Читать книгу Un príncipe en el desierto - La mujer más adecuada - Rebecca Winters - Страница 6
Capítulo 2
Оглавление–¿SE—ORITA? ¿Está despierta?
La misma voz, amable y femenina, que Lauren había oído durante la noche interrumpió su sueño. Notó que le retiraban algo de las vías respiratorias.
–¿Puede oírme, señorita?
Lauren intentaba comunicarse, pero le resultaba difícil porque tenía la garganta demasiado seca como para hablar. Cuando intentó sentarse notó que la cabeza le daba vueltas y se percató de que tenía algo en el dorso de la mano.
–Recuéstese y beba –le dijo la mujer en un inglés con fuerte acento.
Lauren sintió que le metían una pajita entre los labios y comenzó a beber. El agua fría acarició su garganta.
–Deliciosa –murmuró, y continuó bebiendo. De pronto, todo su cuerpo cobró vida.
Abrió los ojos y se percató de que le costaba enfocar la vista. Veía a tres mujeres con el mismo cabello y la misma ropa delante de ella.
–¿Es usted doctora? –preguntó.
–No. Soy la enfermera del doctor Tamam. ¿Cómo se encuentra?
Lauren comenzó a negar con la cabeza, pero se sintió peor.
–No lo sé –tartamudeó.
Mientras la enfermera le retiraba la vía de la mano, Lauren intentó situarse. La habitación no se parecía a la de ningún hospital que hubiera visto antes. Era enorme y estaba decorada de manera que recordaba a la habitación de un harén. Se percató de que todo podía ser un sueño y deseó despertar.
De pronto, recordó la sensación de ahogo y el pánico se apoderó de ella.
–Ayúdame… No puedo respirar… –se lamentó, incapaz de contener las lágrimas.
Oyó voces. Entre ellas, una voz grave y masculina que penetró sus oídos. La mano de un hombre agarró la suya.
–No temas. Estás a salvo –la tranquilizó hasta que se quedó dormida.
Cuando despertó, descubrió que seguían agarrándola de la mano. Abrió los ojos y vio a un hombre de unos treinta y tantos años junto a la cama. La enfermera había desaparecido.
Una camisa blanca cubría su torso y dejaba entrever una fina capa de vello oscuro. El color de la tela resaltaba su piel bronceada. Tenía los ojos y el cabello de color negro. Se fijó en que lo llevaba más largo que otros hombres y que sus rasgos aguileños le daban un aire de magnificencia. Ella nunca había conocido a un hombre atractivo de verdad, y aquél era mucho más que eso. Su corazón comenzó a retumbar en su pecho como si le hubieran dado una droga para devolverle la vida.
Aunque él la miraba como si fuera un depredador acechando a su presa, su mirada ardiente la hizo estremecer.
–¿Qué estoy haciendo aquí?
–¿No recuerda lo que le ha sucedido? –preguntó él en tono suave.
Con nerviosismo, ella se llevó la mano al cuello. De pronto, se percató de que no llevaba puesto el medallón de su abuela.
Se incorporó y movió la almohada para ver si se le había caído sobre la cama, pero no lo encontró. Tampoco tenía la cadena.
–¿Me lo ha quitado la enfermera? –preguntó sentada en la cama y mirando al hombre que estaba a su lado.
–¿El qué? –preguntó él con tono calmado.
Lauren se esforzó para no mostrar el pánico que se había apoderado de ella. La sábana se le había caído hasta la cintura y el hombre la miraba atentamente. El camisón que llevaba puesto era discreto, pero la mirada de aquellos ojos negros le quemaba la piel.
–Me falta mi medallón. Tengo que encontrarlo.
El hombre entrelazó las manos y la miró de nuevo.
Era como un dios. Así había descrito su abuela a su amante. Lauren había sonreído al oír la descripción de Celia pero, en esos momentos, no sonreía. Quizá había perdido la cabeza. El miedo se apoderó de ella una vez más. Cerró los ojos y se recostó de nuevo.
–Quizá si me hiciera una descripción, señorita.
Ella se mordió el labio inferior y notó que lo tenía reseco y agrietado. ¿Cuánto tiempo había estado en esas condiciones? Abrió los ojos de nuevo.
–Es un medallón de oro del tamaño de una moneda de veinticinco centavos de dólar americano. Quizá un poco más grueso.
No se atrevió a dar todos los detalles. La relación con su abuelo era un secreto y debía de permanecer como tal.
–¿Ha visto una moneda de veinticinco centavos alguna vez?
Él asintió despacio.
–Lo llevaba en una cadena de oro. No tiene gran valor, pero es mi pertenencia más preciada –las lágrimas se asomaron a sus ojos.
–Le pediré a los sirvientes que la busquen.
–Gracias –se secó las lágrimas de las mejillas–. ¿Estoy muy enferma?
–Le han retirado el oxígeno y la medicación intravenosa. Eso significa que se alimentará a base de zumo y de lo que le apetezca. Después podrá levantarse con ayuda y caminar un poco. Mañana se sentirá mucho mejor.
–¿Qué me ha pasado?
Él continuó mirándola con una expresión extraña. Ella tenía la sensación de que estaba tratando de decidir qué contarle. Respiró hondo y dijo:
–Sea lo que sea podré manejarlo.
–¿Segura? –preguntó casi en tono seductor.
–No soy una niña.
–No. No lo es.
Ella se estremeció al oír su voz. «No permitas que te cautive, Lauren». Después de todo, él era médico y le había hecho un reconocimiento. Sus ojos negros lo habían visto todo, así que no había nada que no supiera.
–Si no quiere decírmelo porque cree que podría desmayarme, se lo preguntaré a su enfermera. Estoy segura de que ella me contestará.
–Ha regresado a la clínica –dijo él con tono de satisfacción.
–He de admitir que está haciendo un buen trabajo a la hora de asustarme.
Él se encogió de hombros con elegancia. Ella se fijó en sus manos y vio que tenía las uñas inmaculadas.
–Mil perdones, señorita. Mi intención era impedir que recordara demasiadas cosas de golpe.
–¿Quiere decir que tengo amnesia? ¡Eso es ridículo!
El doctor ladeó la cabeza.
–Preferiría considerarlo un lapsus de memoria temporal. En estos momentos su mente la está protegiendo para que no se enfrente a una experiencia traumática.
–¿Traumática?
–Mucho –se puso en pie y agarró una capa de color blanco que estaba en una butaca–. ¿Reconoce esto?
Ella se fijó en lo que él le mostraba. Era un kandura. Lauren tenía uno como aquél. Había comprado su equipo para el desierto en El-Joktor, y le había dicho al tendero que quería una capa de hombre de su talla.
El tendero no había querido vendérsela porque decía que eso no se hacía en su país. Pero ella le ofreció más dinero y finalmente consiguió que se la vendiera.
–Mustafa…
El nombre del camellero escapó de sus labios.
–¿Lo ve? Está recobrando la memoria. Demasiado deprisa, por desgracia.
–Era como si las montañas tuvieran vida. Lo cubrían todo… Mustafa me dijo que era una tormenta de arena. No podía verlo… No podía respirar… ¿Qué le ha pasado a él?
El silencio del doctor la sorprendió. Ella retiró la sábana y se levantó. Sin pensarlo, le agarró los antebrazos.
–Dígame ¿ha muerto por mi culpa?
–No, señorita. La muerte no fue a visitarlo porque no era su momento. De hecho, fue él quien le salvó la vida. Si él no hubiera reaccionado con rapidez, habría sido enterrada viva.
Ella se estremeció.
–¿Qué pasó con los demás miembros de la caravana?
–Sobrevivieron.
–Menos mal que no ha fallecido nadie. Fue algo aterrador.
Él murmuró algo que ella no comprendió y la estrechó entre sus brazos, consolándola mientras lloraba y meciéndola para calmarla. Ella no tenía ni idea de cuánto tiempo pasaron abrazados.
Ella dejó de llorar y se separó de él, consciente de no querer hacerlo. Debía de haberse vuelto loca.
–Perdóneme por haberme derrumbado así.
–Es el shock de la experiencia, señorita.
–Sí –se sentó en el borde de la cama y se cubrió el rostro con las manos–. Si no le importa, me gustaría quedarme a solas.
–Como desee. Pediré que le traigan una bandeja. Necesita comer.
–No creo que pueda comer todavía.
–Es el deber de los vivos.
Lauren echó la cabeza hacia atrás y se mareó. Pero él ya estaba saliendo por la puerta. Al instante, una doncella entró en la habitación para ayudarla a levantarse. Tras una ducha, se vistió con unos pantalones vaqueros y un top de color azul claro. La tormenta de arena no había arrancado las maletas de los camellos, pero casi había terminado con su vida.
¿No era eso lo que Richard le había dicho una vez? Un hombre que sale en una expedición ha de saber que corre el riesgo de no volver. Él había perdido hombres en muchas de sus expediciones, pero continuaba yendo en ellas. Si Richard estuviera vivo le habría dicho; conocías el riesgo, Lauren, y lo corriste.
A su manera, el doctor le había dicho lo mismo.
Lauren no podría ser tan simplista sobre el destino, pero cuando la doncella regresó con unas brochetas de cordero y ensalada de frutas, ella no lo rechazó.
Un poco más tarde el doctor entró de nuevo en la habitación sin que ella se diera cuenta. Se acercó a la mesa donde ella estaba terminándose la comida.
–¿Se encuentra mejor, señorita?
Su presencia la hizo sobresaltar. Ella se limpió con la servilleta y lo miró. Iba vestido con una camisa de lino y unos pantalones. Llevara lo que llevara, ella se quedaba sin respiración al verlo. Sin ropa debía ser espectacular.
–Me siento con más fuerza, gracias.
–Eso está bien, pero queda mucho camino hasta que esté completamente recuperada. Su cuerpo ha sufrido mucho tanto física como emocionalmente. Debe quedarse aquí y recuperarse.
Él llevaba una bandeja de comida en la mano y se sentó frente a ella. Lauren se mordió el labio inferior.
–Dígame una cosa, ¿dónde estamos exactamente?
–Suponía que lo sabía –murmuró él después de comerse un trozo de melocotón–. En el oasis de Al-Shafeeq. Ése era su primer destino después de marcharse de El-Joktor, ¿no es así?
Su único destino.
–Sí –susurró ella, sorprendida por haber llegado al lugar que fue gobernado por el amante de su abuela–. ¿Cómo sabe que vengo de El-Joktor?
–Debo saber todo lo que sucede por aquí. En realidad no soy el doctor Tamam, pero permití que lo creyera hasta asegurarme de que estaba en el camino de una completa recuperación.
–Entonces, ¿quién es?
Él esbozó una sonrisa al oír la pregunta. Estaba tan atractivo que ella sintió que su corazón la iba a traicionar.
–Soy el jefe de seguridad del palacio.
Ella lo miró con incredulidad.
–Con razón esta habitación es tan exquisita –susurró ella–. No podía imaginar que un hotel tuviera este aspecto.
–El palacio tiene siglos de antigüedad –le explicó él–. Cuando me notificaron que una tormenta de arena había atrapado a una caravana, volé hasta el lugar con el helicóptero. Mustafa me contó lo que había pasado y decidí traerla aquí para que el doctor Tamam se ocupara de usted.
¿Era el jefe de seguridad del equipo del rey?
Encajaba más con la imagen que ella tenía de un rey. Más grande que la vida, tal y como su abuela había descrito al rey Malik.
Lauren tragó saliva.
–Así que es a usted a quien debo agradecerle que me dieran asistencia médica con tanta rapidez. Estoy en deuda con usted –tartamudeó ella. Le resultaba difícil creer que estaba dentro del palacio en lugar de mirarlo desde el exterior como una turista cualquiera.
Él sonrió y dijo:
–¿Está lo bastante agradecida como para permitirme que la llame Lauren?
–Por supuesto.
–Lo vi en su pasaporte y, por cierto, lo tengo en mi poder –la miró de arriba abajo–. Lauren es un nombre muy bonito, casi tan bonito como su dueña.
Lauren sintió que una ola de calor recorría su cuerpo.
–¿Y cómo debo llamarlo yo? –preguntó.
–Rafi. Es más fácil que el resto de mi nombre. Es demasiado largo y difícil de pronunciar para una extranjera.
Ella esbozó una sonrisa.
–Me gusta la versión corta. Me recuerda al spaniel que tuve una vez.
–¿Y por qué?
–Se llamaba Taffy –contestó, antes de darse cuenta de que era probable que pensara que estaba coqueteando con él. «Estás coqueteando con él, Lauren». Verse tan cerca de la muerte la había convertido en alguien irreconocible. Aquello seguía pareciéndole un sueño–. ¿Alguna vez has criado una mascota?
–Varias, pero quizá no del tipo que imaginas.
–Suena intrigante.
Sus ojos brillaron a la luz de la vela antes de hacerle otra pregunta.
–¿Dónde pensabas alojarte cuando llegaras aquí?
–Es cierto… Mi reserva… No recuerdo el nombre. Los documentos de la agencia de viaje de Montreux están en mi maleta pequeña. Me temo que todavía no pienso con claridad.
–Eso es porque has estado en una tormenta de arena y has salido de ella con la vida cambiada de forma irrevocable.
Irrevocable. A causa de aquel hombre.
–Estaré encantado de explicarle la situación al conserje si me das la información. Los sirvientes han dejado las maletas en tu dormitorio. ¿Quieres que vaya a buscarla?
–No, gracias. Iré yo –se puso en pie, pero seguía débil–. Un momento, por favor.
Lauren sintió su mirada sobre la espalda mientras se dirigía a la habitación y se arrodillaba para abrir la maleta pequeña. Buscó el sobre donde había guardado su plan de viaje y la cerró antes de regresar a la otra habitación.
Sin decir palabra, él agarró el sobre de su mano. Sus dedos se rozaron, y ella se estremeció. Él abrió el sobre y, tras encontrar lo que buscaba, sacó su teléfono e hizo una llamada. Ella no sabía árabe, excepto por algunas palabras. La conversación duró unos minutos y después él la miró de manera enigmática.
–¿Hay alguien a quien tengas que informar de lo que ha pasado? ¿Alguien que deba saber dónde estás?
–No –tras la muerte de su abuela estaba sola.
–No me digas que no hay ningún hombre en tu vida que te esté echando de menos porque no te creería.
–No hay nadie importante en mi vida. Sólo Paul, un amigo, y probablemente esté fuera trabajando en un nuevo encargo para un periódico francés.
–¿Y Paul no querrá saber que has salido indemne? –su ton de voz era autoritario.
–De hecho, preferiría que Paul no se enterara de lo que me ha pasado. Me propuso matrimonio antes de venir aquí, pero lo rechacé. No estoy enamorada de él y me parecería mal pedirle que venga en mi ayuda ahora. Creo que es mejor que continúe con su vida y encuentre a una mujer que lo ame.
Rafi la miró por encima del borde de la taza de café.
–Después de conocerte me atrevería a decir que dudo que llegue a olvidarte.
–Eso es muy halagador, pero por supuesto que lo hará.
–No trataba de halagarte –su comentario la hizo estremecer–. ¿Y qué hay de otros amigos?
–No esperan tener noticias mías en este viaje.
–¿Por qué no?
–Porque he venido para intentar superar mi dolor tras perder a mi abuela. Ellos lo saben –murmuró, tratando de que no le temblara la voz.
–¿Estabais muy unidas?
Había algo en aquel hombre que hacía que ella confiara en él. Quizá fuera porque le había salvado la vida al llamar al doctor a tiempo. Fuera cual fuera el motivo, ella no quería contenerse.
–Mucho. Mis padres murieron cuando yo tenía seis meses. Ella fue la única madre que he conocido. La echo muchísimo de menos.
–Comprendo que quisieras alejarte de allí durante un tiempo pero, ¿por qué aquí en el desierto? Esta parte del Nafud es especialmente dura.
–Supongo que será porque nunca había visitado este lugar y no tiene recuerdos para mí –«sólo los de Celia».
–¿Eres una viajera?
–Sí, desde que era una niña.
–Dadas las circunstancias, te dejaré a solas para calmar tu dolor. El silencio es la medicación para la pena. Si necesitas algo sólo tienes que descolgar el teléfono que hay junto a tu cama. Nazir, uno de mis asistentes, se ocupará de ti y avisará al doctor o a mí en caso de que nos necesites.
–Gracias –agachó la cabeza–. Sería muy maleducada si no te dijera lo agradecida que estoy porque me salvaras la vida.
–Sólo agilicé la situación para que pudieras recuperarte en manos del doctor Tamam.
–Sigo agradecida –insistió ella–. Te aseguro que os compensaré por vuestros servicios.
Sin contestar, él comenzó a marcharse. Puesto que era el jefe de seguridad, ella suponía que tenía muchas cosas que hacer como para que se quedara haciéndole compañía, pero deseaba que no tuviera que marcharse.
–¿Rafi?
Él se volvió para mirarla.
–¿Necesitas algo más?
Había descubierto que necesitaba muchas cosas.
–No, pero es evidente que tienes una relación muy cercana con el rey. Por favor, hazle saber lo agradecida que estoy por todo. La habitación es preciosa.
–Es parte de la suite con jardín.
Lauren respiró hondo. El rey Malik había hospedado a su abuela en una parte privada del palacio que tenía jardín propio. ¿Era posible que fuera aquella habitación? Al pensarlo se le erizó el vello de la nuca.
–¿Estás bien, Lauren?
–Sí.
–Necesitas descansar mucho más antes de que me lo crea. Cuando te apetezca, estás bienvenida a salir por ese pórtico para pasear y disfrutar de las flores. Hay algunas exóticas. Y a veces, la reina cuida el jardín en persona.
Ella se llevó la mano al cuello.
–No sé por qué soy tan afortunada.
Tras una pausa, él dijo:
–Cuando el rey Umar se enteró de la tragedia insistió en que te quedaras como su invitada en esta suite, durante el tiempo que quisieras.
Su invitada…
Lauren tenía el corazón acelerado. ¿El rey Umar sería un hijo, un nieto, o incluso un sobrino nieto del rey Malik? Lauren estaba más cerca de lo que creía de conseguir la información sobre su abuelo.
–Es muy generoso por su parte.
–Espero que mientras te estés recuperando, la belleza del jardín alivie la tristeza que sientes en el corazón tras la muerte de tu abuela.
Afectada por sus palabras, ella le dio las gracias con un susurro. Una vez que él se marchó, Lauren sólo pudo moverse hasta el sofá porque la debilidad se había apoderado de ella, también debido a su cercanía y a su potente masculinidad.
Se sentó y descansó contra uno de los cojines de raso. Comenzó a pensar en su abuela, una mujer que había viajado por el mundo desde temprana edad. Celia había ido a Al-Shafeeq porque un alto cargo del gobierno, amigo de la familia, le había dicho que aquel oasis del desierto florecía como una rosa. A ella le había parecido algo tan romántico que había decidido ir a verlo.
Mientras paseaba por los jardines del palacio, el rey Malik se había fijado en su melena rubia que le llegaba hasta la cintura. Lo que sucedió después se parecía a una historia de las Mil y una noches y Celia había quedado apresada por un amor tan poderoso que había tenido a Lana, la madre de Lauren, como resultado.
Lauren pensó en las flores del patio, pero estaba demasiado cansada como para salir a verlas. En el fondo, tenía el presentimiento de que si salía a mirar las flores podría repetirse la historia. Lauren podría imaginar llegar a estar tan enamorada de Rafi como para no querer marcharse de Al-Shafeeq.
Su imagen poderosa permaneció ante sus ojos hasta que los cerró y se quedó dormida.
Rashad permaneció fuera de la suite y llamó al doctor Tamam para contarle las novedades.
–Hoy la paciente se encontraba lo bastante bien como para darse una ducha y comer algo sólido.
–Muy bien. ¿Qué ha descubierto sobre el medallón?
–Todavía nada.
–¿Ah? –la sorpresa del hombre mayor era evidente–. Entonces debe ser que considera que ella no está lo bastante recuperada como para someterla a un interrogatorio.
El médico estaba leyendo la mente de Rashad. Lauren había palidecido una pizca antes de que él saliera de la habitación. Todo lo que había dicho parecía sincero, sobre todo el alivio que había sentido al enterarse de que Mustafa no había muerto.
Él todavía podía sentir la huella que había dejado su cuerpo al estar entre sus brazos mientras la consolaba.
Y respecto a la muerte de su abuela había diferentes grados de sinceridad. Al despertarse, en lo primero que había pensado había sido en el medallón que había perdido. Rashad se había percatado de que ella había tenido cuidado para no darle la descripción completa del medallón.
Su instinto nunca se equivocaba. Ella guardaba un secreto.
Lo primero que Rashad tenía que hacer era asegurarse de si el medallón era real o falso. De los ocho varones que había vivos en la familia, ninguno había informado acerca de la desaparición de su medallón. Tenía que ser falso, pero no podría estar seguro de ello hasta que no hablara con el experto en joyas de oro.
Después llamó al mecánico para asegurarse de que el helicóptero estaba revisado y preparado para volar y se dirigió hasta la pista donde estaba situado el aparato.
Acompañado por su guardaespaldas, voló hasta Raz. Una vez allí, se dirigió a hablar con el orfebre que había montado el anillo de Rashad.
–Entra, Rashad. Tienes cara de pocos amigos. ¡Ayer todo el mundo estaba lleno de júbilo!
–Eso fue ayer –dijo él, mientras se sentaba frente al hombre en la mesa de trabajo. Sacó el medallón del bolsillo y lo dejó frente a él.
Hasan lo miró asombrado.
–¿De quién es ese medallón?
–Eso es lo que necesito saber.
–¿Quieres decir que lo ha perdido alguien de la familia real?
–Puede ser. Lo encontré de manera accidental. ¿Podría ser falso?
–¿Por qué no vas a hacer alguna cosa y vienes dentro de un rato para que te conteste?
Rashad pasó la siguiente hora comentando los planos de la nueva planta de procesamiento con los ingenieros. Como ingeniero que era, dejó clara su opinión antes de regresar al laboratorio de Hasan. El orfebre lo miró y dijo:
–El medallón es de oro de veinticuatro kilates, pero la técnica de acuñado y el estilo indica que se fabricó entre 1890 y 1930, quince años arriba o abajo. Yo no podría replicar lo que se hacía en aquella época –negó con la cabeza–. Todo me hace pensar que no es falso, ni la cadena tampoco.
–Entonces, a menos que alguien perdiera su medallón en aquella época, la única explicación alternativa que se me ocurre es que el orfebre de entonces hubiera hecho uno extra en caso de pérdida.
–Pero eso siempre ha estado prohibido –le recordó Hasan.
–Es cierto.
Rashad recordó mentalmente a cada uno de varones que habían nacido en la familia en aquel periodo de tiempo. Nunca había oído nada acerca de que alguno de ellos hubiera perdido su medallón.
Rashad sabía que ningún miembro de la familia se separaría voluntariamente de su medallón, y que los llevaban con ellos a la tumba. La única explicación que encontraba era que el medallón hubiera sido robado a algún muerto a la hora del entierro. Sólo los familiares asistían a esas ceremonias, y eso significaba que un miembro de la familia lo había estado guardando durante todo ese tiempo…
¿Con qué propósito? ¿Y cómo había aparecido en el cuello de aquella bella norteamericana? ¿Había ido hasta allí especialmente para llamar la atención de Rashad e infiltrarse en su círculo privado? ¡Sin duda, lo había conseguido!
Un plan tan elaborado para conseguir información sólo podía haber sido ideado por la familia de su tío, que estaba desesperada por descubrir cualquier información que pudiera emplear en contra de la familia de Rashad. Curiosamente se había vuelto en su contra debido a una tragedia que nadie había podido controlar.
Sin embargo, Lauren había conseguido entrar en su fortaleza mediante un método que nunca había sido empleado por un enemigo. Alguien la había entrenado bien ya que si no, ¿por qué se había contenido a la hora de describir el medallón?
Además, era posible que ella tuviera una foto de Rashad y lo hubiera reconocido desde un principio. Si eso era cierto, la mujer que habían enviado para espiarlo era una gran actriz a la hora de fingir que se creía que él era el jefe de seguridad.
A Rashad no le gustaba lo que estaba pensando. La atracción que sentía por ella provocaba que se le formara un nudo en el estómago. Echó la cabeza hacia atrás con frustración.
–Has hecho un gran trabajo, Hasan. No lo olvidaré.
–Es un placer ayudarte, Alteza.
Al terminar, Rashad voló de regreso al palacio. Nada más llegar, escuchó a un confidente que había hecho algunas investigaciones para él.
–¿De qué te has enterado?
–Ella voló a El-Joktor antes de ayer.
El sello de entrada que habían puesto en su pasaporte lo demostraba. Lauren sólo había pasado un día en el desierto. Mustafa le había asegurado que no se habían encontrado con otras caravanas durante el trayecto, ni habían tenido contacto con nadie.
–Cuando llegó a El-Joktor se alojó en The Casbah sola.
¿En The Casbah? ¿Por qué había elegido un hotel de dos estrellas en la parte pobre de la ciudad cuando había otros hoteles más modernos con todo tipo de comodidades?
–Sus papeles están en orden. No tiene ocupación conocida, pero ha estado viviendo en Montreux, en un apartamento que pertenecía a Celia Melrose Bancroft, una mujer de setenta y cinco años recientemente fallecida.
¿Habría mentido Lauren Viret respecto a que era la nieta de aquella mujer? Quizá había sido una acompañante muy bien pagada. Tras la muerte de la mujer, ¿quizá había salido en busca de otro tipo de benefactor? Un hombre, tal vez. ¿O quizá cierto hombre la había encontrado a ella? ¿Era posible?
–¿Desea que investigue más en profundidad, Alteza?
–Todavía no. Has hecho un buen trabajo.
¿Qué era lo que el padre de Rashad le había enseñado cuando era pequeño? Si el camello mete el hocico en la tienda, su cuerpo entrará después. Con la ayuda de las circunstancias, la señorita Viret había entrado en su tienda y caído en sus manos.
Cenaría con ella a solas. Tenía que descubrirlo todo acerca de ella. A pesar de todo lo que sabía, o sospechaba, necesitaba estar a solas con ella.