Читать книгу Qué sabes de... PLATÓN - Ramon Alcoberro - Страница 5
ОглавлениеPlatón es uno de los pensadores más penetrantes e influyentes de la historia. De la filosofía anterior a él solo poseemos fragmentos; de la suya lo tenemos casi todo. Los 28 diálogos que han llegado a nuestras manos se cuentan entre las cimas no solo del pensamiento sino de la literatura universal. Discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles, su obra constituye, además, un testimonio inigualable de unos años, los transcurridos en Atenas a caballo de los siglos V y IV a.C., durante los cuales la cultura griega alcanzó su cénit.
Aunque el punto de partida y de llegada del platonismo es la política, su ambicioso proyecto de definir un Estado perfecto solo puede entenderse en toda su amplitud desde su teoría de las Ideas. Platón consideraba que el mundo visible no era sino una copia imperfecta de otro, el de las Ideas, del que tomaba sus propiedades. Así, una cosa bella lo era porque participaba de la idea de Belleza. En una de las imágenes más célebres de la literatura, Platón comparó el mundo visible con meras sombras de las ideas proyectadas sobre las paredes de una caverna. Solo la filosofía puede, según Platón, guiarnos fuera de la caverna y conducirnos a la luz.
Este dualismo, con su énfasis en la existencia de un mundo más allá de lo material, ha pervivido en el pensamiento filosófico posterior, en especial en la forma que le dieron pensadores de la talla de san Agustín, cuya amalgama de conceptos platónicos dotaron al cristianismo de una base filosófica articulada y coherente que le permitió derrotar el materialismo pagano y «conquistar» el mundo occidental. En la escolástica, el intento medieval de alcanzar una síntesis entre filosofía y teología, algunos filósofos llegaron a adoptar este «neoplatonismo» con tal fidelidad que parecía consonante con el dogma cristiano. En suma, la conocida cita del filosofo inglés Alfred North Whitehead, según la cual «la tradición filosófica europea es una serie de notas al pie de página de Platón» puede parecer una exageración, hasta que se cae en la cuenta de que aquello que Occidente tiene de cristiano, en gran medida lo tiene de platónico.
Buena parte del vocabulario de la filosofía vio la luz en los diálogos platónicos. Fue Platón el primero en acuñar conceptos como «alma» (que en griego es psiqué, «soplo o aliento») o «dialéctica» (que significa situar el logos, «la razón», en dia, «a través de» o «mutuamente»). Asimismo, uno puede tener «ideas» (de eidos, que significa «el aspecto» de una cosa; su «forma típica») porque Platón introdujo este concepto en nuestra tradición. O puede enamorarse «platónicamente» gracias al elogio del amor no físico que incluyó en una de sus obras más célebres, el Banquete. La justicia, la educación, las formas de la convivencia y su posible decadencia, las virtudes y peligros de la democracia, la importancia del arte en la sociedad o la relación entre el saber y el poder son cuestiones hoy plenamente vigentes que quedan iluminadas de una manera distinta tras la lectura de Platón. Encontramos su huella en el realismo político inaugurado por Maquiavelo, en el racionalismo de Descartes y hasta en los principios políticos de la Revolución francesa. En definitiva, si hay un clásico que permanece vivo y nos impulsa a pensar, ese es Platón.
El filósofo ateniense nos es conocido por diversas fuentes y en especial por un texto muy significativo, la Carta VII, una especie de autobiografía intelectual tradicionalmente empleada como hilo conductor para situar su pensamiento en un contexto vital. La Carta VII atestigua el papel de la teoría política como motor de su afán filosófico. Por ella sabemos que Platón fue vástago de una antigua familia de la aristocracia ateniense y participó de acontecimientos que marcaron a su ciudad, tales como la derrota a manos de los espartanos en las guerras del Peloponeso (431404 a.C.). Asimismo, fracasó en su propósito de influir como consejero en el gobierno de Siracusa y fundó la Academia, el primer centro universitario de la Antigüedad, para servir como escuela de futuros políticos. Pero siempre sometiendo el poder a la razón. La figura de su maestro Sócrates, «el más justo de los hombres», héroe y protagonista de buena parte de sus diálogos, y en especial su condena a muerte en el año 399 a.C., marcaron en profundidad su pensamiento. La ejecución de Sócrates llevó a Platón a la convicción de que la democracia es un régimen estructuralmente corrupto pero no porque lo sean los políticos, sino porque se trata de un sistema basado en la retórica y el comercio de opiniones que carece de defensas contra la demagogia. Responder a la crisis de la democracia le llevó a proponer una política alternativa que no consistiera simplemente en la gestión de los intereses particulares de los gobernados, sino que tratara a los individuos como seres racionales, es decir, a construir lo que él consideraba una política de la razón, basada en principios eternos. La forma madura del pensamiento político de Platón está expuesta en la obra cumbre del autor, la República, y constituye el puerto de llegada del trayecto por el rico pensamiento platónico que propone este libro.
Los primeros diálogos de Platón se consideran los más socráticos y tratan sobre temas éticos. En ellos no se llega a conclusiones, sino que hay una preocupación por el método: el Sócrates platónico insiste en lo poco que sabe y en la extraordinaria importancia de la búsqueda de la sabiduría mediante recursos tales como la paradoja, la refutación o la dialéctica. Sócrates es aquí un agitador de conciencias y un defensor de la verdad, capaz de morir por ella con total convencimiento y serenidad proverbial.
El desarrollo de los temas mayores del pensamiento platónico se deja para los diálogos llamados «de madurez», entre los cuales se incluyen obras maestras tales como el Banquete, el Fedro, el Fedón y la República. Son diálogos de lectura asombrosamente amena y de una gran claridad. Hoy más que nunca la obra platónica sorprende al lector por su facilidad de comprensión. Sus personajes explican sus vidas, se lanzan pullas, se preguntan por cosas que les preocupan, bromean unos con otros, en definitiva, filosofan en el sentido original, más puro, de la palabra. Su viveza y la sensibilidad con que se construyen sus ambientes han llevado a pensar que algunos de ellos podrían haberse representado en público. La lectura de los diálogos apasiona e incita a filosofar.
Para lanzarse a explorar el universo platónico es necesario familiarizarse con la conocida «teoría de las Ideas» o «de las Formas». Esta teoría no aparece expresada explícitamente como tal, ni se recoge en un texto canónico de forma íntegra, sino que Platón la va presentando en cada diálogo. Para Platón, la Idea no es algo que solo existe en la mente, sino una entidad que tiene existencia objetiva. La idea de Belleza, por ejemplo, no es un mero concepto mental, sino que existe por sí misma, independiente de los objetos sensibles que consideramos bellos. Las Ideas son las causas de las cosas: como ya se ha apuntado antes, las cosas bellas son así porque imitan o participan de la idea de Belleza. Las Ideas son eternas e inmutables, y solo pueden captarse a través del entendimiento. El mundo de las Ideas está organizado jerárquicamente en función de la idea suprema de Bien, que se identifica con la Verdad y la Belleza.
En medio de este esquema tan abstracto, Platón escribió el Banquete, el gran diálogo en elogio de Eros, el dios del amor y el deseo. En la que es, sin duda, la más popular de las obras del pensador, Platón defendió que el amor es el sentido mismo de la filosofía, ya que nos conduce a las Ideas. El objeto del amor es la belleza, y la verdad del amor no se encuentra en la belleza de los cuerpos, sino en la de las almas. Cuando el Banquete presenta la filosofía como amor, está diciendo que el objetivo de alcanzar las Ideas obedece a un impulso erótico. Este impulso lleva del amor a la belleza del amado al amor de todos los cuerpos bellos; de ahí, a la belleza moral de las almas; de ahí, a la belleza de las normas de conducta y las leyes; de ahí a la belleza de los sistemas de pensamiento, y de ahí, por fin, a la Belleza en sí. Así el amor se convierte en una fuerza metafísica, ética y política.
Platón no solo habla de Ideas, sino que también se preocupa del hombre: el dualismo platónico se traduce en el dualismo entre cuerpo y alma. Para el filósofo, el hombre es un compuesto de dos realidades: cuerpo y alma. El cuerpo es de naturaleza material y pertenece al mundo sensible, mientras que el alma es de naturaleza espiritual y procede del mundo de las Ideas. Por lo tanto, estar junto al cuerpo no es natural para el alma, y mientras permanece atada a él, desea escapar para volver a su lugar de origen, siempre que lo recuerde. El recuerdo, o reminiscencia, es la posibilidad de captar las Ideas que el alma contempló antes de llegar al mundo sensible. Platón considera que conocer es recordar.
Algunas de estas nociones eran tan novedosas en su tiempo como han acabado siendo familiares en el nuestro. Para asegurarse de que sus interlocutores las entendían, Platón desplegó un impresionante abanico de mitos, leyendas y alegorías en las que lucidez argumental y genio literario se dan la mano y alcanzan alturas nunca igualadas en la historia de la filosofía. Transmitir verdades superiores era para Platón la única razón válida para esta concesión a lo poético. Dado que la belleza de un poema o una escultura no era más que una copia imperfecta de la única belleza auténtica, la de las Ideas, el afán puramente artístico equivalía a perseguir una mentira. Es por ello que, en una de sus tesis más polémicas, Platón abogó por expulsar a los artistas de la «Ciudad justa» o, en terminología más moderna, el «Estado ideal» (pues la forma de Estado que Platón analiza es la polis o ciudad-estado griega).
La Ciudad justa es una de las más importantes utopías de la historia del pensamiento, y Platón la expuso en detalle en los diez libros que integran el más relevante de sus diálogos, la República, donde aparece la alegoría de la caverna. El filósofo usa en esta obra la teoría de las Ideas para dar fundamento metafísico a su pensamiento ético a través de la idea del Sumo Bien. La Ciudad justa tiene las mismas necesidades materiales y los mismos fines éticos que un organismo humano, de modo que la armonía entre las funciones del cuerpo y el alma se corresponde con el equilibrio del Estado. Hay un paralelismo total entre alma, ética y política. La justicia es el objetivo máximo del Estado ideal, y su fin es la defensa del bien común, que está por encima de cualquier bien particular. Por ese motivo el rey debe ser filósofo, o el filósofo ser rey, porque solo el pensador puede acceder al mundo de las Ideas, de los valores supremos, y así conocer mejor el Bien y la Justicia. En este Estado ideal solo una minoría muy selecta ostenta el poder. El contraste con la democracia de su época, según Platón frívola y demagoga, no puede ser más acusado.
La propuesta de entregar el poder político a una aristocracia intelectual puede generar rechazo en una sensibilidad contemporánea, pero es justo reconocer la influencia de Platón en las modernas teorías de la justicia y en utopías políticas de muy distintos matices ideológicos. Al fin y al cabo, lo que Platón nos ha legado son diálogos, y dialogar constituye la más pura esencia de la democracia, porque es un trabajo compartido de búsqueda de la verdad.
Si fuésemos perfectos, e incluso si nuestro destino consistiese en lograr la perfección, no necesitaríamos ni esforzarnos en la construcción de instituciones sociales, ni superar nuestra natural tendencia al desorden y a la corrupción. La política es profundamente humana y como todo lo humano está cercada por el fracaso, pero su dignidad se halla en el esfuerzo de mejora, en el trabajo sobre nosotros mismos que el maestro Sócrates denominó «cura del alma». El alma humana es capaz, a la vez, de lo peor y de lo mejor. Lo que nos ha legado Platón y lo que le convirtió en fuente de inspiración en los siglos posteriores es su capacidad de comprender que todo lo humano es producto de un proceso de conocimiento, que implica al mismo tiempo un esfuerzo de mejora de la propia alma. Platón señala que todo intento humano por construir una Ciudad justa inevitablemente está condenado al fracaso. Pero nos dice también algo muy importante: que está inscrita en el alma una inevitable tendencia a buscar la perfección.