Читать книгу Política internacional a principios del siglo XXI: poder, cooperación y conflicto - Rita Giacalone - Страница 11

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Capítulo 1

Revisión de enfoques teóricos

Tanto para los actores políticos —que deben tomar decisiones y asumir posiciones en situaciones concretas y rápidas— como para los que quieren entender lo que ocurre en política internacional, el conocimiento empírico puede no ser suficiente. En ese caso, los enfoques teóricos de relaciones internacionales ofrecen la posibilidad de formular comparaciones o generalizaciones sobre el comportamiento político. Sirven como hojas de ruta para desentrañar procesos en los que cada vez intervienen más actores y se incorporan más dimensiones (tecnológicas, ambientales, etcétera). De esa forma, para los actores políticos y los lectores interesados en comprender la política internacional, es necesario el conocimiento adicional que brindan los enfoques teóricos.

Este capítulo presenta, primero, el surgimiento histórico de distintos enfoques teóricos de relaciones internacionales y, luego, los sitúa en una clasificación que busca simplificar su ubicación posterior por los lectores interesados en profundizar el tema. Al final, destaca los enfoques geopolíticos y geoeconómicos y plantea las razones para la selección de los estudios de caso. Los lectores no interesados en aspectos teóricos, sino en comprender los procesos de política internacional del siglo xxi pueden omitir la lectura del capítulo sin perder el hilo interpretativo de los casos de estudio, que se resume en las conclusiones. Si alguno de los temas despierta más adelante su interés por comprender esos planteamientos teóricos siempre será posible volver a este capítulo.

Surgimiento histórico de enfoques teóricos

Hasta la Primera Guerra Mundial (1914-1918), las relaciones entre Estados naciones se estudiaban en historia diplomática y derecho internacional. El balance de poder era una construcción surgida del sentido común antes que de la teoría y la economía y la política estaban separadas (por ejemplo, el imperialismo se consideraba un proceso económico y no, político). Existía un solo sistema internacional, considerado inalterable, mientras la división del mundo en Estados soberanos era necesaria y natural (Dougherty y Pfaltzgraff, 1993).

Para los imperios europeos, las colonias seguían teniendo la función de proveer de materias primas (azúcar, algodón, entre otros) y mercados a sus metrópolis que habían desarrollado desde el descubrimiento de América, pero contradecían los principios de libre comercio de Adam Smith, porque se basaban en relaciones privilegiadas. Esas relaciones, sin embargo, aparecían oscurecidas o minimizadas por ideas del darwinismo social que justificaban el colonialismo por la necesidad de civilizar a pueblos primitivos que no podían gobernarse por sí mismos. Esa justificación y la de mantener la paz en Europa produjeron el reparto de África entre Gobiernos europeos en el Congreso de Berlín (1885). Aunque no todas las colonias africanas justificaron su expectativa económica, se mantuvieron por razones de prestigio político de sus metrópolis.

El imperialismo de finales del siglo xix aprovechó los desarrollos tecnológicos de la segunda revolución industrial (trenes, barcos de vapor, canales interoceánicos, etcétera) y el nacionalismo prevalente en la opinión pública europea. El contexto internacional fue un acicate adicional porque existía la percepción de que Gran Bretaña perdía hegemonía económica frente a Alemania y Estados Unidos, de manera que los Gobiernos europeos buscaban posicionarse para aprovechar las nuevas circunstancias o no ser desplazados (Giacalone, 2016, pp. 69-70).

Los países que en esos años construyeron imperios fuera de Europa aceptaban las guerras porque ocurrían en otros continentes. Así, Weber apoyaba la guerra porque Alemania no había logrado todavía conformar un imperio colonial y debía hacerlo para alcanzar modernidad y balancear el poder de Rusia y del mundo anglosajón (Gran Bretaña y Estados Unidos). Existía, sin embargo, un sustrato optimista acerca de que la “modernidad” (nivel superior de civilización) eliminaría las guerras; en sus palabras, “debemos ser un poder mundial y tener algo que decir en el futuro del mundo” y “una vez que Alemania haya alcanzado el lugar bajo el sol que le corresponde por derecho, se alcanzará un nivel superior de civilización y las guerras declinarán” (Weber, 1988, pp. 60-61, en Mann, 2018, p. 39).

La mejor interpretación geopolítica de la situación que llevó a la Primera Guerra Mundial fue hecha por Mackinder (1904, p. 422): el mundo a principios del siglo xx era un “territorio políticamente apropiado” y cualquier intento por ajustar el poder en él equivaldría a una explosión en una cámara cerrada, cuyos efectos destruirían a los elementos “débiles del organismo político”. El enfrentamiento era entre naciones no oceánicas, no industrializadas y sin colonias (Austria-Hungría, Serbia, elementos débiles del sistema, junto con la Rusia zarista) y naciones oceánicas, industrializadas y con colonias.

Al final de la guerra, la negociación de la Paz de Versalles (1918) mostró dos corrientes de pensamiento sobre cómo entender y explicar las relaciones entre Estados-naciones, realismo y liberalismo. En el primero predominaban los conceptos de poder y anarquía, como también las capacidades materiales de las naciones (territorio, fuerza militar, población, recursos naturales) que determinaban su actuación internacional. Según esa corriente, la situación normal del sistema internacional es el conflicto real o potencial entre Estados para adquirir o mantener poder. Para entender la política internacional con base en el realismo, es necesario tener en cuenta dos factores son básicos: las condiciones materiales de cada nación determinan su poder y el conflicto entre naciones es suma-cero (lo que una gana, otra lo pierde). Aunque los Estados sean jurídicamente iguales, tienen distintas bases políticas y económicas que les otorgan o no poder con respecto a otros. Los Estados persiguen sus intereses nacionales, que varían, pero solo alcanzan seguridad cuando adquieren poder (Morgenthau, 1951).

En oposición, los Catorce Puntos publicados por el presidente estadounidense Woodrow Wilson, en 1918, ejemplifican conceptos básicos del liberalismo: para prevenir conflictos internacionales, debían incorporarse medidas al derecho internacional, como libertad de navegación, paz mundial, no alianzas secretas, supresión de barreras económicas, independencia política y soberanía territorial sin distinción entre Estados grandes y pequeños; asimismo, reconocimiento de minorías nacionales, autodeterminación de pueblos civilizados y prohibición de guerras de agresión. Además, era necesario crear una organización que velara por su cumplimiento y sancionara a quienes no los acataran (la Sociedad o Liga de Naciones). Aceptados esos criterios en la paz de Versalles, como la Primera Guerra había surgido, en parte, de choques entre imperios europeos por colonias africanas y asiáticas, se las puso bajo la administración directa de la nueva organización.

Para la Liga de Naciones, el concepto básico del sistema internacional era la seguridad colectiva porque, si un Estado agrede a otro, los demás tienen derecho a imponer el derecho internacional mediante acciones colectivas. La Liga no consiguió contener las agresiones alemanas, italianas y japonesas que llevaron a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), pero tampoco era fácil hacerlo porque Estados Unidos, Rusia y Alemania no participaban de ella (Viotti y Kaupi, 2007, pp. 74-75)1.

Detrás de la división realismo-liberalismo hay dos posiciones con respecto al sistema internacional y la naturaleza social del hombre: en una predomina la anarquía, porque el ser humano lucha por imponerse a otros; en la segunda, el ser humano (“civilizado”) aspira a vivir en armonía con otros hombres, pero necesita reglas de juego claras y organizaciones que las hagan cumplir. Ambas corrientes consideran que los Gobiernos se comportan en el sistema internacional como actores racionales. El liberalismo representa la continuidad de tendencias de los siglos xviii y xix, cuando se planteaba que las monarquías tendían a iniciar más guerras que las repúblicas, de forma que al predominar las últimas el mundo sería más pacífico. Otra noción acerca de que las guerras disminuirían se vinculó con el predominio del capitalismo —el comercio producía más beneficios económicos que las guerras y costaba menos— y del socialismo —una sociedad igualitaria eliminaría las guerras (Mann, 2018, p. 38).

La crisis de 1929 y la depresión económica que le siguió pusieron en jaque al liberalismo en Estados Unidos y Europa occidental, mientras Alemania y Rusia se movían en distintas direcciones ideológicas. En la primera, el fascismo y, en la segunda, el marxismo, constituyeron interpretaciones con pretensiones teóricas e ideologías que combinaban un proceso de búsqueda epistemológica e interpretación identitaria que pasó luego a convertirse en cosmovisión totalizante (Manheinn, 1936).

El rearme de Alemania y la formación del Eje (Alemania-Italia-Japón) se basaron en la geopolítica desarrollada por Ratzel (1844-1904) y Haushofer (1869-1946). El primero destacaba la existencia de un determinismo geográfico, porque los mismos pueblos establecidos en entornos geográficos distintos difieren en las características que asumen con el tiempo; esto origina grupos étnicos (razas) con rasgos específicos. La relación tierra-clima-raza e historia lleva a los Estados a actuar como organismos vivos que, cuando crecen, deben expandirse para cumplir su destino histórico. Según Haushofer, la necesidad de expandirse como un organismo biológico es vital porque, si el Estado-nación no lo hace, declina o muere. Haushofer planteó, además, una alianza euroasiática (Japón, esfera de influencia asiática y Alemania, esfera europea, asociados a Rusia) contra Inglaterra y Estados Unidos.

Durante la Segunda Guerra Mundial, los miembros mayores de la Alianza triunfante sobre el Eje (Estados Unidos, Francia, Unión Soviética, China, Reino Unido) establecieron las bases del sistema internacional de posguerra. Entre 1945 y 1948 crearon una serie de organizaciones internacionales (onu, gatt, Banco Mundial [bm], Fondo Monetario Internacional [fmi]), que dominaron el panorama de la Guerra Fría entre Occidente y la Unión Soviética, en la cual se enfrentaron el liberalismo de Europa occidental y Estados Unidos y el comunismo de la Unión Soviética.

Hasta el fin de la Guerra Fría (1989-1991), el sistema internacional se ajustó en términos generales al neorrealismo, que se diferencia del realismo porque, aunque estudia las capacidades materiales de los Estados, entiende que es más importante la ubicación de un Estado en el sistema. Esa ubicación depende de su poder relativo, de forma que la estructura del sistema internacional afecta lo que los Estados pueden hacer con sus capacidades y esas posibilidades se captan encontrando comportamientos repetitivos en la historia del sistema (como el balance de poder; Waltz, 2002).

Realistas y neorrealistas aceptan que la anarquía fuerza a los Estados a buscar poder para maximizar su seguridad, pero si un Estado se vuelve demasiado poderoso (hegemon o poder dominante) corre el riesgo de que otros se asocien para balancearlo (Drezner, 2015) y amenacen su seguridad. Dentro del realismo/neorrealismo, la teoría de la transición de poder analiza las relaciones entre el hegemon y sus rivales, que se caracterizan por la incertidumbre acerca de que se produzca una guerra. Si el poder aspirante busca reescribir las reglas del sistema internacional (es revisionista), la guerra es inevitable (Drezner, 2015, pp. 38-40).

El neorrealismo (Waltz, 2002) cuestiona el enfoque de adentro del Estado hacia afuera (influencia de sus capacidades materiales en el sistema internacional) y plantea que la lucha por el poder cambia cuando hay cambios en la estructura del sistema (influencia de afuera hacia adentro). Reivindica que existe una situación de conflicto potencial, porque todos los Estados intentan garantizar su supervivencia. El concepto de balance o equilibrio de poder es central, porque las alianzas les sirven a los Estados para sobrevivir o dominar a otros. Mearsheimer (1995) contradice, sin embargo, que las instituciones internacionales puedan influir en el comportamiento de los Estados porque ellas solo reflejan la distribución de poder existente.

En la década de los años ochenta, se inició un diálogo entre neorrealismo y neoliberalismo, diferente a la etapa anterior a la Segunda Guerra Mundial cuando no hubo casi intercambio de ideas entre realismo y liberalismo (Salomon, 2001). Keohane y Nye (1977) cuestionaron la ubicación central del Estado-nación en el realismo, porque no explicaba la creciente interdependencia del mundo, que llamaron interdependencia compleja por ser multidimensional, no distinguir entre temas de “alta y baja política” (políticos y económicos, respectivamente) y considerar que decisiones internacionales previas condicionan otras posteriores. La interdependencia implica dependencia mutua y, si bien el sistema internacional es anárquico y se centra en el Estado, incorpora asuntos económicos y admite la cooperación entre actores. La interdependencia se da en múltiples áreas y no hay un orden fijo, unos temas concentran la atención de los Estados en un momento y pierden importancia luego. El interés nacional (concepto central del realismo) se define entonces según de qué dimensión se trate (Keohane, 2009).

Keohane (2009) acepta que el Estado es un actor racional del sistema internacional, pero está más interesado en los efectos que tienen sobre él las reglas y las instituciones internacionales. Keohane y Axelrod (1985) plantearon que la cooperación era posible aun entre Estados que tenían “una mezcla de intereses conflictivos y complementarios” y que esa cooperación se expresaba en instituciones internacionales. Esa noción provenía del liberalismo por lo que su enfoque se llama “institucionalismo liberal” o “institucionalismo neoliberal”. Salomon (2002, p. 15) resume la diferencia básica entre neorrealistas y neoliberales en que los primeros son pesimistas acerca de que las instituciones internacionales compensen los efectos de la anarquía, mientras los neoliberales son optimistas.

En 1993, David Baldwin (1993) resumió diferencias entre neorrealismo y neoliberalismo institucional, según la siguiente tabla 1. Los puntos comunes de ambos enfoques son que aceptan la anarquía del sistema internacional, consideran al Estado-nación el actor central y reconocen la posibilidad del conflicto.

Otro enfoque de esos años es el sistema mundo, asociado al marxismo, que organiza a los Estados en centro, semiperiferia y periferia, según una jerarquía nacida del capitalismo, porque ubica a los países en un sistema similar a clases sociales. Se diferencia de neorrealismo e institucionalismo liberal porque los Estados no son los actores principales, sino el sistema internacional, cuya estructura capitalista limita lo que pueden hacer los Estados. Plantea que el mundo puede formar una comunidad internacional de valores si se sustituye el capitalismo por el socialismo a escala global y no, en uno o dos Estados (Wallerstein, 1979). El estructuralismo, que promueve la industrialización como mecanismo para que los Estados de la periferia salgan del subdesarrollo, y la teoría de la dependencia (transición al socialismo) adoptan su énfasis en la estructura del sistema internacional.

Tabla 1. Diferencias entre neorrealismo y neoliberalismo institucional

NeorrealismoNeoliberalismo institucional
EjeAnarquíaCooperación
GananciasRelativas en poder políticoAbsolutas en poder económico
PrioridadSeguridadEconomía
Determinantes de acción internacionalCapacidades materialesPercepciones
Rol de normas y organizaciones internacionalesNo pueden mitigar el conflictoMitigan el conflicto

Fuente: tomado de Baldwin (1993).

El institucionalismo liberal influyó en el estudio de la integración regional europea (intergubernamentalismo institucional, Keohane y Hoffmann, 1991), porque desplazó como enfoque dominante al funcionalismo/neofuncionalismo (Haas) —según el cual la integración de una función o sector se derrama a otras a medida que avanza— al establecer la negociación entre Estados como requisito para que la integración económica se derramara a otros sectores. Fuera de Europa, el institucionalismo liberal se interesó por los regímenes políticos, en los cuales los actores pasan de ser individuales a colectivos y sus acciones ocurren en una trama de relaciones institucionales. En el nuevo institucionalismo, se aprecia la influencia de la teoría de las organizaciones y la historia, ya que las instituciones pueden representar un rol autónomo, aunque el contexto ejerza poder sobre ellas. En el neoinstitucionalismo económico (North), los actores obedecen a las instituciones, porque existen amenazas de sanción (mostrando que son actores racionales).

En los años noventa, surgieron enfoques que rechazan que los actores internacionales sean racionales. Se los llama reflectivistas, porque, además de negar la racionalidad, enfatizan variables subjetivas e históricas del comportamiento internacional (discurso, identidad, etcétera), mientras otros denominan teoría crítica a esos enfoques (Salomon, 2001); en general, consideran que las relaciones internacionales están socialmente construidas (constructivismo social, Wendt, 1992). La diferencia se observa en el análisis de la integración europea, mientras el debate previo buscaba definir qué actores, instituciones y Estados tenían poder en la integración (dimensión empírica), el debate crítico cuestiona si esos actores son racionales (Dur y Mateo González, 2004). La teoría crítica también distingue entre enfoques orientados a resolver problemas de relaciones internacionales y enfoques que cumplen una función “emancipatoria” del conocimiento, por lo cual se destacan “discursos silenciados” (feminismo, posmodernismo). En campos como la economía política internacional, esos enfoques se difundieron asociados al neomarxismo (Salomon, 2001, pp. 26-29).

El mayor aporte del reflectivismo es el constructivismo social (Wendt, 1992), que plantea que los enfoques tradicionales no prestan suficiente atención a las identidades e intereses de sus participantes. Para el constructivismo, un factor central son las percepciones de los actores al tomar decisiones de política internacional y la interacción creada a partir de esas decisiones, porque pueden generar o modificar instituciones y regímenes; de esta forma, el proceso puede imponerse sobre las estructuras. Más aún, las identidades y los intereses de los actores no existen antes de esa interacción, sino que surgen de ella. Sin embargo, una vez constituidas, las identidades y los intereses pueden sufrir un proceso de reificación que resulta difícil alterar (Salomon, 2001, pp. 39-42). Wendt se aleja de la mayor parte del reflectivismo porque acepta que los actores siguen siendo racionales y, por ello, Salomon considera que el constructivismo es un intento por acercar entre sí a racionalistas y reflectivistas.

El panorama actual de los enfoques teóricos

La tabla 2 agrupa los enfoques en grandes campos teóricos, según ciertas características, y destaca sus conceptos subyacentes básicos (anarquía/hegemonía, legalidad institucional y cooperación y percepciones mutuas e interacción) y variables.

Tabla 2. Conceptos y variables de grandes enfoques teóricos

RealismoLiberalismoReflectivismo/Constructivismo
Conceptos básicosAnarquía y hegemoníaInstitucionesIdeas
VariablesCapacidades y materialesLegalidad y cooperaciónPercepciones mutuas

Fuente: tomado de Salomon (2001).

Aunque se ubiquen en categorías separadas, las interpretaciones más acertadas de la política internacional suelen ser de autores que cabalgan entre dos o más de esos grupos. Es así como Mackinder, geopolítico realista de principios del siglo xx, sostenía la necesidad de preservar el imperio británico, constituyendo una liga de democracias basada en la protección arancelaria entre metrópolis y colonias, así como una política exterior y flota común. En la competencia de los imperios coloniales para dominar las relaciones internacionales, los factores materiales no alcanzaban a propiciar la unidad del Imperio británico si no se agregaban cultura e historia común y sus relaciones con Estados Unidos (Venier, 2004). Esa solidaridad anglosajona de facto entre los dos imperios marítimos podía contener la expansión de imperios continentales (Rusia y Alemania) e impedir una alianza entre ellos. Por otra parte, la dimensión constructivista de Mackinder (1905, p. 140, en O’Tuathail, 1992) aparece cuando afirma que Canadá, Australia y Sudáfrica, colonias blancas del Imperio británico, formaban una media luna con capacidad de actuar de forma defensiva u ofensiva para defender el imperio, metáfora visual que equivale a un esfuerzo de construcción identitaria de Gran Bretaña.

Morgenthau (1951, 1967, 1982), otro realista clásico, consideraba que los Estados deben guiarse por el derecho internacional y la ética pública. Según este autor, el poder político “es una relación psicológica entre el que lo ejerce y aquellos sobre quienes se ejerce. Le da al primero control sobre algunas acciones del segundo mediante la influencia que el primero ejerce en las mentes de los otros” (Morgenthau, 1967, p. 27, en Luke, 2013, p. 890). Otros Estados pueden sufrir su influencia debido a “la expectativa de beneficios, el miedo a las desventajas, el respeto o amor de los hombres y las instituciones” (en Luke, 2013, p. 890), lo que implica un poder blando. Aunque los Estados estén motivados por la búsqueda de poder, la política internacional se basa en la moralidad y el derecho internacional y no en la anarquía; toda interpretación es histórica porque parte del contexto político donde se genera (Behr y Heath, 2009).

Con respecto a la posibilidad de interpretar la política internacional, los enfoques teóricos tienen una base deductiva, porque resultan de la observación orientada desde un esquema interpretativo. Pero, en este siglo, acontecimientos como la crisis financiera del 2008, la primavera árabe (2011) y la anexión de Crimea por Rusia (2014) tomaron por sorpresa a Gobiernos y analistas (Drezner, 2015). Esos acontecimientos no anticipados y con gran impacto internacional deben estudiarse tanto como los sucesos normales o probables de las relaciones internacionales (Taleb, 2010). Sin embargo, según Drezner (2015, p. 19), las teorías existentes no consiguen ajustarse a una “realidad” internacional en la cual, a medida que aumenta el número y la complejidad de los actores no estatales que participan, aumenta la entropía del sistema. Para Drezner, un levantamiento de los zombis sería ejemplo de un suceso inesperado con gran repercusión internacional que los analistas de Relaciones Internacionales no podrían entender ni interpretar, porque los zombis poseen capa- cidades versátiles y representan una amenaza transnacional a Estados y sistema internacional (capítulo 6).

Frente a las preguntas ¿qué toman la geopolítica y la geoeconomía de los enfoques de Relaciones Internacionales?, y ¿qué le agregan?, la respuesta a la primera es la racionalidad de los actores y la supervivencia del Estado-nación, como principal motor de dinamismo internacional, el concepto de poder, la importancia de la interacción y la existencia de un sistema. La geopolítica se interesa, además, por variables como independencia, soberanía, interdependencia, estabilidad política, integridad territorial, prestigio y seguridad (Dallanegra, 2010).

En relación con qué agrega, complementa la lucha por el poder en el sistema internacional con la lucha por el espacio geográfico; por otra parte, la geoeconomía considera que el eje de la lucha son los flujos de comercio, las inversiones y la población, sobre todo por la influencia que tienen en la soberanía de los Estados y su estructura. La contribución de la geopolítica y la geoeconomía consiste en interpretar el gran cuadro del sistema internacional y relacionarlo con dinámicas regionales y locales, como también estas últimas a aquel. Ubica a actores, procesos y territorios en un tablero semejante al del ajedrez que, complementado con mapas, permite mayor comprensión visual y el planteamiento de escenarios futuros (O’Tuathail, 1998, p. 1).

Si hasta finales de los años ochenta la lucha por el poder se concentraba en Estados Unidos y Unión Soviética, dos sistemas político-económicos enfrentados en la Guerra Fría, desde entonces esa bipolaridad ha dado lugar a enfrentamientos en los que tienen relevancia aspectos nuevos (ambientales, sociales, civilizatorios, entre otros; O’Tuathail y Dalby, 1998) y la rivalidad se ha desplazado a Estados Unidos y China.

Un enfoque asociado a la posibilidad de un enfrentamiento Estados Unidos y China es la teoría de la transición hegemónica, surgido en la Guerra Fría para explicar que el sistema internacional es más jerárquico que anárquico, porque siempre hay un poder dominante (hegemon). El hegemon sostiene el orden internacional, apoyado en su poder —porque construye ese orden de forma que lo beneficie junto a sus aliados—, aunque tasas de crecimiento desigual y otros factores promueven que surjan nuevos poderes. La posibilidad de una guerra entre ellos crece cuando un nuevo poder está insatisfecho con el orden internacional, ha alcanzado paridad con el hegemon y cuestiona la supremacía de este último (Organski, 1958). Se considera una versión actualizada de la “trampa de Tucídides”, historiador griego, quien en el siglo v a. C. manifestó que había sido “el ascenso de Atenas y el miedo que instiló en Esparta lo que hizo la guerra [del Peloponeso] inevitable”.

Si el nuevo poder está satisfecho con el orden internacional, la transición de un hegemon a otro puede ser pacífica. Kupchan (2010) explora casos en que rivales geopolíticos construyeron una paz estable a partir de negociaciones diplomáticas y no debido a mayor democracia (Lemke y Reed, 1996) o interdependencia económica (McMillan, 1997). El fin de la Guerra Fría es un ejemplo de transición hegemónica pacífica, porque se pasó de bipolaridad a unipolaridad sin guerra, ya que el proceso derivó de la defección de Gobiernos satélites de la Unión Soviética. Otro ejemplo de transición pacífica fue a finales del siglo xix y principios del xx cuando Gran Bretaña cedió a Estados Unidos su hegemonía en América Latina (Kupchan, 2010, p. 22).

Los pasos para una paz estable son: 1) acomodo unilateral: un país con varias amenazas externas elige acercarse a un rival; 2) restricción mutua: ambos se hacen concesiones; 3) integración social (por aumento de contactos), y 4) desarrollo de nuevas narrativas e identidades que abarcan a ambos. Los requisitos para alcanzar esa situación son restricción institucionalizada (ambos Gobiernos aceptan límites a su poder en su esfera nacional), órdenes sociales compatibles (similares grupos en el poder, principios económicos, etcétera) y comunidad cultural (similares prácticas y símbolos relacionados con raza, etnicidad, religión, idioma; Kupchan, 2010). Es posible, entonces, una transición hegemónica pacífica que combine racionalidad con construcción social de identidades y la noción de que el poder es importante, pero la diplomacia puede negociarlo.

Al-Rodhan (2012) presenta otra objeción a la teoría de la transición hegemónica y es que la interdependencia hace que las relaciones interestatales se basen en un realismo simbiótico, en el cual la dependencia mutua promueve que un Estado pueda ganar poder sin afectar negativamente a otros. Si las ganancias no son suma cero, otros Estados no se aliarán contra el hegemon y este podrá ejercer su poder mediante el consentimiento, si reconoce aspectos cognitivos y normativos de otros Estados. Los avances tecnológicos que conectan a la gente y la creciente movilidad humana que pone en contacto identidades colectivas lleva a que ellas se perciban como amenazantes, pero también refuerzan la noción de que el bienestar humano depende de aceptar a otros para ser aceptado por ellos, tarea que la tecnología facilita. Los elementos del realismo simbiótico serían los sustratos neurobiológicos de la naturaleza humana, la anarquía global, la interdependencia y la conectividad instantánea mediante nuevas tecnologías.

Otra perspectiva reciente es la geopolítica del caos, desarrollada por el grupo académico The New Inquiry (Estados Unidos). Su tesis es que la situación global actual es inestable y la estabilidad no se logrará hasta que emerja un nuevo orden global. Elementos de inestabilidad actual serían la crisis de Ucrania, la falta de solución del conflicto israelí-palestino, amenazas a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (otan) y la ue y la crisis financiera, económica y bancaria del 2008. Esa situación se asimila a la de los años treinta que derivó en la Segunda Guerra Mundial o a la que desembocó en la Primera Guerra Mundial (McKillop, 2014).

Para mirar la política internacional desde el punto de vista de la geopolítica es fundamental incorporar la ilustración gráfica (mapas, caricaturas, cine, fotografías). Esa iconografía geopolítica se desarrolla en forma contemporánea con los procesos internacionales y expresa prejuicios o estereotipos de la imaginación popular o visiones alternativas a las gubernamentales (Dodds, 1998), pero el elemento central son mapas que sintetizan posiciones encontradas, tendencias de expansión o contención de Estados-naciones, desarrollos ambientales y sus impactos políticos y económicos, movimientos poblacionales, entre otros. Para la geopolítica crítica —que ve la geopolítica como práctica cultural y política antes que manifestación de política internacional—, el mapa es una forma de discurso que expresa relaciones de poder de un momento histórico, porque el cartógrafo está inmerso en su sociedad y su tiempo. Los mapas provocan también pérdida de diversidad cultural y geográfica; por ejemplo, cuando Mackinder identifica regiones como “pivotes”, centrales, periféricas, media luna marginal o media luna insular marginal (O’Tuathail, 1998, p. 17). Pero si el lector está consciente de esas limitaciones, la cartografía y la iconografía geopolítica pueden representar una visión histórica, pero ayudan a entender lo que sucede y pueden complementarse con las visiones y las perspectivas que el lector elija.

En general, los enfoques teóricos surgieron en paralelo o corto tiempo después de una disrupción del sistema internacional (Primera y Segunda Guerra Mundial, desaparición de Unión Soviética, etcétera), por la necesidad de interpretar una realidad que no entraba en los moldes de pensamiento previos. Resulta un campo dinámico de estudio, porque es factible esperar que existirán otras disrupciones inesperadas en el futuro que los enfoques teóricos actuales no alcancen a explicar (Drezner, 2015).

En los siguientes capítulos se analizan procesos de política internacional cuya importancia deriva de que sus efectos en los Estados que los protagonizan, en otros actores y en el sistema internacional siguen vigentes y pueden provocar disrupciones a corto o mediano plazo. Entre los seleccionados, están el conflicto Rusia, Ucrania y la ue (capítulo 2) y el impacto del ascenso chino en sus vecinos (capítulo 4) y, por las repercusiones que tienen, asociamos el primero a problemas internos de la ue que llevaron al Brexit (capítulo 3) y, el segundo, a cambios de política exterior de Estados Unidos (capítulo 5). En el capítulo 6, se incorpora un proceso transnacional disruptivo poco anticipado, la pandemia de covid-19. En el último capítulo “Conclusiones”, se discuten los enfoques teóricos que permiten entenderlos y los aspectos geopolíticos y geoeconómicos que influyen o derivan de ellos.


1 Luego de creada la Liga, Wilson sufrió un derrame cerebral que lo alejó del Gobierno y Estados Unidos se retiró de la organización. No se incluyó a Alemania, vencida en la guerra, ni a Rusia poszarista por razones ideológicas.

Política internacional a principios del siglo XXI: poder, cooperación y conflicto

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