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Agradecimientos

Este libro tiene, como todos, un autor, en este caso yo mismo. La autoría intelectual es sin embargo coral. No podría entenderse de otro modo, pues son centenares, o más, los hombres y las mujeres que han hecho posible su redacción, que no otra cosa son estas memorias y los apuntes autobiográficos que contienen.

Hombres y mujeres en muchedumbre o en solitario que me han sostenido en las convicciones, en la amistad y la cercanía o en la discrepancia y el alejamiento. La coralidad tiene además el sentido de aliviar la timidez del autor, que algunos pudieron confundir, a lo largo de mi acción política pública, con la altanería o el desdén. Ni lo uno ni lo otro, si acaso una cierta ironía que es defensa ante la expresión de los sentimientos de cercanía y afecto, que deben ser administrados siempre con prudencia y más cuando de actuación pública se trata.

Aquí procuro reconocer, singularizándolos, a algunos de los responsables de que este texto vea la luz. Un texto elaborado de modo intermitente, según permitían las circunstancias del de pane lucrando, a lo largo de los años 2009 y 2010. El primero de esos «responsables» es Josep Sorribes Monrabal, académico y tenaz ciudadano comprometido en medio de la silenciosa grey. Me refiero a él en numerosas ocasiones, ya que casi me acusó de lesa ciudadanía si no dejaba testimonio escrito de mi vida pública. Como por su parte hiciera Rafael Aracil, asimismo académico y lector de una primera versión del manuscrito. El ánimo conminatorio a veces, amable siempre, alejó algunas dudas acerca de la validez de los contenidos y de la propia oportunidad de la redacción del texto, y más de darlo al público. Las observaciones precisas y la pulcritud de sucesivas opiniones y reflexiones contribuyeron a que el mismo autor reflexionara a su vez sobre la confección del relato.

La proximidad y la tenacidad de Sorribes, junto con las precisiones de Aracil, constituyen un testimonio de amistad impagable.

Y no hay dos sin tres; siempre hay un siguiente que se agrega a la coralidad que cité al principio. Sin llegar a tales extremos, sumo a otros contribuyentes al ejercicio de reconstrucción de la memoria. Vicente Blasco Infante acotó algunos hechos desde su remoto, en el tiempo, puesto de secretario del alcalde de València y aportó sus medios para la reproducción y custodia del primer manuscrito. Evarist Caselles Monjo y su gente hicieron posible una primera edición, base de las ulteriores e imprescindible para las correcciones sucesivas. Y Núria Sapiña Cortés, mi ejemplar secretaria en tiempos pasados, fue capaz de descifrar mi aparentemente ordenada caligrafía y convertirla en texto legible de ordenador. Todos amigos, como los profesores mencionados, y tolerantes con el autor y sus iras breves.

La consulta de hechos he de agradecérsela a Juan Llanes Calvet, en quien se unen al hecho de ocuparse de mi secretaria en el Ayuntamiento de València la amistad y lealtad cultivadas a lo largo de los años.

Poner en orden un archivo de tantos avatares y que además ha sufrido los desórdenes de varios traslados no es tarea fácil. En este punto la ayuda de Marta Juste ha sido valiosa, aunque no hemos podido con todo. Pese a ello, y con la selección documental acordada con Sorribes, la curiosidad lectora tendrá, confío, cumplida satisfacción.

La inexactitud y el olvido, voluntario o involuntario, han sido colaboradores útiles, en especial cuando una y otro venían de los media. La mentira goebbelsiana, tan extendida como una pandemia, ha contribuido, sin proponérselo, a mi indignación primero y a proporcionar su bálsamo después mediante la precisión testimonial y documentada. No lo siento por ellos, cuya inanidad e insidia desprecio.

Un ejercicio intermitente y a la vez dilatado en el tiempo, siempre circunscrito a los periodos vacacionales, tiene sus perjudicados, víctimas acostumbradas a lo largo de los años a las ausencias o retraimientos del autor. Júlia Blasco Estellés y Ricard Pérez Blasco, y desde el 2008 Vera Pérez Juste, no han tenido siempre a su lado a su compañero, padre y abuelo.

La lista se alarga a mis convecinos y amigos de Alcalá de la Selva, en cuyo entorno de Las Majadas he podido disponer de la tranquilidad casi siempre y de la amabilidad en todo caso.

El capítulo de «responsabilidades» se amplía a Joan Romero, catedrático y amigo, que entendió que este relato tenía o podía tener su acomodo en un ámbito académico, y a Gustau Muñoz, que lo acogió de inmediato en Publicacions de la Universitat de València y se ocupó del siempre tedioso ejercicio de la edición con el rigor al que acostumbra.

Por supuesto, los errores y las opiniones, así como la totalidad del texto, son de mi responsabilidad.

Alcalá de la Selva (Teruel), València, 25 de octubre de 2010; y julio de 2011 y 2012

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