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EL CAMINO QUE LLEVA A ANFIELD 2012-2015
ОглавлениеEl 11 de abril de 2014 a las 22:00 Jürgen Klopp quedó con Hans-Joachim Watzke para tomar algo en el Hotel Park Hilton de Múnich y comunicarle que había tomado una decisión. No se iba a ningún lado.
Al arrancar aquel mismo día, antes de que el equipo saliera rumbo a un partido como visitante en el Allianz Arena del Bayern, el entrenador del Borussia Dortmund seguía sin decidirse. Había recibido una oferta tentadora y muy lucrativa desde el noroeste de Inglaterra, la oportunidad de tomar las riendas y revolucionar uno de los mayores clubes del mundo. «Primero nos reunimos en mi cocina», cuenta Watzke. «Sin entrar en detalles, fue una conversación interesante. Creo que dejó su huella, porque, en el avión, me dijo que teníamos que hablar otra vez aquella misma tarde. Yo me había comprometido a cenar con mi hija, que vivía en Múnich, así que solo me fue posible verlo a las 22:00. Directamente, me dijo: ‘‘No aguanto más esta presión. Les he dicho que no’’».
No mucho antes, Ed Woodward, vicepresidente ejecutivo del Manchester United, había volado a Alemania para reunirse con Klopp. La corta aventura de David Moyes en Old Trafford tocaba a su fin y Klopp era el favorito del United para reemplazarlo, para devolverle al juego de los diablos rojos su espíritu intrépido. Woodward le dijo a Klopp que el Teatro de los Sueños era «una suerte de Disneylandia en versión adultos», un lugar mítico en el que, tal y como sugería su apelativo, el espectáculo al que se asistía era de clase mundial y los sueños se hacían realidad. A Klopp no le convenció ese tono comercial —a un amigo le contaría que lo encontró «poco sexy»—, pero tampoco rechazó la proposición de manera directa. Tras casi seis años de trabajo en el Dortmund este podría ser el momento perfecto para cambiar de aires.
Conocedor del interés del United, Watzke intentó convencer a Klopp de que cumpliese su contrato, el cual habían ampliado hasta 2018 el otoño anterior. Dándose cuenta del conflicto que se libraba en el interior del entrenador, de cuarenta y seis años, Watzke cambió de táctica y optó por una estrategia más arriesgada. Aprovechando la confianza mutua y una conexión que había trascendido los negocios para convertirse en amistad, le dijo que no se opondría si quería irse al Manchester United. Tras darle algunas vueltas —y tras aquella conversación en la mesa de la cocina de Watzke— el entrenador del BVB llegó a la conclusión de que su trabajo en el Signal Iduna Park todavía no había concluido.
Pero en el United sentían que todavía era posible seducirlo. Cuando a Moyes le enseñaron la puerta de salida el 22 de abril, algo que hacía tiempo que era inevitable, los corredores de apuestas no dudaron en considerarlo el favorito para suceder al escocés. Los incesantes rumores que cruzaban el Reino Unido obligaron al suabo a publicar un comunicado en el Guardian del día siguiente y acabar con las especulaciones. «El Man. Utd es un grandísimo club y estoy muy familiarizado con su maravillosa afición», decía, «pero mi compromiso con el Borussia Dortmund y su masa social es inquebrantable».
Aun así, Klopp siguió levantando interés en la Premier League. Seis meses después de que hubiera rechazado a Woodward, el club vecino y rival del Manchester United, el Manchester City, realizó un acercamiento. También el Tottenham Hotspurs se interesó por sus servicios. A su vez, Klopp aprovechaba una entrevista realizada en BT Sport previa al partido de la Champions League que enfrentaría al Borussia Dortmund y al Arsenal, para anunciar sus intenciones a largo plazo. Preguntado si una vez que sus días en el Borussia tocaran a su fin vendría a Inglaterra, la respuesta no dejó lugar a dudas. «Creo que es el único país en el que podría trabajar, después de Alemania», asintió, «porque es el único país cuya lengua conozco un poco. Y necesito el idioma para poder desempeñar mi trabajo. Así que, ya veremos. Si alguien me llama, entonces hablaremos».
Como dice Watzke, había enviado su mensaje, alto y claro. El Dortmund atravesaba su primera —y única— mala temporada liguera desde que Klopp se hiciera con las riendas y, de repente, tomar rumbo a un clima más húmedo le debió de parecer mucho más atractivo que antes. Watzke: «Nuestra temporada ya se había ido por el sumidero y tuvimos esa sensación tan característica… Yo tenía muy claro que, después del Borussia, él no iría a ningún otro equipo alemán, sería incapaz de hacer algo así. Siempre dijo que no estudió inglés, pero estoy del todo seguro de que le sacó algo de brillo. Me di cuenta de que lo había hecho. Resultaba obvio que iría a la Premier League. Es donde mejor encaja su manera de jugar».
Romántico empedernido del fútbol, Klopp siempre fue un reconocido admirador de ese tipo de fútbol tan auténtico y libre de ataduras que se practica al otro lado del canal. Durante una concentración invernal en España siendo entrenador del Mainz, en 2007, devoró Fiebre en las Gradas, de Nick Hornby (además de perseguir a una lagartija por toda su habitación armado de su cepillo de dientes y frente a un equipo de televisión); en gran medida, su idea de fútbol físico y apasionado, además de ese empeño en que sus equipos se alimenten de la energía que emana de una grada llena de aficionados, provienen del país en el que nació este deporte. Tanto en Mainz como en Dortmund, los aficionados son capaces de entonar una aceptable versión del You'll Never Walk Alone, conjurando una atmósfera febril que se inspira, claramente, en las (idealizadas) tradiciones inglesas. «Me encanta eso que en Alemania llamamos «Englischer Fußball»: un día de lluvia, con el campo pesado, todo el mundo cubierto de barro hasta las orejas e incapaces de volver a jugar hasta dentro de cuatro semanas cuando termina el partido», le contó al Guardian en 2013. Aquel año, su joven Dortmund se había colado en la elite de la competición europea, aplastando todo a su paso rumbo a la final de la Champions League, mientras que él paseaba su gorra de beisbol con la palabra «Pöhler»: término jergal de la zona del Ruhr que describe a alguien que juega al fútbol a la vieja usanza, «el domingo por la mañana en un pasto, el origen, solo por amor al juego».
Casi exactamente un año después de que Klopp le hubiera dicho que no al United, resultó que su vínculo con el Dortmund no era tan irrompible como parecía. Anunció su intención de dimitir al final de la temporada 2014-2015, asegurándose de dejar claro que no tenía intención alguna de tomarse un año sabático.
En una villa estilo Art Nouveau en el frondoso distrito de Schwachhausen, en Bremen, el teléfono comenzó a sonar unas pocas semanas después del comienzo de la nueva temporada de la Premier League. Mientras los días de Brendan Rodgers en Anfield tocaban a un lento y agónico final, una serie de personas entró en contacto con Marc Kosicke, el agente de Klopp, prometiéndole presentarlo en Liverpool. Uno de ellos, un agente futbolístico alemán, decía que conocía muy bien a Kenny Dalglish. Kosicke prefirió esperar. Por fin, alguien que afirmaba ser Ian Ayre, director ejecutivo del Liverpool FC, telefoneó. ¿Sería posible que discutieran la posibilidad de que Klopp arribara a Anfield? Lo era, contestó Kosicke, pero únicamente a través de una conversación por Skype. Mientras Ayre colgaba, antes de volver a llamar vía la aplicación, Kosicke realizó una rápida búsqueda de fotografías de la directiva del Liverpool. Para asegurarse. Hay demasiado bromista y gente a la que le gusta hacer perder el tiempo a los demás.
«¿Dónde puedes ir después de haber entrenado al Dortmund?». Se pregunta Martin Quast, amigo de Klopp desde principios de los noventa. «En Alemania, a Kloppo solo le queda dirigir al equipo nacional; todo lo demás, incluido el Bayern, sería un paso atrás. Kloppo disfruta con las emociones, con la empatía, con volver todo patas arriba, formar parte de algo grande de verdad. Y eso es algo que el Bayern no te puede ofrecer, si lo comparas con el Dortmund. Solo podía imaginármelo tomando las riendas de un club en el extranjero, un club como el Liverpool».
Christian Heidel revela el único escrúpulo que tenía Klopp: su inglés. «Hablamos largo y tendido sobre ello. Me preguntó: ‘‘¿Crees que debería hacerlo?’’. Y yo le contesté: ‘‘Tú sabes perfectamente que tu mejor arma es la palabra. Debes decidir si te ves capaz de expresar en inglés las cosas importantes. Si dejas que sean otros los que hablen en tu lugar, no funcionará. solo serías Klopp al 70%. Tienes que estar completamente seguro’’. Y él contestó: ‘‘Me las arreglaré. Estudiaré y podré hacerlo’’. Y, dado lo inteligente que es, lo logró muy rápido. Creo que, desde ese momento [cuando el LFC entró en escena], ningún otro club habría tenido oportunidad alguna de hacerse con él. Siempre había sentido atracción por ese club, la dimensión emocional de ese puesto le resultaba excitante. No creo que jamás hubiera ido al Manchester City o un club por el estilo; y eso que apostaron muy fuerte por él».
La primera vez que se pronunció el nombre de Klopp en Anfield fue durante la primavera del 2012, cuando se comenzaron a discutir posibles sucesores para Kenny Dalglish. Un intermediario entró en contacto con el entrenador del Dortmund, pero le dejaron muy claro que Klopp no tenía intención alguna de irse. Estaba a punto de conseguir un doblete histórico.
En septiembre de 2015 las cosas fueron mucho más serias, y rápidas. El paupérrimo arranque de temporada de Brendan Rodgers provocó que los dueños del Liverpool, el Fenway Sports Group (FSG), grupo con sede en Boston, sondeara el mercado en busca del siguiente entrenador. «Queríamos a alguien con experiencia y éxitos al más alto nivel», explica el presidente de FSG, Mike Gordon, de cincuenta y dos años. «Jürgen contaba con éxitos a nivel local, en la Bundesliga, como es obvio. Estaba claro que había logrado el éxito en Alemania, además de dejar un par de buenas actuaciones en la Champions League. Creo que, para todo el mundo, sus credenciales dejaban claro que era uno de los mejores candidatos, si no el mejor. Además, nos gustaba el estilo de juego que desplegaba. Tanto su energía como el énfasis que ponía en el ataque: un fútbol que era electricidad pura, alta tensión, atractivo. Así que, desde el punto de vista futbolístico, fue una decisión relativamente sencilla y obvia.
A pesar de que, en palabras de Gordon, Klopp exhibiera «unos cimientos más que obvios sobre los que apostar», el hombre fuerte de FSG en Liverpool llevó a cabo las debidas diligencias sobre el alemán para cerciorarse de que la emoción que suscitaba tenía una base real. «Intenté dejar a un lado su popularidad en el mundo del fútbol y su carisma para analizarlo de manera objetiva», cuenta el que fuera gestor de fondos de inversión, alguien que comenzó vendiendo palomitas de maíz en los partidos de béisbol cuando era un crío. «Realicé junto a otra gente del club un estudio exhaustivo, decidiendo cómo evaluarlo basándonos en aspectos meramente analíticos y futbolísticos. Es un proceso muy parecido al que se realiza en el mundo de las inversiones cuando se quiere afrontar una gran operación. Y me alegra decir que —aunque ahora hayamos llegado a un punto en el que esto resulta más que evidente—, pese a que su reputación en el mundo del fútbol era enorme y estaba por las nubes, lo cierto es que los hechos eran, todavía, mucho más convincentes y persuasivos».
La investigación realizada por Gordon señaló que, en Mainz y Dortmund, Klopp había tenido «un efecto decididamente positivo, en sentido cuantificable, con relación a lo que se presuponía». En otras palabras, que el suabo había logrado mucho más de lo que se esperaba de él. Para el Liverpool, cuya estrategia se basa en un uso más racional de sus recursos, a diferencia de lo que estilan sus rivales económicamente más poderosos de la Premier League, el atractivo resultaba más que obvio. «Desde un punto de vista futbolístico, era algo muy evidente», dice Gordon. «Aunque, como es natural, tampoco sabía si la filosofía y la personalidad, tanto del club como de Jürgen encajarían. El acoplamiento tenía que ser mutuo. También teníamos que saber si Jürgen querría liderar el programa y proyecto futbolístico del Liverpool. Estos eran unos puntos muy importantes que había que dejar claros».
El 1 de octubre se celebró una reunión en Nueva York. Por desgracia, el secretismo al que aspiraban Klopp y Kosicke fracasó desde un primer momento. En la sala que tiene Lufthansa en el aeropuerto de Múnich, uno de los trabajadores le preguntó a Klopp —cuya gorra de béisbol no dejaba demasiado lugar al incógnito— el motivo por el que viajaba al JFK. Su respuesta fue: «Vamos a un partido de baloncesto». Una explicación de lo más plausible, si no fuera porque todavía quedaban cuatro semanas para el comienzo de la temporada de la NBA.
Una hora después de llegar a Manhattan, los alemanes volvieron a ser descubiertos. Cosas de la vida, el recepcionista del Hotel Plaza en la Quinta Avenida era de la misma ciudad en la que el entrenador desarrollara su carrera futbolística. «¡Será posible, pero si es Kloppo!» exclamó en todo su acento maguntino. Pero, fuera como fuere, no se filtró la noticia de aquel viaje secreto.
El accionista mayoritario de FSG, John W. Henry, el presidente del LFC, Tom Werner, y Gordon se reunieron con Klopp y su agente en las oficinas de Shearman & Sterling, un bufete de abogados en la Avenida Lexington, a unas pocas manzanas dirección este. «Lo primero que pensé es que era un hombre muy alto. Y yo no lo soy para nada», ríe Gordon. «Ya era bastante tarde, pero mantuvimos una conversación de lo más larga y sustancial; después, la aplazamos hasta el día siguiente, en el hotel, donde nos reunimos para más conversaciones largas y sustanciales. Quiero enfatizar un aspecto: estas conversaciones fueron siempre bidireccionales. Todo giraba en torno a si Jürgen era el indicado para el Liverpool FC y si el Liverpool FC, nosotros, como propietarios, éramos los indicados para Jürgen». Como se sospechaba, el carisma de Klopp iba en consonancia a su constitución («se vale de sus habilidades personales y su manera de relacionarse con la gente, para hacer llegar su mensaje»), pero lo que más impresionó a Gordon fue «la enorme sustancialidad» que percibió detrás de esa sonrisa tan ancha y ese enorme cuerpo. «No fue algo del tipo ‘‘chico, este tipo es verdaderamente encantador, va a ser un todo un pelotazo en las ruedas de prensa y como imagen del club’’. Lo que quedó muy claro, casi en seguida, fue el enorme talento que tiene: no solo en el plano personal, sino en cuanto a su inteligencia, su manera analítica de pensar, su lógica, su transparencia y sinceridad, y su habilidad para comunicarse de una manera efectiva, incluso aunque el inglés no sea su lengua materna. Es algo por lo que creo que no suele hacérsele justicia, porque la gente tiende a quedar encandilada por su fachada.
Klopp les contó a los ejecutivos del FSG que el fútbol «es más que un sistema», «también es la lluvia, patadas que caen desde todos lados, el ruido del estadio». Y, lo que era más importante, dijo que el estilo de juego tenía que «enchufar» al público de Anfield para que este espolease al equipo, y viceversa, en una euforia que creciese más y más, de manera cíclica.
Gordon: «La verdad, siendo del todo sincero, es que resultaba complicado encontrar alguna carencia. A lo que me refiero es: estaba del todo claro que Jürgen, como director deportivo, estaba al mismo nivel que un director empresarial o de la persona a la que elegirías para dirigir tu negocio. Y esto lo dice alguien que se ha tirado veintisiete años de su vida como inversor, relacionándose con algunos de los mejores CEOs y directores de negocio de América y Europa. En ese punto, resultaba más que obvio que estábamos ante la persona adecuada. Así que decidimos hablar de números y en ese momento Jürgen pidió abandonar la reunión».
Mientras Kosicke se quedaba para negociar sus emolumentos, Klopp paseaba por Central Park. La caminata fue más larga de lo que esperaba. Al principio, ambas partes estaban bastante alejadas en cuanto a cifras, pero, por fin, encontraron un esbozo sobre el que alcanzar un acuerdo.
Cuando Klopp regresó a Alemania, Gordon le envió un mensaje de texto. «No hay palabras para describir lo emocionados que estamos», decía. En su respuesta, Klopp se disculpó por no tener, tampoco, el vocabulario adecuado. Pero sí que conocía una palabra que resumía a la perfección sus sentimientos: «¡¡¡¡¡Guaaaaaaaaaaaaauuuu!!!!!».