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ОглавлениеPapi es como Jason, el de Viernes trece. O como Freddy Krueger. Más como Jason que como Freddy Krueger. Cuando una menos lo espera se aparece. Yo a veces hasta oigo la musiquita de terror y me pongo muy contenta porque sé que puede ser él que viene por ahí. La musiquita es a veces mami que me dice que papi llamó y que dijo que viene a buscarme para llevarme a la playa o de compras. Yo me hago la loca segura de que no viene por ahora porque al que le van a hundir un machetazo en la cabeza no le avisan, por eso es que van tan brutos y se acercan a los arbustos o al closet, de donde sale una luz misteriosa, diciendo: Helen? O dizque David?, cuando se sabe que quien está detrás de los arbustos no es Helen ni David sino papi, con su bate de softball de aluminio levantado o un hacha o un pico.
Papi está a la vuelta de cualquier esquina. Pero una no puede sentarse a esperarlo porque esa muerte es más larga y dolorosa. Lo mejor es hacer otros planes, quedarse con la pijama puesta y ver todos los muñequitos desde las seis de la mañana hasta las doce de la noche o incluso salir a pasear, que es un juego que se inventó mami y que se llama: si papi te quiere, que te encuentre. Pero Jason sabe más que eso y se desaparece por meses y hasta años, hasta que a mí se me olvida que existe, entonces la musiquita de terror es el mismo papi dando bocinazos desde su carro y yo bajo los escalones de cuatro en cuatro para que él me vuelva carne molida lo más pronto posible.
Pero en lo que más se parece papi a Jason no es en que se aparece cuando una menos lo espera, sino en que vuelve siempre. Aunque lo maten. Cuando papi se fue la primera vez para los Estados Unidos con una cubana que no quería que papi le mandara dinero a nadie, mi abuelita Cilí dijo: está muerto para mí. Y cuando papi le dijo a mami que se iba a casar de nuevo, pero no con ella, mami le dijo: te me moriste. Y yo creo que una vez que papi me dejó esperando yo lo llamé por teléfono y le dije: ojalá te mueras. Y me imagino que muchas otras gentes también le deseaban la muerte, como a Jason, que no hace falta un detective para descubrir que todos le teníamos ganas y que cuando nos pasaron el puñal lo hundimos no una sino muchas veces (como éramos tantos y estaba tan oscuro, quién se iba a poner a contar), y es que además por matar a Jason no meten a nadie preso.
Por eso cuando me dijeron que él iba a volver yo había dejado de esperarlo hacía tiempo y había visto un millón de veces su regreso, la ropa con que papi iba a volver, cómo iba a bajar del avión, oliendo el aire salado, arrodillándose para lamer el suelo.
Y luego, esto también ya yo lo había visto: cómo se calza los tenis Nike, pero se deja el traje de 2.000 dólares y mientras el oficial de migración le pregunta si viene de visita papi se pone en posición de salida con las manos en el suelo, con una pierna hacia atrás y la otra recogida, y cuando el sello cae sobre el pasaporte él sale disparado y comienza a correr y a correr y en su mente también corre desde el Aeropuerto Internacional Las Américas hasta la Feria, hasta el frente del edificio de la Lotería Nacional, hasta la casa de su mamá, como le había prometido a Gregorio Hernández, el santo doctor, si le concedía volver rico, y ahora vuelve y todo ese dinero que ha ido amasando vuelve con él.
Y nosotros a él también lo hemos estado amasando, te hemos estado esperando, papi.
Te estoy esperando en el balcón de la casa de tu mamá, en casa de Cilí. Te espero con los puños cerrados y la boquita pegada a la barandilla fría del balcón, imaginando cómo vas a saltar del carro hasta el balcón (que está en el tercer piso) y cómo vas a cargarme y vas a decir que estoy más grande y que ya casi no puedes cargarme, pero qué va, tú vas a poder cargarme siempre, y me cargas y me aprietas y me besas la frente y yo hundo la cabeza en tu cuello para oler tu perfume «de fuera», para ver si has cambiado de perfume, para ver.
Ya todo el mundo sabe que estás volviendo, que vas a regresar, que vuelves triunfante, con más cadenas de oro y más carros que el diablo. Ya todo el mundo lo sabe. Ya están imaginándose cómo regresas a ellos, a cada uno de ellos, y cómo cada uno te ha estado esperando y ha estado fantasmeando y ha estado anunciando en el barrio, en la casa, por teléfono: vuelve.
Y se sueñan contigo llenando la maleta con regalos para ellos y se sueñan que tú sólo trabajas para ellos, sólo vives para ellos, sueñan que tú les debes todo en la vida, en sus sueños. Se imaginan el reencuentro. Tú, con tu traje de plata, tus zapatos de azabache, corriendo desde el aeropuerto, no, pagando un avión del aeropuerto a sus casas para, antes que nada y primero que todo, tocarles la puerta y despertarlos con una ducha de billetes verdes que saben a azúcar de pastelería.
Y el día llega y todos y cada uno se despiertan, se echan un cubo de agua, se deshollinan. Éste es el día, el día en que va a saberse lo que es bueno, en que tú vas a volver para retribuirles a ellos todo lo que ellos te dieron cuando eras un hijo de machepa, todos los fósforos que te prestaron, los fondos de cerveza que te brindaron, las bolas en la cola de un motor que te ofrecieron. Algunos han hecho una lista en sus mentes de cada cosa que les debes y por cada cosa escriben, también en sus mentes, lo que vas a traerles, la forma en que ellos creen que debes pagarles. Y cuando la lista es muy larga (porque han anotado hasta las veces que te dirigieron la palabra) empiezan a pedir prestado, comienzan a endeudarse, a despilfarrar esa fortuna que ya sienten suya, esa fortuna que irremediablemente describirá una perfecta trayectoria de churria radiante desde tus bolsillos hasta las caras, las manos, las bocas, los pechos de todos ellos; tus sobrinos, primos, hermanos, amigos, concuñados, allegados, vecinos, compañeros de escuela, tíos, padrinos, compatriotas, amigos de un tipo que está casado con una doña que es hermana de un fulano que se graduó de la Marina un año después que tú.
Y se organizan, se están organizando a ambos lados de la avenida bordeada de palmeras porque todos han tenido la misma idea, ir a tu encuentro, y se han preparado, pancartas en mano, banderolas, letreritos, cruzacalles que dicen güelcon güelcon! Otros que no pensaron tan rápido ahora se suben a las palmeras de la Avenida Las Américas para dejarlas calvas y ponerte las pencas verdes en el suelo, otros se tienden ellos mismos en el asfalto para que les pases por encima, otros traen camiones electrizantes, con torres de bocinas que tocan El Triste de José José porque una noche te brindaron un picapollo y ponían esta canción y piensan que es una buena forma de refrescarte la memoria. Y otros vienen en camionetas con los vidrios tintados y en el techo altoparlantes por donde vocean consignas y relatan anécdotas sobre ellos y tú. Otros vienen disfrazados de miembros de la Defensa Civil para poder empujar a los demás y dicen: Vamo a organizarno, vamo a organizarno, agitando batutas con sus chalequitos naranja que a la legua se ve que son hechos en casa. Pero la gente por fin se va organizando, ponen sus nombres en un libro que una doña va pasando (y la doña también vende dulce de maní) para que sepas quién vino a recibirte y quién no, y ahora se ve el avión descendiendo y las mujeres comienzan a caer en trance y a botar espuma por la boca y los hombres con chorrera en las piernas bailan el perrito agarrados a los bompers de los carros.
Y aquí vienes, aquí vienes corriendo. La gente se ha organizado a ambos lados de la avenida, una cuerda los separa de tu cuerpo, pero ellos estiran los brazos para que tú les choques esos cinco sin dejar de correr y ya te has quitado el traje de 2.000 dólares y llevas un jogging suit azul cobalto de 1.700 dólares, y ha comenzado a llover y la gente saca paraguas y plásticos para cubrirse y un palomo corre detrás de ti con un pedazo de cartón para que no te mojes la cabeza, pero sudas tanto que parece que te estuvieras mojando anyways y detrás de ti una caravana de carros con sirenas, patanas, camiones, motores y motonetas, y muchos corriendo y otros en sillas de ruedas, en bicicletas, alumbrándote con luces de halógeno entre la lluvia porque se está haciendo oscuro.
Y la gente comienza a distinguir la caravana de réplicas del Pontiac Trans-Am que se manejan solos que papi trae para vender. Decenas de trajes de 5.000 dólares que papi trae para ponerse. Miles de relojes, cadenas, anillos y guillos de oro blanco que se ajustan sobre el cuerpo de papi con sólo pensarlo y que papi no piensa apearse ni muerto. Y hay quien sale con un bebé en brazos para que papi se lo bautice (el cura, la madre y el monaguillo con la pila bautismal también juyendo) y hay quien mata un puerco en nombre de papi para que una doña lo alcance y le acerque el tenedor a la boca para que papi sople el puerco asao y luego ñau, se lo trague sin dejar de correr. Y así le van matando gallinas, chivos y guineas todo el camino y él, sin dejar de correr, va probándolo todo, y cuando un perico ripiao, que también corre, le toca Compadre Pedro Juan, para que se sienta como en casa, papi hace como que baila, con una mano sobre el abdomen y otra levantada, meneando el fundillo, pero acelerando el trote.
Y antes de que yo pueda tocarlo lo vemos en la tele, chocando manos desde el aeropuerto hasta la feria, trotando, volviendo, trotando, sudando, corriendo, a veces, por un par de segundos, se pone dos dedos en el cuello y mira su reloj caminando. Dos palomitos de la Defensa Civil le pasan un par de Nikes azules cada dos kilómetros porque se le gastan las suelas, y el señor del noticiero de las seis de la tarde con una foto de papi sobre su hombro derecho dice: el niño mimado de Quisqueya vuelve, y hacen un re-play de las imágenes que han capturado hace unos minutos: papi bautizando un bebé, una anciana metiéndole a papi un trozo de cerdo en la boca, papi sonriendo y juntando sus dos manos por encima de su cabeza como los ganadores. Luego en la pantalla los autos y las cadenas y una mujer encinta que cae desmayada por la impresión.
Me asomo al balcón para ver si ya llega y lo que llegan son las vanettes de los canales de televisión a esperarlo, una hilera de presentadores en la acera, micrófonos en mano señalando hacia aquí. Yo saludo con la mano desde el balcón de Cilí y cuando entro para ver si en las noticias dicen por dónde anda papi, me veo en la pantalla en el balcón de Cilí diciendo adiós con una mano.