Читать книгу Un príncipe en el desierto - La mujer más adecuada - Rebecca Winters - Страница 7
Capítulo 3
ОглавлениеDESPUÉS de organizar una comida en el patio que había junto al jardín de flores, Rashad se duchó y se vistió con otros pantalones y otra camisa. Cuando estaba de camino hacia la otra ala del palacio, Nazir lo llamó por teléfono:
–¿Alteza? La extranjera me ha pedido hacer una llamada desde el palacio. ¿Se lo permito?
–Sí –el centro de control del palacio empleaba un sistema de seguimiento por satélite. Más tarde, Rashad comprobaría el número al que había llamado. Subió las escaleras y continuó por el pasillo hasta llegar a la suite. Después de llamar a la puerta, entró en la habitación y vio que Lauren estaba sentada en el escritorio del salón. Ella estaba hablando por teléfono en francés.
Al verlo, Lauren terminó la conversación y colgó el auricular.
–Buenas tardes, Rafi –dijo con un tono que denotaba que se alegraba de verlo, aunque no quisiera que se enterara de su conversación telefónica.
Él se sorprendió al ver que, aunque antes de que ella partiera hacia Al-Shafeeq en misión especial hubiesen hecho unos elaborados preparativos, la atracción entre ellos era real y extraña.
–Me alegra ver que estás más descansada.
Ella asintió.
–Dormí una siesta después de que te marcharas.
Rashad pensó que su aspecto era muy apetecible. Iba vestida con la misma ropa de antes.
–¿Tienes hambre?
–Sí.
Si era mentira, no le importaba porque Rashad tenía la sensación de que ella deseaba pasar la velada con él. Esa atracción inmediata era algo que nunca había sentido y que lo había pillado desprevenido.
–Lo he organizado todo para que cenemos juntos. ¿Qué te parece?
–Sí no estás ocupado, me encantaría…
–Está servida en el patio.
El rostro de Lauren se alegró de pronto.
–Todavía no he visto las flores –se levantó y él se fijó en su silueta.
Daba igual que estuviera vestida con ropa occidental o con un camisón de hospital, las curvas de su cuerpo hacían que fuera imposible mirar hacia otro lado.
–¿Esto significa que no tienes que trabajar? –preguntó con la respiración acelerada, como si tampoco pudiera controlarse a sí misma.
–Más o menos.
–En otras palabras, eres como el doctor Tamam, ¿siempre disponible si te necesitan?
–Es una manera de decirlo –contestó él con una sonrisa.
–El doctor vino hace un rato para ver cómo estaba.
–¿Qué te ha dicho?
–Que descanse un día más para recuperar mis fuerzas. Después podré volver a ser turista.
–Es un doctor estupendo. No te arrepentirás de seguir sus consejos.
–Es mi intención. ¿Tú también tienes hambre?
–Un hambre voraz –todo su cuerpo había reaccionado al verla.
–¿Eso significa que has tenido que ir otra vez a salvar a alguien atrapado en una tormenta de arena? –bromeó ella.
–No suceden tan a menudo. Y te diré una cosa, en los últimos cien años, tienes el honor de ser la única extranjera que ha sobrevivido a una.
Ella se estremeció.
–He sido afortunada. Gracias a Mustafa y a ti.
–Fue él quien te bajó del camello a tiempo.
–Sí –ella se volvió–. Tengo que darle las gracias en persona. Por eso he llamado por teléfono. He hablado con la agencia de viajes en Montreux para pedirles que contacten con él de mi parte.
–Supongo que habrá salido con otra caravana. Cuando tu caravana te lleve de regreso a El-Joktor, podrás darle las gracias. Ahora, si me acompañas, el patio está por aquí.
La agarró del brazo y la guió hasta la azotea. Había anochecido y las antorchas del patio estaban encendidas.
Lauren suspiró al ver la vista del desierto. Él lo comprendía. Desde allí se veía el oasis con sus numerosas antorchas y la arena extendiéndose en todas las direcciones. La brisa perfumada de la noche era cada vez más fresca. Las estrellas empezaban a asomar en el cielo. Aquél era su lugar preferido en el palacio.
–Nunca había visto un paisaje así en mi vida.
–Yo tampoco –susurró Rashad, mirando su perfil. Si se movía una pizca hacia ella no podría evitar tocarla y no sería capaz de detenerse.
–Es mágico y hace que tenga ganas de llorar.
–A veces, cuando me agobia el trabajo, siento la necesidad de escapar de mi despacho y vengo aquí a contemplar la noche.
–Es como si se pudiera tocar –dijo ella, y se volvió hacia él. La luz de la antorcha más cercana iluminó sus ojos.
Cuando él la miró, se quedó estupefacto por su color cautivador. Eran de color verde claro y tenían un brillo especial, mucho más atractivo que el de la estrella más brillante del cielo
¿Cómo podían pertenecer aquellos ojos a una mujer que había ido hasta allí para hacer daño a su familia?
–¿Tienes frío? –deseaba tener un motivo para abrazarla.
–Todavía no –contestó ella con voz temblorosa.
–Entonces, cenemos.
Rashad había pedido que les prepararan una mesa junto a la celosía cubierta de flore para que Lauren pudiera disfrutar de su aroma. La luz de las velas provocaba que la sombra de las flores quedara reflejada a gran tamaño sobre la pared.
Rashad retiró una silla y ella se sentó mientras él le apoyaba las manos sobre sus hombros un instante.
–Qué bonito –susurró ella.
–La familia real lo llama Garden of Enchantment.
–Comprendo por qué. Hay una intensa sensación de paz. Es maravilloso.
–Estoy de acuerdo en que es un lugar perfecto.
* * *
Lauren sintió que se le erizaba el vello de los brazos. ¡Aquél era el jardín del que le había hablado su abuela!
Lauren había ido al desierto para ver el lugar que había visitado Celia, pero no imaginaba que fuera a llegar hasta ese mismo lugar.
Al sentir que Rashad la miraba fijamente, no se atrevió a mirarlo a los ojos. Era demasiado poderoso. Su masculinidad no necesitaba una noche como aquélla para provocar que a ella se le acelerara el corazón. Sin permitir que él descubriera cómo le afectaba su cercanía, ella se concentró en el plato de comida que tenía delante.
Había pedazos de melón, helado de frutas y varios pedazos de cordero con patatas. Ella había estado tan concentrada en él que ni siquiera se había dado cuenta de que los habían servido y de que él ya estaba comiendo.
Bebió un sorbo de café y preguntó:
–Trabajas hasta muy tarde, Rafi. ¿No tienes una mujer esperándote en casa?
–Una tinaja necesita la tapa adecuada. Yo todavía no he encontrado la mía.
Sus palabras hicieron que le diera un vuelco el corazón.
–En otras palabras, me estás diciendo que me meta en mis asuntos –Lauren se rió.
–Me alegra ver que he conseguido una sonrisa en tus labios. Deberías hacerlo más a menudo.
–No he podido evitarlo. Tu comentario sobre la tinaja me ha hecho recordar la historia de Ali Baba. Esos pobres ladrones metidos en aceite hirviendo dentro de las tinajas. Vaya sirvienta más astuta –dijo ella.
–Lo era –murmuró él, antes de soltar una carcajada.
–Me cuesta creer que seas soltero –comentó Lauren, mirándolo de reojo.
–No lo soy –dijo él–. Cuando llegue mi día, no tendré el tipo de matrimonio que imaginas –bebió un poco de café–. No está escrito en mis estrellas.
–Si yo no me hubiera conocido tan bien, habría tomado una decisión equivocada y ahora estaría casada. Sin duda, uno controla su destino.
–Hasta ahora sí –dijo él.
–¿Tienes familia en el oasis?
–Tengo padres y hermanos.
–Eres muy afortunado. ¿Has vivido en el oasis toda tu vida?
–Aparte de cuando estudié en Inglaterra y en Francia, ésta ha sido mi casa. ¿Y tú siempre has vivido en Suiza?
–Sí, pero a veces iba a Nueva York donde nació Celia.
–Háblame de tu abuela. ¿Estuvo mucho tiempo enferma antes de morir?
–No. Pilló una bronquitis y se convirtió en neumonía. La mayor parte de la gente de esa edad se recupera, pero ella no. Como era una intrépida aventurera siempre imaginé que viviría hasta los noventa.
–En otras palabras, no estabas preparada para su muerte.
Los ojos de Lauren se llenaron de lágrimas.
–Creo que nunca se está preparado para ello, aunque uno se pase meses o años junto a la cama de un ser querido. Se marchó de mi lado demasiado pronto.
–El sol siempre acaba poniéndose –dijo él–. Tu abuela falleció antes de lo que a ti te hubiera gustado. Si os hicisteis felices mutuamente no deberías sentirte culpable.
–Si crees que tengo remordimientos, estás equivocado.
Él la miró como si pudiera ver su alma a través de los ojos.
–Entonces, ¿por qué pareces rota cuando hablas de ella?
–Así es exactamente como me siento, sin duda debido a su muerte inesperada y a mi cercana experiencia con ella.
–Sin duda –murmuró Rafi–, pero me alegra ver que tienes apetito. Aunque estés de luto, es una buena señal de que estás recuperando la normalidad.
Desde que había conocido a Rafi, Lauren ya no sabía lo que era la normalidad. Tenía la sensación de que él estaba preparándose para darle las buenas noches, pero no quería que la velada terminara. Mientras buscaba la manera de retenerlo un rato más, él dijo:
–Por mucho que me apetezca pasar el resto de la noche contemplando tus preciosos ojos, empieza a hacer frío aquí fuera. Entremos y juguemos una partida de cartas. De otro modo, tendré que explicarle al doctor Tamam por qué su paciente ha sufrido una recaída en mis manos.
Ella todavía podía sentir el roce de sus manos sobre los hombros. Cada vez que él hacía un comentario personal, ella sentía que se ponía colorada. De camino hacia el interior, sus cuerpos se rozaron y ella se sintió como un cohete a punto de estallar.
–Te advierto que sólo sé jugar a la canasta.
–¿A eso es a lo que juegan en el casino de Montreux? –preguntó él arqueando una ceja.
–Lo dudo, pero no estoy segura –contestó ella con una sonrisa–. Sólo entré una vez con mi abuela cuando era una niña. Ella me dijo que me fijara bien en la gente y recordara lo desesperados que algunos parecían. Después no me permitió volver a entrar nunca. Decía que el juego era una de las maneras más fáciles de destrozar gente.
–¿Y nunca volviste? –preguntó Rashad–. ¿Ni siquiera como un gesto de desafío?
–No. Ella era tan estupenda que no quería decepcionarla.
–La decepción –murmuró él–. El más doloroso de los castigos.
–Sí –susurró ella.
–Estoy de acuerdo contigo.
Ella tenía la sensación de que él estaba pensando en algo que le provocaba dolor.
–Vamos a jugar aquí –señaló una mesa bajita que había en una esquina del salón.
Lauren se sentó en los cojines que había alrededor. Rafi se sentó también, con las piernas estiradas. Ella se arrodilló y, al moverse, rozó el hombro de Rafi con el brazo. Ninguno de los dos se retiró.
Él la miró y comentó:
–Enséñame a jugar a la canasta.
Lauren se emocionó al ver que él había llevado una baraja de cartas para pasar más tiempo con ella. Rafi la sacó del bolsillo trasero del pantalón y la dejó sobre la mesa.
–Ya están barajadas.
–Bien. Odio tener que esperar.
Él soltó una carcajada.
–Reparte quince cartas a cada uno.
Rafi obedeció y repartió despacio, mirándola con una sonrisa misteriosa.
Lauren le explicó el juego tratando de ignorar su aura de masculinidad.
–¿Quién te enseñó a jugar?
–Richard, el marido de mi abuela.
Empezaron la partida y ella contestó algunas preguntas más durante el juego. Estuvieron jugando hasta la medianoche y, finalmente, ganó ella por unos pocos puntos.
–Quiero la revancha –dijo él–, pero se te están cerrando los ojos así que te daré las buenas noches y jugaremos mañana.
Ella no sabía si podría sobrevivir hasta entonces.
Él dejó las cartas sobre la mesa y se puso en pie. Ella aceptó la mano que él le ofreció:
–Uy… –comentó al levantarse y chocar contra él–. Lo siento.
–Yo no –le acarició los brazos de arriba abajo–. Llevo toda la noche esperando este momento. Un pequeño premio de consolación.
Al instante la besó en la base del cuello provocando que le temblaran las piernas.
Al levantar la mirada, vio un brillo intenso en el fondo de sus ojos negros.
–Vendré a buscarte a las siete. Si te apetece, hay algo que me gustaría enseñarte. Desayunaremos después –sin decir nada más, se marchó de la habitación.
Lauren miró el reloj.
Ya era de madrugada.
Quizá estuviera soñando. Y si así era, no quería despertar.
Se preparó para acostarse y puso el despertador a las seis y media. En algún momento, se quedó dormida, pero despertó media hora antes de que sonara la alarma porque estaba deseosa de volver a ver a Rafi.
Se dio una ducha, se lavó el cabello y se vistió con unos pantalones oscuros y una blusa blanca. A las siete menos diez oyó que Rafi llamaba a la puerta antes de entrar en la habitación. Llegaba temprano. Él la miró de arriba abajo y dijo:
–Me gustan las mujeres puntuales.
–Lo mismo digo –dijo ella y lo siguió por el pasillo–. ¿Dónde vamos?
–Estoy deseando mostrarte las caballerizas que hay detrás del palacio donde se posan los halcones reales. El mío está guardado allí. A Johara le encanta cazar por la mañana. Tengo la sensación de que te gustará verla.
–¿Te dedicas a la cetrería?
–Cuando era joven era uno de mis pasatiempos favoritos. Hoy en día apenas tengo tiempo para ello –bajaron por una escalera y recorrieron otro pasillo hasta una habitación en la que había tres halcones.
Lauren observó como él se acercaba a uno de los pájaros y comenzaba a hablarle en árabe. El animal ladeó la cabeza hacia él. Rafi agarró un guante especial que había sobre una mesa. Se lo puso y, cuando estiró el brazo, el animal se subió a él.
Ella se acercó a ellos.
–Así que eres una de las mascotas de Rafi. Eres magnífico –«igual que tu dueño», pensó–. Ahora lo comprendo –el halcón ladeó la cabeza y miró a Lauren con sus ojos brillantes.
Rafi esbozó una sonrisa.
–Acompáñanos, Lauren.
Salieron al jardín donde ya calentaba el sol. Había un Jeep aparcado cerca. Rafi soltó al halcón y el ave subió al cielo a toda velocidad.
–¡Tiene una envergadura enorme!
–Noventa centímetros para ser exactos. La seguiremos.
Lauren se subió al Jeep con él y se dirigieron por una pista hasta el desierto.
–Johara dará vueltas en busca de comida. Si no encuentra nada, regresará a mí.
–¿Y después qué pasará?
–La llevaremos de nuevo a la caballeriza para darle de comer. Cuando yo no puedo, alguien se encarga de que los halcones vuelen al menos dos horas al día.
–¿Alguna vez no ha regresado a tu lado y has tenido que ir a buscarla?
–Siempre regresa, pero gracias a que de adolescente me pasé horas y horas entrenándola.
–Entonces, es mayor.
–Sí. No espero que viva mucho más que esta temporada.
–¿Entrenarás a otro halcón después de que muera?
–No. Nunca volveré a tener tanto tiempo.
–¿A lo mejor si algún día tienes un hijo? ¿Un hijo o una hija que le guste tanto la cetrería como a ti?
Al instante, Rafi cambió la expresión de su rostro. Una expresión feroz invadió sus ojos negros y ella se estremeció. Deseaba no haber sacado un tema tan personal.
–Perdona si te he disgustado.
Él la miró fijamente.
–No has hecho nada. Todos tenemos que enfrentarnos a nuestros fantasmas de vez en cuando. ¿Qué te parece si disfrutamos del resto de la mañana y vemos si la edad de Johara ha interferido con su capacidad para perseguir una presa? Cuando era joven podía verlas desde muy lejos.
Pisó el acelerador y se adentraron en el desierto. Diez minutos más tarde llegaron a una especie de refugio formado por cuatro palos y una lona. Bajo la lona había una mesa y unas sillas.
–Pararemos a desayunar mientras esperamos a Johara.
Lauren bajó del coche y se asombró al ver dos termos de café y una variedad de sándwiches y dátiles. Al parecer, a Rafi le gustaban especialmente.
Comieron mientras él contestaba a sus preguntas sobre cetrería con admirable paciencia. Ella le contó todo lo que él quería saber sobre sus viajes con Richard y su abuela. No importaba de qué hablaran. La mirada oscura había desaparecido de los ojos de Rafi y Lauren sabía que conservaría para siempre aquel momento en su memoria.
El sol estaba casi en lo alto cuando ella vio una mancha en el cielo. Rafi también la había visto porque se estaba poniendo el guante y salía para recibir a Johara.
El halcón sobrevoló en círculos y fue aminorando la velocidad hasta aterrizar en el brazo de Rafi.
Mientras él hablaba a su pájaro con suavidad, Lauren permaneció de pie junto a uno de los postes.
–¿No ha habido suerte?
Rafi negó con la cabeza.
–No, pero siempre queda mañana. Eso era lo que le estaba diciendo.
La ternura que mostraba hacia el animal hacía que Lauren pudiera imaginarse bien qué clase de hombre era. Sabía que no había nadie en el mundo como él.
Rafi se dirigió al Jeep. Acomodó al pájaro en el asiento de atrás y le cubrió la cabeza.
–Así se siente más segura –le comentó a Lauren–. ¿Nos vamos? Alguno de los sirvientes recogerá nuestro desayuno.
Lauren se sentó en el asiento del copiloto.
–He comido en muchos restaurantes en mi vida, pero siempre consideraré éste mi favorito –no le importó que su tono fuera cargado de emoción. Quería que él supiera lo que aquella mañana había significado para ella.
Rafi le agarró la mano.
–Aunque no sea cierto, he decidido que quiero creerte.
Lauren reflexionó sobre el extraño comentario durante el trayecto de vuelta. Cuando llegaron a las caballerizas, él llevó al halcón al interior y, después de darle de comer, regresaron al palacio por el pasillo y las escaleras.
Al cabo de un rato llegaron a la suite de Lauren. Ella temía ese momento porque sabía que él tendría trabajo por hacer y que no podría pasar todo el día con ella.
Abrió la puerta y se volvió hacia él:
–Gracias por esa maravillosa excursión. No la olvidaré.
Él la miró con los ojos entrecerrados.
–Yo tampoco. Descansa un poco y vendré a recogerte a las seis.
Rashad se dirigió a su habitación, sorprendido por lo que le estaba sucediendo. Nada más llegar, llamó a Farah, su hermana gemela, y le pidió que fuera a su suite en cuanto pudiera. Sus tres hermanas estaban casadas, pero era Farah la que tenía más corazón.
No tuvo que esperar mucho para que ella apareciera en su salón.
–¿Rashad? –iba vestida con un caftán de color rosa.
–Perdona que te moleste, Farah.
–Nunca molestas.
–Gracias por venir.
–Sabes que haría cualquier cosa por ti –se sentó en una silla frente a él–. ¿Se trata de nuestro padre? ¿Está peor? –sus ojos oscuros se llenaron de lágrimas.
Aquellos ojos eran diferentes de los que había contemplado poco antes en el desierto.
–No. Hay una invitada en el palacio que hace dos días quedó atrapada en una tormenta de arena. Estuvo a punto de morir.
Farah se llevó la mano a la boca horrorizada.
–La ha visto el doctor Tamam y dice que se está recuperando bien, pero creo que le vendría bien tener una amiga mientras esté aquí, para que no se sienta muy sola. Su abuela murió hace poco. Tú eres la persona ideal para ayudarla a superar este difícil momento. ¿Podrías pasar un rato con ella esta tarde?
–Encantada. Haré todo lo que pueda para animarla. ¿Dónde está alojada?
–En la suite del jardín.
Su hermana se puso en pie.
–¿Tú la llevaste allí? –preguntó incrédula. Era conocida como la suite de la luna de miel entre los miembros de la familia real.
–Le pedí al doctor Tamam que la llevaran allí después del reconocimiento. Tras su horrible experiencia pensé que debía estar rodeada de belleza. ¿No estás de acuerdo?
–Oh, sí, ¡por supuesto! Sólo tú pensarías en eso. ¿Quién es?
–Es una mujer joven que vive en Suiza y se llama Lauren Viret. Vino aquí confiando en superar la pérdida de la mujer que la había criado. Quizá te cuente qué era lo que esperaba hacer durante su visita al oasis. Es fácil hablar contigo, Farah.
–Lo intentaré. Tienes razón, no debería estar sola después de haber sufrido esa tormenta de arena.
–Gracias. Te agradezco en el alma que me hagas este favor personal. Una cosa más, le he dicho que soy el jefe de seguridad del palacio.
Ella sonrió.
–Bueno, suponía que no le habrías dicho que eres el príncipe.
–No. Pensé que decírselo sería demasiado para ella y que se sentiría incómoda quedándose aquí. Le he dicho que me llame Rafi.
–Hace años que no oigo a alguien llamarte así –le guiñó un ojo antes de salir al pasillo.
–Mantenme informado, Farah. Si te dice algo que creas que debo saber, ven a contármelo –la siguió.
Ella lo besó en la mejilla.
–Lo prometo.
Él sabía lo que su hermana estaba pensando. Rashad iba a casarse seis meses más tarde. Tenía que llegar el día en que obedeciera a su padre y celebrara la ceremonia que pondría fin a su libertad.
Pero puesto que seguía soltero, su hermana sospechaba que tenía más interés por la chica norteamericana, al margen de su preocupación por que se recuperara después de su mala experiencia. Eso era exactamente lo que Rashad quería que Farah pensara. Si ella pensaba que podía servir para que se desencadenara una situación romántica, mucho mejor. Con su inocencia, Farah era la espía perfecta.
Durante la siesta, Lauren oyó que la doncella la llamaba.
–¿Sí? –preguntó sentándose en la cama.
–Tiene visita, señorita.
Lauren miró el reloj. Sólo eran las cuatro. Se le aceleró el corazón. ¿Rafi se había adelantado porque no podía esperar para verla?
–¿Quién es? –preguntó mientras bajaba de la cama.
–La princesa Farah.
Lauren se cubrió la boca con la mano para ocultar su sorpresa. No podía creer la suerte que tenía. Había ido hasta allí para conseguir información acerca de su abuelo. Hasta ese momento no se había atrevido a preguntarle a Rafi nada acerca de la familia real. Puesto que era el jefe de seguridad podría sospechar de sus motivos. Pero ¿la princesa? Seguro que ella disfrutaba hablando de su familia.
–¿La has hecho pasar al salón?
–Sí, señorita.
–Entonces, por favor, dile que saldré enseguida.
Se dirigió al baño para retocarse la pintura de labios y cepillarse el cabello. Sin perder un instante, fue hacia el salón. La princesa estaba de pie junto al escritorio. Iba vestida con unos pantalones color crema y una blusa de color rojo sangre. Con una figura voluptuosa y su melena negra, era la mujer más guapa que Lauren había visto nunca.
–Perdone por haberla hecho esperar, Alteza.
–No se preocupe, señorita –dijo Farah en inglés–. Me llamo Farah. Rafi me dijo su nombre. ¿Puedo llamarte Lauren? Es un nombre precioso.
–Por favor –dijo Lauren–. Usted también tiene un nombre muy bonito.
–¿Nos sentamos a la mesa? He pedido que nos sirvan un té de menta.
–Gracias. Esto es un verdadero honor para mí –Lauren se acercó a la mesa y se sentó frente a Farah.
–La familia se ha enterado de lo que te pasó durante la tormenta de arena. No puedes imaginarte lo horrorizada que me quedé cuando me lo contaron –las lágrimas brillaban en sus ojos–. Ha debido de ser terrible.
–Lo fue, pero ya ha pasado y me alegro de estar viva.
–Mi esposo, Abdul, quedó atrapado en una cuando era niño. A veces pienso que quizá sea bueno que no hayamos podido tener hijos. Si les pasara algo así… –no pudo terminar la frase.
–Debe de amar mucho a su marido. Quizá algún día os bendigan con un hijo.
–Abdul es el hombre más tierno y amable que conozco, pero yo ya he sufrido dos abortos. Los especialistas no pueden prometerme nada así que sólo podemos esperar que algún día…
–Lo siento.
Ella negó con la cabeza.
–Dejemos de hablar de cosas tristes. Celebremos que estás viva. Según el doctor, estuviste a punto de morir. Él habría tenido que responder ante mi padre si no hubiese podido salvarte.
–Estoy muy agradecida por todo lo que el doctor Tamam y Rafi han hecho por mí. Si pudiera pagar por el tiempo que el doctor ha empleado conmigo y por el hecho de que Rafi fuera al lugar del accidente en helicóptero y me trasladara a tiempo a la clínica…
–No quieren tu dinero, Lauren. Lo importante es que estás bien.
–Pero ser la invitada del rey…
–Mi padre recibe a todos los visitantes si vienen de forma pacífica
Si el rey descubriera quién era Lauren en realidad, ella no estaba tan segura de que la recibiría tan bien.
–¿Es su única hija?
–No. Tengo dos hermanas mayores y un hermano. Somos gemelos.
Lauren se terminó la taza de té.
–A mí me habría encantado tener hermanos o hermanas. Por favor, transmítales mi agradecimiento a su madre y a su padre. Nunca he visto un apartamento tan bonito en mi vida. Las flores del patio son como un milagro.
–A mi madre le encanta ese jardín.
–Y a mí también.
–Si no crees que te cansarás demasiado, mañana me encantaría enseñarte los alrededores del palacio. Es un jardín enorme.
–¡Me encantaría! –quizá fuera la única oportunidad que tuviera para aprender cosas acerca de la familia de Farah y de su abuelo antes de marcharse del palacio.
–Dime todo lo que te apetezca hacer mientras estés aquí en el palacio y yo lo organizaré.
–Es muy amable. Mustafa mencionó algo sobre Garden of the Moon. ¿Cree que es un lugar que debo visitar? –dadas las circunstancias confiaba en que la mentira sobre Mustafa no se le tuviera en cuenta.
La princesa la miró sorprendida.
–Me temo que no está permitido.
«Oh, no. Rápido. Piensa en algo, Lauren».
–Entre mi incapacidad para comprender el árabe y su intento de hablar inglés, es evidente que no lo entendí bien. No importa.
–Quizá se refería a una de las tiendas del zoco. A los turistas les encanta.
–Seguro que a mí también.
–Mañana te llamaré antes de pasar a buscarte.