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1. ¿Qué Significa Cristocentrismo?

Hogares Nuevos siempre, desde su carisma y su espiritualidad, se ha definido como cristocéntrico. Toda la Obra está impregnada de esta espiritualidad, buscando tener a Cristo como centro de la vida personal, familiar y comunitaria.

El Artículo 9 del Camino de Vida, contiene una síntesis sumamente clara: “Toda la vida de los miembros de la Obra y el accionar apostólico está fundamentado en una espiritualidad cristocéntrica. Cristo Vivo tiene espacio en cada comunidad, familia, persona, permitiendo que Él sea, en definitiva, quien toma las decisiones. Cada comunidad y, fundamentalmente, cada miembro frente a sus opciones se pregunta: ‘¿Qué haría Cristo en mi lugar?’ Todos los miembros constituyen la vida comunitaria, familiar, matrimonial y personal sobre la piedra angular que es Cristo (Cfr. Hec 4,11)”.

El Reglamento, que explica sustancialmente al artículo es el siguiente: “Cada miembro de la Obra desea vivir una espiritualidad cristocéntrica auténtica, forjada en sí mismo, en cada comunidad y familia. Hoy, más que nunca, se debe presentar a la humanidad, el regalo de una espiritualidad fundamentada en Cristo Vivo y aterrizada en la cotidianeidad de la vida familiar y comunitaria.

El modo en que el Señor se presenta en cada Palabra de los Evangelios, en sus actitudes de amor, en la firmeza de su actuar, en su servicio, en haber cargado en la cruz los pecados del mundo y salvarnos, han de conformar, la meta segura del accionar apostólico.

Cada miembro se pregunta: “¿Qué haría Cristo en mi lugar?” Frente al trabajo misionero, esta expresión se hace carne en la propia humanidad, ya que conduce a conformar la ansiada ruta de la santidad. Ante el descubrimiento de Cristo Conyugal, este interrogante, ha pasado a ser parte inseparable de la vida de muchas familias. De esta manera, ante cualquier circunstancia de la vida, se irán configurando las decisiones según el Señor, y el estado espiritual, crecerá bajo el amparo de Cristo Vivo.

Por eso, se podrá caminar feliz y seguro tomado de la mano de Jesucristo, quien por fe y gracia se ha constituido para los miembros, en la “Piedra Angular” que cuida su Obra.

El Papa Francisco, en la Encíclica Lumen Fidei, al afrontar el vínculo entre la familia y la fe, expresa: ‘El encuentro con Cristo, el dejarse aferrar y guiar por su amor, amplía el horizonte de la existencia, le da una esperanza sólida que no defrauda. La fe no es un refugio para gente pusilánime, sino que ensancha la vida. Hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este amor es digno de fe, que vale la pena ponerse en sus manos, porque está fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte que todas nuestras debilidades’ (Lumen Fidei, 53)”.

Al expresar que la Obra “desea vivir una espiritualidad cristocéntrica auténtica, forjada en sí mismo, en cada comunidad y familia”, nos lleva a preguntarnos, ¿qué es cristocentrismo?, ¿qué es una espiritualidad cristocéntrica?

Si se habla de cristología, debemos definirla como la parte de la teología cristiana que dedica su estudio a Cristo, a todo el desempeño en el accionar y a las palabras de Jesús de Nazaret, tanto en su aspecto humano como divino.

En cambio, cuando se habla de cristocentrismo nos referimos a un modo concreto de vivir la espiritualidad cristiana. La definición de cristocentrismo debe comprenderse como una concepción por la cual cada acto de la vida humana, personal y comunitaria, debe centrarse en Cristo como fuente de enseñanza y gracia.

Por donde Dios sembró el cristocentrismo en Hogares Nuevos, no lo tenemos a ciencia cierta. Pienso que, necesariamente, ha sido una influencia muy directa del Papa Juan Pablo II. Él era netamente cristocéntrico. Mi vida personal siempre tuvo rasgos cristocéntricos, especialmente, desde una firme espiritualidad eucarística, sin embargo, el Señor sembró este carisma y rasgo de nuestra espiritualidad, a través de su instrumento, San Juan Pablo II. Lo mismo debemos decir de los demás carismas; siempre amé profundamente a la familia y a la Iglesia, pero no cabe la menor duda de que, también, la fuente ha sido el Él, a quien se lo llamó “el Papa de la Familia”; San Juan Pablo II, aquél que se abrió plenamente a toda la Iglesia. Por este camino Dios fue proponiendo nuestro carisma y espiritualidad. Los carismas, no se pueden programar, son regalos que Dios nos hace para servir en su Iglesia.

Ha sido muy evidente el cristocentrismo en las enseñanzas de San Juan Pablo II. San Juan Pablo II, ha presentado a Cristo como centro, de un modo directo y prolongado, que ha calado hondo en los fieles. Sus enseñanzas, no sólo tienen a Jesucristo como centro, sino que toda su vida experimenta una espiritualidad cristocéntrica, todo su ser gira en torno al misterio de Cristo. Por esto, su magisterio, se expresa pedagógicamente, partiendo siempre desde Cristo y volviendo continuamente a Él, tanto en su palabra como en su testimonio de vida. Constantemente el punto de encuentro es Jesucristo, buscando desde allí iluminar la vida del ser humano.

Podríamos decir que una de las piedras basales de su pontificado fue Gaudium et Spes N° 22, donde queda claro que el misterio del hombre, se esclarece en el misterio del Verbo hecho carne. El cristocentrismo de San Juan Pablo II, en todo su magisterio, quiere iluminar desde el misterio de Cristo el misterio del hombre, y desde allí el valor de la familia. Es un cristocentrismo que tiene en el hombre, en la vida y en la familia un punto de referencia muy claro. Ilumina al hombre y a la familia, para que pueda afrontar los gozos y los temores de su vida, en el mundo que le ha tocado vivir.

Todos los temas que preocupan al hombre de hoy, los desafíos que debe enfrentar la familia, tienen un lugar privilegiado en las enseñanzas de San Juan Pablo II. Desde la verdad de Cristo, busca iluminar todos esos temas y desafíos para dar una respuesta adecuada.

Si queremos definir el cristocentrismo, debemos ubicarnos en una concepción que impulsa a que cada acto de nuestra vida humana, personal y comunitaria, debe centrarse en Cristo como fuente de cada decisión y de gracia para llevar adelante la decisión. Vivir desde una concepción cristocéntrica de la vida, implica que la persona hace girar alrededor de Cristo, su vida, su propio mundo, es decir, que Cristo, es absolutamente primero en su vida, en sus decisiones, relaciones, y hasta en la misma muerte.

Cristocentrismo, es el lugar que ocupa Jesucristo en toda nuestra vida personal, familiar, social y comunitaria. Él es el Hijo de Dios, el Verbo que se ha hecho carne, cuando llegó la plenitud de los tiempos, Jesucristo se manifiesta como centro del cosmos y de la historia humana, Jesucristo es la revelación de la verdad divina para el hombre, es el único y universal salvador de todos los hombres.

La mentalidad de nuestros días, quiere poner todo en discusión, rechaza toda verdad absoluta, no acepta esto que estamos planteando, fundamental de nuestra fe cristiana. Hay quienes quieren mermar la centralidad de Cristo, cuando nada ni nadie puede sustituir al Hijo de Dios.

El documento “Dominus Iesus”, de la Congregación para la fe, ha vuelto a proponer la centralidad de Cristo en el proyecto salvador de Dios para los hombres. Sólo en Él hay salvación. Él es el redentor único y universal, y no se nos ha dado otro nombre en el que podamos ser salvados (Cfr. Hec 4,12). Es interesante extraer algunas consideraciones:

 Jesucristo es “centro del plan divino de salvación” (N° 10).

 “La economía salvífica querida por Dios Uno y Trino, cuya fuente y centro es el misterio de la encarnación del Verbo, mediador de la gracia divina en el plan de la creación y de la redención (Cfr. Col 1,15-20), recapitulador de todas las cosas (Cfr. Ef 1,10), ‘al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención’ (1Cor 1,30)” (N° 11).

 “La fe de la Iglesia, la proclamación de Jesucristo, Hijo de Dios, Señor y único salvador, que en su evento de encarnación, muerte y resurrección ha llevado a cumplimiento la historia de la salvación, que tiene en él su plenitud y su centro”; “la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro” (N° 13).

 “El Señor es el fin de la historia humana, “punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización”, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones”; “mientras está en la historia, es el centro y el fin de la misma: “Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin (Apoc 22,13)” (N° 15).

La espiritualidad cristocéntrica supone un plan de Dios, en el que ha elegido un camino, para comunicar su vida, su felicidad, su bondad y su belleza a todos los hombres y familias. Este proyecto de Dios, pensado desde siempre y concretado hace 2.000 años, ha puesto a Jesucristo como centro, “este es el designio que Dios concibió desde toda la eternidad en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Ef 3,11).

Jesucristo absoluto centro del proyecto de Dios. “Todo ha sido creado por Él y para Él” (Col 1,16). Todas las criaturas existen para su gloria y celebran con su mismo existir ciertas perfecciones y alguno de los valores de Cristo.

Desde estos principios, estamos llamados a brindar este regalo a la humanidad, una espiritualidad auténticamente cristocéntrica. Una espiritualidad aterrizada en la vida comunitaria y familiar.

La pregunta ¿qué haría Cristo en mi lugar?, conduce inexorablemente a la santidad, a la perfección, sabiendo que el amor a toda persona, desde el amor a Dios, conduce a semejante meta (Cfr. Mt 5,46-48). Cuando uno le pregunta a Cristo sobre su accionar, la respuesta siempre es única: la vivencia del amor en nuestra cotidianeidad.

De este modo, todos tendremos a Cristo como una verdadera “piedra angular”. Centro de la historia de salvación, centro de la vida de la Iglesia, centro del accionar de la Obra, centro unificador de cada comunidad, centro generador de la felicidad familiar.

Tener a Cristo como centro y eje de la vida personal, familiar y comunitaria, implica necesariamente el encuentro personal con Él, dejándose tomar y guiar por su amor, de este modo se amplía el horizonte de la propia existencia, abre la mente, y nos da la oportunidad de apoyarnos en una esperanza que jamás quedará defrauda.

La fe que pone a Cristo como centro y eje, no es para quienes quieran escapar del mundo, de las exigencias de la vida, ni es un refugio para gente pusilánime, que muestra poco ánimo y falta de valor para emprender acciones, para enfrentar peligros o dificultades o soportar desgracias, sino que ensancha la vida, que como decíamos anteriormente, ensancha el horizonte, la visión de la humanidad.

La centralidad de la vida en Jesucristo hace descubrir una gran llamada: la vocación al amor. La cual conduce inexorablemente a la santidad y, asegura que vale la pena abandonarse en sus manos, porque Él con fidelidad y de modo constante, nos acompaña en el fortalecimiento de todas nuestras debilidades.

Termino con las palabras de nuestros Estatutos: “Cristo Vivo tiene espacio en cada comunidad, familia, persona, permitiendo que Él sea, en definitiva, quien toma las decisiones” (Art. 9). Esto es cristocentrismo. Cristo, centro y eje de nuestras vidas.

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