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La mente híbrida Mejorar la inteligencia mediante la naturaleza
ОглавлениеSeamos realistas. Aunque tengamos la suerte de ir a Alaska a avistar osos o de haber establecido vínculos con el mundo natural cuando éramos jóvenes, conservar estos vínculos o principiar una relación evolucionada con la naturaleza no es tarea fácil.
Mi despacho de San Diego es un mar de distracciones. Dos ordenadores, dos impresoras, un fax-contestador-escáner, un escáner de negativos y diapositivas, una radio y cuatro discos duros ocupan mi mesa de trabajo, bajo la cual hay una maraña de cables que me ha estado apabullando durante años. No me extrañaría que cualquier noche ese revoltijo de ganglios subiera sigilosamente las escaleras, como un Slinky asesino en serie, y me estrangulara en el dormitorio. No obstante, justo ahora veo a través del cristal de la puerta corredera algo que se mueve en los arbustos: un rascador manchado entre las hojas, rascando cómicamente con las patas mientras busca insectos y cantando tuuíííí. Hace poco, nuestro hijo Matthew, que se ha aficionado a observar pájaros con verdadera pasión, nos regaló a mi mujer y a mí unos prismáticos de 10x42 y la Guía de campo de aves de la Sociedad Nacional Audubon: región occidental. Ha pegado etiquetas amarillas en algunas páginas del libro para indicarnos qué pájaros frecuentan nuestro territorio.
Los prismáticos y el libro también están sobre mi escritorio. La mesa empieza a vibrar. Alargo la mano para coger el iPhone.
Robert Michael Pyle sería el primero en afirmar que hallar el equilibrio no es fácil. En 2007, Pyle anunció en su columna sobre ecologismo de la Orion Magazine que se estaba planteando abandonar el correo electrónico. «El tiempo dirá si puedo vivir sin correo electrónico», escribió. «Mientras tanto, volveré al correo ordinario, y a las virtudes de la paciencia y el silencio. Tú te lo pierdes, diréis. Es posible. Ya veremos...»1
Dos años más tarde, envié un e-mail a Bob preguntándole cómo le iba la vida después de haber prometido dejar de usar el correo electrónico. Fue una mala señal obtener una respuesta, y rápida. «He recaído», me escribió. «Se podría decir que he hecho una pausa, pero aún no he logrado del todo alcanzar mi ideal. Sin embargo, intento limitar todo lo que puedo el tiempo que paso escribiendo en el ordenador y navego lo menos posible por la red.» Cuando debe sentarse frente a la pantalla para escribir sus artículos diarios, se levanta y sale a pasear lo más pronto que puede.
A veces, incluso gente como Pyle, una persona de lo más optimista y llena de energía, se muestra desesperanzada respecto a la posibilidad de conseguir un reencuentro entre el hombre y la naturaleza.
Personas empalagosas nos chillan desde televisores de pantalla plana instalados sobre los surtidores de las gasolineras. Las empresas de publicidad sustituyen los carteles por deslumbrantes pantallas digitales. Las pantallas pululan ahora en los aeropuertos, las cafeterías, los bancos, sobre las colas ante la caja de la tienda de comestibles e incluso en los aseos, sobre los urinarios o sobre los secadores de manos. En algunas compañías aéreas, los mensajes publicitarios nos llegan desde las mesitas plegables y las bolsas para el mareo de los respaldos anteriores. Disney anuncia DVD para preescolares en las sábanas de papel de las camillas de las consultas de los pediatras. Quizá sea nuestro castigo por usar el DVR para saltarnos los anuncios. «Nunca sabemos dónde va a estar el consumidor en un momento determinado, por lo tanto debemos encontrar la manera de estar en todas partes», explicaba al New York Times Linda Kaplan Thaler, presidenta de la agencia de publicidad Kaplan Thaler Group. «La ubicuidad es la nueva exclusividad.»2
Este intenso bombardeo informativo ha dado origen a una nueva disciplina llamada «ciencia de la interrupción» y a una afección recién acuñada: atención parcial continuada.3
Maggie Jackson, autora de Distracted: The Erosion of Attention and the Coming Dark Age, explica que un trabajador que se distrae tarda casi media hora en reanudar una tarea; el 28 % de una jornada típica se pierde en interrupciones y el tiempo subsiguiente para recuperar la atención; las constantes intromisiones electrónicas que distraen a los trabajadores hacen que estos se sientan frustrados, presionados, estresados y menos creativos.4 Escribimos más, pero nos comunicamos menos. En el Centro de Estudios de la Vida Familiar Cotidiana de la UCLA, Elinor Ochs, una antropóloga lingüística, junto con un equipo de veintiún investigadores, se ha servido de los instrumentos de la etnografía, la ecología, la arqueología y la primatología para grabar y estudiar las rutinas de treinta y dos familias del área de Los Ángeles. El equipo descubrió que los miembros de familias inquietas se movían deprisa, se reunían en la misma habitación tan solo un 16 % del tiempo, tendían a gruñir más que a hablar, se cruzaban sin saludarse y apenas si alzaban la vista del videojuego, el televisor o el ordenador. «Volver a casa al final de la jornada es uno de los momentos más delicados y vulnerables de la vida. En todo el mundo, en todas las sociedades, existe alguna forma de saludarse.» Pero no en esas familias.5
Larry Hinman, profesor de filosofía y director del Instituto de Valores Morales de la Universidad de San Diego, ha estudiado la evolución de los robots. Un científico a quien entrevistó le comentó que las máquinas «no tienen vínculos», hecho que consideraba positivo. «La naturaleza es un mundo complejo y ya nacemos con vínculos, empezando por el cordón umbilical», afirma Hinman. A pesar de los cables eléctricos, «el mundo tecnológico es el mundo de la tabula rasa; puedes rehacerlo sin el desorden de la realidad. Un sueño falso, pero es lo que atrae la imaginación de algunas personas que trabajan en el campo de la robótica». Esto es especialmente cierto en Japón, donde los robots se están haciendo cada vez más inquietantemente parecidos a los humanos. «Una noche, en la televisión, dio las noticias un robot presentador y casi nadie notó la diferencia», dice. «Otro científico creó un prototipo básico con las facciones de su propio hijo pequeño, quien le preguntó: “¿Es que no tienes suficiente conmigo, papá?” Fue un duro golpe para él.»
Llevada al extremo, una vida desnaturalizada es una vida deshumanizada. Tal como dijo el naturalista y escritor norteamericano Henry Beston, cuando el viento que acaricia la hierba «ya no forma parte del espíritu humano, de su carne y hueso, el hombre se convierte, por así decirlo, en una especie de forajido cósmico». Los beneficios de Internet son innegables. Pero la inmersión electrónica sin ninguna fuerza que la equilibre provoca un agujero en la barca por el que se escapa nuestra capacidad para prestar atención, para pensar con claridad, para ser productivos y creativos. El mejor antídoto contra la inmersión negativa en la información electrónica será un incremento de la cantidad de información natural que recibamos.
Cuanto más tecnológicos nos hacemos, tanta más naturaleza necesitamos.
NATURALEZA INTELIGENTE
Durante una visita a las islas Galápagos en 2010, pasé una tarde en la Escuela Tomás de Berlanga, en la isla de Santa Cruz. La Fundación Scalesia, una organización no gubernamental creada en 1991 para dar una educación alternativa a los habitantes del archipiélago, financia esta escuela, que atiende a un número creciente de niños cuyos padres se han trasladado a esta isla en busca de trabajo en el campo del ecoturismo. Incluso allí, en esas extraordinarias islas (donde uno debe tener cuidado donde pone el pie para no pisar una iguana, un lagarto de lava, un león marino o un alcatraz patiazul), los niños saben pocas cosas sobre su propia biorregión.
Pero no es ese el caso en esa escuela. Exceptuando los cursos que requieren el uso de ordenadores, las clases se hacen bajo toscos cobertizos sin paredes. Este tipo de «escuelas forestales», especialmente populares en Europa, comprende desde escuelas tradicionales que envían a los alumnos al aire libre unas cuantas horas a la semana hasta otras que no utilizan edificio alguno. Diversos estudios avalan su eficacia.
La directora de la Escuela Berlanga, Reyna Oleas, es una vivaz ecuatoriana de cerca de cuarenta años, antigua asesora medioambiental que antes de cambiar de vida ayudó a proyectar más de veinte fundaciones ecologistas en Latinoamérica y el Caribe. En 2007 se trasladó a las Galápagos para abrir esta escuela. Le pregunté cómo había influido el mundo natural en su manera de pensar. ¿La había hecho más inteligente?
–Prefiero hablar de perspicacia. Soy más perspicaz y tengo la conciencia despierta permanentemente –contestó–. Antes de venir aquí mi vida era... letárgica.
Me dio una interesante definición de lo que entendía por letárgico: no dormido, sino más bien desquiciado.
–Escribes correos electrónicos, miras la televisión, contestas al teléfono... Tienes la cabeza en muchos sitios a la vez. Tu cuerpo podría sufrir un colapso y ni tan solo te darías cuenta. Fumaba dos paquetes de cigarrillos al día. Estaba estresada. No me sentía bien. Aquí me curé, dejé de fumar.
Y aquí sus ideas se aclararon.
–Cuando tienes que enfrentarte con algo, vas y lo haces. Las soluciones llegan de una manera más natural. Puedo distinguir el problema real del ruido de fondo. Antes, cuando tenías un problema todo se te hacía enorme. Ahora, si te pasa algo dices: de acuerdo, es lo que hay. ¿Cómo lo solucionamos?
Me parece que queda lo suficientemente claro: cuando vivimos de verdad en la naturaleza, usamos todos nuestros sentidos al mismo tiempo y eso nos pone en la situación óptima para aprender.
Ese mismo día, durante el almuerzo, conocí a Celso Montalvo, un naturalista y guía de expediciones de poco más de cuarenta años que trabajaba para Lindblad National Geographic Expeditions. Celso pasó parte de su infancia en las Galápagos. Tras licenciarse en la Escuela Naval de Ecuador, estudió informática en Nueva York, pero decidió regresar a sus amadas islas. Estaba hablando con Oleas sobre la inteligencia natural (o, tal como decía ella, perspicacia y conciencia) cuando Celso se unió a la conversación. Según él, la inteligencia natural es «conocer las señales de la naturaleza».
–Hay un tipo general de inteligencia animal. La veo en los peces, en los pájaros –dijo–. Todos nacemos con ella. Y podemos activarla de nuevo. No es muy difícil. Saber biología ayuda, pero se trata de un conocimiento más profundo. Cada vez que salgo a cubierta, o fuera de casa, puedo sentir la dirección de la brisa. Siento lo que los animales pueden sentir. Ellos pueden sentir la salida y la puesta del sol. Las plantas apuntan en una dirección cuando el ambiente es húmedo y en la otra cuando es seco. Se trata de unir puntos. Así de sencillo. Excepto Internet, todo te conecta con el mundo. Todo.
El mundo natural nos ayuda a percibir las conexiones; también puede ayudarnos a afinar el conocimiento.
Wolf Berger, eminente profesor del Departamento de Investigaciones Geológicas de la Institución Scripps de Oceanografía y amigo mío, hace excursiones para aclarar la mente y centrarse. Normalmente camina por la playa de La Jolla, sube por los senderos del parque estatal de Torrey Pines, a lo largo de las retorcidas esculturas de barro de los acantilados de arenisca congelados por el tiempo, a través del chaparral de brezales californiano, donde las serpientes de cascabel toman el sol, o por los bosquecillos que forma el pino más raro de Norteamérica, vestigio de la antigua vegetación litoral. Mira hacia el mar y sigue la evolución de las marsopas mientras cosen las olas con sus lomos curvos, o bien las zambullidas de las gaviotas.
Un día, mientras caminaba con él por una meseta más al interior, me explicó cómo su mente científica procesa la naturaleza.
–Los varios tipos de suelo y las plantas presentan un gran número de tonos diversos de marrón y verde, y observándolos con detenimiento puedes adivinar qué rocas y qué clase de vegetación encontrarás al acercarte más –me dijo Wolf–.A medida que envejezco voy perdiendo oído, pero todavía disfruto del susurro de la brisa entre los pinos y los abetos, y del canto de los pájaros. Intento adivinar el tamaño de cada pájaro a partir de la distribución de frecuencias en sus emisiones acústicas, lo que quizá no sea un enfoque muy romántico. Incluso más que mis sentidos, la naturaleza potencia mi pensamiento.
Nuestra sociedad parece mirar a todas partes excepto al dominio natural para desarrollar la inteligencia. Gary Stix, en un artículo publicado en Scientific American, informa sobre un auge en el consumo de pastillas para potenciar el funcionamiento del cerebro. Mucha gente toma ya suplementos «naturales» para mejorarlo o para calmarlo: ginkgo biloba para incrementar su riego sanguíneo, hipérico para las depresiones, etcétera. Y las sustancias psicoactivas hace miles de años que se usan para estimular la capacidad humana de tener visiones y crear. Pero tal como puede atestiguar cualquier superviviente del boom de natalidad de la década de 1960, los resultados son diversos. Ahora estamos dando el siguiente salto. «Tras los años noventa, en los que el presidente George H. W. Bush proclamó la década del cerebro, llega la que podría ser catalogada como “la década del cerebro mejor”», escribe Stix. Los estudiantes universitarios y los ejecutivos consumen estimulantes para mejorar su rendimiento mental cotidiano, aunque dichos fármacos nunca han sido autorizados para esta finalidad. Llamados neuropotenciadores, nootropos o fármacos inteligentes, entre las píldoras inteligentes favoritas normalmente se incluyen el metilfenidato (Medicebran), las anfetaminas y el modafinilo (Modiodal). «En algunos campus, una cuarta parte de los estudiantes ha admitido estar tomando alguno de estos medicamentos», según Stix.6 Hay gente que necesita dicha medicación, por supuesto, pero la dependencia de esas sustancias sigue siendo un experimento a gran escala cuyos efectos secundarios a largo plazo aún no han sido determinados. Aparte de los fármacos, la atención de los medios de comunicación se ve atraída por el potencial de las redes neuronales artificiales (la reproducción o ampliación del sistema nervioso biológico) para incrementar la inteligencia humana. Pero ya existe un suplemento potenciador de la inteligencia, económico y al alcance de todo el mundo.
El estudio de la relación entre la agudeza mental, la creatividad y el tiempo pasado al aire libre es una barrera para la ciencia. Pero una investigación reciente indica que la exposición al mundo natural puede mejorar la inteligencia en algunas personas. Es probable que esto ocurra al menos de dos maneras: en primer lugar, nuestros sentidos y sensibilidades mejoran mediante nuestra interacción directa con la naturaleza (y el conocimiento práctico de los sistemas naturales todavía tiene aplicación en nuestra vida cotidiana); en segundo lugar, un entorno más natural parece estimular nuestra capacidad para prestar atención, pensar con claridad y ser más creativos, incluso en barrios urbanos densamente poblados. Este estudio tiene implicaciones positivas para la educación, los negocios y la vida diaria de jóvenes y mayores.
El trabajo fundacional en este campo lo iniciaron en los años setenta los psicólogos medioambientales Rachel y Stephen Kaplan.7 Las conclusiones del estudio, que realizaron a lo largo de nueve años para el Servicio Forestal de Estados Unidos, y de investigaciones posteriores sugieren que el contacto directo e indirecto con la naturaleza puede ayudar a recobrarse de la fatiga mental y a recuperar la atención. Además de apoyar la teoría según la cual la experiencia de la naturaleza puede mejorar la salud psicológica, descubrieron que ayudaba a recuperar la capacidad del cerebro para procesar información. Realizaron un seguimiento de los participantes en un programa de contacto con la naturaleza de hasta dos semanas de duración, del tipo de los que organiza Outward Bound. Las personas estudiadas explicaron que durante las excursiones o después de ellas habían experimentado una sensación de paz y una capacidad para pensar más claramente; también dijeron que el mero hecho de estar en la naturaleza les resultaba más tonificante que las actividades que suponían un reto físico, como por ejemplo escalar, por las que dichos programas son principalmente conocidos.
Con el tiempo, los Kaplan desarrollaron su teoría de la fatiga de la atención dirigida. Tal como se describe en un artículo escrito por Stephen Kaplan y Raymond DeYoung: «Sometida a una tensión constante, nuestra capacidad para dirigir nuestros procesos inhibidores se cansa... Esta afección disminuye la eficacia mental y dificulta la toma en consideración de objetivos abstractos a largo plazo. Normalmente se atribuye a esta fatiga una serie de síntomas: irritabilidad e impulsividad, que acarrean decisiones lamentables, impaciencia, que nos hace tomar resoluciones mal razonadas, y tendencia a la distracción, que permite que el entorno inmediato ejerza un efecto magnificado en nuestras elecciones conductuales».8 Los Kaplan plantean como hipótesis que el mejor antídoto contra este tipo de fatiga, provocada por una atención dirigida excesiva, es la atención involuntaria, que ellos denominan «fascinación», y que se da cuando nos hallamos en un entorno que cumple ciertos requisitos: debe transportarnos lejos de la rutina diaria, proporcionarnos una cierta fascinación, darnos sensación de amplitud (un espacio suficiente para permitir la exploración) y una cierta compatibilidad con nuestras expectativas para que el entorno sea explorado. Además, han descubierto que el mundo natural es un lugar especialmente eficaz para que el cerebro humano supere la fatiga mental, para que se restablezca.
La obra de los Kaplan indica que la naturaleza calma y centra la mente simultáneamente, y al mismo tiempo proporciona un estado que sobrepasa a la relajación, permitiendo que la mente detecte pautas que de otra manera le pasarían por alto. Sí: hay gente que podría alcanzar un estado similar paseando por las calles de Nueva York, o mediante técnicas de meditación avanzada, o quizá algún día gracias a una pastilla. Pero el mundo natural nos ofrece sus propios suplementos. «Nuestro trabajo se ha centrado en las múltiples maneras en que la naturaleza cercana, experimentada directa o indirectamente, puede contribuir al bienestar», dice Rachel Kaplan. «Cuidar de las plantas de casa, ver un árbol desde la ventana, la horticultura, los árboles de las calles, macetas con flores en las paradas de autobús... el mundo natural puede resultarnos beneficioso de muchas maneras.»
Estudios posteriores han confirmado las conclusiones de los Kaplan. Los investigadores Marlis Mang y Terry Hartig, de la Universidad de California-Irvine, compararon tres grupos de entusiastas del excursionismo. El grupo que salió de excursión por la montaña mejoró su capacidad para corregir pruebas de imprenta, mientras que los otros dos, que no salieron de excursión o que lo hicieron por la ciudad, no mostraron ninguna mejora en dicha actividad.9 Investigadores de la Universidad de Michigan demostraron que la memoria y la atención de los participantes en un estudio mejoraba un 20 % tras una sola hora de interacción con la naturaleza, según los resultados publicados en Psychological Science en 2008.10 Marc Berman, psicólogo de la Universidad de Michigan y autor principal del estudio, comentó: «No es necesario disfrutar de la excursión para beneficiarse de ella: se obtuvieron los mismos beneficios durante el verano, con tiempo soleado y temperaturas cercanas a los 30 grados, que cuando estas bajaron en picado hasta los 4 grados negativos en enero. La única diferencia fue que los participantes en el estudio disfrutaron más de las excursiones en primavera y en verano que en lo más crudo del invierno».
Por otro lado, en el Laboratorio de Investigación del Medio Humano de la Universidad de Illinois, un grupo de investigadores ha descubierto que los niños con déficit de atención muestran una reducción significativa de los síntomas cuando se relacionan con la naturaleza.11 Como los adultos también pueden padecer déficit de atención, se podría conjeturar que este estudio resulta igualmente pertinente para ellos.
La mayoría de investigaciones sobre cómo la experiencia de la naturaleza puede mejorar el aprendizaje se han llevado a cabo con gente joven. Pero la educación acorde con la naturaleza parece funcionar con todos los implicados en ella, maestros incluidos. Un estudio realizado en Canadá mostró que ajardinar los terrenos de una escuela no solo mejoraba el rendimiento académico de los alumnos, sino que también reducía la exposición a toxinas y aumentaba el entusiasmo de los maestros con su tarea, en parte debido a que había menos problemas de disciplina en el aula.12
En las escuelas con jardines el absentismo es menor. Las clases de jardinería pueden mejorar la capacidad de aprendizaje y el comportamiento de los alumnos; los que habían asistido a dichas clases mejoraron su actitud y su capacidad para trabajar en equipo y ampliaron sus oportunidades de aprendizaje. Un enfoque natural en los institutos puede influir positivamente en los logros académicos y la actitud de los jóvenes. Una investigación que estudió 101 institutos públicos del estado de Michigan descubrió que los estudiantes cuyos centros tenían ventanas más grandes y más espacios con vistas a la naturaleza cercana (desde las aulas, los comedores y los patios) sacaban mejor puntuación en los exámenes, y que un porcentaje elevado de dichos estudiantes pensaba ir a la universidad. (También se constató una tasa menor de actos delictivos.)13 Las salidas de campo reales ofrecen mejores entornos para el aprendizaje que las virtuales. Esto no quiere decir que las salidas de campo virtuales (por ejemplo, mediante webcams) no sean útiles, pero la experiencia real brinda a los estudiantes la oportunidad de usar todos sus sentidos y su espontaneidad en un aprendizaje «instigativo»: lo que los investigadores calificaron de entorno de aprendizaje superior que sobrepasa a los métodos de aprendizaje basados en el plan de estudios.14 Los denominados estudiantes en situación de riesgo que no han tenido muchas experiencias en la naturaleza muestran una notable mejora del 27 % en las puntuaciones de los tests para comprobar su dominio de las ciencias cuando siguen programas educativos al aire libre de una semana de duración. También desarrollan su capacidad para cooperar y solucionar conflictos, aumentan su amor propio, tienen un comportamiento medioambiental positivo y más capacidad para resolver problemas, están más motivados a aprender y su conducta en clase es mejor.15 Normalmente este tipo de estudios tiene en cuenta la posición social y económica, la procedencia étnica, la edad y el número de alumnos.
En cuanto al aprendizaje de los adultos, hacen falta más investigaciones, pero los estudios y teorías referentes a los jóvenes son pertinentes en cualquier discusión sobre la inteligencia, independientemente de la edad del estudiante.16
¿Se ensució usted? Un estudio dirigido por Dorothy Matthews y Susan Jenks, de los Sage Colleges de Troy, Nueva York, ha descubierto que los ratones a los que se suministraba una bacteria recorrían un laberinto dos veces más deprisa de lo normal. La bacteria en cuestión es la Mycobacterium vaccae, que se halla de forma natural en la tierra y que la gente que pasa tiempo en contacto con la naturaleza ingiere o inhala con frecuencia. El efecto desaparece al cabo de pocos días, pero según afirmó Matthews, dicho estudio sugiere que la M. vaccae puede tener su importancia en el aprendizaje de los mamíferos. La investigadora conjeturaba que la creación de entornos de aprendizaje al aire libre con presencia de esa bacteria podría «mejorar la capacidad para aprender nuevas tareas».17 Píldoras inteligentes contra microbios inteligentes.
Aunque las conclusiones de este estudio sobre bacterias son interesantes y correctas, que nadie espere que se empiecen a repartir microbios inteligentes en las aulas o en los salones de juntas. Pero el número creciente de investigaciones sobre la relación entre la capacidad de aprendizaje y el contacto con la naturaleza, independientemente de que los estudios se realicen con adultos o con niños, tiene sin duda consecuencias para los métodos de enseñanza a todos los niveles, así como para el diseño de las escuelas y sus patios. Estas ideas son extensibles a las universidades y a los programas educativos para adultos que podrían ofrecer las instituciones docentes. No resulta difícil imaginar un movimiento educativo basado en la naturaleza que rivalice con el boom de la educación virtual de alta tecnología. El estudio citado también indica que los individuos pueden proceder por sí solos para sacar provecho intelectual y creativo de la naturaleza.
No obstante, la mayoría de la gente necesita un poco de ayuda de sus amigos para aguzar su mente en la naturaleza. Jon Young, instructor de orientación al aire libre desde hace muchos años, trabaja con adultos y niños en el área de la Bahía para el Instituto de Diseño Regenerativo de Bolinas, California.
–Casi nunca te encuentras con el caso de que una persona esté conectada a la naturaleza y toda su comunidad no lo esté –dice–. Hay usos culturales que implican a toda la comunidad en lo que se refiere a la práctica de conexión con la naturaleza.
Young trabaja con grupos de hasta doscientos adultos al año a los que enseña a convertirse en asesores de la disciplina llamada conexión con la naturaleza. En sus cursos, aplica los métodos expuestos en el Coyote’s Guide to Connecting with Nature, libro que escribió junto con Ellen Haas y Evan McGown. Entre los ejercicios y rituales hallamos: radar corporal, las seis artes del rastreo, trazar mapas, imaginar con el ojo mental, escuchar el lenguaje de los pájaros y concentración vegetal. Su escuela enseña a orientarse, a ser consciente de la hora del día, a conocer qué pájaros han regresado de la migración, a anticipar el cambio estacional, a saber dónde saldrán las setas basándose en el régimen de lluvias...
–Todo esto lo tenemos profundamente incrustado en... ¿puedo decir nuestro software? Odio usar esta analogía –confiesa Young–. Se trata del sistema operativo con el que nuestro hardware está diseñado para funcionar, si lo prefieres... Y cuando nos conectamos con la naturaleza, todas estas funciones se activan por sí mismas. Jugamos al aire libre, seguimos pistas, caminamos sin rumbo fijo. Al cabo de un par de meses metidos en ello, su mirada se ilumina y de repente exclaman: «¡Ah! Es magnífico. No me había sentido así desde los nueve años». Cuando tiene lugar este nuevo despertar es como si ocurriera algún tipo de fenómeno neurológico. A algunos adultos esto les hace sentir culpables: creen que el aprendizaje debe ser doloroso. Los sistemas educativos a los que están acostumbrados se basan en la transmisión de información.
Si se aplica exclusivamente este enfoque, la gente tiende a almacenar la información en su memoria a corto plazo, sacarla de ahí para hacer un test «y luego dejan que se pierda: no se guarda en los archivos de la memoria a largo plazo». En el extremo opuesto del espectro de los entornos de aprendizaje hallamos lo que Young denomina «conexión plena». Da el siguiente ejemplo:
–Una niña de once años que ha conectado profundamente con un caballo puede darte una cantidad extraordinaria de información sobre los caballos sin saber siquiera de dónde la saca. Y te la transmitirá mediante atractivos y animados cuentos. Siempre recuerdo a la gente que si nos conectamos con la naturaleza de una manera eficaz, la información vendrá por sí sola de manera placentera.
La palabra inteligencia hace que Young se pare a pensar.
–Considero que la conexión con la naturaleza es algo más nutritivo en un sentido emocional, intelectual, espiritual. Es una parte profundísima de lo que somos en cuanto seres humanos, y nuestro potencial.
Así pues, Young se pregunta si debemos hablar de inteligencia o más bien de lo que él denominaría conciencia innata.
–La inteligencia podría situarse en el contexto de esta conciencia más amplia, ser un subconjunto de un conjunto perceptual mayor: el gran recipiente, mayor que la suma de las inteligencias, el sistema de fondo –reflexiona.
CREATIVIDAD NATURAL:
PORQUE NO SOLO EL MIEDO GOBIERNA LA VIDA HUMANA
El genio creativo no es la acumulación de saber; es la capacidad para descubrir pautas en el universo, para detectar vínculos ocultos entre lo que es y lo que podría ser.
Unir los puntos, tal como dice Celso Montalvo, de la escuela de las Galápagos. Ralph Waldo Emerson, en un discurso pronunciado en el funeral de Henry David Thoreau, enumeró los múltiples talentos de su amigo: «Era buen nadador, corredor, patinador, barquero, y probablemente ganaría caminando a la mayoría de campesinos... La longitud de sus paseos constituía exactamente la longitud de sus escritos. Si se quedaba encerrado en casa no escribía nada».18 Estos paseos no solo estimulaban su creatividad, sino que también tenían una aplicación práctica, cotidiana: las experiencias al aire libre de Thoreau lo convirtieron en un agrimensor muy solicitado; además de determinar las lindes con exactitud, podía explicar el ecosistema de un área determinada con gran detalle. Aficionado a observar los ríos, riachuelos y estanques, conocía los secretos de las aguas de su región mucho antes de que los hidrólogos profesionales realizaran sus medidas.
Cuando el comentarista de la NPR informó sobre la investigación que demostraba que se tiene mayor agudeza mental tras un paseo por la naturaleza, señaló que Albert Einstein y el matemático y filósofo Kurt Gödel, «dos de las personas más brillantes que han hollado la faz de la tierra, es notorio que cada día paseaban por los bosques del campus de Princeton». De acuerdo, no todos somos Einstein. Pero sí que hemos experimentado todos ese momento de ¡eureka! en que el cerebro se halla en un estado positivo de relajación.
Al igual que los estudios sobre la capacidad de aprendizaje, la mayor parte de investigaciones sobre la relación entre las experiencias en la naturaleza y la creatividad se llevan a cabo con gente joven. En 2006, por ejemplo, un estudio realizado en Dinamarca descubrió que los parvularios al aire libre son mejores que los situados en recintos cerrados para estimular la creatividad de los niños. Los investigadores explicaron que el 58 % de los párvulos que tenían un contacto estrecho con la naturaleza a menudo se inventaban juegos nuevos, mientras que de los que estaban en recintos cerrados tan solo un 16 % hacía lo mismo.19 Una explicación de esto, válida tanto para niños como para adultos, podría aportarla la «teoría de las partes sueltas» en educación, según la cual cuantas más partes sueltas hay en un entorno determinado, tanto más creativo es el juego. Un juego de ordenador tiene una gran cantidad de partes sueltas, en forma de código de programación, pero el número de ellas y sus interacciones están limitados por la mente humana que creó el juego. En un árbol, un bosque, un campo, una montaña, un barranco o un solar, el número de partes sueltas es ilimitado. Por lo tanto, es posible que la exposición a las partes sueltas, pero interrelacionadas de la naturaleza, estimule una mayor sensibilidad a las pautas que subyacen a toda experiencia, toda la materia y todo lo que importa.
En 1977, la difunta Edith Cobb, una destacada defensora de la educación basada en la naturaleza, sostuvo que los genios comparten una característica: experiencias trascendentes en la naturaleza durante sus primeros años de vida.20 La psicóloga medioambiental Louise Chawla, de la Universidad de Colorado, ofrece una perspectiva más amplia. «La naturaleza no es solo importante para los futuros genios», afirma. Se dedica a investigar lo que denomina «lugares extáticos». Pero usa el adjetivo extático con cuidado: más que la acepción actual de «deleite», «arrobamiento», prefiere su significado etimológico, que deriva del griego ék stasis «desplazamiento» o «situación fuera de uno mismo». Estos momentos extáticos son «joyas radioactivas ocultas en nuestro interior que irradian energía a lo largo de nuestras vidas», tal como dice Chawla. Tales momentos se experimentan con frecuencia durante los años de formación. Pero gracias a la plasticidad del cerebro y a las sensibilidades individuales pueden ocurrir en cualquier momento de la vida.
Lo mismo puede decirse de la creación de nuevas neuronas, las células del cerebro que procesan y transmiten la información. Es razonable conjeturar, pues, que el tiempo pasado en contacto con el mundo natural, al restablecer y estimular nuestros cerebros, puede desembocar en estallidos de nuevas neuronas o «neuronas naturales», como las denomina mi mujer.
La conciencia del tiempo también puede ser un factor. Tal como se señala en el informe «Parques sanos, gente sana», publicado por la Facultad de Salud y Desarrollo Social de la Universidad Deakin de Melbourne, Australia: «La vida urbana está dominada por el tiempo mecánico (puntualidad, fechas límite, etcétera), pero nuestros cuerpos y mentes lo están por el tiempo biológico». Sabemos que un desfase entre ambos tipos de tiempo (recordemos el jet lag) puede provocar irritabilidad, inquietud, depresión, insomnio, tensión y dolores de cabeza. Además, «desde un punto de vista neurológico, las experiencias en la naturaleza pueden ayudar a fortalecer las actividades del hemisferio cerebral derecho y a restablecer la armonía en las funciones del cerebro en su totalidad», explica el citado informe.21 «He aquí una posible explicación técnica del proceso que tiene lugar cuando las personas “se aclaran las ideas” saliendo a pasear por el parque (...). Por otro lado, los investigadores han descubierto que, en el acto de contemplar la naturaleza, el “exceso” de circulación (o actividad) del cerebro se relaja y disminuye asimismo la actividad del sistema nervioso.»22
Sea cual sea el proceso, las personas creativas a menudo son conscientes de que se ven arrastradas al aire libre para refrescar sus ideas. «Siempre que me es posible trabajo al aire libre. Es importante atrapar los pensamientos instantáneos», dice la escritora Hilary Mantel, ganadora del prestigioso Booker Prize en 2009.23 El pintor norteamericano Richard C. Harrington continúa la tradición de los artistas que hallaban la inspiración al aire libre. Escribe: «El hecho de estar lejos de mi entorno o de no poder salir al aire libre con regularidad me provoca tensión, depresión y, en general, infelicidad».24
El escultor David Eisenhour, de cincuenta y tantos años, vive en un pueblecito del estado de Washington. Lo conocí un día de 2009 en el otro extremo del continente, en el Chautauqua Festival que se celebra en el norte de Nueva York, donde se exponía una obra suya. De niño vivió con su padre en una caravana, en una comunidad de granjeros del norte de Pensilvania. Pasaba la mayor parte del tiempo en la naturaleza, pero también tenía acuarios con ranas, peces, cangrejos e insectos. Con un buen microscopio se sumergía en un mundo diferente. En la actualidad, sus esculturas de hierro fundido representan formas naturales que parecen familiares, pero a menudo halla la inspiración en objetos o criaturas tan pequeños que pasan desapercibidos. Líquenes o escarabajos adoptan formas sorprendentes en sus manos. La pieza presentada en Chautauqua era una enorme e insólita escultura de la cabeza de un escarabajo pelotero; parecía más bien un triceratops y era hermoso. Sentado sobre un muro de piedra cercano a la exposición, me habló de los vínculos entre la naturaleza y la inspiración.
–La razón por la cual mi trayectoria artística parece progresiva es que las esculturas que hago no son sentimentales, sino que tienen un aspecto muy orgánico y muy primigenio. Les está llegando su momento porque la gente necesita esta conexión con el mundo natural. Proporcionan de nuevo esa fascinación de la infancia –dijo–. Busco un tipo de imágenes que, a nivel macro o microscópico, se repiten. Miras más a los componentes básicos de la vida. En algún lugar de nuestro cerebro de simio, en el subconsciente, tenemos toda esa información. Simplemente hemos perdido la capacidad de acceder a ella... al hecho de que la espiral de un caracol y la espiral de la Vía Láctea son lo mismo.
Pero el motivo principal por el que elige representar este tipo de imágenes, dice, es porque:
–Estar en la naturaleza me sosiega la mente y es de este sosiego de donde nace el verdadero arte.
En el verano de 2009 fui invitado con varios colegas al rancho Pecos River, que el actor Val Kilmer tiene en Nuevo México, para hablar con él sobre su proyecto de creación de una especie de museo de arte/centro creativo en su finca. Durante la visita, lo que más me llamó la atención no fue la visión de futuro del actor, sino una pequeña fotografía en blanco y negro de un cumulonimbo sobre el agua que había en la repisa de la chimenea. Bajo ella, Kilmer había escrito con su apretada letra la siguiente dedicatoria para su hijo: «La inspiración es la confirmación... Besos. Papá». En uno de los extremos inferiores de la fotografía había añadido una posdata: «pero si alguna vez te quedas sin ideas, no tienes más que salir al aire libre».
EL PENSAMIENTO HÍBRIDO
Una reflexión más antes de pasar a tratar la salud física y emocional. Sin abandonar el ámbito de las discusiones sobre naturaleza e inteligencia, abramos algunas brechas en la falsa dicotomía entre naturaleza y tecnología.
Durante su infancia y adolescencia, mis hijos pasaron mucho tiempo al aire libre, pero también jugaron a un montón de videojuegos: tantos como para incomodarme. De vez en cuando, Jason y Matthew intentaban convencerme de que su generación estaba protagonizando un salto evolutivo: como pasaban tanto tiempo escribiendo mensajes, jugando a videojuegos, etcétera, etcétera, estaban conectados de manera diferente. Yo les respondía señalándoles que mi generación había dicho cosas similares sobre las drogas, y que los resultados no habían sido demasiado buenos. Lo más probable es que con la adicción electrónica ocurra lo mismo, y es por ello por lo que resulta tan necesario el equilibrio natural. En la actualidad, la diferencia estriba no en la presencia de la tecnología, sino en el ritmo del cambio: la rapidez con que se han introducido nuevos medios y se han adoptado nuevos dispositivos electrónicos.
Gary Small, un neurólogo de la Universidad de California-Los Ángeles, sugiere que el ritmo del cambio tecnológico está abriendo lo que él denomina una «brecha cerebral» entre generaciones. «Posiblemente el cerebro humano no se había visto afectado de una manera tan rápida y tan radical desde que el hombre primitivo descubrió cómo usar herramientas», escribe en su libro El cerebro digital: cómo las nuevas tecnologías están cambiando nuestra mente.25
Si Small está en lo cierto, entonces la respuesta dada a mis hijos (que la evolución no va tan deprisa) puede que esté fuera de lugar.
Small y sus colegas estudiaron mediante la técnica de la resonancia magnética el área dorsolateral del córtex prefrontal, que integra información compleja con la memoria a corto plazo y es fundamental para la toma de decisiones.26 Hicieron un experimento con dos grupos de personas: uno con experiencia en el uso de ordenadores, los «espabilados», y otro sin experiencia, los «torpes». Al efectuar búsquedas en la red, el área dorsolateral de los espabilados presentaba una actividad considerable, mientras que la de los torpes permanecía quieta. Tal como informó la revista canadiense Macleans: «Al quinto día, el cerebro de los espabilados tenía más o menos el mismo aspecto. Pero en el grupo de los torpes había ocurrido algo asombroso: a medida que habían ido buscando por Internet, de pronto su sistema de circuitos se había activado y centelleaba exactamente de la misma manera que el de los versados en tecnología».27
¿Había bastado con este breve período de tiempo para que los torpes renovaran el «sistema de circuitos de su cerebro»? La gente mayor de treinta años, cuyos cerebros estaban ya completamente desarrollados cuando descubrieron Internet, también pueden adquirir competencia en el universo virtual. Pero los cerebros de los adolescentes son especialmente maleables, más propensos a ser moldeados por la experiencia tecnológica.
Hay quien opina que las personas que tienen demasiadas experiencias tecnológicas durante sus años de formación frenan el desarrollo normal de los lóbulos frontales, «con lo que a la postre se quedan atascados en la modalidad cerebral juvenil», tal como se lee en Macleans. «¿Estamos creando una generación con los lóbulos frontales atrofiados, incapaz de aprender, recordar, sentir, controlar sus impulsos?», se pregunta Small. «¿O quizá desarrollarán nuevas y avanzadas aptitudes que les permitirán tener experiencias extraordinarias?»28
Los investigadores optimistas dicen que gracias a todo este mundo de funciones multitarea y correos electrónicos está surgiendo la generación más inteligente que haya habido nunca, liberada de las limitaciones de la geografía, el clima y la distancia: todas esas fastidiosas molestias del mundo físico. Pero Mark Bauerlein, profesor de filología inglesa en la Universidad de Emory, en su libro The Dumbest Generation cita una larga serie de estudios que comparan la actual generación de estudiantes con las anteriores y que concluyen que «ahora no tienen más conocimientos que antes de historia, economía, ciencias, literatura o de lo que sucede en la actualidad», a pesar de toda la información que tienen a su disposición.
Hay una tercera posibilidad: puede que estemos desarrollando una mente híbrida. El súmmum de la multitarea será vivir simultáneamente en ambos mundos, el digital y el físico, usando los ordenadores para potenciar al máximo nuestra capacidad para procesar información intelectual y los entornos naturales para avivar nuestros sentidos y acelerar nuestras aptitudes para aprender y sentir; de esta manera, podríamos combinar las facultades «primitivas» de nuestros antepasados con la velocidad digital de nuestros adolescentes.
Puede que no esté en nuestras manos controlar la evolución (o puede que sí), pero como individuos podemos aceptar y celebrar nuestras aptitudes tecnológicas al mismo tiempo que buscamos los dones de la naturaleza que son esenciales para la plena realización de nuestro potencial intelectual y espiritual.
Posiblemente, la mejor manera de prepararse para el siglo XXI sea combinar la experiencia natural con la virtual. Un instructor que forma a gente joven para pilotar transatlánticos explica que hay «dos clases de alumnos: los que tienen facilidad para los videojuegos, que manejan el timón electrónico estupendamente, y los que crecieron al aire libre: estos son mucho más buenos a la hora de determinar la posición del barco, poseen un sentido especial. Solemos tener de ambas clases». El piloto ideal, dice, es aquel que sabe equilibrar los conocimientos naturales con los de la alta tecnología: «Necesitamos gente que posea ambas maneras de conocer el mundo». En otras palabras: una mente híbrida.
Harán falta nuevas estrategias de disciplina personal para integrar o armonizar estas dos maneras aparentemente incompatibles de estar en el mundo. Quizá un quinceañero pueda empezar a enseñarnos cómo hacerlo.
En su página LinkedIn, Spencer Schoeben se define como «Director de Mercadotecnia de Adolescentes en Redes Tech; Fundador y Artífice Principal de Twitloc; Creador de Webs en Cassy Bay Area; Webmaster y Redactor de Social Media en Paly Voice; y Fundador de Netspencer (trabajador por cuenta propia)». Toda una tarjeta de presentación tecnológica. También dedica parte de su tiempo a estudiar en el instituto de Palo Alto. Schoeben se enorgullece de sus conocimientos en el campo de la informática y tiene claras las ventajas de vivir «una vida de conectividad», tal como dice en su sitio web. «Da igual dónde esté, da igual lo que haga: tengo en la punta de mis dedos todas las cosas y todas las personas que me importan.» Pero también explica el impacto que le causaron dos semanas de campamento de verano en Hidden Villa, una organización educativa sin fines de lucro con una granja ecológica y vegetación autóctona situada en las estribaciones de las montañas de Santa Cruz, al sur de San Francisco. Escribe que al principio la idea de ir a Hidden Villa no le entusiasmaba demasiado. «Pensaba en lo duro que me resultaría sobrevivir sin estar conectado a Internet.» Pero se fue al campamento, donde «freí patatas cosechadas por nosotros mismos e incluso saqué a pasear una cabra por el bosque. Todo fue bien. De hecho, fue estupendo. No me podía creer que lo hubiera hecho». Y aprendió que hay «miles y miles de especies de árboles, plantas y animales que no usan ni una pizca de electricidad».
Al regresar a casa, se fue directamente a su habitación, se abalanzó sobre su portátil y leyó los mensajes de correo electrónico y de Facebook que se habían acumulado en doce días. «Pero no les presté atención. Lo que de verdad quería hacer era salir y divertirme en el mundo real.» Se dio cuenta de que la mejor manera de vivir posiblemente esté «en el medio». Sigue siendo un apasionado de la tecnología («no tiene ningún sentido dejarla de lado»), pero ahora sabe que Internet no es el universo. «Es difícil darte cuenta de lo aislada que puede ser tu vida... hasta que no experimentas qué es vivir en el otro lado.»
Spencer ha reorientado su vida. Al menos de momento, piensa equilibrar el mundo de la tecnología con las experiencias en el mundo de las conexiones naturales. En su búsqueda de esta experiencia híbrida, cita a Carl Sagan: «En algún lugar hay algo increíble esperando ser descubierto».