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EL DON Y EL VALOR DE LA VIDA

“¡Bendito es el fruto de tu vientre!” (Lc 1,42)

El hombre desde que pisó este mundo buscó respuestas sobre el valor de su vida, intentando descubrir su más profundo sentido a la luz del pasado, ¿de dónde viene?, y de su futuro, ¿hacía dónde va?

La revelación divina fue respondiendo a estos interrogantes, hasta que llegó el momento en que a través de la encarnación del Hijo se manifiesta la verdad sobre el hombre. La vida humana creada y redimida por Dios contiene en sí misma un valor inconmensurable por el hecho de que surge del mismo amor de Dios, que quiso darle participación al hombre de la propia vida divina. Esto hace que podamos hablar de lo sagrado de la vida humana, desde el inicio hasta el último instante.

Para subrayar el valor de la vida, es muy importante relacionarla con la vida familiar. Es en ella donde llega la vida, y desde donde se despide hacia la eternidad. Todo lo que está en medio, se desarrolla en la misma vida familiar, primero como hijo, luego como esposo, padre, abuelo. Para que la vida brille en todo su esplendor es imprescindible cuidar y proteger la familia, para que pueda cumplir con su misión específica, como generadora y promotora de la vida.

Dios se vale de los esposos para formar una nueva vida, permitiéndoles el espacio concreto para que se auto experimenten como co-creadores, así colaboran con el amor fecundo de Dios.

El ámbito familiar genera diferentes relaciones: conyugal, paternal y maternal, filial, fraternal y, también, con la familia más amplia. Esta vivencia crea el ambiente necesario para que la persona se integre en la familia humana, condición en la realización de su vida.

La vida humana fue creada a “imagen y semejanza de Dios” (Gén 1,26-27). En la vida de cada mujer y de cada varón, Dios ha encendido una chispa divina, que sólo Él puede hacerlo, por esto, nadie es dueño de la propia vida ni de la de los otros. Él único que puede extinguir esa chispa es el mismo Dios.

Por amor Dios creó la vida. Por eso, es necesario que surja de una relación de amor en el casto nido matrimonial. La vida nace en el seno del amor.

Lamentablemente, una concepción materialista de la vida, hace que este don tan precioso, carezca de valor para unos cuantos. En esta triste concepción, se vale por lo que se produce, tiene y consume. El que no produce, tiene y consume, no sirve. Alguien es minusválido, no sirve se lo puede matar; se descubre desde el vientre materno que nacerá con deficiencias determinadas, no sirve se lo puede matar; es anciano o enfermo con mucho sufrimiento, no sirve se le puede aplicar la eutanasia, se lo puede matar. No olvidemos nunca que “no se debe matar”. La vida vale por sí misma, no por su rendimiento económico, laboral, intelectual, social. Uno es por lo que es, no por lo que tiene, ni por lo que produce o consume.

Venimos del siglo de mayor cantidad de muertes por la violencia, tendencia que continúa en este nuevo siglo. Se repite en todas las etapas de la humanidad la desgraciada historia de Caín. ¡Cuántos modos de generar violencia que terminan con la vida del inocente! Las guerras, los diferentes tipos de terrorismos, la violencia ejercida contra niños y mujeres, los asaltos y robos violentos, hechos que abundan en las pantallas televisivas y de internet, haciendo que nos acostumbremos a la muerte cotidiana del entorno. En medio del desprecio por la vida, no podemos dejar de mencionar la anticoncepción y esterilización, la matanza del aborto que cada año superan los 50 millones de niños asesinados en el vientre materno.

La humanidad ha perdido a Dios y sin Dios imposible descubrir el valor de la vida. Fruto del valor olvidado y de la dignidad perdida de la vida, surge la manipulación de ella: la búsqueda de la mejora genética del ser humano, la fecundación in vitro, la elaboración del mapa del genoma humano para intercambiar “piezas” enfermas con otras sanas de seres creados para repuesto, los embriones congelados o los que se tiran en cada experimento o los “sobrantes” de los procesos de fecundación artificial.

También, es violencia, aunque no físicamente, cuando se “mata” al hermano con la crítica, con el enojo desmedido y violento, con las palabras humillantes (en oportunidades en la misma vida matrimonial y familiar), con el humor irónico e hiriente que presenta como ridículo al otro; todo esto, también es fruto del poco valor de la vida, especialmente de la del otro, del hermano.

Otro modo, en el que se manifiesta la escasa valoración de la vida, está en el uso y abuso de drogas, en el abuso del alcohol, en el mal uso del volante al conducir un automóvil.

Se puede matar con un arma, pero también, con indiferencia, hambre o soledad, con una difamación o una calumnia. ¡Existen tantos modos de matar!

Todo ser humano es inviolable en su vida, exige un gran aprecio, debe ser acogido y respetado. El Hijo de Dios, en Jesús de Nazaret, vino a destruir la muerte y traer vida en abundancia (Cfr. Jn 10,10). La vida que nos trajo consistió en cargar de sentido la nuestra, desde la proyección hacia la eternidad. Él se definió como Camino, Verdad y Vida. Seguir a Cristo es apostar por la vida, lo que implica promoverla, defenderla y transmitirla, trabajando para que cada vida humana se proyecte hacia la eternidad. Que cada una de nuestras familias sean luminosos testimonios del aprecio por la vida, reconociendo primero, el valor de cada uno de los miembros del hogar y, desde allí, hacer brillar en nuestros corazones la vida de cada hombre, varón y mujer, que se nos cruza a lo largo del camino que la Providencia nos presenta para nuestra propia vida.

Amar, proteger y defender la vida

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