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TRANSGRESIÓN DE LA LEY

En cierto momento de la Edad Media, un soldado mercenario (un condottiero), cuyo nombre no fue recogido por la historia, salvó la ciudad de Siena de un agresor extranjero. ¿Cómo lo recompensaron los buenos ciudadanos de Siena? No había dinero ni honores que pudieran pagar la preservación de la libertad de la ciudad. Los ciudadanos pensaron en nombrar al mercenario Señor de la Ciudad, pero consideraron que tampoco aquello sería recompensa suficiente. Al fin uno de los ciudadanos se presentó ante la asamblea que debatió el asunto y dijo: “Matémoslo, para después honrarlo como nuestro santo patrono”. Y así lo hicieron.

El conde de Carmagnola fue uno de los más valientes y exitosos de todos los condottieri. En 1442, ya en su madurez, se hallaba al servicio de la ciudad de Venecia, que se debatía en una larga guerra con Florencia. Un buen día el conde fue llamado de regreso a Venecia. Como era un gran favorito del pueblo, lo recibieron con todo tipo de agasajos y honras. Aquella noche debía cenar con el dux en persona, en el palacio de éste. Sin embargo, mientras se dirigía hacia el palacio notó que los guardias lo conducían en dirección opuesta. Al cruzar el famoso Puente de los Suspiros se dio cuenta de pronto del sitio al que lo llevaban: a la cárcel. Lo condenaron por un cargo fraguado y al día siguiente lo decapitaron en la plaza San Marco, frente a una muchedumbre horrorizada que no conseguía comprender por qué la suerte del conde había cambiado de manera tan drástica.

LOS DOS CABALLOS

Dos caballos llevaban cada uno su carga. El caballo que iba adelante caminaba a buen paso, pero el caballo que iba detrás del primero era muy perezoso. Los hombres comenzaron a pasar la carga del caballo perezoso al caballo que iba adelante; cuando al fin hubieron transferido toda la carga, el caballo que iba atrás le dijo a su compañero: “¡Trabaja y transpira! Cuanto más carga lleves, más peso tendrás que soportar”. Cuando llegaron a la taberna, el dueño de los caballos dijo: “¿Por qué habría yo de alimentar dos caballos, cuando uno solo puede llevar todo el peso? Haré mejor si doy a uno todo el alimento que quiera, y le corto el gañote al otro. Al menos tendré su cuero”. Y así lo hizo.

Fábulas, LEÓN TOLSTÓI, 1828-1910

Interpretación

Muchos de los grandes condottieri del Renacimiento italiano sufrieron la misma suerte que el santo patrono de Siena y el conde de Carmagnola: ganaban batalla tras batalla para sus empleadores, sólo para encontrarse de pronto desterrados, encarcelados o ejecutados. Ello no se debía a la ingratitud de quienes los contrataban, sino a que había muchos otros condottieri tan capaces y valientes como ellos. Por lo tanto, eran reemplazables; no se perdía nada al ejecutarlos. Por otra parte, los más veteranos solían adquirir gran poder y exigían cada vez más dinero por sus servicios. ¿Qué mejor solución, entonces, que deshacerse de ellos y contratar mercenarios más jóvenes y baratos? Ése fue precisamente el destino del conde de Carmagnola, que había comenzado a actuar de manera imprudente e independiente. Daba por sentado su poder, sin asegurarse antes de si era en realidad indispensable para su empleador.

Éste es el destino (aunque es de esperar que en un grado menos violento) de quienes no logran que otros dependan de ellos. Tarde o temprano aparecerá alguien que pueda hacer su tarea tan bien como ellos, alguien más joven, más fresco, más barato y menos amenazador.

Conviértase en el único que sepa hacer lo que hace y entrelace el destino de quienes lo contratan con el suyo propio, de manera tal que les resulte imposible desprenderse de usted. De lo contrario, algún día se verá obligado a cruzar su propio Puente de los Suspiros.

EL GATO QUE CAMINABA SOLO

Entonces la mujer se echó a reír, ofreció al Gato un tazón de leche, blanca y tibia y le dijo: “Oh, Gato, tú eres tan sagaz como un hombre, pero recuerda que no hiciste tu trato con el Hombre ni con el Perro, y no sé qué harán ellos cuando lleguen a casa”. “¿Y a mí que me importa? —contestó el Gato—. Si tengo mi lugar en la cueva junto al fuego, y mi leche blanca y tibia tres veces por día, no me importa lo que haga el Hombre o el Perro.” …Y a partir de aquel día, mi amado, tres hombres de cada cinco que se precien como tales arrojarán siempre cosas contra el Gato, dondequiera que lo vean, y todo Perro que se precie de tal correrá tras el Gato y lo obligará a refugiarse en lo alto de un árbol. Pero el Gato también cumple con su parte del trato. Caza ratones y juega con los bebés cuando está en la casa, siempre y cuando no le tiren con demasiada fuerza de la cola. Pero cuando ha cumplido, y entre tarea y tarea, y cuando la Luna se levanta y cae la noche, el Gato sale a caminar solo, y todos los sitios le dan igual. Entonces se va al Húmedo y Salvaje Bosque o sube a los Húmedos y Salvajes Árboles o camina por los Húmedos y Salvajes Techos, meneando su salvaje cola y caminando en su salvaje soledad.

Just So Stories, RUDYARD KIPLING, 1865-1936

OBSERVANCIA DE LA LEY

Cuando Otto von Bismarck fue electo diputado ante el Parlamento prusiano, en 1847, tenía treinta y dos años de edad y carecía de aliados o amigos. Tras observar a su alrededor, decidió no aliarse con los liberales ni con los conservadores ni con ningún ministro en particular, y por cierto tampoco con el pueblo. Su aliado sería el rey, Federico Guillermo IV. Su elección resultó bastante extraña, ya que en aquel momento el rey se hallaba en el punto más bajo de su poder. Débil e indeciso, siempre cedía a la presión de los liberales en el Parlamento; era un hombre sin carácter, que adolecía de muchas fallas que Bismarck detestaba, tanto en el plano personal como en el político. No obstante, Bismarck cortejaba a Federico Guillermo IV sin descanso, y cuando los demás representantes atacaban al rey a causa de sus tantas muestras de ineptitud, Bismarck era el único que lo defendía.

A la larga obtuvo su recompensa: en 1851 Bismarck fue nombrado ministro del gabinete del rey. Entonces se puso a trabajar. Una y otra vez obligaba al soberano a obrar de acuerdo con sus propios designios, como la decisión de reforzar el ejército y poner coto a los liberales. Bismarck trabajó sobre la inseguridad que sentía Federico Guillermo con respecto a su hombría, desafiándolo a ponerse firme y a gobernar con orgullo. Poco a poco logró restituir los poderes del rey, hasta que la monarquía volvió a ser la fuerza máxima en Prusia.

Cuando Federico Guillermo falleció, en 1861, ascendió al trono su hermano Guillermo. Éste sentía un profundo rechazo hacia Bismarck y no alimentaba la menor intención de conservarlo en el gabinete. Pero, por otra parte, había heredado la misma situación que había debido enfrentar su hermano: gran cantidad de enemigos que querían socavar su poder. Hasta llegó a considerar la posibilidad de abdicar, ya que consideraba que carecía de la fuerza necesaria para manejarse en una situación tan precaria y peligrosa. Pero Bismarck comenzó a congraciarse con él. Apoyaba al nuevo rey, le insuflaba fuerzas y le insistía para que actuara con firmeza y decisión. El monarca empezó a depender de la mano dura de Bismarck para mantener a raya a sus enemigos y, a pesar de la antipatía que le inspiraba, al poco tiempo lo nombró primer ministro. Los dos solían discutir con vehemencia acerca de las políticas que debían implementarse (Bismarck era mucho más conservador), pero Guillermo I comprendía su dependencia. Cada vez que el primer ministro amenazaba con renunciar, el rey cedía, una y otra vez, a sus exigencias. En realidad era Bismarck quien determinaba la política estatal.

Años más tarde, las gestiones de Bismarck como primer ministro de Prusia condujeron a la unificación de los distintos estados alemanes en un solo país. Fue entonces cuando Bismarck instó al rey a hacerse coronar emperador de Alemania, aunque en realidad fue él quien alcanzó el pináculo del poder. Como mano derecha del emperador, canciller imperial y príncipe con título de caballero, era él quien manejaba todos los hilos del imperio.

Interpretación

La mayoría de los políticos jóvenes y ambiciosos, ante el panorama político de la Alemania de 1840, habrían procurado construirse una base de poder entre los más poderosos del momento. Bismarck vio las cosas de otra manera. Unir nuestras fuerzas a los poderosos puede resultar una necedad: es posible que nos devoren o destruyan, como hizo el dux de Venecia con el conde de Carmagnola. Nadie que sea fuerte de veras va a querer depender de usted. Si usted es ambicioso, la táctica más inteligente consiste en elegir gobernantes o superiores débiles con quienes crear una relación de interdependencia. Así, usted se convierte en la fuerza, la inteligencia, la columna vertebral de tales individuos. ¡Cuánto poder puede llegar a poseer! Si se desprendieran de usted, todo el andamiaje se derrumbaría.

La necesidad gobierna el mundo. La gente rara vez actúa si no se ve obligada a ello. Si usted no se hace indispensable, será descartado a la primera oportunidad que se presente. En cambio, si comprende las Leyes del Poder y hace que otros dependan de usted para obtener beneficios y bienestar; si logra compensar sus debilidades con sus propios “hierro y sangre”, al decir de Bismarck, entonces conseguirá sobrevivir a sus amos tal como lo hizo él. Disfrutará de todos los beneficios del poder, sin sufrir las espinas que conlleva ser el amo.

EL OLMO Y LA VID

Una vid joven y vigorosa, vana y ambiciosa de independencia, y afecta a moverse a su antojo, despreció la alianza con un robusto olmo que crecía cerca de ella y cortejaba sus abrazos. Como había alcanzado cierta altura sin ningún tipo de apoyo, la vid siguió sacando flexibles ramas, que alcanzaron un largo superficial y poco común, y por ello presumía ante su vecino, para hacerle ver que no necesitaba de su ayuda. “Pobre y necio arbusto —contestó el olmo—. Si quieres ser de veras independiente, deberías dedicar tu savia a fortalecer y engrosar tu tronco, en lugar de desperdiciarla en vano en ese follaje innecesario. Dentro de poco te veré arrastrándote por el suelo. Pero sin duda reflejas a muchos individuos de la raza humana que, ebrios de vanidad, han despreciado la economía, y que, por sostener por un breve momento su vacía pretensión de independencia, han agotado todos sus recursos, gastándolos en frivolidades.”

Fábulas, ROBERT DODSLEY, 1703-1764

Un príncipe sabio sabrá hallar la forma de mantener a sus ciudadanos, de todo nivel y en toda circunstancia, dependientes del Estado y de él. Y así podrá confiar siempre en ellos.

NICOLÁS MAQUIAVELO, 1469-1527

CLAVES PARA ALCANZAR EL PODER

El máximo poder reside en lograr que los demás hagan lo que usted quiere. Cuando logra esto sin tener que forzarlos o herirlos, cuando por propia voluntad le otorgan lo que usted desea, entonces su poder es intocable. Lo más conveniente para alcanzar este poder es crear una relación de dependencia. Así el amo exigirá sus servicios; será débil e incapaz de funcionar sin usted. Usted se ha infiltrado de manera tan profunda en todas las decisiones del amo, que desprenderse de usted le acarrearía grandes dificultades, o por lo menos le significaría perder un tiempo precioso en la capacitación de un reemplazante. Una vez establecida una relación de este tipo, será usted quien lleve la voz cantante y ejercerá el control necesario para que su amo haga lo que usted desea. Es el clásico caso del hombre detrás del trono, del siervo del rey que en realidad controla al rey. Bismarck no tuvo necesidad de presionar a Federico ni a Guillermo para que hicieran lo que él quería. Simplemente dejó en claro que, a no ser que obtuviera lo que pedía, abandonaría su puesto y dejaría al rey por entero desamparado. Ambos reyes pronto bailaron al compás de la música de Bismarck.

No sea uno de los tantos que, erróneamente, creen que la máxima forma del poder es la independencia. El poder implica una relación entre la gente. Usted siempre necesitará a los demás como aliados, rehenes o, incluso, como débiles amos que le sirvan de fachada. Un hombre por completo independiente vivirá en una cabaña en el bosque, con la libertad de ir y venir a su antojo, pero no tendrá poder. Lo mejor a que usted puede aspirar es a llegar a crear en los demás una dependencia tal que le permita disfrutar de una suerte de independencia al revés, en que la necesidad de los demás sea la base de su propia libertad.

Luis XI (1423-1483), el gran Rey Araña de Francia, tenía debilidad por la astrología. Había en su corte un astrólogo, al que admiraba mucho… hasta que un día le predijo que una de las damas de la corte moriría en el lapso de ocho días. Cuando la profecía se cumplió, Luis XI se sintió aterrado, pues reflexionó que, o bien el astrólogo había asesinado a la mujer para probar la exactitud de su profecía, o era tan versado en su ciencia que sus poderes constituían una amenaza para el propio rey. Cualquiera fuera el caso, merecía la muerte.

Una tarde Luis XI llamó al astrólogo a su habitación, ubicada en lo alto del castillo. Antes de que el hombre llegara, el rey indicó a sus sirvientes que, cuando él diera la señal, debían apresar al astrólogo, llevarlo hasta la ventana y arrojarlo al vacío.

El astrólogo llegó a los aposentos del rey, pero antes de dar la señal Luis XI resolvió formularle una última pregunta: “Usted afirma entender de astrología y conocer el destino de los demás, así que dígame cuál será su destino y cuánto tiempo de vida le queda”.

“Moriré exactamente tres días antes que Su Majestad”, respondió el astrólogo. El rey nunca dio la señal a sus siervos. Perdonó la vida al astrólogo y no sólo lo protegió durante toda su vida, sino que lo colmó de obsequios y lo hizo atender por los mejores médicos de la corte.

El astrólogo le sobrevivió varios años. Aunque con ello opacó su poder profético, demostró su dominio del poder.

Éste es el modelo: haga que otros dependan de usted. Como deshacerse de usted podría producir un desastre, e incluso la muerte, su amo no se atreverá a tentar al destino. Existen muchas formas de obtener una posición de esta índole; lo indispensable es poseer un talento y una habilidad creativa imposibles de reemplazar.

Durante el Renacimiento, el principal obstáculo para el éxito de un pintor era el modo de encontrar el mecenas adecuado. Miguel Ángel lo logró mejor que nadie: su mecenas fue el papa Julio II. Sin embargo, ambos se enemistaron a causa de la construcción de la tumba de mármol para el pontífice, y Miguel Ángel abandonó Roma, disgustado. Para gran sorpresa de quienes lo rodeaban, el papa no sólo no despidió a Miguel Ángel, sino que fue a buscarlo y, a su modo altanero, le rogó que permaneciera en la corte. Sabía que, si bien Miguel Ángel podría encontrar otro mecenas, él nunca podría encontrar otro Miguel Ángel.

No hace falta que usted posea el talento de un Miguel Ángel, pero sí debería tener una habilidad que lo diferencie del grueso de la gente. Debe crear una situación en la cual usted pueda siempre encontrar otro mecenas o patrón, mientras que a su amo le cueste gran esfuerzo encontrar a un siervo con similares talentos. En caso de que no sea usted en realidad indispensable, tendrá que encontrar la forma de parecerlo. Si da la impresión de poseer un conocimiento particular o una habilidad determinada, dispondrá de libertad y tiempo para hacer creer a sus superiores que no pueden arreglárselas sin usted. No obstante, una verdadera dependencia de su superior hacia usted torna al amo más vulnerable que en el caso de una falsa dependencia, y usted siempre podrá conseguir que su habilidad resulte indispensable.

Esto es lo que significa entrelazar los destinos: como la hiedra trepadora, usted debe enrollarse en torno de la fuente de poder, de modo tal que separarlo de ella cause un gran trauma. Y no necesariamente tiene que enrollarse en torno del amo mismo; cualquier otra persona indispensable en la cadena del poder cumple la misma función.

Cierta vez Harry Cohn, presidente de Columbia Pictures, recibió en su oficina la visita de un taciturno grupo de ejecutivos. Corría 1951, año en que se hallaba en su apogeo la cacería de brujas contra los comunistas en Hollywood, liderada por el Comité de Actividades Antiestadunidenses del Congreso de Estados Unidos. Los ejecutivos traían malas noticias: uno de sus empleados, el guionista John Howard Lawson, había sido acusado de comunista. Debían deshacerse de él de inmediato, o prepararse para sufrir la ira del Comité.

Harry Cohn no era liberal; de hecho siempre había sido un tenaz republicano.

Su político preferido era Benito Mussolini, a quien una vez había visitado y cuya foto enmarcada adornaba una de las paredes de su estudio. Cuando detestaba a alguien, Cohn lo calificaba de “desgraciado comunista”. No obstante, y para gran sorpresa de los ejecutivos, Cohn les dijo que no despediría a Lawson. No retuvo al guionista porque fuese tan buen escritor —ya que en Hollywood había muchos otros, y muy buenos—, sino a causa de una cadena de interdependencia: Lawson era el guionista de Humphrey Bogart, que a su vez era la estrella máxima de Columbia. Si Cohn despedía a Lawson, arruinaría una relación muy rentable, que valía mucho más que la mala publicidad que le acarreara el hecho de desafiar al Comité.

Henry Kissinger logró sobrevivir a las numerosas sangrías que se produjeron en la Casa Blanca durante el gobierno de Nixon, no porque fuera el mejor diplomático que Nixon pudiera hallar —pues había otros muy buenos negociadores en su equipo— ni porque los dos hombres se llevaran bien (en realidad, se llevaban muy mal). Tampoco compartían las mismas convicciones e ideas políticas. Kissinger sobrevivió porque logró involucrarse estrechamente en tantas áreas de la estructura política, que desprenderse de él llevaría al caos. El poder de Miguel Ángel era intensivo: dependía de una sola habilidad, su capacidad artística. El de Kissinger era extensivo. Había logrado involucrarse en tantos aspectos y áreas diferentes del gobierno, que eso constituía de por sí su carta de triunfo, al tiempo que lo ayudó a ganar muchos aliados. Si usted logra una posición semejante, deshacerse de usted puede resultar peligroso, ya que se correría el riesgo de destejer todo tipo de interdependencias. Sin embargo, la forma intensiva de poder procura mayor libertad que la extensiva, porque la seguridad de quienes la poseen no depende de un amo en particular ni de una posición de poder determinada.

Para conseguir que los demás dependan de usted, un camino es el de la táctica de servicio secreto. Al conocer los secretos de otra gente, al tener información que otros no quisieran que se difundiera, usted sella su suerte con la de otros. Se convierte en intocable. Las autoridades máximas de los Servicios Secretos han mantenido sus puestos durante décadas; pueden crear o destruir a un rey o, como en el caso de J. Edgar Hoover, a un presidente. Pero dicho papel abunda tanto en incertidumbres y paranoia, que el poder que brinda suele autoanularse. Uno no puede descansar en paz, ¿y de qué sirve el poder si no le procura paz?

Una última advertencia: no piense que, por depender de usted, su amo lo querrá. Por el contrario, lo más probable es que lo odie y le tema. Pero, como dijo Maquiavelo, es mejor ser temido que amado. El temor es algo que se puede controlar, mientras que el amor es incontrolable. Depender de una emoción tan sutil y cambiante como el amor o la amistad sólo le generará inseguridad. Más vale que la gente dependa de usted por temor a las consecuencias de perderlo, que por el placer de su compañía.

Imagen: La vid con muchas espinas. Hacia abajo, las raíces se hunden

en la tierra, profundas y ramificadas. Hacia arriba, las ramas atraviesan

los arbustos, se enrollan en torno de árboles y postes y alféizares

de ventanas. Librarse de ella costará tanta sangre y tanto sudor,

que resulta más fácil dejarla trepar.

Autoridad: El sagaz más quiere necesitados de sí que agradecidos. Más se saca de la dependencia que de la cortesía: vuelve pronto las espaldas a la fuente el que ha satisfecho su sed, y la naranja, una vez exprimida, cae del oro al lodo. Acabada la dependencia, acaba la correspondencia, y con ella la estimación. Sea lección de la experiencia entretener la esperanza, no satisfacerla, conservando siempre en necesidad de nosotros aun al amo coronado. (Baltasar Gracián, 1601-1658)

INVALIDACIÓN

El punto débil de hacer que otros dependan de usted reside en que, en cierta medida, usted también depende de ellos. Pero superar esta situación implica deshacerse de sus superiores, lo cual significa arreglárselas solo, sin depender de nadie. Ésta es la táctica monopólica de un J. P. Morgan o un John D. Rockefeller, quienes liquidaron toda competencia para ejercer el control absoluto. Si usted puede arrinconar el mercado, tanto mejor.

Pero no hay independencia de este tipo que no tenga su precio. Usted se ve obligado a aislarse. Los monopolios a menudo hacen implosión y se autodestruyen a causa de la presión interna. También suelen provocar intensos resentimientos, que llevan a sus enemigos a unirse entre sí para combatirlos. El impulso de ejercer el control absoluto suele resultar infructuoso y conducir a la ruina. La interdependencia sigue siendo la ley de oro, mientras que la independencia es una excepción rara, y a veces fatal. Lo mejor es ubicarse en una posición de dependencia mutua y luego atenerse a esta ley clave, en lugar de buscar su invalidación. De esa forma no sufrirá la terrible presión a la que están expuestos los de arriba, y su superior será en esencia su esclavo, porque él dependerá de usted.

Las 48 leyes del poder

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