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2. Hijos, no esclavos
(Cómo crecer)

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“Amar es la mitad de creer.” (Victor Hugo) “Ama y haz lo que quieras.” (Agustín)

¿Qué debo hacer para crecer espiritualmente?

Me siento como si hubiera sido criado en el Antiguo Testamento. Cuando era niño, yo imaginaba a Dios detrás de las dos tablas de los diez mandamientos, observando si cometía algún pecado. Sabía que era salvo porque Jesús había muerto en la cruz para perdonar mis pecados, pero en mi vida diaria, ponía mucho énfasis en la ley, y miraba poco a Cristo. Ahora me he dado cuenta de que estaba viviendo como muchos judíos del Antiguo Testamento. Ellos miraban hacia adelante al Mesías, pero la ley estaba en el primer plano de su vista. Cristo estaba en la sombra de las dos tablas de la ley, por decirlo así. Sin embargo, ahora, después de Cristo, podemos mirar hacia atrás, y ver que Cristo está en primer plano. No descartamos la ley como una guía para saber la voluntad de Dios, pero las dos tablas de la ley están detrás de la cruz. Ahora miramos la ley en la sombra de Jesucristo.

En Gálatas 3 y 4, Pablo hace una comparación entre el enfoque de la ley en el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento. Explica que durante el tiempo del Antiguo Testamento, el pueblo de Dios era como un niño, y que la ley era un “ayo” (tutor, maestro) para llevarlos a Cristo. Pero el pueblo de Dios en el Nuevo Testamento debe ser más adulto.


Cuando viajo por la carretera en el automóvil, tengo que observar los letreros para llegar a mi destino. Sin embargo, si solamente me quedo mirando los letreros, y quito la vista del camino, ¡voy a tener un accidente! La ley funciona así; es un letrero bueno que nos guía hacia Jesús, pero ¡no debemos fijarnos tanto en la ley que no veamos a Cristo! A veces, tenemos la tendencia de preferir la ley, aunque parece una locura. ¿Por qué? Porque así sentimos que podemos hacer algo nosotros. En nuestra arrogancia, quitamos la vista del Señor y empezamos a confiar en nuestros esfuerzos.

Me gusta arreglar las cosas de la casa y del automóvil, pero tengo un problema: cuando algo no resulta, simplemente trato de empujar más fuerte. Si el tornillo no entra bien, trato de forzarlo, y a veces salta lejos, ¡y aplasto la mano con el desatornillador! Normalmente la fuerza bruta no da mejores resultados. Conviene guiar el tornillo con cuidado, y usar menos fuerza.

El mejor jugador de fútbol sabe que no puede simplemente patear la pelota lo más fuerte posible. Tiene que guiarla en el sentido correcto. En el béisbol, el jugador no puede simplemente batear lo más fuerte posible. Es más importante conectar bien con el bate en el centro de la pelota.

La vida cristiana es algo así. En vez de simplemente ponerle más “músculo”, debemos aprender cómo crecer correctamente por gracia. Es cierto que no hay respuestas fáciles, y que pasamos la vida entera aprendiendo más acerca de esto. No obstante, quisiera ofrecer cuatro pautas importantes.

Para repasar: 1. En el Antiguo Testamento, ¿cómo veían muchos judíos el lugar de la ley? 2. ¿Cómo debemos ver el lugar de la ley ahora?

A. Usar los medios de la gracia

Obviamente, debemos usar los medios que Dios nos ha dado: la Palabra, la oración, el compañerismo cristiano, y los sacramentos. Si no usamos estas herramientas, estamos perdiendo muchas bendiciones simplemente por no hacer uso de algo que ya tenemos.

Es como el chiste del hombre que subió al techo de su casa y empezó a orar cuando el agua de un aluvión subía sobre su propiedad. Pronto llegó un bote, pero él rechazó su ayuda. “¡Gracias!”, dijo, “el Señor me va a salvar”. Después, llegó un helicóptero, y de nuevo, negó el rescate, porque estaba “confiando en Dios”. Finalmente, se ahogó y fue al cielo. Se presentó al Señor, y preguntó un poco molesto, “¿Por qué no me salvaste?”, a lo que el Señor contestó, “Pero te envié un bote y un helicóptero, ¡y no querías aceptar Mi ayuda!”.

Este chiste ilustra un punto: A veces nos quejamos de que avanzamos muy lentamente en la santificación, cuando ni siquiera estamos aceptando la ayuda que el Señor nos ha dado. Si no estamos orando y estudiando la Palabra, si no estamos asistiendo la iglesia y las reuniones de compañerismo, si no hemos sido bautizados y no estamos participando en la santa cena, no debemos sorprendernos si no estamos creciendo. En algunas ocasiones cuando me he sentido seco espiritualmente, un poco lejos del Señor, o indiferente, me he dado cuenta de que estaba descuidando mi tiempo de oración y meditación en la Palabra.

Pero debemos tener cuidado aquí. La tentación es de pensar que por el simple hecho de practicar las disciplinas espirituales, vamos a crecer. Empezamos a quitar la vista del Señor y poner la vista en nuestros ejercicios.

David Seamands1cuenta una experiencia cuando era misionero en la India. Un joven fue a pedirle un consejo, quejándose de un sentimiento de culpa, de ansiedad, de enojo, y de menosprecio de sí mismo. Cuando le hizo las preguntas típicas acerca de su lectura de la Biblia, su tiempo de oración, y su asistencia a la iglesia, supo que el joven le superaba en las disciplinas espirituales; pasaba horas y horas leyendo la Biblia, orando, y participando en las actividades de la iglesia. Pero algo no funcionaba. En ese momento, Seamands se dio cuenta de que el joven simplemente no estaba descansando en la gracia de Dios. Estaba tratando de lograr su propia santidad con esfuerzo humano. Seamands concluyó que era posible hacer las cosas “correctas”, sin estar confiando realmente en el Señor. ¡A veces convertimos los “medios de gracia” en “medios de mérito”!

B. Practicar el arrepentimiento

Proverbios 4:23 dice que sobre todo, debemos “guardar el corazón”, el centro de nuestros valores y de nuestro carácter. El primer paso hacia un corazón sano es la honestidad, especialmente consigo mismo. Tenemos que dejar de engañarnos, de pensar que casi hemos logrado la santidad, de soñar que falta un poquito de trabajo para lograr una gran estatura espiritual. La verdad es que estamos muy lejos de la meta de ser semejantes a Cristo. Somos egocéntricos, envidiosos, miedosos, impuros, y arrogantes.

Romanos 12:3

Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.

La “gran mentira” de pensar que estamos bien se forma así: 1) Cuando somos niños, no recibimos amor incondicional, ni siquiera de nuestros padres, porque nadie es perfecto. 2) Empezamos a creer que debemos ser de cierta manera, o que debemos lograr ciertas cosas, para ser amados. 3) Construimos una imagen ideal de lo que queremos ser, para ser amados. 4) Empezamos a creer que somos así realmente, porque deseamos tanto ser amados, y no queremos sentir el dolor del rechazo.2

El problema es que así no enfrentamos nuestros verdaderos problemas, y por lo tanto, no los solucionamos tampoco. Dios desea la honestidad en lo más profundo del corazón. Esto se llama “integridad”. Salmo 51:6 dice, “he aquí, tú amas la verdad en lo íntimo”. El Salmo 32 explica lo que sucede cuando no reconocemos nuestro pecado:

Salmo 32:3-4

Mientras callé, se envejecieron mis huesos En mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; Se volvió mi verdor en sequedades de verano. Selah

¡Es un peso insoportable!

Por otro lado, cuando confesamos nuestro pecado, hay alivio y gozo:

Salmo 32:1-2, 5 Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, Y en cuyo espíritu no hay engaño... Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; Y tú perdonaste la maldad de mi pecado. Selah

Debemos practicar el arrepentimiento diariamente, porque pecamos diariamente, en nuestras actitudes, nuestros motivos, pensamientos, y acciones. Los peores pecados son interiores, como la arrogancia, la envidia, el resentimiento, y el egocentrismo.

El apóstol Pablo pensaba que él estaba bien, hasta entender el décimo mandamiento, que tiene que ver con una actitud, la codicia. En Romanos 7, explica el proceso de arrepentimiento. Se da cuenta de que hay algo en él que no puede controlar, una fuerza negativa que no puede dominar, y concluye que es el pecado. Termina clamando al Señor, pidiendo Su ayuda.

Romanos 7:19-25

Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.

Como enseñaba C. John Miller, cuánto más conscientes estamos del pecado, más grande vemos a Cristo.3


Menos consciente Más consciente

El arrepentimiento no significa hacer penitencia, ni hacer nada para ganar nuestro perdón. El perdón es gratis. El arrepentimiento significa pedir perdón y dar la espalda al pecado. Es una media vuelta hacia Jesús. Es un cambio de actitud.

1 Juan 1:8-10

Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.

Me conmueve la figura de Jesús lavando los pies de los discípulos en Juan 13. Normalmente, se hace referencia a este pasaje para hablar del servicio, y por supuesto, es una de las aplicaciones más importantes. No obstante, creo que el punto central es el perdón. El lavamiento simboliza el mayor servicio que podemos ofrecer: perdonar a alguien que nos ha ofendido. Cuando Pedro rechazó este servicio, Jesús insistió. Pero cuando Pedro le pidió que le lavara el cuerpo entero, Jesús dijo que ya estaban limpios, pero no todos. Yo concluyo que estaba hablando de la limpieza del perdón. Judas no tenía ese perdón, porque no creía en Cristo. Pensando en este significado, me conmueve la actitud de Jesús: cuando Pedro no aceptaba Su servicio, Él insistió. Esto significa que Él realmente desea perdonarnos. En Su gran misericordia, ¡Le agrada perdonar! Cuando reconocemos lo profundo de nuestro pecado, también debemos reconocer la grandeza de Su gracia.

Para repasar: ¿Qué es el arrepentimiento ?

Para reflexión: Piense en algún pecado que debería confesar al Señor. Pida al Señor que le perdone y que le ayude a superarlo. Pida que el Señor le cambie en lo más profundo de su corazón. Recuerde Salmo 51.10: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí.”

C. Mantener la vista en Cristo

Para crecer espiritualmente, debemos fijar la vista en Cristo, quien nos ha dado fe y quien aumenta nuestra fe. Cuando quitamos la vista de Él, empezamos a cojear. Si miramos a otros, o si miramos a nosotros mismos, tropezamos.

Hebreos 12:1-2

Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.

Es curioso cómo crecemos por gracia. Casi sucede sin que nos demos cuenta, porque dejamos de pensar tanto en nosotros y pensamos más en Cristo. El que lucha tanto para crecer, y está muy pendiente de su propio estado espiritual, tiene la vista muy puesta en sí mismo, y no crece. El resultado es todo lo contrario de lo que quiere. Pero el que se olvida de sí mismo y solamente trata de acercarse al Señor para conocerlo más y amarlo más, empieza a parecerse a Cristo, en forma natural. Es como un hijo que empieza a parecerse a su padre, sin esforzarse. Simplemente sigue el modelo paternal instintivamente. Debería ser así con los hijos de Dios.

2 Corintios 3:18

Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.

Mantener la vista en el Señor significa depender totalmente de Él para nuestra santidad. Usamos los medios de gracia, pero confiando en Él para su eficacia. Jesús nos enseña en Juan 15 que sin Él no podemos hacer nada, pero si permanecemos en Él, daremos mucho fruto.

Juan 15:5Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.

Debemos vivir como un hombre “buzo”, que tiene una manguera de oxígeno conectada en cada momento, y no como un “hombre rana” que usa estanques pequeños de oxígeno, y que vuelve de vez en cuando para buscar más. Nuestra dependencia del Señor es continua. ¡Así podremos nadar en aguas más profundas también!

Para Repasar: ¿Cuál es la lección de Hebreos 12:1-2 acerca del crecimiento espiritual? ¿Qué debo hacer?

D. Vivir como hijos de Dios, no como esclavos

Otro aspecto importante de nuestra actitud es que debemos recordar que somos hijos, y no esclavos.

Romanos 8:14,15

Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!

Un esclavo siente que es propiedad de su amo, y que no es amado, mientras un hijo siente que pertenece a una familia, y que lo aman. Un esclavo no se parece a su dueño, mientras un hijo sí se parece a su padre. Un esclavo no espera heredar nada, pero un hijo espera recibir todas las posesiones de su familia. Un esclavo no tiene el privilegio de acercarse y hablar con su amo en cualquier momento, mientras un hijo siempre cuenta con una buena recepción de su padre. Cuando un amo castiga a un esclavo, es simplemente para corregir su conducta, mientras cuando un padre disciplina a su hijo, lo hace porque lo ama, y porque está pensando en su bien.

Hebreos 12:6Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo.

Como hijos de Dios, confiamos en que Él va a encaminar todo para nuestro bien. Como hijos, queremos obedecer por amor. Tenemos gozo en nuestra relación con Dios, y no estamos simplemente tratando de cumplir nuestro deber con una actitud amargada y resentida. Como hijos, nuestra santificación viene “desde adentro hacia fuera”, y no desde afuera hacia adentro.4

Agustín dijo, “Ama y haz lo que quieras”. A primera vista, esto parece terriblemente equivocado. No obstante, analizándolo bien, en un sentido tiene razón. Lo que falta explicar es que, siendo regenerados, hemos experimentado un cambio en nuestra voluntad, y ahora lo que realmente queremos es cumplir la voluntad de Dios. Por supuesto, en algunos momentos cuando nos atrae la tentación, tenemos el deseo momentáneo de pecar. Pero, en lo más profundo de nuestro corazón, está el deseo de complacer al Señor.

Romanos 7:22

Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios;

Me llama la atención la diferencia entre los dos grandes escritores rusos, León Tolstoi y Fiodor Dostoievski.5 Ninguno era exactamente un santo, pero trataban de vivir la vida cristiana. Tolstoi se esforzaba para cumplir las exigencias de la Biblia, pero se sentía muy culpable. Escribió en una carta, “Soy culpable y vil, digno de ser despreciado”. Se desanimaba tanto que tenía que esconder las armas y las sogas en su casa, para evitar la tentación de suicidarse. Huyó de su casa, vivió alejado de su familia, y murió en una estación de tren.

Por otro lado, Dostoievski aparentemente comprendió la gracia de Dios. Casi fue fusilado entre un grupo de radicales, pero en el último momento, dispararon al aire. Después de ese traumático incidente, sintió que había nacido de nuevo. Cuando lo mandaron a la prisión en Siberia, una señora le dio un Nuevo Testamento, y no tenía nada más que leer durante años. En la prisión, escribió un credo:

“Creo que no hay nada más hermoso, más profundo, más compasivo, más razonable, más valeroso y más perfecto que Cristo. Y no sólo no hay más, sino que me digo a mí mismo con amor celoso que jamás podría haberlo.”

En su lecho de muerte, llamó a su esposa y a sus hijos. Pidió que ella leyera la historia del hijo pródigo, y les dijo,

“Hijos míos, nunca olviden lo que acaban de escuchar. Tengan fe absoluta en Dios, y nunca duden de Su perdón. Yo los amo profundamente, pero mi amor no es nada comparado con el amor de Dios. Aunque cometan un crimen horrendo y solo sientan amargura, no se alejen de Dios. Son Sus hijos; humíllense delante de Él, como delante de su padre; supliquen Su perdón, y Él se regocijará en su arrepentimiento, como el padre se regocijó en el de su hijo pródigo.”

En pocos minutos, falleció.

Esto debe ser la pauta para entender nuestra relación con Dios: somos hijos pródigos que hemos vuelto a casa. Nos habíamos alejado de Dios, viviendo entre los “cerdos” en el barro, comiendo algarrobas. Pero nuestro Padre celestial nos estuvo esperando, y corrió a recibirnos con los brazos abiertos. Ahora estamos en casa, y debemos vivir como hijos.

Para Repasar: ¿Qué debemos recordar acerca de nuestra relación con Dios? ¿Qué somos?

Para Reflexionar: ¿Se identifica usted más con Tolstoi o con Dostoievski? Explique.

LO ESENCIAL DEL CAPÍTULOSomos hijos de Dios, no esclavos, y el crecimiento espiritual es por gracia, usando los medios de gracia.

Para aplicación personal

a) Estudio bíblico

En su tiempo devocional esta semana, lea Hebreos 12.1-2, y Juan 15.1-5, y anote ideas acerca del crecimiento por gracia.

b) Oración

Ocupe el Salmo 32 para guiar su tiempo de oración.

c) Memorización de la Escritura

Romanos 8:14,15 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!

Para conversar

1. ¿Está usando los medios de gracia en forma regular? ¿Cómo podría mejorar su uso de ellos?

2. ¿Cuáles son sus luchas interiores más difíciles con el pecado? ¿Cómo podría vencer mejor?

3. ¿A veces se siente como si estuviera viviendo en el Antiguo Testamento? Explique.

4. ¿Cómo puede mantener la vista más centrada en Cristo?

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