre Moro que en la localidad cordobesa de Fernán Núñez escoltaba a todas las comitivas de los sepelios en su camino al cementerio. Por esta acción fue popularizado como el perro de los entierros. Querido y cuidado por muchos que solían acariciarle y darle de comer, o denostado por otros que lo maltrataban por ser mensajero de la muerte. Pues empezó a promulgarse la leyenda en la que el animal podía presentir la defunción de algún vecino esperando en la puerta de la casa del difunto.
Cuentan personas del lugar que en verdad Moro no era especial ni tenía poderes sobrenaturales, sino que respondía a un estímulo animal de supervivencia por la comida. Pues un operario municipal de Fernán Núñez, encargado de poner una señal a modo de banderín en la puerta de las viviendas de los fallecidos, solía dar de comer por lastima siempre que se encontraba al perro por las calles y coincidía con él poniendo dichas señales. Es lógico pensar que el animal se acostumbraría a tal rutina y siempre que veía tal banderín en algún portal se esperara a ver si este buen hombre le daba de comer.
Es muy posible que más allá de la superchería exista cierta capacidad olfativa en el perro y el gato para detectar cambios metabólicos u hormonales en los seres humanos. Tal es el caso del gato Oscar, de la residencia de ancianos en Rhode Island, que supo vaticinar el fallecimiento de 25 personas en tal asilo, y se le atribuye la capacidad de detectar el olor corporal de las personas en los preámbulos de la muerte.
A modo de apunte, por nombrar algunas leyendas del ámbito rural relacionadas con los animales y su virtud para detectar la presencia de la muerte, hechos nefastos o la disposición del mal, también podemos señalar el caso del mulo o burro doméstico que puede presentir a las ánimas del inframundo y que cuando se las encuentran por el camino, tienden a tirar la carga y o al jinete que los monta desbocándose, dando brincos o coces. En algunos lares el rebuzno es señal de la presencia del demonio. Los caballos negros utilizados como tiro en los carruajes fúnebres tenían también la gracia funesta de determinar la muerte de una persona si el animal fijaba la mirada en él.
La gallina y el gallo también son según la tradición popular mensajeros del drástico destino. Se cuenta que cuando una gallina cacarea por las noches en la casa de un enfermo es porque puede ver el espíritu de este y va a morir. También cuando la gallina intenta imitar el canto del gallo. Si la gallina cacarea como si fuera una conversación con el gallo era señal de la muerte de una mujer soltera, si por el contrario eran dos gallinas, era una premonición de fallecimiento de una pareja.
Para terminar podíamos nombrar también a la lechuza como animal que siente el inminente deceso. No en vano hay un dicho muy popular en tierras latino americanas que dice: Cuando el tecolote —lechuza— canta el indio muere. Pero dejaré a este animal para más adelante porque es protagonista de algunas leyendas relacionadas con posibles asombros u espantos que se contaban a los niños más cerca en nuestra tierra.
*Fuente: Blog Leyendas de la campiña, Moro el perro de los entierros, de Talbanes