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CAPÍTULO 1El gran desafío:una nueva Constitución.
ОглавлениеExiste en el país, desde hace años, una sensación de bastante pesimismo respecto de nuestras posibilidades de desarrollo económico y social: sólo una de cada cuatro personas cree que vamos por un buen camino (Cadem, 2021). Consideramos que hay muchas y muy buenas razones para ese pesimismo. Los resultados de la elección de constituyentes no han hecho más que aumentar nuestra preocupación.
Pero más allá de la perspectiva de cada uno, como sociedad enfrentamos el Gran Desafío de establecer una Nueva Constitución. Habrá un debate entre los diversos sectores políticos y sociales. En ese marco, el propósito de este libro es contribuir con algunas propuestas concretas a esa discusión.*
Partamos primero por la foto de hoy. Es ciertamente mala: mucha gente desesperada por la pérdida de empleos y contratos suspendidos; más de un millón de personas que han perdido su ocupación en el último año; empresas ahogadas. Una situación grave, aunque similar a la otros países golpeados por el coronavirus.
El problema fue que a la mochila del coronavirus nosotros en Chile le sumamos, desde el punto de vista del desarrollo, dos mochilas más: la que nos echamos a la espalda a partir del 18 de octubre de 2019, y otra que ya cargábamos desde antes que se produjera el “estallido social”. Partamos desde atrás, con la primera mochila, la que traíamos puesta al 17 de octubre.
Chile fue, históricamente, un país mediocre en términos de su desarrollo. Entre 1950 y 1990 crecimos menos que el resto del mundo. Durante todo ese período nos mantuvimos en el sexto lugar en la tabla de posiciones de América Latina1. Se sucedieron, en ese período, gobiernos de derecha, de centro y de izquierda. Pero nosotros, ¡firmes en el sexto lugar! De hecho, cuando asumió Patricio Aylwin como Presidente de la República el 11 de marzo de 1990, seguíamos en el sexto lugar, con todo lo que ello significa en términos de empleo, salarios y acceso a los servicios sociales.
Si nuestra selección de fútbol se mantuviera por 40 años en el sexto lugar en la tabla de posiciones de América Latina, lo menos que diríamos es que es mediocre. Muchos decían que la culpa era de nosotros, los chilenos. Era culpa de los jugadores. Ahorrábamos poco (alrededor de un 15% del ingreso nacional) e invertíamos poco, y por eso crecíamos poco. En definitiva, decían, éramos poco frugales. Pero después tuvimos una etapa de desarrollo acelerado que duró por más de un cuarto de siglo. En ese período crecimos más que el resto del mundo: en la década de los ‘90, más del doble que el resto del mundo, y en el periodo 2000-2014, un 70% más rápido que los demás2. En poco más de una década pasamos del sexto lugar, en que habíamos permanecido por más de 40 años, al primer lugar de América Latina. Ahorrábamos mucho, invertíamos mucho y crecíamos mucho.
¿Qué pasó? ¿Qué nos dirían los que antes culpaban a los jugadores, a nosotros los chilenos, de ser poco frugales? ¿Que tuvimos una mutación genética?
Douglass North (1990), quien recibió el Premio Nobel de Economía por sus investigaciones sobre las causas del desarrollo, nos ofrece otra interpretación: no son los jugadores, sino la calidad de las reglas del juego (las instituciones) lo que hace la diferencia entre los países que se desarrollan y los que se frustran en el intento. Son las reglas del juego las que crean la estructura de incentivos que incide sobre la conducta de los jugadores. Los mismos jugadores, con mejores reglas del juego, podíamos producir mejores resultados. Y fue eso exactamente lo que ocurrió.
El paso de un desarrollo mediocre a un desarrollo acelerado se produjo como resultado del cambio en un conjunto de reglas del juego: fiscales, tributarias, laborales, previsionales, de apertura y tratados de libre comercio y concesiones de obras públicas, entre otras (Foxley, 1995). En materia fiscal, por ejemplo, pasamos de cuatro décadas de déficits fiscales, que se comían parte del ahorro del país, a un largo período de superávits fiscales, que contribuían al ahorro nacional. En materia de regla tributaria se impusieron normas que incentivaban el ahorro de las empresas (Marfán, 1998). Pero luego de ese cuarto de siglo, gradualmente fuimos retornando a la mediocridad, y desde 2014 empezamos a crecer muy por debajo del resto del mundo.
¿La causa? Un deterioro en las reglas del juego: fiscales, tributarias, laborales, previsionales, regulatorias y hasta de la jurisprudencia judicial (Cortázar, 2019). En materia fiscal pasamos de los superávits que acompañaron la etapa de desarrollo acelerado a los déficits fiscales que habíamos conocido en el pasado. En materia tributaria, el impuesto a las utilidades reinvertidas de las empresas, que en los ‘90 era de menos de la mitad del promedio de los países desarrollados, pasó a superar en más de un 20% el promedio de los países de la OCDE3. Estamos en un mundo globalizado en que las inversiones se mueven libremente entre países, buscando las reglas del juego que les parezcan más atractivas. ¿Será una sorpresa que haya caído la inversión en Chile?
Pero no sólo disminuyó la inversión. Lo mismo ocurrió con la competitividad de Chile respecto del resto del mundo. Ello se refleja en nuestras exportaciones, que crecieron fuertemente durante el período de desarrollo acelerado, para luego frenarse durante la fase de desarrollo mediocre4. Este crecimiento mediocre afectó fuertemente las condiciones de vida de los hogares: empleos y salarios que crecen más lentamente; menos recursos públicos para salud y educación. Consideremos por ejemplo la evolución de los salarios. En el período de desarrollo mediocre (es decir, antes de 1990 o después de 2014), éstos crecieron más lentamente. Si un trabajador permanecía durante toda su vida en el mismo empleo, veía duplicarse el poder adquisitivo de su salario cada 40 años. En cambio, enfrentado a la misma situación en el período de desarrollo acelerado, veía duplicarse el poder adquisitivo de su salario cada 20 años.
Desde el punto de vista social se produjo una frustración general, especialmente en la clase media emergente. Normalmente se llama “clase media emergente” a aquellas familias que siendo pobres en 1990, lograron salir de esa situación. En 1990 más de un 50% de los hogares del país estaban bajo la línea de la pobreza. Ese número se redujo, en poco más de dos décadas, a cerca del 10% (PNUD, 2017). Es decir, hubo alrededor de un 40% de hogares que salieron de la pobreza, pero que en su mayoría siguieron siendo muy vulnerables. La vuelta al desarrollo mediocre tuvo dos efectos sobre este sector: en primer lugar, abortó sus expectativas de ascenso económico y social5, pero más importante aún, revivió su temor de volver a caer en la pobreza. Basta con que algún miembro de la familia tenga un problema de empleo, de salud o se pensione, para que la pobreza pueda volver a tocarles a la puerta6.
¿Qué tienen en común todas estas reglas del juego que nos han hecho pasar de un desarrollo mediocre a un desarrollo acelerado, para luego volver a un desarrollo mediocre? Que se determinan en el sistema político. Y su actual deterioro es consecuencia del deterioro de la política. No puede haber una economía de calidad sin una política de calidad. Esta es la clave del problema.Y es por eso que la gente, que intuye esto claramente, tiene hoy tan mala opinión de los políticos (WVS, 2020)7.
Esta es la primera mochila. La que ya traíamos al hombro el 17 de octubre del año 2019.