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ОглавлениеCAPÍTULO II
¿Cómo influye nuestra herencia animal en los distintos tipos de unión?
Es cierto que el descubrimiento del funcionamiento mental inconsciente por parte de Freud fue uno de los hallazgos más relevantes del siglo XIX. Pero no ha sido menos trascendental el aporte de Darwin, que devela crudamente el pasado animal, más específicamente primate, del ser humano. La historia de la evolución del hombre no es sino una cadena de modificaciones en los instintos y en la biología de quienes fueron en un momento dado los más aptos para su sobrevivivencia. Nuestra conducta está condicionada por la satisfacción del deseo instintivo. Y los instintos son tendencias y conductas ya habitadas por una información, la cual se transmite a través de los genes. Por ejemplo, el potro tiene la información en su instinto sexual de que este se satisface con una yegua y no con una oveja.
La historia de nuestra especie se remonta a varios millones de años, período en que nuestros antepasados fueron optando por ciertos modos de conformar pareja y familia, algunos de los cuales resultaron más adaptativos que otros, facultando que quienes escogían las primeras sobrevivieran, a diferencia de los otros que murieron sin poder reproducirse. Las tendencias instintivas que modelaron a esos sobrevivientes nos han sido transmitidas por medio de los genes, marcando biológicamente una inclinación hacia ciertas formas de comportamiento sexual, que veremos a continuación.
Hace catorce millones de años nuestros ancestros divergieron de los antepasados de los orangutanes. Hace nueve millones de años lo hicieron de los gorilas. Y hace cerca de siete millones de años divergieron de los chimpancés y bonobos.2
Los antepasados que, finalmente, van a terminar constituyendo la raza humana, son llamados homínidos u hominoides. Estos son los más antiguos precursores, después del mono, que conducen al hombre moderno. Se han descubierto huellas y fósiles suyos que datan de tres a cuatro millones de años. El aspecto de estas criaturas era parecido al del chimpancé actual, con un cerebro del tamaño de una tercera parte del nuestro, dientes centrales hacia fuera y colmillos afilados. Caminaban erguidos.
Describiremos a continuación las cinco formas vinculares de pareja heterosexual que han existido en el ser humano —la promiscuidad, la poligamia, la monogamia, la monogamia en serie y la monogamia única con sus dos variantes, infiel o leal—, atendiendo tanto a sus ventajas como desventajas, desde sus ancestros más primitivos hasta hoy. No hemos incorporado al análisis las formas homosexuales de pareja, dado que constituyen un tema muy importante y complejo que requiere un tratamiento aparte.
1. Promiscuidad
La vida sexual de los primates que antecedieron a la raza humana se caracterizaba por ser promiscua: todos los miembros de cada grupo social tenían relaciones, a su vez, con todos. La promiscuidad como forma de apareamiento fue abandonada por la línea evolutiva humana hace más de veinte millones de años, considerando que la divergencia con nuestros antepasados más remotos, los gorilas, se produjo hace catorce millones de años atrás, y que incluso el eslabón perdido que dio origen a la especie de los gorilas ya vivía en harenes y no en promiscuidad.
Hay evidencias de parejas monogámicas en homínidos desde hace tres y medio a cuatro millones de años atrás, lo cual nos puede llevar a suponer que la relación de pareja monogámica empieza a coexistir con la vida en harenes hace por lo menos cinco millones de años.
La promiscuidad como forma vincular de pareja, desde el punto de vista del funcionamiento mental, nos induce a pensar a los especialistas, en una alteración psicopatológica en estructuras mentales narcisistas o borderline o sintomáticas a estados de exaltación maniformes o de erotomanías psicóticas.3 Sin embargo, algunos movimientos místicos del siglo XIX en Estados Unidos practicaron el “amor comunitario”, que es una forma relativamente organizada de promiscuidad. Un regla se erigía infranqueable entre sus miembros: de dichas relaciones no debían nacer hijos. La eyaculación estaba prohibida a los hombres. A decir verdad, estos movimientos de masas estaban promovidos por un gurú delirante.
También durante los años 60 a 70 en el oeste de Estados Unidos, los grupos hippies plantearon un modo de vida familiar comunitario libre que incluía la promiscuidad, como “matrimonios grupales” o “amores en comunidad”, a manera de alternativa a la organización familiar judeo-anglicana predominante. Algunos de estos grupos se organizaban en torno a un jefe carismático que imponía ciertas normas y, en realidad, no todo estaba permitido. Otros se abrieron a una total y completa promiscuidad, agregando drogas al poco andar; mas estos grupos fueron pronto disgregados por considerárseles insalubres (16).
Otra forma enmascarada de un actuar promiscuo, que se ejerce en algunos sectores de nuestra sociedad, es el “intercambio de pareja”. La idea es que esta se permita tener aventuras con otros partners, a condición de que no haya mentiras ni engaños en tales procedimientos, y que habitualmente sean compartidos. El riesgo de estos intercambios —a menudo impuestos por uno de los miembros de la pareja al otro, que no se niega a la proposición por miedo de perder a su compañero(a)— es la degradación progresiva del vínculo sexual maduro a formas pervertidas de relación, o al establecimiento de un nuevo vínculo con un partner “que se encontró en el camino” (66).
Una modo de promiscuidad que el profesor de Psiquiatría de la Universidad de Ginebra, Willy Pasini, denomina “perversión soft”, es la que se da entre grupos de jóvenes que en una fiesta o en una ocasión aislada, y con un carácter lúdico y ocasional, se permiten experiencias eróticas múltiples y comunicativas entre ellos. No tienen el carácter perverso de la repetición, y quedan en la memoria, a la manera de los carnavales, esas grandes fiestas anuales que alteran el orden establecido, especialmente en cuanto a las prohibiciones sexuales, y permiten —por un día— aquello reprimido todo el año. Vale decir, la perversión soft ofrece una promiscuidad liberadora ocasional, acompañada de una fidelidad monogámica el resto del año (90).
2. Poligamia
Es posible que desde la promiscuidad habitual en nuestros ancestros, poco a poco se fuera instalando el rechazo a tener relaciones con los propios padres, y de parte de estos, con sus hijos. Ello pudo suceder tras la constitución de los harenes: relaciones poligámicas que conforman la primera forma de vida sexual surgida en reemplazo de la promiscuidad, y que aparecen por primera vez con la especie que conocemos con el nombre de “eslabón perdido”. Este dio origen a los chimpancés, a los orangutanes y a los hominoides, que más tarde se desarrollaron en los ancestros de donde proviene la raza humana. Tal proceso, ocurrido hace nueve millones de años, lleva a pensar que los gorilas y los hominoides simplemente mantuvieron este sistema de apareamiento. Y mientras los chimpancés reinventaron la promiscuidad, los hominoides inventaron la monogamia.
En esta forma vincular, la poligamia, el hombre debe tener la capacidad de mantener varias relaciones íntimas en forma paralela, sin sentir que son incompatibles.
Además, debe poder relacionarse rápidamente con cada esposa y separarse de ellas con la misma facilidad, lo que supone una gran capacidad para los desplazamientos y sustituciones del objeto de deseo.
La mujer, por su parte, debe ser capaz de tolerar las separaciones y el abandono, con el agravante de no tener la posibilidad de sustituir a su pareja por otro hombre. También debe estar capacitada para aceptar la exclusión, cuando es otra la preferida del harén. Los celos y la competencia entre mujeres que lo integran les exige el buen manejo de la agresión al servicio de la defensa. Además, deben ser sumisas y resignarse a que el hombre posea el control.
En el vínculo poligámico, el hombre resuelve las “ansiedades de separación” teniendo a varias mujeres a su servicio, evitando de esta forma el contacto con angustias, ligadas a la soledad y el abandono. Se gratifica en la omnipotencia y en el poder de poseer a su antojo a la mujer que quiere, cuanto quiere y cuando quiere.
Ellas, a su vez, no tienen que hacerse cargo en forma exclusiva de las demandas afectivas y de servicio sexual de un hombre, sino compartirlas con otras mujeres, dejando así tiempo y energía para los hijos. Se gratifican en la relación con un hombre idealizado, poderoso, que protege y que es, además, valorado por las otras mujeres.
La forma poligámica de relación tiene varias limitaciones: los miembros que componen este vínculo conocen al otro más en extensión que en profundidad; la relación es asimétrica: el hombre lleva el control y maneja más poder a la hora de la toma de decisiones; refuerza en el hombre los rasgos de actividad de independencia y de superioridad; refuerza en la mujer los rasgos de pasividad, sometimiento, dependencia e inferioridad.
Para el psiquiatra y antropólogo Phillipe Brenot, la poligamia institucionalizada es un tipo de poligamia al que sólo tienen acceso los ricos y poderosos, quienes se imponen, o imponen la idea que detentan, por la fuerza (16).
3. Monogamia
La evolución hacia la monogamia no es exclusiva de los hominoides; también evolucionan a esta forma de relación varios primates superiores: además del hombre, los jibones y por lo menos cinco grupos distintos de monos. La forma de apareamiento propia de los harenes también evoluciona en al menos ocho grupos de primates. Y, como ya señalamos, la promiscuidad es retomada por los chimpancés y por otras dos especies de monos.
La pareja monogámica es poco frecuente en la naturaleza y es bastante rara entre los mamíferos, porque al macho le conviene esparcir al máximo sus genes, en distintas hembras y en lugares distantes. Y tanto la promiscuidad como el apareamiento en harenes facilitan este objetivo (46).
También para las hembras es mejor vivir con otras hembras y copular con los machos que las vienen a visitar. Hacerse cargo de un macho más bien les trae complicaciones…
¿Qué sucedió y qué hipótesis se han planteado para entender la evolución del sistema de harenes hacia la monogamia en los hominoides, nuestros parientes más cercanos?
Como decía, la monogamia en la naturaleza es poco frecuente. Si bien el 90% de las aves hace parejas, sólo el 3% de los mamíferos se vincula a largo plazo con un solo cónyuge. La mayor parte de las parejas de aves y mamíferos se constituyen para cuidar y criar a los vástagos, que nacen muy indefensos y requieren de un período de ayuda para conseguir el alimento y protegerse frente a los depredadores (36).
Los estudios arqueológicos han revelado que hace tres o cuatro millones de años un tipo de hominoides, los australopitecus afarensis —nuestros ancestros más remotos después del eslabón perdido— ya se desplazaban en parejas monógamas.
Algunos de los factores que empujaron a este tipo de relación son los siguientes:
• El canal pélvico se hizo estrecho para el grado de crecimiento que fue adquiriendo la cabeza del hombre, que debía alojar una masa encefálica cada vez mayor, por las necesidades del uso de la mente. Por ello los bebés nacen muy inmaduros y necesitan al menos cuatro años de protección, apoyo, alimentación y crianza antes de poder ser autónomos.
• La rapidez del crecimiento de las habilidades mentales en la especie humana requiere de la experiencia y aprendizaje en relación con el medio ambiente, pues no todo viene inscrito biológicamente. Este aprendizaje aumenta la variabilidad adaptativa, más allá de las condiciones que favorecen la de carácter genético. Esto hace necesario que parte del crecimiento mental se realice en el vínculo con la madre y con el padre desde temprano.
• Debido a los cambios climáticos, disminuyó la dimensión de la selva y nuestros antepasados fueron desplazados hacia la llanura, hacia la sabana. En estas circunstancias, debieron cargar alimentos para llevarlos a lugares protegidos de los depredadores, y portar ramas y piedras tanto para atacar como para defenderse. Se hizo necesaria, entonces, la bipedestación. Adoptando esa postura corporal, los hijos ya no pueden colgar de sus madres; estas deben llevarlos en los brazos y, además, vigilarlos constantemente, pues en espacios abiertos y sin la protección de los adultos, las crías quedan indefensas frente a ataques inesperados. En estas condiciones la hembra no puede dedicarse tranquilamente a acopiar vegetales y a coger raíces. Se hace necesario que entre en escena el esposo y padre.
• El macho, en la sabana, a campo abierto, por la exposición y el desguarecimiento que este medio implica, no puede hacerse de un territorio y proteger a un número grande de hembras —que es la base de los harenes—; por lo tanto, opta por tener una sola pareja (28).
A. Monogamia en serie
El cambiar de pareja una vez que se ha tenido un hijo tiene ventajas para la especie, en cuanto produce una variedad genética que favorece su sobrevivencia cuando se ve enfrentada a demandas ambientales difíciles y extremas para su adaptación. La condición genética distinta aumenta las probabilidades de la especie para sobreponerse a dichas exigencias y, así, para sobrevivir y perpetuarse.
Los machos pueden elegir permanentemente a las hembras más jóvenes y más sanas, capaces de dar a luz hijos, a su vez, más saludables. Por su parte, las hembras pueden elegir mejor a sus machos, entre los más fuertes y más capaces de darles provisiones y protegerlas.
La monogamia en serie también reporta ventajas culturales y sociales, pues los nuevos matrimonios eran los medios que tenían las tribus primitivas para crear y mantener alianzas entre distintos grupos de la vecindad. Mientras más nuevos vínculos se crean, más negociaciones y asociaciones se realizan.
Una base en parte biológica que da sustento a la monogamia en serie es que el enamoramiento es pasajero, el estado psíquico de exaltación correlacionado con la producción de anfetaminas naturales no puede sostenerse con el paso del tiempo, el cerebro no puede tolerar esa estimulación continua y las terminaciones nerviosas se agotan o se vuelven inmunes. El estado de enamoriento no puede durar más de dos a tres años.
A lo anterior se suma otro factor motivador del cambio de pareja, como es la saturación que se experimentaría en ese estado de paz y tranquilidad sostenido en el tiempo, que es propio del estado de apego posterior al enamoramiento. O sea, también se crearía tolerancia e inmunidad a la secreción de endorfinas, esto es, los neurotransmisores relacionados con los estados propios del apego. Esta es la que Bischof llama “respuesta por empacho”, a la que llega estudiando el comportamiento de las aves (97).
Construir una relación de pareja, separarse, posteriormente conocer y armar otra pareja, y así sucesivamente, requiere la capacidad de perder vínculos mantenidos por un tiempo, e invertir en nuevas relaciones que reemplazan a las anteriores. Las pérdidas inherentes a dejar la relación previa requieren de un duelo que permita construir una nueva. Pero, aun así, tal como concebimos la familia hoy, el cónyuge tendrá que integrar a la nueva relación al ex marido o a la ex esposa, por cuanto ellos siguen a cargo de los hijos en común. Además, los miembros de la nueva pareja deben ser capaces de realizar el paternaje y maternaje necesarios ante hijos que no son los propios (biológicos), lo cual exige mucho tiempo y energía. Por último, este tipo vincular requiere mantener compromisos de crianza, aunque no se viva en el mismo espacio físico con los hijos.
La motivación que subyace a tener parejas en serie es la de llenar la expectativa del preenamoramiento, enamorándose y creando una relación intensa y apasionada con otro, pero limitada en el tiempo, para después quedar en libertad y adquirir un nuevo compromiso. La tarea de la crianza se extiende más allá del tiempo que dure la relación de pareja, pero no se realiza en el triángulo familiar original.
La pareja de la monogamia en serie limita la relación al cumplimiento de una tarea. Esta relación carece del desprendimiento y la gratuidad que expresa un compromiso incondicional y sostenido en el tiempo. Disminuye la posibilidad de sentirse contenido y protegido. Tranquiliza en menor medida las “ansiedades persecutorias”4 básicas que todos los seres humanos padecemos. El hombre pierde las posibilidades de desarrollar una paternidad más profunda y cercana, ya que habitualmente es despojado de los hijos, aunque gane en libertad para incorporar a su vida a una nueva pareja. La mujer, en cambio, mantiene a los hijos a su lado y puede realizar una maternidad más comprometida, pero pierde en libertad para incorporar a una nueva pareja.
B. Monogamia única infiel
La monogamia única es una forma de apareamiento que previene tanto el abandono de los hijos genéticos como su entrega al cuidado de otro progenitor, o tener que hacerse cargo de los genes de otro padre. Y, dado que en la especie humana el período de cuidado de un hijo antes de que pueda hacerse autónomo e incorporarse a otro tipo de cuidado grupal es de cuatro años, cuando se tiene más de dos hijos predominan los factores de apego por sobre la búsqueda de diversidad. En este proceso, del enamoramiento se pasa a un estado psíquico caracterizado como de estabilidad, en el cual la producción de endorfinas —según Liebovic— aporta con las sensaciones de bienestar y paz. Su origen está en la necesidad de que macho y hembra se encariñen durante el tiempo suficiente como para permanecer juntos durante una crianza prolongada más allá de los cuatro años (46).
A lo anterior debe agregarse que, a partir del descubrimiento del arado, el hombre y la mujer dependen recíprocamente, y esto facilita la creación de un lazo permanente. Al respecto, es necesario recordar que en los vínculos adultos la relación de cuidar y ser cuidado en un solo sentido, es más débil que cuando se da en ambas direcciones. Con el aumento de la edad cronológica, conviene a la pareja hacerse cargo mutuamente uno del otro y ver crecer a los nietos como un sustituto del instinto de tener hijos.
Sin embargo, esta relación para toda la vida, sustentada en el proyecto común de criar a los hijos, de dar cumplimiento a un mandato social, de la dependencia mutua y del afecto, no exige de por sí la lealtad sexual tal como la entendemos hoy. En muchos hombres, la tendencia filogenética a la infidelidad se vive de diversas maneras según lo permitan la sociedad y la cultura, implícita o explícitamente. Dicha disposición proviene tanto del impulso primitivo promiscuo que subyace en nuestra condición animal, como de los largos períodos de evolución de la especie en que los machos vivieron en poligamia, en harenes, y las hembras sostenían relaciones paralelas para reasegurarse el apoyo, la protección y la provisión de un macho en caso de faltar o morir el padre de sus crías.
Esta forma vincular tiene exigencias, motivaciones y limitaciones parecidas a las de la monogamia única fiel que describiremos a continuación, pero con la diferencia de que el mundo afectivo-sexual se vive disociado. Ello daña la relación por el carárter de mentira que la atraviesa, por la asimetría con que se plantea y por la pérdida de toda la fuerza y atractivo que potencia a una relación de pareja con una sexualidad exclusiva. Además, no sólo se ve afectada la sexualidad; también la comunicación, la pasión y, en parte, los proyectos y compromisos acordados. El o la amante consume los recursos, la energía psíquica y la preocupación a ese miembro de la pareja, restándoselos a su cónyuge.
Por otro lado, contiene un riesgo: perder el control del aspecto sexual disociado, que el cónyuge se enamore y la pareja se haga trizas (106).
C. Monogamia única fiel
La lealtad a la relación monogámica es un agregado cultural que exige la renuncia de la pulsión, el sacrificio de la tendencia natural a la infidelidad. Esta exigencia de fidelidad es de tal monta, que la sociedad se la plantea como posible de cumplir sólo recién a partir de fines del siglo XX. Antes no era sino una intención loable, coherente con la doctrina planteada por la religión católica, pero únicamente exigida a la mujer.
De todas las formas evolutivas de hacer pareja, ha predominado la monogamia. La sociedad y la cultura occidental han privilegiado la monogamia única; sin embargo, por la carga filogenética que portamos en nuestros instintos, el abanico de posibilidades las congrega a todas. Hay personas promiscuas y otras que aún mantienen harenes (o a varias concubinas o amantes simultáneas). La monogamia en serie múltiple es casi la regla entre los famosos del espectáculo. La monogamia en serie doble es opción de casi el 40 a 50% de la población mundial, y las ocurrencias de monogamia única leales y desleales son entre el 30 y 40% respectivamente (95).
Hemos descrito los determinantes filogenéticos, la herencia de nuestros antepasados, quienes, por la forma en que fueron resolviendo el dilema de hacer pareja y familia, tuvieron mayor capacidad de sobrevivir y nos legaron sus genes con dichas tendencias instintivas grabadas. Pero la cultura sacrifica el placer de gratificar el instinto, en pro de obtener formas de vida más “refinadas” o más sublimadas o, tal vez, podríamos decir con un mayor grado de “realización”.
Estar casado con la misma persona toda la vida y mantener la fidelidad afectivo-sexual, exige ser capaz de sostener la investidura libidinal y el atractivo del vínculo a través del tiempo sin que este se agote. Para que ello ocurra, es necesario elaborar la ambivalencia extrema de amor-odio que se activa en toda relación cercana, resolver el agobio que se despierta en la relación íntima, y tener la creatividad suficiente para superar el tedio que emerge inevitablemente en la rutina.
La motivación que subyace al compromiso leal con otro para toda la vida, es la posibilidad de resolver las ansiedades de separarse mediante la creación de un vínculo, no circunscrito a un tiempo limitado y que tiene carácter de incondicional, con la confianza, desprendimiento y gratuidad que ello implica. Se busca en este encuentro permanente un camino de realización personal, con la idea de que sólo se accederá a él en una relación con otro para toda la vida, como veremos a continuación en este mismo capítulo. Los riesgos de este ambicioso compromiso son equivocarse en la elección de la pareja, o vivir circunstancias que lleven a que la relación se transforme en una experiencia insoportable y, a pesar del fracaso, se siga insistiendo en el cumplimiento de aquel compromiso inicial, con consecuencias negativas tanto para los miembros de la pareja como para sus hijos.
Este tipo de relación vincular se da entre las partes con mayor simetría que las descritas antes, lo que a veces implica mayor grado de confusión en cuanto a los roles, los deberes y derechos de los cónyuges. Por tal razón, esta forma de hacer pareja requiere de una elaboración mutua permanente. Como veremos, es la alternativa escogida por el mayor número de parejas a partir del siglo XXI, aunque por ahora este exigente proyecto sólo es logrado, en su propósito, por un porcentaje relativamente bajo.
Las parejas que eligen constituirse como monogamias únicas leales pueden formar parte del grupo de parejas modernas que Philippe Turchet, en su libro Pourquoi les hommes marchent-ils à la gauche des femmes? Le sindrome d´amour (¿Por qué los hombres caminan a la izquierda de las mujeres? El síndrome del amor), ha denominado como “des couples rares” (las parejas diferentes), que corresponderían a un 14,2% de todas las parejas en la cultura occidental. O sea, una de cada siete. El autor plantea que las seis restantes sostienen el vínculo por necesidades infantiles de dependencia no resueltas, o por cumplimientos obsesivos-narcisistas de la norma y de la apariencia social correcta. Infiere estas conclusiones de un estudio empírico en un grupo de tres mil parejas, las cuales fueron observadas en un área de su comportamiento vincular (115).