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Viaje
Nada recupera y conforta tanto a un enfermo como el afecto de los amigos.
Séneca
Abril del año 2012.
El año estaba transcurriendo de una manera muy positiva. Por ejemplo, en escalada deportiva, una de mis pasiones, iba subiendo de grado de dificultad, haciendo cada vez vías más difíciles.
Para aquellos que nunca han practicado este deporte, no os podéis hacer una idea de las sensaciones que se tienen muchas veces practicándolo, con movimientos muchas veces en posiciones muy expuestas a posibles caídas graves. Una lucha continua superando los miedos que te hace evolucionar y mejorar, llegando a ser capaz de gestionar los temores que te van surgiendo en la vida, y de ser capaz de actuar a pesar de su existencia.
Sin darme cuenta, estaba adquiriendo todo ese bagaje.
Ese fue el año en el que mi vida dio un giro radical de ciento ochenta grados. Todo aquello que yo ya conocía, y que era mi vida, cambió por completo.
Por fin llegó la fecha. Estábamos a mediados del mes de abril.
Ese año, un buen amigo, Agustín, con el que solía salir a escalar todas las semanas, se casaba. Por tal motivo, organizamos un viaje como su despedida de soltero. Por esa razón nos juntamos un grupo de compañeros, compartimos ese viaje siete personas, todos apasionados de los deportes de montaña.
Nuestra intención era organizarle la fiesta de despedida en la sierra de Montserrat, en la provincia de Barcelona. La idea era pasar unos días haciendo diferentes actividades, como la escalada, descenso de barrancos, vía ferrata… En fin, unos días entre amigos realizando los deportes que más nos gustaba practicar, gozar de ese tipo de viaje sería inolvidable.
Durante mucho tiempo habíamos estado preparándolo. Iban a ser unos días inolvidables, seguro, aunque nunca pensé que fueran a serlo tanto.
La idea principal era pasar unos días entre amigos a la vez que disfrutábamos de nuestra pasión por la naturaleza y el deporte.
Salimos de Alzira (Valencia) un viernes trece de abril por la tarde. Nada más salir nos llevamos el primer susto. Con todo lo que estaba por pasar todavía, podría haberse tomado como una premonición, pero no le dimos mayor importancia.
Yo iba conduciendo uno de los coches cuando, inesperadamente, un vehículo que venía de frente se nos echó encima. Tuve una rápida reacción y pegué un volantazo a tiempo evitando el accidente y el desastre. Yo mismo dije: «Espero que esto no sea un presagio de lo que pueda suceder en el viaje». Pero solamente lo tomamos como un susto sin importancia, nada más. Continuamos rumbo a Montserrat. El resto del viaje fue tranquilo, no tuvimos ningún percance más hasta que llegamos al destino.
Una vez que llegamos allí, a última hora de la tarde, intentamos acceder al camping. La carretera estaba cortada y la entrada al paraje cerrada, así que decidimos buscar algún lugar para hacer un vivac, acampando de manera provisional en algún lugar en el que pudiésemos pasar la noche.
Parece ser que, por la hora que se nos hizo al llegar, habían cerrado el acceso para que la gente no pudiese llegar a las instalaciones del monasterio de Montserrat, cerca de donde estaba ubicado el camping.
El primer lugar que nos encontramos con posibilidades para pasar aquella noche fue una edificación que, en una primera evaluación, parecía algún tipo de hospedaje abandonado, o algo así, gran parte en ruinas.
Justo antes de entrar, uno de nosotros, Riki, nos dijo que había visto algo en el interior, como una sombra por una de las ventanas. Este hecho no evitó que entrásemos a escudriñar el interior igualmente: teníamos que encontrar un lugar donde pasar la noche. Parecía una casa del terror, nos resultaba gracioso y parecía emocionante, comenzamos a bromear, estaba muy deteriorado todo. En el interior, al pasar por encima de unos escombros, pudimos ver diferentes habitaciones. Todas ellas tenían el mismo desorden.
Llegamos a un patio interior, donde nos aparecieron tres personas con una tabla de güija. La verdad es que nos atemorizó bastante. Supongo que ellos también se intimidarían, puesto que nosotros éramos un grupo más numeroso. Pero eran muy buenos tipos, incluso llegaron a aconsejarnos cuál podía ser la mejor habitación. Además, recomendaban cuáles eran los lugares donde se escuchaban menos psicofonías…
Por supuesto que no nos quedamos allí y salimos rápidamente de aquel lugar.
Continuamos con la búsqueda de un lugar para pasar la primera noche por allí: había que encontrar un cobijo para así poder descansar y prepararnos para todo lo que teníamos en mente realizar los días siguientes.
Decidimos dirigirnos a un monasterio que habíamos visto y que estaba ubicado junto a la carretera, cerca del lugar en el que acabábamos de estar. Aquel claustro tenía un porche en la entrada principal donde podíamos vivaquear, y que era perfecto para pasar la noche.
Decidimos pernoctar allí, en el suelo, pero bajo techo, todo un «lujo».
Aunque ya estábamos decididos, pensamos que lo mejor era llamar a la puerta de aquel lugar.
Nos abrió una monja que vivía allí. Le explicamos la situación, y que queríamos pasar la noche allí fuera, si no era mucha molestia. Le dijimos que les avisábamos para evitar que se asustaran si oían ruidos allí fuera esa noche.
Cenamos allí mismo compartiendo lo que cada uno había llevado de casa.
Al finalizar la cena, a sorpresa nuestra, volvió a salir aquella monja y amablemente nos invitó a que entráramos y pasáramos la noche en el interior y que durmiéramos allí, en la base de la torre del campanario del monasterio. Se lo agradecimos y rápidamente le dijimos que no era necesaria tanta hospitalidad, pero al final le hicimos caso y nos echamos en el suelo en la parte baja del campanario. Tuvimos mucha suerte de encontrarnos con buenas personas que nos tendieron la mano y nos dejaron pasar la estancia esa noche con ellas.
Empezaba muy bien el viaje: de dormir a la intemperie, pasamos a estar perfectamente en el interior de un monasterio.
Fue una noche muy divertida, nos reímos mucho haciendo bromas sobre la imagen de una vieja que aparecía en la ventana en las películas de miedo. Uno de nosotros, desde una pequeña ventana de la torre, hacia el simulacro, ¡qué risa…! Momentos así entre amigos son una gozada.
Dormimos todos juntos en aquella sala en la base de la torre, en el suelo con las esterillas, fue genial, teníamos hasta un cuarto de baño superlimpio y máquina de café, infusiones…
Muchas gracias de todo corazón.
Al día siguiente teníamos proyectado hacer la vía ferrata Teresina. Una vía ferrata es un recorrido construido a base de presas, grapas, etc., en la pared de una montaña con el objetivo de permitir acceder con seguridad a zonas de difícil acceso.
Pero lo que prometían ser unos días inolvidables en los que lo pasaríamos muy bien entre amigos, se truncó con lo que iba a pasar en poco tiempo.
Ya era sábado, día 14 de abril, empezaba la actividad esa jornada.
Cuando nos levantamos no nos podíamos creer la suerte que habíamos tenido, estancia en un lugar como si fuese un parador nacional y con un coste increíble: ¡gratis!
Antes de ir a la vía ferrata nos dirigimos al camping a instalar la tienda de campaña donde íbamos a pasar esa noche. Tuvimos mucha suerte: gracias a las fechas que eran, daba la casualidad de que estábamos solos y lo teníamos todo para nosotros.
Por fin fuimos rumbo al inicio de la vía ferrata, donde disfrazamos a Agustín, que era el que se casaba a la semana siguiente. El disfraz que le pusimos no tenía ningún sentido y eso fue lo divertido.
Por razones de seguridad, siempre muy importantes, se quitó todo lo accesorio para realizar la actividad que íbamos a hacer a continuación.
La ferrata la realizamos sin ningún incidente y disfrutando mucho de su ejecución. Fue impresionante, nos encantó, acababa en una de las cumbres graníticas de Montserrat, en el cim de Sant Geroni, en el mirador. Maravillosas vistas y momentos tensos por caída de piedras y pasos complicados.
La actividad estaba cumpliendo con lo esperado e iba transcurriendo con normalidad. Amigos, naturaleza y deporte: ¿se puede pedir algo más?
Esa misma noche hicimos la cena en la zona de acampada. Buena comida y risas, todo perfecto.
ACCIDENTE
Tercer día de viaje: era 15 de abril, domingo.
El día amaneció nublado y frío, ¿sería una señal? La noche anterior descansamos en el campamento.
Nada presagiaba cómo terminaría aquel día para nosotros. Todo transcurría con normalidad.
Desayunamos y partimos hacia el inicio del barranco que íbamos a descender aquel día en Montserrat, justo debajo de la estación del funicular.
Ese día íbamos a hacer la ruta del barranco de Vallmala, un descenso en el que deberíamos emplear el rápel en alguna ocasión para descender por sus paredes.
Cogimos todo el material necesario para la realización del descenso: cuerdas, arneses, cascos, etc.
Empezamos bajando por un camino. El primer tramo del barranco había que hacerlo en dos rápeles. Una vez que llegamos a la cabecera se decidió ir preparando el primer rápel para no perder más tiempo. La reunión, montaje en la pared en el que puedes permanecer estático anclado a ella con seguridad, realizar las maniobras necesarias para asegurar la acción del siguiente compañero o iniciar la actividad, desde la que íbamos a comenzar el descenso, era un cordino atado a la base de un árbol que estaba en el margen izquierdo del barranco, desde el cual se accedía al cauce mediante un rápel corto de unos doce metros por una losa inclinada, para luego una vez en el cauce, seguir por una repisa mediante un pasamanos que te conducía a la siguiente reunión, situada ya en la vertical de la pared, que descendía hasta una badina.
El primer tramo del barranco y su rápel no parecían ofrecer ninguna dificultad especial ni entrañar ningún peligro, ya que no tenía mucha verticalidad, pero justo en la siguiente reunión, aunque no se apreciaba dicha verticalidad por la inclinación de la pared, había una parte que sí que estaba más expuesta.
Héctor montó el rápel, se habló de cuál era la parte de la cuerda que se debía utilizar para el descenso y cuál para recuperarla. En esa conversación explicativa no pude estar presente porque había ido junto a un colega a dejar un coche donde íbamos a finalizar para así tener vehículo al acabar.
No se aseguró el cabo de recuperar, también se podría haber rapelado con la cuerda en doble, pero se decidió utilizar la cuerda de esta manera…
Cuando llegamos después de haber hecho la combinación de vehículos, comenzamos todos a descender.
En primer lugar bajó Héctor, seguido de Carlos, hasta el cauce, y luego hasta la repisa de la segunda reunión. Después se montaría el segundo rápel hasta el fondo del barranco.
En ese momento Riki se encontraba cerca de la reunión con la intención de comenzar con la maniobra de descenso, pero un momento de duda le hizo girarse hacia los amigos que aún se encontraban allí arriba para decirles que prestasen atención a lo que iba a hacer porque no estaba acostumbrado a realizarlo y estaba preocupado por una posible equivocación.
Cuando se volvió a girar yo ya me encontraba preparando mi bajada.
Me anclé correctamente a la reunión. Pasé la cuerda por el aparato que iba a utilizar para descender, pero no era el cabo correcto, ese tramo con el que estaba trabajando no era el que teníamos que utilizar para descender, sino para recuperar la cuerda después, una vez que llegásemos todos abajo.
Convencido de estar bien asegurado, me lancé y se produjo el fatídico accidente. Resultó que me había colocado en el lado de la cuerda destinado a recuperarla al finalizar.
Según me cuenta Riki, en ese mismo instante, al ver el comportamiento que comenzaba a tener la cuerda, sin llegar a ponerse en tensión en ningún momento, ambos nos dimos cuenta de que algo no marchaba bien, el cambio de nuestro rostro al cruzarnos la mirada así lo demostraba.
Él, nada más darse cuenta de que estaba comenzando a caer, instintivamente, hizo acción de ir hacia la cuerda, pero ya era demasiado tarde.
Empecé a caer sin control, primero golpeándome de ocho a diez metros sobre la pared tumbada hasta la vertical, para luego salir despedido por el aire unos veinte metros hasta las rocas del fondo del barranco, donde quedé inconsciente boca abajo.
La fatalidad sucedió, sumándole a la gravedad de la misma la dirección hacia donde caí, justo hacia el lado más expuesto.
Todo apunta a un cúmulo de acontecimientos comunes en muchos accidentes: la aparente sencillez del descenso aportaba un exceso de confianza que podía arrastrarte a una falta de la suficiente atención de lo que estás haciendo en ese momento; las posibles prisas al ser un grupo numeroso; el no haber estado presente cuando se habló del lado de la cuerda que se debía utilizar para descender y cuál sería para recuperar; y sobre todo, y lo más importante, no comprobar bien el lado de la cuerda por el cual iba a bajar, mediante su bloqueo y la tensión de la cuerda antes de soltarme el cabo de anclaje…
Pensando ahora en todo aquello y los errores que cometí, me doy cuenta de que es de vital importancia estar siempre en el AQUÍ Y AHORA, de ser completamente consciente de lo que estás haciendo en todo momento, premisa fundamental en todos los aspectos de la vida y muy importante si estás practicando un deporte de riesgo. Siempre es muy importante comprobar que todo está correcto y preguntar cualquier duda que a lo mejor te pueda surgir.
Los dos amigos que habían bajado primero se encontraban a mitad de barranco, en la siguiente reunión, donde íbamos a empezar el segundo rápel.
Todo ocurrió muy rápido. Héctor escuchó un grito, levantó la cabeza y vio precipitarse a un compañero por encima de su posición. Su acto reflejo fue intentar coger la cuerda que llevaba conmigo cuando pasé por su lado. Su intención era cogerla para tratar de frenar la precipitación un poco. Era imposible: con la aceleración que llevaba la cuerda se deslizó rápidamente por su mano. Esa acción fue inútil porque llevaba mucha velocidad y continué cayendo dando vueltas y golpeando por la pared, como si de un muñeco se tratara, hasta que me paré encima de la parte redondeada del borde de la badina, antesala del tercer rápel.
El tiempo se detuvo para todos mis amigos, entraron en pánico, se quedaron aturdidos, desorientados, preguntándose cómo había sucedido aquello, cómo había sido posible. Se quedaron en estado de shock.
Acto seguido, los que me habían visto pasar se comunicaron con el resto de compañeros que quedaban arriba para saber más de lo ocurrido y quién de nosotros era el que había caído. Les informaron que el accidentado había sido yo y que iban a llamar inmediatamente al 112.
A toda prisa, Carlos y Héctor bajaron enseguida a mi encuentro.
Al llegar donde estaba me encontraron tendido boca abajo, sobre la roca roma del borde de desagüe de la poza. Pudieron comprobar enseguida que aún estaba vivo, al menos eso les indicaba un sonido muy ronco que provenía de mi respiración. Fue increíble, un milagro.
Las respuestas de las personas frente a situaciones de peligro o extremas se vuelven instintivas, realmente no sabemos cómo vamos a reaccionar hasta que no llegamos a ese momento comprometido. Las respuestas a las que hago referencia, que podemos presentar todas las personas ante hechos graves, se pueden clasificar en tres tipos: huida, lucha o indefensión aprendida (bloqueo).
La reacción de mis amigos ante lo que estaba sucediendo fue inmejorable.
En un primer momento no habrían podido asegurar si su amigo se encontraba vivo o muerto. Pero comprobaron que aún respiraba y que tenía constantes vitales. Todos se esperaban lo peor, pero al verme respirar había esperanza. Era imposible sobrevivir a aquella terrible caída tan fuerte que acababa de sufrir, había sido un golpe tremendo, pero aún estaba vivo. El casco estaba muy dañado.
Sin perder más tiempo, los que quedaron arriba llamaron a emergencias y les explicaron todo lo sucedido y cómo me encontraba. No había que demorarse en hacer las cosas: el tiempo no jugaba a nuestro favor.
La respuesta de los servicios de emergencias de la Generalitat fue muy rápida y eficaz, clave en esos momentos tan críticos donde la velocidad de reacción cobra una vital importancia. Enseguida el equipo de rescate se puso en contacto con ellos a través del teléfono de Carlos.
Mientras llegaba el helicóptero se quedaron a mi lado Héctor y Carlos comprobando mis constantes vitales, hablándome y dándome ánimos por si podía oírles. Estoy seguro de que algo de sus palabras debió llegarme de alguna manera porque no estaba dispuesto a irme, como al final he podido demostrar.
Carlos fue el encargado de ir contestando a las preguntas que le iban realizando al otro lado del aparato para informarles de mi estado y localización.
Los datos que le pedían eran respecto a mi situación, respiración, posición y fracturas aparentes. También le indicaban qué debían hacer conmigo.
El equipo de rescate tardó muy poco en llegar pero ese tiempo se les hizo eterno.
A su llegada el helicóptero sobrevoló un poco el lugar, es de suponer que para estudiar la zona y el modo de realizar el rescate, ya que el sitio donde nos encontrábamos era muy abrupto, lo que impedía al aparato acercarse lo suficiente.
Decidieron descender desde el helicóptero. Primero lo hizo un bombero especialista del equipo de rescate, que al llegar hizo la primera valoración y comunicó la situación a sus compañeros.
Me inmovilizó, y entre los tres me desplazaron hasta un lugar más cómodo.
El helicóptero regresó y descendió una médico del equipo de rescate. Seguidamente le bajaron el material médico de primera intervención. La facultativa se puso manos a la obra, me entubó, me puso unas inyecciones y me acabó de inmovilizar. Tranquilizó a mis compañeros diciéndoles que me pondría bien, que aparentemente no tenía ningún golpe excesivamente grave en la cabeza.
Al final el daño resultó estar por dentro. No presentaba ninguna herida abierta en la cabeza porque llevaba casco y este amortiguó bastante el golpe, quedando destrozado. No os olvidéis nunca de la gran importancia que tiene el utilizar el casco en toda aquella actividad que pueda ocasionar un riesgo para vuestra cabeza y vida.
También les comunicó que la columna vertebral parecía estar correctamente, estado en el que estoy seguro que tuvo mucho que ver el hecho de llevar una buena mochila en esos momentos.
El helicóptero regresó y bajó el otro bombero para ayudar en las maniobras de retorno. A continuación sujetaron la camilla de rescate y me subieron al helicóptero, después subieron la médica y el resto. Héctor y Carlos les ayudaron en todo momento. Me llevaron rápidamente al hospital.
Cuando te sucede algo así de grave en la vida te das cuenta de la gran importancia de estar bien respaldado ante estos sucesos. Es por ese motivo que quiero resaltar la importancia de estar federado en el deporte que practiques siempre: puedo dar gracias de haberlo estado, y de que el seguro de la federación se hiciese cargo de todos los gastos ocasionados por mi rescate, posterior hospitalización y operaciones.
Mientras realizaban mi traslado, mis amigos se dirigían hacia el camping totalmente abatidos por la situación vivida.
El grupo de rescate informó a mis amigos a qué hospital me habían llevado y que sería muy conveniente que avisaran a mis familiares, sin alarmarlos demasiado, para que pudiesen realizar el viaje hacia donde estaba en las mejores condiciones posible.
Estoy muy agradecido a Carlos porque, en medio de todo este caos emocional, fue el que más temple tuvo. Fue el que más interaccionó con el personal de rescate y quien llamó a mi mujer para comunicarle, de la manera más suave posible, la fatal noticia de que había tenido un accidente, pero que me encontraba bien.
Héctor me ha contado que no puede describir con palabras la desolación que los abordó. Se abrazaron, lloraron, no paraban de pensar y darle vueltas a lo sucedido.
Tras contarle todo lo sucedido al dueño del camping, se dispusieron a desmontar la tienda y recoger todo el material que teníamos allí. Me dicen que en esos momentos caía una fuerte tormenta sobre ellos. Con todo lo sucedido, parecía como si la propia naturaleza estuviese siendo consciente y llorara desconsoladamente…
Al llegar el helicóptero al hospital, los sanitarios pudieron comprobar que me encontraba totalmente destrozado pero aún vivo, así que había que ponerse manos a la obra cuanto antes…
Una vez recogido todo en el camping, mis amigos marcharon a Barcelona al Hospital Vall d’Hebrón, lugar donde me habían trasladado, para que les informaran de la situación actual de su amigo, siempre temiendo la posible mala noticia final.
Cuando mis amigos aparecieron por el hospital les dijeron que mi situación era estable, pero que aún era muy pronto para darles resultados certeros, y pudieron entrar a verme de uno en uno.
Las novedades que recibieron al final mis amigos no fueron tan negativas como la imaginación les había hecho pensar en un primer momento.
Hay que tener mucho cuidado con la imaginación, la gran mayoría de las veces nos hace ver las cosas de una forma muy negativa respecto a cómo suceden al final, aunque en este caso en concreto pensar en un final positivo era una tarea muy difícil.
En el hospital, el médico que me atendió en un primer momento les informó de que el estado en el que me encontraba era muy grave, pero que dentro de la gravedad estaba estable.
Esperaron todos en el hospital hasta la llegada de mis familiares y, tras contarles con detalle lo sucedido y despedirse, tomaron el camino de vuelta a casa. Yo me iba a quedar más tiempo por allí…
De mi familia los primeros en llegar fueron mi mujer Ester con mi hermana Nieves y su novio. El viaje lo hicieron juntas, siguiendo el consejo de mis amigos, aunque según me ha contado mi hermana, la llamada trataba de no alarmar a nadie, obviando la gravedad de los hechos, llegando mis amigos a afirmar: «Solo tiene alguna costilla rota». Pero a mitad de camino recibieron un mensaje de mi padre en el que hacía referencia a un artículo que había visto que ya hacía referencia a mi accidente.
La llegada ya hacía presagiar algo bien diferente a lo que les habían dicho por teléfono. Al ver los rostros de todos los amigos que se encontraban allí, enseguida se dieron cuenta de la gravedad real de lo que estaba sucediendo.
Los médicos también las pusieron al día de cuál era mi comprometida situación, les dijeron que me encontraba muy grave y les dejaron entrar a verme.
A mi hermana se le hizo muy dura la experiencia, no pudo aguantar la dura situación y se derrumbó.
Mis padres lo tenían más complicado: estaban viviendo en Canarias en esos momentos, pero fue tener noticias de lo sucedido a su hijo y organizarlo todo enseguida para venir a estar conmigo lo antes posible. A la mañana siguiente ya estaban allí.
Cambio brusco de planes en mi viaje, me iba a quedar en Barcelona más tiempo.
Para acabar esta exposición de lo sucedido en el viaje comparto unas palabras de mi amigo Héctor, las cuales corroboro:
«Igual que para ti, creo que también para nosotros hay un antes y un después desde el día del accidente, que ha cambiado nuestras vidas para siempre. Hemos aprendido de aquel día a todos los niveles, y aún seguimos haciéndolo, aceptando que todo tiene un porqué y que todo pasa por algo, la vida nos pone a prueba. Gracias por haber sido un verdadero ejemplo de valor, fuerza y superación personal para todos nosotros; por ser como eres y por querer transmitírselo a los demás, no nos cansaremos de decírtelo».
Gracias a vosotros por la ayuda en esos momentos tan comprometidos para mi vida.
En la redacción de este capítulo he tenido que pedir ayuda a cuatro de los amigos con los que compartí aquel viaje. Muchas gracias, Agustín, Héctor, Carlos y Riki. Sin vuestro apoyo a la hora de ayudarme con la redacción del capítulo, y recordarme muchos puntos de aquella aventura, finalizar este apartado del libro hubiese sido imposible. A causa de la lesión que sufrí, no tengo nada más que un leve recuerdo de lo que hice allí aquellos días.